Capítulo 24

 

No me lo puedo creer

 

 

—¿Así me recibes?

—¿Y Esther?

—Creo que te ha mentido, ya es la segunda vez. Deberías cambiar de amiga.

Lo miré y no me podía creer que lo tuviera delante. Estaba esperando a que reaccionara, a la vez que sonreía divertido. Pero no podía pensar en nada, lo que menos esperaba era que apareciera él en lugar de Esther. Sus manos se posaron en mis caderas y me obligaron a acercarme; comencé a sentir su olor y el nerviosismo que sentía en España cada vez que lo besaba volvió a mí. Los centímetros que nos separaban eran casi inexistentes; sus labios se posaron sobre los míos y nos abrazamos fuerte. Ambos deseábamos estar de nuevo juntos.

«No sé si estoy soñando, pero, si es así, no quiero despertar jamás... no quiero que sus brazos me separen de su cuerpo, sólo anhelo besarlo.»

No me importaba que fuéramos el centro de atención, entre tanta gente que nos rodeaba. Mis labios se abrieron más y su lengua se enredó en la mía para sentir su sabor, ese que tanto ansié días atrás, y ahora estaba conmigo, besándome, atrapándome entre sus brazos... y era feliz, más de lo que jamás imaginé estar al verlo de nuevo.

Tras unos castos besos en la comisura de mis labios, se apartó para mirarme y sólo pude ver el brillo de sus ojos; estaba sonriente, seguro que mi cara era un poema, pero aún no podía creerme que hubiese venido.

—¡Sorpresa!

—¿Y tu novela?

—Cuando regrese tendré que escribir como un loco, pero merecerá la pena. —Sus manos atraparon mi barbilla y volvió a posar sus labios sobre los míos; luego se separó unos segundos y, con los ojos cerrados, apoyó su frente en la mía y, al moverla de lado a lado, nuestras narices se rozaron, como si se estuvieran besando.

—¿Dunia? —Me aparté rápidamente para saber quién me está llamando... y no di crédito; en un período de tiempo tan corto, no sabía cómo me podía encontrar a dos personas tan inesperadas. Pero así era: delante de mí, con cara de circunstancias por haber interrumpido nuestro momento, se hallaba la hermana de Thor.

Se acercó a nosotros paso tras paso, temerosa de mi reacción; sonreí. Sin duda, aquella niña que conocí ya no existía, era toda una mujercita. No lo dudé un instante: la estreché en un abrazo, que la paralizó, y me dio un beso en la mejilla en cuanto sintió mi alegría.

Me comentó que había venido a ver a su hermano, ya que hacía mucho que no hablaba con él. Me preguntó si yo lo había visto. No le mentí; fui sincera y le expliqué que estaba trabajando para mi padre, pero que apenas teníamos relación. Un gesto triste apareció en su rostro cuando miró a Markel, que estaba a nuestra derecha esperando a que terminásemos de charlar. Ambas habíamos hablado en noruego y él no había entendido nada de nuestra conversación; por ello, para que no se sintiera incómodo, le expliqué en castellano que era la hermana de un amigo... de pronto, ella me interrumpió y, en un perfecto inglés, con la esperanza de que con ese segundo idioma la entendiera, lo saludó.

Markel sonrió y evidentemente entendió lo que le había dicho. Se acercó y le dio dos besos mientras le preguntaba si tenía transporte para llegar allí adonde fuera. Ella negó con la cabeza y me miró avergonzada, pero yo la agarré del brazo y les dije a ambos que nos íbamos, que tenía el coche en el aparcamiento del aeropuerto. Asintieron y cogieron sus maletas para salir.

Me extrañaba mucho que Annia hubiese viajado sólo para comprobar que su hermano estaba bien; sin duda podía asegurar que no era el mismo de siempre, algo le sucedía y no quería decirlo. Pero no pensaba ser yo la que indagase, esperaba que ella pudiera descubrirlo y ayudarlo, pues no me gustaba verlo mal. Había sido muy importante en mi vida.

