Capítulo 38
Bésame de nuevo, por favor
No lo recordaba tan... tan sexi, tan guapo. Mi sexo pedía a gritos que lo besase, que me lanzase sobre él. Estaba inmóvil, sonriente, mirándome de arriba abajo, y sabía que estaba pensando lo mismo que yo. Pero no se movía, estaba esperando a que yo le invitase a pasar.
Abrí la puerta del todo y me apoyé en ésta sin decir nada, a la vez que lo miraba fijamente. Se suponía que me había traicionado, que estaba enfadada con él... o conmigo misma por haberlo defraudado, pero ahora nada de eso tenía importancia. Estaba en mi casa y me había dejado un mensaje muy claro; había venido por mí.
Las piernas me temblaban, se movían una contra la otra, y no acertaba a decir nada, ¿qué podía decirle?, pero no me dio tiempo a pensar. Se abalanzó sobre mí y me besó con tal fiereza que me derretí en sus labios. Le respondí con la misma agresividad que él había utilizado; mis manos se enredaron en su cabello revuelto y mis uñas se clavaron en él. Atrapó mis muslos y los guio hasta rodearle la cintura. El roce de su miembro erecto contra la tela de mi pantalón me abrasó. Deseé que desapareciera en ese mismo instante.
Me mordió para ralentizar el ritmo de sus besos; pasó a morderlos, succionarlos, y que nuestras lenguas jugaran entre ellas de forma desesperada... quería sentir mis labios, mis besos, moviéndonos al son de la música que sólo nosotros oíamos; la de nuestros gemidos que rompían en la boca del otro. Luego, tras un casto beso, apoyó su frente sobre la mía y lo observé detenidamente. Sus ojeras me declararon que no había descansado bien últimamente.
—Éste no era el plan...
—Markel, yo...
—No digas nada. Bésame de nuevo, por favor.
—¿Crees que Darek me perdonará? —Se le escapó una carcajada y me miró de arriba abajo mientras asentía.
Me lancé sobre sus labios, llevaba muchos días sin sentirlos y no quería perder el tiempo, bastante lo había hecho ya. Agarré su nuca y él me abrazó por la cintura para elevarme del suelo y, sin dejar de besarme, me llevó hasta el respaldo del sofá. Me agarré para no caer mientras sus manos se colaban dentro de mi camiseta; sentí cómo las yemas de sus dedos ascendían lentamente, queriendo acariciar cada centímetro de mi piel. Arqueé la espalda facilitándole el acceso y cerré los ojos. Estaba excitada, cualquier mínimo roce me estremecía, me encendía. Subió la camiseta, me la sacó por la cabeza y desapareció de nuestro alcance. Le exigí que él también se la quitara a la vez que le desabrochaba el botón de su vaquero y sopesaba la erección que escondía tras él.
En un gesto que no esperaba, volvió a cogerme en brazos hasta llegar delante de la chimenea, donde se arrodilló y me tumbó, mirándome como siempre había hecho desde el momento en que nos besamos por primera vez. Aquella mirada decía más de lo que siempre había creído. Me apoyé sobre los codos y lo desafié. Choqué una rodilla contra la otra y mis muslos se contonearon de forma sensual, hecho que no le pasó desapercibido. Suspiró y movió la cabeza intentando retener las ganas de lanzarse sobre mí. Pero no me quería engañar, deseaba un aquí y ahora, no quería rodeos.
—Chloe está arrepentida, necesita a Darek, ya.
—Darek sólo quiere estar dentro de su cuerpo, volver a sentir su calor. Y no piensa hacer otra cosa en toda la noche —sacó de su bolsillo un preservativo y me lo mostró, desgarró el envoltorio y se lo colocó lentamente, hasta el punto de desesperarme.
—Pues aquí y ahora.
Agarré sus hombros y le exigí que se tumbara. Terminamos de deshacernos de la poca ropa que aún llevábamos entre besos, mordiscos y un sinfín de gemidos, hasta que, en un vaivén de su cuerpo, su miembro se colocó en la puerta de mi sexo y rodeé con mis muslos su cintura. Nos miramos fijamente, diciéndonos lo que sentíamos con la mirada mientras su pene se adentraba lentamente, deliciosamente, en mí, rozando cada una de las paredes de mi interior, y topaba contra el final de una forma contundente, arrancándome un grito celestial.
Su sonrisa ladina me desmontó, pero en ese instante sólo necesitábamos una cosa. Los movimientos de nuestros cuerpos nos apretaban al uno contra el otro; las embestidas las provocaba yo con la presión que ejercían mis piernas, y no ralentizamos el ritmo; al contrario, lo incrementamos sin importarnos nada más que obtener el placer que llevábamos días negándonos.
