Capítulo 17
Tú y yo, nadie más
Permanecí unos segundos sentada, mientras pensaba en lo sucedido y en su forma de actuar. Él continuaba con la mirada perdida, pero yo ya había hecho todo lo que estaba en mi mano. Fui detrás de él, lo busqué, lo llamé... ahora era su turno. Hablar o actuar, pero yo no pensaba hacer más.
—Dunia, esa chica no significa nada para mí.
—¿Y por qué te has ido?
—No es por ella. Javier hace y deshace a su antojo y estoy harto de que decida por mí. Necesitaba relajarme.
—Por un momento pensé que querías hacer un trío, como Darek y Chloe.
—No entraba en mis planes, te lo aseguro. —Se le escapó una carcajada incrédula.
Le mostré las notas que había encontrado en su habitación y se llevó las manos a la cabeza, estaba arrepentido de lo sucedido, se percibía en su mirada. Él tenía más ganas que yo de haber disfrutado de una noche para nosotros, pero, antes de seguir con lo que estuviéramos viviendo, necesitaba saber más. Él sabía muchas cosas de mí, por chat le había explicado detalles que casi nadie conocía. Pero de él... ¿qué sabía de su vida? Que su madre vivía sola en Alemania, poco más. Ahora había añadido un detalle a la lista, y no era otro que conocer a una amiguita de fiesta. Un mar de dudas azotaba mi mente, ¿tendría una amiga en cada ciudad que visitáramos? Mi cabeza no quería ni oír aquel pensamiento, pero mi razón estaba dispuesta a saberlo todo... o no... La respuesta era muy clara: yo me marcharía a Noruega en pocos días y no lo vería más.
¿Para qué preocuparme más de lo debido? Nuestra aventura tenía fecha de caducidad, y eran tres días, el tiempo que estaría en España; una vez regresara a Oslo, debería olvidarme de él. Por tanto, no necesitaba explicaciones de ningún tipo; tenía la opción de disfrutar, sin pensar en nada, el tiempo que me quedaba a su lado, o simplemente saber detalles que conseguirían que me apartara de él. Lo miré y tuve claro que no quería desaprovechar ningún instante de los pocos que me quedaban a su lado.
Dejé el vaso vacío en el borde de la piscina y con dos dedos agarré un cubito de hielo y luego lo pasé por su cuello. Me miró sorprendido, pero sus gestos se suavizaron y curvó la comisura de sus labios en una pequeña sonrisa.
—¿Aún tienes ganas de jugar? —Asentí sonriendo mientras lo miraba a los ojos, desafiándolo—. Porque yo, no.
—¿Tienes algo mejor que hacer?
Permaneció en silencio, pues no esperaba mi reacción, pero dirigió su mirada hacia mí una vez más y vi que había desaparecido cualquier ápice de seriedad. Agarró mi brazo para acercarme a él y me dejé llevar hasta que mi cuerpo sintió el contacto del suyo y nos miramos fijamente. Sus labios se abrieron para decir algo, pero mi mano rápidamente acalló aquellas palabras; no quería explicaciones, sólo quería disfrutar de él. Lo miré mientras negaba con la cabeza y, tras bajar mi mano a su barbilla, la agarré y le di un casto beso que avivó la pasión de horas atrás que ambos reteníamos.
Me ofreció su mano para ponerme de pie y, sonriente, me alisé las arrugas del vestido bajo su atenta mirada lasciva. Su brazo rodeó mi espalda y comenzó a moverse al ritmo de una música inexistente... mis pechos rozaban su torso y nuestras respiraciones acompasadas chocaban una contra la otra; apenas unos centímetros separaban nuestros labios, los necesarios para que el deseo se magnificara por momentos. Se acercó despacio, abriéndolos para besarme, pero un fuerte movimiento hizo que me girara y el beso lo recibió mi espalda.
Sus manos asieron mis caderas, hasta que sus hábiles dedos bajaron lentamente la cremallera. El pequeño roce junto a las caricias de las yemas de sus dedos consiguieron excitarme tanto que no esperé más. Terminé de desabrocharme el vestido y dejé que cayera al suelo.
Su mirada ardía, yo estaba empapada. Mis manos recorrieron sus abdominales hasta llegar a la cintura de su pantalón. Lo desabroché y se lo bajé hasta que hábilmente, con dos patadas, los envió lejos de nosotros.
Una pequeña brisa me estremeció y endureció mis pezones, lo que provocó que él les dedicara toda su atención. Comenzó a besarlos, a saborearlos, mientras sus manos apretaban mis formas reprimiendo el deseo de cogerme en volandas y hacerme el amor en ese mismo instante.
