Capítulo 13

 

Esto sólo es el principio

 

 

Retrocedí un paso sigilosamente, pero debió de percibir el movimiento, porque se giró y me vio; ya no podía irme. Sonrió y abrió la puerta para que me sentara a su lado y, como si me conociera de toda la vida, me dio dos besos y dijo un «vámonos».

Necesitaba hablar, pues el silencio me incomodaba y la música de la radio no conseguía distraerme, así que pensé en un tema de conversación, pero a lo único que le daba vueltas era a la tesitura en la que me veía envuelta. Estaba en el coche de Markel, después de haber pasado semanas hablando con él por Internet; nos dirigíamos a comer con mi familia, como si de un amigo de toda la vida se tratara, pero... de eso, nada. La realidad era otra. Él era un escritor famoso y ahora éramos compañeros. Empecé a marearme; no podía ser cierto, me notaba angustiada y tenía calor; además, me falta el aire. Lo miré de soslayo y vi sus facciones bajo sus gafas negras de pasta, era muy guapo; ya lo sabía, pero verlo tan relajado y tan cerca era cien veces mejor. De pronto me miró y sonrío; la temperatura estaba subiendo por segundos y la garganta se me había resecado, pero no tenía agua. Me froté la sien y comencé a moverme inquieta.

—¿Estás bien?

—Tengo calor.

—Espera.

Pulsó un botón del cuadro de mandos y oí el sonido de unos ventiladores, pero no sentía el aire; miré hacia la calle para disimular mi estado de ansiedad, pero lo intuyó no sabía cómo. Él era consciente de cómo me encontraba; pulsó otro botón y un torrente de aire topó contra mi rostro, consiguiendo relajarme al instante. Respiré hondo y vi su sonrisa.

—¿Ahora mejor? —Asentí agradecida—. ¿Has visto el correo de Dulce? Estamos en la cima.

—Lo sé, pero ¿cómo no lo vamos a estar? Al enterarse de quién eras, todos habrán comprado el libro.

Un volantazo hacia la derecha me movió del asiento, pero no más que el frenazo posterior, pues tuve que sujetarme al sentir que me iba hacia delante.

—¿Qué haces?

—Sal del coche.

—Estamos en medio de una autopista.

—Sal. —Dio un portazo y rodeó el vehículo hasta llegar a mi puerta y abrirla.

Confundida, me desabroché el cinturón; no entendía qué sucedía, pero, por su gesto frío y serio, comprendí que más me valía hacerle caso. Miré la carretera y calculé que los coches pasaban a más de cien kilómetros por hora, era una locura detenerse en aquel arcén.

—Te lo voy a decir una sola vez... ¿Me estás oyendo?

—Sí —vacilé al responder.

—Como dices, soy Jean, pero sólo es un seudónimo; por primera vez desde que soy escritor he podido ser Markel, el real. He hablado contigo de mi vida, de mi niñez, y he sido yo, la persona que ves delante de ti.

—Markel lo siento, yo...

—Por favor, déjame terminar. —Asentí sin decir palabra alguna—. Antes de que las personas supieran que yo era Jean, la novela ya estaba en el número uno. Sí, no me mires así... de camino al centro comercial, lo miré y ya estaba posicionada como la más prevendida. Y está ahí porque Dunia y Markel lo han logrado; ahora sólo hay que esperar las críticas, pero Jean no tiene nada que ver con esto. ¿Queda claro?

Lo miré sorprendida, no sabía a qué se refería con el número uno antes de la presentación, pero lo que menos esperaba era su fuerte personalidad; seguía de pie esperando que yo dijera algo, de brazos cruzados y analizando cada uno de mis movimientos.

—Lo siento, pero tienes que entender que soy desconocida, tú no, y me ha pillado por sorpresa a mí también.

—Desde que Universo colgó tu foto y anunció que eras una de sus autoras, dejaste de ser una desconocida, y las personas que asistieron fueron a ver a Dunia y a Markel, y la sala estaba repleta, así que el trabajo ha sido de ambos.

—Tienes razón —acepté, aunque no estaba muy convencida de ello.

—Sólo te voy a dar un consejo: escribes muy bien, más de lo que crees, así que no pienses en nada y sigue adelante, consigue enamorar con tus historias, como yo me enamoré de la nuestra.

