Capítulo 9

 

Una decisión importante que tomar

 

 

Mis ojos se negaban a abrirse; mi cuerpo por fin estaba cómodamente acoplado al colchón, pero el estridente despertador había sonado hacía ya unos minutos. Me tapé la cabeza, pero de pronto mi mente comenzó a calcular cuánto tiempo hacia que había sonado, ya ni me acordaba. Retiré la colcha hacia los pies de la cama y, aún con la vista perezosa, pude observar las manecillas del reloj. ¡Oh, no, otra vez no!... me había dormido.

Me puse de pie de un salto y revolví el armario en busca de ropa; me vestí a la vez que preparaba mi bolso y corrí hacia el baño con la camisa medio desabrochada y las manos hundidas en los bucles rubios dorados que estaban como yo, alocados. Pero no tenía más tiempo, debía salir inmediatamente.

Iba hacia el aserradero acelerada; los nervios por llegar tarde me mantenían despierta, aunque mis ojos seguían cansados; colé uno de mis dedos tras las gafas y me los froté. Apenas había dormido, pero no tenía tiempo de pensar en nada; aceleré para llegar cuanto antes, hasta que por fin vislumbré mi destino al final del camino.

Bajé y corrí hasta la oficina, en la que se encontraba mi padre firmando los albaranes de los transportistas; lo miré y con un gesto en las manos le pedí perdón. Asintió con cara de enfado y dejó que yo continuara. Durante un par de horas estuve trabajando sin cesar, olvidándome de todo, pero una presencia me hizo pensar... sabía que me estaba observando, me giré y permanecí delante de él esperando a que dijera algo o, por lo contrario, decidiera marcharse.

Por suerte se dio la vuelta y desapareció de mi visión, acto que agradecí, ya que no era un buen momento. Me senté en el ordenador y abrí el correo electrónico. Esther se había encargado de contestar a cada uno de los mensajes del blog y había publicado una entrada diaria; menos mal que me ayudaba, pero no pude evitar poner cara de tristeza al recordar la trampa que me había tendido... sí, una y muy grande, ya que desconocía a qué me había comprometido.

Así que, sin vacilar un instante más, abrí el correo electrónico de la noche anterior, descargué el archivo del contrato que firmé y le di a imprimir. Necesitaba ser consciente de lo que debía hacer y, si no estaba conforme, sopesar las consecuencias.

Caminé hasta llegar frente a la impresora; estaba nerviosa, creo que nunca lo había estado tanto, temía leer esas condiciones, pero debía hacerlo y ser valiente. Cogí los folios y me senté en mi mesa. Tomé un marcador y comencé a leer y subrayar los puntos importantes. Mis ojos iban abriéndose como platos. Estaba delante de un contrato de edición a nombre de Markel y mío, en el que ambos nos comprometíamos a entregar una obra del género erótico antes del mes de octubre. Un suspiro salió de mi interior al cerciorarme de que efectivamente habíamos terminado antes de lo que se nos requería, pero la formalidad de aquel contrato me superaba.

Continué leyendo y... empeoraba por momentos. La novela iba a publicarse en territorio español, la editorial tenía el derecho de traducirla al idioma que estimara oportuno y estábamos obligados a asistir a los eventos que ellos decidieran. Mis ojos iban a salirse de sus órbitas: yo vivía en Noruega, ¿cómo pretendían que asistiera a todos los eventos?, ¿y si no podía pagarme los desplazamientos? Continué con la lectura y casi me da un infarto al conocer el siguiente punto. La primera presentación oficial tendría lugar en menos de tres meses... ¿cómo iba a organizarme para poder viajar a España en tan poco tiempo?

—Esto es una locura, no me puede estar pasando algo así —solté.

—Dunia, ¿qué ocurre? —Oí la voz que necesitaba en esos momentos, sabía que era la única persona que lo comprendería y me ayudaría.

—Grete... no sé qué hacer...

—Explícate, me estás asustando.

Le entregué el contrato que estaba subrayando y se sentó a mi lado para leerlo. Su cara se iba transformando por segundos, estaba impactada, no podía negarlo. Me miró y yo me quedé paralizada esperando su reacción. Cuando llegó a la parte que aún no había leído, lo hizo en voz alta para poder enterarnos las dos.

En ella se explicaba que cada uno de los autores recibiría el ocho por ciento del total de las ventas; nos miramos con la boca abierta, pero ahí no terminaba la cosa... también se especificaba que los viajes que organizara la editorial correrían a cargo de la misma. Y, para finalizar, las firmas de Markel y la mía fue lo último que pude ver antes de que mis lágrimas brotaran sin poder contenerlas. Grete me abrazó sin saber qué me ocurría realmente, pero no podía hablar, no era capaz, ¿cómo iba a organizarme? Aksel estaba de baja, no podía irme a Madrid como si nada, tenía que decir que no, pero la cláusula era muy clara. Tras firmar el contrato, en caso de no estar de acuerdo y manifestar la voluntad de rescindirlo, tendría que acudir a..., no entendía ni qué ponía, estaba tan nerviosa que era incapaz de leerlo. Un mar de dudas me nublaron el sentido, tanto que Grete intentó calmarme aún sin comprender mi reacción.

