Capítulo 10

 

De nuevo en Madrid

 

 

Estaba sentada en la butaca que me habían asignado, y no podía evitar recordar sus palabras... ¿cómo me podía decir que estaba perdiendo el tiempo? Algo consiguió sacarme de mis pensamientos. Miré a mi derecha y una joven se sentó a mi lado, me saludó con un gesto tímido y se abrochó el cinturón rápidamente; estaba blanca como el papel, deduje que era su primera vez.

Miraba por la ventanilla mientras oía al piloto cómo nos daba la bienvenida y nos informaba de que la hora prevista de llegada a Barcelona sería a las siete y veinte de la tarde. Allí debía esperar el siguiente vuelo, que me llevaría directamente a Madrid, donde me recogería Esther.

Quedaban algo más de tres horas hasta que llegáramos. Cogí el libro que me había preparado en casa y comencé a leer. Me sumergí en la historia, hasta que noté que necesitaba ir al servicio. Caminé en dirección a la luz del aseo aligerando el paso hasta que me paré frente a la puerta y giré el pomo para poder entrar... cuando detecté que estaba ocupado. Maldije interiormente, no podía creer que me pasara todo a mí; movía las piernas nerviosa, apretando para retener, pero nada, nadie salía. Pasó una azafata y, tras preguntarle y decirme que esperara, permanecí de pie mientras deseaba que se abriera la puerta.

—¿Perdona, vas a entrar?

—Sí, claro, no estoy esperando por placer.

—Entra entonces.

—¿No ves que está ocupado? —contesté indignada, fruto del nerviosismo de sentir que me lo iba a hacer encima y de lo que estaba escuchando de un tipo repelente, que creía saberlo todo.

—Puede que me confunda, pero... —Se acercó al pomo y, tras darle un golpe seco, la puerta se abrió... y no había nadie. No podía creer que llevara unos minutos esperando en vano, simplemente la puerta se había rebelado contra mí. Lo miré casi fusilándolo con la mirada y entré a toda prisa.

Salí y miré en busca del joven que me había abierto, pero no estaba allí de pie. Observé asiento por asiento, hasta que lo descubrí sentado, mirándome fijamente. Caminé hasta mi asiento y me acomodé sintiéndome la más palurda del avión, ¡¿cómo podía haber quedado tan mal delante de todo el mundo?!

Seguí inmersa en mi lectura hasta que oí por el altavoz que nos pusiéramos el cinturón porque íbamos a aterrizar. Observé cómo la chica de mi lado se tensaba y casi se hundía de la presión que ejercía, pero no quise mirarla más para no incomodarla. Dirigí la vista hacia el otro lado del avión y vi cómo el chico del lavabo seguía observándome; rápidamente, lo evité, no volvería a sentir vergüenza por lo ocurrido.

Un golpe nos indicó que las ruedas ya habían tocado la pista y estábamos en tierra; la pobre de mi lado estaba blanca como la cera. Puse una de mis manos sobre la suya, que estaba agarrando el lateral del mullido asiento, y la relajó. Sonrió y me agradeció el contacto y apoyo que en ese momento necesitaba. La velocidad fue aminorando hasta que la nave se detuvo por completo, y los pasajeros comenzaron a levantarse. Esperé a que la mayoría de ellos salieran para poder hacerlo yo más tranquila.

Mientras estaba sentada en la cafetería tomando un café y revisando la hora, ya había informado a Esther de que estaba en Barcelona y de que todo iba según lo que habíamos planeado, un mensaje me hizo sonreír: Markel, al verme en línea, me estaba escribiendo.

 

Markel: ¿Cómo vas, Hechicera, aún no te has perdido?

Dunia: ¿Eso es lo que confías en mí?

Markel: Reconócelo...

Dunia: Para tu información, nací en Madrid, así que se adónde voy.

Markel: Ese dato lo omitiste.

Dunia: Hay muchas cosas de mí que no sabes.

 

No pude evitar reírme en voz alta. Lo había dejado sin habla y eso me encantaba; siempre intentaba ser él quien lo consiguiera, pero en muchas ocasiones lo lograba yo. Durante unos segundos estuvo sin escribir; los aproveché para pensar en todo lo que habíamos hablado durante esas semanas... le había contado tantas cosas que casi nadie sabía, que sentía que lo conocía de toda la vida. Un mensaje apareció y rápidamente abrí el chat para leerlo.

 

Markel: Pensaba hacerte de guía y enseñarte rincones de lo más pintorescos. Pero ahora ya no hace falta...

Dunia: Estaré encantada de redescubrir esos lugares.

Markel: Interesante...

