Capítulo 21

 

Más excitante de lo que imaginé

 

 

Mis ojos no daban crédito a lo que veía; sin embargo, ver el gesto de asombro de Assa me aseguró que ella no tenía nada que ver. Justo en la puerta de la galería estaba Thor; sobre la moto y con el casco apoyado en el depósito de ésta. Sus mechones se movían libres acompasados con las ráfagas de viento que los azotaban. ¿Qué hacía allí? ¿Estaba esperando a alguien? Su mirada impaciente al reloj lo demostraba.

Assa me cogió del brazo y me obligó a caminar. Mis pies comenzaron, uno tras otro, a avanzar con la mirada fija en sus ojos; éstos aún no me habían visto y estaban perdidos, observando distintos puntos, ninguno en concreto.

De pronto, como si de un sexto sentido se tratara, se giró hacia nosotras y clavó su mirada en la mía. Su expresión denotaba que a quien esperaba era mí.

—Vamos dentro, nos esperan.

—Necesito decirte una cosa. —Cortó a Assa de forma tajante, con voz ronca y seguro de sí mismo.

—Me esperan... —No me dejó terminar la frase.

—Sólo dos minutos, y me iré. —Asentí, consciente de que ella me miraba desaprobando mi decisión, pero no tardaría. Le pedí que me esperara dentro y, a regañadientes, aceptó, no sin antes amenazarlo directamente, recordándole que me esperaba en dos minutos.

—Dime, no tienes mucho tiempo.

—Dunia... —Se quedó callado unos segundos. Puse los brazos en jarra con cara de «habla o me voy»—. Siento lo que te dije, nunca pensé que escribir te gustara tanto.

—No te has preocupado jamás de saber qué es lo que me gusta. Yo sé que te fascinan las motos, en concreto el modelo en el que estás sentado; sé cómo trabajaste para conseguirla y sé lo que darías por hacer la ruta 66 en moto. Pero tú no sabes nada de mí.

—¿Qué puedo hacer para compensarte?

—Ya es tarde, he conocido a alguien... —No sabía por qué lo había dicho, mis palabras salieron solas, como si con ello le hubiera ganado la batalla.

—¿Español?

—¿Sucede algo? Te recuerdo que yo soy española, nací allí —no me respondió, permaneció en silencio mirando hacia otro lado—. Ya he oído suficiente. —No lo dejé acabar.

Me di la vuelta y entré antes de que pudiera reaccionar y retenerme. Cuando traspasé la puerta y entré en la sala, el olor me embriagó; la combinación del aroma a pintura y materiales de las esculturas inundaba aquel lugar, consiguiendo que el enfado que había despertado Thor en mí se esfumara en ese mismo instante. Caminé mientras observaba una vez más aquellas obras y percibía el amor en ellas, la pasión...

Oí mi nombre y vi a Assa con una pareja, junto a la chica que nos guió por la exposición la otra vez. Ambos eran de la misma edad que ella; no recordaba su nombre, pero sus rasgos asiáticos eran difíciles de olvidar. Los tres me observaban mientras caminaba hacia ellos. El glamour del trío era evidente, nada que ver con pintores bohemios con ropas destartaladas, ellos iban vestidos con ropa cara.

Al llegar hasta ellos, Assa me los presentó. Primero a Claudio, sin duda un seductor. Vaya mirada tenía, seguro que había cientos de chicas esperándolo, aunque, tras darme dos besos, apresó la cintura de su acompañante, quien me saludó con dos castos besos y una sonrisa de oreja a oreja; se llamaba María. Assa les dijo que yo era la autora del best seller erótico de moda; ellos sonrieron y me felicitaron. Sabían lo que era el éxito, no como yo, que aún era bastante novata.

Yué, Assa me recordó su nombre al presentármela, le dijo a María que era mejor que fuéramos a hablar a un sitio más tranquilo. Yo no sabía qué hacía allí, ya que mi amiga era una experta guardando secretos y preparando sorpresas, así que los seguí hasta una puerta blanca que apenas se apreciaba y que llevaba a un almacén. Me quedé boquiabierta al ver el andamio y los lienzos distribuidos por el espacio, algunos de ellos terminados, otros a medias, cada uno único.

