Capítulo 22

 

Una mirada al pasado

 

 

Había anochecido. Hacía un rato que mi padre se había marchado a su casa. La tarde fue muy amena, no paramos de hablar hasta ponernos al día. Incluso Grete llamó preocupada por no saber nada de él, sobre todo porque no volvió a la fábrica por la tarde.

Luego, en lo único que pensaba era en ella, mi madre. Por un lado tenía ganas de pasar página e intentar resetear mi mente para eliminar ese detalle, pero mi corazón me pedía lo contrario. Tenía curiosidad por saber qué había sido de ella, la persona que me había dado la vida, porque no podía considerarla mi madre, ya que nunca hizo nada por mí. Y sólo de pensar en que esa chica tuviera mi sangre, me erizaba el vello.

Cogí el papel en el que tenía su número de móvil y lo introduje en la agenda del teléfono. Abrí la aplicación de WhatsApp mientras sentía mi cuerpo tembloroso, nervioso. Era un paso que necesitaba dar para poder seguir con mi vida sin pensar en arrepentirme más delante de no haberlo hecho.

 

Dunia: Hola, soy Dunia. Perdona mi reacción del otro día, pero no tenía ni la menor idea de que existieras y menos de que me buscaras. Me gustaría conocer un poco tu historia, si no te importa, claro.

 

Pulsé en el círculo verde con una flecha blanca para enviarlo y me sentí más relajada; sin duda, necesitaba hacerlo para sentirme bien. El móvil vibró e intuí que había contestado. Mis nervios crecieron, temía saber la verdad. Lo que pensaba que me podría afectar más era saber que mi madre la había querido, al contrario que a mí, que siempre le molestaba. No lo dudé un segundo y abrí el mensaje.

 

Celeste: Me hace feliz que al final quieras saber de mí. Debo pedirte perdón por cómo me presenté, pero estaba nerviosa. No sabía si sabías algo, ni cómo podrías reaccionar. Me encantaría poder explicarte cómo ha sido mi vida. Ahora mismo vivo con mi abuela, nuestra abuela; está muy mayor, la pobre, y sé que dentro de poco se irá y eso me apena, ya que ella es la que me ha criado desde niña.

 

Intuí que tampoco había vivido con nuestra madre al decir que la había criado su abuela, pero ¿y su padre? El mío siempre se había encargado de mí. Ahora necesitaba más, quería saberlo todo.

 

Dunia: La verdad es que no la recuerdo, disculpa. Seguramente sea una persona extraordinaria, pero, por lo que me explicas, ¿nuestra madre no ha vivido contigo? Me gustaría saber más.

 

Ya no había vuelta atrás, necesitaba responder a todas las preguntas que siempre me había repetido desde que ella decidió marcharse... y el único modo era ella, Celeste; ella conseguiría desvelarme muchas incógnitas de mi pasado.

 

Celeste: Mi madre, bueno, la nuestra... es un caso aparte. Desde que tengo uso de razón, no ha vivido conmigo. Ella es un espíritu libre... me dejó con mi abuela y desde entonces ha venido muy de vez en cuando, apenas la he tratado. Supe de ti por mi abuela. Ella no quiso explicarme nada. Un día que apareció de visita, intenté que me aclarara si existías y me dijo que sí, pero que no merecía la pena buscarte.

 

¡Qué mujer más fría! ¿Cómo había podido abandonar a dos hijas y andar por el mundo como si nada? Por más que lo intentaba, no podía entenderlo. Menos mal que mi padre me alejó de ella. Prefería mil veces no volver a verla a que apareciese cuando quisiese. Pero Celeste no había mencionado a su padre, ¿tampoco quiso saber nada de ella? No podía creer que hubiera pasado por todo aquello; en el fondo sentía lástima por ella.

 

Dunia: A tu padre imagino que sí lo has visto, ¿no? Yo lo único que sé de ella es que dejó a mi padre para viajar, decía que se ahogaba en casa, en la rutina; cuando se marchó, nosotros decidimos mudarnos a la ciudad natal de mi padre. Vivimos en Noruega y somos muy felices; siempre hemos estado muy unidos.