—Gracias. —Esas palabras eran las últimas que esperaba oír, y me sentía orgullosa de mí porque era Jean, o Markel, quien las decía.

—No me las des, eres mi compañera y estamos para ayudarnos. Ahora, por favor, regresemos al coche antes de que nos multen y lleguemos tarde a la comida de la familia Bergman.

Sin pensarlo, le di un abrazo. Cuando sentí su pecho en mi mejilla, me separé avergonzada, pero él no dijo nada, rodeó el vehículo y volvimos a encauzar la marcha. Esta vez hablamos de muchas cosas; los dos estábamos interesados en saber del otro y, sobre todo, de libros, pues a ambos nos apasionaba ese mundo. Él me explicó por qué escribía novela policiaca y qué le aportaba.

Me pareció muy importante su punto de vista, su trabajo previo de investigación, pero lo que más me sorprendió fue su sinceridad; desde el primer momento se abrió a mí y yo a él como jamás había hecho con nadie.

Llegamos al hotel en el que se alojaban mis padres y, al bajar del coche, mis ojos se fueron directos a una pequeña librería que había a unos metros de la entrada del hotel. Miré a Markel y sonreí.

—No me puedes decir que no. —Comprobó el reloj y me recriminó con la mirada. —. Diez minutos.

Negó con la cabeza y nos dirigimos hacia la librería. Al entrar, lo primero que vimos fue nuestro libro en la mesa de novedades; los dos sonreímos. Vi que una chica estaba leyendo la contraportada y, sin dudarlo, dejando a Markel atrás, me dirigí hacia ella.

Cogí otro ejemplar de nuestro libro entre las manos e hice lo mismo que ella; él me observaba en un segundo plano, pero tenía claro que se estaba divirtiendo. La chica lo abrió, pero aún seguía dudando.

—Me lo llevo, me han hablado tan bien de él...

—¿De verdad? No sé quiénes son los autores —me interrumpió al escuchar mi comentario.

—¿No? Te has perdido lo mejor: es una chica novel que ha escrito con un escritor muy importante, está en boca de todos.

—Pues me lo llevo, no lo dudo más.

Cuando se fue hacia la caja con una sonrisa plasmada en el rostro, dejé el ejemplar que había cogido y, riendo, volví con él. No me dijo nada; caminamos hasta la sección de romántica y descubrí varios títulos que con el jaleo de ese mes no había podido leer. Al final me decidí por dos que sabía que me gustarían. Leí un título que me hizo sonreír y también lo pillé. Fui hasta la sección de novela negra, lo miré y, divertida, le pedí que me recomendara un título. Su mirada se clavó en la estantería y, tras dudar entre un par de títulos, cogió uno muy finito.

—Éste es especial para mí, y sé que te gustará.

Lo cogí y miré la contraportada, aunque ya tenía claro que me lo llevaría.

—Vámonos antes de que me gaste mis ahorros —dije.

Una carcajada retumbó en la tienda; las personas de nuestro alrededor nos miraron, pero no nos importó. Anduvimos hasta el mostrador y, tras dejar los libros sobre la madera de caoba, abrí el bolso para sacar mi tarjeta de crédito. Se la di al dependiente, quien, al ver tantos libros, se alegró. Había vendido en cinco minutos cuatro libros, no estaba mal teniendo en cuenta que eran para una única clienta.

—Éste te lo regalo yo. —Cogió el libro que me había elegido y no permitió que me lo cobrara a mí.

Me entregó una bolsa con las novelas y esperé a Markel en la entrada. Mientras lo hacía, saqué una y releí el título; lo había leído hacía muchos años, y recordaba que no era la típica historia de amor, por eso le tenía tanto cariño.

—Quiero que tengas este libro, es mi preferido; espero que te guste la mitad de lo que disfruté yo al leerlo.

—Lo leeré, y seguro que me encantará. —Lo había sorprendido, sin duda no esperaba que le hubiera comprado uno a él.

Él me entregó la novela policiaca y los metí todos en la bolsa mientras entrábamos en el hotel. Mi padre debía de estar esperándonos; seguro que ya estaba sentado en la mesa. En Noruega comíamos muy puntuales, y ya llegábamos un poco tarde.

Saludé a la recepcionista y le comenté que nos estaban esperando. Nos indicó que entráramos al restaurante, que mi familia ya estaba allí, así que caminamos mientras miraba cada una de las mesas, hasta que en un rincón vi a mi padre y a Grete, charlando; justo a su lado estaba Fredrik jugando a la consola, y al otro, Assa y Aksel conversando mientras esperaban.