—¿Te gusta la pintura?

—Sí, disfruto mucho viéndola.

—Nosotros, por suerte, vivimos de ella, es nuestra pasión. —La voz de Claudio mientras me lo explicaba denotaba lo que sentía por aquel lugar.

María se alejó hasta abrir una nevera de la que sacó una botella de champán. Assa permanecía a mi lado, sonriente; estar al lado de ellos, que eran artistas reconocidos y famosos, era su propósito en la vida desde hacía mucho tiempo. Claudio nos propuso que nos sentáramos en unos sillones que había al fondo, mientras cogía de las manos de su mujer unas copas de cristal. No pude evitar fijarme en sus miradas, en cómo se devoraban mutuamente; mi mente registró aquellos momentos, sabía que en algún instante podría utilizarlos.

Nos ofrecieron una copa, a la vez que María se lanzaba a hablar entre risas. Me habían llamado para que escribiera su historia. Yo me quedé anonadada, no me esperaba que me hicieran una proposición así. Había escritores mucho más reputados que lo harían mejor, pero ellos tenían claro que me querían a mí. María me explicó que había leído el libro que Markel y yo habíamos escrito y que había quedado fascinada, tanto que le propuso a Claudio que yo escribiera su propia historia. Lo miró y él asintió, confirmando que ambos querían que se escribiera.

Yo no sabía muy bien qué era lo que pretendían, o lo que realmente escondería ese relato, así que les pregunté en qué género se podría encasillar su vivencia. Una carcajada de María retumbó en el almacén y Claudio me confirmó que, sin duda, era erótica, que no eran una pareja convencional.

Assa tenía los ojos como platos. Si lo que yo escribía le sorprendía, lo que íbamos a oír sin duda iría más allá de lo que ninguna de las dos habíamos experimentado... y seguramente no llegaríamos a vivirlo en primera persona, jamás. Ella salió, disculpándose antes, pues debía seguir con su trabajo en la galería.

Cuando nos quedamos a solas, me preguntaron si estaría dispuesta a aceptar el encargo y yo, sin dudarlo, contesté que lo intentaría, que me resumieran un poco el transcurso de su relación y que me pondría manos a la obra. Les expliqué que era novel y que no les aseguraba nada. Ellos lo comprendieron y me pidieron que lo probara y que, si el resultado era el que ellos deseaban, se publicaría; si no, abandonarían la idea o le pedirían a otro autor que lo hiciera. Saqué de mi bolso una libreta que siempre iba conmigo y les pedí que me resumieran los grandes hechos que deberíamos destacar.

 

 

Cuando miré el reloj eran las diez de la noche y no habíamos parado un instante. Tenía gran cantidad de páginas escritas, con detalles espectaculares, dignos de una historia. Assa me había dicho que aquella pareja tenía algún secreto, pero lo que acababa de conocer era una historia alucinante.

—Mira la hora. Dunia, perdona, te hemos robado demasiado tiempo —se disculpó María, preocupada por mí.

—No os preocupéis por eso. ¿Estáis seguros de que queréis que escriba explícitamente?

—Queremos que sea así. Nosotros somos pasionales y no nos avergonzamos de nada —sentenció muy segura de sí misma.

—Espero estar a la altura.

—Sé que lo estarás. Me encantó el libro y te aseguro que pienso comprar cada una de las obras que escribas.

—Gracias, no sé qué decir.

—No digas nada.

—¿Quieres cenar con nosotros? —nos interrumpió Claudio mientras recogía las copas que seguían en una mesita de cristal.

—No, tengo que volver. Tengo una cita y debo marcharme ya.

—Pues no te entretenemos más; si tienes cualquier duda, llámanos. —Me entregó una tarjeta con sus números de teléfono móvil y yo les apunté el mío, por si les surgían más detalles.

Salimos del almacén y busqué con la mirada a Assa, pero no la vi. Pregunté a Yué y me indicó que ya se había ido, que no quiso interrumpirnos, así que salí y recordé que me había traído ella. No tenía coche y eran más de las diez. Había quedado con Markel, pero a ese paso no llegaría a tiempo. Cogería un autobús.