 

Escribí sin pensar en si podía afectarle saber que yo había tenido una vida normal y feliz con mi padre, pero no le iba a mentir; era mi realidad y, en parte, me apetecía compartirla con ella.

 

Celeste: ¿Quieres que te cuente la historia de mis padres?

 

Contesté sin dudarlo un segundo.

 

Dunia: Claro.

Celeste: Mi madre siempre fue un poco alocada, andaba de un lado para otro. Un día alquiló una caravana, según ella para conocer ciudades nuevas; aquélla sería su casa. Durante meses recorrió las ciudades costeras del Mediterráneo, y allí conoció a un chico que tenía un pequeño velero. Me contó que estuvo varios días provocando encuentros fortuitos, o eso intentaba, hasta que en una ocasión él, al verla, la invitó a tomar un café y comenzaron a hablar. Los dos tenían en común querer descubrir mundo, y se juntaron el hambre con las ganas de comer; nunca mejor dicho.

Después de verse varias veces, al final la invitó a irse a Menorca unos días, y ella, como era una excéntrica inconsciente, no pensó en nada y se marchó con él. Me explicó que las aguas de aquel lugar eran increíbles, de color celeste, y en ellas se dejaron llevar, pasando tres días haciendo el amor. Un día me confesó que no estaba enamorada, que sólo era un hombre que la ayudó a descubrir un lugar al que ella, por sí sola, no hubiera sido capaz de llegar. Cuando regresaron, apenas se vieron más, y un mes después mi madre se dio cuenta de que estaba embarazada. Para aquellas fechas, el que supuestamente era mi padre debía de estar muy lejos y no tenía forma de contactar con él. Lo único que sabía de él era que se llamaba Arthur y era londinense. Ah, y tengo una foto suya en el barco, nada más. Pero mi nombre surgió de aquel viaje; siempre me ha dicho que, al llamarme Celeste, recordaría aquellas aguas y a él.

En cuanto dio a luz, descubrió que yo era un impedimento para sus planes. Una mocosa no la iba a retener, así que me dejó con mi abuela. He vivido con ella desde que tengo tres meses, y apenas he visto a mi madre unos días al año. Ahora hace un año que no sé nada de ella y creo que es mejor así, porque, cuando la he visto, me ha dolido y no he podido evitar recriminarle la vida que ha llevado y lo que ha dejado atrás.

 

Después de leer el mensaje, me quedé sobrecogida. Sin duda el carácter que mi padre describía era el mismo que ella transmitía, y la historia de cómo conoció a su padre era otra locura suya. ¿Cómo pudo estar un fin de semana acostándose con un hombre sin protección y luego, encima, abandonar a su hija porque no podía seguir con sus planes? Era increíble que aquella mujer quisiera a alguien más que a ella misma.

 

Dunia: ¿Te gustaría conocer a tu padre?

Celeste: Me encantaría, pero no sé nada más de él y tampoco creo que sepa de mi existencia. Puede que no quiera saber que tuvo una hija con una hippie loca.

Dunia: ¿Tienes la foto? Me encantaría saber cómo era.

 

Me envío la imagen en un mensaje y, al verlo, no pude evitar reírme: feo no se lo había buscado, sin duda. Era un hombre del que cualquiera se enamoraría. En la imagen, estaba agarrado a la baranda del velero; lo que me sorprendió fue ver el nombre de Celeste en el casco de éste. Al parecer el nombre no era por el mar, sino por su barco; debía de ser el único recuerdo que guardaba de él, aparte de lo bien que se lo había hecho pasar aquellas noches.

 

Dunia: Y, ahora, ¿qué quieres de mí?

 

Se lo pregunté intentando entender cuál era exactamente el fin de conocerme.

 

Celeste: La verdad, ni lo había pensado. Sólo quería saber quién era mi hermana y supongo que simplemente hablar contigo, aunque sea de vez en cuando. No quiero nada; soy una superviviente, tengo mi trabajo y no pretendo nada más.

Dunia: Eso no lo dudes, me apetece saber de ti. Nosotras no tenemos la culpa de nada, sólo nuestra madre, que no nos ha sabido valorar.