Estaba mirando el techo mientras mi cuerpo ardía. Las llamas iluminaban de forma tenue la estancia, donde estábamos tumbados en el suelo respirando forzosamente, cubiertos de sudor y de nuestro placer. Sus dedos acariciaban uno de mis mechones y me giré para poder observarlo mejor. Cruzamos las miradas y sonreímos. Apoyó el peso de su cuerpo sobre uno de sus brazos y me besó, un tierno beso que me recordó que lo que necesitaba era estar delante de mí; la combinación perfecta de un amigo y un amante, lo que Thor nunca supo entregarme.
Tras unos minutos en los que solamente nos miramos y nos pedimos perdón, me propuso que nos levantáramos. Tras ponerme la ropa interior y la camiseta, lo analicé; vi cómo se colocaba sus bóxers y luego me hizo pasar a la cocina, donde, como un auténtico galán, me apartó la silla y me invitó a sentarme, a la vez que abría el horno para comprobar que estuviera lista la cena. Sonreí al ver que cerraba los ojos y se dejaba llevar por el olor que desprendía. Buscó a su alrededor algo, miraba hacia la encimera, detrás de él... hasta que me pidió ayuda; le señalé el primer cajón y, al abrirlo, cogió un trapo para poder agarrar la bandeja de cristal y dejarla en la mesa.
Tenía delante de mí una fantástica lasaña, olía de maravilla. Me acerqué para poner mi cabeza justo encima y cerrar los ojos mientras deseaba probarla. Cuando los abrí, Markel estaba detrás de mí, sonriendo, mientras abría una botella de vino tinto.
—Nos merecemos una cena en condiciones. —No dije nada, sólo le indiqué con un gesto que se sentara y luego nos miramos fijamente. Markel acercó su copa para brindar. Esperaba que yo dijera algo, pero no era capaz, lo único que pensaba era en lo estúpida que había sido y no sabía si algún día me perdonaría yo misma—. Te he pedido que comenzáramos de cero y es lo que quiero. Acabamos de zanjar cualquier duda, aquí y ahora; iniciamos una nueva relación, ¿te parece bien?
—Por las segundas oportunidades. —Choqué mi copa contra la suya y sonrió mientras se la acercaba a la boca para dar un trago al vino. Su mirada me penetraba, me excitaba. En ese instante recordé cuando, en una cena en su casa, se deshizo de lo que estaba sobre la mesa y me hizo suya como si fuera la última vez; aún sentía mi piel sobre la superficie y su cuerpo sobre el mío.
—¿Qué piensas?
—¿De verdad quieres saberlo?
—Sí.
—Recordaba la última noche, antes de regresar, cuando nos despedimos sobre tu mesa, después de una cena como ésta. —Me sonrojé al decírselo, pero su mirada me pedía a gritos que continuara hablando, que le explicara lo que había sentido y, sin poder creerlo, mis palabras salieron de mi boca—. Fue un momento que no olvidaré jamás, pensé que sería la última vez que tú y yo... creí que no volveríamos a vernos, pero me equivoqué.
—Te aseguré que no sería así, que estabas equivocada —me aseveró con ese tono, ese que utilizaba para desarmarme en un segundo, y noté palpitar a mi diosa interior.
—Y ahora estás aquí...
—Me has forzado a venir.
—Yo... —Posó un dedo sobre mis labios para que no dijera nada y se acercó a mí lentamente hasta que me besó; un suave roce de sus labios contra los míos, una mezcla de vino y lasaña que deseaba probar. Apoyé mis codos sobre la mesa y me aproximé a él, retándolo.
Cogí un poco de lasaña y me la llevé a la boca mientras su atenta mirada no perdía detalle alguno. Tragaba saliva torpemente, su nuez subía y bajaba descontrolada, pocas veces lo había visto de ese modo. Y era mío, de nadie más. Él mismo me lo había escrito en el baño y yo había decidido que entrara, pero no sólo a mi casa, sino a mi vida, a mi corazón.
Puse los labios en el borde de la copa de vino y, lentamente, la incliné para que los empapara; los abrí parcialmente, apenas unos centímetros, lo suficiente como para que dejara el sabor de éste en mi boca. Estaba nervioso, se movía sobre la silla, apostaba a que su erección era la única culpable de su malestar, de su descontrol, y me divertía con ello. Acabábamos de reconciliarnos, pero no estaba dispuesta a conformarme, aquel hombre despertaba algo en mí que nunca antes había sentido.