Continuamos caminando, mientras le di las gracias a Markel en castellano; él solamente sonrió. Intuí que sabía quién era, ya que conocía que tenía un ex novio y era demasiado listo como para no relacionar a las personas.

Nada más salir por la puerta, un aire gélido nos envolvió. Lo miré y vi que estaba subiéndose el cuello de la chaqueta después de haber emitido un suspiro, impactado por el cambio de temperatura. Yo sonreí, pero no le dije nada; lo entendí perfectamente. Caminamos entre varios coches hasta llegar al mío. Abrí el maletero y Markel colocó su maleta y le pidió a Annia que le entregara la suya para poder guardársela también.

Percibí que ella estaba confusa, pues no estaba acostumbrada a verme con otra persona que no fuera su hermano, pero las cosas habían cambiado y tenía que respetarlo. Por suerte, lo estaba haciendo; asintió y le acercó la maleta para rápidamente sentarse en el asiento trasero de mi coche. Cuando Markel cerró el maletero, me miró; sabía que me estaba analizando.

Cuando me dispuse a caminar hacia la parte delantera del vehículo, me detuvo agarrándome por las caderas y me atrajo hasta topar contra su cuerpo. Lo miré extrañada y acercó su boca a mi oído. Noté su respiración; estaba caliente y comencé a ponerme nerviosa, hacía días que no experimentaba esa sensación.

—¿Estás bien? —me susurró al oído para que no nos oyera nadie—. ¿Qué te preocupa? —Clavó su mirada en mí, obligándome a hablar, pero no podía hacerlo en ese momento, no quería que ella sacara conclusiones.

—En mi casa te lo explicaré. —Asintió y le di un beso en la mejilla para dirigirme hasta la puerta del conductor.

El trayecto resultó extraño, más bien tenso, ya que Annia apenas emitió palabra alguna; seguramente no esperaba verme con nadie. Quedaba claro que no era el momento de hablar de ello, delante de Markel; él no tenía que conocer qué había ocurrido con Thor, simplemente era un ex.

Le pregunté dónde quería que la llevara y me comentó que primero quería ir a la cantina. La miré sorprendida, porque imaginaba que querría dejar las maletas en su casa, pero, para mi sorpresa, no fue así. Tomé rumbo hacia ésta, que estaba a pocos minutos del punto en el que nos encontrábamos, mientras le iba explicando a Markel lo que veía a través de la ventanilla, e, incluso, si había alguna historia o rumor interesante, se lo comentaba para conseguir mantener una conversación fluida, como si no sucediera nada. Una guía turística en toda regla, vamos, pero con la ventaja de conocer los detalles que sólo sabe alguien que reside en la zona.

Paré delante de la puerta de la cantina y descubrí el coche de Aksel, pero no la moto de Thor. Empecé a respirar de forma más relajada al ser consciente de que no se iban a encontrar. Tenía perfectamente clara cuál sería la reacción de Thor si me veía con otro hombre, lo idiota y neandertal que podía llegar a ser. Por suerte, eso no se iba a producir... de momento.

—Annia, ¿cuántos días te quedarás?

—Hasta el viernes próximo —contestó sin disimular la mirada en busca de la moto de su hermano, a mí no me iba a engañar—, tengo trabajo el sábado.

—Si quieres, ven el lunes a casa y charlamos un rato. Este fin de semana mi amigo ha venido de viaje y estaré fuera con él.

—No te preocupes. —Bajó del vehículo y no nos dio tiempo a ayudarla a sacar su maleta, lo hizo ella misma. Se despidió con un leve movimiento de la mano y me quedé sentada en el coche, pensativa.

Markel me interrumpió al pedirme que fuéramos a comer algo; estaba cansado y famélico por el viaje. Decidí olvidar la visita a Oslo de Annia y centrarme en él. Aún no podía creerme que estuviera a mi lado, en mi coche, en mi casa. Había tenido claro que nuestra aventura caducaría, que era imposible que él viniera a verme a Noruega... pero, para mi sorpresa, no había sido así: estaba a mi lado, demostrándome la veracidad de sus últimas palabras antes de volar hacia mi casa, pidiéndome que dejara atrás la idea de que todo había terminado.

