Capítulo 3
Intenciones frustradas
Llevaba unos minutos tumbada allí, incrédula por el sueño que había tenido... había sido tan real que estaba acalorada. Me levanté y mis pasos fueron directos al baño; abrí el grifo de la bañera mientras me despojaba del pijama, dejándolo caer al suelo. Me adentré en el agua templada y estiré la espalda para eliminar la tensión que azotaba mis cervicales. Me relajé y pude enfriar mis pensamientos, más bien alejarlos. Durante un buen rato, mantuve los ojos cerrados y la mente en blanco, hasta que cerré el agua y me forcé a comenzar el día olvidando los sentimientos que había provocado aquel sueño. No significaban nada para mí, porque la realidad era que yo no quería ni ver a Thor. Al menos eso era lo que quería creer.
Abandoné el baño y me vestí para salir; pasaría por el aserradero, a comprobar que todo estuviera en orden. Era consciente de que mi marcha les estaba afectando, por mucho que no lo reconocieran, así que ayudaría en lo que pudiera, para poder sentirme mejor conmigo misma. Pero primero cumpliría con mis obligaciones blogueras después de un buen desayuno.
Puse dos rebanadas de pan de molde en la tostadora; mientras se hacían, cogí el portátil y el cargador, lo conecté y lo dejé en la mesa de la cocina. Moví el ratón y apareció la última página que había escrito la noche anterior. Guardé el archivo, pero no lo envié al destinatario. Lo leí mientras servía un vaso de zumo en mi taza naranja, y cambié alguna expresión. Una vez más, puse unas anotaciones y lo felicité por el capítulo que había escrito. Decidí que podía ser amable, pues durante unos días nos escribiríamos y qué mejor que tener un pequeño vínculo, aunque sólo fuera amistad, todo ello para que la historia funcionara. Envié el email; esta vez puse en copia oculta a Esther; la conocía y sabía que debía de estar contando los minutos para leerlo.
Contesté a todos los mensajes que tenía pendientes y publiqué la entrada que había preparado de la promoción del libro; luego lo recogí todo para poder marcharme. Aksel no había venido, así que me tocaba un frío paseo hasta llegar. Me miré en el espejo de la entrada y me coloqué el gorro de lana hasta los oídos, una bufanda a juego que me había hecho Grete y las botas. Abrí la puerta y descubrí que la nieve había cubierto la entrada; cogí un puñado de sal de un bote que tenía colgado de la fachada y lancé un poco, intentando que poco a poco menguara su espesor.
Empecé a caminar pisando con cuidado, ya que mis botas se hundían y tenía que levantar los pies exageradamente para poder mantener el ritmo de mis pasos. Estaba a treinta minutos del aserradero, pero debía apresurarme, la sensación de frío que sentía por el aire que se había levantado era espantosa. Opté por andar por el borde de la carretera, era mucho más rápido, aunque bastante peligroso. Si un coche se descontrolaba por el hielo, seguro que saldría de la calzada, pero seguí a paso ligero, hasta que oí la sirena de un camión que se detuvo lentamente para no patinar.
—¿Qué haces caminando por aquí?
Oí una voz grave que salía de dentro de la cabina, me giré y vi a uno de los taladores de mi padre. Encogí los hombros y me hizo una seña para que subiera. Comprobé que no venía ningún coche, abrí la puerta y escalé los escalones hasta conseguir sentarme en ese gigante de ocho ruedas.
Soplé aire en mis manos, pues, aun teniendo puestos los guantes, estaba helada, y lo miré. Negó con la cabeza mientras decía «Vámonos». Me sentí aliviada, llegaría en pocos minutos y evitaría la regañina de mi padre por no llamar y avisar de que iría.
Cuando llegamos a la puerta, hizo sonar la sirena y mi padre abrió la enorme puerta metálica de la entrada para que pudiéramos acceder al interior. Mi padre sonrió al verme en la cabina; bajé y le di un beso en la mejilla y, antes de que me recriminara nada, le dije que iba porque me apetecía. Sonrió y no respondió nada.
Entré en la oficina y vi demasiadas facturas; dejé mi chaqueta y mis cosas sobre la silla de mi padre y encendí mi ordenador. Mientras éste arrancaba, abrí la puerta de la oficina e inhale el suave olor que desprendían los árboles recién cortados, que contrastaba con el de la humedad que acababa de dejar atrás. La madera estaba amontonada a la espera de ser cortada.