Me arrancó la copa y se levantó agarrando mi mano, obligándome a ponerme de pie. Apartó el mantel y me tumbó allí, tal como hizo en su casa, con la diferencia de que mi mesa era mucho más pequeña y sus brazos debían rodearme en todo momento, hecho que me encantaba, ya que no quería que estuviera lejos de mí jamás. Me besó como si el mundo estuviera a punto de terminar, como si después de hacer el amor fuéramos a desaparecer, y en cierto modo así era... después de esa noche, nuestra vida comenzaba en un punto en el que ninguno de los dos pensó que estaríamos. Yo no lo había dejado todo por él, como me suplicaba siempre, sino que él lo había dejado todo por mí. Fui la persona más feliz del mundo al ser consciente de ello, por tener a Markel... a un hombre con el que podría haber soñado durante toda mi existencia sin creerme que llegaría a ser mío.
El roce de sus yemas en mi mejilla me provocó un escalofrío que me recorrió de arriba abajo, a la vez que un gemido gutural emergió descontrolado de mi garganta. Me apartó los muslos para colarse dentro de ellos y lo besé. Sólo quería sentir sus besos, sus caricias, que me diera algo que nunca nadie me había dado... amor, amor verdadero, como el que encontraba en las novelas románticas que siempre había leído y ahora escribía. Apretó mis nalgas con los dedos, clavándolos allí con tal fuerza que seguramente al día siguiente los tendría marcados, pero no me importaba, me excitaba que necesitara demostrar sus ganas de poseerme, de sentir mi cuerpo suyo y de querer controlarse aunque fuese de aquella forma.
—Ahora suplico sentirte bien. —Me cogió en brazos y caminó con cuidado de no pisar ninguna de las velas que había colocado estratégicamente y, con sumo cuidado, me dejó sobre mi cama. Despacio, se fue deshaciendo de la poca ropa que llevaba puesta; primero me sacó la camiseta y luego me bajó las braguitas a la vez que besaba mis muslos, mis rodillas... hasta llegar a mis pies, dejándome desnuda por completo. Lo único que pude hacer fue agarrarme a las sábanas, estrujándolas entre mis palmas, que se cerraban cada vez que sentía sus besos más intensos. Mi respiración era lenta pero profunda.
Desde mi posición, vi su cuerpo vestido únicamente con sus bóxers negros que contrastaban con su blanca piel. No dejaba de besarme, de lamerme, sin apartar la vista de mí; una mirada penetrante que estaba incendiando mi cuerpo. Comencé a desearlo tanto que mi respiración se aceleró; no pude esperar más y me puse de rodillas delante de él. La comisura de sus labios se curvó de forma ladina y se colocó en el borde de la cama. Yo caminé de rodillas hasta llegar a él y sus manos agarraron mi barbilla mientras su pulgar acariciaba mi piel.
—Te quiero —susurró, y por un instante me quedé sin respiración. Sólo eran dos palabras, pero lo significaban todo, y me las decía a mí directamente, a pocos centímetros de mis labios. No era Darek el que me decía lo que quería oír, no. Darek y Chloe habían desaparecido para dejarnos ser los protagonistas de la historia de amor. Y yo no podía más que sentirme como una niña que acaba de descubrir que el chico que le gusta quiere una cita con ella. Por fin oía esas palabras de su boca y su mirada brillante las ratificaba—. He vuelto para recuperarte y no me preguntes el porqué. Ni yo mismo lo sé, pero de lo que estoy seguro es de que, desde que vi tu foto, quise conocerte, quise besarte y amarte. He sentido que te perdía y quería morirme, morirme por ser el gilipollas que te obligaba a dejar de lado lo que tú más quieres, a tu familia. Por ser un imbécil en ceder a las peticiones estúpidas de Javier, haciendo añicos nuestra relación. —Iba a decir algo, pero me pidió que permaneciera en silencio con un dedo, y yo asentí para terminar de escuchar lo que quería decirme—. Pero jamás... nadie, va a volver a jugar contigo, nadie te va a utilizar. Te voy amar ahora mismo como debería haber hecho el primer día y como quiero hacer todos los días de mi vida.
Sus labios besaron los míos, que estaban inmóviles, pero poco a poco lo recibí, y me sentí la mujer más feliz de mundo. Nos dejamos caer sobre la cama y, abrazados, nos besamos de nuevo; estaba a punto de llorar, pero no como en días anteriores; no estaba triste, ni furiosa, estaba más feliz de lo que nunca había estado. Nos separamos unos segundos y lo miré a los ojos.