—Yo tenía planeado comer una pizza en casa con Esther, pero ahora me habéis desmoronado mi plan de chicas: comida basura y risas nocturnas. —Comencé a reír a carcajadas al ver la cara que acababa de poner. Sin duda mi plan con Esther lo había descolocado, y no era para menos. Otras se hubieran ido a bailar, a emborracharse, pero nosotras, muchas noches, preferíamos quedarnos en casa.

—Creo que soy capaz de comer comida basura y reírme contigo.

—¿De verdad vas a soportar una noche de marujas, con chismorreos y críticas...? —Asintió divertido y rio aún más fuerte de lo que ya había hecho instantes antes—. Pues vámonos rápido, que te vas a enterar de lo que es una noche de chicas para mí. —Arranqué el motor, cambié el sentido de la marcha y me dirigí a mi casa.

Me adentré en el camino hasta llegar a la puerta, donde detuve el motor y miré hacia mi humilde casita, que tanto me gustaba. Él la miró y bajó del vehículo para estudiarla mejor. Lo seguí y me puse a su lado, ambos parados frente a ella. Apenas había luz, pero la madera se veía perfectamente; la inclinación del techo tan vertical era sorprendente, pero necesaria para las grandes nevadas que solíamos vivir.

Anduve hasta llegar a la puerta y saqué la llave de mi chaqueta para introducirla en la cerradura. Él continuaba mirando a su alrededor. Abrí la puerta y me apoyé en el marco de ésta con los ojos fijos en él y los brazos en jarra, esperando a que se decidiera a entrar. Al percatarse de ello, caminó lentamente hasta llegar a mí; no me moví y él intuyó lo que necesitaba. Se paró frente a mí, soltó la maleta y me atrapó entre sus brazos a la vez que me besó.

Volvía a nosotros la pasión, la misma que sentimos desde el primer beso, la misma con la que nos dejamos llevar en los hoteles, en su casa y... en ese instante la experimentaba de nuevo, pero en mi hogar, donde creí que nunca llegaría. Mis manos se dirigieron a su pecho, a la cremallera de su chaqueta, para bajarla y poder tocarlo mejor. Dejó caer su abrigo al suelo y lo observé de forma lasciva. El jersey de lana gris que llevaba puesto le hacía parecer irresistible, aunque estaba deseando quitárselo.

Mis manos se adentraron en él y pudieron tocar su camiseta interior; mis dedos la apartaron y tocaron su piel; era suave y ardía. La acaricié y subí los dedos a su pecho, donde rocé sus pezones. Sus manos agarraron mis caderas y me subió hasta quedar de puntillas; se separó y me miró negando con la cabeza, sin entender qué quería expresarme. Pero, cuando fue a decirme algo, un ruido nos alertó. Ambos miramos hacia el exterior. Markel se apartó y dio dos grandes zancadas hasta quedarse en el porche para observar los alrededores.

—Vayamos dentro y cerremos la puerta, habrá sido alguna ardilla.

—Parecía una pisada. —Seguía pensativo y sin apartar la mirada del exterior—. Como cuando pisas ramas y se parten.

—Es habitual en esta zona, las ramas se parten porque se hielan.

—Puede.

Lentamente retrocedió hasta entrar de nuevo, cerrar la puerta y acompañarme al salón. Me dirigí hacia la chimenea y coloqué unos cuantos troncos más para que el fuego no se apagara. Las llamas se avivaron y él se sentó en el suelo, justo delante, para estirar los brazos y calentarse las manos.

—Me encantan las chimeneas. —Me senté a su lado para poder oír sus palabras—. Cuando era niño, mi madre me sentaba delante del fuego y me leía un cuento; siempre me quedaba dormido sobre sus piernas y me chiflaban esos momentos junto a ella.