Volví a mi mesa y comencé a registrar todas las facturas; era muy sencillo, sólo tenía que introducir los datos principales, de quién era, la fecha de emisión y el detalle de ésta. Una a una, en pocos minutos estuvieron todas introducidas. Fui hacia el escáner y también una a una fueron pasando, hasta llegar telemáticamente a la carpeta de facturas escaneadas del escritorio del ordenador.
Una vez hecho esto, abrí Facebook. Esther estaba conectada, así que abrí el chat con un «Buenos días» e inmediatamente contestó con un «Muy buenos calurosos días». Reí, sabía perfectamente a qué se refería. Su siguiente frase fue: «Necesito una ducha fría; si lo sé, no lo leo en el trabajo». Una carcajada salió de mis cuerdas vocales. A mí misma me había sucedido, ¿cómo no iba a pasarle a ella, que tenía la mente más sucia que la mía?
Estuvimos chateando durante un rato; por suerte su jefe no estaba y podía escribirme sin miedo a ser pillada. Un «chis, chis...» hizo que me girara.
—¿Vas a quedarte mucho tiempo?
—Si molesto, me voy —contesté incrédula por la pregunta de mi padre.
—No, pero...
—Mejor vuelvo otro día. —Esa segunda voz la conocía muy bien; no podía creerlo... «Hoy no, y menos después del sueño que tuve anoche. ¿Qué diablos hace Thor en el aserradero?»
—No, espérame un momento con Aksel, ahora mismo salgo y te explico el trabajo que comporta tu puesto.
—¡Papá! —le recriminé en voz alta, enfurecida.
—Hija, tú estás de excedencia, tengo que llevar la oficina. No puedo estar en todo y él sabe cómo va el negocio, siempre nos ha ayudado.
Suspiré, tenía razón. Thor siempre había ayudado, incluso durante meses estuvo en nómina en el aserradero y era un trabajador comprometido con su labor. Pero no quería volver y verlo allí todos los días; la situación había cambiado, ya no estábamos juntos. Y ése siempre sería mi trabajo... Verlo allí entorpecería mis intenciones de evitarlo, sería imposible no topármelo a cada momento.
—Podrías haberme consultado —le amonesté en tono más calmado.
—No quise molestarte y sabía que no ibas a ser objetiva.
—¿Eso es lo que crees? Ahora sí que me has molestado.
Me senté en la mesa con la mirada fija en la pantalla mientras él esperaba de pie, pero, al ver que no tenía la menor intención de continuar hablando, se marchó cerrando la puerta tras él.
Cuando sabía que nadie podía verme, apoyé los codos sobre la mesa y dejé descansar mi barbilla en mis manos, soplé y continué hablando con Esther. Le expliqué lo que había sucedido con Thor esos días atrás; no le había dicho que había coincidido con él, pero necesitaba desahogarme y ella era la mejor para entenderme.
Hasta le conté el sueño que había tenido y, tras reírse durante minutos, me dijo que era normal que me hubiera pasado, que el texto podría hacer soñar a cualquier mujer incluso despierta, y era cierto. Tras la charla que mantuvimos, conseguí pensar más objetivamente y llegar a una conclusión: si había solicitado trabajo con nosotros era porque necesitaba el dinero, y por una relación personal no debía negarle la oportunidad de ganarse un sueldo. Y la verdad era que mi padre tenía razón, era un cortador de leña excelente.
Yo iría poco, así que no lo vería durante todo el día. Salí de la oficina hacia el baño que estaba fuera, que era para todo el personal, y no pude evitar buscarlo con la mirada hasta que lo localicé. Estaba ayudando a un operario a desatascar uno de los cables de acero que sujetaban los troncos más grandes; había trepado por éste y, con una herramienta, estaba colocándolo en el carril para que pudiera subir y bajar. Llevaba una camiseta de algodón blanca manchada de marrón y motas de aceite. Estaba sudoroso; la fuerza que ejercía para mantener el equilibrio provocaba que de su frente emanaran pequeñas gotas que retiraba con uno de sus brazos, a la vez que se manchaba la cara de negro sin darse cuenta. Mis pasos fueron desacelerándose hasta pararme sin haberme inmutado; mi mirada seguía en su cuerpo y mi boca se mantenía abierta.
—Cualquiera diría que lo has olvidado. —Una burla me hizo volver en mí, y ésta no podía provenir de otra persona. Me giré y miré furiosa a Aksel; él continuó su camino con una sonrisa ladina.
Aceleré mis pasos y cerré de un portazo la puerta del baño, me apoyé en el lavamanos y me miré al espejo, estaba sonrojada. Aksel se había dado cuenta y lo peor de todo era que tenía razón: desde que lo vi en el bar, no podía negar que me había fijado en él, pero mi propósito era seguir firme e intentar evitarlo; si no, sería imposible no caer en sus brazos.
