Capítulo 15
¡Qué he hecho, o qué no he hecho...!
Permanecí despierta, inquieta, confusa... «Me he ido dejándolo sin habla frente a su habitación. ¿Por qué no me he quedado? ¿Por qué no he dejado que me amara? En el fondo, es lo que quiero. Llevo mucho tiempo sin encontrar a nadie como él, tenemos muchas cosas en común, pero... ¿seré capaz de sentir lo mismo que por Thor? Él conseguía derretirme, excitarme con sólo una mirada, y jamás podré olvidar su cuerpo desnudo... pero Markel... puede que no tenga el mismo físico, aunque a simple vista me encanta, y su cara, su forma de hablarme... con él soy yo. Me voy a volver loca, ¿por qué me meto en estos líos?»
Cogí el teléfono y le envié un mensaje; sabía que ella me ayudaría a aclararme, sabría qué debo hacer.
Dime qué hago antes de volverme loca. Acabamos de besarnos y, Dios, cómo lo ha hecho, pero me he arrepentido y me he venido a mi habitación.
Me di la vuelta y miré el techo; estaba nerviosa, no podía quedarme quieta, jamás hubiese imaginado que esto sucedería, pero ahí estaba, dudando entre salir huyendo o colarme en su habitación y hacer lo que necesitaba hacer para quedarme tranquila. Tenía calor, ¡cómo podía hacer tanta! Me levanté y salí a la terraza. Miré al frente, pero apenas se veía nada, solamente pequeñas luces perdidas en el horizonte que se fundían con las estrellas. Miré a mi izquierda; sabía que estaba en la habitación de al lado... dudé un poco, pero finalmente no pude resistirme, así que me acerqué a la división de la terraza y asomé la cabeza.
Había luz, pero no lograba verlo. Esperé unos segundos y un movimiento me alertó; no sabía qué se había movido, pero me quedé paralizada. De pronto, vi volar su camisa sobre la cama y sólo deseé poder espiarlo. No se hizo esperar: caminaba nervioso por la habitación, con el pantalón desabrochado que le caía ligeramente por las caderas. No podía creer lo que veía... tenía las abdominales marcadas y parecían duras; deseé tocarlas, besarlas... pero no pude, nos separaba un muro. Se dio la vuelta y me regaló su espalda. Me quedé boquiabierta; me encantaba lo que veía, no tenía nada que envidiar a Thor, nada.
El sonido de mi móvil me asustó. Me aparté del muro antes de que pudiera verme y pensara que estoy loca. Sabía quién era, tenía claro que no me fallaría. Con cuidado y sin hacer ruido, cerré la puerta de la terraza y me lancé sobre la cama para leer la respuesta.
¿Que te has ido adónde? Pero a ti te falta un tornillo, oh, my God... Si ese hombre llega a besarme a mí, no sale vivo de donde esté... Haz el favor de ir a su habitación o cojo un vuelo exprés y me cuelo yo.
No pude evitar reír. Tenía razón, estoy loca.
«Cómo me voy a ir a su habitación... puede que él esté arrepentido de lo que ha sucedido; si no, hubiese venido, llamado a la puerta... Lo mejor será que me duerma.»
Abrí un ojo y me vi en la tumbona, solamente llevaba puesta una camiseta y las braguitas. No recordaba haber salido a la terraza, lo último que sabía era que me tumbé en la cama tras leer el mensaje de Esther.
Me estiré e intenté desperezarme. Me dolía la espalda, seguramente de haber cogido mala postura durmiendo. Miré hacia el muro que separaba nuestras terrazas y no pude evitar sonreír. La noche anterior lo vi sin camiseta, y podía asegurar, ahora que estaba serena, que ese hombre era perfecto. Negué con la cabeza y entré para ver qué hora era. Me asombré al ser consciente de que había dormido casi toda la mañana.
Necesitaba una ducha, tenía que aclararme la mente; estaba aturdida, el cóctel de la noche anterior era fuerte. Parecía que no tuviera alcohol, pero era todo lo contrario, me afectó más de lo que esperaba.
Me quité la ropa y me sumergí en la bañera; necesitaba relajación, tener la mente en blanco y disfrutar del agua. Pero mi sentido común no estaba de acuerdo, pues las imágenes de anoche comenzaron a rondar mi mente... bebiendo en el local y... ese beso apasionado frente a su puerta. Emergí y me llevé las manos a la cabeza. De pronto recordé todo lo que sucedió y cómo me fui. Iba a pensar que era una inmadura que tenía miedo, pero ¿cómo no iba a tenerlo, era Jean?, ¿cómo pude dejarme llevar de tal forma? Había sido un error y lo mejor sería que actuase como si nada hubiera pasado... antes de llegar a más y arrepentirnos de lo sucedido.
Salí del baño y, tras ponerme un vaquero y una camiseta caída por un hombro, empapé de espuma mis rizos para conseguir dominarlos. Oí el sonido de un mensaje. Caminé mientras continuaba masajeando mi cabello con la cabeza de lado, y alcancé el teléfono.