—Alguien me dijo que, cuando te mirara, sabría si eras... hora mismo sé que eres el hombre de mi vida. No quiero nada más que no seas tú.
—Soy tuyo, mi vida, ahora y siempre.
Nuestros movimientos se ralentizaron como si ninguno de los dos quisiera separarse ni un segundo del otro; sus manos se colaron tras mi nuca y nos rozamos lentamente, sin dejar de movernos el uno contra el otro hasta que sentí que su miembro entraba sin ningún tipo de problema hasta el lugar más recóndito de mi interior.
Lo único que se oía eran nuestras respiraciones entrecortadas y la sensación de explosión que ambos sentíamos. Cerré los ojos y los apreté con fuerza al sentirme desbordada por las sensaciones; estaba bajo su cuerpo, en una postura muy habitual, pero que nunca habíamos empleado. Y ahora no era sexo, era una declaración de amor en toda regla. Mi cuerpo ejercía fuerza contra él y sus movimientos tenían como objetivo entrar más en cada una de sus embestidas; resultaba una mezcla de dolor y placer que no quería que terminara. Rodeé sus caderas y lo obligué a que me dejara colocarme encima de él; luego me estiré un poco hacia abajo. Su exhalación me hizo sonreír, sabía que la intensidad en esa postura era mayor y comencé a moverme para que su miembro entrara y saliera. Mis caderas orquestaban un sinfín de movimientos perfectamente estudiados para que él explotara de placer, para que obtuviera lo que no había conseguido con nadie hasta entonces, y yo era la elegida para conseguirlo.
Sus manos se clavaron en mis caderas, ayudando a profundizar cada uno de los movimientos... Comenzaba a sentirlo; mi sexo sentía esa sensación indescriptible que me anunciaba lo que iba a ocurrir. No podía pensar en nada, solamente quería forzar ese movimiento que estaba empezando a desestabilizar mi cordura. Lo miré y vi que sonreía, era consciente de lo que me estaba pasando. Continuamos perdiéndonos el uno en el otro, y finalmente Markel me pidió que le entregara mi deseo, que él haría lo mismo conmigo... y fue lo último que pude oír antes de sentir que mis fuerzas se desvanecían y él salía de mi cuerpo rápidamente, explotando entre nosotros dos, que respirábamos exhaustos el uno sobre el otro.
Cerré los ojos y permanecí inmóvil sobre su cuerpo, sobre el deseo que acabábamos de vivir, pero no me importó. Llevaba días sin sentirme yo misma; en ese instante era la dueña de mis sentimientos, de mis actos. Dejaba atrás cualquiera de las fases que había experimentado, para pasar a una nueva que hasta entonces no había conocido, y no era otra tan simple como dejarme llevar y vivir el momento. Ésa era la mejor etapa de todas, una en la que no tenía miedo a nada, una en la que el pasado no importaba, ni influenciaba mis decisiones. Lo único que quería era amar al hombre que tenía abrazado.
—¿Nos damos una ducha?
—No quiero moverme, estoy muy bien —balbuceé en voz baja al estar en estado de paz interior.
—Nena, necesito limpiarme.
—Ve, ahora voy.
Oí que abría el agua, pero no para darse una ducha, sino porque estaba llenando la bañera. Sonreí al imaginarlo tumbado, con los ojos cerrados mientras se frotaba con las manos a la vez que recordaba lo que acabamos de vivir. Pero no quise que lo hiciera él solo, deseaba que, a partir de ese día, lo compartiésemos todo, y que pudiéramos hablar de cualquier cosa. Me levanté de la cama y me acerqué al baño. Me sentía sexi; quería que me mirase y supiese lo que era realmente, sin miedo a que no le gustara. En cuanto se dio cuenta de que estaba frente a él, dio una palmada en el agua para que lo acompañase. Sonreí y caminé con la intención de llegar al baño para coger un poco de papel y limpiarme, pero no me dejó. Me agarró del brazo y tiró de mí; no tuve más remedio que dejar caer el papel al suelo y acompañarlo.
Metí un pie con sumo cuidado de no pisarlo y sentí el calor del agua; no estaba templada como acostumbraba a ponerla yo, sino unos grados por encima de mi confort. Sus brazos me ayudaron a sentarme delante de él; me estiré sobre su pecho y coloqué mi cabeza en su clavícula. Sus labios besaron mis mejillas y sus manos abarcaron mis pechos, que sobresalían del agua, endureciendo mis pezones por la sensación de frío y calor tan contrastada. Luego, su brazo izquierdo me abrazó, acariciando mi vientre, mientras con la mano derecha sostenía la esponja y frotaba mi piel y apenas sentía más que roces que me hacían suspirar y cerrar las piernas con fuerza para soportar la sensación que me invadía.
