Capítulo 19

 

Markel en estado puro

 

 

Se acercó sin dejar de mirar mi cuerpo, cubierto solamente por una pequeña braguita azul. Caminó con paso lento pero seguro hasta ponerse delante de mí, sus manos se posaron en mis hombros y los acarició bajando hasta mis pechos; apenas los rozó, provocando que mis pezones se endurecieran. No satisfecho con ello, bajó una mano hasta mi ombligo, rodeándolo con la suavidad de sus yemas; un escalofrío recorrió mi cuerpo. Un dedo se posó sobre las braguitas para acariciar mi sexo, pero, no contento con la opresión que ejercía la suave tela que lo cubría, hizo fuerza, desgarrándola para deshacerse de ella para luego lanzarla a la piscina.

Me quedé sorprendida, asustada, excitada, jamás nadie me había hecho nada parecido, pero me encantaba; estaba mojada, quería seguir jugando y era obvio que él también. Le desabroché la camisa mientras él se desabotonaba los pantalones... y mi necesidad creció tanto que, cuando ya estuvo en ropa interior, lo empujé, cayendo los dos a la piscina.

Sus manos me rodearon bajo el agua; agarré su nuca y nos besamos... apenas podíamos respirar, pero lentamente emergíamos como si nuestros cuerpos fueran uno únicamente. Dimos una bocanada de aire para continuar besándonos, mientras me guiaba hasta un extremo de la piscina en la que cubría menos, apenas un metro y medio. Agarró mis caderas y me sentó en un pequeño escalón, mis piernas estaban abiertas para él y, justo enfrente, esperaba su miembro impaciente... y no se hizo de rogar. Agarró mis caderas y me sentó, desde donde pude ver cómo salía del agua para colocarse un preservativo y volver hasta situarse entre mis piernas, posando su miembro impaciente en las puertas de mi sexo e introduciéndose en mí lentamente. Posé mis manos en su trasero y presioné. Tras colocarse a las puertas de mi sexo, absorbí su glande. Posé mis manos en su trasero y presioné hacia mí para que interiorizara; necesitaba sentirlo en mi interior y no iba a demorarlo más. Me miró sonriente y, embestida tras embestida, conseguimos llegar al clímax que ambos estábamos anhelando desde hacía horas.

Nuestras respiraciones, forzadas, calentaban nuestra piel fría por el agua; seguíamos abrazados, sin querer separarnos. El rencor y la frustración por la noche anterior habían desaparecido, volvíamos a estar unidos como lo habíamos estado en el viaje y era lo único que necesitaba para despedirme de él.

—Teníamos la cena preparada, pero creo que ya estará fría.

—Ha valido la pena, ¿no crees?

—Prefiero que tú seas mi cena; aún no he saboreado el postre, pero tendrá que esperar.

Lo miré amenazante y, tras reírse, me agarró de la cintura y me levantó de sus piernas. Comenzó a hacerme ahogadillas; no me dio tiempo a respirar bien en una de ellas y tragué agua, provocando que comenzara a toser y casi me ahogara. Con las manos, le salpiqué a modo de enfado y me pidió perdón mientras besaba mi hombro y mi cuello.

Salimos del agua y miré mi ropa; me había quedado sin ropa interior, la había roto y tirado al agua. Se acercó a mí con una toalla y me sequé mientras la enrollaba a mi cuerpo por encima de mis pechos. Él entró al interior a coger algo. El aire que corría me hizo coger frio. Vi su camisa descansando sobre una de las tumbonas y me la puse; no llevaba nada más y sólo me tapaba hasta la mitad de mis muslos. Me senté y esperé hasta que regresó con dos copas en la mano.

Me ofreció una y, tras dar un ligero sorbo, degusté el vino que me había servido; suave pero intenso. Di un sorbo más, intentando paladear el sabor.

—Vamos a comer, Nora ha preparado unos entremeses fríos.

—¿Tienes servicio?

—No, el sueldo de un escritor no da para tanto; es mi vecina, ésa es su casa. —Me señaló una luz que se intuía entre los árboles—. Le dije que vendría contigo e insistió en que ella se encargaría de la cena.

—Qué maja, tu vecina.

—Es como de la familia para mí; mi madre está lejos, ella es la única que me conoce desde pequeño.

Me puse de pie y abrió los ojos sorprendido, no se había dado cuenta de que había cogido su camisa, y por su mirada deduje que le gustaba cómo me quedaba. Se acercó y pasó uno de sus dedos por los botones, hasta llegar al último, el que estaba en el punto estratégico.

