Capítulo 16

 

El error lo has cometido tú

 

 

—Dulce, estoy cansada.

—Apenas hemos andado, parece que no hayas dormido.

Si ella supiera la noche que había pasado... estaba agotada, no podía con mi alma, sólo quería tumbarme en la cama y dormir, dormir y dormir. Pero no, estaba caminando de una tienda a otra, mientras Dulce compraba de todo para su familia.

—Comemos algo y vamos al hotel, debes descansar para esta tarde; sé que va a venir mucha gente, al menos eso se comenta.

—Es increíble, aún no me creo que esté aquí.

—Pues tú sola lo has conseguido. Te puedo asegurar que acepté porque la historia me enamoró.

Me sentía halaga porque reconociera que le había gustado y no que hubiera accedido a publicarla porque Jean fuera uno de los autores. Seguíamos andando y no dejaba de pensar en todo lo que estaba ocurriendo, ya no sólo con la novela, sino con mi vida. Jamás me hubiese imaginado que estaría pensando en Jean como Markel, y menos aún haber pasado una noche con él, pero así era...

Dulce me indicó que comeríamos en un restaurante y, al ver la carta, no lo pensé: una paella; no podía irme de Valencia sin comer una, eran deliciosas.

Durante el almuerzo me contó que al día siguiente regresaríamos directos a Madrid para llegar a tiempo a la feria del libro; asistiríamos dos de los tres últimos días. Era cuando solía haber más público, y seguro que muchas personas estaban impacientes por vernos. Su mirada brillaba, denotando el entusiasmo que sentía por su trabajo y lo mucho que confiaba en los autores a los que representaba.

El camarero nos interrumpió posando una paellera delante de nosotras, y las dos nos servimos en nuestros platos. Empezamos a comer, saboreando cada uno de los ingredientes que la componían. De pronto el sonido de mi móvil me interrumpió. Busqué en el bolso hasta que logré dar con él y leí mientras evitaba sonreír.

 

Estaré en mi habitación en una hora, te espero.

 

Dudé en si contestar o no, pero, tras unos instantes, cogí el teléfono y tecleé rápidamente.

 

En cuanto consiga regresar, allí estaré.

 

Guardé en mi bolso el móvil muy sonriente.

—Dunia, ten cuidado.

—¿Por?

—Conozco a Jean; tiene muchas amigas y no me gustaría que sufrieras por su culpa.

—Pero... —Era obvio que no sabía disimular, por mucho que lo intentara. Me sentía avergonzada, culpable.

—¿Crees que no sé qué has estado haciendo estos dos días? Soy mujer y tu mirada te delata; además, no os habéis separado en ningún momento. Es sólo un consejo, eres mayor y puedes decidir. No tienes que esconderte de mí y menos de Javier, es peor que vosotros dos.

—Gracias, Dulce, tendré cuidado, pero no sé qué me pasa con él.

—¿Es perfecto?, ¿no le encuentras ningún fallo? —Asentí avergonzada—. Muchas me han dicho lo mismo, pero conseguir que no os aparte de su vida resulta lo más difícil. Markel es diferente, y se cansa rápido de las mujeres; muchas han venido a llorarme y las he visto sufrir.

—Yo me voy a ir en unos días, y sé que todo se terminará, así que no quiero pensar, sólo disfrutar del momento.

Levantó la copa de vino para poder brindar y choqué la mía contra la suya mientras ella decía «arriba las mujeres seguras de sí mismas». Sonreí y negué con la cabeza mientras me llevaba la copa a los labios.

 

 

Salí del ascensor y miré su puerta. Sabía que aún no había llegado, pero di unos suaves golpes respondiendo a mis dudas. Todavía no estaba. Entré en mi habitación y, sin pensar en nada más, me lancé sobre la cama. Luego me percaté de que habían limpiado y ordenado el cuarto. No había nada por el suelo, y todo estaba perfectamente doblado.

Luego miré el techo y cerré los ojos, dejándome vencer por el cansancio de los días anteriores.

—Te he esperado más de dos horas y no has venido. —Una voz me hablaba en mis sueños, pero no era capaz de reconocerla y ni tan siquiera de abrir los ojos; éstos me pesaban tanto que necesitaba dormir un poco más—. Como llegues tarde, Dulce se va a enfadar.