—Cuando estaba en mi casa y me bañaba, imaginaba que tú estarías haciendo lo mismo en ese instante; podía oír tus gemidos, los mismos que estás emitiendo ahora... y me sentía vacío por estar tan lejos.
—Desde que me fui de Madrid han sucedido tantas cosas...
—Pero ahora estoy aquí. —Ladeó mi cara para poder besarme—. Esther me contó lo ocurrido con Celeste, ha debido de ser duro, tu abuela... tu ma...
—No, por favor, no estoy preparada para hablar de ello. —Me abrazó mucho más fuerte y cerré los ojos intentando dejar la mente en blanco.
—Cuando estés lista, estaré a tu lado para ayudarte en lo que decidas.
Continuamos en el agua unos minutos, no sé cuántos, los suficientes como para acostumbrarme a la situación y no querer que terminara nunca... aunque la temperatura empezó a enfriarse y la piel, a erizarse. Así que abrí el grifo y nos entendimos sin decir palabra alguna. Uno al otro, frotamos nuestros cuerpos mientras el torrente de agua caía sobre nosotros, hasta que nos miramos y sonreímos como dos tontos.
Cerré el agua y, tras enrollarnos en una toalla, él salió del baño, ofreciéndome la intimidad que necesitaba. Estaba parada frente al espejo y descubrí que mi sonrisa era especial; no se borraba de mi rostro. Cogí el peine y comencé a desenredarme el pelo poco a poco. Cuando por fin no tuve nudos, pude empapar de espuma mis rizos y terminar de quitar la humedad de estos con el secador; salí hacia el cuarto y me sorprendió no verlo.
Cogí uno de mis pijamas y salí en su busca. Estaba sentado frente a la chimenea, mirando las llamas como si éstas le estuvieran hablando, como si hubiera hallado su modo de relajación, y así fue, o al menos eso suponía.
Me arrodillé justo detrás de él y lo abracé rodeando su cuello.
—Qué bien hueles —respondió a mi abrazo.
—Igual que tú. —Negó con la cabeza y me ayudó a sentarme sobre sus muslos y ambos miramos las llamas—. He calentado la lasaña; no quiero que te vayas a la cama sin cenar. Ya me han chivado que llevas días sin comer.
—Jolín con mi madre.
—No ha sido ella. —Me miró riéndose.
—No... ¿Aksel...?
Asintió y estalló en una carcajada al ver mi cara de no poder creerlo.
—No sé cómo lo has logrado, pero parece que ya no te odia.
—Hemos hablado y hemos limado nuestras diferencias.
—Me alegro.
Me levanté sin soltarme de su mano y caminamos hasta la cocina. Miró dentro del horno para comprobar que estuviera lista, mientras yo recomponía la mesa. Menos mal que las copas de vino no se habían derramado, así sólo tuve que colocar cada cosa en su sitio y nos sentamos a cenar a las tantas de la madrugada.
Me estuvo explicando que, durante mi desconexión, Esther iba cada día a su casa, que intentaban llamarme y que se iba resignada por no saber nada de mí. Por suerte Aksel supo cómo dar con Markel y, entre todos, se organizaron para sacarme de esa cama que estaba terminando conmigo. No me podía creer que Aksel y mi madre movieran cielo y tierra para que cogiera un vuelo, para que habláramos y, juntos o separados, continuáramos con nuestras vidas.
No podía ser más afortunada; tenía una familia que se preocupaba por mí. Me daba igual que no tuvieran mi sangre, porque, para mí, eso era lo de menos, lo primordial era que realmente les importaba y harían cualquier cosa por mí. Pero me supo muy mal por Esther; estuve tentada a encender el teléfono, decirle que era una estúpida y pedirle que me perdonara, pero ya lo haría al día siguiente, cuando nos despertáramos.
—No lo dudes, toma y escríbele. —Colocó sobre la mesa mi teléfono y lo miré sorprendida; me conocía muy bien, sabía lo que estaba pensando en ese momento. Pulsé el botón para encenderlo y, tras poner los cuatro numeritos que el sistema me pedía para poder arrancarlo, apareció mi foto de fondo de pantalla y comenzaron a llegar notificaciones, mensajes de llamadas perdidas... un sinfín de cosas que me horrorizó mirar. Así que, sin pararme a comprobar nada, abrí la aplicación de chat y le escribí un mensaje a Esther:
Dunia: Si te sirve de consuelo, ahora mismo me odio a mí misma... Perdóname, eres muy importante para mí y no quiero que estés enfadada conmigo. Te quiero, Dunia.