Un débil rayo de luz apuntaba a mi rostro, molestándome... tanto que mi mente despertó del sueño profundo en el que estaba. Mis ojos no podían abrirse, pero poco a poco, y con mucho esfuerzo, lo hicieron y miré a mi alrededor. Estaba tumbada junto a su cuerpo, que yacía a mi lado más relajado que nunca. Nos encontrábamos desnudos y cubiertos por una toalla de las que el hotel dejaba en la piscina a disposición de los huéspedes. Lo miré y no pude evitarlo, besé sus labios, despertándolo.
—Buenos días —dijo entre suspiros.
—Buenos días. Será mejor que bajemos antes de que nos vea alguien.
—No quiero moverme.
Empezó a besarme el cuello y sus manos agarraron mis caderas para acercarme más, si eso era posible. Pasó los dedos por mis costillas, provocando que mi cuerpo se encogiera por las cosquillas que estaba provocándome... pero él no tenía intención de parar. Se colocó sobre mí en un rápido y ágil movimiento y comenzó a darme un sinfín de besos en mi vientre mientras se colaba entre mis piernas para poder seguir con su ataque matutino.
De pronto una voz nos alertó de que debíamos regresar a la habitación. Markel le contestó al empleado, que no quería ni mirarnos, que en dos minutos estaríamos listos. Agarró mi nuca y, tras besarme dejándome casi sin aliento, me pidió que me vistiera. Asentí mientras me sentaba en la tumbona y, tras frotarme los ojos, agarré mi vestido para estirarlo, estaba arrugado. Coloqué las piernas por el agujero y me lo subí lentamente bajo la atenta de mirada de él.
Negó con la cabeza mientras me decía que, como continuara así, me poseería en ese mismo instante sin importarle quién apareciera en aquel ático; yo negué sonriendo. No quería pasar vergüenza, así que era mejor que nos marcháramos lo antes posible. Me puse los zapatos y caminamos hasta el ascensor, donde esperaba el joven empleado que estaba junto a un carro para preparar la piscina para el desayuno.
Markel le agradeció el aviso y bajamos hasta mi habitación. Allí nos despedimos y entré para arreglarlo todo y poder coger el tren de vuelta a Madrid.
Eran las ocho de la mañana y a las nueve nos esperaba Javier. Solamente había tardado una hora en ducharme, vestirme y hacer la maleta, incluso la había dejado en recepción. Me fui a desayunar un poco... me sentía desmayada y me dolía el estómago, así que cogí un zumo de naranja y un sándwich que había en el bufé. Me senté en una de las mesas y bebí saboreando la pulpa del zumo. Estaba muy bueno y necesitaba el aporte de energías. Observé cómo entraba Javier, con paso lento y sin ganas; fue directo a la máquina de café y se sirvió uno. Al darse la vuelta, alcé mi mano y me vio. Dudó unos instantes, pero finalmente se sentó a mi lado y desayunamos en silencio.
Intenté saber cómo se encontraba y reconoció que se sentía culpable por lo ocurrido, que estaba muy arrepentido. Yo le aconsejé que dejara que a Markel se le pasara un poco el enojo y después hablara con él, que le pidiera perdón y seguro que se normalizaría la situación. Esperamos a que llegara la hora y salimos hasta recepción. Él estaba sentado en uno de los sofás, con rostro serio; no cabía duda de que seguía muy enfadado con él y que no iba a ser nada fácil que se le olvidara lo sucedido. Sin decir nada, ya que el ambiente estaba más tenso que nunca, salimos hacia la puerta, donde nos esperaba un taxi para llevarnos a la estación.
Una vez sentados en el tren, seguía la misma tensión. Markel no quería ni mirarlo, lo ignoraba por completo, y Javier buscaba conversación en mí, pero poco podía hacer, prefería no inmiscuirme entre ellos, debían ser capaces de hablar y aclarar sus problemas. Las pocas horas que nos separaban del destino se me estaban haciendo eternas, a mi pesar. Estaba deseando llegar, ver a Esther y contarle todo lo que había pasado; al día siguiente debíamos estar en la feria de Madrid y tenía la esperanza de que, para entonces, hubiesen superado sus diferencias.
Por un instante Dulce apareció en mis pensamientos; ni le había preguntado por su hija... con el revuelo de la noche anterior, ni me había acordado. Saqué mi móvil y le envié un mensaje deseándole que todo estuviera bien, que sólo hubiera sido un susto. Luego miré a través de la ventana y oí el sonido de un mensaje de entrada; lo leí y sonreí al saber que la pequeña estaba en casa, aún enferma, pero mejor.
Busqué la mirada de Markel, pero nada, no la levantaba del libro que sujetaba entre las manos. Debía de ser muy interesante, ya que ni tan siquiera nos había mirado una sola vez en todo lo que llevábamos de viaje. De pronto tuve una idea: lo despertaría de ese estado de evasión con unas palabras. Cogí el teléfono y pensé en qué escribir. La luz llegó a mí y qué mejor que a manos de ella.
¿Sabes lo que haría Chloe en este instante? Lanzaría tu libro lejos y provocaría un incendio, para que todo el mundo huyera y por fin nos quedáramos solos.