 

Un aviso a través de megafonía me alertó; sorprendentemente, ya eran las ocho de la noche; estaba cansada de no hacer nada, pero volar ya era un esfuerzo. Me despedí de él y caminé por el largo pasillo del aeropuerto del Prat de Barcelona hasta llegar a la puerta de embarque con destino Madrid. A mi alrededor había muchos jóvenes que iban a hacer turismo, lo que deduje por lo que escuchaba de sus conversaciones. La azafata nos pidió que entregáramos los pasajes y una presencia a mi espalda me resultó familiar. Al girarme, vi al chico del avión, el de la puerta del servicio. Estaba hablando con alguien de una reunión a través de su móvil. Intenté taparme el rostro con el pelo, no quería que me reconociera como a la idiota que no supo abrir la puerta del baño... casualidades de la vida, viajaba en el mismo avión, no podía tener peor suerte.

La azafata le dijo que terminara o despegarían sin él, pero no le hizo ni caso. Yo seguía detrás de un grupo de jóvenes que estaba tardando más de lo normal en entregar los pasajes y, tras oír cómo se despedía por teléfono, de malos modos nos adelantó a todos y le dijo a la azafata que, si tenía tanta prisa, que le dejara pasar ya. Lo miré atónita; no podía creer lo maleducado que podía ser aquel tipo. La azafata cogió su pasaje, lo comprobó y, con la mejor de sus sonrisas, le indicó que pasara, pero, al darle la espalda, su gesto de burla consiguió divertirme. Al verse descubierta, me miró avergonzada, pero con un guiño la tranquilicé, demostrando que pensaba que lo merecía.

Por fin llegó mi turno; entregué el billete y entré en el avión sabiendo hacia dónde me dirigía; estaba deseando volver a mis orígenes y la sensación de curiosidad y miedo a lo que recordara al llegar me invadía. Allí fue donde mi madre decidió desaparecer; había dejado muchas amigas atrás, aunque por suerte con muchas de ellas aún mantenía contacto por Internet. Les había contado que publicaba una novela junto a otro autor y que la presentaríamos en uno de los centros comerciales más importantes de la ciudad. No se lo podían creer y todas me confirmaron que vendrían; estaba deseando reencontrarme con ellas.

Seguí caminando hasta ver el número de mi asiento; me quedé paralizada al ver quién era mi compañero de viaje, que no era menos que el irritante, maleducado e insoportable Hombre del servicio, así lo había bautizado. Su sonrisa ladina me dio a entender que ya sabía que nos sentábamos juntos, pero, como si no fuera conmigo, me senté, dejé mi bolso encima de mis muslos y me puse los auriculares. Aumenté el volumen de la música y sonreí; no podía oír nada y no pensaba dirigirle la mirada.

Movía la cabeza al ritmo de la música. In the End,[2] de Linkin Park, llegaba hasta mi cerebro consiguiendo evadirme; cerré los ojos y permanecí sin moverme hasta que uno de mis auriculares fue arrancado de mi oído.

—Pero ¿qué haces?

—Me molesta la música, bájale el sonido. —Si las miradas matasen, en ese instante me hubiese convertido en una asesina, porque ese hombre no podía ser más maleducado, era el número uno en su especie. Bajé el sonido de la música y volví a ponerme los cascos sin mirarlo ni contestar palabra alguna. No merecía la pena que gastara mi valioso tiempo en él. Pasaron los minutos y observé cómo los demás viajeros se abrochaban el cinturón. Pude oír que el piloto informaba de que atravesaríamos unas turbulencias, así que me abroché el cinturón mientras por el rabillo del ojo veía que él no lo hacía, incluso emitió un «chis» infravalorando la recomendación. Una fuerte embestida hizo que me agarrara al asiento y mis nudillos apretados quedaran más blancos que nunca, mientras la garganta se me anudaba, dejándome casi sin respiración. Giré mi rostro en busca del hombre que había sentado a mi lado y él, asustado, se abrochó el cinturón. Sonreí, por primera vez aquel tipo no tenía gesto de superioridad.

Por suerte las turbulencias pasaron rápidamente y nos desabrochamos de nuevo. Miré el reloj y comprobé que ya quedaba menos de media hora para aterrizar.

—Placer o trabajo.

—¿Perdona?

—Que si tu viaje es por vacaciones o vas a trabajar —volvió a repetir.

Incrédula por su tono tan amable, me retiré los dos cascos y lo observé atentamente durante unos segundos, mientras él sonreía intentando comenzar una conversación agradable.

—Básicamente, trabajo —respondí sincera, dudando de si continuar hablando con él o volver a ponerme los cascos e ignorarlo como se merecería. Opté por la primera opción, era la más educada, y lo que tenía claro era que yo no era como él.

—Ya somos dos...

