Capítulo 20
Te lo demostraré
Me miró y sus manos rodearon mi cintura mientras mi espalda chocaba contra la pared; nuestros labios se acariciaron, se buscaron de forma necesitada; mi lengua se enredó en la suya sin control. El día había pasado rápidamente, pero una cosa tenía clara: por mi culpa no iba a retrasar su trabajo... aunque sus manos y sus labios nublaban mi razón, tanto que me dejé llevar.
Me subió la camiseta por encima de los hombros; mientras observaba mi cuerpo lascivamente, ahogó un suspiro contra mi pecho. Su lengua se coló en mi canalillo, gracias a que sus dedos habían desabrochado con maestría el broche del sujetador, y posó las manos sobre cada uno de mis pechos.
No podía dejar de mirarlo, era tan sexi, pero por desgracia era la última noche que pasaría a su lado. No sabía cuándo volvería a Madrid, pero era momento de dejar a un lado esos pensamientos y disfrutar de aquella última velada. Me alzó agarrando mis caderas contra él y me sentó sobre la mesa; con una mano aparté lo único que quedaba sobre ella y me molestaba, mientras sus dedos juguetearon con la cremallera del pantalón para luego comenzar a bajarlo y dejarlo caer al suelo.
Sus dedos masajearon la planta de mis pies; miré hacia el techo, irguiendo la espalda, mientras presionaba en los puntos estratégicos, lo que a cada segundo conseguía excitarme más. Sus besos recorrieron mis muslos, y sus manos abrieron mis piernas. Sus ojos brillaban, estaba deseando sentir su lengua en mi sexo. Mi cuerpo respondió por sí solo. Mis caderas se alzaron en busca de su boca, pero ni me aproximé... la frustración se apoderó de mí, aunque por una vez no me hizo sufrir: acercó su dedo corazón y lo hundió, a la vez que la palma de su mano frotaba mi clítoris con maestría; eso consiguió que mi boca se abriera exclamando en silencio, sintiendo un placer extraordinario, que no quería que terminara nunca.
Retiró el dedo, para mi desidia; sin embargo, no tenía intención de parar, oh, no. Cogió mis muslos y me desplazó hasta el filo de la mesa. Lo miré sonriente, sabía que iba a ser una experiencia excitante, pasional.
—Darek te ha inspirado.
—Ahora vas a ser Chloe, una experta en lo que al sexo se refiere, y una mujer difícil de complacer.
—Me gusta la idea.
Sólo imaginar lo que podía suceder ya me sentía húmeda, y su erección era notable; pedía a gritos ser liberada y no tuvo que esperar. Estaba deseoso de sentirme. Tras cerciorarse de que mi sexo estaba preparado, una embestida fuerte y directa me arrancó un grito gutural. Me cogí a los bordes de la mesa, presionando hacia él, buscando la unión de nuestras caderas de forma agresiva, necesitada, mientras nuestros jadeos y gemidos se elevaban a la vez que la velocidad de nuestros movimientos crecía.
Sentía cómo entraba y salía rozando las paredes de mi sexo, consiguiendo que mi contracción lo atrapara y la satisfacción de ambos. Noté una pequeña palmada en una nalga, lo que me excitó más de lo que nunca hubiera imaginado; quería más, precisaba superar el límite, saltar mis barreras, y sólo lo quería hacer con él. Mis súplicas debieron de llegarle en ese mismo instante de forma divina, ya que, de un movimiento, me bajo y, tras forzarme a girar sobre mí misma, su mano obligó a mi cuerpo a descender sobre la fría madera mientras mis nalgas quedaban dispuestas a su antojo. Se separó un poco para observarme mejor y, tras curvar la comisura de sus labios en una sonrisa, me abrió las piernas y se introdujo bruscamente una y otra vez hasta que mis gemidos desgarradores acompañaron los suyos y el hormigueo apareció en la boca de mi estómago, recorriendo mi vientre e instalándose en mi vagina. Pequeños espasmos me anunciaron que el orgasmo era inminente y él lo sintió. Sus movimientos buscaron su propio placer, y los míos, terminar lo que mi cabeza intentaba posponer.
Pero no sirvió de nada: un gruñido me excitó hasta el punto de llegar al clímax; sentí cómo ascendía, cómo me estremecía, y me agarré a la madera cuando salió de repente de mi cuerpo y, con los ojos cerrados, en un bramido de rabia comenzó a expulsar su deseo sobre mis nalgas.
Me senté sobre la mesa con la respiración entrecortada mientras miraba cómo se limpiaba. Estaba confusa y atemorizada por no haber utilizado ningún medio de precaución; no lo pensé y supongo que él tampoco, aunque saber que había eyaculado fuera de mí me tranquilizó en cierta forma.