Sus ojos me miraron a través de sus gafas; no podía negarlo, estaba sexi, mucho... su mirada seria, lasciva, me decía más de lo que nadie podía saber. Pero yo sí era capaz... la leía, la entendía y no podía evitar excitarme. Estaba sentado apoyando una de sus rodillas en el lateral, con un codo recostado sobre ésta, manteniendo la posición óptima para leer, pero no había podido evitar moverse, se había excitado y no lo podía negar. Dejó de mirarme y miré la pantalla de mi teléfono, ansiosa, esperando a que llegase su respuesta. Por fin había logrado que sucediera algo emocionante durante el trayecto.
Podemos terminar lo que comenzamos en el viaje de ida: la luz verde informa de que está disponible.
Mi mirada sabía hacia dónde debía dirigirse y no era otro lugar que el marcador del servicio; efectivamente estaba en verde. Pero Javier estaba a mi lado y ya sabía más de lo que debería, así que era mejor desestimar aquella oferta, muy a mi pesar. Mi móvil volvió a sonar, otro mensaje... me estaba subiendo la temperatura, no me atrevía a leer lo que ponía, sabía que desearía salir corriendo al servicio y encerrarme durante lo que quedaba de viaje.
Una vez más, vibró entre mis manos. Desbloqueé la pantalla y leí mientras me quedaba paralizada: no era Markel, era Javier. Me estaba pidiendo un favor, ¡y vaya favor! Volví a leerlo todo y lo miré disimuladamente; estaba esperando mi mirada, y su expresión triste a la vez que nerviosa me hizo dudar.
¿Cómo iba a acceder a lo que me pedía?, pero en el fondo sabía que tenía que hacerlo, aunque desconocía si era lo más oportuno. Contesté su mensaje. Necesitaba saber un lugar y una hora a cambio de una condición, que quería ser yo la que se lo dijera a Markel cuando éste se topara con la realidad, pues no quería que se enfadara conmigo. Tras estar los dos conformes, sólo debía pensar en cómo irme sin él. Sabía que no querría que me fuera a casa de Esther, pero era la única opción que tenía para poder hacer lo que Javier me había pedido.
Me sentía observada, estaba esperando una respuesta y no me quitaba ojo de encima; estaba analizando mis gestos y sabía que no pensaba en él. Debía contestarle, pero no sabía qué poner; tras pensar durante unos segundos, hallé la solución.
¿Qué te parece si me secuestras, como hizo Darek? Fingiré sorpresa. Estaré esperándote en el hotel Puerta del Sol, habitación 129, a las 21.00 h.
Le di a «Enviar» y lo miré. Sus ojos se abrieron y su erección alzó sus pantalones dejando verse; estaba más excitado que nunca, y de qué forma, lo que no esperaba era que se pusiera de pie y me cogiera del brazo.
—Vamos a tomar algo.
—¿Ahora? —Miré a Javier, no quería dejarlo solo, pero él asintió, tranquilizándome.
—Ahora.
Su orden excitó a mi diosa interior, tanto que dio saltos de alegría consiguiendo que me pusiera de pie y caminara tras él. Estaba deseando beber un refresco, simplemente una botella de agua, tenía la garganta seca. Pero nada de eso entraba en sus planes... justo cuando pasábamos frente al servicio, abrió la puerta y, tras cogerme en volandas por la cintura, cerró tras él y puso el pestillo justo antes de besarme. Sus labios fueron bajando por mi lóbulo de la oreja y descendieron por mi cuello mientras sus manos sopesaban mis pechos, abriéndose paso entre las telas y consiguiendo apartar la copa del sujetador para liberar mis pezones, erguidos y excitados como nunca.
Estaba deseando ese encuentro, tanto que no me importó nada más. Me lancé a besarlo con desesperación, mientras sus manos desabrochaban mi pantalón a toda prisa y continuaban con el suyo. Luego, con los dientes, rasgó el envoltorio de un preservativo, excitándome aún más. Agarré su trasero medio desnudo y di un salto para quedar presa entre sus manos y sus caderas. No quería demora, no; necesitaba sentirlo dentro de mí y, cuanto antes, mejor. Parecía que nos hubiéramos entendido por telepatía, porque una gran y certera embestida se adentró en mí, arrancándome un gemido que acalló tapándome los labios con su mano. Una tras otra, consiguieron que sintiera un placer inigualable... era agresivo, posesivo e incluso desesperante, pero estaba gozando como jamás imaginé que haría en el lavabo de un tren.
Apenas podía moverme lo suficiente como para presionar contra su cuerpo en busca de un contacto mayor. Pero esta vez no quería caricias, oh, no; solamente quería alcanzar el clímax de la forma más salvaje posible.