«Alerta», eso entendió mi mente, algo no iba bien. Abrí los ojos y vi que Markel estaba a mi lado, vestido con una camiseta azul marino y con unas gafas de pasta del mismo color, peinado. Miré el reloj y me quedé muda: tenía sólo quince minutos para bajar a recepción y ni me había duchado.

Salté de la cama, fui directa a la maleta y saqué una a una las prendas que tenía dobladas en ella, pero no sabía qué ponerme; estaba alterada, nerviosa, mientras él me miraba sonriente.

—¿Cómo has entrado?

—Me has dejado plantado.

—Me he dormido, pero eso no responde a mi pregunta.

—Soborné al chico de recepción. Dúchate, yo te preparo la ropa. —Lo miré con cara de «¿estás de broma?».

—¿Tienes alguna opción mejor? —Miró a su alrededor en busca de alguien, pero obviamente no había nadie más. No tenía más remedio que meterme en la ducha a toda prisa y después ya decidiría lo que me iba a poner.

El agua caía sobre mí, mientras me enjabonaba y me lavaba el cuerpo lo más rápido que podía. Apenas tardé cinco minutos. Luego salí de la ducha a toda prisa con el cabello empapado, lo impregné de espuma y me miré en el espejo, decidiendo cómo debía peinármelo. Tenía que ser algo rápido, la plancha era lo primero que debía descartar, así que no me quedó otra que recogerme el flequillo hacia atrás y dejar el resto suelto, era la única forma de domar aquella cabellera rebelde.

Me peiné hacia atrás desde la frente; así conseguí atrapar los rizos que caían por mis mejillas y los agarré con dos horquillas al final, mientras con las manos dirigía el resto de cabello donde debía permanecer.

Salí del baño únicamente con la toalla, y me quedé parada al ver un vestido blanco de tubo de manga corta, con una pequeña abertura en la espalda; no lo reconocía.

—¿Ese vestido?

—Tú sabrás, yo sólo lo he sacado de tu maleta.

—Seguro que Esther lo puso ahí. —Sonreí al imaginarla guardándolo sin que yo me enterara.

Fui hacia la cama, y vi que había escogido un conjunto de ropa interior que también había elegido ella; era muy sexi, más de lo que yo acostumbraba a utilizar, pero era un buen momento.

—Tienes cinco minutos.

—No me lo recuerdes.

Cogí la ropa interior y, bajo su atenta mirada, me cubrí sin quitarme la toalla, no me sentía cómoda. Por mucho que me hubiera acostado con él, no era de las que les gusta pasearse desnuda así como así. Sabía que él estaba disfrutando a mi costa, pero no tenía tiempo de recriminarle nada. Abrí la cremallera del vestido y me lo puse hasta darme cuenta de que no me lo podía abrochar.

Lo miré, y él sonrió. Sus manos se posaron justo al final de mi cintura, casi llegando a mis glúteos, mientras sus dedos atrapaban la tela y subían poco a poco la cremallera.

Mi piel se erizó por instantes, pero no tanto como cuando sentí sus manos apartar mi cabello y besar mi cuello. Mi estómago se encogió, y mis braguitas se empezaron a empapar... y acababa de ponérmelas.

—En cuanto regresemos, voy a hacer trizas ese vestido y, cómo no, esas braguitas de encaje que acaban de volverme loco.

—No me digas eso, por favor —balbuceé mientras giraba la cara en busca de sus labios.

Me besó tan ferozmente que nubló mis sentidos; si no hubiera estado agarrándome por la cintura, me hubiese caído en ese mismo instante.

—Tenemos que salir.

—No, me falta maquillar.

—Creo que no te da tiempo.

Me apartó y se dirigió a la puerta dejándome paralizada, hasta que reaccioné y cogí mi bolso y mi pequeño neceser de emergencia. Cerré la puerta y nos dirigimos al ascensor mientras le pedía que me aguantara el neceser. Abrí un bote de crema y, después de verter un poco en la palma de una de mis manos, me la expandí por el rostro, consiguiendo un tono muy natural. Cogí la brocha que había dentro del neceser y, tras dar unos ligeros toques sobre los polvos faciales, dibujé un invisible trazo que consiguió darle color a mi piel.

Las puertas del ascensor se abrieron justo en el instante perfecto. Saqué el delineador de ojos y me pinté el contorno de ambos ojos para luego impregnar mis pestañas con rímel. Me miré al espejo y me vi perfecta; discreta y natural, como a mí me gustaba.

—Bárbaro, qué habilidad. Nunca había visto un maquillaje exprés.