—En breve aterrizaremos; les aconsejo que se pongan el cinturón de seguridad, pues el viento es moderado y puede que el avión se mueva más de lo normal —nos indicó una azafata.

Asentimos y, sin decir nada más, volvimos a abrocharnos el cinturón y nos mantuvimos en silencio. En el momento en el que aterrizamos, sentí alegría. Esther debía de estar esperándome en la puerta de llegadas y, después de meses, volveríamos a vernos; estaba deseando abrazar a mi loca amiga madrileña. Me levanté despidiéndome con la mano y aligeré el paso para salir del avión. Seguí al resto de personas hacia la cinta para recoger las maletas y, una vez tuve las mías, casi corriendo me fui hacia la salida. Un tumulto de personas estaba esperando, y mis ojos escanearon cada uno de los rostros hasta que por fin divisé el de Esther; nuestras miradas se cruzaron y caminé rápidamente hasta llegar a ella, para fundimos en un abrazo que duró una eternidad, ninguna de las dos quería separarse de la otra.

Cuando lo hicimos, una mano pasó por mi espalda y me giré sorprendida, para encontrarme con un guiño de ojo... Le dije adiós con la mano y sonreí de oreja a oreja, pero no era por él, sino porque estaba tan feliz de haberme reencontrado con ella que ni pensé en mi reacción.

—Bueno, bueno, y ese hombretón... ¿quién es? —cuchicheó en voz baja Esther, casi sin mover los labios para que él no la pudiera ver—. Amiga, tú y yo tenemos que hablar seriamente.

Le di un manotazo en el brazo y comenzamos a andar hacia el parking donde había dejado su coche, mientras le comentaba lo que me había sucedido con aquel tipo y la vergüenza que había pasado. Ella no dejaba de reírse a carcajadas, casi llorando y repitiendo una y otra vez «oh, my God»; aquélla era la Esther que adoraba, natural y divertida, la que, cuando la conocí, no dejaba de bromear y reíamos hasta no poder más. Cuando nos montamos en el coche, un mensaje me alertó; sabía quién era, no podía ser otro, y sonreí.

—Bueno, bueno, ahora sí que quiero saberlo todo, ¿no será Markel?

—Calla, déjate de tonterías. —Desbloqueé el teléfono y leí.

 

Markel: Ahora ya estarás de camino, pues has aterrizado, te has reencontrado con tu amiga y, tras cien abrazos y grititos de alegría, debéis de estar poniéndoos al día sobre vuestras relaciones sentimentales o las que soñáis tener.

 

Mis ojos se abrieron de par en par, ese hombre era único. Encontrar un escritor de romántica, era extraño... y casi había adivinado lo que Esther y yo habíamos hecho desde que nos habíamos visto.

 

Dunia: Sabelotodo, te equivocas, y te informo de que estoy muy ocupada, cambio y corto.

Markel: Nos vemos en dos días; cambio y corto, Hechicera.

 

—¡Oh, my God! ¡¿He leído lo que he leído?! —comenzó a gritar Esther mientras bailaba de forma sexual balanceando su trasero sobre el asiento, consiguiendo que me carcajeara sin parar.

—No has leído nada fuera de lugar.

—¿No estás intrigada por saber cómo será?

—Déspota, engreído, soberbio... —balbuceé recordando las primeras conversaciones que mantuvimos sobre la novela—... ah, se me olvidaba, también gordo y con gafas.

—Qué pena...

Empezamos a reírnos mientras seguíamos en dirección al centro de Madrid. Luego me preguntó si tenía hambre y si me apetecía comer un bocadillo de calamares. Asentí, hacía mucho que no me zampaba uno. Así pues, nos dirigimos a la estación de Atocha para aparcar el coche en el parking más cercano. Al pasar por delante, me explicó apenada lo mucho que les había afectado el atentado en aquel lugar, la de personas que perdieron la vida, alguna de ellas conocida. Me entristecía saber que había personas tan malas que fueran capaces de cometer semejante atrocidad. Su expresión consiguió que me emocionara, y más cuando pasé frente a la portería del piso donde vivía de pequeña, un edificio antiguo, con un pequeño balcón enmarcado por una barandilla de hierro envejecido y bastante dejado. Se veían dos persianas que tapaban las puertas que llevaban al comedor y la habitación que era de mis padres.

Recordé una vez que, de pequeña, estaba en dicho balcón jugando con una muñeca y, al moverme, con la rodilla tiré uno de los peines que tenía y éste cayó a la acera. Lloré como si se fuera acabar mi mundo, mientras mi madre no dejaba de repetir un «otra vez llorando»; por suerte mi padre era todo lo contrario, pues me agarró de la mano para levantarme y, tras cogerme en brazos, bajamos por las escaleras hasta llegar a la calle. Allí se agachó, todavía conmigo en brazos, para recoger el peine. En ese momento me sentí la niña más feliz del mundo, le di un beso en la mejilla y le dije un «papi, te quiero»; pero ella, no... sólo refunfuñaba y no se movía del sofá.