No tenía más remedio, así que caminé hasta la parada y me senté a esperar; de pronto oí un motor, un rugido que tenía nombre; era el único que bramaba de aquella forma. Miré hacia la calzada y, al verme, se paró.

—¡Sube!

—Mejor espero al autobús.

—¿No sabes leer? La ruta está cancelada. —Miré justo detrás de mi hombro y, efectivamente, había un cartel que informaba de que esa línea se había interrumpido unos días; no podía creer que eso me pasara a mí.

¿Por qué Assa no me había esperado? Cuando la viera, se iba a enterar... pero en ese momento tenía una decisión que tomar: me montaba o buscaba otra forma de llegar a casa. Su mano se deslizó fuerte, acelerando sin moverse del lugar, pero yo estaba confusa. Un segundo grito me anunció que, si no me montaba, se iría, y entonces estaba segura de que no llegaría a mi cita de las once. Deseaba volver a verlo, así que no lo pensé más, le quité el casco de las manos, me lo coloqué y, de un salto, me subí a la moto.

Aceleró bruscamente, consiguiendo que por instinto rodeara su cintura para no caer. No le podía ver la cara a través del casco, y más estando detrás, pero sabía que estaba sonriendo, me tenía donde él quería. Aunque en lo único que pensaba yo era en llegar a casa y ver los ojos de Markel. En ese instante hubiese dado lo que fuera por volver a su casa, a sentir su cuerpo. Mi mente traicionera estaba imaginando sus músculos, cuando me di cuenta de que mis manos estaban acariciando los abdominales de Thor; no sabía en qué momento se habían colado bajo su camiseta. Mis ojos se abrieron y rápidamente moví las manos para apartarlas, pero él las apresó y me obligó a sujetarme de esa forma de nuevo, mientras un «agárrate fuerte» me avisó de que soltarme no era buena idea.

La velocidad aumentaba peligrosamente. Cerré los ojos, estaba asustada; un mínimo fallo y podríamos sufrir un accidente, pero a él no le importaba. Le golpeé en la espalda con una de las manos, pero sólo conseguí que acelerara todavía más. Continuó hasta que llegamos a la puerta de mi casa y derrapó para detener la moto, mientras él emitía un grito para descargar la adrenalina. En cuanto paró, me bajé y me quité el casco enfurecida; luego se lo lancé al abdomen, aunque él lo cogió al vuelo, y le grité.

—¡¿Estás loco?! ¡¿Me quieres matar?!

—No ha sido para tanto.

—Vete a la mierda.

Caminé hacia la puerta de mi casa y abrí con las llaves. Oía que me llamaba, pero no tenía intención de girarme, deseaba alejarme de él. Me arrepentía de haber decidido que me acercara. ¿Cómo pude acariciarlo pensando en Markel? Seguro que creía que aún lo deseaba, y mis actos eran los únicos culpables. Necesitaba ver a Markel, él conseguiría que me olvidase de lo ocurrido. Cerré la puerta con llave y respiré hondo. Una gota de sudor recorrió mi frente; la retiré con el brazo y, sin dudarlo, fui hacia mi habitación. Presioné el botón del ordenador portátil mientras caminaba de lado a lado nerviosa, confusa; seguía sin creer lo que mi cuerpo había hecho, me había traicionado.

La pantalla azul del sistema operativo apareció, alumbrándome. Sonreí, estaba a punto de poder verlo, de sentirlo más cerca por muchos kilómetros que nos separaran. Me quité las botas y me lancé sobre el colchón para luego apoyarme sobre los codos, mientras la aplicación de Skype se abría y emitía su primera llamada. El sonido rompía el silencio instalado en la habitación, pero él no respondía al otro lado.

Cogí el teléfono que tenía dentro del bolso y le envié un mensaje para avisarlo de que ya estaba disponible. Suspiré al sentir que no podría verlo para olvidarme de lo sucedido y me fui a la cocina en busca de una cena rápida.