—Seguro que has visto a mujeres que necesitan kilos de maquillaje para sentirse bien.

—Tú no los necesitas.

—Adulador.

—Realista.

Se abrieron de nuevo las puertas y Javier silbó al verme mientras me miraba de arriba abajo. Dulce sonrió y nos recriminó la tardanza, como ya era costumbre.

Nos montamos en un taxi que nos llevó directos a la presentación, en la misma cadena de centros comerciales donde la hicimos en Madrid, pero esta vez en Valencia. Al entrar oímos el revuelo procedente de las lectoras, y caminamos sonrientes hasta estar dentro de la sala. Markel agarró mi espalda y me guió hasta la mesa desde la que hablaríamos.

Me senté y observé la cantidad de personas que habían acudido; estaban todos los asientos ocupados y mucha gente de pie, sonriente, esperando a que el acto comenzara. Aguardamos a que Dulce entrara, ya que estaba fuera conversando con los organizadores. Mientras tanto, cogí mi móvil y, antes de apagarlo, vi un mensaje. Abrí la pantalla y comprobé que era de Esther.

 

Amiga, qué ganas tengo de verte... espero que todo vaya bien, te sigo por Twitter, me entero de todo.

 

—¿Quién es? —me preguntó intentando conversar un poco antes de comenzar.

—Esther; está loca.

Dulce se acercó e inició el acto como en el resto de las presentaciones. Habló un poco de cada uno de nosotros, y de la novela, antes de darnos paso. Cuando nosotros hablamos de la novela, no podía dejar de sonreírle, y él, en cada una de sus palabras, dejaba entrever lo bien que nos llevábamos y lo afortunado que era de haberme conocido gracias a la obra. Sin duda, parecía que estuviéramos solos mientras conversábamos el uno del otro.

Se abrió la ronda de preguntas y las lectoras no lo dudaron un momento: estaban muy interesadas en saber cómo habíamos congeniado tanto para conseguir esa historia y qué parte había escrito cada uno; también querían saber más sobre futuros proyectos. Yo dije que, de momento, estaba centrada en éste. ¿Cómo iba a pensar en algo más, si aún no me podía creer lo que me estaba ocurriendo? Él sí tenía; era un escritor de éxito y no dudó en informar acerca de una obra que saldría en unos meses.

Pasamos a firmar libros y fuimos dedicándolos uno a uno. Había un grupo de chicas que iban juntas que no dejaban de reír escandalosamente y no dejaban de repetirle a Dulce que querían cenar con nosotros, pero ésta se negaba. Dulce les pidió que esperaran para hacerse una foto con ambos, y así lo hicieron. Aguardaron al fondo de la sala, mientras decenas de jóvenes pasaban por la mesa para obtener nuestra firma. Él me miraba sonriente, y yo debía de tener cara de asombro, ya que no dejaba de guiñarme un ojo y, por debajo de la mesa, tocarme la rodilla.

Una chica se acercó a Markel y él le agradeció que viniera, pero su tono no resultó muy agradable, sino el mínimo para guardar las apariencias. Lo miré y me sonrió como las veces anteriores. No le di más importancia, pero dedicó el ejemplar y, en vez de pasármelo a mí como las veces anteriores, se lo entregó junto a una mirada inquisidora. Permanecí a la espera, pero ésta cogió el ejemplar y, mirándome con soberbia, se alejó con aires de grandeza.

La fila para firmar los ejemplares por fin se había terminado, sólo quedaba el grupo de chicas, las más escandalosas que había conocido nunca, pero también las más simpáticas. Al ver que ya no quedaba nadie, vinieron hacia nosotros provocando nuestras risas... pues no paraban de decirme la suerte que tenía de tener tan cerca a Jean; si ellas supieran lo cerca que estábamos... se tirarían de los pelos.

Nos hicimos fotos con ellas. Todas querían instantáneas con cada uno de nosotros, e incluso nos pidieron que nos hiciéramos alguna nosotros juntos, solos. Los dos accedimos sonriendo y Markel, entre bromas, les dijo que quería una copia de todas. Ellas reían, gritaban e incluso rumoreaban entre ellas lo guapo que era.

En cuanto nos quedamos solos, buscamos a Javier y a Dulce, pero no estaban en la sala, pues habían salido un momento y aún no habían regresado.

—¿Cómo estás?

—Pletórica, cada presentación es mejor que la anterior.