Me dio la mano para ayudarme a ponerme de pie cuando me sorprendió un beso; me abrazó y respiró profundamente, inhalando el olor a sexo que ambos desprendíamos; cerré los ojos y aspiré para poder retenerlo... el tacto de sus manos, de su cuerpo... Respiré hondo para evitar lo que estaba a punto de suceder, no quería llorar. No era conveniente la noche antes de nuestra despedida.
—Dunia, te... —Le puse un dedo en los labios para que no continuara hablando.
—No digas nada, por favor. Mañana me voy, será mejor que todo quede así.
—No podré olvidarme de ti como si nada.
—Nada va a ser igual, es mejor que todo quede aquí.
—Si ambos queremos, podemos intentarlo.
—Es imposible.
—Te demostraré que nada es imposible.
No quise contestarle, yo era la primera que desde el primer momento tuve claro que nuestra aventura tenía un punto y final e inevitablemente, en unas horas, éste llegaría. Por más que me negara a aceptarlo, el destino lo había decidido así y no podíamos luchar contra él, por nuestro bien. No quería sufrir, y menos que él lo hiciera. Lo mejor era zanjarlo todo. Lo besé esquivando nuestra conversación; era uno de nuestros últimos besos y sabíamos lo que significaba.
Nos miramos fijamente durante unos segundos, hasta que en un susurro le recordé que tenía trabajo; no iba a permitir que lo dejara de lado. Javier lo esperaba, no debía incumplir la fecha de entrega. Tras repetirle que lo esperaba en la habitación, conseguí que acatara sus deberes, y de forma sensual subí las escaleras mientras lo provocaba. Me miraba sonriente, con un brillo en los ojos... estaban tintados de deseo, no podía negarlo.
En cuanto mi campo visual dejó de ver su cuerpo, negué con la cabeza y entré en el baño de la habitación. Me miré al espejo y sonreí. No sabía por qué, pero me sentía feliz. Me lavé la cara, me desmaquillé y me acosté en ropa interior. Encendí el televisor que había justo delante de mí para darle tiempo a que acabara de escribir y regresara conmigo.
En pocos minutos estaba tumbada sobre los almohadones y me resultaba imposible parar los bostezos, que se me escapaban uno tras otro. Sentía cómo daba cabezadas y abría los ojos, sorprendiéndome al darme cuenta de que me estaba durmiendo. Hacía el esfuerzo de mantener los ojos abiertos, pero, conforme pasaban los minutos, perdía la noción del tiempo; no sabía cuántos minutos había permanecido con ellos abiertos.
Sentí que ya no estaba sola. Una mano reposaba en mi cadera, mientras otra acariciaba mis rizos. Me giré y lo primero que vi fueron sus ojos, oscuros y brillantes, mientras sus labios sonreían al verme. Pestañeé repetidamente, para terminar de despertarme; cuando lo hice, le pregunté la hora.
—Quedan diez minutos para levantarnos.
—Me he dormido, lo siento. ¿Has terminado el trabajo? —Afirmó con la cabeza; observé que tenía inflamadas, e incluso moradas, las ojeras—. ¿Has dormido algo?
—No. He subido hace poco y no he podido dejar de mirarte... no quiero perder ni un segundo, nos quedan pocos juntos. —Me besó la frente y permanecí abrazada a él.
No pude responder, simplemente necesitaba sentir su cuerpo. Presioné mi rostro contra su pecho y no nos movimos hasta que el sonido de su móvil nos indicó que debíamos comenzar a vestirnos. Era temprano, pero teníamos que hacer una parada en casa de Esther y recoger mis cosas.
Me sentía confusa. Por un lado deseaba volver a casa; sin embargo, la duda de quedarme con él me atormentaba. Me encantaba Madrid, pero no era mi lugar... yo tenía mi vida, mi trabajo y, especialmente, a mi familia. Detrás de mí, en el rincón de la caseta, tenía las maletas esperándome. Cuando por la mañana fuimos a casa de Esther para recoger mis cosas, me recibió entre lágrimas con ellas preparadas; por la noche había estado recogiéndolo todo, llorando en soledad. Me sentí mal, debí haber estado con ella, pero no me lo permitió. Markel estuvo todo el día pendiente de mí, buscando mi mirada, consiguiendo que sonriera y, sobre todo, que no pensara en mi marcha, pero, por mucho que lo disimulara, su mirada en ciertos momentos hablaba por él, estaba nervioso.
Miré hacia delante. La caseta aún estaba abierta, aunque no había lectoras. Markel y Javier estaban hablando justo enfrente mientras bebían un refresco. Dulce estaba cerrando las cuentas del día y yo estaba sentada allí, fuera de lugar, no sabía qué hacer. Por suerte un gritito me alegró, era ella, Esther; sabía que no me dejaría ir al aeropuerto sola. Llegó con dos bolsas, una en cada mano, y una sonrisa de oreja a oreja. No había duda de que sus ahorros los había invertido en libros.