—Todo para mí. —Pasó su dedo índice entre mis labios vaginales y luego se lo llevó a la boca, para lamerlo como si estuviera degustando el mayor manjar que jamás había probado.

—Me has dejado sin ropa interior.

—Hoy no la necesitas.

—Ahora mismo, Chloe se sentaría y se ofrecería a Darek, y éste accedería, victorioso y orgulloso de la mujer que tenía delante.

—Envidio a Darek.

Me tumbé sobre una hamaca, con las rodillas elevadas y cerradas, mirándolo atentamente. Su mirada brillaba y sus manos se dirigían sin control hacia su miembro; intentaba controlarlo, taparlo, pero no tenía opción contra su erección, le estaba ganando la partida.

—¿Cuánto quieres tu camisa?

—Nada. —Instantáneamente dejé caer unas gotas de vino justo encima de mis pechos y fui bajando, empapando mi cuerpo hasta llegar a mi sexo. Le ofrecí la copa, que apoyó en el suelo, y permaneció atento a mis movimientos, esperando entrar en el juego en el instante adecuado. Pero eso no era suficiente, quería excitarlo más. Mis manos se posaron sobre mis pechos para masajearlos a la vez que abrí las piernas y, de un tirón, logré que los botones de su camisa salieran disparados, dejando ver mi cuerpo desnudo cubierto de aquel delicioso vino que estaba deseando probar.

Un suspiro es lo único que consiguió balbucear, no había palabras; en ese momento sobraban. Se acercó y se colocó de rodillas a un lado; sus manos acariciaron mis curvas hasta llegar a mi sexo... lo deseaba, no podía disimularlo. Se sentó en los pies de la hamaca y agarró fuerte mis tobillos para arrastrarme hasta él. Inhaló el perfume entremezclado de nuestra pasión, el vino y el deseo. Sopló suavemente mi clítoris, consiguiendo que arqueara la espalda en busca de más, pero esta vez no se lo iba a poner fácil. Quería jugar con mi cuerpo y yo estaba deseando que comenzara.

—Vas a arrepentirte de lo que has hecho.

—Lo dudo — contesté en tono lascivo.

—Viciosa, jamás imaginé que lo fueras tanto.

Sonreí, ni yo misma sabía que lo era, pero ese hombre despertaba en mi cuerpo, en mi mente, una necesidad... por la que olvidaba prejuicios y vergüenza; aquello pasaba a un segundo plano. Me sentía sexi, atrevida y con ganas de explorar nuestros límites.

Su lengua lamió mi clítoris y, junto a unos pequeños mordiscos, logró que mi interior se encogiera. Uno de sus dedos se adentró en mi interior y comenzó a moverse peligrosamente; pequeños jadeos ahogaban mi garganta.

—Nadie te va a oír, demuéstrame cuánto te gusta. —Como si hubiera quitado una mordaza de mi boca, un gruñido salió de mí sin que pudiera controlarlo.

Un dedo más entró en acción, mientras su lengua continuaba lamiendo. Mis manos se agarraron firmes a la hamaca y cerré los ojos dejando aflorar los sentimientos que estaba despertando; poco a poco aumentaban... un pequeño anuncio en mi barriga me informó de lo que iba a suceder en breve. Mis piernas intentaban cerrarse y no permitir que continuara, pero él conseguía controlarlas para seguir, más rápido, más intenso, hasta que unos pequeños espasmos en las piernas subieron hasta mi sexo, sintiendo uno de los mejores orgasmos de mi vida.

Se tumbó sobre mí y me besó. Devoré su boca, sintiendo nuestra pasión durante unos segundos. Apoyé mi cabeza hacia atrás y él posó sus labios sobre mi cuello.

—Ya no imagino mi vida sin ti.

Lo que estaba diciendo no podía ser cierto, sentía lo mismo por él, pero la distancia era una roca en nuestro camino; vivíamos a miles de kilómetros, no podíamos soñar en algo casi imposible, acababa de decir lo que no quería oír.

—Markel...

—Chis, no digas nada, soy consciente de lo que vas a replicar.

—Pero...

—Regálanos esta noche; sólo debemos obviar los impedimentos y soñar con que esto no terminará jamás.

Asentí sin decir palabra alguna, pero las suyas habían entrado directas en mi corazón. Había roto la coraza que tenía creada, apuntando directo a donde no quería que entrara.