Grete me miró y, al ver mi bolsa, extendió su mano con una mirada ladina clavada en mi padre y éste posó un billete en su palma.

—Gracias, Dunia, he ganado.

—Hija, ¿tienes que entrar en todas la librerías?

Encogí los hombros y enarqué la ceja mientras se levantaban para saludarnos.

Les di dos besos a todos, pero, cuando llegué a Fredrik, sólo le dije «hola», pero no me hizo ni caso, pues estaba absorto en su maquinita. Markel, en cambio, le dio un golpe en la espalda como a un hombretón sin saber lo que conllevaría ese acto.

Fredrik lanzó la consola y comenzó a llorar desolado mientras se tapaba los oídos y se movía nervioso en la silla con la mirada fija en la mesa.

—¿Te he hecho daño? —intentó disculparse.

—Déjalo, no lo toques, es mejor —le indiqué intentando que comprendiera lo que ocurría, aunque entendía su reacción. No le había explicado el problema de mi hermano, tendría que haberlo prevenido.

Grete, al instante, consiguió tranquilizarlo hablándole. Yo le pedí a Markel que se sentara como si no hubiera pasado nada, y Assa comenzó a hablar con Markel y Aksel, que estaban atentos a lo que ocurría a su derecha. Caminé para recoger la consola; cogí la tapa y las pilas y me disculpé con los comensales que nos rodeaban. Uno de los camareros me preguntó si necesitábamos algo y, tras pedirle perdón e informar de que había sido una pequeña crisis por su enfermedad, todo volvió a estar en orden.

Miré a mi padre y le pedí en silencio poder salir fuera un momento con Markel; él asintió mientras, con la ayuda de Grete, intentaban conseguir que Fredrik se olvidara de lo ocurrido.

—¿Que he hecho?

—Relájate, no pasa nada, no es culpa tuya. Fredrik es autista y no soporta que ningún desconocido lo toque.

—No sabía nada, me podrías haber avisado.

—Perdona, estamos tan acostumbrados que nosotros no nos damos cuenta de que es especial; sabemos actuar para que esté tranquilo y no le den crisis.

—¿Puedo hacer algo para ayudar?

—Actúa como si él no estuviera, habla con el resto, no hay que estar por él; cuando lo necesite, lo dirá. Es un adolescente superdotado, es la persona más inteligente que jamás he conocido, pero está ausente del resto del mundo.

—Lo siento.

—No te preocupes, has hecho lo que cualquiera hubiese hecho con una persona sin problemas.

Lo agarré del brazo demostrándole tranquilidad y le pregunté si quería entrar ya; asintió, volvimos y nos sentamos. Fredrik estaba jugando de nuevo con su consola, y Grete se mantenía alerta, pues sabía que estaba sensible y que cualquier cosa podía volver a generarle ansiedad. El camarero se acercó y nos dio la carta; la miré y no lo dudé; había ensalada de pasta, con eso era suficiente.

Cada uno pidió lo que quiso y nos sirvieron la bebida mientras esperábamos la comida. Mi padre estaba deseando saber qué acogida había tenido la novela, y Markel, como si lo conociera de toda la vida, le comentó los rankings y la cantidad de noticias que habían salido. Todos lo miraban sonriendo, hasta Aksel entró en la conversación como si entendiera del tema, o como si le importara; eso sí que resultaba una noticia.

Yo le iba traduciendo a Assa lo que decíamos, ya que era la única que no sabía hablar español. El resto sí porque mi padre y yo les habíamos enseñado. Assa me felicitó y estaba contenta por mí, y, aprovechando que no nos entendía, me dijo que Markel era un bombón, que me lanzara a su cuello. Intenté que entendiera que sólo era un compañero, pero me estaba mintiendo a mí misma; sin duda alguna era guapísimo, y tenía todo lo que me gustaba en los hombres.

El camarero volvió y nos colocó a cada uno su plato; miré a Markel y le hice un gesto para que me mirara.

—Grete, ¿no le han puesto muy pocos guisantes a Fredrik?

—Ochenta grandes, veinticuatro medianos y dos mitades.