—¿Por qué no nos has dicho que habías firmado un contrato de edición?

—No sabía que se trataba de eso, me dijeron que era un concurso.

—¿Y no lo leíste antes de firmar? —Negué con la cabeza, mientras mis lágrimas ganaban fuerza y volvían a empapar mis mejillas sonrojadas por el berrinche que tenía en ese instante.

—Pero, de verdad, Dunia, no es nada malo, es muy bueno, muchos querrían estar en tu lugar.

—Lo sé, pero yo no escribí con esa intención. ¿Ahora qué puedo hacer?

—Aprovecharlo, no dejes de vivir esta oportunidad; piénsalo bien, medítalo, valora los pros y los contras y, por una vez, lucha por tu sueño.

No pude responder, no tenía palabras para expresar lo que sentía. Retiré las lágrimas de mis mejillas y me senté dispuesta a seguir con el trabajo. Grete se levantó y antes de marchar me dijo que siempre me apoyarían, independientemente de la decisión que tomara. Eso me relajó, pero me veía obligada a vivir una experiencia que hubiera deseado que transcurriera de otra forma.

Sacudí la cabeza intentando apartar mis pensamientos y volver al trabajo, pero me era imposible: una ruleta giraba en mi mente, mostrando imágenes buenas y malas, ilusiones, frustraciones... que conseguían que no pudiera concentrarme en lo que estaba haciendo.

De pronto una pantalla apareció en mi ordenador que desvió mi atención: era el chat de Markel. Lo abrí y un «hola, Hechicera» me hizo sonreír. Le contesté y durante unos minutos conversamos de cosas sin importancia, nada relacionado con la novela que habíamos escrito, hasta que apareció una segunda pantalla; era Esther. Sabía que estaba preocupada por mi reacción, pero en el fondo seguía enfadada con ella, me había mentido sin mala intención, pero lo había hecho, así que pulsé sobre el aspa roja y cerré su conversación. Volví a escribir a Markel; le comenté que estaba en la oficina de mi padre intentando trabajar, pero que me era imposible, pues mi mente no dejaba de pensar, y ambos sabíamos en qué.

 

Markel: ¿Tienes que decidir qué vas hacer?

Dunia: ¿Tu qué harías?

Markel: Aceptar, sin duda; puede que sea tu única oportunidad, yo no la desaprovecharía.

Dunia: Lo sé, pero... cómo voy a ir a Madrid; mi hermano está de baja y no puedo largarme sin más.

Markel: Organízate, avisa con tiempo y busca un sustituto.

Dunia: Mi padre aún no sabe nada. Cuando se entere de que me voy...

Markel: Dunia, me acaba de llamar mi agente: la editorial ha aceptado. Lee el correo electrónico.

 

Me quedé ensimismada ante el aviso; no había mirado mi bandeja de entrada y estaba perdiendo el tiempo. Rápidamente abrí el navegador, escribí a toda prisa la dirección del correo preestablecido y, entre cientos de mensajes sin leer, vi el de la editorial. Mis ojos se abrieron como platos, ya estaba en marcha, un pequeño párrafo de bienvenida y una petición de mi biografía para publicarla en la ficha de autor de la editorial.

Mi estómago se encogió, sentía mariposas, y mis manos temblaban sin parar. Ya no había marcha atrás, había firmado y tenía la obligación de asumir lo que estaba ocurriendo. Tenía que organizarme, y sabía que Grete sería la persona que más me ayudaría.

Abrí la conversación de chat de Markel y contesté un «no tengo más remedio que organizarme y comienzo ahora mismo. Hablamos, un beso». No esperé a su contestación, pues debía ver a Grete antes de que se marchara. Me levanté y salí con paso rápido de la oficina; miré a mi alrededor, pero ni rastro de ella... debía de estar fuera con mi padre. Corrí en dirección a la puerta y, justo cuando la traspasé y corrí hacia la derecha, choqué con alguien.

Fantástico, era lo que necesitaba: encontrarme a Thor. Me llevé una mano a la frente, ya que me golpeé contra su hombro, y él me observó. Al ver que estaba perfectamente, siguió su camino como si no hubiera ocurrido nada, y decidí obviarlo, pues no tenía tiempo, debía encontrarla. Rodeé la nave mientras miraba detrás de los montículos de troncos, hasta que por fin oí la voz de mi padre. Aceleré el ritmo, tanto como me dejó la nieve, ya que mis pies se hundían. Los vi al fondo y, tras gritar varias veces su nombre, me miró sonriente. Tenía más o menos claro lo que iba a decirle, pero no sabía cómo reaccionaría él. Ya no había marcha atrás.

