Capítulo 36
Capítulo con acceso remoto, ¡se acabó!
No era capaz de llamarlo; debería hacer caso a Esther y zanjar ese tema de una vez, pero aún tenía dudas; las últimas fotos eran una prueba, una irrefutable. Si realmente le gustó tan poco que ella lo besara, ¿por qué cenó con ella como si nada?, ¿por qué hablaban tan cerca el uno del otro? Seguro que había inventado sus palabras; sabía cómo utilizarlas para que yo pudiera creerlo... y no sólo eso: pensaría que era tan necia de perdonarlo y prometerle amor eterno al instante. Pero ¿realmente no quería eso? No, y estaba por encima de esas chiquilladas que no llevaban a ninguna parte.
En ese instante apareció un recuerdo en mi cabeza, uno en el que aparecía, para mi desgracia, la imagen de Thor embistiéndome en el almacén. ¿Cómo había podido caer tan bajo? Y, para sentirme aún peor de lo que ya me sentía, más recuerdos empezaron a hacer acto de presencia en esa imagen, nítidos. Yo en el suelo, desnuda de cintura para abajo, tan borracha que no había sido capaz de apartarlo... pero él no sopesó ni un sólo segundo que yo no estaba en condiciones.
«La culpa fue mía, sólo mía, él deseaba ese encuentro y yo sé de primera mano que Thor no es un hombre que dude o valore la posibilidad de parar. Cuando sabe que puede empotrar a alguien, la razón se le nubla y en lo único que piensa es en su deseo de llegar al final, de correrse, a poder ser dentro de la que tenga bajo su posesión e incluso sobre la piel de ésta.»
Era algo que en otro momento de mi vida me había encantado... me había hecho sentir poderosa, pues sabía el influjo que tenía sobre él. Pero ya no me sentía así, para nada, lo único que tenía claro era cómo era él y lo que sentía cuando estaba en calidad de empotrador, y éste no era un término que hubiese inventado yo.
Pensaba que tendría que hablar con él y dejarle claro que había sido un error, porque sinceramente no sentí lo que hubiera esperado. Y eso significaba una cosa, que él no era la persona que necesitaba a mi lado. A la que anhelaba era a otra, y no estaba segura de volverla a verla.
Me sorprendió la vibración de mi móvil y lo miré para comprobar de quién era el mensaje de texto.
Esther: Llama ya, no sé a qué esperas.
«Lo sé, sé que tengo que llamar, pero qué quieres que diga: “Hola, ¿qué tal te va la vida?” ¿Cómo voy a pedirle explicaciones, si yo ayer me...? No quiero ni decir esa palabra tan soez. Estuve con Thor. No soy nadie para reclamarle cuando yo estoy siendo la primera en defraudarlo. Y sé que Javier se lo ha contado; aún tengo que descubrir qué sabe realmente, pero sus mensajes me dieron a entender que sabía bastante, aunque no recibí el típico mensaje tipo “no me esperaba esto de ti”, “me has fallado” o “no te quiero ver más en la vida”.»
Mi estómago se cerró, me aprisionó, y la garganta se me resecó en el instante en que fui consciente de que podía ser que me hubiera confundido tanto que ya no hubiera solución para nosotros.
El sonido de mi móvil volvió a alertarme, y sabía que era ella de nuevo. Suspiré profundamente y cerré los ojos con fuerza para, posteriormente, abrirlos y leer.
Esther: Tic, tac, tic tac. Al final pierdes el tren y éste no tiene retorno.
«Sé a lo que se refiere, pero yo no puedo más que barajar la posibilidad de cómo entablar ese diálogo a través del capítulo y no como Esther quiere, con una llamada directa en la que ambos seamos sinceros al fin. Sólo pienso en cómo relatar ese momento... sé que Chloe le echará en cara cosas y Darek también, pero... ¿cómo voy a ser capaz de explicarme a mí misma lo ocurrido?»
Una luz vino en mi ayuda, una que utilicé un día concreto con Dulce y me pareció increíble.
Ésa era la solución para escribir con Markel en la distancia, pero ambos a la vez, a cuatro manos. Yo podría representar el papel de Chloe, y él sería Darek, ambos escribiríamos juntos y por fin terminaríamos con la dichosa historia, la ficticia y la real, porque ya no sabía dónde comenzaba una y dónde terminaba la otra. Me estaba volviendo loca, de remate más bien. Era una idea brillante, y se me había ocurrido a mí, modestia aparte.
