Capítulo 35
Más bajo no puedo caer...
Llevaba toda la mañana en casa, y no podía decir si estaba triste o enfurecida. Lo único que sabía era que había pasado por todos los estados de ánimo en un día: lloro, resignación, risas tímidas, carcajadas descontroladas...
En ese momento estaba en mi baño. Chloe lo hizo, se fue a disfrutar de lo que le gustaba, así que yo no iba a ser menos que ella... quería irme con mis amigos, beber unas Mack y reírme de sus banalidades como siempre había hecho, así que, encerrarme en mis cuatro paredes, no entraba en mis planes.
Presté atención y con el eyeliner repasé el contorno de mis ojos; normalmente me pintaba una línea suave que apenas se apreciaba, pero, tras mirarme durante unos segundos al espejo, volví a repasarlas hasta conseguir unas más gruesas y sexis.
Acostumbraba a ir muy discreta, pero me apetecía romper las normas. Abrí el cajón que tenía al lado y busqué en un neceser que nunca utilizaba una sombra de ojos negra y un pintalabios que me había regalado Assa, color rojo pasión; el día que me lo regaló, la miré con cara de «estás como una cabra si crees que lo voy a utilizar», pero ése era el momento. Coloqué mis labios en forma de beso y me los pinté. Difuminé la sombra por los párpados y me miré de nuevo; me gustaba lo que veía, hacía mucho tiempo que no estaba tan segura de mí misma como en esos momentos.
Salí del baño, cogí las llaves del coche y me fui en dirección a la cantina; seguro que Assa y alguno de mis amigos estarían allí. El trayecto era corto y lo amenicé con el sonido de la música lo más alto que mis oídos pudieron soportado; cantaba y bailaba al son de ésta mientras me acercaba.
Cuando llegué, la entrada de la cantina estaba colapsada por vehículos aparcados y el sonido de la música que salía de su interior no dejaba escuchar la que yo tenía puesta en el coche. Apagué el motor y me di cuenta de que la que venía del local era más moderna de lo que ponían habitualmente, así que sonreí al ser consciente de que no había podido elegir una noche mejor.
Anduve sobre mis zapatos de tacón de forma bastante patosa; aún no sabía para qué me los había puesto, si no sabía caminar con ellos. Cuando entré, comprobé que estaba lleno, como pocas veces. Al fondo, donde solíamos sentarnos, habían adaptado las mesas para poner una especie de tarima y había un grupo de chicos bien guapos cantando. No sabía quiénes eran, pero la música y las letras resultaban pegadizas, el estribillo se memorizaba rápidamente y podías cantar con ellos. Tras hacer varias señas sin éxito a Hans, finalmente logré pedirle la Mack de siempre y me fui en busca de mis amigos. Los vi en un lateral de la tarima, bailando y riendo, pero Assa no estaba. Me acerqué a ellos y les pregunté por ella, y me comentaron que llevaba días desaparecida. Eso sí que era raro; que yo no fuese era normal, pero ella no solía faltar. Saqué el teléfono de mi bolso y vi que tenía una cantidad de notificaciones y mensajes que no tenía la menor intención de leer: nada, ni nadie, iba a destrozar mis planes de pasármelo bien.
Busqué el nombre de mi amiga y le escribí un WhatsApp.
Dunia: Assa, estoy en la cantina y hay una fiesta increíble, ya estás tardando.
Se lo envié y esperé respuesta; vi que su estado pasaba a «escribiendo», luego apareció como «en línea» y después, de nuevo, a «escribiendo». Sin duda no estaba segura de lo que quería poner, ya que, una vez tras otra, debía de estar borrando y volviendo a escribir.
Assa: No estoy sola...
Miré atónita el mensaje y no entendí cuál era el problema. Di un largo trago al botellín y, al ritmo de la música, me moví y tecleé.
Dunia: ¿Y cuál es el problema? Vente, por favor, lo pasaremos bien. Necesito a mi amiga.
Assa: Ok, voy.
Bien; necesitaba a Assa, ella iba a conseguir que me lo pasara estupendamente y olvidase al cretino de Markel. Annia, una de las chicas del grupo, me cogió de la mano y nos pusimos a bailar, riéndonos mientras las dos chocábamos los botellines y los terminábamos entre risas.