—Es un recuerdo precioso. A mí me encanta leer tumbada en esta alfombra.

Me levanté y dejé que continuara mirando al fuego mientras yo me dirigía hasta la cocina para encender el horno. Lo puse en el número cuatro para que se calentara y poder poner las pizzas que había comprado para Esther y para mí. Sonreí al pensar en la mentira piadosa que me había soltado para sorprenderme, esa mujer era única.

Salí al salón y cogí mi teléfono para enviarle un WhatsApp y darle las gracias, era lo mínimo que podía hacer.

 

Dunia: Vaya con la sorpresa, casi me muero de un infarto al verlo. Gracias por hacerlo posible. Te quiero, mi niña.

 

Pulsé el círculo verde de enviar y dejé el móvil sobre el sofá; luego me senté de nuevo a su lado. Su rostro había cambiado, estaba sonriente, alegre. Le pregunté si le gustaba mi humilde morada y asintió.

—Sabes que... —dudó un poco antes de decirlo—... te he echado de menos. Tendrías que haberte quedado conmigo.

—No puedo dejarlo todo por una aventura, tengo a mi familia aquí.

—No es una aventura, Dunia, y tú lo sabes. —Se puso de pie y se frotó la cara mientras se dirigía a la ventana, donde apoyó un hombro y miró hacia el exterior de brazos cruzados—. Te dije que me gustabas y te aseguro que no recorro miles de kilómetros para ver a una chica si no estoy seguro de que quiero mantener una relación con ella.

—Es imposible mantener una relación a distancia; terminaríamos desconfiando el uno del otro.

—Nada es imposible, el amor no conoce fronteras.

—En las novelas queda muy bonito, pero la vida real es más cruel. Tú eres conocido, tienes a miles de chicas detrás de ti, y no quiero estar pensando en ello continuamente.

—Por ello te pedí que te quedaras.

—Es muy egoísta pedirme que lo deje todo por ti, piénsalo. —Lo miré fijamente, pero no dijo nada—. Ven a vivir conmigo; tengo casa y desde aquí puedes escribir perfectamente.

—En España tenemos éxito, eventos a los que acudir, presentaciones a las que asistir. —Un silencio se instaló en el ambiente—. Allí podemos ser felices.

—Markel, no continúes por ese camino, por favor.

No quería oír más, no quería pensar en dejarlo todo por él. No sabía si era o sería capaz de hacerlo algún día, pero me dolía que en ningún momento se planteara venirse él. Regresé a la cocina, pues tenía que poner las pizzas en el horno y prefería estar sola unos minutos. En ese momento no podía pensar con claridad y tampoco quería que me obligara a decidir.

Me ayudé con una uña a abrir el plástico que cubría los envases de las pizzas y las metí en el horno; una en cada bandeja. Cerré la puerta con ayuda de un trapo para no quemarme y me senté en el banco de la cocina, para mirar hacia fuera. El aire movía la copa de los árboles y, sin sentirlo, podía llegar a imaginar la sensación de frío que experimentaría si estuviera allí.

Esa mañana no había imaginado que por la noche estaría en mi casa, y mucho menos aún que estaríamos discutiendo en vez de reírnos y pasarlo bien, como habíamos hecho hasta ese momento; algo estaba cambiando y temía por lo que era.

—¿Sabes qué me decía mi madre cuando era pequeño? —Oí su voz en la entrada de la cocina—. Que siempre me precipitaba y no pensaba las cosas, y tenía razón. No he venido a discutir, y entiendo que no quieras dejarlo todo por un loco enamorado de la vida. ¿Tienes un poco de helado para el postre? —Mi cara de confusión hizo que emitiese una carcajada—. Las mujeres solucionáis los problemas amorosos con helados, al menos eso es lo que escribís en las novelas.

—Creo que en Noruega hemos transformado ese mito, el alcohol nos parece más adecuado. —Abrió los ojos de par en par—. Además, con él también se combaten más fácilmente las bajas temperaturas —aclaré.