La abracé por encima del mostrador. Dulce me dijo que, si quería, podíamos cerrar. Asentí y bajé la persiana rápidamente para salir de la caseta y poder darle un abrazo en condiciones. Javier y Markel nos miraron sonrientes, pero no se acercaron. Las dos nos miramos y nuestras lágrimas comenzaron a humedecer nuestras mejillas sin control.
—¿Cuándo vas a volver?
—No lo sé —balbuceé. No tenía ni idea de lo que sucedería a partir de ese momento.
Dulce se unió a nosotras y me dio un abrazo de despedida; me dijo que no tenía que recordarme que todo lo que escribiera tenía lugar en la editorial. Se lo agradecí, por enésima vez. Javier se ofreció a llevarnos al aeropuerto; miré el reloj y era la hora, dentro de poco estaría de vuelta a casa.
Cogimos mis enseres y nos montamos en el coche dirección a Barajas. Llegaría de noche. Mi padre me había confirmado aquella misma mañana que vendría a recogerme fuera a la hora que fuese. Esther no dejaba de comentar cosas de los escritores que había conocido aquel día y nos preguntaba a nosotros sobre nuestras firmas. Por suerte, Verónica no había venido o, al menos, yo no la había visto, y estuvimos muy a gusto.
El destino se acercaba. Divisaba de lejos el aeropuerto y mi estómago se contraía; sabía que no podría olvidar ese momento. Markel estaba a mi lado, agarrando mi mano con semblante serio. Miré el reloj y vi que apenas quedaba tiempo; la despedida debía ser rápida y lo prefería, no quería demorarla más.
Aparcamos y caminamos directos a la zona de facturación; entregué mi billete y colocaron mis maletas en una cinta que las alejó de mí. Luego me acompañaron al control de entrada y Esther me abrazó fuerte. Me dijo que sabía que nos volveríamos a ver pronto. Javier me recomendó que estuviera lista para seguir escribiendo y ellos dos se fueron a la cafetería.
Los ojos de Markel brillaban, estaba apenado; intentaba disimularlo bajo una postura segura y seria, pero su interior demostraba lo contrario. Me acerqué a él para darle un último beso frustrado; agarró mi barbilla, me miró unos segundos y me dijo que no creía que pudiera vivir sin mí.
—No me digas eso. —Cuando llegué a esta ciudad, lo último que imaginaba era conocer a una persona tan especial, tanto que deseara no coger el avión de vuelta.
—Es lo que siento desde que te vi.
—Sabías que este momento llegaría. —Apenas pude balbucear las palabras. Estaba demasiado emocionada.
—No te vayas, quédate conmigo.
—Markel, mi familia me espera...
—Puedes ir a verlos cuando quieras, podemos ir a visitarlos.
—Es imposible, apenas nos conocemos. No funcionaría...
—Dunia...
—Tengo que irme; por favor, no lo hagas más difícil. —Me acerqué y besé sus labios. Me respondió fundiéndonos; nuestras lenguas se enredaron intensificando la pasión del momento. Los dos necesitábamos sentirnos y estaba segura de que, si no me esperaran y estuviéramos solos, terminaríamos haciendo el amor en cualquier rincón; pero las personas caminaban a nuestro alrededor y nos separamos muy a nuestro pesar.
—Me voy.
—Escríbeme cuando llegues, por favor.
—Lo haré. Seguiremos hablando por chat y Skype, si quieres.
Traspasé la zona de control y sentí que dejaba atrás mi vida, una oportunidad que se me había presentado y estaba desperdiciando. Una lágrima entristeció mi rostro. Mis pies fueron los que me guiaron hasta el embarque y hasta mi asiento. Había una chica sentada en la ventanilla y me senté a su lado intentando molestarla lo mínimo posible, pero me miró al sentirse acompañada y me saludó. Alcé una mano a modo saludo y cogí el libro que tenía en el bolso, para poder evadirme de todo... aunque mi mente no estaba por la labor. Me sentía nerviosa y no lograba concentrarme, así que cogí mi iPod y comencé a escuchar música; permanecí sumergida en ella hasta que sentí que aterrizábamos. Ya estaba en Barcelona y en poco más quince minutos volvería a despegar, esta vez en dirección a Oslo, así que no tuve tiempo de mucho. Decidí dirigirme a la zona de embarque y esperar a que nos permitieran sentarnos en el avión.
Un «pip, pip» sonó; saqué mi móvil del bolso y leí un mensaje de Esther.
¿Ya estás en Barcelona? Rubita mía, ya te echo de menos y apenas hace un rato que te has ido.