Un beso unió nuestras sonrisas; estábamos excitados, sudados y apenas sin aliento, pero habíamos alcanzado el orgasmo más intenso de todos los que había sentido con él. Me miré al pequeño y sombrío espejo y vi que tenía el cabello pegado a la frente. Abrí el grifo, del que apenas salía un tímido hilo de agua, y me mojé, refrescándome.
Él estaba detrás, limpiándose y lanzando a una minúscula papelera el preservativo, mientras me miraba.
—¿Qué piensas? —le pregunté en un susurro.
—En por qué no te conocí antes.
—Markel, en breve me iré, esto...
—No digas nada, prefiero no pensarlo.
—Pero hay que tenerlo en cuenta.
—Mejor salgamos. —Su tono había cambiado radicalmente. No podía reprocharle que le molestara, pero teníamos que hablar, porque era una realidad que pronto deberíamos afrontar.
Abrió la puerta y salió mientras miraba a su derecha y a su izquierda y, al cerciorarse de que no nos veía nadie, se apartó para que saliera. Le pedí tomar un refresco y me acompañó hasta el bar. Me senté en un taburete y esperé a que el camarero se acercara para pedir. Justo cuando me lo sirvió, bebí como si hiciera días que no lo hacía.
—Sabes una cosa... —dije avergonzada.
—Dime.
—Pensé que me ibas a proponer un trío. —Sonreí negando lo que mi mente retorcida había imaginado en primera instancia al ver a aquella joven al lado de su cama, desnuda.
—No soy tan descarado.
—¿Me prometes una cosa?
—¿El qué?
—Por mucho que juguemos a Darek y Chloe, lo que haya entre nosotros siempre será tuyo y mío, de nadie más. —Una carcajada salió de su garganta al oír mis palabras. Lo miré molesta y recobró la seriedad que yo necesitaba.
—Tú y yo, nadie más.
Los dos sonreímos y se acercó para acallar la conversación con un dulce y tierno beso en los labios. Cerré los ojos y dejé que mis sentidos se activaran y mi cuerpo por completo se entregara a sus besos; su mano rodeó mi cintura para acercarme más a él y apoyé mi mejilla sobre su pecho. Permanecí unos instantes así, sin moverme, hasta que recordé que Javier continuaba en la butaca, solo. No creía que le sucediera nada, pero pensaba que no sería correcto dejarlo así todo el viaje.
Nos sentamos en nuestros asientos y resultó evidente que Markel estaba mucho más relajado. Javier me miró y no pude evitar esquivarle la mirada; me sentía incómoda al pensar que podía imaginar lo que habíamos hecho, así que cogí el libro que tenía sin terminar y me adentré en la historia.
Una mano en mi hombro me alertó. Me había quedado dormida y me estaban despertando; miré hacia el asiento de Javier y no estaba. Le pregunté con la mirada y me indicó que llevaba un rato en el bar, que debía estar a punto de regresar. Guardé el libro en el bolso y estuve sentada esperando a que el vagón parara por completo. En ese momento apareció Javier. Nos dijo que ya llegábamos y Markel bajó mi maleta y la suya, para prepararnos.
Me apoyé frente a la puerta esperando a que se abriera. No podía negarlo, estaba derrotada, hacía varios días que dormía poco y llevaba grandes dosis de sexo continuadas; estaba deseando llegar a casa de Esther para descansar.
Caminamos los tres en busca de un taxi. Por suerte, en la puerta de la estación había muchos esperando, así que sólo tuvimos que ir hacia el primero de la fila y montarnos en él.
Markel le indicó la dirección de Javier sin dejarnos hablar a ninguno, y no le replicamos. Los dos sabíamos que estaba deseando perderlo de vista. Apoyé mi cabeza sobre su hombro y cerré los ojos mientras nos adentrábamos en la circulación de la ciudad, no cabía duda de que volvíamos a la capital.
El taxista se detuvo y Javier se despidió de nosotros. Le dije que nos veríamos al día siguiente y se marchó cabizbajo hacia su casa. Continuamos, esta vez en dirección a casa de Esther. Él intentaba convencerme de que me fuera con él, pues vivía solo, pero yo me negaba; necesitaba ver a mi amiga y contarle tantas cosas que él sería incapaz de convencerme.
Cuando llegamos, le pidió al taxista que esperara y me acompañó. Me abrazó y noté la erección que estaba comenzando a crecer, debía despedirme.
—Nos vemos en un rato.
—Dime que no quieres volver a sentirme. —Se miró los pantalones—. No puedes negar que estás deseando volver a sentirla.
—Sí, pero, como no descanse, moriré exhausta. Muerte por éxtasis de placer. — Emitió una carcajada antes de besar mis labios y alejarse en dirección al taxi.
Llamé al timbre y contestó una voz eufórica; suspiré. Sabía que me iba a interrogar, pero necesitaba dormir unas horas, no aguantaba más despierta. Subí como si una zombi regresara del otro mundo, consiguiendo que Esther me mirara boquiabierta.
—¿Tú has visto la cara que traes?