Permanecimos tumbados, hasta que un golpe de aire nos sorprendió; había refrescado en segundos. Entramos en el salón; los dos seguíamos desnudos y nos miramos sonrientes. Me dijo que volvía en un segundo y despareció escaleras arriba. Miré a mi alrededor y un reflejo amarillento me llamó la atención. Caminé hasta llegar al comedor, en el que no pude evitar sonreír al ver lo que Nora había preparado: la iluminación de las velas era la única fuente lumínica y sobre la mesa había una botella de vino dentro de una cubitera; a su alrededor esperaban entremeses de todo tipo. Mi estómago rugió al pensar en lo deliciosos que debían de estar.

—Póntelo, estarás más cómoda, y comemos un poco.

—Gracias. —Lo miré y vi que se había puesto unos bóxers limpios y traía en una mano uno igual que el suyo junto a una camiseta interior negra de pico—. Muy varonil.

—Muy sexi.

—¿Puedo ir al servicio? —Me acompañó hasta el otro lado de la planta, donde había un aseo, y me dio un beso en los labios antes de cerrar la puerta, quedándose fuera. Sonreí como si hubiera regresado a la adolescencia. Me miré al espejo y comprobé que mis mejillas estaban coloradas y mis rizos, rebeldes, descontrolados, pero muy sexis, no podía negarlo. Abrí el grifo y me lavé la cara y las manos, y luego me puse los bóxers que me había dejado. Era muy parecido a mis culotte, los que me ponía en casa para estar cómoda. También me puse la camiseta y después me miré al espejo; estaba ridícula, la prenda me venía grande.

Salí avergonzada hasta el comedor, donde él estaba junto al equipo de música, rebuscando unos cedés y, cuando puso el que creyó que le gustaría, se percató de que estaba detrás.

—Jamás te habría imaginado tan sexi con mi ropa.

—Estoy ridícula.

—Para nada, me encantas.

Se acercó y, tras darme un beso en la frente, me apartó la silla para que me sentara; él lo hizo justo delante de mí. Le pregunté sobre la canción que sonaba, pues no la conocía; era la voz de una mujer acompañada de una melodía muy agradable, que nos acompañaba mientras conversábamos.

—Se titula Distance, la canta Christina Perri,[3] es muy bonita.

—Me encanta.

Seguimos comiendo lo que nos habían preparado, mientras jugábamos con las miradas y le acariciaba la entrepierna con uno de mis pies, consiguiendo excitarlo. Notaba su erección, su nerviosismo. Se apartó para que no lograra alcanzarlo y poder mantener un poco la distancia. Fue a llevar los platos vacíos a la cocina. Seguí recogiendo y, cuando me disponía a llevarlo también a la cocina, su mano me paró en seco y me lo quitó, lo dejó encima de un mueble que había a nuestro lado y me subió en volandas sobre su cintura para dejarme caer sobre la mesa mientras con una de sus manos apartaba lo poco que quedaba y me hacía suya, de una forma tan íntima, tan feroz, que me eclipsó por completo.

 

 

Un rayo de sol se colaba por la ventana, proyectando la luz sobre mi rostro; poco a poco me fui despertando. Estaba tumbada en su cama; las sábanas estaban revueltas entre nuestros cuerpos. Desde que terminamos de cenar, habíamos disfrutado una y otra vez hasta que caímos rendidos sobre la cama y nos dormirnos. Me giré para observarlo y vi que tenía algún mechón de pelo sobre la frente. Sexi, ésa era la palabra que lo definía en ese instante, muy sexi.

Como si intuyera que lo estaban observando, abrió un ojo y, al verme despierta, sonrió. Lo besé en los labios y me abrazó más fuerte; no quería que me fuera de su lado y yo me dejé abrazar. Markel tenía tres personalidades bien diferenciadas: primero «Jean», la que conocía todo el mundo, un joven guapo y sexi pero inalcanzable, casi imposible llegar a él; después encontrabas al «pasional», pues se convertía en salvaje, rudo, pero que sabía muy bien lo que hacía para que te sintieras deseada, especial... y por ultimo estaba «Markel», el que tenía frente a mí, el que apenas conocía nadie; una persona cariñosa que necesitaba tener cerca a las personas que estimaba, a quien no le importaba decir una palabra bonita si con ello conseguía una sonrisa. Y no tenía duda de que me quedaba con los tres, cada uno para un momento diferente. La combinación de todos daba como resultado el hombre perfecto.

—¿Qué tienes que hacer hoy?

—Debería ir un rato con Esther; mañana no podré estar con ella y luego ya me voy —dije en voz baja casi en un suspiro, sabiendo lo que significaba aquella frase.

—Creo que ella tiene otro plan.

—¿Y tú qué sabes?