Abrí la sesión y cargué el archivo. En cuánto entré en la fabulosa nube, le di a la opción de «Compartir» e indiqué su correo electrónico. Sabía que le llegaría un aviso de que había compartido un archivo con él... pero prefería avisarlo, así que abrí una conversación de chat y, tras indicar su nombre, escribí.
Dunia: Acabo de compartir el archivo. Creo que ha llegado el momento de que escribamos simultáneamente, con acceso remoto.
Markel: Gracias por darme la oportunidad.
Dunia: Markel, sólo quiero la verdad.
Markel: Yo también.
Maximicé la pantalla del archivo cargado en la nube y, tras posar los dedos de las teclas y no ser capaz de moverlos, suspiré frustrada y me obligué a escribir. Era el momento de la verdad, en el que todo se solucionaría o nuestros caminos se separarían para siempre.
Chloe estaba en su casa dando vueltas como una desesperada; sabía que Darek había visto la grabación y, en lugar de sentir que se había vengado y había demostrado que ella no se había quedado atrás, sentía que había sido la mayor estúpida del mundo. De pronto, el sonido del timbre de su casa la asustó y pegó un brinco. Sus piernas temblaban, pensó que quizá fuera Darek, y dudó en abrir o simplemente quedarse en silencio como si no estuviera en casa.
—Chloe, abre la puerta de una vez. Sé que estás dentro —gritó Darek enojado.
Markel había comenzado a entrar en el juego; había añadido la frase sin darme tiempo a continuar con lo que quería escribir. La leí atentamente y, al ver que se detenía, continué con lo que creía que debería suceder. Pasábamos a escribir a cuatro manos, cada uno representando su personaje.
—No, Darek, márchate de mi casa. No quiero verte —le gritó desde el pasillo, sin querer acercarse. Sabía que, si caminaba unos pasos más, no iba a poder resistirse y la abriría.
—Por favor, abre. Sólo quiero explicarte qué ha ocurrido... nada más.
Chloe estaba sumida en una espiral de sentimientos. Dio un paso temerosa a la vez que la presión de su garganta apenas le dejaba respirar, ni tragar saliva. No quería abrir, pero también necesitaba darle la oportunidad de explicarse, de saber realmente el porqué de su traición.
Confusa, abrió la puerta y lo dejó pasar. Éste, tras un suspiro de tranquilidad, anduvo hasta llegar al sofá y se sentó esperando a que ella lo imitara. Ella no quería mirarlo a los ojos; aunque no se lo hubiese confesado, se sentía culpable por lo que había hecho la noche anterior.
—Por favor, Chloe, siéntate; debemos hablar. Aquí y ahora.
—Tú dirás... —Se sentó lo más alejada posible de él y se acomodó con una pierna flexionada y acariciando una y otra vez su rodilla, para la desgracia de él, que no dejaba de mirar sus dedos, de necesitar lanzarse sobre ella y abrazarla para que nunca más se apartara de su lado.
—Lo que viste no es lo que parecía.
—Sí, claro... ahora dirás que me lo he imaginado.
—No, no digo eso. Alan la invitó sin que yo lo supiera, y ella me besó creyendo que podría volver a recuperarme. Pero yo no pienso así, Chloe, yo sólo quiero estar contigo. Nada de lo ocurrido está bien, pero no...
—Sólo tengo una duda, y es la que consigue que desconfíe de verdad.
—Dime, por favor.
—Se supone que ese beso fue forzado, pero me consta que después, en vez de marcharte, de apartarte de ella o intentar poner distancia, estuviste hablando como si no pasara nada, muy cerca de su cara, de sus labios. Cualquiera podía pensar que era de nuevo tu pareja, hasta yo lo he dudado.
—¿Qué querías que hiciera? Estaba allí, tenía que mantener el tipo, no podía enviarlos a la mierda como si nada. Nada es tan fácil como parece; tú misma sabes que nuestro juego debe quedar entre nuestras cuatro paredes, nadie puede conocerlo. Podrían utilizarlo de forma despiadada contra nosotros. No me has dejado explicarme, no me has preguntado. Has huido pensando lo que no era. Tú sí que has hecho algo que me ha destrozado.