 

Justo cuando envié ese mensaje, empezó a sonar una llamada de Skype. La acepté mientras me despedía de Celeste por WhatsApp desde el móvil. Al mirar la pantalla, reí al verlo sentado en la hamaca. No cabía duda de que había cumplido lo prometido, pero, con el día que llevaba, lo que menos me apetecía era una sesión de sexo al instante. Mi mente aún seguía trabajando, asimilándolo todo. Estuve inmersa en mis pensamientos mientras Markel me observaba sonriente hasta que su voz me hizo regresar a la realidad. Quería saber qué me ocurría, por qué estaba tan callada, y sin dudarlo un segundo comencé a relatarle el día.

Tras más de una hora sin dejar de hablar sobre lo que habíamos hecho, no pude evitar expresarle que necesitaba tenerlo cerca. Sonrió; su mirada me demostraba que él sentía lo mismo. De pronto, una llamada a su móvil nos interrumpió; me dijo que era Javier y que después lo llamaría, pero yo insistí en que lo cogiera, que ya hablaríamos más tarde.

Terminé la llamada y comenzó a sonar otra de Skype. Era Esther. La acepté al instante y su sonrisa la delató, algo debía decirme, no cabía duda de que estaba deseando soltar una bomba.

—¿Qué ocurre?

—Según esta confirmación, aterrizo en Oslo a las 21.00 horas del viernes.

—¡Estás loca!

—Oh, sí, loca por estar de nuevo contigo. Me llevaré mis guantes y mi bufanda rosa, y a disfrutar. Estoy deseando llegar y que me enseñes tu ciudad.

—Estoy deseando enseñártela. —En ese momento sonó la llamada de Markel. Quería contestar, pero a la vez quería hablar con Esther y poder planear su estancia. Mi cara debió de mostrar mi confusión, ya que fue ella la que me dijo que contestara, que tenía que organizar muchas cosas antes de venir.

Le di las gracias repetidamente y terminé la llamada para aceptar la otra. Me explicó que Javier no lo dejaba respirar, que ese fin de semana tendría que recluirse en casa a escribir, como si no tuviera nada más que hacer. Sin duda, escribir con esa presión y bajo petición expresa era agobiante, frustrante y nada emocionante.

Que él escribiera me beneficiaba, así podría estar con Esther al ciento por ciento sin sentirme culpable o estar pendiente de las llamadas. De un grito le dije que Esther venía a verme. Él sonrío y me preguntó si estaba contenta; evidentemente lo estaba, pero miraba a través de la pantalla, veía su rostro y me moría por que, quien viniera a verme, fuese él. Pero el deber lo llamaba y era casi imposible lograr que pudiera escaparse, Javier no le dejaría tomarse ningún día libre.

—Por cierto —me interrumpió—. ¿Has visto el correo electrónico de Dulce?

—No, ¿qué ocurre?

—Léelo.

Pulsé sobre el icono del navegador y escribí en la barra la dirección del gestor de correo, inicié la sesión y busqué entre la cantidad de emails que había en la bandeja de entrada el de Dulce. Pulsé sobre éste y lo leí.

 

De: Dulce (Universo)

Para: Dunia, Markel, Javier

Asunto: Nuevo proyecto

 

Buenos días a todos. Os escribo para informaros sobre el éxito que está teniendo la novela. Lleva entre los más vendidos desde el día en que salió, y no sólo eso: la primera edición ya se ha agotado. ¡Sí, leéis bien!

Ya hemos dado la orden de impresión de la segunda, así que, chicos, todo marcha estupendamente.

He pensado en añadir un pequeño relato extra para terminar de enganchar a las lectoras a la historia y animar a las que aún no lo han leído. Por ello, os animo a comenzar un relato de unas cien páginas como máximo. La idea es que hagáis un salto en el tiempo, una pequeña diferencia que hayan de superar para que la relación sea aún más sólida. Vosotros sois los escritores, así que pensad en qué es lo más apropiado para ellos.

Tenéis un plazo de dos meses para enviarlo. Lo publicaremos a finales de año. Dicho esto, ¡chicos, a teclear!