Thom nos ofreció uno más a cada una y, plantándole un beso cada una en las mejillas, sonrió y negó con la cabeza, alejándose. Las dos explotamos en una carcajada brutal cuando vimos que la canción que sonaba era más movida que las anteriores; gritamos, cantamos y saltamos. El chico que estaba sobre el escenario dándolo todo, dejándose su ronca voz en afinar las notas que tenía más que memorizadas, se dio cuenta de que estábamos disfrutando como niñas y nos guiñó un ojo. Nosotras nos miramos y alzamos nuestros botellines, brindando por él. Éste sonrió y continuó mirando al público que estaba a nuestro alrededor sin prestarnos más atención.
Bailé como hacía mucho tiempo que no hacía; movía las caderas para sorpresa de mis amigos, que estaban a un lado, atónitos al verme tan desinhibida. Assa era la que normalmente actuaba como lo estaba haciendo yo en esos momentos, pero no me importaba... seguía siendo la rara que no me reía de sus gracias, básicamente porque no las encontraba graciosas; la que prefería quedarse en casa leyendo antes que bailar en una discoteca. Pero ese día todo era diferente: no quería ser yo, quería hacer lo que no hacía nunca y poder sentir que controlaba mi vida al fin, que nadie más jugaría conmigo.
—¿Dunia?
—Asss... aaaa, vamos a bailar. —Me lancé sobre ella, la abracé y le di dos besos, apestando a cerveza. Y, por primera vez en la vida, me miró preocupada, como si lo que estuviera viendo no le gustara.
Miró a una segunda persona, e imaginé que era su nuevo ligue; apostaba por un modelo nuevo, de la galería... uno ante el que no había podido resistirse. Me acerqué rápidamente mientras un «holll... a» se apagó en el instante en que lo reconocí, era Javier. Ese cretino había sido capaz de liarse con mi amiga; seguro que también quería utilizarla para algo.
Me paré de golpe y a Javier no le sorprendió, sabía que estaba muy enfadada con él; bueno, con él y con su amigo. Pero... deduje que, verme tan alegre y pasándolo bien, lo había sorprendido. Seguramente ambos pensaban que me quedaría en casa llorando y sintiéndome una... no quería ni decir la palabra, yo nunca había dicho palabrotas. Estaba por encima de ellos.
De pronto vi que Thor también se acercaba... y ya estábamos casi todos en la fiesta. La última vez que lo había visto fue cuando estuve en el hospital, su moratón me duró más de una semana. Pero, como no estaba Markel, no debía temer que lo pudieran lastimar... A un chico afable, con carrera universitaria, sensible, seguramente el bruto de Thor llegaría a desmontarlo... «Eh, no, espera.» Lo que yo desconocía era que Markel también sabía artes marciales y lo tumbó en un asalto para sorpresa de todos. Era odiosamente perfecto, odiosamente imbécil, y tan odioso que quería que sufriera.
—Javier, ¿le has dicho a tu amiguito lo bien que me lo estoy pasando?... Aunque a él no le importará, debe de estar Penélope.
—Dunia, te estás pasando.
—Ah, no, amigo, os excedisteis vosotros dos, no lo olvides.
—Pero ¿qué está ocurriendo aquí? —nos interrumpió Assa sin entender nada.
—Que tu nuevo novio es un falso, un cretino, un calculador sin escrúpulos a quien le importa un carajo si hace daño a terceros.
Assa lo miró alucinada y éste negó con la cabeza, dejándome por loca, mientras la abrazaba y la apartaba de mi lado. Fantástico, había conseguido que mi amiga se pusiera de su parte... y, encima, ella aceptaba y me dejaba de lado por irse con él. Se estaban besando. Javier la provocaba con un movimiento de caderas y todo lo hacía para que olvidase mis palabras. Pero, bien pensado, no me importaba que se fuera con él, volvería llorando como hice yo por culpa de su amigo. Yo sólo la había avisado de cómo era.