Abrí el grifo y me lavé la cara, cerrando los ojos con fuerza e intentando que mi respiración profunda consiguiera calmar mis sentidos. Me miré al espejo de nuevo y, cuando me vi capaz de poder salir fuera de aquel pequeño cubículo, me sequé las manos con el papel que colgaba de la pared y entré en el servicio.
Antes de volver a salir, cerré los ojos con fuerza, obligándome a no mirarlo, a caminar directa a la oficina sin ver su imagen. Pero nada más poner un pie en la nave, mis ojos fueron directos al último punto donde lo había visto. Por suerte no estaba, ya no. Sacudí la cabeza intentado apartar lo que mi mente pensaba y entré en mi oficina para luego cerrar la puerta con los ojos cerrados, suspirando aliviada por no haber coincidido con él. Giré sobre mi misma en dirección a mi mesa, cuando me paré en seco al verlo sentado en mi silla, esperándome.
—Si te molesta que trabaje aquí, dímelo y me iré.
—No tienes que irte; no te preocupes, ahora mismo no trabajo aquí.
—Lo sé, algo he oído, pero no entiendo el porqué.
—No debes entender nada, ¿me devuelves mi sitio? Estoy ocupada. —Se levantó y se apartó, dejando el espacio suficiente para que pasara sin tocarnos pero apenas nos separaban un par de centímetros.
—Veo que sigues con el blog. Te ha llegado un email de un tal Markel, eso decía el aviso que ha aparecido en la pantalla.
—Continúa con tu trabajo, no quiero arrepentirme de la decisión que he tomado.
Se dio la vuelta y desapareció. Me estaba retando, lo sabía, él era así. Pero no, esta vez ganaría yo. Vi mensajes de Esther y los leí. Le comenté que había recibido un correo de Markel y ella se sorprendió, no podía haber escrito el capítulo tan rápido. Me animó a leerlo, y así lo hice: abrí mi correo electrónico y el único mensaje entrante era el suyo. Pulsé dos veces sobre éste y me quedé atónita al leer el cuerpo de texto que había escrito.
Para conseguir una buena historia, sólo debes dejarte llevar por lo que escribo, te resultará más fácil.
—Pero ¿éste quién se ha pensado que es? Vale que soy novel, nunca he escrito una novela, pero ¿está menospreciando mi parte? Lo que me faltaba para rematar el día, un egocéntrico creído.
Copié su fabulosa frase y la pegué en el chat para que Esther la pudiera leer. Y no se hizo de rogar, inmediatamente me preguntó por qué le mandaba eso. Le indiqué que era lo que Markel me había respondido y permaneció durante unos segundos sin escribir.
Yo estaba enfadada y dolida, así que no pude evitar utilizar todos los peyorativos que había en mi vocabulario. Ella sólo escribía sonrisas en el chat, pero yo no estaba riendo, ni mucho menos.
Volví a leer el email y solamente contenía esa absurda frase; no había escrito el capítulo, sólo esas palabras. Si quería herirme, lo había conseguido. Esther reaccionó y me tranquilizó; me animó a demostrarle que yo escribía igual o mejor que él. Enfadarme y dejar a medias lo que ya había comenzado no era la solución.
—¡Dunia! —oí que gritaban desde fuera.
—¿Qué? —contesté aún con tono malhumorado.
No obtuve respuesta; di unos pasos en busca de mi padre, ya que la voz la había reconocido al instante, y caminé entre cada una de las máquinas. No lo veía. Cuando llegué a la puerta, me asomé esperando que estuviera allí, pero tampoco. Rodeé la nave y lo descubrí al fondo; estaba organizando los montones de troncos.
En cuanto me vio, pidió a los trabajadores que estaban con él que esperaran un segundo y caminó hacia mí; por mucho que intentara disimularlo, aún cojeaba. Unas semanas atrás se le cayó un árbol bastante grande, pero no quiso ir al médico, y seguro que tenía una contusión, por mucho que sonriera.
Me pidió que le llevara una caja que tenía pendiente al vendedor de automóviles. Era una muy pequeña, así que no me importó, pero antes tenía que intentar convencerle de que fuese al médico para que le revisaran la pierna.
—Voy con una condición.
—¿Qué quieres?
—Que vayas al médico; si no, no iré.
—Qué pesadas sois. Es un golpe, el dolor desaparecerá en unos días, pero... si así te quedas más tranquila, iré.