—Gracias.
Me guiñó un ojo. Di un bocado a la lasaña, que, aunque estaba recalentada, estaba deliciosa. Desconocía la faceta de cocinero de Markel... aunque no tardó en desvelarme que la había hecho mi madre y que le había indicado cuánto tiempo debía estar en el horno. Mis ilusiones de no tener que cocinar de por vida se desvanecieron en un santiamén. Pero no iba a ser perfecto, el chico; todo no lo iba a tener un único hombre... ése no existía, por mucho que creyéramos que sí.
Terminamos de cenar y fui hasta la nevera, donde me sorprendió ver una tartaleta de fresas de Grete. Lo miré con los ojos abiertos de par en par y encogió los hombros.
—Ella insistió.
—Y menos mal que lo hizo, ¿tú sabes lo deliciosas que están...? —La boca me salivó sin control. Llevé el plato a la mesa y le ofrecí un trozo.
Estaba deseando que lo saboreara y ver su reacción; yo no había probado un dulce más bueno que ése en toda mi vida. Y efectivamente, sus ojos se abrieron de par en par a la vez que movió la cabeza de lado a lado. Lo único que lograba emitir eran unos gemidos que demostraban que me daba la razón.
—Oh, Dios... ahora sí que tengo claro que no me voy de aquí ni loco. Hablando de ello, llevas una semana sin mirar el correo electrónico y Dulce me llamó para intentar saber qué te ocurría; obviamente exageré la crisis de tu hermano, espero que no te importe. —Negué con la cabeza agradecida por el detalle que tuvo, excusándome ante ella—. Mañana tienes una reunión, en la galería, con María; Dulce me dijo que la informaras al terminar. Yo aprovecharé para organizarme; ya tengo la novela, pero comienzo la promoción en pocos meses, va a ser difícil y estoy aquí.
—Markel, ¿lo que decías en tu nota es cierto? ¿Te quedas conmigo? —No quería oír la negativa, llevaba horas pensando que, una vez más, oiría sus excusas, pero no se quedó callado y agarró mis manos por encima de la mesa.
—Quiero estar contigo, no pienso separarme de ti, ya sea aquí, en España o en Filipinas... Simplemente deberemos organizarnos mejor; eso sí, acostúmbrate a los viajes, creo que vamos a volar a menudo. Dulce ya está al corriente. —Lo miré con cara de sorpresa al saber que ella sabía lo nuestro—. Lo siento, pero pagan mis viajes, les tenía que dar una explicación.
—¿Y tu casa?
—En su sitio, no entra en mis planes que haya desaparecido.
—Te estoy hablando en serio.
—Y yo... Las circunstancias han cambiado. Tu hermano ha tenido una gran crisis por una estupidez de Aksel, pero no lo es tanto: si tú estás lejos, él está mal. Y yo, en Madrid, sólo tengo el trabajo, más bien la promoción; el resto puedo hacerlo aquí. Así que no hay nada más que hablar.
Me levanté y, sin pensarlo dos veces, me senté en su regazo y lo besé. Estaba tan feliz de saber que podría estar con él todos los días, viviendo bajo el mismo techo... y no sólo eso, con mi familia. No tenía que separarme miles de kilómetros de ellos, porque el hombre que tenía delante de mí había decidido que mi felicidad residía en ese lugar y él había dejado su vida por comenzar la suya a mi lado.
—Gracias por venir.
—Gracias a ti por hacerme valorar los pequeños detalles, casi los había olvidado en mi casa. La falta de escrúpulos de Javier me estaba convirtiendo en un ser vacío.
—Oh, sí, en un ser vacío y despiadado. Ya tienes subtitulo para tu thriller.
—Pues no es mala idea... —Miró al frente, valorándolo muy en serio, y no pude evitar reírme a carcajadas, ante su cara estupefacta.
—¿Mañana qué tengo que hacer? ¿Te dijo algo Dulce?
—Que debes ir porque están distribuyendo los tiempos y, sobre todo, porque te explicarán qué quieren que digas y qué no. Piensa que es una biografía muy especial para ellos.
—¿Especial?, es explosiva. Dulce remanente de pasión, así se llaman el cuadro y mi novela. Van a alucinar, que lo sepas.
—Estoy deseando leer la primera obra de Dunia Bergman en solitario.