—¿Estás bien?

—Sí, cansada, pero lista para comer el bocata de calamares —disimulé, no merecía que la recordara, por fortuna no la volvería a ver más.

Entramos en el bar y me sentí como si nunca me hubiera marchado de la ciudad. El olor a frito tan característico del lugar, la gran barra metálica repleta de gente comiendo lo mismo y las pocas mesas que había ocupadas por familias cenando... sin duda alguna, era uno de los mejores lugares para comer un bocadillo. Subimos unos escalones y nos sentamos en la barra hasta que un hombre muy simpático nos preguntó lo que íbamos a tomar y, tras pedir, nos sirvió la bebida.

Di un trago, estaba sedienta. El viaje había sido largo, y ya eran las once de la noche; estaba agotada, pero tan emocionada que no quería irme a descansar. Tras hablar y volver a pedirnos perdón, ella por haberme ocultado lo del contrato y yo por mi reacción, tuve que reconocer que estaba muy contenta por la oportunidad y pensaba vivirla de la forma más intensa que pudiera.

En pocos minutos tuvimos un plato delante, en el que el calamar rebozado parecía querer escapar del pan que lo recluía. El primer bocado que di, lo saboreé; era una delicia que añoraba y que, por mucho que yo lo hiciera en casa, no tenía el mismo sabor. Así que ni hablé, me dediqué a devorarlo hasta que llegué a la punta y apenas tenía espacio en mi estómago para comerme el resto.

—Amiga, has perdido facultades —dijo mirándome mientras ella comía el último trozo que le quedaba en el plato. Sonreí y me lo metí en la boca, demostrándole que no había perdido nada.

Nuestra risa cómplice demostraba el cariño mutuo que nos teníamos, y yo estaba feliz. Volvía a estar en mi tierra y a su lado, más no podía pedir. Terminamos de bebernos el refresco y decidimos ir hacia su casa, pues el cansancio se había instalado en mí para apagarme por completo. Pagué la cuenta sin dejarle rechistar y salimos dirección a la estación agarradas del brazo más contentas que nunca. Mientras tanto, aproveché para contarle lo sucedido con Thor; seguía sin creer lo que me había dicho justo antes de coger el avión; si lo pensaba objetivamente, tenía claro que había sido un egoísta, tanto que ya no podría mirarlo del mismo modo. Esther intentaba suavizar mi opinión para que al menos, según ella, pudiéramos mantener una relación cordial, pero no resultaría nada fácil.

Sentía que había perdido demasiado tiempo, muchas horas soñando con él, imaginando su cuerpo rozar el mío y que me hiciera suya, incluso estuve a punto de dejarme embaucar antes de darme cuenta de que apenas sabía nada de mí. Menos mal que pude ver la realidad y apartarme; si no, seguramente no estaría aquí.

Ya estábamos entrando en la estación, directas al parking; yo llevaba una de las maletas y Esther, la pequeña. De pronto noté un rápido y sigiloso movimiento en el bolso; me giré y vi a una mujer observándome; sabía que había metido la mano en mi bolso, me paré y le recriminé mientras comprobaba que no me hubiera robado nada. Esther, alucinada por mi reacción, me preguntó qué sucedía, y yo le insistí a la mujer preguntándole qué me había quitado. Esther, sin pensarlo, le cogió de las manos una bolsa que tenía y, tras asegurarse de que no llevaba nada mío, se la devolvió. Lo único que llevaba en el interior era un periódico, doblado. La mujer, al verse acorralada y observada por el resto de transeúntes, nerviosa, sólo dijo un «loca» mientras huía. Miré atónita a mi amiga y con un gesto de hombros seguimos caminando hacia el coche. Nos pusimos a reír del nerviosismo que sentíamos en ese momento; menos mal que no me había birlado nada; si no, vaya comienzo de viaje habría tenido.

—Tienes pinta de guiri, a mí nunca me han intentado robar.

—Pues vaya...

Negamos con la cabeza, mientras dejamos el equipaje en el maletero. Me senté dejándome caer en el asiento, agotada, a la vez que cogí el teléfono móvil; comprobé que tenía los datos desconectados, pues al estar en otro país, eso me habían recomendado. Esther me miró y me dijo que no me preocupara, que en su casa podría conectarme a su red wifi y así navegar por Internet. Eso me alivió, ya que me sentía vacía sin el teléfono; no era normal en mí no poder utilizarlo, pues siempre estaba con él en la mano, leyendo correos y conversaciones.