—Valencia nunca falla, siempre viene mucha gente.

—Todas vienen a verte, van locas por tu firma.

—¿Y tú no quieres una?

Ahora que lo decía, no tenía ningún ejemplar firmado por él. Sonreímos y cogimos dos ejemplares que había de muestra sobre la mesa. Me senté en una silla destinada a las lectoras y no dejamos de mirarnos. Si no hubiese sabido que cabía la posibilidad de que alguien apareciera, lo hubiese tumbado sobre aquella mesa y lo hubiese besado hasta saciarme de él.

Pero tocaba escribir. Cogí el bolígrafo y, mientras lo miraba, pensé en qué dedicatoria ponerle; no era nada fácil, porque una genérica, como al resto, no sería adecuada, tenía que ser algo especial, algo que recordara toda la vida.

 

Espero que esto sólo sea el principio; aún nos quedan muchos momentos por compartir y deseo que estés a mi lado para vivirlos juntos. Con cariño, Dunia.

 

Continué sentada, esperando a que él terminara mientras lo observaba. Cuando escribía, tenía una mirada sexi. Bajo aquellas gafas de pasta azules se escondían unos ojos cargados de sentimientos, hablaban por sí solos... éstos me demostraban cuándo estaba excitado, cuándo necesitaba más y cuándo estaba saciado por completo.

Vino hacia mí y le entregué el ejemplar. Lo abrió y lo leyó. Sonrió y, sin dudarlo, se acercó para besarme. No pude hacer más que recibirlo; mis labios deseaban volver a sentir sus contacto, y sus manos se acercaban peligrosamente a mi cuerpo... podía sentir su erección bajo aquel pantalón que gritaba por su liberación. Sus ojos desprendían bocanadas de fuego.

—Chicos, tengo que irme —oímos; era la voz de Dulce y nos separamos de inmediato.

—¿Qué sucede?

—Mi hija está en el hospital, acabo de reservar un vuelo, salgo ya. No voy ni al hotel. Dunia, por favor, recógeme el equipaje y tráemelo a Madrid.

—¿Está bien la nena? —preguntó preocupado.

—Aún no se sabe, Markel, pero pinta regular.

—Dulce, ¿quieres que viaje contigo? —le pregunté angustiada.

—No, ya vendréis mañana.

Le dimos dos besos y no pudo retener las lágrimas, pero se las secó con las manos y salió corriendo en busca de un taxi.

—Sé lo que se siente. Con Fredrik hemos tenido que salir corriendo varias veces por sus crisis, y el cuerpo se te descompone.

—Yo, por suerte, no he tenido que vivirlo, pero puedo imaginarlo.

—No, eso no se imagina hasta que lo experimentas.

Mi estado de ánimo había cambiado por completo, ya no sonreía ni deseaba besarlo, sólo quería saber que la hija de Dulce estaba bien. Bueno, no sólo eso: llevaba días sin hablar con mi familia, la había olvidado por completo, necesitaba llamarlos.

—Dunia, ¿qué te pasa?

—Necesito hablar con mi padre.

—Eso no es problema, llegamos al hotel y lo llamas.

Asentí y le pedí que saliéramos. En la puerta estaba Javier hablando de nuevo por teléfono; sin duda alguna estaba discutiendo... ese hombre no dejaba de hacerlo nunca.

Markel paró un taxi. Javier nos vio y cortó la llamada, su última frase fue «ésta es la última vez que accedo». Nada más montarnos en el coche, nos felicitó y nos avisó de que la feria de Madrid iba a ser una locura, que nos preparáramos. Los dos sonreímos y permanecimos en silencio. No podía dejar de pensar en lo egoísta que había sido por no preocuparme por mi vida real, mi trabajo en el aserradero, mi hermano y todos en general. Estaba deseando llegar para poder hacer esa llamada y quedarme tranquila.

Cuando entramos en recepción, Markel me guio hasta una sala en la que había ordenadores y dos teléfonos. Lo miré y le di un casto beso en los labios en señal de agradecimiento. Marqué el número de casa de mi padre, me giré y vi cómo se alejaba y me dejaba sola, para tener intimidad.

Säga.

—¡Papá, soy yo!

—Hija, qué alegría oírte, ¿va todo bien?

—Sí, necesitaba saber que estáis bien.

Una carcajada ensordeció mi tímpano, haciéndome sonreír.

—Cariño, estamos perfectamente, todo va como siempre. Eres tú la que debes contarme cómo va todo.