Un abrazo.

 

Dulce Rodríguez

Directora Editorial Universo

 

Miré la pantalla, donde me esperaba Markel, y, al verme, rio. Debía de tener cara de apabullada, y no era para menos. Estaba sopesando que teníamos que escribir un relato y no sabía por dónde comenzar.

—No te asustes, podemos con ello.

—Lo sé, pero tengo que organizarme, tengo que escribir el otro encargo —contesté sintiéndome fatigada.

—Yo tengo que terminar el de Javier, así que ahora no puedo ponerme con éste. Aprovecha para escribir el tuyo este mes y, en cuanto los dos pongamos el fin, nos ponemos manos a la obra con el relato. Me apetece volver a escribir contigo.

—Sí, tengo que planificar un calendario, no hay duda, y sobre todo comenzar el que me han pedido.

—Voy a cenar. Hablamos mañana otro rato; intentaré conectar contigo por chat durante el día.

—Vale, buenas noches.

Finalicé la llamada y fui directa a mi bolso para coger la libreta que Esther me había regalado para apuntar todo lo que tenía pendiente. Escribir el relato de María y Claudio, escribir el relato con Markel, Aksel... sin duda ése era un tema que debíamos solucionar entre todos. Además estaba el viaje de Esther... debía preparar algo diferente; aún no sabía el qué, pero algo se me ocurriría. Y, por último, apunté «Celeste»; no sabía ni por qué, ni para qué, pero mi corazón me decía que lo apuntara a modo de recordatorio.

Abrí una hoja de cálculo y cree un calendario. Hice previsiones de las tareas diarias, en la fábrica y, sobre todo, calculé el tiempo que debía dedicar a cada una de las cosas.

Tras guardar el archivo, cogí una libreta y estructuré la historia de María, lo que ella me había contado, y tracé un pequeño guion a seguir. Ya tenía la idea, sabía de ellos, sólo me faltaba abrir una hoja en blanco y comenzar a escribir, pero de pronto llegó a mi mente otro pensamiento... la foto, Celeste, su infancia.

No dejaba de repetirme la suerte que yo había tenido, y me sentía en deuda con ella moralmente. Abrí el navegador y puse el nombre, «Arthur»; tras mi brillante idea, salieron millones de coincidencias. No podía llegar a imaginar la de personas que había en el mundo que se llamaban así. Escribí detrás del nombre «Londres» y los resultaron no llegaron a un millón de coincidencias, pero también era imposible encontrarlo de esa forma. No sabía por qué quería encontrarlo, pero tenía una curiosidad enorme, al menos por saber qué había sido de su vida.

Cambié las palabras del filtro: esta vez «Velero Celeste», pero aparecieron miles de tonterías y ninguna información acerca de un velero denominado así... De pronto, una luz llegó a mí, una brillante idea. Seguro que todos los barcos estaban registrados en alguna asociación naval, o qué sabía yo, algún registro; no tenía ni la menor idea, pero lo iba a averiguar.

Comencé a buscar registros, asociaciones, foros, incluso información para ser patrón o comprarse un velero. Al final, me pareció hasta divertida la opción de comprar un barco; las experiencias que leía por Internet eran de lo más curiosas, pero nada que me llevara a él.

Busqué la imagen que tenía en WhatsApp y me la envié al ordenador por correo electrónico. La abrí en la pantalla del portátil y la miré más atentamente. Buscaba algún detalle que me dijera por dónde seguir. Abrí el buscador y vi una opción de imagen, así que pulsé sobre ella y me apareció una ventana para insertar una imagen desde mi disco duro; la seleccioné y mis ojos se abrieron como platos cuando, como resultado, obtuve la misma imagen en diferentes redes sociales. No podía creerlo, parecía que esos resultados eran fiables. Me sentí orgullosa de mí misma; sin duda, cuando el aserradero no funcionara y las novelas tampoco, podría dedicarme a ser investigador privado, tenía un gran futuro.

Abrí la aplicación Facebook y vi el perfil. Aparecía un hombre de la edad de mi padre, la ciudad que indicaba era Londres. Seguro que era él.