—Más que tú, obviamente.

Cogí la almohada y le di un golpe en la cara, para vengarme de su sentido del humor matutino y, sobre todo, por saber más que yo, sin duda. Comenzamos una guerra en la que acabé en el suelo y rindiéndome entre risas. Se levantó y se fue a la ducha, riéndose de mi postura, pero no hice ni caso y fui tras él.

Le rodeé la cintura y me agarró los brazos para adentrarnos bajo el agua; se dio la vuelta y levantó los brazos para mojarse el cabello y sus bíceps aparecieron escandalosamente ante mí. Agarró con una de sus manos el champú y, en vez de lavarse él, empapó mi cabello y lo frotó ejerciendo un masaje; cerré los ojos y sentí sus dedos y cómo, con suma delicadeza, conseguía relajarme.

El agua no dejaba de caer sobre nosotros, retirando el jabón de nuestros cuerpos; continuamos duchándonos uno al otro, hasta que llegué a su miembro.

—Como sigas, no saldremos de la ducha y tendremos un problema.

—¿Por qué?

—¿Sabes qué hora es? —Negué con la cabeza esperando a que me lo dijera—. Las cuatro de la tarde.

—¿Ya? —Me quedé unos segundos atónita—. ¿Te esperan?

—A los dos.

—¿Quién?

—Todos. Vienen a cenar.

—No tengo ropa interior y no voy a ponerme lo mismo que llevaba ayer, tengo que ir a casa de Esther.

—Es tarde, mejor vamos a una tienda cercana y te compras algo.

Asentí nerviosa. ¿Cómo podían haber organizado una cena sin avisarme? No tenía de nada, ni espuma, ni secador, ni bragas. ¡Madre mía, qué locura había cometido!, con lo prudente que siempre había sido, no sabía cómo había llegado a encontrarme en esa tesitura.

Salimos de la ducha y me miré al espejo. Mis manos pasaron por mis rizos sin saber qué hacer con ellos. Él me observaba desde el lateral; estaba sonriendo, pero yo no le veía la gracia.

—Tengo que ir a casa, no tengo espuma, ni pinturas, nada...

—No te preocupes, está todo controlado.

—¡Pues no sé cómo! —Suspiré resignada.

—Hazme caso. —Rodeó mi espalda e hizo que la toalla cayera, quedando desnuda delante de él. Sus manos agarraron mis nalgas mientras me besaba con pasión. Su lengua devoraba la mía. El deseo creció, consiguiendo que olvidara lo que estaba pensando minutos antes, para centrarme en los besos y las caricias.

Me obligó a entrar en la habitación y allí estaba mi falda junto a la camiseta básica que llevaba el día anterior. Me vestí sin saber qué hacer con mi cabello; me miré en el espejo que había en la pared y no tuve más remedio que recogerlo por completo; por suerte, en el bolso tenía un par de horquillas, así que, con la goma que tenía en la muñeca, me recogí la melena en un moño alto.

Bajé las escaleras en dirección al recibidor, estaba incómoda sin braguitas, lo sentía más sensible que nunca. Pasé por la cocina y me quedé alucinada, la mesa estaba puesta y había de todo: fruta, zumo, bollería... vi que Markel bajaba, así que él no lo había preparado. Lo miré, alzó los hombros y me dijo que había sido Nora. Reí y nos sentamos para desayunar un poco antes de marcharnos.

—Deberíamos estar merendando, no desayunando.

—Nos acostamos a las siete de la mañana.

—¿Tan tarde? —Intenté calcular mentalmente—. Pero ¿cuántas horas...?

—Muchas —Emitió una gran carcajada.

Terminamos, recogimos la cocina y nos montamos en su coche. Me dijo que muy cerca había un centro comercial, donde encontraría de todo. Respiré aliviada y mi humor cambió completamente. Le pregunté si la cena era porque me iba. A regañadientes, me lo confirmó; su expresión denotaba que no quería que me marchara, pero no tenía más remedio que aceptarlo.

Cuando llegamos al centro comercial, dejamos el vehículo aparcado en la planta subterránea y subimos en el ascensor hasta la segunda planta. Al salir, me encontré con algo que no esperaba: todas las tiendas eran de prestigiosas marcas. Lo miré y sonrió, pero yo no era de gastarme mucho dinero en ropa, todo lo contrario.

—Es un outlet.

—Menos mal, pensé que tendría que donar un riñón para pagar. —Conseguí que sonriera.