Perfecto. Saqué el móvil que tenía escondido a mi espalda y le dije a Grete que pidiera cita, que tenía el permiso de mi padre. Las dos reímos al unísono, y él nos maldijo por haber confabulado contra él. Le di un beso en la mejilla y le comenté que en ese mismo momento iba a llevar la caja.
Entré en la nave directa a la oficina; tenía que hacer una cosa, pero la añadiría a mi lista de asuntos pendientes por hacer después. Me senté de nuevo en mi mesa y me despedí de Esther.
Por suerte tenía que ir muy cerca, podría ir andando. Salí y vi cómo Aksel y Thor estaban fumando un cigarrillo subidos a un tractor, pero hice como que no los había visto y seguí mi camino montaña arriba. En diez minutos llegué a mi destino. Saludé a Norbert, el dueño del concesionario, más bien un desguace-concesionario-recambista. Abarcaba todo lo relacionado con los coches. Podías encontrar un vehículo nuevo o de segunda mano o cualquier pieza, e incluso compraba tus coches para después despiezarlos.
Entré en las oficinas y le di a la hija de Norbert el paquete que mi padre me había dado, pero ésta me dijo que se lo entregara a él directamente. Así que salí y caminé hasta donde estaba.
—Te he traído un paquete de mi padre.
—Gracias, Dunia. Toma, ésta es la llave.
—¿La llave de qué? —Comenzó a reír a carcajadas ante mi cara de sorpresa.
—¿Tu padre no te lo ha dicho? ¡Qué viejo guasón! El jeep de la entrada es tuyo.
—¿Perdona?
—Tu padre lo ha comprado. Muchacha, no puedes ir caminando por este lugar. Todo está muy apartado, ya era hora de que te comprara uno, el tuyo ha sido muy útil para piezas.
—¿El mío? —No podía creerlo, se suponía que mi coche estaba en el garaje de la casa de mi padre, pero no, lo había dado de entrada para comprarme otro—. Gracias, Norbert.
—Disfruta y ve con marchas largas, la carretera es muy peligrosa esta temporada.
—Lo haré.
Caminé hasta estar delante de un jeep rojo con techo; menos mal, porque, si no, me helaría. Me monté y, tras encender el motor, no pude evitar sonreír; no esperaba que me compraran un coche, pero tenía que reconocer que me hacía falta.
Conduje hasta llegar al aserradero, la puerta estaba medio cerrada. Cuando fui a bajar, vi que Thor estaba a mi lado; me explicó que mi padre y Aksel acababan de marcharse en dirección a casa, para comer. Le pregunté si él no lo hacía y me respondió que se iba en ese momento. Se montó en la moto y cogió el casco con una mano mientras con la otra peinaba su cabello hacia atrás para colocárselo. Con una mano me hizo un gesto diciéndome adiós y me quedé paralizada unos instantes.
Volví a subir al coche y tomé rumbo a casa de mi padre. Tenía radio, vieja, pero funcionaba, así que puse la emisora de radio local y conduje mientras tarareaba alguna de las canciones que emitían.
Aparqué en la parte trasera y entré por la cocina. La comida estaba puesta y sabían que iría, ya que había un plato para mí. Grete me indicó que primero comiera y después hablara, y las dos sabíamos el porqué: Aksel pondría el grito en el cielo cuando se enterara de la compra del jeep.
Me senté al lado de Fredrik y le agarré la mano; al sentirla tan helada, la apartó y le sonreí, diciéndole que un poco de frío no lo iba a matar; él asintió y siguió comiendo las patatas estofadas que Grete había preparado. Aksel se sentó en la mesa y no dejaba de mirarme y sonreír; que Thor hubiera vuelto y trabajara con él iba a ser un martirio para mí. Tenía un puñal para clavarme cuando le viniera en gana. Mi padre se sentó y le dio un beso a su mujer en la frente mientras agarraba la jarra de agua, para luego llenar todos los vasos. Empezamos a comer mientras hablábamos del aserradero y de cuándo tendría mi padre la visita al médico; se había comprometido a acudir en dos días y tenía dos mujeres que se asegurarían de que así fuera, no tenía escapatoria.
Una vez terminado el almuerzo, nosotras recogimos la mesa. Estábamos hablando del colgante que la jardinera del pueblo le había pedido a mi madre cuando Aksel entró enfurecido en la cocina.
—¿Qué te pasa, hijo?
—Tú, la niña consentida. Pobrecita... que se le ha roto el coche, pues le compramos otro.
—Eh, que yo no he pedido nada.
—Aksel, su coche estaba estropeado y no tenía reparación posible.
—Tú ya tienes uno, ¿qué más te da que yo lo tenga?
