Capítulo 27
Nunca pensé que te añoraría tanto...
Por fin me habían dado el alta en el hospital; antes creyeron conveniente que permaneciera allí unas horas más para comprobar que estaba perfectamente. El golpe que Thor me dio no era tan grande como parecía a primera vista, pues la nariz se me había inflamado mucho y tenía un poco amoratados los ojos, pero en unos días todo eso desaparecería.
Que me quedara inconsciente fue lo que más preocupó a los médicos en un inicio, pero en realidad había sido una consecuencia de la pérdida de mucha sangre.
Me encontraba sentada en el coche de mi padre, que estaba muy enfadado. Aksel no había tenido más remedio que contarle la verdad, confirmándole que había sido Thor quien me dio la patada. Yo intenté disculparlo, explicándole que me metí en medio de la pelea porque quería separarlos, en vano, y que él no pretendía agredirme, pero no sirvió de nada. Mi padre no quería ir al aserradero, para evitar decirle cuatro cosas. Imaginé que, en unos días, la calma imperaría de nuevo.
No había dejado de recibir mensajes de Markel. Continuaba muy preocupado por mí, y yo ya no sabía cómo decirle que estaba bien. Además, Esther, en cuanto se enteró, casi cogió un avión para «poder darle una paliza a Thor» ella misma, palabras textuales de su mensaje.
Lo que iba a ser un fin de semana de ensueño terminó convirtiéndose en una auténtica locura. De todos modos, por fin, en unos minutos, llegaría a casa y podría tumbarme en mi sofá y relajarme. Si una cosa estaba deseando era ponerme con la historia de María. Durante esos días había ido recibido mensajes de ella a medida que leía los capítulos que ya le había mandado y, saber que mi enfoque le estaba encantando, me animaba a seguir adelante con ilusión.
El médico me había dicho que debía descansar unos días, así que pensaba aprovecharlos para escribir. Tenía el esquema listo y sabía cómo lo iba a atar todo; la verdad, no me quedaba mucho para terminar la novela; un cuarto del relato, aproximadamente.
—Hija, ¿en qué piensas?
—Perdona, papá, es que no dejo de ver imágenes de la historia que estoy creando para los dueños de la galería y estoy deseando poder plasmarlas.
—Al final vas a llegar muy lejos, cariño, mírate ya... qué miedo me da.
—Miedo, ¿por qué? —No comprendía a qué podía temerle.
—No lo sé, en general... A que tengas que viajar mucho, a que te mudes con Markel algún día...
—Papá, no imagines tanto, que yo no quiero pensar en esas cosas aún. Estoy muy tranquila en mi casita, escribiendo.
—Pero...
—Pero... chis —le puse un dedo sobre los labios para que no pudiese continuar hablando—; ya llegará ese día y lo discutiremos.
Paró el coche delante de mi puerta y le pedí que no me acompañara, que necesitaba estar sola. Asintió no muy conforme y le di un beso en la mejilla para salir del vehículo en dirección a mi hogar.
Di apenas tres pasos antes de sacar la llave de mi bolso y entrar. Inspiré una vez dentro y el olor a mío me invadió, sintiéndome la persona más feliz del mundo. Me detuve frente al salón y comprobé que todo estaba como siempre, nada por el medio, ni un triste objeto que me recordara a Markel, pero no me importó; yo lo recordaba durmiendo en mi sofá, viendo mi televisor...
«Como siga así, no voy a poder negar que soy una ñoña total, y nunca lo he sido.»
Me dirigí a mi habitación y, sobre la cama, vi una camiseta, era suya. Dejé el bolso encima del escritorio y me senté en el borde de la cama para cogerla y llevármela a la nariz. Suavemente, inhalé su perfume y cerré los ojos para sentirlo cerca de mí.
El sonido de mi móvil me despertó del atontamiento en el que estaba sumida y volví a levantarme, con la camiseta en la mano, para poder ver quién era. Rebusqué entre la cantidad de cosas que tenía en el bolso y, cuando por fin logré dar con él, lo desbloqueé y vi un mensaje suyo.
Imagino que ya estarás en casa. Descansa
Sonreí al leerlo, miré hacia delante y luego le contesté que se conectara a Skype desde nuestra hamaca. No tenía ganas de sexo, pero sí de verlo donde habíamos jugado días atrás.