Pulsé sobre el apartado de información y descubrí que era director de una multinacional con sede en Londres. Parecía que mi madre tenía buen gusto, al fin y al cabo. Estaba casado, pero no decía nada de hijos. Miré las fotografías que había publicadas y muchas de ellas eran de él con traje, en algún tipo de conferencia, porque aparecía hablando sobre una tarima delante de mucho público.

Pero, entre tantas foto profesionales, una destacaba; parecía una barbacoa familiar en una casa con jardín. Había muchas personas de todas las edades, pero no sabría decir si eran amigos, primos, hijos... Creé una carpeta en mi escritorio y guardé las imágenes y toda la información que pude recolectar; por suerte, encontré la página web de la empresa en la que trabajaba y conseguí su contacto. Se lo enviaría todo a Celeste, y en sus manos estaría querer saber más o no.

Apagué el ordenador y me tumbé en la cama mirando el techo. Tenía tantas cosas en las que pensar que apenas podía cerrar los ojos, no tenía nada de sueño. Durante unos minutos, di vueltas en la cama intentando desconectar y dormir, pero me resultó imposible.

Abrí de nuevo el ordenador y me metí en mi blog. Hacía días que no lo visitaba y necesitaba revisar que todo seguía igual. Nada más entrar, descubrí que la foto de cabecera había cambiado y en su lugar había una con un montaje con la portada de la novela; la última entrada que había publicada era de aquella misma mañana, una reseña de un libro que leí pero que no tuve tiempo redactar, sin duda Esther se había encargado de ese asunto.

Leí los comentarios y comprobé que muchos de sus autores creían que, quien contestaba, era yo, y Esther, evidentemente, no los sacaba del error. Abrí el chat y le envié un mensaje anhelando que estuviera despierta para poder distraerme un poco.

 

Esther: Pensé que te había secuestrado un esquimal.

Dunia: Si acabamos de hablar.

Esther: Lo sé, tonti. Estoy emocionada. ¡Aixxx!—, estoy deseando achucharte. Hazme un resumen de tus últimos días, seguro que han sido muy interesantes.

 

La puse al día de las novedades: mis encuentros con Thor, la reimpresión de la novela y el escrito que la acompañaría, el nuevo proyecto con María y Claudio, los avances de mi hermano, los desplantes de Aksel...

 

Esther: ¡Todo eso en dos días! Me he agotado sólo de leerte... menos mal que no hay nada más.

Dunia: ¿Que no? Ja, ja. Espera, que ahora viene la guinda. Hace un rato he hablado con Celeste y he descubierto cosas sobre mi madre y que su padre ni siquiera sabe que existe; me da pena, pobrecita. Yo siempre he tenido a mi padre; ella, a ninguno de los dos.

Esther: Es muy introvertida, ahora entiendo el porqué.

Dunia: ¡¡¡He encontrado a su padre!!!

Esther: ¿Cómo?

Dunia: No te lo vas a creer. Tenía una foto y un nombre, así que, tras buscar por el nombre y por la ciudad, sin éxito, la foto ha dado resultados. La tenía publicada en las redes sociales, pero no se lo he dicho todavía a ella. Espero que no le moleste, tenía curiosidad.

Esther: Por el amor de Dios, tú estás como una regadera, ¿cómo has hecho eso? Lo peor de todo es que lo hayas encontrado; de verdad, me estoy riendo a carcajadas. Y Markel... ¿cómo llevas eso de estar separados? Porque, nena, aquí, no os habéis separado en dos semanas...

Dunia: Es raro, lo echo de menos, no te voy a mentir. No dejo de pensar en él, estoy deseando verlo, me gusta tanto...

Esther: Yo controlo sus movimientos, por eso no te preocupes, ¡ja, ja, ja! Tengo contacto con Javier; es de lo más cachondo y tiene la boca más abierta que la del metro, me lo casca todo.

Dunia: ¡Serás burra!

Esther: Sincera. Seguro que se muere de envidia porque voy a ir a verte, sé que está coladito por ti. Nena, le has dejado una huella que va a ser difícil de borrar.