Anduve descalza sobre la templada madera hasta llegar, abrí la nevera y descubrí una ensalada que me había dejado preparada Grete; menos mal que siempre venía y me llenaba la nevera; si no, me alimentaría de comida rápida y no muy sana. Cogí el bol, un tenedor y fui comiendo directamente de él. Mientras paseaba por el comedor, recordé la historia de Claudio y María; no podía negar que eran una pareja sexualmente muy activa. Dios mío, ella era alucinante, ¡hasta dónde había llegado por negarse el amor! Sin duda estaba deseando comenzar a escribirlo, pero antes debía avisar a Dulce; ella me había pedido que la informara de mis proyectos.

Abrí la aplicación de Facebook y, a través de chat, le expliqué lo que me habían ofrecido. Me contestó al instante que era una buena idea, que no lo dudara. Ella sabía que esa pareja era muy conocida, famosa, y su historia sería una bomba. Declarar el tipo de relación que tenían iba a ser un éxito de ventas. Le dije que, cuando la escribiera y ellos la aprobaran, se la enviaría para publicarla. Cerré la ventana de su chat y abrí la de Markel; aún estaba desconectado. Miré el de Esther y tampoco estaba. Se habían puesto todos en mi contra; cuando los necesitaba, brillaban por su ausencia.

Encendí el reproductor de música y continué comiendo la ensalada mientras mi cabeza se movía al son de Linkin Park, uno de mis grupos favoritos. Con todo, no dejaba de mirar la pantalla, esperaba un mensaje, una llamada, algo... pero mis temores empezaron a azotar mi mente, estaba sucediendo lo que más temía... nuestra relación ya no sería lo mismo. No me confundí cuando pronostiqué que nuestra fecha de caducidad era la del día que me marché de Madrid y nos alejamos. No habían pasado ni veinticuatro horas y ya estaba frente al ordenador ansiando un contacto con él, uno que sabía que no iba a llegar. Seguramente estaba con Javier, disfrutando de la vida sin acordarse de lo nuestro.

El nerviosismo se apoderó de mí, tanto que no pude seguir sentada. Me levanté y me fui a la cocina para dejar el bol en la nevera. Estaba dejando el cubierto en el fregadero cuando oí una llamada de Skype. Abrí los ojos de par en par y dejé lo que estaba haciendo para contestar antes de que ésta finalizara: entré en la habitación y la luz parpadeaba, me lancé sobre la cama y pulsé el botón de responder. Su cara apareció sonriente.

—Buenas noches, Hechicera.

—Buenas noches, Jean.

—No me llames así, tú no. ¿Cómo ha ido el día?

—Interesante.

—Me interesa, tengo tiempo para que me lo cuentes.

Se cruzó de brazos y se acomodó en la silla del salón. Sabía exactamente dónde estaba sentado; podía cerrar los ojos e imaginarlo en su casa, pero estábamos muy lejos y lo único que tenía frente a mí era su cara, sus ojos oscuros y brillantes y su sonrisa.

Le expliqué lo que me habían ofrecido y me felicitó. Me dio unos consejos que registré y le comenté mi vuelta a la fábrica; evidentemente omití mi encontronazo con Thor, no tenía necesidad de saberlo. Mi estado de ánimo había cambiado; estaba de nuevo contenta, parecía que mi pensamiento de que comenzábamos a distanciarnos sólo eran tonterías mías.

Estuvimos hablando durante un rato. Me contó que había avanzado mucho en la novela que Javier le insistía tanto en que escribiera. Los dos estábamos cansados, pero ninguno quería despedirse y no podíamos dejar de mirarnos a través de la pantalla.

—¿Qué piensas?

—En la distancia que separa nuestros cuerpos.

—Acortémosla —aseveró con sonrisa lasciva.

—¿Cómo?

Me miró y se quitó la camiseta, sin dejar de mirar el ordenador con la mirada fija en la mía. Mis ojos fueron directos a sus pectorales; luego observé sus abdominales, fuertes y marcadas, y la humedad invadió mi sexo; comenzaba a sentir lo mismo que sentía al estar a su lado.

—Me encantaría olerte —respondió mientras yo dirigía mis dedos hacia mi sexo y, tras empaparlos, los llevaba a la punta de mi nariz—. Y saborearte.