—Creo que debes sacar una de esas bebidas.

Me levanté sonriente y fui hacia la nevera para sacar dos Mack. Le ofrecí una y miré el envase detenidamente. La alarma del horno me avisó de que el tiempo que había marcado ya había transcurrido; así que cogí dos platos, me coloqué el guante de cocina y saqué las pizzas, mientras le explicaba que esa cerveza se fabricaba en la ciudad de Tromso, al norte del país y que pocos tenían la oportunidad de conocerla, pero que, en cuanto la probase, le encantaría.

Le pregunté dónde prefería comer. Encogió los hombros indicándome que tanto le daba, así que no lo dudé: caminé hasta llegar a la mesa situada justo delante de la chimenea. Él me siguió con las bebidas en la mano y se sentó a mi lado, mientras yo empecé a cortar las pizzas en porciones. Cerré los ojos y aspiré el olor que desprendían, consiguiendo que mi boca salivase y estuviera deseando probarlas.

—Lo siento, no quería presionarte. No pienso volver a pedírtelo.

—Te lo agradezco.

Cogió una porción y la miró expectante. Me encantaba ver con qué elegancia mordía el trozo. No era como los demás chicos y seguramente eso era lo que me llamaba la atención de él. Atrapé una porción y le di un pequeño mordisco, pero no tuve la misma suerte que él: yo sí me quemé y no tuve más remedio que taparme la boca con una de las manos antes de abrirla y soplar. Luego cogí mi botellín de cerveza y le di un breve trago, el suficiente para que la boca dejara de arderme y pudiera tragar tranquilamente.

El sonido de un mensaje en mi móvil interrumpió la conversación. Cogí el teléfono y, antes de mirar, ya sabía que era ella, quién si no...

 

Esther: Mira, bonita, como haya dejado de ir yo para que tú disfrutes de tu bombón y no lo estés haciendo, te mato. No, mejor, cuando vuelva, me lo quedo para mí. Yo te quiero más, y aprovecha los días, que pasan rápido. Ni se te ocurra contestar.

 

—Qué sonrisa más sospechosa.

—Es Esther, está loca. —No pude evitar emitir una carcajada imaginando su cara mientras escribía el mensaje—. Por cierto, ¿puedes decirme de quién ha sido la idea?

—No sé cómo lo dudas aún, pero tendrías que haber visto la cara de Javier.

—Quiero detalles.

—Vaya noche... Quedamos para cenar después de asistir a una presentación. No sabíamos que Esther iba a ir; me la encontré allí y ya te puedes imaginar cómo fue la noche: risas y más risas. —Una sonrisa se escapó de sus labios—. Tras un interrogatorio, me sonsacó que quería verte y, ni corta ni perezosa, delante de todos... lectores, escritores, editores... le soltó a Javier que ese fin de semana me iba de viaje. Si hubieras visto la cara que puso éste... palideció al instante y negó con la cabeza, pero ya era tarde: tu amiga, en un segundo, lo había organizado todo.

—Seguro que él sólo pensaba en la fecha de entrega.

—No lo dudes. —Reímos al unísono—. No hablamos más del tema hasta que llegué a casa y le pedí a Esther tu dirección para darte una sorpresa, pero ella no la encontraba y, claro, no sabía cómo venir sin decírtelo. Se le ocurrió que fueses al aeropuerto a buscarla y, en su lugar, presentarme yo.

—¿Y Javier?

—Mañana se enterará cuando llegue a mi casa y no esté.

—Conociéndolo, romperá el contrato.

—No puede. Parece déspota, pero me necesita; son pocos los autores que logran vender tantos ejemplares. Ah, eso me recuerda el email que nos ha mandado Dulce: nos ha enviado las cifras de las ventas en digital y son una auténtica pasada.

—No lo he visto.

Busqué entre los correos electrónicos del móvil uno de Dulce y, cuando vi la cifra, mis ojos se abrieron de par en par. No podía creer el número del que nos informaba, pues, por lo poco que sabía de ese mundo, era muchísimo.