—Papá, esto es increíble, nunca pensé que pasaría algo así.

—Disfruta, que sólo te quedan unos días. Estoy deseando que regreses, pero primero termina con el trabajo y, si necesitas algún día más, ni lo pienses.

—Gracias, papá, os quiero mucho.

—Y nosotros, estamos muy orgullosos de ti. —Un silencio se instaló en la línea telefónica—. Vamos, sigue disfrutando.

—Lo haré, un beso para todos.

Colgué el teléfono y volví a sentirme en paz. Podía seguir con lo que estaba haciendo, mi familia estaba bien, así que no tenía de qué preocuparme. Salí hacia fuera y me dirigí al bar; sabía que me estaría esperando allí.

Cuando llegué, estaban los dos tomando una copa y me senté a su lado mientras pedía una Coca-Cola, tenía sed. Los dos estaban muy sonrientes. Markel me dejó un ejemplar de nuestra novela a mi lado, lo miré sonriente y recordé que aún no había leído su dedicatoria. Abrí la portada y la leí.

 

Darek ha sido mi aliado desde el principio, y esta noche va a continuar siéndolo... te esperamos en mi habitación.

 

Sonreí, miedo me daba aquella proposición nada decente, pero estaba deseando subir para descubrirlo. Di un sorbo borrando cualquier rastro de sed y me dediqué a escuchar la conversación de ambos. Hablaban de que la nueva publicación sería bajo el seudónimo de Jean, ya que era policiaca y quería mantener su fama en ese género.

El teléfono de Javier sonó y se apartó de nosotros para poder hablar. Me levanté para sentarme bien, pero, me agarró del brazo y me guio hasta colocarme sobre sus piernas mientras sus manos apartaban los rizos de mi hombro y lo besaba.

—Nos va a ver.

—No me importa.

—Markel... por favor.

Sus manos me apresaron y me arrastraron hasta estar pegada a él, y me besó. Al principio me resistí, pero mi cuerpo me traicionó, estaba deseando sentirlo, tanto que no pensé en nada... nos besamos como si estuviéramos solos. Cuando me separé de él, vi a Javier paralizado mirándonos, estaba boquiabierto, sin hablar aun teniendo el teléfono en el oído. Imaginé que la persona con la que hablaba insistía, ya que de pronto contestó pero sin dejar de mirarnos.

Markel me cogió de la mano y me dijo al oído que fuéramos a su habitación; yo asentí y nos encaminamos al ascensor. Pulsó el botón mientras su otra mano paseaba por mi cintura, regalándome dulces caricias y consiguiendo encender todos los sentidos de mi cuerpo. Estaba deseando que las puertas se abrieran y poder besarlo libremente.

—Markel, un momento —dijo Javier mientras se despedía y colgaba la llamada.

—Me voy a mi habitación.

—No subas, estás cometiendo un error. —Su mirada nerviosa me estaba comenzando a molestar.

—Me vas a decir tú lo que es cometer errores. Estoy más seguro que nunca.

—No subas, mejor vamos a tomar algo y hablamos.

—Vete tú, o busca a alguna de tus amigas para que te haga compañía.

La reacción de Javier no era la que esperaba. Era consciente de que podía no gustarle nuestra relación, pero ¿tanto como para decirle que cometía un error? ¿Y yo?, ¿no pintaba nada mi opinión o lo que estuviera sintiendo? Las puertas del ascensor se abrieron y Markel, muy seguro de sí mismo, me agarró por la espalda y me guio hacia el interior. Entramos y los dos miramos a Javier, que estaba pasándose las manos por el pelo, nervioso, hasta que las puertas se cerraron y quedamos los dos de pie frente a aquellas puertas metálicas que reflejaban nuestros rostros. Él suyo, enfurecido por lo que acaba de oír; el mío, pura decepción.

—Markel, será mejor que me vaya a mi cuarto.

Se giró bruscamente hacia mí y fue dando pasos mientras yo retrocedía hasta topar con la pared.

—Dime que no necesitas que haga esto —se acercó bruscamente hasta mi cuello y lo rozó con los labios, provocando que mi piel se erizara y un escalofrío recorriera mi cuerpo— o dime que no deseas besarme. —Aproximó sus labios entreabiertos y sentí su dulce aliento sobre los míos... y no pude hacer más que acercarme hasta posar los míos sobre los suyos, que apartó tras darme un beso apasionado—. Dime que mis manos no te excitan. —Subió la falda de mi vestido, para agarrar con fiereza mis muslos y subirlos a sus caderas.