—Si se me rompe a mí, tengo que arreglarlo... pero tú lo tienes todo siempre tan fácil... —Dio un portazo y salió hecho una furia hacia el bosque. Quise salir tras él, pero Grete me lo impidió.
Mi padre entró, alertado por los gritos. Grete le explicó lo que había sucedido y me dijo que no me preocupara... pero entonces me puse en el lugar de Aksel y vi que, en parte, tenía razón. Le comenté a mi padre que quería la factura del coste del coche y que se lo devolvería, sólo sería un préstamo, era la única forma de sentirme bien y de que nadie me pudiera echar nada en cara. Ambos lo entendieron y aceptaron el trato.
Aksel volvió a entrar, pero ni nos miró, se fue directo a su habitación, que cerró con pestillo. Grete me pidió que le restara importancia, que siempre reaccionaba igual. Aunque me dolía verme en una situación tan incómoda como la que teníamos siempre, le hice caso e intenté que no me afectara. Ella, para poder relajar el ambiente, me pidió que la acompañara. La seguí hasta la habitación que había sido mía y que había trasformado en su taller, y me mostró sus novedades. Tenía a medias mi bufanda, hecha con la lana que me había gustado tanto cuando fuimos a comprar los ovillos; se veía preciosa. Me la puse al cuello y me miré al espejo; me encantó en cuanto la vi reflejada, era tal y como la imaginé cuando le pedí a Grete en la tienda que me la tejiera.
Decidí irme a casa, aún no había preparado la entrada del blog ni nada... así que me despedí de todos, menos de Aksel, y salí hacia mi coche.
El camino era bastante empinado y la carretera estaba helaba. Oí rugir un motor y pude adivinar qué moto se acercaba. Miré por el retrovisor y vi su silueta pegada a la parte trasera de mi jeep. Se colocó a mi lado y aminoré la marcha; si venía un coche en sentido contrario, resultaría demasiado peligroso. Pero a él no le importó, hizo lo mismo; luego aceleré intentando dejarlo atrás, pero nada. Volvió a ponerse a mi lado. Miré hacia la carretera y vi cómo uno de los camiones del aserradero venía en nuestra dirección. Le dije que se apartara, que mirara hacia delante, pero no me hizo caso; cada vez nos aproximábamos más a él, pero él seguía a mi lado y mirando hacia delante.
Frené en seco para poder dejarle distancia para adelantarme y el camión tocó la bocina, mi coche giró al patinar las ruedas y él derrapó hasta parar, sin caer. Respiré hondo, no había pasado nada pero había sido una locura. Arrancó la moto y se alejó mientras le gritaba lo más fuerte que pude que estaba loco. El conductor bajó y me preguntó si estaba bien, y, al ver que no había ocurrido nada, continuamos cada uno nuestro camino.
Llegué a la puerta de mi casa aún alterada por lo que acababa de pasar. Permanecí sentada al volante unos instantes mirando la entrada. No entendía por qué había cometido semejante imprudencia, podríamos haber tenido un accidente, y ahora estaríamos lamentando alguna desgracia. Bajé del vehículo y anduve hasta la puerta mientras recordaba el día: primero Thor, en la fábrica; después, el estúpido comentario de Markel; añadimos a la lista el cabreo monumental de Aksel y, para terminar, la aventura sobre ruedas de Thor... más no me podía pasar ese día. Entré y dejé mis cosas en el recibidor y me senté ofuscada en el sofá. Saqué el teléfono móvil del bolsillo y escribí un mensaje a Esther, ella conseguiría que me distrajera, porque salir con los amigos del pueblo no era muy divertido, yo era la «friki rara», según ellos. Así que prefería recluirme en mi humilde morada a escribirme con personas que sí me entendían.
Al instante, Esther me respondió y comenzamos a hablar de lo sucedido en el día, pero sobre todo del tal Markel. Las dos estábamos asombradas por lo que me había escrito y decidimos introducir en el buscador de Internet las palabras «Markel+escritor» «Autor+Markel», «Autor+Español+Markel», pero nada, ninguna de ellas obtenía resultado alguno. Ese hombre era anónimo, no aparecía ni una casual coincidencia con nadie; para ser autor, lo llevaba demasiado en secreto.
Ella buscó en «Imágenes», con la esperanza de hallar alguna pista, pero tampoco. Comenzamos a reír de lo negadas que seríamos si nos dedicáramos a la búsqueda de personas como los detectives. Mientras hablaba con ella, la vibración del móvil me indicó que entraba un correo electrónico; abrí la aplicación y el mensaje era de él. Adjuntaba el capítulo, más un cordial mensaje mencionando que seguramente prefería un capítulo como ése, «rosa», especificaba.