Esther vivía en Getafe, a poco más de quince minutos en coche de Madrid; además, como era de noche y apenas había tráfico, tardamos menos. El recorrido fue intenso, ya que no dejaba de recordar historias que había vivido en aquellas calles, en algún restaurante. Paramos en un semáforo y miré hacia una pequeña casa que aún estaba iluminada; no recordaba por qué me llamaba la atención, ya que no venía a mi mente quién vivía allí, pero no le di importancia... seguramente había pasado por delante mil veces y era justo ése el motivo por el que recordaba aquel lugar.

—Ya hemos llegado a mi hogar, dulce hogar.

—Por fin.

Aplaudimos como dos tontas y entramos en el portal mientras ella saludaba a un vecino que estaba en la puerta. Me presentó como su amiga escritora. Ganas me dieron de lanzarme a su cuello para ahorcarla; ¿cómo podía decir eso?, aún no era nadie. Pero no era plan matarla con testigos delante... Cuando entramos en el ascensor, la miré seria y me gritó que no había dicho ninguna mentira, mientras se reía a carcajadas de mi reacción. Esa mujer no tenía remedio, lo mejor sería ir acostumbrándome; si no, siempre acabaría enfadada con ella.

Entramos y, tras dejar mis maletas en la habitación de invitados, me senté en el sofá para conectarme a Internet. En pocos minutos comenzaron a llegar notificaciones; primero leí y contesté las de mi padre, era la primera vez que iba a estar separada de él todo un mes y estaba nervioso. Su escueto mensaje era «avísame cuando estés en casa de Esther»; sabía lo que significaba para él que yo estuviera en Madrid. Abrí el mensaje y le contesté.

 

Dunia: Sana y salva; agotada por el viaje, pero un bocadillo de calamares me ha revivido. Te quiero, no sabes la ilusión que me haría que estuvieras aquí conmigo, pero sé que, con el aserradero, eso es imposible.

 

Al instante vi cómo su estado pasó de «en línea» a «escribiendo». No cabía duda, tenía el móvil encima a la espera de que lo avisara. Mientras tanto, no sabía que estaba haciendo Esther en su habitación, imaginé que dándome un momento de intimidad que agradecí. De pronto apareció su mensaje.

 

Papá: Lo siento, mi vida, sabes que es imposible que estemos juntos ahora, pero va a salir muy bien; estamos orgullosos de ti. Y un consejo de Grete: disfruta de cada momento, porque serán irrepetibles.

 

Mis ojos se humedecieron; ambos, él y Grete, eran las personas que más habían luchado por mí y nunca podría agradecérselo como merecían.

Miré el resto de WhatsApps y decidí no leer los mensajes de los grupos, había demasiados. Sólo les escribí que iba a estar desconectada unos días, que me perdonaran, pero que ya les contaría. El mensaje que más me sorprendió fue el de Assa; no le había contado nada y en parte me sentía culpable, siempre me había ayudado con Thor, pero, la verdad, nuestras personalidades eran tan diferentes que no sabía si me entendería.

 

Assa: Me acabo de enterar de que tengo una amiga escritora y tú no me has dicho nada. ¿Por qué? Bueno, mucho éxito y pásalo bien. Te quiero mucho.

 

¿Cómo podía ser tan mala amiga? En el fondo éramos amigas desde niñas, pero, como ya había actuado mal, lo único que podía hacer para enmendar el error era pedir perdón. Y eso fue lo que hice en esos instantes.

 

Dunia: Assa, antes que nada, perdona; la primera sorprendida he sido yo, no sabía que esto ocurriría y ha ido todo tan rápido que no me ha dado tiempo a mucho. Un beso enorme.

Assa: No te preocupes; disfruta y acuérdate de tu amiga cuando seas famosa.

Dunia: Uf, demasiado me pides, pero disfrutaré. Te dejo, que estoy muerta debido al viaje.

 

Esther salió de la habitación y puso en la mesa una botella de agua y dos vasos. La miré agradecida y bebí de un trago el contenido, estaba sedienta. La temperatura era demasiado alta, acostumbrada al frío polar de Noruega.

Le expliqué que, al día siguiente, había quedado con mi editora para conocernos en persona y acabar de informarme de los detalles. Sólo me había avanzado que al día siguiente publicarían el booktrailer; mucha gente se mantenía a la espera, ya que la portada y la sinopsis habían despertado mucha curiosidad, pero lo que más expectación había provocado era no saber nada de nosotros.

Esther me contó que disfrutaba como una loca leyendo comentarios acerca de los misteriosos Dunia y Markel; corrían miles de suposiciones, a cuál más descabellada. En medio de la conversación, mi móvil sonó; la llamada era de un teléfono fijo de Madrid y, sin dudarlo, lo cogí.