No pude evitar reírme. Si de algo estaba feliz en este mundo literario, era de haberla conocido. Estaba contestándole cuando entró otro mensaje; le di a «Enviar» y busqué el que acababa de llegarme.
Entrar a mi casa ya no será lo mismo; mi jardín aún sigue oliendo a vino, esa mezcla embriagadora de vino blanco y tu esencia, esa combinación que logró volverme loco; cada día que vea esta tumbona, me recordará a ti.
Por mi cabeza pasaron las imágenes de aquella noche, mi desinhibición ante él, su mirada mientras el vino recorría los poros de mi piel y cómo lamió hasta que caímos rendidos. Su mero recuerdo me excitaba; si pudiera, volvería corriendo a aquel jardín y no saldría de él por nada del mundo. Pero el vuelo estaba a punto de despegar, así que rápidamente escribí.
Quiero que me prometas que te conectaras conmigo desde esa hamaca cada noche a las 23.00 h. Mantendremos una llamada de Skype para rememorar ese instante; será nuestro punto de encuentro aun estando en la distancia.
Sonreí, no podía creer lo que acababa de escribir, pero así lo sentía. Estábamos separados, pues qué mejor forma de acortar las distancias que a través de Internet. Una de las azafatas me pidió muy amablemente que entrara; apagué el teléfono y caminé hasta mi asiento.
No viajó nadie a mi lado, así que pude acomodarme tranquilamente. No era un vuelo excesivamente largo, pero estaba cansada, el día había sido intenso. Un pensamiento que había aparcado durante dos días se coló en mi cabeza, mi supuesta hermana. Markel había conseguido que me olvidara del tema, o yo misma lo hice sin ser consciente de ello, para no herirme.
Descubrir que mi madre me había abandonado para luego tener otra hija me dolía, porque sentía que a mí no me había querido y a ella sí, pero apenas le di la oportunidad de explicarse. Tras unos minutos en los que logré ser objetiva, decidí que me pondría en contacto con Celeste y le daría la oportunidad de explicarse, de conocer esa parte de mi vida desconocida y, sobre todo, hablaría con mi padre, seguro que sus consejos me ayudarían a manejar la situación.
No sabía cómo ni cuándo me había quedado dormida, pero, de pronto, noté que la azafata, con sumo cuidado, me estaba despertando, indicándome que ya habíamos aterrizado. Abrí los ojos de par en par, sorprendida por haber dormido durante casi todo el trayecto. Ya estaba en mi casa y estaba deseando ver a mi padre.
Cogí mis cosas y caminé hasta la cinta de recogida de equipaje. Salían una tras otra, pero las mías no circulaban. Llegué a pensar que se habían extraviado, hasta que por fin aparecieron. Las agarré y rápidamente caminé hasta la salida; no había muchas personas esperando, pero las suficientes como para que tuviera que buscar a mi padre entre ellas.
Cuando por fin lo divisé, corrí hasta él; necesitaba darle un abrazo y, sin duda, a él le sucedía lo mismo. Nos abrazamos y vi cómo una lágrima caía por su mejilla.
—Papá ¿por qué lloras?
—Lo siento; es la primera vez que hemos estado separamos, estaba deseando verte.
—Y yo, papá, pero tengo que contarte tantas cosas...
—Defíneme la experiencia con una palabra.
—Con tres —le respondí riendo—: Oh, my God!
—Hija, has pasado demasiados días con Esther —Nos carcajeamos ambos mientras me cogía las maletas y caminábamos hasta el coche.
Al salir respiré profundamente; con ese olor característico, fresco, a naturaleza, mis pulmones se regeneraron al instante. El oxígeno puro se pegaba a mi piel, nada que ver con el aire contaminado de una gran urbe. Cerré los ojos y se me erizó la piel; el sentimiento de mi hogar volvía a mí. Era el mismo que experimenté cuando, de pequeña, viajé por primera vez Oslo; no era mi hogar, pero así lo sentí desde que puse un pie en la pista de aterrizaje. La había adoptado como si fuera mi ciudad natal y, sin duda, un vínculo especial me unía a ella.
—¿Qué tal se ha portado Markel contigo? Según tu madre, es un escritor muy famoso; yo no había oído hablar de él.
—Es increíble, ha sido fantástico estar con él.
—Ese brillo, hija, y esa ilusión...
—Papá —le recriminé.
—No he dicho nada.
Durante el trayecto no dejé de hablar. Le expliqué con detalles todo lo que había vivido en Madrid, Barcelona y Valencia, pero evitando todo lo concerniente a mi relación con Markel y a la supuesta hermana que había aparecido. Ese tema era para tratarlo en otro momento.