Abrí el correo que me envío Esther y miré las fotos de nuevo; su mano reposaba en su espalda, pero, tal y como él decía, apenas la tocaba, simplemente rozaba lo mínimo su piel. En la que estaba hablando con ella en la mesa, observé atentamente su mandíbula: ésta estaba tensa, ejerciendo fuerza, y su mano agarrando la de ella... no le entregaba caricias, no. Sus nudillos estaban blancos de luchar contra la presión de ella, seguramente para soltarla. ¡Oh, Dios!, ¿cómo había podido ser tan ingenua, cómo había podido obviar los pequeños detalles, los que me mostraban la verdad? En ese momento lo vi claro... y no sabía qué decir, ni qué hacer. Todo había dado todo un giro de ciento ochenta grados; la que lo había traicionado había sido yo. Yo fui la que me insinué a Thor, la que lo provoqué para que éste no pudiera evitarlo, la que me dejé empotrar. ¿Cómo había podido ser tan frívola con Markel, con Thor, conmigo misma? No podía hacer más que llorar; mis lágrimas caían sobre mi mano y se colaban entre mis dedos para terminar sobre las teclas.
Llevaba días pensando que me había engañado, que me había traicionado, pero yo era la culpable de todo. Y no podía decírselo, sabía que lo había perdido y era lo único que me merecía... jamás llegué a imaginar que yo solita sería mi propia amenaza.
De pronto, un zumbido me asustó y vi que era una llamada de Skype, era Markel. Sabía que estaba asumiendo lo que me había dicho y seguro que tenía claro lo que estaba pensando: era el único hombre en toda mi vida que había llegado a conocerme tal y como era. Decidí no contestar y me obligué a continuar el capítulo y terminar con esa farsa de una vez.
—Darek, yo... —Se levantó hasta colocarse delante de la ventana, para sopesar la información que acababa de oír. No la esperaba y no era capaz de asimilarla tan rápido.
—Chloe, lo que hiciste me dolió, pero, si no hubieras visto aquella imagen, si hubiera sido sincero desde un principio, nada hubiera ocurri...
—No digas nada más, no puedo... Márchate de mi casa, necesito estar sola.
Dunia: Lo siento, Markel, no puedo continuar. Termina tú la historia, yo no soy capaz de escribir una letra más...
Markel: Dunia, no puedes rendirte, tenemos que superar esto, sé que podemos.
Dunia: No, ahora no... Por favor, déjame unos días. Sólo necesito tiempo.
Dejé a un lado el móvil, cerré el archivo y apagué el ordenador. Mi estómago estaba revuelto, no dejaba de subir y bajar por él lo poco que había comido. El nudo de sensaciones que tenía en él no me daba tregua. Intenté respirar profundamente, pero fue en vano. Me levanté lo más de prisa que pude y corrí hasta llegar al baño, donde me arrodillé y comencé a vomitar sin control... dejando que salieran todos mis males y se perdieran por el desagüe, con la esperanza de sentirme mejor. Pero no fue así, me sentí mucho peor. El sabor de la cerveza del día anterior me recordaba insistentemente lo que había hecho, y me imaginaba lo que Markel pudo sentir cuando Javier le contó que estaba con Thor. Seguramente Assa le había explicado en el estado en el que me había encontrado. No podía sentirme más humillada...
El día pasó y yo no contesté ningún mensaje. Markel me había escrito una barbaridad, pero no los había leído, los había borrado automáticamente con los ojos cerrados. Sabía que después me arrepentiría, que querría saber qué era lo que me decía. Pero, en ese momento, eso era lo único que mi destartalada cabeza me pedía hacer.
Oí el sonido del timbre una y otra vez, pero mi cuerpo me pedía no moverme. Cogí el mando del televisor y subí el volumen un poco más, lo suficiente como para no tener que oírlo y evitar que me molestase.
Pero unos insistentes golpes retumbaron en la densa madera de la que estaba hecha la puerta de la entrada.
—Aksel, olvídame, por favor.
—No soy Aksel, ábreme ahora mismo.
—Al último que quiero ver es a ti.
—Lo sé, y por eso te pido que abras la jodida puerta.
—Nooo.
—¡¡¡Síii!!!, y ahora mismo.
—¿Qué me vas a hacer si no lo hago? ¿Empotrarme contra la pared? Olvídame, Thor.
—O abres o la tiro abajo, tú misma.
—Inténtalo. —El estruendo que provocaba con cada una de sus intentonas consiguió que las paredes temblasen y que los vasos que estaban guardados dentro de los muebles chocasen unos con otros.