—Bienvenida a España, ¿Has tenido buen viaje?

—Hola, Dulce. Cansada, pero genial.

—Tengo el booktrailer; te he enviado el link por email, mañana se hará la difusión. A Markel le ha encantado, espero que a ti también.

—No me ha dado tiempo de mirar el correo, ahora lo haré.

—Descansa, que te esperan unos días muy intensos.

—Gracias por esta oportunidad.

—No tienes que agradecerme nada, tú eres quien se la ha ganado. Mañana nos vemos.

—Hasta mañana.

Colgué el teléfono y miré a Esther con los ojos abiertos, emocionada, muy nerviosa; ella estaba frente a mí esperando a que le contara algo y le grité que el booktrailer ya estaba listo, que tenía el enlace en mi correo electrónico. Comenzamos a chillar mientras arrancaba su PC y lo conectaba a la tele; no paraba de decir que era digno de que lo viéramos en cuarenta y dos pulgadas; no pude evitar reírme.

Tras poner la contraseña, apareció el correo de Dulce y lo abrí. Leí lo poco que había escrito y pulsé sobre el link. Se abrió una nueva ventana y, tras ver un círculo girando, apareció un vídeo en YouTube... una música instrumental muy intensa ambientaba las imágenes, en las que las frases de la sinopsis aparecían unas tras otras. Las imágenes eran hot, hot; el bondage se mostraba de una forma sensual, imágenes de una pareja muy parecida a la que había imaginado. Los gritos de Esther penetraron en mis oídos y casi me dejaron sorda, y, la verdad, los tres minutos que duró la reproducción me fascinaron... vaya tensión sexual se escondía tras aquellas imágenes.

Oh, my Goood!—gritó ella—, ahora quiero un hombre, necesito un Darek... ¿tú has visto esos pectorales, ese culo, ese...?

—No se ha visto su...

—¡Pero me lo he imaginado! —Estalló en carcajadas.

—Esther, no seas burra.

—¡Burra me pone el vídeo! Madre mía, a tu padre le dará un infarto cuando lo vea. Es casi porno.

—Qué exagerada eres.

En el fondo pensaba como ella, las imágenes de ellos dos haciendo el amor, de sus agarres con las telas que yo había escrito, eran muy sexuales. Comenzaba a sentir vergüenza, pero era lo que salía en el libro, aunque no podía obviar la opinión de mi familia; tenía que avisarlos, y sabía quién era la mejor para ayudarme. Le dije a Esther que advertiría a Grete antes de que le diera un infarto a mi padre.

 

Dunia: Necesito un favor: mañana se hará oficial el booktrailer y es muy caliente, demasiado para mi padre. Ve avanzándole lo que saldrá, por favor, no quiero que se avergüence de mí. Éste es el link. Te quiero mucho mamá.

Grete: Eso está hecho, cariño, estoy deseando verlo. Seguro que no es para tanto. Disfruta mucho y no olvides que te queremos.

 

Sabía que podía contar con ella, era la mejor y la persona que más me entendía de mi familia. Grete se encargaría de preparar a mi padre antes de que se asustara por lo que su hija escribía.

—Esther, me voy a ir a descansar, no puedo más.

—¿Ya?

—Sí, estoy muerta.

—Bueno, te dejo hoy, pero mañana prepárate: te acercaré a la editorial y, por la tarde, tengo planes, así que no quedes con nadie.

—Miedo me das.

Me lanzó un beso mientras me dirigía a la cocina con los vasos de agua y la botella para dejarlo todo recogido. Me fui a la habitación de invitados y me sentía como en casa. Abrí las maletas y comencé a colgar la ropa, ya que, si no, se arrugaría demasiado. Una vez estuvo colocada, pensé en qué ponerme para acudir a la editorial. Tenía claro que algo formal, pero sin dejar de lado mi personalidad, así que elegí un pantalón tejano de pitillo y una camisa azul cielo de rayas blancas, que acompañaría con unas manoletinas blancas para poder estar lo más cómoda posible. No acostumbraba a llevar tacones y, si después debía caminar mucho, sería imposible soportarlos.

Me tumbé en la cama mirando el techo y mi mente viajó a mi casa, a mi gente y, cómo no, no podía dejar de pensar en Thor, en su forma de hablarme... era increíble, nunca hubiese imaginado que terminaríamos de esa forma, pero así era.

Un mensaje me alertó y rápidamente abrí el chat de Facebook.

 

Markel: Espero que no te hayas perdido, Hechicera.

Dunia: Otra vez... no, no me he perdido, pero sí me han intentado robar.

Markel: ¡En serio!

Dunia: Te lo prometo

Markel: Pero ¿te han hecho algo?