Parecía increíble, yo iba a publicar mi primera novela, una que había escrito sola, en la que me había adentrado en la historia, haciéndola mía, sin miedo a defraudar a los lectores ni a los propios protagonistas. Aún recordaba cuando Dulce leyó el borrador y me preguntó si ellos estaban de acuerdo en cada uno de los puntos que relataba... y era como para no dudarlo, pues se trataba de una historia muy atípica, más bien sorprendente.
Markel rodeó mi cintura y me aprisionó contra su pecho; ambos olíamos a recién duchados. Ya habíamos terminado de cenar y en lo último que pensaba era en irme a dormir.
—¿Vendrás conmigo?
—¿Lo dudas?
—No. Y eso me reconforta; tu experiencia me trasmite seguridad, la que muchas veces olvido que tengo. Para mí esto es nuevo.
—Cuando comenzamos a escribir la historia, me sorprendí de forma abismal. No pensé que una persona que se dedicaba a hacer pequeñas reseñas lograra acoplarse a mi forma de escribir como si lo llevara haciendo toda la vida. Y eso es porque vales, y mucho. Si no, no habría funcionado.
—Lo ha hecho, porque eres Jean.
—No olvides que, en la portada, pone Markel y Dunia. Ni tú misma sabías quién era yo, y la presentación estaba a rebosar de lectoras igualmente.
—Aún recuerdo cuando todas te vimos aparecer; me sentí pequeñita a tu lado, no sabía qué decir.
—Pues disimulaste muy bien.
—Hablasteis Dulce y tú, yo sólo respondí a vuestras preguntas.
—Pues, cuando te sientes delante de los asistentes, sólo tienes que pensar que para ellos eres importante, que nada de lo que digas o pienses les va a molestar. Todo lo contrario, cuanto más natural seas, más empatía lograrás. Así funciona hablar en público, es muy sencillo.
—Para ti, que llevas años haciéndolo.
—Si dudas en alguna pregunta, o la temes, sonríe y lanza una evasiva. O simplemente mírame a mí, yo estaré siempre a tu lado, aunque creas que no lo esté.
—¿Nunca te cansas de que te llamen por un nombre que no es el tuyo realmente? Para mi eres Markel; ahora... ya no podría llamarte Jean, pero, para muchos, Markel no existe.
—Te acostumbras a la bipolaridad; llega un momento en el que es parte de ti e incluso te extraña cuando te llaman por tu nombre —bromeó riendo.
—¿En serio?
—Te lo aseguro. Aunque a ti no te pasará, no tienes seudónimo.
—¿Y eso es bueno o malo?
—Depende... a veces bueno, a veces malo. Va con la persona y con el fin que persiga.
—No me sentiría cómoda si me llamaran por otro nombre.
—Como... ¿Rizos? —Le di un golpe en el brazo y nos reímos mientras sus dedos se enroscaban en mi cabello. Me encantaba cómo lo acariciaba; era un acto tan íntimo, uno que nunca antes había hecho con nadie, y me sentía especial; era nuestro gesto, el que nadie más sabía, y para nosotros bastaba para demostrarnos lo que uno sentía por el otro.
Recordé el momento en que una chica me paró en Londres y se emocionó al hacerse una foto conmigo; fue una sensación mágica. Pero no tenía nada que ver con lo que le sucedía a él; en cualquier sitio era reconocido, sin duda. Él siempre sonreía superficialmente, una sonrisa que estaba acostumbrado a esbozar mientras posaba en las fotos y con las personas que tenía a su alrededor, que no le importaban en absoluto. Pero ¿de verdad yo llegaría a pensar como él, a actuar delante de la gente, o simplemente quería ser yo misma? Me decantaba por lo segundo, al menos hasta que me viera en posición de que, con ello, afectara mi vida personal.
—Yo también pensaba como tú, y no vale la pena. Debes vivir el momento y almacenar cada uno de los recuerdos en tu retina, en tu mente y en tu corazón, por si algún día se terminan poder agarrarte a ellos.
—Una frase muy sabia.
—Es lo que me dijo mi madre la primera vez que le expliqué que publicaba un libro.
—Debió de ser emocionante para ella.
—No vino a la presentación; ya se había marchado y no iba a coger un vuelo sólo para verme hablar de un libro.
—Lo siento.
—Para nada, gracias a ella soy la persona que soy, eso nunca lo olvidaré.
Eso me hizo pensar en la mía. No la consideraba mi madre, pero le tenía que dar las gracias por haberse ido, por dejar que mi padre fuese feliz y yo con él.
Me parecía muy triste que su propia madre no hubiese acudido a ver a su hijo en la primera presentación de su libro... Podía imaginarlo, como estuve yo el primer día, nervioso, asustado... pero yo tuve algo con lo que él no contó: una familia que me había apoyado desde que se enteraron de que iba a publicar un libro.