Sabía que, si continuaba a ese ritmo, me quedaría sin puerta, sin casa... y vivir con mis padres no entraba en mis planes. Así que, antes de que pudiera arrepentirme, abrí justo en el momento en el que iba a dar un nuevo golpe y casi cayó contra mí.
Lo invité a pasar con el brazo por pura educación y éste, negando con la cabeza, entró y se sentó en el respaldo del sofá, cruzado de brazos.
—No tengo un buen día, habla y vete. —Me miró confuso, y sabía que mis pintas no eran las mejores; a decir verdad, eran de las peores que había tenido en toda la vida, pero no me importaba lo más mínimo.
—Dunia, necesito explicarte una cosa.
—Soy toda oídos, no creo que me sorprenda nada de lo que puedas decirme.
—Creo que sí... Perdona por lo de anoche, no sé qué me pasó, me cegué y no pude controlarme.
—Thor, también fue culpa mía; no tienes por qué preocuparte, no te echo la culpa a ti, sino a mí misma.
—No digas tonterías, tú no eres así. No mereces lo que te hice. Y por eso me voy, necesito apartarme de ti y encargarme de un tema que me necesita más.
—¿Un tema?
—Sí, debo enfrentarme a algo de una vez. Tengo cojones para ello y más.
—Thor, no me asustes, ¿qué ocurre? —Suspiró sin saber si explicármelo o no, pero, tras unos segundos de silencio en los que realmente me asusté, me pidió que me sentara.
Sin dudarlo un segundo, lo hice y, con tranquilidad, esperé a que por fin se arrancara y me contara qué sucedía; pocas veces conseguía sacarle una palabra a Thor, así que no debía desperdiciar esa oportunidad.
—Recuerdas cuando vine a decirte que te dejaba... —Asentí alarmada por ser consciente de que por fin iba a saber qué había ocurrido para que me abandonara por otra sin más—. Pues, el caso... —Lo agarré de la mano, en señal de tranquilidad, y éste me la apretó mientras cogía aire y lo dejaba escapar más lento de lo normal. Estaba buscando fuerzas para continuar su confesión—. Dunia, yo... una noche salí a tomar unas copas y nos encontramos con unas chicas; no sé en qué momento terminé en el baño de la cantina con una de ellas, porque ni yo mismo lo recuerdo. Pero, días después, apareció en mi casa con unos papeles; eran del médico y demostraban que la había dejado embarazada. Ella lloraba, decía que no podía estar sola con un bebé, que todo era culpa mía, y que de ningún modo quería abortar. Así que me vi obligado a ayudarla... Vine a tu casa y te dije que no quería estar contigo. Aún maldigo ese día, ya que tú eres a la única que he amado. Pero no podía olvidarme de que había dejado embarazada a esa chica. —Mis ojos se abrieron como platos al conocer su versión y no daba crédito, era lo último que hubiera imaginado—. Mis padres pusieron el grito en el cielo y, sabedores de que aquí todo el mundo se enteraría de todo, nos mudamos a casa de mis tíos, al norte de Oslo, en un pequeño pueblo donde apenas hay habitantes. La idea era que nadie se enterase de lo ocurrido. El embarazo siguió adelante, pero yo no podía ofrecerle lo que ella me pedía... era frío, distante; por mucho que ella lo intentaba, no salía de mí. En la única persona en quien podía pensar era en ti. Y la odiaba como a nadie en el mundo por haberme separado de tu lado.
»Cuando tuvo al niño y lo vi por primera vez... era igual que yo. Por mucho que quisiera negarlo, era mi hijo, y mis padres y mi hermana pensaban lo mismo. Pero nosotros íbamos de mal en peor; yo no quería estar donde ella estuviera, así que, apenas estaba en casa, apenas la veía... y una noche la encontré en la cama dormida. Me sentí culpable por haberla apartado de su ciudad, de su familia y le pedí que regresara, que, si quería, dejara al niño, que mi familia lo cuidaría, que ella debía intentar ser feliz con otro, porque tenía claro que yo no lo lograría. Pero no se movía... —Su voz se entrecortó y no pude evitar sentarme a su lado; puse mi mano sobre su muslo y lo invité a continuar—. Estaba muerta, se había suicidado, y lo único que me dejó fue una carta en la que sólo me decía que la perdonara, porque aquella noche me drogó, todo había sido intencionado. Asumió que yo no era feliz por su culpa, pero que no quería vivir si no era conmigo... y me pidió que regresara contigo.