—¡Hija!, ¿qué ocurre?, ¿a qué vienen estos gritos?

—Papá, publico un libro... me tengo que ir a Madrid en breve... yo tampoco lo sabía...

—¿Qué?, ¡¿qué?!

Respiré hondo, ya que había balbuceado las palabras sin apenas tomar aire y eso produjo que no pudiera entenderme correctamente. Grete no pudo evitar reírse y taparse la boca para que mi padre no la viera, y, antes de que yo siguiera con mi explicación, me abrazó y me felicitó, dejando a mi padre anonadado sin comprender lo que estaba pasando. Permaneció a nuestro lado esperando a que alguna de las dos le contáramos lo que sucedía, pero ambas estábamos abrazadas y yo no podía evitar que mis lágrimas empaparan mis mejillas. La mezcla de emociones consiguió que no pudiera ni hablar. Finalmente nos separamos y me enjugó las lágrimas mientras asentía dándome el valor para explicarle a mi padre lo que sucedía.

En ese momento un golpe de aire consiguió que regresara al mundo real y me diera cuenta de que no llevaba abrigo; me abracé a mí misma intentando darme calor, pero mi padre no me dio tiempo, me cogió del brazo y los tres nos dirigimos hacia el interior para poder hablar tranquilamente. Conforme nos acercábamos, me sentía más nerviosa; caminamos acelerando el paso hasta que llegamos a la oficina y cerré la puerta tras ellos.

—Hija, habla ya, porque me estoy preocupando.

—Sí... voy...

—Dunia, tranquila —me interrumpió Grete intentando tranquilizarme.

—Papá, ya os comenté que estaba escribiendo una novela con otra persona... la novedad es que la editorial Universo nos va a publicar la obra. No digas nada, déjame terminar; si no, no seré capaz. —Mi padre asintió aún con cara asombrada por lo que estaba oyendo—. Firmé el contrato de edición y tengo que ir a Madrid en breve para la presentación oficial. Eso es todo.

—¿En Universo? Hija, enhorabuena, pero ¿tú sabes qué significa eso?, es el sueño de cualquier escritor.

—Yo no quería llegar a esto, no lo he buscado.

—Qué más da el cómo, disfruta este momento, ya verás cuando se enteren todos...

—Papá, he escrito una novela erótica.

—¿Erótica?, ¿no podía ser histórica?

—No seas antiguo, seguro que es una novela fantástica; estoy deseando comprarla y que me la firmes. —Miré a Grete, que estaba emocionada, y sentí la necesidad de gritar, de llorar. No sabía muy bien qué era lo que más me apetecía hacer en esos instantes.

—No me importa lo que digan, pero yo no puedo acompañarte... ¿cómo voy a dejar esto solo...? Ahora que Aksel no está...

—Papá, lo sé, por eso no quería aceptar.

—Eso ni lo pienses, tú te vas. Ya me organizo yo.

—Yo puedo suplirte, no sería la primera vez, así que planea tu viaje.

Respiré hondo al ver sus caras, estaban felices; el brillo de sus ojos era especial, y ese gesto me animó más de lo que jamás hubiera creído. Pero antes trabajaría para avanzar lo máximo, para poder irme tranquila. Cuando regresara a casa, comenzaría a preparar las cosas, a buscar vuelos... aún no sabía nada concreto, así que preguntaría a la editorial; en fin, debía informarme de todo.

Continué archivando facturas y albaranes y comprobando que todo el papeleo estuviera listo para llevarlo al gestor. Se acercaba la fecha de cobro y todos esperaban recibir sus nóminas; él era el encargado de prepararlas y yo solamente las recogería y repartiría entre los trabajadores. Lo llamé para avisarlo de que me acercaría, pero me indicó que no me molestara en hacerlo, que él pasaría por el aserradero, ya que debía ir a un lugar cercano y le venía de camino.

Lo agradecí, así podría avanzar más de lo que tenía previsto, y así fue. Sólo quedaban las facturas que irían llegando y las programadas cada día veinte, algo muy sencillo para Grete. Llamaron a la puerta, y como ya intuía, era el gestor. Lo esperaba, se aproximaba la hora de terminar y quería entregarlas.

Caminé por la nave entregando las nóminas hasta que vi la de Thor; respiré hondo, no podía evitarlo, era un trabajador más... pero no estaba, no con el resto de personal. Continué repartiéndolas hasta que sólo me quedó la suya. Ya no tenía más remedio que buscarlo y asumir su mirada de odio, pero algo tenía de bueno que tuviera que irme a Madrid: qué mejor que separarme una temporada de él, nos vendría bien a ambos.