Terminamos de comer y de ponernos al día acerca de temas de la editorial, y me dispuse a recoger los platos de las pizzas para comenzar con el postre que le había preparado a Esther. Tenía creps para rellenarlas de chocolate, su postre preferido.

—Ahora sí comienza a ser una noche de chicas. Sustituimos los helados por esto. —Le mostré un plato en el que había tortitas listas para ser cubiertas con el chocolate líquido que llevaba en una de las manos.

—Sabía que el chocolate tenía que estar presente en vuestras reuniones.

Me coloqué de rodillas en la alfombra para cubrir mi tortita y enrollarla mientras él me observa; le gustaba analizarme, lo podía ver en sus ojos. Le pregunté si quería que se la preparase y asintió gustoso. Tras hacerlo, le entregué el cuchillo y el tenedor y me llevé a la boca un trozo, con la mala o buena fortuna de que una gota de chocolate se escapó de mis labios y dejó un reguero hasta llegar a la barbilla.

Cogí una servilleta, pero él agarró mi mano para que no pudiera limpiarme. Su dedo índice recorrió mi barbilla hasta llegar a mis labios y, sin pensarlo, lamió el chocolate que se había quedado en su dedo. Mi mente recordó su olor, su sabor, y no puede evitar excitarme al recordar el placer que había sentido con él.

Me quitó el tenedor, le dio un mordisco a mi postre y se relamió el labio, y mis ojos no se perdieron detalle de ese movimiento; su lengua había recorrido toda la comisura de sus labios, de lado a lado, lentamente, saboreando el chocolate, saboreándose él mismo... y lo único que deseé fue hacerlo yo. Mi sexo palpitó, mi estómago se comprimió y en lo único que podía pensar era en sentirlo dentro de mí.

Nos miramos fijamente y nos levantamos a la vez. Necesitaba abrazarlo, disfrutar de ese momento... y él también, así que agarró mi cintura y me forzó a retroceder hasta topar contra la vidriera. Estaba fría, pero la excitación que sentía podía con todo. No deseaba caricias, no quería besos, sólo anhelaba que estuviera dentro de mí, allí y de inmediato. Sus labios se aproximaron a mi cuello, pero los detuve y negué en silencio.

—Te necesito ya. —Su mirada respondió por sí sola.

Empezó a desabrocharme los pantalones a toda prisa; sabíamos lo que queríamos y no nos demoramos. Me sentí húmeda y mi respiración se entrecortaba; sólo podía mirar su miembro erecto, estaba más que preparado. Vi cómo se enfundaba en un preservativo y lo abracé por el cuello y elevé mis piernas hasta rodear su cintura. Su miembro se posó en la entrada de mi sexo esperando ser recibido, pero lo que no esperaba era un movimiento de mis caderas que consiguió absorberlo y despertar la necesidad de movernos para profundizar las embestidas.

El cristal temblaba a mi espalda con cada golpe que recibía y nuestros gemidos eran lo único que se oía en toda la casa... y me sentía feliz, alegre por estar con él, por volver a sentir su pene fundiéndose en mi interior, consiguiendo que sintiera que estaba subiendo al séptimo cielo. El único que lo había logrado era él, Markel.

—Dunia, me vuelves loco.

—Sigue, por favor, más fuerte.

Su mirada de deseo desapareció en mi cuello. Me besó, me mordió y no pude dejar de mover mis caderas, de hacer presión en su cuello para que llegase más profundo, más certero. Caminó conmigo hasta dejarme sobre el sofá. Luego me giró con una mano, para quedar detrás de mí, y me dio un pequeño azote que consiguió que el latigazo que sentí subiera hasta la boca del estómago y que desease que volviera a introducirse en mí.

Colocó mi rebelde cabello a un lado de mi cuello y me giró la cara para que pudiera mirarlo. Curvé la comisura de mis labios y me penetró de pronto, arrancándome un grito gutural, el primero de muchos, hasta que caí exhausta sobre el sofá y sentí su peso sobre mi espalda, junto a unos tiernos besos que le regaló a mi columna.