No dejaba de sonreír y preguntarme. Sabía que se sentía orgulloso de mí, su sonrisa era la de un padre satisfecho y, según lo que me contaba de Grete, ella se sentía del mismo modo. Le pregunté por Fredrik y me comentó que seguía igual; la situación normalizada y siguiendo sus tratamientos, para mejorar día a día. En cambio, Aksel estaba más arisco. Me comentó que no llevaba muy bien que todo el mundo le preguntara por mí; al enterarse de que había escrito un libro, y erótico, muchos habían bromeado y había tenido alguna pequeña bronca. Pero mi padre no quiso profundizar, sabía que tenía días para enterarme de todo.
Aunque tuve curiosidad, no quise preguntarle por Thor. No sabía qué había pasado con él, por lo menos yo no tenía ningún mensaje suyo y, después de su despedida, dudaba de que quisiera verme, así que lo mejor sería evitar su nombre.
Estaba deseando llegar a mi casa y descansar. Era muy tarde y necesitaba dormir un rato. En pocos minutos vi la luz en su interior y también cómo salía humo de la chimenea; deseaba sentarme frente a ella, mientras observaba las llamas.
Bajé del vehículo y me di cuenta de que ya no había nieve. El ambiente era fresco, pero el invierno había pasado y podía caminar sin problemas por el camino de tierra que llevaba a mi casa. Mi padre me entregó la llave y me dio un beso en la frente.
—Cariño, yo me voy. Mañana, cuando hayas descansado, ven al aserradero; luego tenemos comida familiar.
—Nos vemos mañana; gracias por venir a buscarme.
Le dije adiós con la mano, mientras él caminaba hasta su coche. Se montó y se alejó. Al entrar, el olor característico a madera me embriagó. Cerré los ojos y respiré profundamente unos segundos, sintiéndome en mi casa. Dejé las maletas en la entrada y me senté en el sillón frente a la chimenea; cogí el teléfono, abrí el chat de Facebook e hice una foto desde mi posición, intentando mostrar lo que veían mis ojos. La envié; imaginaba que Markel debía de estar esperando un mensaje. En segundos aparecieron los puntos moviéndose, indicando que estaba escribiendo. Antes de que terminara, le escribí un «hogar, dulce hogar».
Markel: Bonita imagen nada más llegar.
Dunia: Es increíble, pero ahora no sé ni qué hacer.
Markel: Cuando uno se siente así, es porque le falta algo.
Dunia: Y tú, ¿qué crees que me falta?
Respondí iniciando un juego que sabía que llegaría al punto que yo quería. Estaba lejos, pero no iba a dejar de jugar con él, aunque extrañara sus manos, sus besos... eso no lo tendría, pero podíamos buscar una solución alternativa.
Miré la pantalla impaciente; estaba escribiendo, borraba, volvía a escribir... había conseguido retarlo y no iba a contestar cualquier cosa. No, él no era así. Tras unos segundos de confusión, logró que esbozara una sonrisa al ver sus palabras.
Markel: Si me hubieran dicho hace unos meses que diría algo así, no me lo hubiese creído; en cambio, mis personajes sí lo harían, así que te lo diré a través de Darek, como él se lo diría a Chloe. «Desde el día en que te vi, no he dejado de soñar contigo y, ahora que estoy a miles de kilómetros, me siento vacío. Reservaré el primer vuelo para estar a tu lado, pero tienes que pedírmelo.»
Dunia: Tienes compromisos, a Javier no le haría gracia que vinieras. No voy a provocar problemas con él por mi culpa, sería egoísta por mi parte.
Markel: Entendido.
Dunia: Cuando acabes los compromisos, te espero.
Markel: Descansa, que ha sido un día largo, un beso.
Dunia: Buenas noches, un beso.
Respiré hondo y dejé el teléfono sobre el sofá mientras caminaba hasta la cocina para beber un poco de agua; llevaba varias horas sin hacerlo y comenzaba a deshidratarme. Cogí la botella, un vaso y, tras llenarlo, vacié su contenido de un trago. Miré dentro de la nevera y vi una fuente de cristal: Grete me había dejado preparada una ensalada de salmón. No lo dudé, la cogí y, tras buscar un tenedor, me senté en el asiento frente a la ventana de la cocina.
Tras dar un primer bocado, mi boca salivó; hacía días que no probaba comida hecha por ella y lo echaba en falta: era deliciosa, el sabor era el de siempre. Fui comiendo mordisco tras mordisco hasta terminar todo el contenido de la fuente, no podía dejar de engullir.
Dejé el bol en el lavavajillas y me dirigí a la habitación, me quité la ropa y, tras ponerme una camiseta, me acosté sobre la cama mientras recordaba mi viaje. Había sido emocionante, cada una de las cosas que me había sucedido superaba la anterior. Permanecí tumbada en la cama sintiéndome afortunada y con ganas de despertar y ver a mi familia, mi trabajo y mis amigos. En ese momento recordé que no había avisado a Assa, seguro que sabía de mi vuelta. Desde que regresó con mis padres no había hablado con ella, ¡vaya amiga estaba hecha!