Salí del aserradero y lo vi al fondo; estaba organizando los últimos troncos que habían llegado; lo hacía solo, ningún compañero lo ayudaba. No pude evitar esperar y observarlo. Su mirada era tensa pero despreocupada, al contrario de la que tenía cuando me veía o yo estaba cerca. Desde que Aksel estaba de baja, trabajaba más intentando suplir el trabajo de mi hermano, aunque nadie se lo había pedido; la verdad, hasta aquel momento no me había dado ni cuenta, pero era cierto, alargaba su horario y su esfuerzo era mayor.

Miró hacia los lados sintiéndose observado, así que me escondí durante unos segundos y, cuando él siguió con el trabajo, me acerqué sin hacer ruido para entregarle su hoja de cobro. Me vio, pero, como llevaba cascos en los oídos, disimuló y continuó como si yo no estuviera.

Grité su nombre, pero nada, no tenía intención de hablarme y menos de molestarse en hacerme caso, así que le chillé que tenía su nómina sobre un tronco cercano y me di la vuelta para entrar en la oficina. Mientras caminaba, por el rabillo del ojo observé cómo detenía la máquina y, de un salto, bajaba a coger el sobre que le había dejado. Era un terco, mucho más que yo. Pero era mejor así.

Entré en la oficina y me puse el abrigo para salir cuando de pronto la puerta se abrió y alguien enfurecido se lanzó sobre mí, asustándome.

—¿Qué haces?

—¿Por qué me has pagado más? No quiero tu limosna, no la necesito.

—¿De qué estás hablando? Mi padre es quien fijó tu nómina.

—A quién quieres engañar; tú llevas la parte administrativa y, por tanto, estipulas los sueldos cuando contratas.

—¿Yo te hice firmar el contrato? ¡No! Estaba de excedencia, así que yo no decidí tu sueldo; si fuera por mí, te mandaría bien lejos.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —La voz grave y malhumorada de mi padre hizo que retrocediera, separándose de mí, sin dejar de mirarme.

—Nada, papá, le estaba explicando que tú fijaste su sueldo.

—¿Crees que es poco?

—No, señor, más de lo que esperaba.

—Déjate de tonterías, te pago lo que mereces.

No contestó y salió de la oficina como alma que lleva el diablo, dejándonos a mí y a mi padre mudos, pero no quisimos darle importancia, así que me despedí de mi padre, después de asegurarle que le contaría las novedades, y salí camino al coche. Cuando lo abrí, noté una presencia detrás; me giré y lo vi parado sin saber qué decir.

—Lo siento.

—Déjame en paz, no tengo ganas de soportarte más por hoy. —Abrí la cerradura y me senté en el coche mientras cerraba el pestillo para que no pudiera impedir que me marchara. Salí lo más rápido que pude y así me mantuve hasta llegar a mi casa.

Cuando entré, me quedé pensativa. Thor estaba muy dolido y no me gustaba verlo así, pero no tenía más remedio que asumir que ya no volveríamos a estar juntos, y menos después de lo que había ocurrido entre nosotros; bueno, más bien lo que no había ocurrido. La decepción que sentí era tan grande que ganaba a la pasión que había podido llegar a tener días atrás. Reconocía que era diferente a las chicas que estaban a mi alrededor, pero, los valores que yo consideraba que eran los pilares de una relación, con él, los había perdido, y con ellos cualquier intención de estar de nuevo a su lado.

Me dirigí hacia la cocina para comer algo; apenas tenía hambre, pero sabía que no era bueno saltarse comidas, así que miré el frigorífico y, tras coger unas pechugas de pavo, las hice a la plancha junto a una ensalada; una comida decente para enfrentarme a lo que aún me quedaba. Lo primero, hablar con Esther; por mucho que estuviera molesta, si no hubiese sido por ella, no hubiera tenido esa oportunidad... así que pensaba enterrar el hacha de guerra.

Cuando me senté a la mesa, encendí mi tableta e hice una llamada a través de Skype que aceptó, pero sorprendentemente no recibí ningún grito, ni un «hola» efusivo; estaba esperando a que yo dijera la primera palabra, que no fue más que un «hola» a media voz y nervioso. Ella respondió de la misma forma, hasta que conseguí hablar en tono más cordial; le comenté que había tomado la decisión de continuar hacia delante, y que iría a Madrid. Le pregunté si tenía ganas de verme y a partir de ese momento empezamos a charlar como siempre. Me despedí de ella diciéndole que hablaría con la editorial para cerrar los detalles antes de seguir organizándolo todo.

Y así fue: abrí el correo electrónico que había recibido de la editorial y lo volví a leer; teníamos sólo un mes para comprobar las correcciones de la novela y proponer algún cambio. Al haber enviado los capítulos uno a uno, ya estaba casi revisada; por tanto, la edición sería mucho más rápida de lo que me imaginaba. También comentaban la idea de la portada: sería diferente a la línea editorial que normalmente seguían; proponían una portada azul cielo, y estaban buscando las imágenes que más representaran la novela. Ensimismada por tanta información, continué leyendo hasta llegar a una parte en la que no había reparado antes: me especificaban que adjuntaban los comprobantes de los billetes de avión de Oslo a España. Mis ojos se abrieron como platos al ver que la editorial me pagaba el billete, yo pensaba que tendría que asumir los costes... yo no era nadie como para que me los abonaran. Pero no iba a discutirles eso, pues de momento sobrevivía de mis ahorros.