No estábamos empezando con buen pie, ni mucho menos. Era de las pocas personas que habían conseguido enfurecerme con dos tristes frases, y eso era muy difícil. Normalmente tenía paciencia; gracias a Aksel, desde pequeña aprendí a tenerla. Le conté a Esther lo que me acaba de escribir y le dije que, cuando acabara el capítulo, se lo enviaría.
Fui hasta mi habitación y cogí el ordenador portátil; quería leer detenidamente a ver qué tan rosa era su parte.
Chloe estaba dispuesta a continuar, a dejarse llevar, y Darek estaba preparado para demostrarle que él era el hombre que la podía hacer feliz y amar de por vida. Se tumbó sobre ella y se acercó a sus labios para permanecer lo más próximo a ellos, pero sin llegar a tocarlos. Ella podía sentir cómo su respiración topaba contra la suya, consiguiendo acelerarle el pulso. Su cuello se elevó, dejándolo a merced de él. Darek la miró, sonrió y comenzó a besarlo suavemente como si fuera a partirse por su contacto; los besos siguieron trazando un reguero, un gustoso camino, pasando por su clavícula, su hombro... continuó por unos de sus pechos, el otro, y bajó hasta llegar a su ombligo. Allí sopló en un suspiro, consiguiendo que la piel de Chloe se erizara.
El sexo de ella estaba tembloroso e impaciente por la visita que esperaba; su pene erecto se erguía entre sus piernas, hasta que por fin lo sintió. Rozaba sus labios; abrió las piernas mientras Darek sentía la excitación y necesidad de ella; no tenía intención de hacerla sufrir, ahora no, debía complacerla.
Subió hasta llegar a sus labios y, tras contornearlos con sus dedos, los besó; ella respondió rítmicamente a sus besos sin pensar lo que sucedería en segundos; un gran gemido gutural salió de su garganta al no esperar la embestida que arremetió directa contra el interior de su vagina. Abrió los ojos y mordió los labios de él, para controlar el placer que había sentido. Darek paró, se quedó inmóvil expectante a su reacción, pero Chloe asintió mientras con su cadera lo animaba a volver a repetirlo. Continuaron hasta conseguir que un sinfín de besos y movimientos de pelvis causaran que los dos yacieran uno sobre el otro, exhaustos por el orgasmo que acababan de vivir.
—O sea, que para ti, hacer el amor, es rosa. Pues, continuemos por esa línea... o no, ¿tú qué crees, Dunia? —Sonreí de forma maliciosa al preguntarme a mí misma, consciente de cómo tenía que seguir el capítulo.
Me levanté y fui hacia la cocina en busca de un vaso de zumo; estaba sedienta e intuía que iba a pasar bastante tiempo frente al ordenador. Mientras abría la nevera, recordé la tienda a la que había ido con Grete el día anterior, y una idea brilló en mi mente, era perfecta. Nada rosa, como esperaba Autor misterioso... «Bautizado, así te llamaré a partir de ahora.» Volví a sentarme y comencé a escribir.
La respiración de ambos era relajada, continuaban tumbados mientras el sudor de la euforia que acababan de experimentar se entremezclaba, y la habitación olía a sexo. Chloe le dio un tierno beso en la comisura de los labios y éste respondió con otro. Darek le preguntó apenas sin aliento si le había gustado, y ella no dudó en responder que había sido perfecto, que sólo había un pero; levantó la mirada hasta llegar a su muñeca: estaba enrojecida, tenía las marcas del frío hierro blanco. La mirada de Darek se entristeció. Se levantó y, tras retirarse con sumo cuidado el preservativo, que lanzó a una papelera, cogió una llave del bolsillo de su pantalón. Ella sonrió, por fin iba a liberarla, y así fue, abrió las esposas.
Chloe frotó su muñeca intentando que la sangre siguiera su flujo habitual y se sentó. Le preguntó qué pensaba hacer ahora con ella, y él se puso los bóxers, se dirigió a una ventana y se paró justo delante. Apoyó un brazo en el marco de ésta y le dijo que ella era libre de decidir si quería marcharse o continuar. Gracias a que le daba la espalda y no podía verla, pudo expresar lo que sentía. Su sonrisa era pícara, ya había decidido; tendría que estar en un poblado ayudando a unos niños sin recursos, pero ya había perdido el vuelo, así que tenía quince días que no iba a desaprovechar. Ese hombre había sido capaz de retenerla y hacer el amor como si fuese la única mujer que existiera en el mundo, así que se merecía una oportunidad. No sólo eso, sus planes iban más allá.