Salí al salón en busca del teléfono y le envié un WhatsApp en el que le pedía que nos viéramos al día siguiente; sorprendentemente me contestó al instante, diciéndome que la recogiera en la galería, que así me comentaba un tema.
Me pareció muy misterioso, el mensaje, pero acepté y me tumbé abrazando mi almohada; el cansancio me fue venciendo hasta el punto de quedarme completamente dormida.
Abrí un ojo y la luz que entraba por la ventana me molestó. Miré el reloj y vi que era muy pronto. Me tapé la cabeza con la almohada intentando volver a dormirme, pero no hubo forma, estaba desvelada. No eran ni las siete de la mañana, pero así podría aprovechar el día, así que me fui al baño y, tras darme una ducha y ondularme el cabello tal y como Esther había hecho el fin de semana anterior, me miré al espejo y me maquillé ligeramente.
Al verme reflejada en el espejo, me sentí cambiada... pero era yo misma, con un peinado diferente. Sin embargo, continuaba siendo la misma rara que no encajaba con las personas que tenía a mi alrededor. Fui hasta mi habitación y abrí el armario en busca de unos tejanos, una camiseta básica y un pañuelo.
Unos minutos más tarde estuve lista, sólo necesitaba mi café de siempre para comenzar el día con buen pie. Me dirigí a la cocina y, tras colocar la cápsula en la ranura, en pocos segundos el olor a café recién hecho perfumó la cocina.
Salí de casa en dirección al aserradero. Era temprano y pensé que seguro que los trabajadores no habían llegado todavía; efectivamente, cuando llegué, las puertas aún estaban cerradas.
Aparqué en la puerta y saqué las llaves; abrí y las dejé preparadas para cuando llegaran los camiones, así podrían entrar. Caminé mientras observaba la nave. Todo seguía igual, nada había cambiado: los mismos montones de leña organizados a los lados y las máquinas reposando, a la espera de que empezara la jornada laboral. Seguí hasta llegar a la oficina y, al entrar, me quedé boquiabierta: la mesa estaba cubierta de papeles, nunca había estado tan desorganizada. Dejé el bolso sobre el perchero y comencé a cogerlos. Comprobé que estuvieran registrados y los fui archivando uno a uno; no paré hasta terminar con el último y entonces pude respirar tranquila al volver a recuperar la normalidad en mi despacho.
—¿Qué haces aquí? —Oí la voz de Aksel. Me giré y lo miré de brazos cruzados; era obvio lo que estaba haciendo—. Está todo bajo control.
—Ya lo veo, sobre todo porque... —miré el reloj—... llevo más de una hora y media organizando papeleo; no se había registrado ni un solo albarán y ya no digo las facturas.
—Tendrás que perdonarnos, hacer nuestro propio trabajo más cubrir el tuyo... Perdona, no recordaba que eras una escritora de éxito y no te importa lo que nos ocurra, o si necesitamos ayuda.
—Aksel, no te consiento que...
—¡Se acabó! —gritó mi padre detrás de nosotros—. Este mediodía, los tres vamos a hablar como adultos, esto tiene que terminar de una vez.
Aksel se dio la vuelta y se marchó, dejándolo con la palabra en la boca, y yo suspiré resignada; no había duda de que mi relación con él había empeorado aún más. No le había hecho nada; al menos, nada de lo que yo fuese consciente.
Mi padre intentó disculparlo, pero no le dejé, sabía perfectamente lo que ocurría y no quise darle importancia, lo mejor era que el tiempo pusiera las cosas en su lugar y no forzarlas. Los trabajadores comenzaron a llegar y, con ellos, el ruido de las sierras y las cintas transportadoras, reviviendo la fábrica. Todos me saludaron; el afecto que me tenían era muy grande.
Había una persona a la que no había visto, y en el fondo sentía curiosidad por hacerlo. Salí al exterior y vi su moto aparcada allí fuera. Uno de los camioneros me llamó, para que le firmara un albarán, y me acerqué sin dudarlo un segundo. Se lo firmé y observé por el rabillo del ojo cómo, al fondo, en un lateral de la nave, estaba alzando unos troncos... su camiseta de tirantes blanca estaba manchada y el sudor perlaba su frente sin llegar a gotear, ya que su brazo lo retiraba.
No podía negarlo, seguía siendo sexi, mucho, pero... ¿sentía lo mismo por él? ¿Seguía siendo igual de débil a sus caricias, a sus besos? Yo creía que no. Mientras lo miraba, estaba analizando mis sentidos, comparándolos con los que experimentaba antes de estar con Markel... pero ni yo misma lo sabía. No podía mirarlo y decir que ya no sentía nada por él, después de tantos años... pero a simple vista no me excitaba o pensaba en tocar su piel como me sucedía anteriormente.