También se preocuparon de saber si tenía algún lugar donde hospedarme o bien prefería que me buscaran un hotel. Sin duda a mi mente vino la imagen de Esther; sabía que se enfadaría si no iba a su casa, así que le envié un mensaje a través del chat de Facebook preguntándole si me iba a su casa o reservaba un hotel. No pasaron más de diez segundos cuando recibí un mensaje de «¿Lo estás dudando?». Sonreí; podía imaginar su cara de indignación ante mi pregunta, pero, al no ser mi casa, me había sentido obligada a preguntarlo.

Todo estaba controlado: tenía billetes, alojamiento y el trabajo al día, sólo deseaba que Aksel se recuperara para esas fechas y así poder marcharme más tranquila al saber que mi padre contaría con más ayuda aparte de la de Grete. Pero eso sólo podía decidirlo su codo.

Me senté en el sofá con el ordenador portátil sobre las piernas y con la mente en blanco. Apenas había asimilado que me iba, no era consciente del todo, me parecía irreal; si dos meses atrás me hubiesen dicho que escribiría una novela con otro escritor y que ésta sería publicada por esa editorial, seguro que me hubiera reído y burlado, y hasta hubiese pensado que le faltaba un tornillo a quien me lo hubiera dicho. Aún no entendía cómo me había podido meter en ese lío.

La ventana del chat apareció, provocando que centrara mi mirada en ella, y vi el nombre de Markel; ya era habitual y casi me había acostumbrado a ello. Si un día no veía un saludo suyo, era yo quien lo buscaba; ya era parte de mi día a día, igual que con Esther.

 

Markel: Hechicera, deja de pensar y asume lo inevitable.

Dunia: Qué listo eres... tú lo sabías desde el principio, yo no.

Markel: Mi agente es sincero...

Dunia: Le informo de que ya está asumido y todo organizado.

Markel: Sorprendente capacidad de reacción.

Dunia: No vivo en España, y mi vida cambiará mucho, trabajo...

 

En ese instante me quedé pensando en él. Apenas había dado información acerca de su vida, de dónde residía, ni a qué se dedicaba aparte de escribir; era un hombre misterioso, que casi no dejaba conocerse. Lo único que podía haber intuido era que era feo y gordito, al menos de pequeño, así que seguro que de mayor lo sería aún más.

Reí maliciosamente mientras continuábamos escribiéndonos; parecía mentira que no nos conociéramos en persona, pues nuestras conversaciones se asemejaban a las que mantienen los amigos de toda la vida.

 

 

Di cien vueltas en la cama, no podía dormir. Llevaba más de un mes de infarto; las correcciones me habían dejado exhausta, horas y horas de insomnio, pero la recompensa llegó al ver el ferro, fue algo indescriptible. Me quedé sin palabras al ver todas aquellas páginas perfectamente maquetadas, listas para enviarse a imprenta, y mi nombre en la portada. Una portada azul cielo con la silueta de una pareja haciendo el amor, la cubierta más sensual que había visto en mucho tiempo. Pero no sólo la imagen, también las palabras: A tu lado, sin duda alguna describía a la perfección la historia, pues ninguno de los dos personajes lo dudó un instante; por suerte Markel y yo pensábamos igual; pasamos horas en el chat decidiendo el nombre, hasta que, entre risas, dimos con él.

Lo que más me emocionó fue mi nombre, junto a otro, en el pie de la imagen: Dunia Bergman y Markel G. Esther y yo volvimos a analizar este último dato, su nombre e inicial, intentando descubrir quién se ocultaba detrás, pero nos resultó imposible, era un auténtico desconocido.

Apenas quedaban unas horas para que sonara el despertador y allí estaba yo, sentada en la cama sin poder dormir más; delante tenía dos maletas cerradas y listas para ser facturadas cuando llegara al aeropuerto; sabía que, como máximo, estaría un mes en Madrid, y después volvería a mi casa. Pero no saber qué me iba a encontrar me estresaba; llevaba unas semanas creando perfiles nuevos en Facebook y Twitter, tal y como me había indicado mi editora, y en pocos días había conseguido unos quinientos amigos: la publicación de la portada y la sinopsis habían logrado atraer a muchas personas, y la mayoría de preguntas era sobre nosotros. Nadie sabía quiénes éramos y eso generaba más expectación, traducidos en mensajes privados con muchas preguntas que no podíamos responder. Nos habían dado órdenes expresas: no podíamos desvelar nada, y las seguimos sin rechistar, aunque, las especulaciones sobre que yo era una de las más prestigiosas del género, me aterrorizaba; me pasé una noche entera diciéndole a Markel que, cuando supieran que era sólo una bloguera, se sentirían defraudados, y él me repetía que, cuando leyeran la novela, cambiarían de opinión. Él se había convertido en un apoyo, más de lo que esperaba del hombre pedante y egocéntrico que conocí al principio.