—Estoy muerta.
—Te dejo dormir, pero después quiero detalles de todo.
—Te lo prometo.
Caminé sin pensar en nada más hacia la habitación en la que me había quedado días atrás y me lancé sobre la cama, luego me quité la ropa y me quedé sólo en braguitas. Me tapé con la sábana y recordé sus manos abrazándome, sus labios besándome y su cuerpo sobre el mío. Deseaba volver a estar a su lado, pero él tenía que solucionar su situación con Javier.
Cerré los ojos y un sueño profundo me invadió.
—Bella durmiente, la cena está hecha, despierta ya.
—No, diez minutos.
—Se enfriará
—Voy... voy...
Esperé unos instantes a que mis ojos quisieran abrirse y, cuando decidieron que era el momento, me levanté. Me cambié de ropa y me dirigí al comedor. El olor que desprendía aquel plato era delicioso.
—¡Qué rico!, gracias.
—Sabía que preferirías una cena sana.
—¡Cómo me conoces!
Frente a mí tenía unas alcachofas con salsa de champiñones junto con unos filetes de pavo al limón; deseaba probarlos y no dudé en comenzar a comer, saboreando cada bocado que me llevaba a la boca, mientras Esther me miraba sonriente.
—Cuéntame ya, por Dios, no me dejes en ascuas.
—Un momento —balbuceé mientras intentaba tragar sin ahogarme.
Cogí el vaso y bebí para poder hablar. Ella estaba delante, esperando impaciente; sabía que habían sucedido muchas cosas y no quería perderse detalle alguno.
—Por dónde empiezo... —intenté ordenar mis recuerdos—. En Barcelona, allí todo comenzó... cuando regresamos al hotel, no sé qué ocurrió en el ascensor, pero nos besamos, y no te puedes imaginar cómo.
—Oh, sí me lo puedo imaginar, perfectamente. He leído tanto que te aseguro que me imagino a Markel...
—Basta, no sigas. —Comencé a reír.
—Continúa, quiero saber más.
—Pues ahora viene la parte en la que me vas a matar... cuando llegamos a su puerta, dudé y hui a mi habitación. Total, que al día siguiente ocurrió lo que yo había demorado. Pero, Esther, es... yo no sé qué tiene este hombre, es perfecto.
—La pregunta del millón, y no me mientas. ¿Te pone más que Thor? Porque, amiga, ese pivonazo noruego te volvía loca.
—Es diferente...
—¿Te excita, te mojas por él?
—Esther.
—Contesta.
—Sí, y mucho.
—Entonces, nena, no lo dejes escapar; átalo en corto, porque hay cientos, no, miles de chicas que van detrás de él.
—Lo sé y lo he comprobado...
Le conté lo que había ocurrido en Valencia con pelos y señales, cómo nos encontramos a aquella mujer en la habitación y la posterior bronca con Javier. Ella no dejaba de insultar e incluso de reírse al no poder creerse lo ocurrido. La verdad era que resultaba una escena digna de relatarse en una novela.
Luego, cuando le expliqué lo que me había pedido Javier, me advirtió de que tendría problemas con Markel. Dudaba de si haber aceptado sería bueno para mí, pero, tras explicarle que era la única forma que tenía de solucionarlo, lo llegó a entender y deseó que él no se enfadara mucho conmigo.
—Amiga, ahora viene cuando te tengo que poner al día.
—¿Qué ha sucedido?
Su gesto serio me indicaba que algo había ocurrido, algo nada bueno.
Esperé sentada y comenzó a explicarme que la novela estaba siendo un éxito, que llevaba días en la cima de los rankings de los más vendidos, e incluso que mi blog había cuadriplicado las visitas diarias, pues muchos querían saber quién era Dunia. Me sentí feliz al escuchar aquellas palabras; saber que la novela había gustado tanto me enorgullecía, jamás imaginé llegar tan lejos y era mucho más que un sueño cumplido, era una demostración de lo que debía hacer en el futuro: continuar escribiendo nuevas historias, ya fuera a través de mi blog, de forma gratuita, o donde quisiera el destino que terminara.
Me mostró mi Facebook. Llevaba días gestionándolo y estaba saturada; contestaba a todos los mensajes, publicaba entradas sobre la novela... se había encargado de todo sin pedir nada a cambio. La abracé y le di miles de besos, mientras ella reía y me comentaba que esperara, que aún no lo había visto todo.
Me aparté y esperé a que me comentara lo que faltaba... y me quedé alucinada al leer una entrada de un blog. No sólo habían cuestionado mi forma de escribir, ya que fallos no pudieron encontrar porque el texto había sido corregido por un profesional, sino que había cientos de fotos en las que salía Markel mirando a las lectoras y yo, mirándolo a él. Según la entrada, eran miradas de embobada... había muchos mensajes que incitaban a muchos a pensar que había algo más de lo que en aquel momento había, ya que en esas fotos aún no había pasado nada entre nosotros.