Continué bailando, contoneándome, siendo muy consciente de que Thor estaba en la barra analizándome; no dejaba de mirarme y me gustaba que lo hiciera. Volví a llevarme la Mack que tenía en la mano a los labios, pero no quedaba ni gota. Había perdido la cuenta de cuántas había bebido ya, suponía que unas cuatro. Pero tenía sed. «La última de la noche —pensé—; no me afectará más de lo que ya lo ha hecho.»
Me acerqué a Hans, que me miró preocupado, y le hice un gesto. Le mostré el dedo índice con cara de pena, indicándole que sólo quería una más. Éste se lo pensó durante unos segundos y luego fue a la nevera a por ella.
—¿No crees que ya has bebido demasiado?
—¿Tú también vienes a decirme lo que tengo que hacer?
—No, yo no soy de esos.
—¿Y de cuáles eres tú? —apenas logré vocalizar.
—De los que ahora mismo te meterían en un baño y te follarían.
Esas palabras, ese tono rudo, me excitó, me recordó a Markel en Valencia, en el hotel, cuando me mostró lo que era ser poseída y me encantó. Hans dejó delante de nosotros la Mack y él se ubicó detrás de mí, por lo que sentí su miembro. Estaba duro y latía con fuerza. Su respiración era jadeante, estaba sintiendo mi trasero en su bragueta y le gustaba. Puso cada uno de sus brazos a un lado, con lo que quedé atrapada por estos, su pecho y la barra. Y cerró los puños.
No podía verle la cara, pero estaba segura de que tenía los ojos cerrados, reteniendo las ganas de agarrarme y obligarme a caminar hasta el baño. Pero yo necesitaba frío, no podía volver a caer en sus brazos, él tampoco me merecía. Di un gran trago del botellín y aparté su mano mojando mis labios.
—Dios, no puedo —farfulló.
Me cogió por las caderas y me giró súbitamente, tanto que no me dio tiempo a reaccionar cuando sus dientes se clavaron en mis labios; me besó y me mordió como si no existiera un mañana.
Y yo, mareada y confusa por el alcohol, no hice nada para frenarlo. Miró a nuestro alrededor y me agarró la mano para guiarme hasta llegar a la puerta del almacén. La abrió de un fuerte golpe y me empujó hasta la pared del fondo, donde no pude más que apoyarme en ésta y evitar que mis piernas desfallecieran y me cayera al suelo.
De una caja, sacó otra cerveza y bebió mientras me miraba de arriba abajo. Me ofreció un trago y mis labios se posaron en el botellín y comencé a tragar, pero la ladeó de tal forma que parte del contenido cayó por mi barbilla para terminar sobre mis pechos. Consciente de ello, la estrelló contra el suelo y comenzó a lamerlos hasta que, sin poder evitarlo y sin darme tiempo a pensar qué era lo que estaba haciendo, me desabrochó el pantalón, rompió mis braguitas y con maestría sacó de su bolsillo un preservativo, que colocó en poco más de dos segundos y se introdujo dentro de mí como buen amante empotrador.
Ésa era la palabra que definía a Thor, empotrador, un amante a quien no le importaba lo más mínimo el lugar, el momento, ni tan siquiera qué ropa interior llevase, ya que su naturaleza lo obligaba a romper cualquier prenda que le estorbara para conseguir su fin; empotrarse contra mi interior.
Me dolía y me gustaba la explosión de sentimientos que era incapaz de controlar.
Su miembro entraba duro y certero hasta el fondo de mi vagina, y ésta le correspondía, quería más. Sus labios mordían uno de mis pechos, succionaba mi pezón, lo estiraban... y yo no podía más que gritar, no sabía exactamente si de dolor o de placer, pero lo que tenía claro era que no quería que parara.
Me besó y se agachó para bajarme más los pantalones, hasta que se deshizo de ellos, así que me quedé de pie subida a mis zapatos. Terminé rodeando sus caderas con las piernas y clavándole las uñas en los hombros, a la vez que, con cada embestida, me topaba contra la pared y jadeaba ante el cúmulo de sensaciones que estaba experimentando.
—Llevo meses soñándolo...
—Thor...
—No digas nada, disfruta del sexo.
—Thor...
—Chis, nena, tú déjame.