Se levantó sigilosa y caminó hasta colocarse detrás de él; lo observó detenidamente. No era corpulento, sino más bien delgado, y apenas una cabeza más alto que ella. Las manos de ella rodearon la cintura de Darek, éste se irguió al sentir el contacto, pero permaneció inmóvil. Ella sonrió al percibir su inseguridad y le dijo que no se habían presentado en condiciones, que se llamaba Chloe y que había perdido el avión que debía llevarla de vacaciones, pero que, si no le importaba, las podía pasar a su lado.
Éste, al oír sus palabras, se giró y la miró ensimismado; no podía creer lo que estaba oyendo, pero era cierto, ella lo había dicho. Se lanzó a sus labios y le contestó que podía pasar los días que quisiera junto a él, que aquel lugar ya le pertenecía. Ella lo besó mientras daba tímidos pasos marcha atrás hasta que sus piernas toparon con el frío hierro del somier, se paró y lo abrazó para dejarse caer sobre el colchón. Comenzaron a besarse y ella se colocó encima de él. Tomó el control, tanto que, sin previo aviso y apenas sin que él pudiera darse cuenta, un «clic» anunció que ahora el que estaba retenido era él.
Estaba sentada con las rodillas a cada lado de sus caderas y de brazos cruzados, mientras él, incrédulo por lo que estaba sucediendo, la miraba a ella y a su mano en repetidas ocasiones. Chloe le dijo que no se pusiera nervioso ni se moviera, sino se haría daño, pero su voz era tan dulce y armoniosa que Darek entendió sus intenciones. Ella le comentó que iba a marcharse, pero que volvería en un rato; luego le puso un dedo en los labios para acallar cualquier posible protesta, mientras sonaba un tierno «chis» de su boca y su dedo índice le indicaba que permaneciera en silencio.
Se puso de pie y abrió la maleta que había justo al lado de la entrada y ya había visto anteriormente. Él había sido tan atento con ella que hasta le había traído el equipaje que había preparado para el viaje. La abrió y cogió ropa limpia, que apoyó en una cómoda que había justo a su lado.
Se desprendió del vestido por encima de su cabeza con un lento movimiento mientras sus ojos se clavaban en los de Darek. Éste respondió al instante con una pronunciada erección que intentó escapar de sus bóxers; ella sonrió y lanzó el vestido al suelo, dejando su figura y sus grandes pechos desnudos, para que los mirara. Se irguió en la cama, impidiendo que se apartara del cabezal por la mano que tenía sujeta al barrote; ella lo miró y negó con la cabeza. Empezó a jugar acariciando sus pechos antes de ponerse una camiseta ajustada que marcaba la excitación de éstos.
Terminó de vestirse y, tras lanzarle un beso y decirle «ahora mismo vuelvo», salió de aquella habitación. Se encontró con un salón muy acogedor, rústico pero precioso; lo estudió sin perder detalle de la decoración, pues pensó que seguro que más adelante algo le serviría para llevar a cabo sus planes. Vio las llaves de un coche y las que dedujo que eran de la casa sobre la mesa y las cogió. Antes de cerrar la puerta, se cercioró de que podría abrir una vez fuera y, tras comprobarlo, se montó en el coche, arrancó y se alejó de aquella casa.
Oí el sonido del timbre de la puerta. ¡Maldición!, estaba en un punto muy interesante de la historia. Antes de abrir, me aseguré de guardar el archivo correctamente y caminé hasta la puerta; no sabía quién podía ser, ya que no esperaba a nadie.
Mi sorpresa fue cuando, frente a mí, vi plantado a Aksel, con un montón de leña entre sus brazos.
—Tendrías que haberle dicho a mi padre que tenía suficiente.
—Él no me ha mandado. ¿Puedo pasar?
Me aparté de la puerta y dejé que entrara; era una sorpresa verlo allí y por propia voluntad, eso sí que era nuevo. Lo seguí y me senté en el sofá mientras él dejaba la leña en su sitio. Cuando acabó, me miró y, tras unos segundos parado dudando si hablar o no, me preguntó qué estaba haciendo.
Sonreí al ver el enorme esfuerzo que había realizado para hablarme sin meterse conmigo y le dije la verdad, que estaba escribiendo una historia nueva. Él me miró sorprendido, pero no dijo nada más. Permanecía de pie, observando las brasas.
—Aksel, ¿a qué has venido?
—A disculparme, sé que el coche no es un regalo.
—Y si lo fuera, ¿qué? Somos adultos, no podemos estar siempre en guerra.
—Lo sé.
—El día que te lo compraron a ti, yo no dije nada. Me alegré por ti, y tenía el mío roto, también podría haberme quejado.