Entramos en una tienda que siempre me había gustado pero en la que pocas veces había entrado porque mi bolsillo no podía asumir aquellos precios, y, cuando vi rebajas del setenta por ciento, mis ojos se abrieron como platos. Caminé entre los colgadores y vi un pantalón de pinzas de raso negro, bastante brillante y de tiro bajo, que con un zapato plano quedaría divino. Busqué la etiqueta y vi el precio; no podía creer que sólo costara veinte euros, era lo que me solía gastar, ni más ni menos. Miré la talla y era la mía, así que me lo colgué de un brazo y seguí caminando.

Markel se paró y cogió una camiseta turquesa muy básica caída de un hombro que me encantó; miré la talla y le dije que ya tenía el modelo para la noche. Rio divertido y me preguntó si no me lo iba a probar; negué horrorizada. Odiaba probarme la ropa, no era de las que se pasaba horas en las tiendas. Caminé hasta el mostrador y le pedí a la chica que me cobrara; él permaneció en un segundo plano hasta que me di la vuelta con la bolsa en las manos.

—Ahora sólo necesito ropa interior.

—No la necesitas.

—Sí, estoy incómoda.

—A mí me gusta saber que no llevas ningún impedimento para hacerte mía en cualquier instante.

Lo miré desafiante y lo entendió; me señaló hacia la derecha y caminamos hasta llegar a una tienda de lencería. Compré un tanga negro muy simple, básicamente era diminuto. Con ello ya estaba lista, bueno aún no, me faltaba adquirir espuma moldeadora, era la única forma de controlar mis rizos.

Cuando le dije lo que quería comprar, me dijo que Esther me traería lo que faltaba, que ya había hablado con ella. Puse los brazos en jarra y me paré en seco. Él se divertía mucho, pero a mí no me hacía gracia que me organizaran la vida ni que hablaran de mí a mis espaldas. A ver qué tipo de fiesta iban a montar, miedo me daban.

—¿Me vas a decir qué plan tenéis?

—No puedo.

—Sé cómo es Esther, así que me espero cualquier cosa.

—Pues espérala —bromeó.

Me agarró de la mano y caminamos hasta pasar por delante de una cervecería. Me miró y me planteó con la mirada si entrabamos; asentí. Habíamos desayunado tarde, pero ir de compras me había abierto de nuevo el apetito. Nos quedamos en las mesas que daban al pasillo del centro comercial y, tras mirar la carta, nos decidimos por pedir unas tapas junto a una cerveza.

Cuando di el primer trago, añoré mi ciudad, mi Mack tradicional fabricada cerca de casa.

—Cuando vengas a Noruega, probarás una cerveza de verdad.

—Y esto... ¿qué es?

—No tiene color al lado de la nuestra; son naturales, y deliciosas.

—Tendré que probarla, no hay duda —contestó antes de llevarse un calamar a la boca.

Mi mente se trasladó al instante a Oslo, a la taberna, al ambiente de allí, tan diferente pero tan especial para mí, no tenía nada que ver. Sólo me quedaba un día para disfrutar de Madrid y de las personas que dejaría atrás, y me apenaba más de lo que hubiera imaginado.

Recordé el momento en el que me crucé con Javier. ¿Qué haría él en Noruega? No se lo había preguntado en ningún momento.

—¿Javier viaja a Oslo habitualmente? —quise saber muy interesada.

—¿Cómo sabes que viaja allí? Tiene una exposición de uno de sus representados.

—¿Cuál?

—Una de dos pintores bastante reconocidos.

No podía ser otra, era la que fui a ver con Grete, en la que trabaja Assa. Me gustó tanto... recordé la galería proyectando las imágenes de los cuadros, eran fantásticos; en cuanto regresara, volvería a ir.

—Sé que María es la dueña, comenzó aquí en Madrid. Al presentar la exposición, la reconocieron como miembro de una de las galerías de una escuela de arte muy importante de Nueva York donde ella estudió, no sé nada más.

—Yo la visité en Oslo y me encantó.

No pudimos seguir hablando, ya que su móvil comenzó a sonar. Miró la pantalla y me pidió que le diera un segundo; vi cómo caminaba por el pasillo, de un lado a otro, mientras reía en voz alta y negaba con la cabeza. No sabía de quién se trataba, pero parecía que era un amigo, por sus expresiones. Se giró e intenté disimular que estaba atenta a su conversación. Cogí mi teléfono y me sorprendí por la cantidad de notificaciones pendientes de leer. Me iba a resultar imposible ponerme al día, así que me centré en repasar aquellas en las que habían dejado algún comentario o me habían mencionado, y las que contenían alguna foto e incluso el link de alguna canción.