No pude hablar, no me dio tiempo a protestar, sólo jadeé y gemí, hasta que me di por vencida y lo besé. Me moví al son de sus embestidas y ya no hubo marcha atrás. Llevaba mucho tiempo evitándolo, pero Markel había conseguido que volviese a embaucarme, a caer entre sus brazos, y me sentí confusa.
No tenía ningún tipo de miramiento, ni mimo por mí o mi cuerpo. Markel estaría acariciando mi piel, la besaría mientras sus suspiros denotarían que se moría de deseo por ella. Thor era diferente, su único fin era follarme, ésa era la única palabra que él conocía. Y no era para nada lo que yo necesitaba. Markel me entregaba esa palabra más un sinfín de atenciones que Thor nunca iba a poder darme, porque su naturaleza empotradora le nublaba la mente y no le deja ver más allá.
Así era él, ni mejor, ni peor... pero obviamente no era lo que necesitaba en mi vida. Continuaba embistiéndome como si partirme en dos fuera su triunfo y yo no sentía el placer que esperaba, no el mismo que experimentaba con Markel. Miré a los ojos a Thor y lo analicé detenidamente. Su mandíbula sobresalía de su cara a causa de la presión que estaba ejerciendo con ella; sus ojos estaban perdidos, ardían, no miraban un punto concreto, sino que demostraban lo que estaba sintiendo en ese instante.
Su cuerpo estaba tenso, se movía con firmeza, a la vez que los músculos de sus brazos estaban bien marcados por aguantar mi peso. Pero él no era lo que quería, no era a quien quería.
—Para, Thor.
—Cállate, no voy a parar. Tú también lo quieres así.
—Thor...
Su mano se posó en mis labios con fuerza y no me dejó hablar, no me dejó quejarme. Me tenía a su merced y no podía soltarme, no podía apartarme. Mis lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas y él ni tan siquiera fue consciente de ello. Continuó hasta que por fin salió de mi interior y gimió desesperado, corriéndose frente a mí mientras lo único que era capaz de decir era un «joder» tras otro a la vez que mis fuerzas flaquearon y fui descendiendo apoyada en la pared hasta sentarme en el suelo.
—Joder, Dunia, ¿por qué me has hecho esto?
No podía mirarlo, me sentía sucia, culpable. Una nube invadió mi cabeza al ver que se abrochaba el pantalón y salía del almacén corriendo.
Como buen empotrador, no me regaló caricias, ni se molestó en saber si estaba bien, simplemente dio un portazo y se fue. No era capaz de levantarme, estaba muy mareada; la cerveza subía y bajaba peligrosamente por mi estómago, pero no quería vomitar, y menos en el almacén de Hans. Me moría de vergüenza sólo por pensarlo. Palpé a mi alrededor en busca de mis pantalones.
—Lo mato. Dunia, ¿estás bien? —Negué con la cabeza, hecha un mar de lágrimas, y seguí palpando el suelo hasta que Assa se tiró al suelo y me abrazó preocupada—. Te ayudo. —Encontró mis pantalones y me obligó a moverme en busca de algo.
—Qué bruto es este hombre. —Se llevó las manos a la cabeza al ver mi ropa interior destrozada y, para mi desconcierto, la lanzó a una basura que había justo a mi lado; luego me obligó a ponerme de pie para colocarme los pantalones.
En pocos minutos y con su ayuda, salimos agarradas del brazo. Intenté mantener el equilibrio, pero era consciente de que no lo lograba; la bebida y los zapatos no ayudaban en nada. Cualquiera que me viese tendría claro que había bebido más de la cuenta, sólo esperaba que nadie supiese que acababa de mantener una relación sexual en el almacén de ese local.
—Toma su bolso, coge las llaves de su coche y sígueme.
No sabía a quién se dirigía, lo veía todo borroso, apenas conseguía ver por dónde caminaba. Cuando tropecé e intenté erguirme para mantener las formas, el frío me alivió. No había duda de que habíamos salido a la calle. Cerré los ojos y me dejé guiar por Assa, que no dejaba de maldecir a Thor en noruego, e insultarlo con todo el vocabulario malsonante que conocía.
Yo me reí y ella me recriminó que me había pasado y que no debería reírme tanto, si no que tendría que pensar en lo que acababa de hacer. Pero no podía contestar; mi estómago daba vueltas y lo único que pude hacer fue bajar la mirada y vomitar en el suelo.