El último párrafo era el peor; consiguió enfadarme, y mucho. Estaban dejando entrever que yo había ido detrás de Markel desde el principio para conseguir que escribiera conmigo, porque decían que, si no, era imposible que una mindungui, hasta esa palabra llegaba a poner, fuese capaz de escribir con un escritor tan reconocido.
Hice una foto y se la envié por WhatsApp a Dulce. Mientras lo hacía, le pregunté a Esther si había contestado algo; ella negó y lo agradecí, porque era una situación que era mejor ignorar y no iniciar una guerra.
Acto seguido recibí un mensaje de Dulce tranquilizándome, explicándome que comentarios como ése eran normales, pero que la mejor forma de combatirlos era acercarnos al lector, y una entrevista era la clave. Me dijo que estuviera atenta, que esa misma noche me enviaría las preguntas y a la mañana siguiente, a primera hora, saldría publicada en una de las páginas de romántica más importantes de la Red.
Recibí otro mensaje y lo abrí rápidamente; pensé que era Dulce para avisarme de algo más, pero no... cuando lo abrí, mis manos temblaron.
Ya voy de camino, estoy deseando que seas mía.
—Dios, va hacia el hotel, y yo aquí.
—Dunia, ya puedes compensarlo después...
—Tenía que hacerlo, necesitan hablar. —Era la única excusa que tenía para no sentirme culpable por la mentira y lo que había confabulado a sus espaldas.
Se levantó mientras cruzaba el salón en dirección a la cocina y pensé qué hacer, si contestar o no, pero... el qué. Tenía claro lo que iba a ocurrir en cuanto Markel fuera consciente de lo que sucedía, se iba a molestar mucho conmigo. Pero sabía que Javier, después, ayudaría a que entendiera que yo no tenía la culpa de nada, y esperaba que su enfado se suavizara.
Abrí un mensaje nuevo y le escribí a Javier.
Avísame cuando llegue, le enviaré un mensaje.
Fui al baño mientras negaba con la cabeza. Sabía cómo reaccionaría y sólo esperaba que no se marchara, tal como actuó en Valencia. Enfrentarse a Javier era lo sensato, exponer sus discrepancias y conseguir llegar a un equilibrio, y que éste entendiera hasta dónde podía inmiscuirse.
Un mensaje me alertó y lo miré impaciente.
No me has dado mucho tiempo, acaba de llegar.
Mis ojos se abrieron a punto de salirse de sus órbitas y le envié un mensaje a Markel rápidamente.
Espero que me perdones. Tenéis que solucionar vuestros problemas.
No obtuve respuesta, nada, ni un mísero «ya te vale» o «no te metas en mi vida».
Esther apareció con un vaso de helado tamaño XXL y dos cucharas; sabía que lo necesitaba y, sin más dilación, me llevé una cucharada a la boca pensando que me ayudaría, pero para nada, seguía sintiéndome igual de culpable por el engaño. Pero ya no había marcha atrás y, por su falta de respuesta, sabía que se había molestado.
—Cielo, come helado, porque esta noche creo que alguien no te va a llamar.
—Tú anímame —contesté recriminándola—. Estarán hablando, tienen mucho que aclarar. No creo que en cinco minutos solucionen los problemas del mundo.
—Ajá.
La miré con mirada asesina y se calló mientras saboreaba una cucharada de helado de vainilla con la que me dieron ganas de ahogarla.
—Propongo una peli de miedo; tengo una que no he visto, ¿te animas?
—No tengo nada mejor que hacer.
—Desagradecida.
—Nooo, no quería decir eso.
Se levantó y fue directa hacia el televisor. Mientras ella buscaba en el canal de pago la película que quería ver, me dirigí a la cocina para coger del armario un sobre de palomitas y, tras tres minutos en el microondas, estuvieron listas para ser devoradas frente a la pantalla.
El asesino estaba escondido y una de las jóvenes, oportunamente, tenía ganas de hacer sus necesidades, así que se separó de sus amigas... Ya sabía lo que le sucedería, pero estaba embobada corroborando lo que mi mente ya había imaginado, cuando el sonido de mi móvil justo en el momento en que el asesino agarraba a la joven me hizo soltar un grito más alto de lo que Esther esperaba, que se unió mientras nos miramos y terminamos riendo como dos locas.
—Joder con el teléfono, cógelo ya.
—Dime —respondí sin haber mirado la pantalla. Esther continuaba riendo a carcajada limpia, sin obviar la música de fondo y los gritos de la joven que estaba siendo torturada.
—Pero ¿dónde estás?
—Viendo una película de miedo, y vaya con la peliculita. —Comencé a reír al reconocer que era Markel, quien lo había oído todo—. Por cierto, ¿estás enfadado? —pregunté temerosa de su respuesta.
—No, pero no se me va a olvidar tan fácilmente. ¿Os venís un rato?