Sonreí, sabía lo que quería. No podía ver su mano, pero el movimiento de su brazo me demostraba que se estaba acariciando mientras me miraba. Nunca me había masturbado delante de nadie y menos por webcam, pero lo que tenía claro era que el hombre que tenía delante despertaba un deseo que necesitaba satisfacer de la forma que tuviera a mano.

Dirigí mi dedo índice a mi boca y lo lamí; lo succioné, sintiendo mi sabor, el que él sentía cuando me lamía. Mi lengua era la suya y eso le excitaba; sus movimientos se tornaron más rápidos y su voz se oscureció conforme la excitación crecía.

—Redondea el clítoris y pellízcalo suavemente.

Cómo si de una orden se tratara, mis dedos corrieron hacia mi sexo. Necesitaba complacerlo, a él, a mí, a los dos. La yema de mis dedos acariciaron, presionaron y pellizcaron ese punto tal y como sus palabras se repetían en mi mente, y un jadeo escapó de mi garganta sin poder retenerlo.

—No te reprimas, quiero oírte.

—No... —apenas pude balbucear, el placer que me estaba regalando a través de la pantalla me excitaba, me superaba.

—Sí, lo necesito, por favor.

Como si una mordaza se hubiera retirado de mi boca, un gemido desgarrador salió en ese instante. El deseo era tal que uno de mis dedos se adentró en el interior de mi sexo, recordando su miembro.

—Mi Hechicera, sigue, uno más. Recuérdame dentro de ti.

Abrí los ojos y vi su mirada teñida de fuego, de excitación... iba a conseguir que tuviera un orgasmo inolvidable. Metí dos dedos más, que acompañaron al que ya había profundizando y abierto la pasión, acariciando las paredes, llegando al final y consiguiendo que mi cuerpo comenzara a anunciar lo evidente.

—No voy a aguantar más.

—Sigue —apenas pudo contestar.

Mis movimientos se aceleraron mientras mis gemidos y suspiros cada vez eran más altos, el siguiente más que el anterior, hasta que un cosquilleo invadió mi cuerpo y mis dientes apresaron mi labio inferior, dejándome llevar. Oía cómo él se encontraba en la misma situación.

Durante unos segundos permanecimos callados recobrando el aliento, pero sin dejar de mirarnos. Verlo de aquella forma me encogía el corazón; deseaba tenerlo a mi lado, poder abrazarlo, besarlo y olerlo. No cabía duda de lo difícil que iba a ser mantener esa relación. El día había sido ajetreado, pero en el momento en que me vi sola en casa, todo cambió: pocas cosas tenían sentido y poder estar con él, aunque fuera en la distancia, era una de ellas. Me consolaba sabiendo que, al menos, podía verlo.

—Me has traicionado, no estás en la hamaca.

—Hum, lo sé. Ha llovido, pero necesitaba verte.

—Y yo, pensé que no hablaríamos, has tardado —dije con voz tímida.

—Javier me trae loco, estaba hablando con él, pero mañana a las once en punto me conectaré; intentaré que sea desde la hamaca —bromeó curvando la comisura de sus labios en una sonrisa que me dejó sin palabras; solamente pude sonreír.

Aparté la mirada de la pantalla y mis miedos se apoderaron de mí. ¿Cuánto tiempo podríamos aguantar así? ¿Quién se cansaría antes de la distancia que nos separaba? No sólo eso, ¿cómo podíamos prometernos fidelidad y confianza mutua si no nos íbamos a ver? Volví a mirarlo y vi que estaba estudiándome; sabía que algo ocurría, su gesto estaba serio, ya no sonreía como segundos antes.

—Dunia, vuelve o iré yo, pero no quiero ver esa incertidumbre reflejada en tu mirada.

—No podemos hacerlo, tendrías que dejar tu vida y es muy egoísta por mi parte —le contesté con la parte racional del cerebro y no con el corazón, que me estaba gritando que le pidiese que cogiera el primer vuelo, que viniese conmigo unos días, que me besase, que me abrazase... para volver a sentirme como lo hacía cuando estaba en Madrid. Sin duda iba a ser más complicado de lo que había creído, y con ello ratificaba nuestra fecha de caducidad, que no era muy larga...

—Estoy dispuesto a lo que sea por poder estar a tu lado.