Dunia: No, sólo han metido la mano en mi bolso en Atocha. No podía creer que me estuviera pasando a mí.

Markel: No te puedes despistar ni un segundo. ¿Lista para mañana?

Dunia: Sí. ¿Has visto el booktrailer? Es alucinante.

Markel: Es ardiente...

Dunia: Mucho, pero así son Darek y Chloe.

Markel: Sin duda, esta historia impactará a muchos, hazme caso.

 

Sólo de pensar en que todo el mundo tenía claro lo que iba a suceder con la novela menos yo, me puso más nerviosa aún; no podía imaginar qué pasaría cuando los lectores conociesen la historia y a los escritores... dos desconocidos en una editorial tan importante era sorprendente, seguro que muchos hablarían... Pero ya no había vuelta atrás, y la verdad era que me sentía muy orgullosa del trabajo que habíamos realizado con tanta ilusión.

 

Dunia: Esperemos. Mañana tengo que ir a ver a Dulce. ¿Tú irás? Tengo ganas de conocerte en persona.

Markel: No, tengo compromisos. Hasta el día de la presentación no nos veremos. Yo también tengo curiosidad por conocer a mi compañera.

Dunia: ¿Dónde está ese compañero déspota que conocí? Va a resultar que también tienes sentimientos.

Markel: ¿Déspota? ¿Así me consideras?

Dunia: Lo has sido en muchas ocasiones.

Markel: No.

Dunia: Oh, sí, pero después sabes qué decir para compensar...

Markel: ¿Compensar? Si tú crees eso...

Dunia: Eres el típico amigo que cualquiera querría tener.

Markel: Vaya, ahora sí que te has confesado: crees que, porque te dije que era gordo y con gafas y se metían conmigo las chicas, me ven como a un amigo solamente.

Dunia: Yo no he dicho eso.

Markel: ¿Lo piensas?

Markel: Si tardas en contestar, es porque sí.

Dunia: Bueno, lo he llegado a pensar.

Markel: ¡Ajá!

Dunia: ¿Te has enfadado?

Markel: Quizá te sorprendas y te enamores de un gordito con gafas que escribe romántica...

Dunia: Ja, ja, ja... no sé yo.

Markel: Descansa, que te espera un día muy duro.

Dunia: Buenas noches.

 

Dejé el móvil en la mesita que había justo al lado de la cama y me puse una camiseta para dormir; si me ponía pijama, me moriría de calor, y qué mejor que una de mis prendas preferidas, la que me dieron en la presentación de un libro un año atrás.

No sabía ni cuándo ni cómo, pero me dormí. De pronto, el despertador estaba sonando y Esther aporreaba la puerta para que me duchara, a la vez que me gritaba que tenía que ir a la editorial; por fin me iban a conocer y yo a ellos. Cogí mi ropa y me dirigí al baño, al único que había; Esther estaba dentro peinándose, y no había tiempo para esperar a que saliera, así que me desnudé mientras le contaba lo que había hablado con Markel y ella me decía que no le importaba quedarse con él si era feo.

No podía creer que estuviera tan desesperada, pero sí, lo estaba. Negué con la cabeza y me dejé llevar por el sonido de la ducha mientras empapaba mis rizos dorados. Froté mi cuerpo con el gel que me había dejado delante y me masajeé el cabello; estaba tensa y muy nerviosa, pero me obligaba a controlarme. Esther salió y pude terminar de ducharme a solas. Salí del agua con cuidado de no resbalar y me vestí. No tenía tiempo de secarme el pelo, así que vertí espuma y la apliqué, intentando que mis rizos quedaran en su lugar y no como una leona.

Me pinté una suave línea negra para delinear mis ojos y me puse un poco de brillo de labios. Me miré al espejo y me vi presentable. Salí en busca de Esther, que me esperaba en la cocina.

—Te he dicho alguna vez que te odio por lo guapa y lista que llegas a ser.

—¡Calla!

—O salimos o no llegas, el tráfico es espantoso.

Cogí mi bolso y lo justo para evitar disgustos y nos dirigimos al coche rápidamente. Nos adentramos en el tráfico; Esther tenía razón, era horroroso, apenas nos movíamos. No podía evitar mirar el reloj de mi muñeca a cada poco, pero era inútil, no avanzábamos. Estábamos en una autopista, paradas. Esther pitaba por la impotencia, pero no servía de nada, así que opté por avisar del retraso.

Marqué el teléfono de Dulce y, al tercer tono, cuando estaba a punto de colgar, contestó.

—Dime.

—Dulce, estoy atrapada en un atasco, me voy a retrasar.

—No te preocupes, yo estoy en tu misma situación.

—Menos mal que no soy la única.