—Dice que si te apetece que vayamos con ellos —le dije en voz alta a Esther mientras Markel esperaba al otro lado de la línea.
—Cuando termine, no me quedo sin final.
—¿Has oído?
—¿Cuánto le queda? —Miré el marcador donde aparecía cuánto llevaba y el total de minutos del filme.
—Sólo veinte minutos.
—Perfecto. Ya sabes dónde estamos, ¿no? —Su tono irónico consiguió que sonriera.
—Sí, allí estaremos en media hora más o menos.
Colgué el teléfono y me sentí aliviada, ya que no estaba molesto conmigo. Para nada, su tono era de tranquilidad, así que intuía que habían limado sus diferencias. En ese instante no me importaba mucho la película; la verdad, ya no estuve concentrada en ella. Lo único que conseguía que de vez en cuando mirara la pantalla eran los gritos y saltos que emitía Esther descontroladamente.
Cuando terminó, recogimos el bol y los vasos que habíamos ensuciado y nos dispusimos a cambiarnos de ropa. No sabía qué ponerme, pero apenas tenía tiempo, debía vestirme con cualquier cosa. Abrí el armario y vi ante mí la prenda perfecta. Era informal. Cogí el vestido tejano de manga corta y, tras calzarme unas sandalias planas, estuve lista. Salí hacia el baño y me topé con Esther; estaba engominándose el pelo hacia atrás. No había duda de que era la persona más moderna que tenía a mi alrededor. Me miró y me alborotó el pelo, me dijo que ya estaba perfecta y salimos en dirección al hotel.
Estaba alegre. Sabía que, si los dos estaban de buen humor, lo pasaríamos bien, y Esther llevaba días sin estar con nosotros y también deseaba volver a salir con ellos.
En pocos minutos nos plantamos en el hotel, entrando en el parking para aparcar. Llegamos a recepción y pregunté por ellos. Un chico nos indicó que subiéramos a la planta doce y nos señaló dónde se encontraban los ascensores.
Esther me explicó que en aquella planta no había habitaciones, sino una sala de fiestas a la que se podía acceder libremente. Subimos y comprobamos que la música estaba bastante alta. Ella me dijo que los veía al fondo. Me cogió de la mano y traspasamos la sala hasta el final, donde en una barra secundaria estaban ambos con una copa en las manos, hablando amigablemente.
Cuando nos vieron acercarnos, sonrieron y se pusieron de pie para saludarnos, pero lo que no esperaba era su recibimiento: me agarró de la cintura y me besó como si hiciera años que no me veía.
—¿Todo bien? —pregunté con doble sentido.
—Ahora que estás a mi lado, sí.
Esther se dedicó a hablar con Javier un rato como si no nos vieran, y nosotros charlamos durante unos minutos sobre lo que había sucedido entre ellos; habían llegado al acuerdo de que jamás volvería a decidir por él. Era la solución a sus problemas y por fin reinaba la paz en el ambiente.
Javier nos recordó que a la mañana siguiente, a las diez, debíamos estar en la feria del libro, así que no podíamos excedernos. Todos reímos y brindamos por el éxito que estábamos obteniendo. Aproveché para comentarle a Markel lo que había sucedido con el blog, las insinuaciones que habían lanzado, y él se rio; no le dio la menor importancia, pero sí me comentó que la propuesta de Dulce de hacer una entrevista aclarando cada uno de los puntos era fantástica.
Llevábamos un par de horas riendo e incluso bailando alguna de las canciones que sonaba a través de los altavoces, mientras Markel me susurraba al oído repetidamente que me fuera a dormir con él, que no me iba a arrepentir. Pero pensaba irme con Esther, ya vería el día siguiente qué decidía, pero esa noche era para mi amiga.
Javier volvía a ser el guasón de siempre; no dejaba de bromear y Esther se lo pasaba de maravilla con él. Pero la noche ya se terminaba, estábamos cansados del viaje y, aunque no teníamos ganas de irnos, nuestros cuerpos nos pedían a gritos que fuéramos a descansar.
Le pedí a Esther que regresáramos y por una vez no me llevó la contraria, me comprendió al instante. Decidimos irnos, pero Markel me pidió que esperara un momento; mientras ellos bajaban en el ascensor, nosotros salimos a una terraza que había justo en la sala.
—Vente conmigo.
—Markel, ya te he explicado por qué no puedo.
—No voy a rendirme tan rápido. —Se acercó y apresó con sus dientes el lóbulo de mi oreja mientras su aliento rozaba mi oído, consiguiendo que se erizara e intentara separarme de él sin éxito.
Sus manos se posaron en mi trasero y sus dedos juguetones arrugaron la tela tejana, consiguiendo subirla para poder tocarme la piel. Miré alrededor y comprobé que no había nadie, o al menos nadie lo suficientemente cerca como para que pudiera vernos. Sus manos me acariciaban mientras me arrimaban hacia su cuerpo; su erección no estaba en pleno apogeo, pero tampoco estaba dormida. Sólo necesitaba un poco más de ayuda para incrementar el deseo y sería imposible resistirse a su necesidad.