—Thor, ¿por qué no me lo explicaste?
—No fui capaz.
—Y el niño, ¿dónde está?
—Con mis padres y mi hermana, ésta ha sido como su madre. Tengo que volver, es mi hijo y soy lo único que le queda.
—Claro que debes hacerlo, pero volver aquí. Nadie dirá nada y, si lo hacen, ¡qué más da!
—Mis padres no quieren. Yo vine porque necesitaba estar contigo, pero desde anoche...
—Thor, yo...
—Déjame terminar, por favor, o no podré. —Asentí y permanecí callada esperando a que hablara—. Anoche yo te deseaba, quería sentirme dentro de ti, pero estabas casi inconsciente, sólo mencionabas a Markel y me sentí frustrado, mal conmigo mismo. Debí parar, debí dejarte en casa y comprobar que estabas bien, pero fui un cobarde.
—Te superó la situación y no te culpo.
—Sé lo que es amar tanto a una persona y no aceptarlo, no decirlo por miedo... y arrepentirte por no haberlo intentado. No quiero que estés conmigo, cuando a quien amas es a él. No sé qué os ha pasado, pero, cuando alguien siente algo de verdad, ha de luchar.
—Lo nuestro es muy difícil.
—Nada lo es.
—Ahora... ¿qué vas a hacer?
—Irme a casa con mi familia y volver a empezar de cero.
—Cuenta conmigo para lo que necesites, soy tu amiga.
—Lo sé, pero está todo controlado.
—Siempre lo está, ¿no? —Lo miré con cara de que no me engañara. Lo conocía demasiado bien como para que me intentara hacerme creer que no le ocurría nada.
—¿Alguien más lo sabe?
—Tu hermano, pero nunca ha dicho nada. —Desde luego que no había dicho nada, jamás lo dio a entender, nada, ni una triste palabra que pudiera dar una pista de lo que sucedía realmente.
No quiso quedarse más, ni tomar algo conmigo, simplemente me besó la mejilla y, con un «espero que algún día me perdones, por todo», se fue dejándome con una sensación extraña.
Nada de excitación, ni tristeza, estaba aliviada por saber al fin la verdad, por ser conocedora de los motivos por los cuales me abandonó. Y a la vez sentía profundamente todo lo que había sufrido en ese tiempo. Si no me hubiera apartado de su lado, lo hubiera ayudado en la medida de lo posible.
Lo que sí que tenía claro era que no iba a perder mi amistad, porque en esos momentos era lo único que quería de él. Nuestra relación no funcionó en el pasado y tampoco lo haría entonces.
Me senté en el sofá, rememorando cada una de sus palabras y colocando las piezas del puzle de mi vida mentalmente. Por fin todo encajaba, y ya no me podía sentir culpable por nada relacionado con él. Pero, al pensar en culpabilidad, me recordó que, con quien realmente lo había hecho mal, muy mal, había sido con Markel. Él era quien estaba pagando mi estupidez.
Abrí el chat y vi sus mensajes.
Markel: Dunia, continúa el capítulo.
Markel: No puedes dejarlo así.
Markel: No nos puedes dejar así.
Markel: Debemos hablar.
Markel: Contéstame, demonios.
Markel: Perdóname, por favor.
Markel: Yo soy el único culpable.
Tenía llamadas suyas a través de Skype, mensajes en el chat, en el WhatsApp... era la primera vez que un hombre se arrastraba tanto por mí. Y me estaba desbordando, sólo necesitaba tiempo para asumir lo que realmente quería hacer con mi vida. Saber cómo enfrentarme a mí misma, porque era lo único que sentía: mi desidia por no haberme valorado, por no haber sido capaz de entender las señales, las pequeñas pistas que me indicaban que no todo era lo que parecía.
Al día siguiente...
Estaba tumbada en mi cama; no oía nada, solamente el zumbido del aire que se colaba por las rendijas de la ventana, pero nada que enturbiara mi momento de tranquilidad. El teléfono estaba apagado; el ordenador, también, y la línea fija, desconectada. No quería ver a nadie, no quería moverme de mi lecho, no quería hablar, reír, llorar... nada de nada. Sólo quería paralizar el tiempo o, mejor dicho, volver atrás. Mandar bien lejos a Javier en el restaurante en vez de bajar escaleras abajo y huir de aquel lugar.