—Dunia, ¿puedes venir, por favor? —Me giré y vi a mi padre con unos papeles en las manos; dirigí la mirada una vez más a Thor intentando disimular—. No lo ha pasado bien, sabes que le gustas.
—Papá, es muy difícil y ya hace tiempo que no estamos juntos.
—Lo sé, pero no te voy a mentir. Ese chico está enamorado de ti.
—Papá, por favor. —Le hice un gesto para que no dijera nada más.
Entramos y no volvimos a hablar del tema. Continuamos poniéndonos al día en el trabajo; mi ausencia había sido el detonante del caos en el aserradero. La parte administrativa apenas se había realizado; sin lugar a dudas debía hacerme cargo de todo ese desaguisado; no podía volver a marcharme y dejar a mi familia de lado, no era responsable por mi parte.
Pasé el resto de la mañana entre las cuatro paredes de la oficina, hablando con proveedores, poniéndome al día con el gestor e intentando optimizar la oficina. Tanto que ni me di cuenta de la hora ni del teléfono, hasta que entró mi padre y me comentó que debíamos ir a comer. Asentí mientras me colocaba mis gafas de pasta correctamente y luego guardé el archivo que acababa de terminar. Podía irme tranquila, lo más urgente ya estaba listo y lo que quedaba podía esperar al día siguiente.
Por tanto, cogí el bolso y me fui con mi padre en su coche. Aksel no estaba, ni me había dado cuenta de que se había marchado, pero imaginé que lo que quería era evitar mi presencia, y más después del encuentro que habíamos mantenido aquella misma mañana.
Cuando llegamos a su casa, Grete estaba en la cocina. Nada más verme, me abrazó y me dijo que me sentara en la mesa, que ella acabaría de preparar lo que faltaba, pero preferí ir al cuarto de Fredrik, pues hacía mucho que no lo veía. Cuando entré, se quedó parado con la mirada perdida, pero sin mover su vista de la pantalla de la consola.
—Fredrik, he vuelto, ¿me has echado de menos? —Siguió sin moverse—. Ya sabía yo que sí; te voy a dar un beso, si no quieres, avísame.
Caminé lentamente pero no reaccionó, así que le besé la cabeza y me senté en la cama, mirándolo. Cuando no quería que lo besaran, se tapaba los oídos o se movía muy rápido. Pero no había reaccionado así, había permanecido inmóvil controlando su miedo a que lo tocara. Sin duda los progresos eran notables, más de lo que me esperaba.
—Estoy muy cansada, no sé cuántas horas he estado fuera de casa.
—Doscientas cuarenta y tres horas —respondió inmóvil un segundo después de haber lanzado la pregunta.
—Pero, sabes lo que más me sorprende, la de kilómetros que he recorrido. Piénsalo: Oslo, Barcelona, Madrid, Barcelona, Valencia, Madrid y he vuelto a Barcelona, para terminar en Oslo de nuevo. Seguro que has hecho el cálculo exacto, ¿verdad? Si es que eres el mejor Fredrik, y por ello te quiero más que a nadie.
—¿Más que a Markel?
Me quedé atónita. Casi no se relacionaba con nadie y por primera vez sentía su preocupación. Me sorprendí no porque él creyera que podía querer a otra persona más que a él, sino porque, que Fredrik expresara sus miedos, era más de lo que podíamos esperar; sin duda, mi hermano había avanzado más de lo que nunca imaginé.
—¿Te puedo contar un secreto? Por mucho que Markel sea mi amigo y pueda llegar a ser algo más, tú siempre vas a ser mi preferido... pero no digas nada, se podría sentir mal.
Emitió una sonrisa cuando Grete apareció y sonrió al vernos hablar. Nos comunicó que la comida ya estaba en la mesa y salimos con ella hacia la cocina. Cuando llegué, Aksel estaba sentado y ya había empezado a comer; aunque Grete no soportaba aquella falta de respeto, no le dijo nada.
El almuerzo transcurrió silencioso; el ambiente era tenso, por su culpa. Su mirada enfurecida conseguía que el resto no quisiéramos mantener una conversación para evitar una discusión, así que, hasta que no terminó y se fue de casa, no pudimos hablar en condiciones.
Mientras ayudaba a recoger la cocina, le conté los detalles a mi madre. Por fin explicaba qué había sucedido con Markel y lo que sentía. Sus consejos eran muy importantes para mí, nunca me había fallado y siempre me habían sido de ayuda; esta vez no iba a ser diferente y ella pensaba como yo: la distancia era un impedimento, pero debíamos comprobar si lo podríamos sobrellevar o no.