Comprobé que tenía varios mensajes sin leer y me senté en la cama para saber de qué se trataban. El último, el que acababa de entrar, era de Dulce. Me decía que estaban en el comedor y me preguntaba si me esperan para almorzar o no. Contesté rápidamente que en diez minutos estaría abajo, pues yo no había ni desayunado, y borré el suyo. Continúe y vi uno de Esther, rogándome que la informase de lo que había sucedido; le contesté un «nada, me fui a dormir». Sabía que soltaría mil improperios, pero no le podía mentir. Seguí leyendo, y con el siguiente mensaje, palidecí.
No sé qué me ha pasado, pero no me arrepiento; dime que tú tampoco.
«No puede ser, no se arrepiente, y yo... ¿cómo me voy a arrepentir?, ¿o sí? No lo sé... no dejo de darle vueltas a lo que pasó, a lo que sentí en ese instante, y cuando lo vi a través de la terraza... No me arrepiento de haberlo besado y me siento peor por ello.»
Miré el reloj y ya debía bajar, me esperaban para comer. Mis ojos se clavaron en el espejo, para cerciorarme de que mi imagen fuera correcta y así era. No lo pensé más, cogí la tarjeta de la habitación, mi teléfono y cerré la puerta. Pasé por delante de su puerta y mi mano acarició el marco, justo donde unas horas atrás había estado besándolo. Mi estómago se contrajo, y me puse nerviosa. Retiré la mano como si me estuviera quemando y la escondí en el bolsillo de mi tejano, para reanudar luego la marcha hacia el ascensor.
Entré en el comedor y los divisé al fondo. Dulce estaba hablando muy animadamente con Javier, mientras Markel leía un periódico. Los saludé y me senté justo a su lado. Era la única silla libre que quedaba, pero intenté no cruzar mi mirada con la suya. Se acercó el camarero y le pedí un café con leche y un bocadillo de jamón y queso. Todos me miraron sorprendidos y, entre risas, pidieron que les trajeran las cartas.
—Qué apetito tienes —bromeó Dulce sin saber a qué era debido.
—Me da a mí que estos dos, anoche, quemaron Barcelona.
Miré a Markel disimulando mis gestos.
—No sabéis lo que os perdisteis. Llegamos y yo, por lo menos, me dormí nada más tumbarme. —Agradecí la normalidad que él demostraba.
Sabía que podía estar tranquila. Markel era un hombre serio y, sobre todo, discreto; por ello la tensión que sentía momentos atrás se desvaneció en ese instante, dejando que mi habitual sonrisa se instalara en mi rostro.
El camarero se acercó, me sirvió el desayuno y les entrego las cartas, pues ellos iban a almorzar. Mi estómago estaba necesitado de alimento y, tras dar el primer mordisco, se desvaneció la molestia que sentía desde que me había despertado. Dulce y Javier seguían hablando de un nuevo manuscrito. Ella insistía en que no era lo que la editorial necesitaba, que no le parecía que cuadrara dentro del catálogo actual, pero él no se daba por vencido, continuaba buscando la aceptación de ésta.
—¿Estás bien? —oí levemente.
—Sí —respondí por instinto.
—Nos marchamos a Valencia en breve. Te apetece dar un paseo antes.
Lo miré fijamente; no sabía qué hacer. Tras unos segundos de confusión, asentí; no era lógico que actuara como una adolescente acobardada, sólo nos habíamos besado; éramos adultos y debíamos comportarnos como tal.
Javier había cambiado completamente de actitud con Markel, y éste volvía a ser el de siempre; había dejado atrás la seriedad del día anterior y la comida fue muy divertida, pues nos dedicamos a recordar anécdotas. Miré el reloj y vi que eran las dos del mediodía, pero no tenía más apetito, el bocadillo había sido suficiente, así que me despedí de ellos con la excusa de que iba a hacer la maleta y a descansar un poco.
Markel me miró sorprendido, no esperaba que me avanzara, pero le guiñé un ojo y sonrió. Me dirigí al ascensor y esperé junto al resto de huéspedes que hacían lo mismo. Cuando llegué a la habitación, cogí todas mis cosas y, tal como había informado, hice mi maleta. Cuando lo tuve todo listo, sólo podía hacer una cosa: descansar. Me tumbé en la cama y respiré profundamente, sabía que ellos acabarían de comer y después él vendría a buscarme para salir.
Oí unos golpes en la puerta y me desperecé al instante. Abrí y lo vi delante de mí, de brazos cruzados, sonriente. Me dijo que, si no salíamos ya, no valdría la pena hacerlo, pues en breve teníamos que ir en busca del tren. Eran las tres de la tarde y teníamos menos de una hora.
Pedimos en recepción que nos guardaran las maletas para así no tener que subir a las habitaciones cuando regresáramos. Salimos del hotel y caminamos en dirección a la playa; a cada paso que daba, veía más cerca el horizonte, justo donde el cielo y el mar eran uno. La brisa marina me despeinaba y me llenaba de energía.
—Sabía que querías venir.
—Me encanta este lugar.