No podía continuar en la cama, así que me levanté y fui a darme una ducha para comenzar el día; aunque me despertaba una hora antes de lo previsto, ya encontraría el modo de entretenerme.

Me adentré en el agua deseando evadirme, pero me fue imposible. Estaba contenta, acelerada y, si no tuviera miedo de resbalar y caer, hubiese saltado bajo el agua, liberando la tensión que sentía.

Decidí no tener un accidente y estarme quieta, así que me duché, me sequé el pelo y salí hacia la habitación para vestirme. Tenía la ropa preparada sobre la silla del escritorio: un tejano y una camiseta básica blanca, porque al llegar tendría calor y podía deshacerme del grueso jersey de lana que ahora me pondría encima para no helarme hasta llegar a Madrid.

Me dirigí a la cocina y abrí la nevera. Apenas había nada; lo poco que quedaba, Grete se lo había llevado para que no se estropeara, al menos ellos podrían aprovecharlo. Cogí la última botella de leche que había y llené un vaso hasta que se terminó el contenido, alcanzando solamente la mitad. No tenía más, así que preparé un café con leche con lo poco que había. Esperé mientras la cápsula acabó de exprimirse y me senté delante de la ventana. Mi estómago se cerró al saber que durante unos días no vería aquel paisaje. Madrid no tenía nada que ver con lo que estaba frente a mí, pero iba a ser toda una experiencia.

Días atrás había asumido lo que estaba sucediendo, y no dejé de hablar con Markel, día y noche, bromeando sobre lo que nos encontraríamos, pero yo dudaba de que alguien quisiera asistir a una presentación de dos desconocidos, por mucha fama que tuviera la editorial. Pero Dulce, la editora, nos decía que sería un éxito, que nos fuéramos preparando para lo que comenzaba. Esther estaba fuera de sí al saber que iba a ir a su casa, y también que publicaba mi primera novela. Ya lo tenía todo organizado, tanto que me llegaba a desesperar, aunque no podía molestarme. Gracias a ella iba a cumplir un sueño que jamás hubiera imaginado, y mi entusiasmo había crecido esos últimos días, mi familia estaba orgullosa de mí y no podía sentirme más feliz.

Terminé de tomarme el café y volví a la habitación. Sabía que lo tenía todo preparado y no olvidaba nada, pero lo comprobaría una vez más. Entré y escudriñé la maleta intentando ver a través del plástico rojo, haciendo memoria de lo que había guardado la noche anterior: ropa, móvil, cargador, iPod, libros... todo listo. El timbre sonó y no pude evitar alegrarme, eran mi padre y Grete; me dijeron que me acercarían al aeropuerto, pero no esperaba que llegaran tan pronto. El avión no despegaba hasta las cuatro y veinte de la tarde, con llegar una hora antes para facturar y embarcar ya era suficiente.

Abrí la puerta y, con una sonrisa, me abalancé a darles dos besos, cuando divisé a Aksel; no podía creer que hubiera venido a despedirse, aunque, conociendo a mi padre, seguro que lo había obligado... pero no me importaba, estaba allí y me sentía halagada. Así que no lo dudé, me lancé a su mejilla y lo besé.

—No te animes, hermanita, que estoy deseando que te vayas.

—No esperaba menos de ti. —Sonreí.

Mi padre rio, pues sabía que hasta en el último momento nos comportaríamos como el perro y el gato, y así fue. Entró en dirección al salón como si yo no existiera, y yo me quedé de pie frente a Fredrik; vi que una lágrima caía por su mejilla y que estaba inmóvil, con la mirada perdida. Nadie podía discutir que mi hermano tenía sentimientos; los demostraba de otra forma, y más sincera que muchas de las personas que conocía.

Agarré su mano y, tras acariciarla, la besé y le dejé su espacio. Pasamos al salón y miré la hora. Aún era demasiado temprano para irnos hacia el aeropuerto, así que nos acomodamos en el sofá e interrogué una vez más a mi padre. Necesitaba saber que todo estaba listo, que no habría problemas debido a mi ausencia, y me quedé bastante tranquila: parecía que la organización había sido minuciosa.

Miré el reloj de nuevo para saber la hora; llevábamos un rato hablando de tantas cosas que el tiempo había pasado más rápido de lo que pensaba, ya era la una y decidimos salir para comer algo en el mismo aeropuerto mientras pasaba el poco tiempo que quedaba. Entré en la habitación y cogí las maletas, además de un bolso muy grande en el que llevaba el portátil y lo que más valor tenía, que no facturaría y viajaría conmigo.