Nos miramos sonriendo; los dos queríamos lo mismo y lo único que había conseguido Javier, con su sinceridad, era que nos demostráramos lo que ambos sentíamos por el otro. Comenzamos a besarnos como si con ello se nos fuera la vida, hasta que la puerta se abrió. Nos miramos sonriendo mientras me agarraba más fuerte, enroscada a sus caderas, me estampaba contra la pared de delante y comenzaba a besar mi cuello, mi hombro, mientras sus manos se colaban bajo la tela, llegando a mi sexo y consiguiendo que necesitara traspasar aquella puerta.

Buscó en su bolsillo la tarjeta y, tras varios intentos mientras no dejaba de besarme y acariciar mi nuca, logró abrir y cargó conmigo hasta llegar a su cama, donde nos dejamos caer. Agarré su espalda con las uñas mientras su lengua se enredaba en la mía sacándome jadeos... necesitábamos más.

Me mordió el cuello mientras yo lo estiraba hacia el lado contrario y abrí los ojos... para quedarme petrificada, mientras mi mente pensaba, relacionaba y no podía creer a la conclusión que había llegado. Sólo podía recordar la frase de su dedicatoria, Darek era su aliado, y esa noche... «No puede ser.» Me tensé y él se paró, sorprendido por mi reacción.

—¿Qué ocurre aquí? —Miré hacia el sofá que había justo al lado del dormitorio, donde se encontraba una joven morena desnuda.

—¿Qué haces aquí? —Markel se levantó de un brinco y se dirigió a ella malhumorado.

—No sabía... que tú.... y ella... —apenas pudo balbucear.

—¿Quién te ha dejado entrar?

—Javier.

—¡Vete!

—Pensé que querrías estar conmigo como siem...

Me miró enfurecida; no podía terminar la frase y ahora lo entendía todo. Sabía quién era, aquella chica era la misma que había estado en la presentación, la que le pidió el autógrafo y no quiso el mío, la que me miró con cara de superioridad y consiguió confundirme. Ahora tenía sentido; cuando venía a Valencia, ella era la que ocupaba su cama, no cabía duda.

Markel le dijo que no quería nada con ella, que hiciera el favor de vestirse y largarse. Yo me quedé en un segundo plano, no sabía ni qué decir, pero él estaba fuera de sí. Hasta ese momento no lo había visto en esa tesitura y su mirada estaba perdida. Se dio la vuelta y caminó decidido hacia el ascensor. Yo lo seguí, pero iba demasiado rápido, así que no logré alcanzarlo. Vio que el ascensor no subía y se fue corriendo escaleras abajo, y yo detrás. Le gritaba, le rogaba que parara, pero ni caso, no servía de nada. Bajé los escalones de dos en dos, de tres en tres, pero él era mucho más rápido. Sólo me quedaba un piso y tenía claro hacia dónde se dirigía.

Cuando abrí la puerta, ya era tarde: Markel agarraba a Javier de la camisa y le recriminaba a gritos lo que había sucedido. Éste le repetía que no sabía que estaba conmigo, sino, jamás la hubiera dejado subir a su cuarto.

—Antes de decidir quién entra y sale de mi cama, pregúntame.

—Markel, por favor, estamos dando un espectáculo delante del resto de huéspedes.

—¡Me da igual!

—Lo siento, no sabía que irías a la habitación con ella y, cuando lo supe, te pedí que no subieras.

—¿Que me has pedido qué?

—Te dije que cometías un error.

—¿Qué iba yo a saber de tus planes? —le soltó mientras su mirada continuaba fría como el hielo—. No quiero verte más; ve buscándote otro tonto, porque, para mí, a partir de este instante dejas de ser mi agente.

—Markel, no puedes hacer eso...

—Claro que puedo. No vas a vivir a mi costa nunca más.

Salió como alma que lleva el diablo en dirección a la calle. Yo miré a Javier decepcionada, no esperaba que fuera tan irresponsable, tan poco profesional, pero, cuando quise ir detrás de Markel, éste me agarró del brazo para que me detuviera.

—¿Qué quieres?

—Dunia, de verdad que no pensaba que estabais juntos... si no, no la habría dejado entrar.

—Has cometido un error y tendrás que subsanarlo, pero, por lo poco que lo conozco, no te va a resultar nada fácil.