Los ojos de Markel se abrieron como platos al oír el cálculo que Fredrik acaba de hacer en un segundo, era un genio. Mi hermano lo era, y por ello tenía ganado mi corazón desde el día que lo conocí. Sorprendentemente, cuando mi padre comenzó con Grete, ésta tenía mucho miedo a la reacción de su hijo; su problema estaba en un punto de descontrol, los médicos no acertaban con el tratamiento adecuado, y día sí, día no, tenía una crisis. Incluso llegó a agredirse. Así que mis padres decidieron introducirnos en la familia poco a poco, y Fredrik apenas puso impedimentos, estaba igual o incluso mejor. Más tranquilo, lo acompañé a varias sesiones e interactuó muy vagamente, eso era una señal muy buena, no sentía mi presencia como una agresión. Así que, poco a poco, fuimos incrementando las comidas, las cenas, las excursiones por Noruega... hasta que decidieron que fuéramos a vivir juntos.

—Increíble —susurró.

—Ya te lo dije.

—No cabe duda.

Ver la expresión de Markel me aliviaba, porque estaba interesado en saber más de él; lo analizaba pero intentaba disimular para no molestarlo.

Fredrik se dedicó a ordenar la comida de su plato, guisante tras guisante. Hasta que no consiguió tener los ingredientes tal y como a él le gustaba, no empezó a comer. Markel estuvo pendiente de él en todo momento. Mi padre nos estudiaba a todos, nos miraba uno a uno, y con una sonrisa plasmada en la cara nos propuso un brindis.

—Familia, vamos a brindar porque estos dos jóvenes obtengan lo que merecen... espero que tengáis mucha suerte. A ti apenas te conozco, pero a ti, mi pequeñaja, sí, y sé lo luchadora que eres y te mereces esto y más.

—Sólo es el principio —terminó Markel el brindis.

Chocamos nuestras copas y dimos el sorbo de la celebración. Me sentía feliz, estaba con mi familia y me apoyaban en todo.

Seguimos comiendo y Aksel le contó a Markel que teníamos un aserradero y la importancia que tenía para la familia, mientras Assa me comentó que comenzaría a hacer trabajos de modelo de ropa juvenil; estaba muy contenta por empezar a hacer lo que le gustaba y era un paso muy importante para lo que ella quería.

Habíamos terminado el almuerzo y, tras pedir el café, mi padre nos propuso dar un paseo por la zona; regresaban esa misma noche y antes quería enseñarles a Assa y Aksel un poco de la ciudad; nosotros asentimos y decidimos acompañarlos. Subieron a coger sus enseres, y Markel y yo decidimos esperarlos en el hall.

—Tu hermano es sorprendente.

—Es muy listo, nunca deja de mostrarnos hasta dónde puede llegar.

—Tiene un poder de cálculo asombroso.

—Sí, y ni siquiera lo piensa... Su vida está ordenada de una forma y la necesita tener así; mientras él crea que lo tiene todo controlado, es un chico la mar de tranquilo.

—Nunca había tenido la oportunidad de estar con alguien como él y te aseguro que me ha enseñado muchas cosas; la primera, que nada es lo que parece.

—Si lo llegas a conocer más, algún día conseguirás hablar con él. Aunque no te conteste, sabrás que se ha enterado de todo lo que le has contado y, cuando menos te lo esperes, te hablará o te solucionará un problema, pero hay que saber llevarlo. Aksel habla con él cuando están solos, es con quien más lo hace. Pero, para lograrlo, debes tener mucha paciencia y saber cómo actuar.

Markel escuchó atento cada una de mis palabras; estaba muy interesado en saber más de Fredrik y era la primera persona que lo hacía fuera del círculo familiar. Ni siquiera Assa; ella lo mantenía al margen, y nunca se había preocupado por conseguir un acercamiento. Markel era diferente, su mirada lo decía.

—Chicos, nos vamos, sólo tenemos tres horas.

—Sí, papá.

Salimos del hotel y nos dirigimos hacia la Puerta del Sol; yo le iba explicando a Assa que allí se despedía el año bajo un reloj, que a las doce en punto emitía doce campanadas y, con cada una de ellas, se comía una uva. De camino, Markel nos iba enseñando cualquier monumento o tienda característica de la zona; era un experto cinéfilo y nos comentó cada una de las películas que se había rodado en aquellos lugares.