Mi padre, al verme luchar con las dos maletas para que siguieran la dirección que yo intentaba tomar, las cogió y me indicó que las iba a guardar en el maletero. No me resistí: levanté las manos en señal de rendición y decidí colgarme el bolso al hombro, mientras caminaba por las estancias de mi casa para apagar los aparatos electrónicos y cualquier enchufe que viera iluminado.

—Dunia, desde el general, terminarás antes.

—Pues también es verdad, no había caído en eso. —Los nervios apenas dejaban que pensara en las cosas más lógicas, así que su ayuda me resultaba más útil que nunca.

Los miré y asentí, indicando que ya estaba lista para marcharme, así que todos se levantaron del sofá y se dirigieron a la puerta. Yo salí la última para poder cerrar la puerta con llave, mientras le recordaba a Grete cada cuánto debía regarme las plantas, incluso que se pasara de vez en cuando para abrir las ventanas. Ellos se reían de mí, me decían que sí por no contestar algún improperio, ya que era lo que merecía, pero no, me abrazaron y tranquilizaron hasta que entramos en el coche y comenzamos la marcha hacia el aeropuerto.

El día estaba tapado y apenas había visibilidad, pues una niebla pesada caía sobre la nieve. Inhalé fuerte para llevarme conmigo el último respiro de mi hogar. Cerré los ojos activando mis sentidos... El frío del hielo congelaba mis fosas nasales, secando mi garganta hasta notar que no podía tragar; saqué del bolso un paquete de chicles de menta y conseguí salivar lo suficiente como para olvidarme de esa molestia.

Abrí los ojos y miré el paisaje, la carretera, las casas de techos inclinados que se cruzaban en mi visión, y me sentí afortunada de vivir allí, pero me esperaba una ciudad cosmopolita y una oportunidad única. El silencio invadía mi mente, pero un rugido consiguió que regresara al mundo real; conocía ese sonido, sabía de qué era, y era lo último que esperaba oír.

Miré por mi ventanilla y no vi nada, así que dirigí la vista hacia la ventana donde estaba sentado Aksel, que en ese instante estaba mirándome, sabedor de lo que estaba pasando. Él también lo había oído y seguramente sabía más que yo. Pero nada, no vi a nadie. Me desabroché el cinturón y miré por el cristal trasero, y lo vi. El casco negro era inconfundible, era Thor. Llevaba días sin mirarme a la cara; sin embargo, cuando se enteró de que me iba del país, me miró sorprendido, pero no me dijo nada, solamente me evitó.

Lo que menos me esperaba era verlo antes de marchar; permanecía detrás del coche, sin adelantarnos ni intentar pararnos; puede que sólo utilizara el mismo camino para ir a otro lugar. Volví a girarme expectante para saber qué pretendía, pero un nuevo rugido me alertó y lo vi adelantarnos sin mirarnos. Su casco permanecía fijo con la vista en la calzada, y observé cómo se alejaba a toda prisa. Miré a Aksel y éste estaba sonriente; él era el primero que no quería que se acercara a mí, nunca había estado a favor de nuestra relación, y estaba contento de que su amigo se hubiera marchado sin decirme nada.

En el fondo me dolía no haberme podido despedir de él; por mucho que no quisiera volver a estar a su lado, no podía obviar la estima que sentía por él. Pero ya era tarde, él ni tan siquiera hizo un gesto con la mano en forma de despedida. Suspiré confusa por mis sentimientos y decidí volver a pensar en mi viaje.

Cogí mi teléfono móvil y miré la pantalla pensativa, pero no lo dudé más y le envié un mensaje a Markel.

 

Dunia: De camino al aeropuerto; como algo rápido y despego.

 

Esperé unos segundos, ya que su estado marcaba que estaba activo, pero no aparecía como «escribiendo», seguro que no lo había visto. Bloqueé el teléfono y lo dejé en mi mano, esperando una luz o una vibración que me alertara de la entrada de un mensaje. Y así fue: la luz verde apareció y rápidamente desbloqueé para leer.

 

Markel: Hechicera, buen viaje.

Dunia: Gracias.

 

En ese instante otro mensaje me alertó. Sonreí al comprobar que era Esther; estaba deseando saber si ya había cogido el avión rumbo a su casa. Le conté que ya iba de camino al aeropuerto y, tras miles de emoticonos de festejo y palmas, me despedí al ver que llegábamos al destino.

—Hija, ya hemos llegado.

—Sí.

—Vamos a comer —nos interrumpió Grete intentando que no me pusiera más nerviosa de lo que ya estaba.

—No tengo hambre.

—Eso sí que no, hay que comer, te espera un viaje largo. —Como buena madre, se preocupaba por mi estado.

—Lo sé, pero mis nervios no me dejan.

—Pues tienes que hacerlo.

—Dejadla en paz... si no quiere comer, ya lo hará cuando llegue.

—Aksel...

—¡Stop! Me voy en nada, no quiero peleas de nadie —interrumpí a Grete al echarle en cara su último comentario.