—Soy un imbécil, no hace falta que me lo recuerdes.
—¡Aksel, yo... no...!
Caminó rápidamente hacia la puerta y se marchó dando un portazo.
No me dio tiempo a decirle nada, se fue dejándome con la palabra en la boca, pero ya era un gran paso. Por primera vez me había pedido disculpas, y eso sí que no era habitual en él, era el más orgulloso de todo el pueblo, sin duda.
Miré la hora y decidí hacer algo de comer antes de seguir con el capítulo. Me dirigí a la cocina y abrí la nevera. Tenía una fiambrera de comida que Grete me había dejado, así que ni lo pensé: la metí en el microondas y, tras esperar tres minutos, ya tenía la cena lista. Cogí unos cubiertos y corté la carne directamente del recipiente, no tenía ganas de ensuciar un plato.
Saboreaba la dulce salsa que Grete había preparado mientras mi mente imaginaba lo que sucedería con Darek y Chloe; estaba abstraída del mundo real, solamente pensaba en lo que debía escribir justo cuando terminara de cenar.
El comentario de Autor misterioso había conseguido que diera un giro inesperado a la historia, y me estaba gustando. Miré la pantalla del móvil y comprobé que tenía mensajes por leer; los abrí y vi que Esther había continuado buscando a Markel por Internet, sin éxito. No había forma de saber nada de él, qué había escrito o cómo era, así que deduje que sería un novel que aún no tendría repercusión en las redes sociales.
Durante varios segundos estuve escribiendo en el grupo de WhatsApp; seguí el juego a las tonterías que solamente las frikis de los libros y la romántica podíamos entender. Cuando acabé de cenar, recogí lo poco que había ensuciado y me dirigí directa a la chimenea, donde coloqué varios troncos gruesos para tener unas horas de calor.
Fui hacia mi habitación y me dispuse a continuar el capítulo.
Chloe detuvo el coche frente a una tienda que vendía telas y sonrió al imaginar lo que compraría. Cogió su monedero y se dirigió muy segura de sí misma hasta el interior del pequeño comercio. Le indicó a la tendera las telas que buscaba y le pidió un par de metros de cada una.
Salió sonriente por la adquisición que había hecho, se montó de nuevo en el vehículo y condujo de regreso. El camino se le hizo más largo de lo que creía que era. Cuando pasó frente a un cartel que ya había visto, se dio cuenta de que por aquel cruce ya había pasado. Se llevó una mano a la boca, consciente de que se había perdido. Paró en un lateral de la carretera y, tras respirar hondo intentando recordar el camino, le dio un fuerte golpe al volante, ante la frustración de no conseguirlo.
Un coche se detuvo detrás de ella y vio cómo un joven se acercaba; éste gritó el nombre de Darek y ella sonrió. Si lo conocía, la podría guiar hasta su casa. Y así fue: tras explicarle que era una amiga y había ido a comprar unas cosas, le enseñó la bolsa que tenía en el asiento del acompañante; éste accedió a guiarla.
Vio al fondo la casa de Darek y se sintió aliviada. El amigo le hizo luces y con una mano le indicó que se iba; ésta le agradeció su ayuda con un «gracias» bien alto, y aparcó frente a la entrada. Cogió la bolsa y abrió la puerta de la entrada. Volvió a observar a su alrededor y caminó directa a la habitación donde había dejado yaciendo a su prisionero.
Abrió la puerta y la bolsa cayó al suelo; paralizada como si alguien la hubiera pegado al suelo, se quedó agarrada al pomo de la puerta.
—Impresionante, Dunia, cada día te superas más —me dije a mí misma de nuevo, ya estaba siendo una costumbre autofelicitarme al terminar cada capítulo, aunque pensase que eso no era muy bueno.
Se trataba de un final abierto, podía haber miles de opciones, y estaba deseosa de saber cuál era la que mi querido compañero Markel decidiría. Ahora sí que no podía decir que mi punto de vista era rosa, no, no... iba a ser erótico, oh sí, muy erótico... ése iba a saber lo que una española-noruega era capaz de escribir.
Leí el capítulo otra vez y me cercioré de que estaba perfecto, o al menos aparentemente. Preparé el email y escribí en el cuerpo del correo:
Espero que mi interpretación de lo que es una novela rosa te guste. Un cordial saludo de tu compañera de teclas, Dunia.
Envié el correo y mi teléfono móvil comenzó a sonar, era Grete. Miré la hora y vi que eran más de las doce, algo no iba bien. Pulsé el botón táctil temblorosa y no oí nada, silencio.
—¿Grete?