Comenzó a andar directo a la orilla después de quitarse las deportivas y los calcetines, que llevaba en una de las manos. El aire soplaba sobre su cabello, dejándome ver su parte más sexi, pero yo no me iba a quedar atrás. Me quité el calzado y comencé a correr para alcanzarlo. Mis pies pisaron la fría y húmeda arena de la orilla hasta hundirse en el agua; me sentí feliz de estar allí... tanto que di una patada al agua para mojarlo. Me miró enfadado y se acercó corriendo hacia mí, pero hui lo más rápido que pude.
Mi victoria fue transitoria, porque en apenas unos metros me lanzó sobre la arena y cayó encima de mí. Continué riendo e intentando mover su cuerpo, pero me resultaba imposible, tenía demasiada fuerza, así que dejé de forcejear y me quedé paralizada mirando sus ojos; brillaban mucho. Tenía la nariz apenas a unos centímetros de la mía, y no podía dejar de mirar esos ojos castaños y grandes que me observaban con devoción, pero no menos que sus labios, que se movían nerviosos ansiando los míos.
En ese momento no pensé en nada y acerqué mis labios a los suyos, pero, antes de llegar a besarlo, me paré en seco. No podía hacerlo... pero él acunó mi rostro y me besó. No me resistí, acepté su beso y me entregué. Los tiernos movimientos de sus labios y la forma de agarrarme me hicieron sentir especial. Cerré los ojos y, sin pensar en quién era él, por primera vez desde que supe que era Jean vi la posibilidad de vivir un momento de pasión con un chico corriente.
Permanecimos tumbados sin importarnos si nos veían; continuábamos besándonos y nuestras manos se enredaban buscando un contacto mayor. La pasión vivida la noche anterior sólo fue un aviso de lo que ambos sentíamos.
—Ayer estuve a punto de volver a tu habitación —confesé sin pensarlo.
—¿Y por qué no lo hiciste?
—¿Me hubieras recibido?
Asintió con una sonrisa lasciva.
—Pensé que habías bebido demasiado... y prefiero que estés segura de lo que haces. ¿Ahora lo estás?
—Cómo quieres que lo esté, estoy besando a Je...
Me acalló poniendo uno de sus dedos sobre mis labios.
—Markel, soy Markel, el que habló contigo horas y horas a través de Internet, el que te ha hecho reír estos días, y el romántico que te ha traído a la playa para besarte y... el que desea que esto no acabe nunca.
—Bésame.
Tal y como le había rogado, sus labios se apoderaron de los míos y seguimos besándonos como si el mundo fuera a terminar, como si fuese el primer y último beso que nos daríamos en toda la vida. Mientras, no podía dejar de asombrarme de que un hombre me dijera esas palabras tan bonitas, unas que jamás nadie me había dicho.
Nos miramos y nos abrazamos sin pensar en nada más, hasta que el móvil de él comenzó a sonar. Sus gestos denotaban que no quería contestar, prefería besarme, pero uno de mis dedos interrumpió nuestro beso obligándolo a aceptar la llamada.
—Ya vamos —contestó con desgana.
Era obvio que nos estaban esperando; sin darnos cuenta nos habíamos demorado demasiado. Él comenzó a reírse en una carcajada mientras me dio un tierno beso en los labios y luego se puso de pie. Me ofreció una mano para ayudarme a levantar. Nos sacudimos la arena y caminamos a paso ligero hasta llegar al hotel.
Cuando lo hicimos, vimos en recepción a Javier, de mal humor, y al vernos nos preguntó que dónde nos habíamos metido. Los dos nos miramos y comenzamos a reír sin poder contestar. Dulce nos observaba y me recriminaba con la mirada, pero no era capaz de decir nada. Markel los tranquilizó y cogió las dos maletas que estaban en recepción, para disponernos a salir a la puerta, donde ya nos esperaba un taxi.
Me monté y él lo hizo a mi lado, pero, para mi sorpresa, Javier se puso a su lado y no delante como acostumbraba a hacer. Yo estaba nerviosa, no quería que supieran lo que acaba de ocurrir y pensaran algo de mí que no era cierto. Así que cogí mi teléfono y me puse al día. Tenía tantos mensajes y notificaciones pendientes que no sabía por dónde empezar. Primero abrí el chat y escribí a Esther; le conté que ya había ocurrido, que cuando regresara le contaría los detalles... que era una locura, pero que prefería no pensar. Markel, con su pierna, rozaba la mía sin disimular, y Javier nos miraba curioso. Estaba deseando bajarme del taxi, y el trayecto era más largo de lo que creía. No quería mirarlo, pero el roce de su pierna no cesaba; sabía que estaba disfrutando de la situación y yo estaba excitándome sin poder controlarme. Me centré en el paisaje y vi a lo lejos la estación de tren, por fin podría bajarme de aquel vehículo.
Nada más parar, se apearon Dulce y Javier, y yo agarré la mano de él para que se esperara y poder advertirlo.
—No quiero que nadie se entere, así que vigila los roces.
Lo único que conseguí fue una carcajada y que me guiñara un ojo, mientras su mano acariciaba mi muslo. Era imposible parar a ese hombre, hacía y deshacía como le venía en gana; una vez más aparecía la actitud soberbia que conocí al principio, pero no me iba a amilanar, esta vez no.