Entramos en el parking del aeropuerto y respiré hondo; el silencio se había instalado en el vehículo, y estaba deseando salir de él, así que me desabroché el cinturón impaciente.

Bajé del coche y caminé nerviosa hasta el maletero, lo abrí y cogí la maleta más pequeña, que coloqué sin problema alguno, pero la segunda, más grande, me costó más, aunque con algo más de esfuerzo conseguí bajarla.

Caminamos hasta la cafetería, yo agarrada del brazo de Grete, mientras le comenté que Esther me estaría esperando en el aeropuerto y que, cuando llegara a su casa, les enviaría un correo para que se quedaran tranquilos.

Intenté comer lo que me habían servido, pero, tras un par de bocados, mi apetito estuvo más que saciado.

Sabía que insistirían en que debía comer más, así que lentamente di pequeños mordiscos y, con el tenedor, moví la ensalada intentando que pareciera que había comido más de lo que realmente había hecho, recordando cuando, de pequeña, repetía esa misma acción en el comedor escolar. La conversación se extendió tanto que, cuando miré el reloj, solamente quedaba media hora para que despegara el avión.

—Tengo que facturar, si no, al final perderé el vuelo.

—Vamos, tienes razón.

Nos levantamos y, con paso ligero, fuimos hasta la cola de facturación. Para mi sorpresa, había bastantes personas esperando. Miré el reloj nerviosa, pero la persona de delante mío comenzó a avanzar; las azafatas se estaban apresurando para evitar retrasos y me tranquilicé.

—Vas a llegar a tiempo, relájate. —El abrazo de mi padre hizo que me sintiera a gusto.

—Lo sé, pero es que... ya es cierto, me voy.

—¿Lo dudas aún?

—No, dudar no, pero todavía lo veo increíble.

La azafata se dirigió a mí, indicándome que dejara las maletas sobre la cinta, y asentí mientras obedecía; poco a poco, tras ponerles una pegatina blanca con un código de barras, mi equipaje se fue alejando en dirección al avión. Seguimos hacia la zona de control, antes del embarque. Me despedí de mi padre con un gran abrazo que casi consiguió que se me saltaran las lágrimas, y di dos besos a Grete, Aksel y Fredrik. Mientras dejaba en una bandeja cualquier objeto que pudiera activar el detector de metales, me giré para despedirme una vez más con la mano a la vez que mi estómago se comprimió, casi dejándome sin respiración.

Había llegado el momento, debía marcharme, pero mis pies no me acompañaban, estaban fijos en las losas, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas que intentaba retener con todas mis fuerzas... tras unos segundos, fue imposible, se escaparon sin control; me las sequé con la manga de la chaqueta y les lancé un beso mientras me daba la vuelta para pasar a la zona de los que embarcábamos.

Di un par de pasos y oí mi nombre, alguien lo gritaba; imaginé que se trataba de mi padre, para despedirse una vez más, pero, cuando me giré hacia él, para mi sorpresa vi a Thor con los ojos fijos en mí. No podía creer lo que estaba viendo, pero no pude hacer otra cosa: retrocedí para despedirme de él.

—¿Qué haces aquí?

—No te puedes ir, por favor, quédate.

—No, Thor, es una oportunidad que no puedo dejar pasar.

—Te quiero, te necesito a mi lado, no me hagas esto.

—Es tarde, ya hemos hablado de ello. —Miré hacia mi familia, que se había apartado para dejarnos hablar tranquilamente.

—No me jodas, no puedes hablar en serio.

—Más que nunca.

—¿Piensas que vas a ser escritora? Estás perdiendo el tiempo. —Me agarró del brazo con fuerza, tirando de mí hacia él e intentando que cediera a lo que me estaba pidiendo; una vez más, confirmaba lo que pensaba: no valoraba nada de lo que hacía, así que no merecía ni que lo dudara.

—Me da igual, no pienso quedarme y menos por ti. Por favor, márchate.

—Si te vas, me perderás. Nunca más sabrás de mí.

—Lo siento. —Miré hacia mi familia y con las manos hice el ademán de despedirme y me giré, dejándolo con la palabra en los labios.

Una vez más, infravaloraba lo que a mí me gustaba; si realmente me quisiera, no hubiese dicho lo que acababa de oír. Negué con la cabeza y le di mi billete al chico de seguridad del control de pasajeros, quien me indicó el arco de seguridad por el que debía pasar.

El megáfono anunció que mi vuelo estaba listo para el embarque, y que en breve despegaría, así que respiré hondo y volví a girarme en busca de mi familia antes de dirigirme a la puerta de embarque; estaban allí, todos menos Thor, quien, tal y como le había pedido, había desaparecido. Miré directamente a Grete, quien con su mirada de complicidad me indicó que me marchara tranquila, que ya se le pasaría.

No lo dudé más y caminé hasta el pasadizo que me llevaría al avión de mis sueños.

A través de sus palabras
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