Me quedé boquiabierta cuando leí un comentario de una persona que me había mencionado. Abrí la pantalla y leí cómo rumoreaban que estábamos juntos, que una persona nos había visto en la feria del libro. No podía entender cómo a la gente le daba tanto morbo saber cosas personales de los demás, pero sí tenía claro quién había difundido los rumores, era Verónica, pero esta vez no me importó. En parte era culpa mía: yo habría podido disimular y no quise hacerlo, y ya sabía que no se quedaría callada.

—¿Qué lees? —oí mientras se sentaba en la silla, con el móvil en la mano.

—La gente se aburre. —Le mostré la pantalla y comenzó a reír como si nada.

—¡Qué será lo próximo! ¿Tal vez tienes pensado mudarte a Madrid a vivir conmigo y todavía no me has dicho nada? ..., no hagas ni caso a esto. Lo importante son las ventas, y van realmente bien.

—Eso me comentó Dulce; aún no me lo creo.

—Pues créetelo de una vez. Tenemos que marcharnos.

Llegamos a su casa y me comentó que tenía que terminar de escribir una cosa que debía entregar; se fue directo al salón, donde tenía un escritorio repleto de papeles rodeando un ordenador portátil. Lo encendió y puso música de fondo. Yo decidí tomar un rato el sol, disfrutar de la temperatura que pronto iba anhelar, así que, sin pensar en nada, me quité la ropa y me lancé desnuda a la piscina. Nadé de un lado al otro un par de veces, hasta que me paré frente a la parte que menos cubría y recordé lo que había pasado la noche anterior; giré la cabeza hasta la hamaca y sonreí.

Nunca había sido tan atrevida con ningún hombre y ni siquiera hubiera imaginado que fuera capaz a hacer aquellas insinuaciones para intentar, y lograr, excitarlo. Por fin encontraba a un hombre con el que podía ser yo, sin importarme lo que pudiera pensar. Un pinchazo en el estómago me recordó que nada era tan fácil y, por mucho que deseara estar a su lado, teníamos fecha de caducidad. En cuanto pusiera un pie en el avión, todo cambiaría. Él seguiría en Madrid, perseguido por cientos de mujeres, y yo volvería a mi país, a la soledad de mi hogar.

Oí un ruido y vi que estaba apoyado en el marco de la puerta, observándome. Le sonreí y él comenzó a dar pasos para acercarse hasta donde me encontraba. Iba descalzo y sin camiseta, dejando ver sus abdominales y la silueta de su cuerpo. Quería paralizar el tiempo, que las horas no pasaran, pero no sabía cómo hacerlo posible.

Me dio una mano y, ejerciendo una fuerza insólita, me sacó del agua. Miró en todo momento cada centímetro de mi piel desnuda; su sonrisa lasciva, junto a aquellos ojos de deseo, consiguieron encender mis ganas de volver a estar entre sus brazos. Deseaba que me tocara, que me besara. Miró el reloj que llevaba en la muñeca y me dio una toalla, dejándome petrificada.

—Están a punto de llegar, será mejor que te des una ducha y te vistas.

—¿En serio?

—En serio.

—Me vas a negar esto... —colé mi mano en su pantalón, agarrando su miembro excitado con los dedos—... y esto... —Me acerqué y besé su pezón, endureciéndolo con mi juguetona lengua.

—Deseo seguir, pero están a punto de llegar —consiguió contestar entre gemidos.

—Diles que se vayan.

—No puedo. —Se alejó un poco, como si le estuviera quemando, y me cubrió con la toalla.

—¿Estás seguro de lo que estás haciendo? —lo amenacé mientras la dejé caer, dejando una vez más mi cuerpo desnudo ante él. Pero el timbre sonó y me miró indicándome que ya me había avisado; cogí la toalla rápidamente.

Ya estaban allí, tal y como me había dicho; hizo tiempo para que lograra subir a la habitación para que nadie pudiera verme. Abrí el agua de la ducha y me metí sin dejar que se calentara, necesitaba templarme. Salí del baño ya vestida, con el pelo empapado. Por fin llevaba ropa interior limpia, me sentía cómoda.

La puerta se abrió y apareció Esther sonriente. Alzó las manos y vi que llevaba lo que necesitaba para acabar de arreglarme. Le di un beso en la mejilla y me dijo que me sentara, que ella me iba a terminar de acicalar.

Y así lo hizo. En poco más de veinte minutos había pasado de tener unos rebeldes rizos a unos con volumen y ondulados, y me había maquillado de forma que parecía otra persona. La ropa que me había comprado era informal, pero yo me sentía guapa y sexi.