Vi cómo el conductor me miraba por el espejo retrovisor esperando a que me bajara de una vez, y rápidamente lo hice.
—Va, Dunia, que, a este paso, al final perderemos el tren.
—Perdona, estaba pensando.
Caminamos por la estación de Sants, tal y como indicaban los carteles, en busca de la vía correcta, en busca del tren que en pocas horas nos llevaría a la ciudad de Valencia. Me la había imaginado más pequeña, pero para nada, aquella estación era enorme, podías perderte fácilmente en ella. Yo anduve a toda velocidad detrás de Javier, que era quien sabía dónde nos dirigíamos; en breve vimos los paneles que anunciaban nuestra vía, y Dulce respiró tranquila.
Ya en el tren, estaba sentada en mi butaca al lado de Dulce, y ésta no dejaba de escribir mensajes por WhatsApp; permanecía muy seria, pero no quise preguntarle nada. Markel estaba escribiendo en el portátil; tenía dos horas y las pensaba aprovechar. Mientras, Javier hablaba por teléfono sin parar, colgaba y volvía a llamar a otra persona. Los miré a todos una vez más y cogí un libro para evadirme de todo, pero mi mente tenía otro plan, sólo podía pensar en lo ocurrido. Lo miré y vi que estaba concentrado, con el cejo fruncido, aunque de vez en cuando sonreía. Me levanté, pues necesitaba ir al baño; le pedí a Dulce que me dejara pasar y caminé por el vagón con cuidado de no caerme.
—Joder, otra vez no, esto es una broma.
Casi grité al darme cuenta de que no podía abrir la puerta del aseo. Acababa de hacer mis necesidades y, tras abrir el pestillo, algo impedía que la puerta se abriera. Fui dando pequeños golpes; no cabía duda de que estaba enganchada en algún punto y no sabía dónde.
La parte inferior era la que estaba obstruida; no podía ser. Pensé que era la única persona del mundo que tenía tantos problemas con las puertas de los servicios. Me senté en el baño, resignada; sabía que alguien intentaría entrar. Pero, justo cuando me senté, la puerta se abrió como si nada.
—¿No sabes cerrar el pestillo?
—Pero... si estaba atrancada.
—Tus golpes apenas han movido mi pie.
—¿Tú?
Puso el pestillo y se lanzó sobre mí. Me quedé paralizada unos segundos, hasta que mi interior se despertó y no dudó lo que quería y necesitaba. Sus labios fueron directos a mi cuello, mientras yo alzaba la cara para ayudarlo. Mis labios se entreabrían al sentir sus besos, sus tiernos mordiscos, mientras mis manos se clavaban en su espalda y luego se sumergían bajo su camiseta y, por fin, tocaban su piel... esa que vi la noche anterior y que deseé que fuera mía. Pero necesitaba más, así que saqué la prenda por su cabeza y la tiré al aire.
Le miré las abdominales, los pectorales, y me lancé a besarlos. Mis manos recorrían lentamente cada centímetro de su piel, mientras lamía sus pezones, hasta que su mano se enredó en mi nuca y apartó mi cabeza de su pecho para mirarme.
—Llevo días deseándote —balbuceó entre suspiros, y se lanzó a besarme mientras sus manos agarraban mis caderas y me subían a su cintura. Enrollé las piernas con fuerza para mantenerme anclada allí y nos besamos mientras desabrochaba su cinturón y los primeros botones de su pantalón. Me miró de forma lasciva y yo sonreí demostrándole lo que quería; era una locura, pero por primera vez en mi vida deseaba que se produjera. No podía pensar en que no era correcto, la necesidad ganaba a la razón. Nuestras manos acariciaban nuestra piel, con ganas de continuar, de dejarnos llevar.
—Markel, ¿estás bien? —oímos de pronto.
Lo miré y no me cupo duda, era Javier. Me agarró de los brazos y me pidió silencio. Cogió su camiseta y se la puso. Yo, con una mano, me frotaba los labios, que estaban ardientes, seguramente inflamados y colorados debido a sus besos. No quería que supiera que estaba allí con él. No dejaba de moverme nerviosa, pero su mano me paró y me pidió con los ojos que me tranquilizara. Me rogó silencio con su dedo índice y yo asentí intentando respirar profundamente.
—Ya salgo, no me encuentro bien.
—Te espero.
¡Joder, joder! Sólo podía pensar en cómo iba a salir de ésa, Javier pensaría que era una... No podía ni decirlo. Me llevé las manos a la frente, estaba sudando, mientras él tiraba de la cisterna y sonreía.
Me colocó en una esquina y me pidió que no me moviera; continuaba sonriendo. Permanecí inmóvil mientras abrió la puerta y la cerró tras él. Respiré hondo y me senté en el baño unos segundos. Mi corazón palpitaba más que nunca, y estaba empapada. Maldije a Javier, cuando oí la entrada de un mensaje en mi móvil.