—No, Markel; por favor, no insistas más. —Se oyó un teléfono y él se giró, dudando entre cogerlo o no.

—Cógelo, puede ser importante. Mañana nos vemos de nuevo.

Lo sopesó y se levantó con desgana de la silla; mientras lo veía alejarse, pulsé el botón de terminar la llamada y permanecí observando la pantalla mientras seguía meditando.

Me tumbé en la cama repitiendo en mi mente una vez tras otra lo que me acababa de decir: que volviera o que vendría él. Sin duda eso demostraba que quería estar conmigo, pero ¿cómo iba a volver y dejarlo todo? Era una locura, no estaba preparada para ello.

 

 

Estaba durmiendo, soñando que sonaba una llamada de Skype. Sonreí al imaginar que era realidad, que me estaba llamando, y en mis sueños aparecieron las imágenes de la escena vivida esa misma noche... pero el sonido era demasiado grave. Abrí los ojos y miré la pantalla del ordenador. Para mi sorpresa, no se trataba de un sueño, sino que me estaba llamando. Acepté la llamada y apareció su rostro sonriente frente al mío perezoso. Me froté los ojos y curvé la comisura de los labios, una leve sonrisa se me escapó.

—No puedo dormir.

—Pues yo estaba profundamente dormida, pero no importa, prefiero verte.

—Dunia...

—Por favor, no sigas la conversación de antes. —No sería capaz de resistirme a una nueva petición de que regresara. Por más que lo pensara, lo único que realmente cobraba sentido era estar a su lado y no a miles de kilómetros de distancia.

Por suerte comenzamos una conversación cualquiera que, sin darnos cuenta, se alargó hasta muy tarde, más de lo que teníamos pensado, pero era muy difícil despedirse, ninguno de los dos era capaz. Finalmente el sueño venció a nuestras pocas ganas de despedirnos. Me tumbé en la cama e intenté dormirme bajo su atenta mirada; él permanecía en silencio, observándome, hasta que dejé de ser consciente y el despertador sonó.

Tras pulsarlo, deseé que desapareciera, pero cinco minutos después el estruendo se repitió, ¡dichoso trasto! No quería levantarme, sólo deseaba dormir un poco más, pero el despertador no tenía intención de hacerme caso y sonó otra vez, así que me di por vencida, era hora de moverme. No tenía prisa, pero tenía algo en mente que debía hacer.

Esa mañana mi padre tenía que acudir al gestor, así que podría hablar con él sin que nadie me interrumpiera. Estaba decidida, por lo que me di una ducha rápida, me vestí y salí a coger mi coche para dirigirme al aserradero.

Cuando aparqué en la puerta, los trabajadores ya habían comenzado la jornada laboral. Se suponía que aún no me había reincorporado, pero, visto el caos que había encontrado, lo mejor era que fuera cada día unas horas y poder ayudarlos; si no, sería un descontrol.

Cuando entré en la nave, vi que Aksel estaba en la oficina. Entré y cerré la puerta detrás de mí de la forma más silenciosa que pude. Estaba hablando por teléfono con la empresa que nos realizaba el mantenimiento de las máquinas; por lo visto había una de ellas que no funcionaba del todo bien, e insistía para que enviaran a un técnico lo antes posible.

Colgó el teléfono y se me quedó mirando desafiante. Aún seguía enfadado, su mirada despedía fuego, que se dirigía directamente hacia mí. Se encaminó a la puerta sin tan siquiera darme los buenos días, pero se encontró con que estaba cerrada con llave; minutos antes había cerrado y había guardado las llaves en mi bolsillo; era la oportunidad de zanjar las diferencias.

—¿Qué quieres?

—No podemos seguir así. Somos hermanos y no está bien que siempre estemos discutiendo. Aksel ¿qué te he hecho para que me hables y trates tan mal?

—No te confundas, no eres mi hermana, ni una milésima parte de mi sangre es igual a la tuya.

—Como si lo fuéramos; nos hemos criado juntos, tu madre y mi padre llevan media vida unidos y nosotros igual, creo que nunca me he portado mal contigo.