Pero mi mayor problema era mi mente; estaba excitada y quería sentir más, sus labios, su lengua y su pene... recordaba una vez tras otra cómo entraba y salía de mi cuerpo, consiguiendo que el deseo aflorara tanto que no pudiera pensar en ese momento en estar lejos de él. Pero debía ser más fuerte, irme a casa a dormir y pasar una noche sin tener la tentación tan cerca.
—Tenemos que bajar, nos esperan.
—No creo que les importe mucho.
—Markel...
—Vuelve a repetir mi nombre —me susurró al oído.
—No... no puedo.
—Me has traído a este hotel engañado, pensando que iba a disfrutar de una noche de sexo como nunca había vivido, y me he encontrado con Javier... imagínate la frustración que he sentido. ¿Ahora qué tengo que hacer contigo?
—Hoy, nada.
—Mañana no tienes ningún plan, ¿cierto? —Asentí mientras mi pecho agitado denotaba que la respiración se me entrecortaba y me temblaban las manos; temía el plan que podía estar maquinando para vengarse de mí—. Contesta.
—Ya lo he hecho.
—No te he oído.
—No tengo ningún plan.
—Pues ya lo tienes; reserva la noche y prepárate para gozar.
Sus palabras consiguieron dejarme paralizada y sintiendo la misma frustración que él había sentido horas antes.
Entré y se colocó detrás de mí. Podía intuir la sonrisa plasmada en su rostro sintiéndose triunfador, había logrado su propósito. Mi sexo gritaba que me diera la vuelta y me lanzara sobre él, pero mi cabeza sabía que no iba a responderme. Mi castigo era marcharme a casa deseando que me tocara, que me besara y me hiciera suya, pero nada de eso iba a suceder. Regresaría a casa de Esther con un dolor en el estómago que me iba a asfixiar, y no sólo eso, mis braguitas estaban empapadas de deseo.
Las puertas del ascensor se abrieron justo en el instante en que su mano se coló bajo mi vestido y uno de sus dedos se adentró una milésima de segundo dentro de mí, consiguiendo excitarme. Me paré al instante, deseando que no terminara, que siguiera, que las puertas se cerraran una vez más. Pero su mano se posó en mi espalda, mientras me susurró que avanzara, que era nuestro piso.
Su sonrisa ladina me enfureció; no podía ser tan cruel, no me podía dejar excitada como si no ocurriera nada, pero, cuando me di cuenta, Esther estaba delante de mí analizando mis movimientos, sabía que algo no iba bien.
Mi cara lo hacía patente, pero Markel le habló como si no ocurriera nada, y me besó enredando su lengua con la mía como si ésta me hiciera el amor, antes de decir que tenían el coche delante del hotel, y que nos veríamos al día siguiente.
Mi enfado se incrementó por segundos... no podía ser cierto, no sólo me había dejado frustrada, sino que continuaba incrementando el deseo para que tuviera uno mayor; pero no, esto no iba a quedar así.
Esther me miró sin saber qué decir o hacer y esperó unos segundos mientras observábamos cómo se alejaban como si nada. Bajamos hasta el subterráneo. No era capaz de decir palabra alguna, estaba demasiado resignada, y mi cuerpo necesitaba sexo urgentemente, no se conformaba. Mi mal humor crecía por instantes, y estaba nerviosa.
—Pero ¿qué te pasa?
—Uf, no me preguntes, que me va a dar algo.
—¿Qué te ha hecho?
—Mejor te digo lo que no ha hecho... no puedo más Esther, necesito... no me atrevo ni a decirlo.
Comenzó a reír, entendiéndome perfectamente.
—¿Quieres que vayamos a buscar tíos?
—No... pero...
—Amiga, un buen consolador es lo que necesitas ahora mismo.
—No te lo voy a negar, el muy... me ha dejado... uf... —Mi respiración cada vez se entrecortaba más sin apenas permitirme balbucear las palabras.
Ella rio y no volvió a decir nada más, mientras yo seguía con la temperatura corporal a punto de estallar. Las imágenes de su dedo entrando en mi cuerpo en aquel ascensor no dejaban de proyectarse en mi mente; mi frente estaba húmeda y mi ropa interior, completamente mojada. Mi teléfono vibró y miré el texto sin saber quién sería tan tarde.
Espero que pienses en mí durante un rato, al menos.
No podía creer lo que estaba leyendo; encima estaba burlándose de mí, consciente de cómo me podía sentir en ese momento.
No sé por qué debería estar pensando en ti.
Pulsé la opción de «Enviar», mientras sólo podía pensar que lo odiaba hasta la saciedad o, mejor dicho, lo deseaba, ya no sabía qué ganaba a qué.