Tienes dos opciones: continuar tú sola y terminar lo que no nos han dejado, o disimular y venirte con nosotros al bar; una bebida fresca te aliviará... pero esto no va a quedar así; cuando menos lo esperes, continuaremos.
¡Continuar sola! No tenía ganas, lo necesitaba a él, y más sabiendo lo que escondía esa camiseta. Lo había imaginado más cariñoso, y cuidadoso, pero me acaba de demostrar que también era pasional. Me mojé la cara para conseguir relajarme y, tras unos segundos, decidí salir del baño y dirigirme al bar.
—Una Coca-Cola, por favor —le dije en voz alta al camarero mientras los dos me miraban.
Markel estaba sonriente; sabía lo que me pasaba y con su mirada me estaba devorando, pero yo debía actuar como si nada. Javier no era tonto y seguro que en breve sabría lo que ocurría. El camarero me sirvió la bebida y di un trago bastante largo, refrescando mi interior.
Javier hablaba por teléfono una vez más, y Markel aprovechó para decirme cosas en voz baja; yo no quería mirarlo, pues estaba segura de que, si lo hacía, me avergonzaría y ya no podría disimular de ninguna de las maneras.
Terminé la bebida y le dije que invitaba él; luego caminé hasta mi asiento, donde Dulce me esperaba. Le expliqué que había tomado una refresco con ellos. Abrí el libro y continué leyendo, aunque no retenía nada, no sabía si era por la historia o más bien yo que no tenía la mente relajada para la ficción... bastante tenía con lo que acababa de vivir y no habíamos podido terminar.
Voy a sentarme en la butaca, mientras imagino que estás a mi merced en el baño.
Miré hacia su asiento y éste continuaba vacío. Eso significaba que regresaban del bar. Sólo con leer el mensaje, me pareció que la temperatura del vagón había subido unos cuantos grados. ¿Cómo podía sentirme así? Hacía mucho que nadie conseguía que perdiera la cabeza de aquella forma.
Mejor imagina que el tren llega al destino y cada uno se da una ducha fría en su habitación de hotel.
Contesté al instante, interrumpiéndole el juego; si no, iba a volverme loca; prefería pensar en otra cosa, así que continué leyendo la novela hasta que vi que aparecían. No me quitaba el ojo de encima, y su sonrisa lo delataba. Negué con la cabeza y volví a adentrarme en la narración.
El tren se detuvo por fin y bajamos. Estaba cansada, casi era de noche, y tenía ganas de llegar a la habitación y descansar. Caminamos hasta la puerta de la estación y cogimos un taxi que nos llevó directos al hotel.
Me tumbé sobre la cama después de darme un baño. Llevaba sólo una toalla y tenía el pelo empapado, pero estaba tan cansada que no quería moverme... De pronto un golpe en la puerta hizo que sonriera, sabía quién era. Me levanté y caminé hasta abrir de par en par, dejando que me viera. Ahora sí que me había vuelto loca de remate, aparecí con una simple toalla, creo que era lo último que esperaba.
Su mirada recorrió mi cuerpo mientras entraba y cerraba la puerta de un puntapié. Yo retrocedí lentamente, hasta que sus brazos rodearon mi cintura y mis pechos quedaron aprisionados contra su torso, su nariz se posó entre mis rizos y respiró profundamente, llenando sus pulmones de mi aroma a recién duchada. Mi necesidad aumentaba, no la podía controlar. Besé su cuello consiguiendo excitarlo más, si eso era posible. Me separó de él y tiró de la toalla mientras sus ojos escrutaban cada parte de mi cuerpo. Yo me sentía más desinhibida que nunca; no me importaba que me observara, sino todo lo contrario, estaba excitada sólo por ver la pasión en sus ojos.
Me guio hasta la cama, necesitaba continuar lo que aquella misma tarde habíamos iniciado en el tren, y así fue: me lanzó sobre el colchón y cayó sobre mí mientras se quitaba la ropa. Seguimos con los besos que se habían quedado a medias unas horas atrás, con las caricias que apenas nos pudimos regalar.
Bajó hasta mi sexo y, tras una mirada ladina, comenzó a lamerlo arrancando de mí gemidos guturales que no podía ahogar. Llevaba tantas horas deseando sentir aquel placer que estaba extasiada por lo que sentía, pero él no dejaba de buscar mi placer y me entregué moviendo las caderas, agarrando las sábanas y dejándome llevar al primer orgasmo de la noche.
Satisfecho por lo que acababa de conseguir, me cogió en brazos y me llevó hasta la terraza. Era mucho más grande que la de Barcelona y tenía un sofá cuadrado que serviría de cama. Me dejó sobre él y, con los dientes, mientras no apartaba la mirada de mí, rompió el envoltorio de un preservativo, que lanzó mientras se lo colocaba y caminaba hacia mí.
Se sentó en el borde y, a horcajadas, me senté sobre él mientras nos besábamos. Mi sexo estaba deseando tenerlo dentro, estaba húmedo, expectante del contacto con su verga. Me movía provocando el roce que necesitaba, que ansiaba. Y él era consciente de ello, ya que sentía lo mismo. Su miembro estaba duro y se clavaba en mi sexo. Pequeños toques que conseguían que deseara un contacto mayor, una penetración inmediata. Pero no tenía intención de satisfacerme, quería demorar el momento.