—Lo que me faltaba. Dunia, por favor.
—Déjame que la lleve yo al coche.
Esa voz... sabía quién era y quería pegarle, pero, cuando lo intenté, el mareo que sentí fue superior y... nada más, vacío.
Abrí un ojo y miré a mi alrededor. Al reconocer mi habitación, me sentí aliviada, aunque mi cabeza me estaba martirizando. Me dolía tanto que creía que me iba a estallar. No era capaz de recordar nada de la noche anterior. Me senté en la cama intentando hacer memoria y vi que iba vestida con la misma ropa; lo único que quería era darme una ducha y relajarme.
Caminé hasta el baño y me vi reflejada en el espejo... ante mi horror; la pintura estaba por todos los lados menos donde debería estar. Y olía... mejor me metía en la ducha lo antes posible, antes de morir por putrefacción.
Me desabroché el pantalón y mis ojos se abrieron de par en par cuando fui consciente de que no llevaba ropa interior... la noche anterior me la puse, eso lo recodaba perfectamente. Cerré los ojos y la mirada de Thor mientras me embestía apareció como si fuese una imagen de una película. Me llevé las manos a la boca al ser consciente de lo que había hecho. No podía creer que me dejara embaucar por él. Me deshice lo más rápido que pude de la ropa y abrí el agua a toda prisa, necesitaba ducharme, retirar cualquier resto de mi cuerpo que no debiera estar allí... y borrar del todo mis recuerdos; prefería no ser consciente de mis actos.
—Dunia, ¿estás mejor? —oí en el mismo instante en el que entraba en la ducha.
Me giré y vi a Assa, bostezando, con la misma ropa del día anterior. Se sentó en el baño; estaba esperando a que le contestara.
—No sé qué decirte.
—Mejor no digas nada.
—¿Qué hice, Assa?
—¿No recuerdas nada...? —me preguntó temblorosa.
—Apenas...
Respiró hondo y, tras lavarse la cara y secársela con la toalla, se sentó de nuevo en el baño y suspiró para arrancarse a hablar.
—Primero, bebiste demasiado; segundo, lo hiciste con Thor en el almacén de la cantina, y, por último, Javier me tuvo que ayudar a traerte. Y antes de que lo preguntes, Markel se ha enterado de todo.
—¿De todo? —Asintió triste y yo coloqué la cabeza bajo el agua, intentando no pensar, no llorar; si hubiera podido desaparecer en ese preciso instante, lo hubiese hecho.
—Dunia, ¿qué te ha pasado? Tú no eres así. —No le contesté, no quería reconocer que mi vida se había puesto patas arriba, que ninguno de los ideales por los que antes luchaba y creía permanecía conmigo—. Voy a hacer el desayuno, necesitas comer algo. Luego me iré, tengo que trabajar.
Justo cuando cerró la puerta, di un gran golpe a la pared y empecé a llorar. No podía creer que hubiese caído tan bajo, ya nada sería igual, no tenía ganas de nada. Ni de continuar con la novela, ni de trabajar... y mucho menos de salir a la calle y que me señalaran con el dedo.
Cuando salí hacia la cocina y vi la hora, comprobé que eran las dos del mediodía. Había perdido toda la mañana. Seguía aturdida y Assa no estaba muy contenta que digamos; me dijo que tenía un sándwich en la mesa junto a un zumo y se marchó.
¿Cómo había sido tan estúpida? Yo nunca habría actuado de la forma en que lo hice; recordaba vagamente todo lo que había ocurrido la noche anterior. Encendí mi teléfono y vi que tenía mensajes de Esther.
Esther: Nena, ¿qué has hecho?
Esther: Markel me ha estado llamando.
Esther: Está a punto de coger un vuelo.
Esther: Algo le ha dicho Javier, ¿estás con él?
Esther: Contéstame o moriré de un infarto...
Dunia: Lo siento, acabo de resucitar.
Esther: Dunia, por favor, ¿qué diablos ha pasado?
Dunia: Me acosté con Thor anoche. Estaba muy borracha.
Esther: ¿Quéee? ¿Estás loca?
Dunia: Estoy harta de todo.
Esther: Dunia, relájate y piensa.