Nos sentamos en el sofá y lo miré expectante. Estaba cansado, su rostro lo delataba. Conocía muy poco a Javier, pero lo suficiente como para saber que le había hecho pasar horas y horas sin dormir, tecleando como si no hubiera un mañana.

El apetito apareció sin saber por qué, o sí. Creo que el sexo nos despertaba el ansia de comer. Tenía un capricho para nuestra noche de chicas, así que recogí lo poco que había en la mesa y abrí el armario de la rinconera para sacar un bote que había llenado días atrás. Caminé hasta llegar a otro de los armarios para coger un paquete de palomitas, que metí en el microondas. Luego, tras coger una bandeja para poder llevarlo todo de una vez, preparé la fuente para colocar el maíz una vez hecho.

—En una noche de chicas no puede faltar esto. —Lo miré sonriente y él se llevó las manos a la cabeza. Caminé lentamente hasta la mesa y cogí el mando de la televisión—. Elige, ¿llorar o reír?

—¿Perdona?

—Hombres... —No pude evitar indignarme al ver su cara—. Elige una de las dos opciones.

—Prefiero reír que llorar.

—Perfecto.

Apareció la primera imagen de la película y sonreí al recordarla; estaba basada en una novela y tenía claro que nos íbamos a reír, porque no había mujer más torpe que la protagonista de ese filme. Por mucho que él comentase que era una peli de chicas, sabía que terminaría riéndose del mismo modo que lo hacíamos todos, ya que las situaciones eran surrealistas.

Poco a poco el bol se fue vaciando y di paso al bote de chuches. Me encantaban las tiras blancas rellenas de regaliz de fresa, así que le di un mordisco a una a la vez que cerré los ojos para disfrutar de su sabor.

—Ésta tiene muy buena pinta, dame un poco.

—Tienes otra y, calla, que no me entero.

—Te la sabes de memoria, qué más da si te pierdes un trozo. Y no quiero otra, quiero la tuya.

Lo miré desafiante y se la entregué mientras mi otra mano iba en busca de otra; si lo pensaba bien, había salido ganando, ya que le había dado media y obtenía a cambio una entera.

Durante la primera parte de la película me estuve riendo, hasta había evitado llorar en algunas escenas, pero él no dejaba de bostezar. Era consciente de que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no dormirse, y podía llegar a entenderlo. Pero él me había retado a una noche de chicas, así que iba a saborearla hasta el final.

Su mano se posó en mi muslo y se aproximó a mí. Con la nariz, apartó el pelo que cubría mi oreja y sus labios atraparon el lóbulo; me estaba excitando, noté cómo me humedecía de nuevo, pero tenía que controlarme. Me apetecía jugar un poco más. Cogí su mano, la retiré de mi muslo y lo silencié con un simple «chis» mientras señalaba la película; la respuesta que obtuve fue un gruñido.

Miré de soslayo su entrepierna y no me cupo duda de que necesitaba darle al stop, olvidarse de la película y disfrutar de mi cuerpo, pero lo tendría un poco más tarde.

Disimulé, me obligué a no mirarlo, a no lanzarme sobre su cuerpo y besarlo, y mantuve la vista fija en la televisión. Cogí unos cuantos dulces y me los comí, para intentar olvidarme de la necesidad que él me despertaba.

La película continuaba pero solamente me reía yo; él estaba expectante, deseando ver la palabra fin en la pantalla. Al cabo de un rato, oí la entrada de un mensaje de WhatsApp en mi teléfono. Miré a Markel, se había dormido; su respiración era lenta y profunda, estaba descansando.

Intenté levantarme sin moverlo lo más mínimo para evitar despertarlo. Cuando estuve de pie, me giré y comprobé que seguía dormido plácidamente, así que atrapé el teléfono y leí un mensaje de Annia.

 

Annia: ¿Qué le has hecho a mi hermano?