La punta se acercaba peligrosamente y mi sexo respondía cediéndole el paso, pero no daba el empujón definitivo para sentirla dentro. Comenzaba a desesperarme, mi respiración estaba entrecortada y mi garganta, seca, aun besando y bebiendo su deseo.
Sus manos se clavaron en mi cintura y su mirada lasciva me indicó que por fin iba a llegar el momento, por fin lo iba a sentir, y así fue. El embiste junto a la presión que ejerció en mi cintura hacia abajo consiguieron que emitiera un grito gutural descontrolado. Una mezcla de sorpresa, dolor y mucho placer comenzaba a invadir nuestras mentes tras profundizar cada uno de los movimientos. Necesitábamos más, así que aceleramos el ritmo buscando cada uno el placer del otro... pero no era suficiente. Markel se dejó caer, tumbándose, y yo me coloqué con las rodillas a cada uno de los lados de su cuerpo para poder moverme a mi antojo.
El vaivén de mis caderas provocó el movimiento de mis pechos, que quedaron a su merced; sus ojos no podían dejar de mirarlos. A la vez, se le escapaban suspiros junto a los gemidos, que conseguían que me excitara más de lo que pensé que jamás lograría.
Pero mi cuerpo me anunciaba que no iba a poder resistirse más: una sensación ascendía por mi estómago, el clímax se acercaba y quería que él estallara del mismo modo que yo; para ello, moví mi cuerpo de forma más contundente, hasta que ambos rugimos de pasión.
Tras unos minutos en los que permanecimos tumbados intentando recuperar la respiración, nos dedicamos a observar el cielo. Las estrellas brillaban, y no podía dejar de mirarlas. Estaba relajada y, por primera vez, sin miedo a nada. Acababa de mantener una de las mejores relaciones sexuales de mi vida, y era junto a un hombre que conseguía que me olvidara del mundo y de las preocupaciones.
—¿Tienes hambre?
—Un poco. ¿Qué hora es?
—Medianoche.
—¿Ya? —contesté sorprendida; no pensaba que había pasado tanto rato.
Continuábamos tumbados uno enfrente del otro, y no podía dejar de mirarlo: tenía una cara perfecta y un cuerpo de escándalo, pero era más que eso. Había desaparecido su carácter soberbio y pedante y había surgido un hombre dulce y cariñoso, que estaba acariciándome, besándome y consiguiendo que me olvidara de todo.
Me besó en los labios y me dijo que iba a pedir algo de cenar. Tras unos minutos en los que habló por teléfono, volvió y se tumbó detrás de mí, abrazándome mientras sus labios besaban mi espalda.
—Qué caprichoso es el destino —me susurró al oído.
—Complicado, diría yo.
—¿Tú crees que nos hubiéramos conocido si no hubiésemos escrito juntos?
—Lo dudo. —Se me escapó una sonrisa.
—Llevo días deseando este momento.
—¿Qué crees que va a pasar?
—Prefiero no pensarlo.
—Me iré a mi casa y nuestra aventura habrá llegado a su fin. Vivimos a miles de kilómetros.
—Nunca se sabe lo que puede ocurrir.
Era tan difícil prever lo que sucedería con nosotros... Él era un escritor famoso afincado en Madrid, y yo vivía en Noruega. Siendo realista, nuestra aventura no tenía mucho futuro. Podríamos vivir el momento hasta que regresara a mi ciudad; después, sólo quedaría un bello recuerdo de lo que vivimos en ese instante.
Permanecimos media hora tumbados en aquel sillón mientras seguíamos abrazados sin hacer nada más. Mis dedos acariciaban el poco vello que tenía su brazo, mientras me daba tiernos besos en un hombro.
Llamaron a la puerta y se levantó. Enrolló la toalla que rato antes había utilizado para secar mi cuerpo, la misma con la que lo había recibido, para taparse y poder abrir. Mientras él hablaba con un hombre, me dirigí al baño; de camino, cogí un pequeño pantalón corto y una camiseta de tirantes, para ponérmela y sentirme más cómoda mientras cenábamos.
Cuando salí del baño, él estaba en la terraza esperando junto a una caja de pizza. Me miró de arriba abajo y silbó mientras comentaba que preferiría que no me hubiera vestido; sonreí y me senté a su lado. Agarró uno de mis rizos y lo olió, mientras repetía que le encantaba el aroma que desprendían. Cogí un trozo de pizza y se lo ofrecí, pero no lo cogió, simplemente mordió y yo hice lo mismo.
—¿Nos esperaban para cenar?
—No. No sé qué le pasa hoy a Dulce, pero me ha dicho que prefería irse a descansar, y Javier tiene una amiga en esta ciudad; cada vez que viene, desaparece. Sólo vendrá a la presentación.
—Menudo debe de ser Javier.
—Si yo te contara...
—Aunque seguro que tú no te quedas atrás.
—¿Por qué dices eso?