Dos días después...
Estaba en la fase de culpabilizarme por todo, desde que nací hasta ese mismísimo momento por no levantar mi culo gordo... bueno, gordo no, pero me pesaba tanto que me era imposible sacarlo de la cama. No me había movido de ésta, y la verdad era que estaba realmente cómoda.
Sólo hacía que recordar los peores momentos de mi vida y sopesarlos, para llegar a la conclusión de que podría haberlos cambiado, haber intervenido, hallar unas alternativas que jamás fui capaz de buscar...
Tres días después...
Estaba en una especie de fase de negatividad; no quería nada, no me gustaba nada... Más bien no quería hablar con nadie, no quería encender el PC y leer lo que me escribían. Sabía muy bien que Esther y Markel lo habrían hecho, e incluso habrían hablado entre ellos a causa de mi desaparición. Pero no quería hablar, ni leer, ni salir a la calle, ni trabajar, no quería seguir con mi carrera frustrada de escritora, no quería hacerle daño a nadie. Ni a mi familia, ni a mis amigos, ni a mí misma.
Llevaba tres días en la cama, sin pisar ni un triste centímetro de la fría madera excepto para ir al baño, porque hacía mucho frío. No había sido capaz de levantarme para poner leña; por tanto, el fuego había desaparecido, se había desvanecido del mismo modo que lo había hecho yo.
Llamaron a la puerta pero... no, no, no y no. No pensaba abrir, no quería ver a nadie, no deseaba dar explicaciones, y menos que me viesen en ese estado. Oí la voz de Grete llamándome, pero no contesté; me avergonzaba de mí misma, de mi derrotismo, de mi cobardía.
—Dunia abre o abro yo misma, no tienes elección. —No iba a poder evitarlo, lo iba a hacer, iba a entrar, me iba a ver... y yo lo único que quería era volverme invisible y fingir que no estaba—. Pero ¿qué te pasa? ¿Qué es ese olor?
—Déjame, no quiero hablar.
—¡Dunia Bergman! —me gritó como no había hecho desde que era pequeña, pero no contesté; me tapé por completo, pero me quitó el edredón, descubriéndome de nuevo.
—No quiero hablar.
—Deja de decir no de una vez. ¿Qué diablos te ocurre? ¿Todo es por Markel?
—Soy una idiota, creí algo y lo he traicionado, no merezco nada.
—Pero ¿has hablado con él?
—Sí, pero no quiero hablar más, no quiero saber nada. Prefiero estar así.
Tras hacerme comida y obligarme a prometerle que me la comería, se marchó con Fredrik al médico, que tenía que ir a una revisión.
Miré hacia la mesita y, al ver la ensalada y el pollo, mi estómago rugió; llevaba días sin comer nada. Al verla allí, no pude resistirme y me comí todo lo que me había preparado. Luego me dejé caer de nuevo, para seguir pensando en todo lo que no quería en mi vida... hasta que dormí durante horas, de nuevo.
Cuatro días después...
El día había pasado en balde, como si yo no existiera. Sabía que Grete estaba preocupada, pero, con lo ocurrido con Fredrik, no podía dejarlo solo, y por ello no podía venir, por fortuna para mí. Después de ir pasando por diferentes etapas, por fin estaba tranquila, relajada... más bien resignada, ésa era la palabra que definía a la perfección mi situación. Era consciente de mi error, de que nada iba a ser igual, de que no valía la pena intentarlo y menos en ese momento, en el que seguramente se habrían olvidado de mí.
Ya era de noche y no me había movido de la cama. Lo único que había comido era lo que Grete me dejó preparado el día anterior. De pronto, el sonido de la llave me sorprendió: alguien estaba abriendo y entrando en mi casa, sin llamar antes.
Imaginé que sería Grete, sabía que no iba a levantarme y habría decidido entrar como si nada.
—¿Unas pizzas, hermanita?
—No, vete.
—Joder, me avisaron de lo que encontraría, pero es mucho peor. ¿Tú te has mirado al espejo?
—Pues no, pero sé lo que voy a ver, así que paso.
—Y yo que pensaba invitarte a una pizza vegetariana... Mira que a mí no me van mucho; para mí he traído una de carne. Tú misma, voy al salón a cenar.
—Dame, no quiero ir al salón.