Cuando comenzamos a bajar las escaleras, oí la voz de Javier. Me crucé de brazos mientras mi mirada le inquiría en busca de una explicación, pero sólo obtuve un movimiento de hombros y silencio por respuesta. Conforme bajábamos las escaleras, oí más voces, pero no sabía a quién pertenecían.

Pero no tardé en asimilar lo que estaba ocurriendo: allí estaban Dulce y Javier, junto a dos amigas más, dos internautas con las que mayor confianza tenía, y todos me miraban sonrientes. No era más que una simple cena de despedida. Mi estómago se encogió al ver a Markel con un tejano claro y una camisa azul cielo que se perdía en la cintura de su pantalón; sus gafas negras de pasta ocultaban sus ojos, pero desde la lejanía podía ver cómo me miraba alegre; estaba disfrutando de la sorpresa que me habían organizado.

—Sonríe un poco —me dijo Esther dándome un golpe en la espalda.

—Lo hago.

—¡No! —gritaron todos a la vez.

—Es que no quiero irme...

—Pues quédate —intervino Esther como si fuera tan fácil esa opción.

—Que sencillo lo ves.

Comencé a dar dos besos a cada uno, hasta que llegué a Markel. No sabía cómo comportarme, la mayoría de ellos sabían que había algo entre nosotros, pero, mis dos amigas, no. Antes de decidirme ya me había rodeado la cintura y plantado un beso en los labios. Me giré expectante, pero hicieron como si no hubiera pasado nada, hecho que me hizo sentir más cómoda.

Salimos a la terraza, donde había una gran mesa preparada para la cena. La comida ya estaba servida; una vez más, Nora lo había preparado todo... pero ¿cuándo? Sólo hubo un momento en el que pudo rondar por el jardín, y fue cuando yo me bañé desnuda. Mi estómago se contrajo al pensar que podía haberme visto.

Me fui a sentar cuando Markel me pidió que lo ayudara. Asentí mientras lo acompañaba, dejando al resto en el jardín. Entré por la puerta de la cocina tras él; de pronto se giró y me subió a la encimera, sin darme tiempo a reaccionar.

—Nos van a ver.

—Me da igual. Desde que te he visto bajar, he necesitado besarte, y pienso hacerlo, aquí y ahora.

Sus labios devoraron los míos sin piedad. A pesar de poder ser visto, no le importó; me abrazó, me besó y me acarició hasta que oyó un ruido y me bajó en un movimiento rápido y conciso. Vimos entrar a Javier, que bromeó diciendo que sólo venía a por el vino, que siguiéramos a lo nuestro. Markel fue hacia la nevera, lo cogió y, tras ponerlo en una cubitera, salimos los tres a comenzar con la cena.

La conversación fue amena. Me sentía muy cómoda compartiendo mi última noche con cada uno de ellos; la confianza había ido creciendo desde hacía días, tanto que parecía que los conocía de años.

Javier ya no me parecía el déspota y chulo del principio, y con Markel había pasado por todas las etapas: lo había odiado, ignorado y amado. Dulce era como su nombre indicaba, una mujer seria pero con una dulzura que había enamorado mi corazón, no podía sentirme más agradecida de que fuera mi editora. Esther, ¿qué iba a decir de ella?, la miraba y era la alegría, mi fan número uno, mi salvadora... se había encargado del blog, de las redes sociales, de todo lo que me había hecho falta, mientras yo estaba de viaje. Conocía a mis dos amigas blogueras de las presentaciones y de hablar horas y horas por teléfono o a través de Internet. Los miraba a todos y me sentía feliz de tenerlos a mi lado, del apoyo que me habían demostrado.

Di un bocado a la comida, cuando Esther gritó que no aguantaba más. Todos rieron por su reacción, y yo me quedé esperando a ver qué era lo que no podía esperar. Se levantó y fue al comedor; regresó con los brazos a la espalda, escondiendo algo. Gritó como una auténtica loca que deseaba que me gustara y me dio un paquete. Era un libro, no cabía duda por el tamaño y el grosor. Rompí el papel y abrí los ojos de par en par, alucinada.

No podía creer que me hubiera hecho un fotolibro. En la portada salían cuatro imágenes: una mía en el centro; a su derecha, una de las dos; justo debajo, una de todos en una de las presentaciones y, encima, una en la que salíamos Markel y yo con el libro. No pude evitar que se me cayeran las lágrimas, me había emocionado de verdad. Pero, cuando abrí la cubierta y vi las fotos de cuando nos conocimos, aún fue mucho más emocionante. Una tras otra mostraban el recorrido de nuestra amistad, hasta llegar al presente. No me podía haber hecho un regalo mejor, me encantaba, y lo iba a guardar como mi tesoro más preciado.