Tenía muy claro que, si ellos no hubieran estado en primera fila, no podría haber sido tan feliz como lo fui. La mirada de orgullo de mi padre, la ilusión de Grete porque poco a poco fuera cumpliendo mis sueños... Incluso Aksel estaba sorprendido por la cantidad de personas que nos habían venido a ver.
Me sentí arropada, pero él no experimentó esa sensación y nunca sabría lo que era ver en la mirada de alguien que quieres el orgullo porque cumples tus metas y te superas a ti mismo. No pude evitar abrazarlo con fuerza y se le escapó una carcajada que me dejó confundida.
—No me afecta, me he acostumbrado a ello, ahora no podría vivir con ella, es tan...
—¿Tan qué?
—Hippie.
—Eso me suena...
—Y tú, ¿cómo te sentiste al verla?
—Confundida. Lo que menos me esperaba era encontrarla junto al padre de Celeste. Yo iba muy decidida a que ella conociera a Arthur, que no se quedara sola por no intentarlo, y, cuando me enteré de que la mujer con la que estaba era ella, quise morirme. No pude más que sentir rabia y frustración, y me callé. No quería que se enterara de quién era... hasta que la bocazas de Esther soltó mi nombre y apellido; obviamente ella casi se atragantó y yo salí huyendo como si no me importara nada.
—¿Se lo has contado a tu padre? —Negué en silencio, mientras barajaba la posibilidad de cómo hacerlo—. Deberías, Rizos.
—Lo sé y lo haré, pero a su debido tiempo.
Miré su reloj de pulsera y ladeó la cabeza en señal de molestia. Me levantó y, tras darme una palmada en un cachete, me dijo que teníamos que dormir, que al día siguiente debía estar presentable. Yo me hice la remolona, no quería retirarme tan pronto y menos después de haber estado tanto tiempo separados, pero aparecer en una reunión formal con mala cara no era lo correcto.
Recogimos lo que quedaba en la mesa y fui al baño mientras él se acomodaba en mi lado de la cama. Cuando me paré delante de brazos cruzados, me preguntó qué me pasaba y, con un gesto de la mano, le pedí que se moviera hacia el otro lado. Él se rio y, a regañadientes, lo hizo. Me quité la bata que cubría mi cuerpo y me acosté con un pequeño camisón negro y una braguita a conjunto de lo más sexi.
Cuando sus manos me abrazaron, noté su suspiro, no dejaba de acariciar la fina tela. Intentaba controlarse, pero ése no era mi plan, yo quería vivir la pasión.
Me di la vuelta y, frente a él, lo miré sonriente. Sabía perfectamente que mis pechos sobresalían; estaba jugando con la tentación. Él quiso ser un caballero, pero no pudo resistirlo y se lanzó sobre mí y me besó de forma desesperada.
—Dunia... Dios... me vuelves loco. —Ése era mi propósito, que enloqueciera conmigo y nos dejáramos llevar sin importarnos la hora y las obligaciones.
Sus manos acariciaron mis pechos y bajó la cabeza hasta poder morder la fina tela y besarlos. Esos tiernos besos me estremecieron. Sus manos bajaron con decisión hasta mis glúteos y se adentraron en la tela para clavar allí sus dedos con fiereza. Estaba muy excitado, al igual que yo. Mi sexo estaba húmedo, necesitaba sentir algo y, como si me hubiera leído el pensamiento, posó su miembro erecto sobre éste.
Me moví para profundizar el roce. El calor interno ascendía peligrosamente, necesitaba mucho más de lo que estaba sintiendo, lo necesitaba dentro de mí... de la misma forma que me había hecho el amor en su casa o, mejor dicho, del mismo modo en que me había empotrado contra cualquier cosa para poder penetrarme agresivamente. Eso era lo que me gustaba de él, que podía ser un empotrador y, a la vez, mimarme con sumo cuidado para conseguir hacerme sentir especial. Ése era mi hombre perfecto. El que yo necesitaba y al que amaba sin límites.
—Rizos, yo...
—Átame, quiero que vuelva Darek. —Se paró en seco mirándome de forma lasciva y recorrió con los ojos su alrededor. Agarró mi bata y le quitó el cinturón.
Le ofrecí mis manos y me besó las muñecas mientras las ataba una a la otra para después apresarlas por encima de mi cabeza. Y, como si fuera la primera vez que lo hacíamos, Darek y Chloe regresaron para mostrarnos cómo debíamos disfrutar con nuestros cuerpos y lo que nos ofrecía la imaginación de dos escritores.