Mi padre regresó al trabajo, y yo me quedé un rato con Grete, preguntándole si había ocurrido alguna novedad y, sobre todo, qué debía hacer con Aksel. Ella me aconsejó que no le diera importancia, que ya se le pasaría, pero yo era incapaz de entender el odio que me tenía, ni la rabia que sentía al verme ni los desprecios que recibía por su parte; nunca se alegraría de nada relacionado conmigo, y eso me dolía.
Llamaron a la puerta e intuí que era Assa. Había quedado que iría a buscarla, pero pensé que no había podido esperar. Le abrí la puerta y nos abrazamos. Me miró de arriba abajo mientras silbaba y me decía que había un hombre seguro, el cambio sólo podía deberse a eso. Grete se rio a carcajadas y las amonesté.
—Hija, es que estás muy guapa y no cabe duda de que algo tendrá que ver.
—No me digas que tú y... ¿estáis juntos?
—No... bueno, no lo sé.
—Y has vuelto teniendo a ese hombre en España; yo ni lo hubiese pensado, me hubiera quedado allí.
—Mi vida está aquí, con todos vosotros.
—Pero si es un bombón, y con dinero. Yo me casaría con él para que me mantuviera.
—Assa, yo no quiero eso.
—Ya, y qué pena.
Miré a Grete con cara de no poder creer lo que estaba oyendo y ésta alzo las manos mientras negaba con la cabeza. Mi amiga seguía siendo la misma de siempre, la que buscaba a alguien que le diera una vida diferente sin el menor escrúpulo. Todo lo contrario a mí, aunque era una buena amiga.
Me despedí de mi madre y salimos en dirección al centro. No quería decirme nada de lo que me tenía que contar; por mucho que intenté sonsacarla, no hubo forma. Iba explicándole todo lo que iba recordando, cuando de pronto oí el ruido de una moto. Sabía quién era, sobre todo en aquella dirección. Miré por el retrovisor y vi el casco negro, sin duda era él. Estaba detrás nuestro, muy pegado a nuestro coche. Assa se apartó a la derecha para que nos adelantara, pero no tenía intención de hacerlo, seguía enganchándose a nosotras de forma temeraria.
—¡Está loco!
—Acelera.
—No, es peor, nos mataremos, que se vaya.
Me giré y vi cómo aceleraba para ponerse a mi lado. Giró el cuello e intuí que me miraba fijamente, pero a través de la visera negra del casco no podía verlo. De golpe dirigió la vista al frente y aceleró, perdiéndose en el horizonte. Respiré aliviada al ver que ya se había alejado y no volvería a verlo.
Assa estaba muy interesada en descubrir si sentía algo por él o, en cambio, ya lo había olvidado completamente, y le contesté con total sinceridad: por mucho que lo pensara, no sabía qué sentía por él. Sí podía asegurar que Markel me excitaba y que me encantaban todos los aspectos que había conocido de él, era en lo único que podía pensar... y en regresar a casa para conectarme a las once de la noche y comenzar a jugar juntos, tal y como le había ofrecido la noche anterior. Esa parte, obviamente, la reservé para mis adentros.
Aparcamos al lado de la galería, enfrente de la librería. No pude evitar mirar el escaparate y reírme; mis libros estaban expuestos, con un cartel informando de que la autora era de aquella ciudad. Me sentí orgullosa de ese pequeño reconocimiento, era increíble que fuera verdad.
Bajé del coche y caminé hasta el cristal del escaparate. Posé mis manos delante de los ejemplares, mientras los observaba con los ojos vidriosos por la emoción que sentía; lo que no esperaba era que el librero me viera y saliera corriendo.
Quería que le firmara uno de los ejemplares, lo quería para él. Assa no dejaba de sonreír, sintiéndose a gusto al lado de una escritora famosa; era lo que repetía, una vez tras otra, a las chicas que estaban dentro de la librería. Yo la miraba intentando que dejara de decir eso, pero no era posible.
Firmé el ejemplar del dueño de la librería y de paso el de las chicas, quienes, al verme, lo compraron sólo por tenerlo dedicado, e intenté salir lo más rápido posible.
—¿Me vas a decir qué me tienes que contar?
—Amiga, te voy a lanzar a la fama.
—Assa, no quiero ser famosa, soy muy feliz como estoy.
—Es una oportunidad, pero no te la voy a explicar yo, sino un amigo. Acompáñame, por favor.
Caminamos hasta llegar al cruce en dirección a la galería. No tenía la menor idea de lo que quería, ni a quién íbamos a ver, pero una imagen paralizó mis pies en la acera, no podía creer que él estuviera en la puerta de la pinacoteca.
Miré a Assa, y ella me preguntó qué me ocurría. No sabía si ella tenía algo que ver, así que la guié con la mirada y esperé a ver su reacción.