—Te acostumbrarás, aquí es lo más habitual. Cuando llegues, pregunta por mí, espero llegar antes que tú.

—Vale, eso haré.

Miré a Esther sonriendo y las dos nos tranquilizamos, pues había oído la conversación. Por suerte, el coche de delante dejó de pisar el freno y poco a poco fue avanzando, así hasta conseguir llegar ante la puerta de la editorial. Mi estómago se encogió y mis manos temblaban, pero era el momento de entrar. Esther se lanzó sobre mi cuello y, tras abrazarme hasta el punto de casi asfixiarme, me dio dos besos y me animó diciéndome que todo saldría genial.

Cuando saliera de allí, sólo debía llamarla y vendría a buscarme, apenas iba a diez minutos de donde estábamos.

Caminé con paso firme y entré hasta parar frente a una joven secretaria. Le informé de que venía a ver a Dulce, la editora, y muy amablemente me guio hasta una sala, en la que me senté en un butacón y esperé mientras observaba a todo el que cruzaba por delante de la puerta; llevaban papeles en las manos, portadas... el típico jaleo editorial. Me encantaba lo que veía.

—Dunia, bienvenida a esta gran casa, tu casa.

—Gracias, encantada de conocerte. —Me levanté y fui directa a darle dos besos, cuando ella me sorprendió achuchándome los hombros y felicitándome por el trabajo que habíamos hecho.

La seguí hasta su despacho y estuvimos hablando de la planificación que teníamos, el día que salía a la venta y las publicaciones previas de los personajes. Me comentó que el booktrailer estaba siendo muy bien acogido, que había miles de reproducciones en las primeras horas, y que eso era muy bueno.

Me informó de dónde sería la presentación y lo que pasaría en ella. La verdad, estaba escuchando atentamente, pero mi mente no lograba creer que fuera cierto, más bien me parecía que estaba soñando, aunque se trataba de un sueño muy real. Descrucé las piernas y un golpe en la rodilla me confirmó que no era ningún sueño, lo estaba viviendo realmente.

También me preguntó qué sabía de Markel, y sonrió al ver que apenas más de lo que él me había contado. En ese momento, entró un joven y, tras saludar a Dulce, dejó una caja pequeña en su mesa. Ella me miró y me dijo que la abriera, que era para mí.

Me dio un cúter y, al abrirla, vi la portada del libro. Eran los primeros ejemplares, los que me pertenecían por contrato; por fin podía tocarlos, tenerlos entre mis manos.

—Cógelos, son tuyos.

—Es que no puedo creerlo.

—Te entiendo; el primer libro es el más emocionante; yo también he publicado y te aseguro que lloré al ver el primero.

Tenía mucha razón, tenía los ojos humedecidos. Debía controlar las emociones, así que cogí uno; tras abrirlo y leer las primeras páginas, no pude evitar que una lágrima cayera por mi mejilla, sin poder retenerla.

—Ya está todo; nos vemos el día 13 a las cinco de la tarde. ¿Tienes alguna duda? —Negué con la cabeza y me invitó a salir. Cogí la caja y llamé a Esther para que viniera a recogerme.

Mientras Esther llegaba, sentada en recepción, se me ocurrió una idea que sabía que le haría mucha ilusión. Le pedí un bolígrafo a la joven recepcionista, quien me lo entregó encantada, y me dispuse a escribir mi primera dedicatoria; se la merecía ella, ya que, si no hubiera sido tan malvada, yo no hubiese estado donde estaba, viviendo ese sueño tan emocionante.

Me senté de nuevo, abrí el ejemplar y, en la primera página, escribí con letra temblorosa:

 

Mi primera dedicatoria es para mi mejor amiga, la persona más traidora del mundo, pero también la que más me quiere. Sin ti, nada de esto hubiese sido posible. Nunca te podré agradecer bastante todo lo que haces por mí.

Un beso,

Dunia Bergman.

 

Por un instante me sentí especial, y feliz, muy feliz. El móvil vibró y vi que era una llamada perdida de ella, así que me despedí y salí corriendo hacia el coche. Abrí el maletero y, tras guardar la caja, le grité que tenía una cosa para ella.

Sus ojos iban a salirse de sus órbitas, y no paraba de repetir «no puede ser...». Saqué de mi espalda el ejemplar, que me lo quitó de las manos al instante; lo pasó por su mejilla, olió las páginas, hasta que vio que estaba firmado. Lo leyó y comenzó a llorar, mientras gritaba.

Nos fundimos en un abrazo sin decir nada; solamente podíamos abrazarnos y llorar mientras reíamos; seguro que, si alguien nos estuviera viendo, alucinaría, pero la alegría era tan grande que nos daba igual... sólo éramos ella, yo y nuestras lágrimas.

A través de sus palabras
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