Dunia: No puedo más, estoy saturada.
Bloqueé el teléfono y me puse a comer lo que Assa me había dejado preparado. No quería hablar más, no quería dar explicaciones a nadie. Yo solita lo había hecho y era muy consciente de ello. No necesitaba que nadie me lo recordara.
Apenas tenía apetito, más bien dolor de estómago, y el sabor de la cerveza de la noche anterior no dejaba de subir a mi boca, consiguiendo que la aborreciera y no quisiera beber jamás en la vida. Bocado tras bocado, me obligué a continuar comiendo. Luego me bebí la mitad del zumo y me fui de nuevo a la cama.
Estaba cansada y con la cabeza embotada como nunca lo había estado, así que me tumbé, me tapé y volví a quedarme dormida como si nada.
La luz me molestaba y abrí los ojos pesarosa; quería dormir más, pero no podía. Me senté en la cama apoyada sobre los cojines de ésta y desbloqueé el teléfono, que permanecía a la espera sobre la mesita de noche. Sabía que había dejado a Esther a media palabra y habría continuado enviando cientos de mensajes. Suspiré para coger fuerzas y leerlos.
Esther: No serás capaz de dejarme hablar sola...
Esther: Pensé que éramos amigas, y éstas se dicen la verdad, por muy dura que sea.
Esther: Dunia, estás llegando demasiado lejos. Un hombre no puede afectarte tanto.
Esther: Habla con él y termina o continúa, pero vive.
Esther: Sé que no me estás leyendo, pero ya lo harás.
Esther: Te quiero, aunque esté enfadada contigo.
Tenía toda la razón del mundo, pero aún no era capaz de tomar una decisión. No quería perdonarlo como si nada, pero imaginarme sin hablar con él, sin verlo más... esa idea no entraba en mi mente. Algo me decía que esperara.
Miré las notificaciones de Facebook, de Twitter, y contesté a cada una de ellas agradeciendo el apoyo y disimulando mi estado de ánimo, que no era el mejor del mundo. Pero debía hacerlo para que Dulce estuviera contenta. Cuando terminé, le envié un mensaje a Assa, era lo mínimo que podía hacer después de haberme traído a casa.
Dunia: Siento lo que ocurrió ayer, se me fue de las manos. No quiero inmiscuirme en tu relación con Javier, pero no es de fiar. Sólo es un consejo por lo que yo he vivido. Gracias por ser mi amiga y estar a mi lado.
Pensar que Javier estaba con ella no me gustaba nada, temía que la utilizara como hacía con todo el mundo que lo rodeaba y detestaría que Assa estuviera en la misma situación en la que estaba yo desde que había aceptado escribir el capítulo con Markel.
Había leído todos los mensajes menos los de él. Javier le habría explicado lo que había hecho, y no era capaz de reconocérselo; a la última persona que se lo confesaría sería a él.
Abrí la aplicación de correo electrónico y vi que, antes de que yo despertara, había escrito su capítulo. Lo abrí, pero, antes de leerlo, me armé de valor y abrí el chat que siempre utilizaba para conversar con él.
Markel: Dunia, por favor... Javier me ha dicho que has bebido. Regresa a casa antes de que te arrepientas de algo.
Markel: Joder, voy a coger un puñetero avión para ir a buscarte. Lo siento, joder, todo es culpa mía, lo siento.
Markel: Lo único que puedo hacer es escribir.
Markel: Te acabo de enviar el capítulo; contéstame, por favor.
El estómago se me cerró en el mismo instante en el que leí su primera frase; podía sentir su nerviosismo al escribir, al estar a miles de kilómetros de mí. Me había enfadado por un beso y yo, esa misma noche, me había acostado con Thor en un bar. Era despreciable. Más que lo que podía llegar a imaginar que sería alguna vez.
No quise contestar, solamente maximicé el archivo de texto y leí lo que había escrito como nuevo capítulo.
Darek acababa de recibir un mensaje de texto de Chloe. Cuando sonó el teléfono, pensó que por fin podría hablar con ella, que solucionarían el malentendido, porque eso era de lo que se trataba, de un malentendido.