—A ver, eres escritor, famoso, tienes miles de seguidoras y eres guapo... sé de primera mano lo que se comenta en las firmas de tus libros.
—¿Ah, sí?, ¿y qué es lo que se comenta?
—Pues que se irían contigo al fin del mundo.
—¿Y tú piensas igual?
—Con Jean, puede... pero, con Markel, no sé si es tan excitante la idea.
—Tú te lo has buscado.
Apartó la caja de la pizza de nuestro lado y comenzó a hacerme cosquillas mientras me mordía la barriga. Me reía descontroladamente y le rogaba que parara. Dejó de mover los dedos, pero su mirada me decía que algo tramaba, y así fue: me cogió como si fuera un saco de patatas y caminó hasta salir de la habitación. Le dije que nos verían, que me soltara, pero le dio igual.
Pulsó el botón del ascensor y esperó mientras agarraba fuerte mis piernas. No sabía adónde quería ir, pero, si alguien nos veía, me moriría de vergüenza. Se abrieron las puertas y presionó el botón del ático. Cuando salimos, uno de los camareros que se encontraba allí se fue al vernos. Antes de que desapareciera, Markel le pidió que nadie nos molestara.
Mis ojos observaron todo lo que había: una piscina, un jacuzzi y una barra de bar. No había un alma, sólo nosotros dos.
—¿Te apetece una copa?
Asentí mientras caminábamos rodeando la piscina hasta llegar al bar. Me apartó un taburete y me senté en él, mientras se dirigía detrás de la barra a coger dos copas y unas botellas.
—¿Sabes hacer cócteles?
—Antes de ser Jean, fui Markel, estudiante universitario y camarero en un bar de copas para pagarme los estudios.
—Interesante.
Comenzó a poner un par de hielos en cada una de las copas y, tras combinar varias botellas diferentes, colocó dos cañitas y me ofreció la bebida. Di un pequeño sorbo y me quedé sorprendida; estaba muy bueno, dulce y suave como me gustaban los cócteles. Se sentó a mi lado y me observó mientras continuaba bebiendo.
Dejó su copa en la barra y se acercó para poder besarnos, y vaya si lo hicimos. Sin darnos cuenta, nuestras manos se estaban deshaciendo de la poca ropa que nos cubría. Markel me cogió en volandas y se tiró a la piscina conmigo en brazos. Continuamos besándonos debajo del agua, abrazándonos mientras emergíamos. Justo cuando respiramos al salir, me enrollé a su cintura y le besé el cuello y el pecho mientras sus manos se dirigían directas a mi sexo. Lo tocó, lo abrió y lo acarició, preparándolo para él. Mi mano bajó hasta su miembro y me sorprendió notar que llevaba un preservativo puesto; no había visto en ningún instante que se lo pusiera, pero no me importaba, estaba duro y listo para que yo lo recibiera, así que lo dirigí hacia mi entrada y me penetró sin problemas.
De una sola embestida, llegó al final de mi ser, consiguiendo satisfacer mi deseo. Continuamos con pequeños pero certeros movimientos que consiguieron darnos placer. Me cogió de la cintura y me dio la vuelta, cogió mis manos y las posó en el borde de la piscina mientras él dirigía su miembro hacia mi vagina una vez más. Entró, y yo me agarré fuerte, clavando las uñas e intentando retener mis gritos.
—No te va a oír nadie.
Un jadeo reprimido salió de mi garganta mientras mi trasero se precipitaba hacia él para conseguir más profundidad. Su mano bajó hasta mi clítoris y comenzó a acariciarlo, dándole pequeños toques y presionándolo en los puntos indicados para lograr incrementar el placer que sentía en cada acometida que recibía de su pene. Poco a poco mi interior sentía más presión, y las mariposas anunciaban un precipitado orgasmo que no podría parar. Mi sexo aprisionaba su miembro, y él lo sabía. Sus movimientos se volvieron más rápidos y profundos, sin poder evitar sus jadeos guturales que se topaban con mi espalda... hasta que, tras una embestida más intensa que el resto, los dos temblamos y nos abrazamos mientras recobrábamos el aliento.
Salimos de la piscina y nos sentamos en el jacuzzi para continuar bebiendo el cóctel que había preparado. Estábamos tumbados uno frente al otro, mirándonos, hablándonos con la mirada. Lo tenía frente a mí, con su mirada angelical, como si fuera el hombre más tierno y dulce del mundo... pero, cuando estaba amándome, era tan ardiente que parecía que fuera dos personas diferentes.
Sus manos masajeaban mis pies bajo el agua mientras las burbujas salpicaban mi rostro y mis rizos se movían a su antojo.
—Podrías estar con cualquier chica, ¿por qué yo?
—Porque tú eres especial, me ves tal como soy. El resto, no.
Me acerqué a él sorprendida por su aclaración. Era consciente de su fama y de que muchas chicas sólo se acercaban a él por eso, pero yo tenía claro que no quería nada de Jean, yo quería besar a Markel, al que en un principio me retaba escribiendo lo que yo no quería, el que me animó a continuar con mi sueño y al que acababa de amar en la piscina... aunque durara solamente unos días hasta que regresara a mi casa y cada uno hiciera su vida. Iba a disfrutar el tiempo que estuviéramos juntos, sin mirar hacia un mañana. Lo besé y me tumbé sobre él. Me abrazó y permanecimos agarrados.