—Lo sé.

—Veo que no soy la única que me quedo sola esta noche. —Oí la voz de la mujer detrás de mí.

—¡Cállate la boca, puta! Eres una manipuladora. Ahora entiendo por qué Jean no quiso verte la última vez que vinimos, ¡nunca más te acerques a nosotros! —contestó Javier sin dejarme hablar mientras su mano me agarraba y me llevaba tras él.

Cuando ella decidió que ya lo había dicho todo, salió por la puerta del hotel con la cabeza bien alta. Nosotros negamos, sintiendo todo lo contrario. Miré a Javier y le pregunté dónde podía estar Markel. No lo sabía; repetía que en cualquier parte, que conocía muy bien aquella ciudad.

No sabía hacia dónde se dirigía, así que solté a desgana la mano de Javier y me dirigí al ascensor. Sería mejor que me fuera a la habitación; allí no hacía nada y ya habíamos conseguido dar un espectáculo gratuito en el hotel.

Cuando subí, estaba confundida, no sabía qué hacer. No podía enfadarme con él, ya que no era culpa suya. No había participado en nada, todo lo contrario, estaba enfurecido con ambos, así que sólo tenía en mente una cosa: saber dónde estaba. Cogí el teléfono móvil y lo llamé... un tono de llamada, dos, tres... el contestador era el único que respondía.

Volví a llamar una vez más y nada, no descolgaba el teléfono. Fui hacia el baño, abrí el grifo y me empapé la nuca, consiguiendo refrescarme. Me miré al espejo; nunca había llevado un vestido tan sexi, y a Markel le encantaba. Llevaba toda la tarde deseando quitármelo, y me encontraba en mi baño, sola.

De pronto comenzó a sonar mi móvil y salí corriendo para responder. Pulsé el botón sin mirar y contesté.

—¿Dónde estás?

—En casa, ¿qué te pasa?

—Perdona, Esther, pensé que era Markel.

—¿Qué está sucediendo?

—Te hago un resumen... —me quedé callada durante unos instantes—. Me he...

—¿Te has liado con Markel de verdad?

—Sí, déjame hablar —le recriminé y ésta enmudeció al instante—. Total, que nos dirigíamos a su habitación a... a lo que tú ya sabes, y había una chica esperándolo.

—¡¿Que había qué?! Será cerdo, el tío.

—Espera, no saques conclusiones precipitadas. Por lo que he entendido, Markel había tenido algo con ella cuando venía a Valencia, pero, por un comentario de Javier, deduzco que en el último viaje ya no quería nada. Y esta vez, la muy arpía, por no decir otra cosa, convenció a Javier de que la dejara entrar en su habitación. Cuando hemos entrado, estaba desnuda esperándolo.

—Dios mío, me he quedado sin palabras.

—Pues anda que yo. Markel se ha ido y no sé adónde.

—Ya volverá, estará enfadado.

—Lo sé. ¿Para qué me llamabas?

—Para ir a buscarte mañana. Cuando vuelvas, sólo estaremos tres días juntas, nada más. Quería pasar aunque fuera una noche de chicas contigo para despedirnos como Dios manda.

—Hecho —contesté con la mente en otro sitio.

—Volverá a ti; si no, es que está loco de remate.

—Tú sí que estás loca. Ah, antes de que se me olvide, gracias por meter en la maleta el vestido de tubo.

—¿Vestido de tubo? Yo no he sido.

Sonreí. Si Esther no lo había puesto, había sido él. Mientras yo me duchaba, lo dejó allí como si lo hubiera sacado de la maleta. Si es que este hombre no podía ser real. No tenía ningún defecto... bueno, uno: que no sabía dónde estaba y quería estar con él... decirle que no se preocupara y continuar la noche tal y como la habíamos comenzado, pero él tenía otro plan.

Abrí la nevera que había justo delante de mí y cogí una botella de agua. Estaba sedienta. Me asomé a la terraza y miré el cielo; estaba oscuro, casi no se apreciaban las estrellas. Durante unos minutos dudé sobre qué hacer, y lo primero que se me pasó por la cabeza fue volver a su habitación y comprobar si había regresado.

Cogí el teléfono y salí hacia allí. La puerta estaba entornada, así que la abrí y vi que no estaba, pero me paré a observarla. Cuando llegué con Markel no me di cuenta... había velas que iluminaban la estancia, una luz amarillenta y tenue, y al lado de la cama varias notas permanecían sin ser leídas. Primero cogí una que había en el suelo.