Paramos en una tienda de recuerdos y Grete quiso comprar un imán; tenía por costumbre comprar uno en cada ciudad que visitaba, y no iba a irse de Madrid sin él. Assa entró con ella y adquirió un abanico, el más espantoso que encontró por lo visto, al menos para mí.

Markel la miró y no pudo evitar reír al verla abanicándose desesperada con la imagen de un toro como principal atractivo del abanico. Yo le pregunté si sabía por qué aparecía aquel animal y, tras contárselo, puso cara de «no puede ser cierto»; le daba apuro abanicarse con él. Rompimos a reír; no podía dejar de mirar a Markel y él a mí, mientras nuestras carcajadas resonaban entre las personas que paseaban tranquilamente.

Comprobamos el reloj y vimos que ya eran las seis de la tarde, así que decidimos regresar al hotel. Ya tenían las maletas hechas; por tanto, sólo tenían que recogerlas y coger un taxi hasta el aeropuerto. Cuando caminábamos de vuelta, no pude evitar ponerme triste; yo me quedaba en Madrid, un par de días después debía viajar a Barcelona, luego a Valencia y, finalmente, regresar a Madrid para pasar tres días más antes de volver a Oslo; hasta entonces no vería a mi familia.

Caminé y agarré a mi padre del brazo mientras Grete me acariciaba el otro brazo; mi padre sentía lo mismo que yo, nunca nos habíamos separado y supongo que para él era más duro que para mí.

—Papá, ¿seguro que no necesitáis mi ayuda?

—No, quédate tranquila. Aksel ya se ha reincorporado y Thor se ha hecho cargo de todo estos dos días; he hablado con él y todo está bajo control.

—Sabes que, si me necesitáis, cogeré el primer vuelo.

—Disfruta, es tu momento. Recuerda toda la gente que vino a veros, y os esperan en más ciudades. Sólo quiero que seas feliz, que cumplas tu sueño.

Le di un abrazo y un beso en la mejilla y dirigí la mirada a Markel; éste estaba hablando con Aksel y Assa; en inglés se entendían a la perfección y la conversación parecía muy entretenida. No lograba escucharlos, pero saber que habían congeniado me gustaba.

Llegamos frente al hotel y Markel insistió en acompañarlos. Permanecimos en la calle esperando a que ellos subieran y recogieran el equipaje.

—Gracias por acompañarnos al aeropuerto.

—Tu familia es encantadora, es lo mínimo que puedo hacer, Hechicera.

—Te gusta mi apodo, ¿eh?

—Es diferente, tú eres diferente.

—Y eso, ¿por qué? —pregunté curiosa.

—Meted esta maleta en el taxi, por favor, mientras ayudo a Grete —nos interrumpió mi padre.

Markel caminó rápidamente y la cogió, mientras le indicaba al taxista que necesitaban un vehículo más. Aksel fue el siguiente en bajar y se fue directo al segundo taxi, iría con Assa.

Al abrirse la puerta y ver a Assa con su maleta de color fucsia, a juego con su bolsa de mano, no pude evitar sonreír; así era ella, siempre preocupada por ir conjuntada. Apenas podía arrastrar la maleta, así que me acerqué y, tras decirle que me dejara ayudarla, fuimos hasta el segundo taxi; con la ayuda del conductor, la metimos en el maletero y luego nos fundimos en un gran abrazo.

—Mucha suerte, y escríbeme en cuanto puedas, yo miraré Internet.

—Gracias, tú también ten suerte en la campaña, y envíame fotos, que no todos los días una tiene una amiga modelo.

—Gracias, te quiero mucho.

—Me ha encantado que vinieras a mi primera presentación, y perdóname por no haberte contado mi secreto, pero nunca imaginé que llegaría a nada.

—Vas a tener mucho éxito, lo sé; eres una luchadora y te lo mereces.

Grete salió agarrada del brazo de Fredrik, que llevaba su mochila colgada a la espalda y sin intención de quitársela. Se sentó en el asiento trasero, aplastándola como preveía. Colé mi cabeza por la ventanilla y, tras decirle que iba a darle un beso y ver que no se negaba, le di uno rápido y tierno en la mejilla que lo paralizó.

—Te quiero hermanito, pronto volveré a casa.

Su mano agarró la mía durante unos segundos, lo suficiente para demostrarme su cariño.

—Hija, vamos, en el aeropuerto nos despediremos, guarda las lágrimas un rato.

—Papá...

—Ve.