Terminé de beber mi copa y decidimos salir del jacuzzi. Estaba helada, la noche había caído y el aire era fresco. Cogió dos toallas que habían sobre una tumbona y decidimos regresar a la habitación.
Mientras me secaba los rizos con un difusor, vi sus pies parados delante de mí. Alcé la mirada y le sonreí mientras mis cabellos enloquecidos estaban en su punto más rebelde.
—Estás muy sexi.
—¿Tú crees?
—Oh, sí.
—¿Qué haría Darek en este instante? —Lo reté a reinventar escenas de nuestra novela basadas en nuestra situación actual.
—Me gusta este juego... —Pensó unos segundos—. Darek cogería en volandas a Chloe, la llevaría a la cama y la ataría a su cabezal. A ella le encanta sentirse presa, a su merced. Y él no lo dudaría, la haría suya hasta ser consciente de que se sentía satisfecha.
—¿Crees que Chloe se dejaría atar tan fácilmente? O, antes de llegar a conseguirlo, Darek tendría que enfrentarse a una lucha de poder... ella nunca se dejaría de buenas a primeras.
—¿Y tú eres como ella?
—¿Cómo te gustaría que fuera? —pregunté siguiendo el juego que había comenzado; me estaba excitando sólo de imaginar que lo que habíamos creado para Darek y Chloe podíamos llegar a vivirlo.
—Eres una caja de sorpresas.
—¿Estás seguro de ello?
—Quiero escribir nuestra historia, pero no quiero ficción; aunque eso se nos da de fábula, ahora quiero vivir la realidad.
Caminé hacia él mientras retrocedía y lo dirigía hacia la cama. Topó con la madera de ésta y se paró. Lo empujé buscando que perdiera el equilibrio y cayera sentado sobre las sábanas; me lancé sobre él, cogí las dos toallas que habíamos bajado del ático y até una de sus manos al cabezal.
Me miraba atento, pues no sabía qué iba a hacer, pero lo que no esperaba era que atara una de mis manos al otro lado, a la vez que me deshacía de la camiseta que cubría mis pechos y ésta quedaba enrollada a la toalla.
Abrí los ojos y me descubrí desnuda en mi cama, pero sola; él no estaba a mi lado. Me senté y comprobé que la habitación estaba revuelta y mi ropa, por el suelo. Me llamó la atención una nota, en la mesita de noche, que esperaba ser leída.
Javier tiene planes para mí esta mañana, así que tú la tienes libre para disfrutarla con Dulce. Te recomiendo que vayas de compras, algo sexi para esta noche sería ideal.
Esta noche comenzaremos a vivir nuestra historia; Darek y Chloe me han dado una idea, y no pienso obviarla.
Sólo te voy a dar una pista: nada es lo que parece.
Markel
Llamaron a la puerta y di un salto mientras me enrollé en la sábana. Sabía que era él, pero no quería abrir tal como iba y que cualquiera pudiera verme desnuda. La noche anterior no me hubiera importado, pero en ese momento no era capaz. Corrí hasta el baño y cogí la bata que había colgada.
Al abrir, sentí decepción: un sonriente camarero, con un carro, esperaba que le diera paso para poder entrar en la habitación y dejar el desayuno. Justo cuando lo dejé pasar, observé en el suelo el envoltorio rasgado de un preservativo y noté cómo mi rostro comenzó a sonrojarse por la vergüenza que estaba sintiendo. Pero al instante una risa tonta apareció al recordar lo que habíamos hecho entonces...
La imagen de estar atados al cabezal de la cama y hacernos el amor consiguió que esbozara una sonrisa mientras el pobre camarero simulaba que no me estaba mirando.
—¿Necesita algo más?
—No, está todo bien, muchas gracias.
Cerré la puerta y caminé hacia la maleta en busca de ropa con la que poder vestirme para sentarme en la terraza a desayunar.
Me acomodé en el sofá, que aún desprendía nuestro olor, y abrí la tapa del desayuno... y mi sorpresa fue que no había nada, sólo otra nota.
Darek sólo tenía un propósito, y era que Chloe fuera suya. Daba igual lo que tuviera que hacer para conseguirlo. Poco a poco iría descubriendo la verdad y ambos se enamorarían aún más, si eso era posible.
Reí al leerlo. Teníamos claro que ambos queríamos seguir intentando lo que estábamos haciendo y conocernos más, y, sin duda, jugar a través de la historia de Darek y Chloe resultaría apasionante, ya que su sexo era sin límites. Me atraía la idea, aunque lo que pudieran pensar de mí me aterraba. Sabía de muchos que me tacharían de lo que ya hacían al saber que escribía erótica, pero yo no creía que estuviera haciendo nada malo.
Nunca me hubiese imaginado a un Markel tan apasionado; a simple vista parecía muy serio y contenido, pero obviamente era sólo una fachada.