Dunia: Me encantaría que viniera a verme, no te voy a mentir, yo ahora no puedo volver. Tengo que hacer demasiadas cosas aquí, pero tengo la esperanza de que nos veremos pronto. Pero de momento, a quién voy a ver, es a ti, y te voy a llevar a todos los rincones. Hay una librería y una galería de arte que ya verás, ya.

Esther: Y fiesta, fiesta... quiero ver a chicos altos, rubios de ojos azules; no olvidemos ese factor tan importante.

Dunia: Estás muy mal, pero seré buena y te presentaré a alguno. El problema es que no te entenderán.

Esther: El amor es universal.

 

La conversación continuó durante un par de horas. No dejamos de reír; la verdad, Esther era la persona más graciosa que tenía a mi alrededor, sus ocurrencias eran únicas. Por fin el sueño y Morfeo comenzaron a llamar a mi puerta; bostezo tras bostezo, comencé a sentir que los ojos me pesaban, que necesitaban cerrarse, así que me despedí y me tumbé en la cama esperando dormir plácidamente.

 

 

El despertador sonó y mis ojos se abrieron como si hubiera dormido infinidad de horas, pero no era así, apenas habían sido cuatro. Fui directa a la ducha después de poner música de fondo. Comenzó a sonar el disco que había puesto en el equipo reproductor y di un pequeño salto al escuchar que era Guns N’ Roses. Abrí el agua de la ducha y me adentré en ella dejándola caer sobre mí, despertando mis músculos contraídos por la falta de sueño, todo lo contrario que mi cabeza, que estaba despejada como nunca antes lo había estado.

Froté mi cuerpo y recordé sus manos; respiré profundamente. Jamás había sentido algo así por una persona, Markel lo había logrado. Masajeé mis pechos imaginando que lo hacía él, recordando cómo me acariciaba, cómo su respiración me erizaba la piel, cómo mis piernas temblaban nerviosas ante su contacto. Apoyé la frente en las baldosas de la ducha y cerré fuerte los ojos. Odiaba estar tan lejos; tendría que haber dejado mis sentimientos en Madrid, pero no había sido así.

Salí de la ducha y me enrollé con una toalla mientras humedecía mis rebeldes rizos con espuma moldeadora y, con los dedos, intentaba dominarlos. Seguía sonando la música y al ritmo de ésta terminé de acicalarme. Sólo necesitaba mi dosis diaria de café y ya estaría lista para comenzar un duro día de trabajo. Tenía que planificar mi rutina y, para ello, debía hablar con mi padre, así que prepararé el café en un termo para llevármelo conmigo al aserradero.

Llegué y estaban todos en marcha. Yo comencé como muchas mañanas: arranqué el ordenador para luego coger el montón de facturas y albaranes diarios. Era una locura la cantidad de papeleo que día tras día pasaba por aquella oficina. En principio ya estaba todo hecho, apenas una hora y media de trámites; no había que hablar con proveedores ni con el gestor, por lo que podía continuar con mi rutina personal, que ahora se había convertido en profesional. Salí en busca de mi padre y vi a Aksel y a Thor en un rincón, conversando.

—¿Qué fiesta? —los interrumpí al oír que estaban comentando que iban a ir a una el viernes por la noche.

—No creo que te guste, hermanita, no es para princesas como tú, sino para leñadoras como ellas. —Señaló a dos operarias que eran de todo menos femeninas.

—Nunca se sabe; desembucha, hermanito.

—Celebran una fiesta en la cantina, nada especial —dijo Thor con cara de indiferencia. El tono que empleó al hablarme no era más que una fachada, estaba haciéndose el interesante para ver cuál era mi reacción, pero, para su desgracia, hacía mucho tiempo que ya no le iba detrás y apenas pensaba en él, por suerte.

—Pues puede que vaya y hasta puede que vaya acompañada. —Un «toma» retumbó en mi interior, dejándolos a ambos mudos; lo que menos esperaban era mi contestación.