Se sentó a mi lado, se descalzó y, sentados como dos indios, abrimos las cajas de las pizzas y cogí una porción triangular que saboreé con los ojos cerrados; famélica, así me sentía. Por suerte había venido; si no, hubiese muerto de inanición... y no se trataba de una broma, era una realidad. Mi situación no era sana, ni mental ni físicamente. Pero era lo que había... no había nada que pudiera cambiar mi forma de pensar.
Abrió una Mack y me la ofreció, pero negué con la cabeza; sólo me faltaría beber alcohol. Eso sería una bomba, después de no comer en días. Para mi sorpresa, de la bolsa sacó una lata de Coca-Cola y me la ofreció. Eso sí que me apetecía más que otra cosa, la cafeína me ayudaría.
—¿Por qué no me explicaste lo de Thor?
—¿El qué, exactamente?
—Me lo ha contado, lo sé todo.
—Todo, ¿todo...?
—Sí, desconfiado. Sé que tiene un hijo y todo lo que pasó. Él mismo me lo explicó antes de irse de nuevo.
—Se ha ido, bien... me alegro por Annia. Y ahora... me quieres explicar qué cojones haces en esta cama perdiendo el tiempo. Hermanita, tú no eres así.
—¿Así, cómo? —contesté esperando su aclaración muy atenta mientras cogía otro trozo de pizza.
—Así de derrotista, de resignada, de perdedora...
—Ya, suficiente, lo he entendido. Soy consciente de ello.
—Pues mueve el culo. Primero, ve a la ducha, que hueles... no te digo a qué.
—No me pienso mover de esta cama.
—Pues vaya pedazo de plan. ¡Anda que vivir para eso! Te creía más inteligente. Eres tú la soñadora, la que tiene un futuro ejemplar... eso dice todo el mundo, pero creo que se confunden. Mírate.
—Gracias, eso era lo que necesitaba en estos momentos.
—Es la verdad, nada más.
Cinco días más tarde...
Aksel tenía razón, debía replantearme mi vida, mis sueños, mis ilusiones. Lo primero que tenía que hacer era comer, tenía bastante hambre. No podía seguir así. Pisé el suelo y me sorprendí de lo frío que estaba. Cogí un batín para cubrirme y fui directa a la chimenea; coloqué unos troncos estratégicamente y, tras prender una pequeña pastilla, comenzaron a crecer las llamas. Puse las manos delante para calentármelas y luego me alejé para dirigirme a la cocina.
Cogí el paquete de pan de molde y, tras elegir ingredientes de la nevera, empecé a prepararme lo que iba a ser un sándwich de un popurrí de cosas y, tras verter el contenido de un tetrabrik de zumo en un vaso, lo coloqué todo en una bandeja y me lo llevé hasta la alfombra situada frente a la chimenea.
Estaba mirando las llamas, replanteándomelo todo, sorprendida por haber perdido tantos días sin moverme de la cama. Me daba asco, no podía ser más sincera. Olía que apestaba, no me había cambiado de ropa en días y había dejado de vivir por... no sabía ni por qué. Por no querer asumir las cosas.
«Se acabó, Dunia», me dije en voz alta a la vez que daba el último mordisco al sándwich y lo masticaba de forma rotunda y con seguridad. Por fin la Dunia de siempre comenzaba a resurgir de sus cenizas. Me levanté y cogí una libreta para anotar cuáles eran mis sueños.
Y sin pensarlo, fui plasmando palabras, frases...
Seis días más tarde...
Tenía ocho páginas de la libreta escritas, con cosas que tenía en mente hacer, con sueños que me gustaría cumplir y, sobre todo, con sucesos a los que debía enfrentarme con la mayor seguridad posible.
Algunos de esos temas pendientes eran decirle a mi padre que había visto a mi madre, escribirle a Celeste para que no estuviese preocupada por mí, e incluso ser capaz de hablar con mi madre y ser sincera conmigo misma de una vez. También debía hablar con Markel, ser realista con la situación y dar la cara.
Un sinfín de cosas por hacer, pero no podía, mi estómago se encogía cada vez que me proponía comenzar a enfrentarme a algo. Me invadía el temor, no cabía duda de que estaba en una fase de miedo, miedo al rechazo, a no asumir lo que me esperaba en el mundo real... así que lo mejor que podía hacer era acostarme, total... un día más en la cama no iba a cambiar mucho. Al día siguiente me enfrentaría a todo.