 

Darek me ha dicho que los pétalos de rosa nunca fallan.

 

Una carcajada salió de mi garganta; ahora entendía su dedicatoria. No era lo que en un primer momento había pensado al ver a la chica desnuda, ella no entraba en los planes de Markel. ¿Cómo pude ni tan siquiera dudarlo? Caminé hasta la mesita de noche y cogí la siguiente nota.

 

En este cajón encontraremos unos aliados para conseguir un placer único e inigualable, al menos eso me ha dicho Chloe, sabe que te gustará.

 

Abrí el cajón y encontré dos pañuelos largos, más de un metro de color rojo, de seda, perfectos para el bondage que Chloe le enseñó a Darek. Pero no sólo eso, también había aceite corporal e incluso un anillo vibrador.

Sin duda había preparado una escena digna de nuestra novela, y podríamos haberla disfrutado si nadie se hubiera interpuesto entre nosotros. Apagué la vela que había sobre la mesilla y seguí soplando una a una mientras una lágrima caía por mi mejilla, humedeciendo mis labios.

Me paré y me apoyé en el marco de la puerta; miré la habitación, apenada, mientras cerraba la puerta. Volví a llamarlo. Sonó un tono de llamada, dos... y, cuando estaba a punto de sonar el tercero y daba por hecho que no iba a contestar, descolgó.

—Estoy en tu habitación y he visto lo que habías preparado... gracias. —Él no dijo nada, sólo se oía el ruido de la calle, el claxon de un coche, nada más—. Te espero, no estoy enfadada por lo que ha ocurrido, sé que no ha sido culpa tuya.

Esperé unos segundos a que hablara, pero no lo hizo, así que, tras decirle «adiós», colgué y caminé hasta llegar a mi cuarto. Entré, pero no podía estar allí sin hacer nada, estaba nerviosa, enfadada. Pero... ¿por qué no me había contestado? Yo no le había hecho nada y ni tan siquiera intentó explicarse. Salí una vez más a la terraza y decidí bajar al bar a tomar algo, al menos vería a personas.

Cogí la tarjeta de la habitación, lancé el móvil sobre la cama y cerré la puerta, ahora era yo la que no quería hablar con él. Cuando salí del ascensor, caminé hasta entrar en el bar. Había una pequeña orquesta tocando canciones de toda la vida, y los pocos que se habían animado a bailar eran jubilados que no tenían nada que hacer.

Pedí un vodka con naranja. Mientras esperaba a que me lo sirvieran, un joven se acercó; su intención era clara, venía a ligar. Yo no tenía ganas de que un extraño me dijera tonterías, así que le dije que no estaba sola. No me creyó y no se movió de mi lado, pero una voz conocida fue mi salvación.

—Te he dicho que no estoy sola —caminé hasta llegar a Javier, que acababa de pedir su bebida, y me senté a su lado. Me miró sorprendido, no me esperaba en el bar, así que comenzó a preguntarme si sabía algo de Markel. Le dije que me había cogido el teléfono, pero que no había hablado, y él me aconsejó que le diera tiempo, que, cuando se enfadaba, necesitaba estar solo. Mientras conversábamos, no le quitaba el ojo de encima al joven extraño que estaba pendiente de saber si realmente estaba sola o no, hasta que le dije a Javier que me iba a dormir y me respondió que a las nueve de la mañana salía nuestro tren.

Marqué el piso y esperé, pero, cuando se abrieron las puertas, algo me retuvo. Miré el marcador y, sin dudarlo, presioné el botón del ático. Cuando salí, recordé lo que había vivido la noche anterior en aquella piscina, en el jacuzzi e incluso en la barra. Las imágenes invadían mi mente y no pude evitar sonreír; nunca había sentido tanta excitación con un hombre como lo había hecho con él. Me senté en el borde de la piscina mientras me deshacía de los zapatos y mojaba mis pies en el agua.

Continué bebiendo mi copa, pero apenas quedaban dos dedos cuando oí una voz y vi al camarero que se iba de la terraza. Me giré y lo vi. Caminaba lentamente mientras se acercaba a mí, sin decir nada.

—¿Puedo sentarme?

—Eres libre de hacer lo que quieras.

—Siento haberme ido así, tú no tienes la culpa.

—¿Por qué no has respondido a mi llamada?

—No lo sé.

A través de sus palabras
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