Salí de la nave en busca de lo que realmente quería encontrar minutos antes, a mi padre. Nada más vernos, le firmó rápidamente la hoja de entrega al chófer que había en la puerta y vino hacia mí. No dudé en explicarle que necesitaba tiempo para hacer cosas mías, pero que cada mañana iría para poner al día los asuntos de la fábrica.

Me recordó que mi excedencia se terminaba en breve y que debería reincorporarme, que no podría excusarme delante de Aksel. Añadió que tendríamos que pensar en ese momento y que quizá podría contratarme sólo a media jornada. Yo le dije que aceptaría lo que le fuera mejor a la empresa y a la familia.

 

 

Ya en casa, me senté en el escritorio con la intención de comenzar a escribir la historia de María y Claudio, pero antes debía de hacer otra cosa, Celeste merecía saber lo que había encontrado.

 

Dunia: Hola, Celeste. ¿Me podrías enviar tu email? Me gustaría enviarte una cosa. Muchas gracias, Dunia.

 

Esperé unos segundos a que me llegara su correo y poder empezar el relato; pronto vi que vibraba el teléfono, anunciándome que un mensaje había llegado a mi móvil.

 

Celeste: Claro, es celesteh@gmail.com.

Dunia: Gracias, ahora mismo te lo envío. Dunia.

 

En ese instante sentí una presión en el estómago y dudé de si estaba actuando bien o no. Podía ser que le sentara mal, o que sintiera que me había inmiscuido en un tema personal, pero yo no tenía ninguna mala intención, así que saqué el valor que tenía y redacté un correo electrónico.

 

De: Dunia

Para: celesteh@gmail.com

Asunto: Información encontrada

 

Hola, guapa. Espero que no te moleste que haya indagado un poco por Internet, pero, al contarme la historia de tu madre y tu padre, no he podido evitarlo.

En la foto del velero que me mandaste aparecía un nombre, «Celeste», en el barco. Busqué en Internet el nombre, sin éxito, pero una búsqueda de imágenes me llevó a un nombre: coincidía con el de tu padre y con su ciudad, y le eché una ojeada. Es un hombre de bien, con una buena posición laboral.

Te envío lo poco que he descubierto, por si quieres saber más e incluso ponerte en contacto con él.

Sobre todo, espero que no te moleste mi intrusión en tu vida.

Un abrazo,

Dunia

 

Pulsé en «Enviar» y respiré hondo. Ya estaba hecho, así que ya no me podía echar atrás. Sólo deseaba que no le hiciera daño o se enfadara. Esperé unos minutos su respuesta, pero no la obtuve; dudé en escribirle un WhatsApp, pero, recordando mi reacción al enterarme de su existencia, pensé que lo mejor era darle tiempo para asimilar lo que acababa de averiguar.

Abrí una página en blanco y comencé a redactar el prólogo de la historia. Sin duda era la parte que más me gustaba, ya que en ella podía decir lo que había sentido al escucharla de los propios protagonistas.

Y comencé a escribir... palabras, frases, párrafos, páginas, mientras disfrutaba narrando lo que me habían contado, mientras creaba mis personajes basados en ellos, en lo que había visto, en cómo se expresaban y, sobre todo, en cómo se miraban. Cuando tenía alguna duda, le enviaba un mensaje a María y ésta respondía al instante. Ella deseaba leer la historia; era la que más ilusión tenía.

Mientras continuaba escribiendo y recibiendo mensajes con más información, que iba utilizando, no fui consciente de que el tiempo pasó tan de prisa, tanto que ni comí ni cené, hasta que oí la llamada de Skype de Markel. Contesté aún sin saber realmente que el día estaba a punto de terminar. Cuando me dijo que eran las once, mis ojos se abrieron como platos.

Me obligó a hacerme algo de comer y volver a llamarlo cuando hubiera terminado. No podía evitar sentirme feliz... sus órdenes no eran tales, sino su forma de demostrar su preocupación por mí, y su mirada enfurecida a través de la pantalla me excitó.

Fui a la cocina a hacerme rápidamente un bocadillo de pavo que había en la nevera y volví a llamarlo con él en las manos. Su expresión había cambiado, estaba más relajada, sonreía.

A través de sus palabras
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