—No te ha hecho falta. Tú siempre lo has tenido todo muy fácil; en cambio, yo... —Se calló y resopló, intentando no decir nada—. Yo siempre he tenido que demostrar más. Tu padre nunca me lo ha puesto nada fácil; cuando entré a trabajar aquí, lo hice desde abajo. Tú, en cambio, directamente en la oficina y haciendo lo que te daba la gana.

—¿Qué querías?, ¿que me pusieran en la máquinas? Yo no sirvo para esos trabajos, he estudiado para no tener que estar allí.

—Y yo también, pero a mí nunca se me ha valorado. Haga lo que haga, tú siempre irás por delante.

—Eso no es verdad. Mi padre siempre alaba tu trabajo, tu responsabilidad.

—Pero todo es tuyo. Es su fábrica, es su herencia y todo será tuyo.

—Por Dios, Aksel, si lo quieres, te lo regalo. —No pude evitar sentirme ofendida. Descubrir que su malestar era porque todo pasaría a mis manos era lo que más me cabreaba; mi padre no permitiría que eso pasara, estaba segura de que ya había pensado en ello.

—No es por el dinero, yo no lo quiero; es simplemente el hecho, el cariño. Déjame en paz de una vez, dame la llave.

—Ni hablar, tú y yo solucionaremos este tema aquí y ahora.

—¡Dunia, te estoy diciendo que me des la puñetera llave! —gritó consiguiendo que los trabajadores de la planta nos miraran desde fuera.

—No levantes la voz.

—Dame las llaves. —Extendió su mano y me miró. Metí la mano en el bolsillo y se las entregué. Me quedé sola y sin haber solucionado nada, pero ahora tenía una ligera idea de lo que le sucedía y tenía fácil solución. Aksel sólo necesitaba sentirse más valorado.

Me senté frente al escritorio y comprobé que apenas había facturas y albaranes, así que pensé en aprovechar el día para hacerle una visita a Fredrik y cerciorarme de los avances que ya había notado el día anterior. Sin duda, mi hermano era el que me iba a sorprender gratamente.

Cogí mis cosas y anduve con paso ligero por el interior de la nave mientras los empleados me saludaban. Cuando me senté en el coche y ya estaba dispuesta a irme, vi a lo lejos a Thor. Estaba fumándose un cigarrillo mientras manipulaba un tronco. Aunque era sexi, ya no estaba segura de sentir lo mismo por él. Negué con la cabeza y me alejé en dirección al centro escolar.

Cuando llegué, fui directa a secretaría. Allí solicité poder hablar con la tutora y, tras esperar unos minutos, me hicieron pasar a la sala de profesores. Entraron el psicólogo y la educadora de Fredrik, y les pregunté cómo iba su aprendizaje. Como ya esperaba, me informaron de que había mejorado a pasos agigantados durante los últimos meses. Había algo que lo había motivado, consiguiendo que se relacionara con más personas, apenas un acercamiento, pero, para su enfermedad, representaba un enorme avance.

Me preguntaron si quería hacerle una visita y acepté encantada. Cuando llegué a su mesa, observé el folio que tenía justo delante. Estaba completamente escrito, números desordenados sin sentido para mí, aunque, para él, cada uno de ellos tenía un significado, el resultado de algún enigma que su mente había planteado, y lo había plasmado.

—¿Me explicas el significado de todos estos números? —le dije mientras me sentaba en la silla que había vacía justo a su lado.

—Ya lo sabes.

—¿Ah, sí? Pues vas a tener que recordármelo, porque mi memoria es muy limitada.

—Kilómetros, horas, minutos segundos, centésimas de segundos... que nos separarán cuando te vayas.

—¿Crees que me voy a ir? —Asintió sin mirarme en ningún momento—. ¿Y estarás triste?

—Sí y no.

—¿Me lo puedes explicar? —Negó con la cabeza—. Mira, me vaya o no, soy capaz de llevarte conmigo, ¿vendrías? —Negó con la cabeza—. Tú no te preocupes por eso, porque, ¿sabes qué?, de momento no tengo intención de irme a ningún lado.

Sonrió y movió la cabeza nervioso.