Me levanté de la silla y la abracé; las dos comenzamos a llorar como dos tontas. No podía negar que era la mejor amiga que tenía; apenas nos veíamos por la distancia que nos separaba, pero, de un modo u otro, siempre estábamos cerca la una de la otra.

Seguimos comiendo y bebiendo entre risas, Markel hablando con las chicas como si las conociera de siempre y éstas, aunque lo disimulaban, encantadas de conversar con Jean, porque para ellas así se llamaba. Yo los observaba mientras hablaba con Dulce, que me estaba informando de lo que sucedería a partir de aquel momento. Me comentó que nos pedirían que escribiéramos un pequeño relato del después de Darek y Chloe; yo le dije que la idea me entusiasmaba, que aún podíamos darle mucho juego a la historia, la de los tres. Saber cómo se desarrollaría el futuro me alegró; ella, al verme tan animada, me avisó de que estuviera disponible, de que era casi seguro, y que ya contactaría conmigo.

Por suerte ya no había más presentaciones. Debería responder por escrito alguna entrevista y, en el caso de programas de radio, podría hacerse por Skype, así que estaba todo controlado. Terminamos de comentar los últimos detalles y ella se despidió del resto; normalmente no regresaba tarde, ya que, al tener a la nenas, prefería volver pronto a casa.

Las chicas también decidieron marcharse, ya que se hacía tarde y debían volver al centro. Nos quedamos los cuatro. Javier no dejaba de presionar a Markel con que se lo tenía que entregar al día siguiente a primera hora; supuse que era lo que había estado escribiendo por la tarde mientras yo me bañaba en la piscina.

Tenía la mirada sería e intentaba convencerlo de algo, pero Javier no cedía, tenía clara su negativa y Markel se resignó. Yo subí a la habitación de Markel para recoger todas mis cosas, cuando sentí que me estaban observando.

—Hola —contesté cabizbaja.

—¿Te vas?

—Tengo que hacer la maleta, iré a la feria con ella y, de allí, al aeropuerto.

—Dunia...

—No digas nada, por favor, los dos sabíamos que nuestra aventura tenía fecha de caducidad.

—Para mí no la tiene.

—No será lo mismo. Markel, mañana hablamos, por favor.

Fui hacia la puerta, pero se paró en medio para que no pudiera pasar. Suspiré, pero no quise mirarlo a la cara; sabía que, si lo hacía, no me iría, y tenía que recoger las cosas de casa de Esther, no tenía más remedio.

—Mañana nos despertamos antes y lo recogemos todo.

—Creo que Javier te ha pedido que le hagas algo.

—Y lo haré, pero no te vayas.

Esther estaba en la planta inferior con Javier, esperándome. Sabía que estaba deseando pasar nuestra última noche conmigo, pero... lo veía a él frente a mí y... ¿cómo no iba a dudar si quedarme, si hacía tiempo no sentía nada igual?

Tenía en una mano el bolso, en la otra una bolsa con ropa y sus ojos fijos en mis actos, en mis gestos, y no podía sentirme más nerviosa y confundida. ¿Qué era lo que debía hacer?, ¿a quién debía hacer caso, a mi corazón, a mi cabeza o a mi sexo? Éste hacía días que tenía opinión propia.

Noté que las voces que instantes antes se oían habían desaparecido; intenté afinar el oído para percibirlas, pero nada.

—¿Dónde están?

—Esperando. Quédate, no vuelvo a repetirlo más.

Se apartó de brazos cruzados y bajé las escaleras. Miré en el salón y no había nadie. Fui a la cocina y tampoco, salí al jardín y silencio absoluto. De pronto sonó un mensaje en mi teléfono móvil, abrí el bolso que tenía en una de las manos y lo cogí.

 

Reina, quédate con él, necesitáis una despedida en condiciones. Yo mañana te veo. Te quiero, mi rubita preferida. Ah, más vale que devores el cuerpo de ese bombón o no te lo perdonaré.

 

Una sonrisa se me escapó y su rostro me indicó que sabía lo que había sucedido. Miré mis manos cargadas con mis cosas, hasta que se acercó y muy caballerosamente las dejó sobre el mueble. Estaba delante de su cuerpo y viendo quién era Markel en estado puro.

A través de sus palabras
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