Pero, para su sorpresa, lo que había recibido era un vídeo de ella con otro hombre... otro tocaba su piel, otro olía lo que, días antes, a él le invadió su interior, y no sólo eso: ella miraba a la cámara, consciente del daño que iba a ocasionarle. Pero pensó que todo era culpa suya, por no haber sido sincero desde un principio, por no mandar bien lejos a Alan cuando Chloe le dijo que no iba a poder asistir, que estaba fuera por trabajo.
Alan se encargó de llamar a su ex. Cuando llegó a su casa y fue consciente de la encerrona, estuvo tentado de marcharse, de llamar a Chloe e intentar pasar toda la noche hablando con ella, pero ambos lo convencieron de que sólo se trataba de pasar la noche entre amigos, que no ocurriría nada más.
Y el estúpido de Darek los creyó. Todo iba bien hasta que, al girarse para conversar con ella, ésta agarró su barbilla y le dio un casto beso, que él no profundizó... pero que los ojos de Chloe ya habían visto. En ese momento fue consciente de que su mundo se venía abajo, de que la había perdido.
Pero no, Darek se negó en todo momento a creer que su relación no tenía solución. Lo primero que hizo fue decirle a Alan que todo había terminado, que a partir de ese momento sólo hablarían de trabajo, que ya no podía considerarlo su amigo.
—¡Todo esto por una tía!
—Por la mujer de mi vida, Alan.
—¡Estás de broma!
—Nunca he estado más seguro de mis palabras.
Y, soltando improperios, Alan salió de casa de Darek consciente de que, entre ellos, nada iba a ser igual. Pero ahora le quedaba un largo camino, y era llegar hasta Chloe, ganarse su confianza y volver a reconquistarla.
Estaba diciendo que había apartado a Javier de su lado, me estaba tratando de decir que no quería saber nada más de él, excepto por trabajo. Sin embargo, la escena que él estaba describiendo hacía referencia a la primera foto que vi... pero no mencionaba las otras, que se habían tomado durante la cena, en concreto después de ese beso.
En esas imágenes quedaba claro que continuaba con ella como si nada y eso sólo podía significar que me estaba engañando, que no era sincero del todo... o quizá el próximo capítulo desvelase el tema de esas fotografías... Comenzaba a desesperarme al conocer la verdad tan lentamente, y me sentía culpable por lo que había hecho la noche anterior; dudaba sobre si él realmente también había sido utilizado y se le había ido de las manos.
Me tapé la cara con las manos y respiré profundamente, necesitaba tranquilizarme, pensar fríamente, pero era incapaz de hacerlo.
Inicié la sesión de Skype y llamé a Esther; sabía que estaba molesta, pero era la única capaz de ayudarme en esos momentos. Ella lo había vivido, al igual que yo, como una traición, y seguro que sus consejos eran los que necesitaba para continuar. Era la única que podría darme la fuerza que tanto necesitaba.
—Esther.
—Sigo enfadada.
—Lo siento, pero ayúdame. —Mientras decía esto, puse caras tristes y ella rompió a reír. Le reenvié el correo electrónico y le pedí que lo leyera.
Permanecí observándola mientras lo hacía; sus expresiones denotaban un mar de dudas, pero no me decían nada claro: sonreía, ponía cara de enojo, suspiraba, incluso relinchaba.
—Nena, sé que no quieres oír esto, pero el único tóxico es Javier. —Me miró fijamente a través de la pantalla del ordenador—. Te está diciendo que está desesperado.
—Pero las fotos no indican lo mismo, son de después...
—Cierto... —Pensativa, permaneció callada unos instantes—. Habla con él de una vez, por favor. Esto ya está sobrepasando lo que una mente humana puede soportar. Enterarse de la vida de uno a través de una historia ficticia no es muy sano, Dunia.
—Es de locos.
—Exacto, mi niña. Sé fuerte, finaliza esta llamada y llámalo a él.
—Gracias. ¿Sabes que te quiero, verdad?
—Sí, y yo a ti. No quiero volver a verte con esa cara de zombi viviente.
Colgué la llamada y me dejé caer sobre la cama mirando al techo, dudando en si dormirme, hacer caso a Esther o simplemente cortarme las venas. «No, esto no, es desagradable y me niego a morir tan joven.»