Markel me cogió de la mano y me separó de ellos. Caminamos rápidamente hasta llegar a su coche y, tras montarnos y arrancar el motor, seguimos a los dos taxis por la ciudad de Madrid. El tráfico era denso, pero iban con tiempo de sobra. Markel encendió el reproductor que tenía conectado a su móvil y sonó una canción que conocía muy bien; me miró y reí.

—¿Qué prefieres oír? —dijo mientras cambiaba la canción.

—No la cambies, ésa me gusta.

Me miró sorprendido, pues no se esperaba que me gustara ese tipo de música, pero sí, yo me consideraba una chica roquera. Las canciones comerciales que sonaban en la radio no eran las que me apasionaban. Volvió a ponerla y, cuando comenzó de nuevo, subí el volumen y tarareé el estribillo.

Me la sabía de memoria, para su sorpresa. Tarareó, mientras seguía el ritmo de la música dando pequeños golpes en el volante y nos mirábamos sonrientes. Las canciones seguían sonando una tras otra, amenizándonos el trayecto; apenas podíamos circular a más de cincuenta kilómetros por hora, pero las risas y la música consiguieron que estuviéramos tranquilos.

Sentía que era como si nos conociéramos de toda la vida; parecía increíble que, sólo habiendo mantenido conversaciones por chat, tuviéramos tanta confianza. Estaba a su lado y me sentía cómoda cantando las canciones que más me gustaban, e incluso manteniendo charlas de libros. Podía ser yo, era la primera vez que lo conseguía con un hombre.

—Ya llegamos, ¿ves aquella torre del fondo?, eso es Barajas.

—¿Ya? —dije apenada.

—Sólo vas a estar unos días sin ellos.

—Lo sé, pero la distancia es de muchos kilómetros.

—No tanto.

—Seguro que vives al lado de tus padres.

—Error, mi madre se jubiló y se fue a vivir a Alemania.

—¿Sola? ¡Guau, qué valiente!

—Sí, tiene una casita allí y está muy feliz. Llegué justo a la presentación porque venía de visitarla.

—Nunca he estado en Alemania, me encantaría ir algún día.

—Tú me llevas a Noruega y yo te enseño Alemania.

Cogí el teléfono móvil, dejándolo pensativo, y abrí el calendario. La semana siguiente teníamos las presentaciones y la feria de Madrid, pero el siguiente fin de semana no teníamos ningún compromiso.

—¿Tienes algún plan para dentro de dos fines de semana? El siguiente tenemos feria, y yo el lunes regresaré a mi casa, así que, si quieres, el viernes te espero y te enseño Noruega.

—Dicho y hecho, ni lo has pensado.

—¿Por qué lo iba a pensar?

—Déjame que recuerde... Hecho, nos vemos ese fin de semana, pero ya puedes organizar una buena ruta.

—No lo dudes, Noruega es preciosa.

Negó sonriente, no se esperaba mi reacción, pero así era yo, una caja de sorpresas... y, cuando algo se me metía en la cabeza, actuaba sin pensar. Sería divertido enseñarle mi hogar. Aparcamos en el parking mientras los dos taxis continuaban la marcha hasta la puerta de la terminal.

Caminamos hasta la cafetería en busca de mis padres, y nada más verlos nos fundimos de nuevo en un abrazo.

—Que sólo vais a estar unos días separados, ni que se fuera a la luna.

—Aksel...

—Tú tan simpático como siempre, hermanito.

—¿Cómo quieres que sea? Me has dejado a mí solo con tu trabajo.

—Aksel, hijo, haya paz, deja de decir tonterías.

Markel permaneció en un segundo plano; no sabía nada de nosotros y menos que no nos llevábamos muy bien; mejor dicho, él no se llevaba bien conmigo; siempre estaba atento a buscar un modo de meterse conmigo. Pero ya estaba preparada para sus ataques.

Por megafonía anunciaron que los pasajeros del vuelo hacia Barcelona debían embarcar; era el suyo. El estómago se me encogió. Ahora sí que era el momento de despedirme; les di dos besos a cada uno, excepto a Fredrik, abracé muy fuerte a Assa y atravesaron la zona de control.

Markel pasó su brazo por encima de mis hombros y acarició uno de ellos mientras esperábamos a que se alejaran y desaparecieran. Continuamos unos minutos parados frente a aquella puerta sin movernos, ni decir nada.