 

No entendí nada, no sabía qué quería decirme, porque no lo había visto y, más bien, el que solía hacerme daño era él, no al revés. Miré a Markel de nuevo, que no se había inmutado, volví a mirar la pantalla del teléfono y mis dedos, dudosos, teclearon.

 

Dunia: No lo he visto, así que no le he podido hacer nada.

 

Esperé impaciente a que contestara, pero, tras ver cómo el estado pasaba de «escribiendo» a «en línea» en repetidas ocasiones, dejé el teléfono sobre la mesa y me fui al baño.

Entré en él, me miré en el espejo y vi mi rostro sonrojado. No cabía duda de que el mensaje me había alterado, pero, conociendo a Thor, cualquier cosa podía haber pasado. Abrí el grifo y dejé correr el agua para lavarme la cara y volver a salir.

Lo primero que hice fue mirar la pantalla del móvil y vi un mensaje nuevo. Dudé en leerlo, temía que contuviera algo que no me gustara, pero tenía que hacerlo. Me senté delante del fuego sobre la alfombra y pulsé sobre él.

 

Annia: Ha llegado dando golpes e insultándote.

 

No entendía qué había pasado. Lo único que se me ocurría era que seguramente me había visto con Markel... era el único motivo que explicaría su reacción y estaba casi segura de que así era. Respiré hondo y tecleé.

 

Dunia: No sé qué ha ocurrido, pero, si es porque me ha visto con Markel, lo siento mucho, pero es mi presente. Tu hermano me dejó por otra y forma parte de mi pasado.

 

Me dolieron las palabras que acababa de escribir, pero era la verdad, y no me sentía culpable por conocer a otro chico y no querer saber nada de él. Pero, para mi sorpresa, entró un mensaje en apenas unos segundos. Sabía en qué iba a derivar esa conversación y no pensaba dar pie a ello.

 

Dunia: Pensaba que mi hermano te importaba, pero ya veo que no lo suficiente.

 

Lo leí tres veces y cada vez me molesto más. Podía entender que estuviese dolida por ver a su hermano mal, pero no era quién para juzgarme sin saber nada de lo que había ocurrido entre nosotros, no era justo. Miré el fuego y acerqué mi mano para sentir el calor y poder relajarme con la paz que éste me transmitía mientras pensaba qué responder.

 

Dunia: El lunes ven a mi casa.

 

Apagué el teléfono y lo lancé sobre la mesa, malhumorada. No quería leer más sandeces y acusaciones baratas. Markel, al oír el ruido del móvil al caer sobre la mesa de madera, se movió; hizo un ruido muy gracioso y se encogió para acomodarse.

No sabía si despertarlo para que durmiera más cómodo en la cama o dejarlo como estaba, pero su rostro estaba tan relajado que me decanté por la segunda opción.

Me levanté del suelo y me fui hacia mi habitación para coger una almohada y un edredón; estaban guardados en un armario. Me arrodillé delante de su cara y le coloqué el almohadón bajo la cabeza, a la vez que lo ayudé con sumo cuidado a acomodarse para no despertarlo. Lo tapé y estiró las piernas, ocupando el largo del sofá, y me quedé sin sitio.

Como no tenía espacio allí, tras dudarlo mucho, al fin decidí acostarme en la cama.

Entré en el baño de mi cuarto y cogí el cepillo de dientes. Abrí el agua y, cuando posé el cepillo mojado sobre mi dentadura, sentí un latigazo por culpa de la baja temperatura. Maldije y comencé a frotarlos hasta que por fin, tras varios enjuagues, estuve lista para irme a la cama.

Estaba cansada, los bostezos podían conmigo y sólo me apetecía tumbarme y dormir un poco. Me quité la ropa, me puse el pijama que tenía preparado bajo la almohada y me adentré en las sábanas. Miré el techo y me puse a pensar... no podía creer que estuviera en mi casa, durmiendo en mi sofá; me reí por ser tan estúpida de no despertarlo y desaprovechar la oportunidad de volver a sentirlo.

A través de sus palabras
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