Me levanté y fui hacia el psicólogo que había estado tomando notas de sus reacciones y, con una sonrisa de oreja a oreja, me dijo que en otro momento no hubiera contestado ni se habría inmutado, que el cambio era espectacular, y que éste siempre giraba en torno a mí. Sonreí mientras lo miraba, alejada, y me sentí halagada, pero también sentí una responsabilidad, no debía alejarme de él.

Salí del centro muy contenta, pero tenía que hablar con mi padre de mi supuesta hermana; necesitaba saber si él era consciente o no de su existencia, así que me senté en el coche y lo llamé.

—Papá, ¿dónde estás?

—Acabo de salir del gestor.

—Podemos comer juntos tú y yo, solos.

—¿Ocurre algo? —Intuyó que algo sucedía; mi tono de voz no era el mismo de siempre, era más serio, incluso contenido.

—He estado muchos días sin verte. Vamos a comer juntos, te recojo en el gestor. —No di pie a más preguntas, ese tema sólo se podía hablar en persona.

—Te espero.

Colgué la llamada, dejé el teléfono sobre el asiento del acompañante y me dirigí hacia allí. No podía evitar sentirme nerviosa; no entendía por qué, pero mis manos sudaban, y no dejaba de moverlas. Volver a pensar en mi madre removía algo en mi interior que no me gustaba nada, pero debía enfrentarme a ello.

Al fondo, pude intuir la silueta de mi padre. Estaba en la puerta, hablando con el gestor, imaginé que haciendo tiempo. En cuanto paré a su lado, se despidió y se sentó en el asiento del copiloto; luego me dio un beso en la mejilla y me preguntó adónde íbamos a almorzar. Y en ese instante pensé en pedir comida y que la trajeran a mi casa, allí podríamos hablar tranquilamente.

—Llama para que nos traigan el almuerzo. —Le guiñé un ojo y me hizo caso. Cogió su teléfono y marcó el número.

 

 

Me senté en el sofá y él me acompañó. No sabía por dónde empezar, ni cómo decírselo, pero él no pudo esperar y me pidió que le contara qué ocurría, que confiara en él, fuera lo que fuese.

—Papá, en Madrid he conocido a alguien... —Comenzó a reírse, interpretando que estaba hablando de Markel y que iba a decirle algo de él—. No es él, sino una chica. —Conseguí captar su atención y frunció el ceño sin saber qué le iba a contar—. Vino a verme y me dijo que era hija de mi madre... vaya, mi hermana.

—¿Qué?, ¿ha tenido otra hija? No puedo creerlo. —Una risa incrédula salió de su garganta, mientras se peinaba con las manos. Sin lugar a dudas, no tenía ni la menor idea de su existencia.

—Eso parece. No sé nada más, apenas pude hablar con ella. Sólo me mostró una foto y, efectivamente, era de mi madre, pero no fui capaz de preguntar. ¿Tú qué harías, te pondrías en contacto con ella? Tengo su teléfono, pero no sé qué hacer, ni si quiero saber más.

—Cariño, tú eres la única que puede decidir si quieres saber o no. Por mi parte puedes estar tranquila, yo tengo superado lo de tu madre. Por mí no debes preocuparte, es tu hermana... si quieres saber de ella, estás en todo tu derecho.

—Sabes que te quiero, ¿no? —Le di un abrazo y le besé la mejilla.

—Más te vale, pero ahora cuéntame que hay entre tú y el escritor ese.

—Papá... —Me miró con cara de «no me voy a asustar de nada» y no pude evitar reírme avergonzada—. No sé qué hay, no sé qué somos ni si la distancia terminará lo poco que hemos tenido, pero me gusta, papá. Estos días han sido increíbles.

—Lo tenéis muy difícil, cariño, pero nada es imposible, el amor puede con todo.

—Que melodramático te has vuelto.

—Es lo que prima en las novelas románticas, para eso soy el padre de una escritora —bromeó.

Le expliqué lo que me habían dicho de Fredrik y durante un rato estuvimos poniéndonos al día de todo lo que había sucedido con él y con Aksel. Realmente echaba de menos pasar ratos a solas con mi padre; siempre habíamos estado muy unidos y poder explicarle mi viaje mientras bromeábamos sobre el futuro era más de lo que le podía pedir al destino.

A través de sus palabras
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