—Hechicera, ¿nos vamos?

—Sí.

Caminamos hasta llegar una vez más al coche; miré el reloj y eran las nueve de la noche, estaba cansada y triste, sólo me apetecía volver a casa de Esther y lanzarme al sofá para pasarme media noche hablando con ella.

Durante el recorrido fuimos escuchando música y apenas hablamos. Él entendía mi estado de ánimo y se limitó a conducir rumbo a casa, nada más.

Paró frente a la puerta y le agradecí que hubiera venido. Él insistió en que no tenía que agradecer nada, que había sido un día en familia muy divertido y estaba encantado de haberlo hecho.

Le di dos besos y, tras despedirnos, me bajé del vehículo mientras le decía adiós con la mano; luego desapareció calle arriba.

Subí con la esperanza de que Esther ya estuviera en casa. Nada más abrir la puerta, oí el televisor y fui directa a ella.

—¿Has cenado?

—No, quería hacerlo contigo.

—¿Qué te parece una cena grasosa, por una noche?

—Excelente.

Fuimos hasta la cocina y sacó del congelador calamares y croquetas, un poco de embutido de la nevera y unas latas en conserva de la despensa. Se trataba de un festín en toda regla; acostumbrada a cenar ensaladas o pavo, esa cena era lo que necesitaba para no pensar en la marcha de mi familia.

—Cuéntame qué tal Markel.

—¿Te puedes creer que parece que lo conozca de toda la vida?

—Dunia, ¿qué nos pasó a nosotras?, lo mismo; por qué no voy a creerlo. Tenéis feeling, se ve.

—Me cae genial, es un amigo al que le puedo contar todo, y puedo ser yo misma.

—Pues, cielo, acepta este consejo: amigos como él pocas veces se consiguen, así que consérvalo.

—Lo sé, tú y él habéis sido las únicas personas que he conocido por Internet con las que, al veros en persona, he congeniado de maravilla.

Mientras la abrazaba por la espalda, vació el contenido de la bolsa de calamares en el aceite de la freidora y éste saltó y emitió un ruido atroz al haber tomado contacto con los congelados que acababan de adentrarse en él. Un olor a frito inundó la cocina. Abrí el cajón y cogí el mantel y los cubiertos para ir poniendo la mesa mientras ella continuaba cocinando.

—¿¡Mesa grande o pequeña!? —grité desde el salón.

—Pequeña mejor.

Retiré los pocos adornos que había y puse el mantel, dos vasos, dos tenedores y dos platos vacíos. Fui a la cocina y comencé a cortar el embutido que había dejado sobre la encimera.

Para mi sorpresa, sacó una bandeja de boquerones; sabía que me gustaban mucho y nada más verlos la boca me salivó.

—Cuando mi madre supo que venías, los hizo.

—Dale las gracias de mi parte, me encantan.

—Lo sé.

Fui sacando cada uno de los platos hasta que estuvo todo listo para poder comenzar a cenar. Mientras comíamos, la puse al día; le expliqué lo que había sucedido con Fredrik y la reacción de Markel. Ella no dejaba de repetir que había encontrado mi alma gemela hecha hombre.

Estuvimos hablando de Aksel. No entendía por qué era tan desagradable conmigo; había mantenido conversaciones con él y se había mantenido serio, pero muy educado. Yo le comenté los pequeños choques que habíamos tenido de pequeños, pero ella seguía insistiendo en que no era motivo suficiente para explicar su actitud. Ambas coincidíamos en que él era el único que podía terminar con aquella situación.

Esther me puso al día sobre todo lo que se había dicho de nosotros, y de los primeros comentarios que se habían registrado en la web de Amazon. Era increíble la aceptación que estaba teniendo nuestra novela, no podía creer que fuera verdad.

—A partir de hoy te vas a convertir en mi community manager —propuse, y comenzamos a reír como dos tontas.

—En serio, puedo preparar las fotos, montajes...

—Haz lo que quieras; eso sí, no cuelgues nada antes de que lo revise Dulce.

—Por supuesto, tengo tantas ideas... tú confía en mí.

Un mensaje me llegó al móvil y, tras abrirlo y ver una imagen de un periódico nacional en el que salíamos Markel y yo en la presentación, había una frase escrita por él.

 

Esto sólo es el principio, recuérdalo.

A través de sus palabras
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