Cogí el ordenador portátil, me lo llevé a la cama y, tras ponerme varios cojines en la espalda y estar cómoda, inicié la sesión para esperar su llamada. Durante unos segundos permanecí inmóvil, impaciente, pero parecía que iba a tardar y necesitaba ir al baño. Dudé un poco si tenía que ir o no... en qué hacer. Pero no pude esperar más.
Fui corriendo al baño y volví en pocos segundos, los suficientes como para que, cuando me hube sentado en la cama, comenzase a sonar el tono de llamada. Contesté y sus ojos se abrieron de par en par nada más ver mi imagen en la pantalla.
—Sé que estoy horrible, pero disimula un poco.
—Horrible, no. ¿Cómo dices eso?, pero... ¡qué moratón te ha salido!
—Ya, no me lo recuerdes... espero que pronto desaparezca. —Puse cara de pena y él sonrió, intentando animarme.
—Por cierto, ¿has visto el email de Dulce? Hay una cena el sábado que viene, dime que vendrás.
—Pues no tengo ni idea, después miraré el correo.
Durante un buen rato, hablamos sobre el plan que tenía cada uno esa semana y sobre los libros que estábamos escribiendo e incluso recordamos momentos que habíamos vivido en Noruega, y no pude evitar sentirme frustrada por vivir tan lejos, desearía que no nos separaran tantos kilómetros, pero era algo irremediable y a lo que debía acostumbrarme.
Nos despedimos y, cuando cerré la sesión, no sabía qué hacer, me había quedado en blanco y decidí ir al baño a darme una ducha en condiciones. Bloqueé la sesión del ordenador y caminé descalza. Giré el grifo de la ducha y empezó a salir el agua; estaba helada. Mientras esperaba a que se calentara, me desnudé con cuidado de no darme en la nariz; aun así, me dolió bastante cuando me quité el jersey y la camiseta. Poco a poco, me adentré en el calor que emana del torrente de agua que caía sobre mí. Dejé que empapase mi espalda, que topase con fuerza sobre ésta, y me relajé. Cerré los ojos y crucé los brazos bajo los pechos, para permanecer unos minutos paralizada disfrutando del baño.
Cogí el champú y me masajeé la cabeza; entrelacé los dedos sobre mi cuero cabelludo y friccioné, para retirar cualquier resto de sangre que hubiese podido quedar. Cuando me acaricié la nuca, pasé por encima del chichón; no recordaba cómo me lo había hecho, pero debí darme un buen golpe al caer, porque era voluminoso.
Cogí el gel de baño y, con ayuda de la esponja, me enjaboné... me encantó sentirme limpia. En el hospital no me había duchado, pensando que me iban a dar rápido el alta, y estaba deseando darme una ducha tranquila sin que nadie me diera prisas.
Alcé la cara para que el agua cayera directamente en ella y sentí cómo las gotas chocaban contra la inflamación; superficialmente, la piel estaba algo endurecida, y por ello no tenía la misma sensibilidad que de costumbre.
Seguí bajo el torrente hasta que cerré el agua y me obligué a salir. Me enrollé en una toalla y me puse el albornoz encima; hacía demasiado frío como para quedarme solamente con la toalla.
Me miré al espejo y suspiré. Me acerqué más, para verme con más atención, y fui consciente de que el moratón iba a perdurar unos días, más de los que me gustaría, pero no podía hacer nada por evitarlo; lo ocultaría con maquillaje y me pondría gafas oscuras cuando saliese de casa.
Vertí espuma moldeadora en la palma de una mano y la esparcí por mis rizos, para posteriormente, boca abajo y sentada en el retrete, secármelos con el secador y que obtuviesen su particular vida propia.
Abrí mi armario y cogí un pijama; no tenía intención de salir, así que lo mejor era ponerme cómoda y escribir un poco para no pensar en nada. Sobre el pijama, me puse una bata. Luego me senté delante del ordenador; pensaba en la cena que me había comentado Markel. Me encantaría ir, pero no tenía la menor idea de las condiciones de ésta.
En cuanto el sistema se inició, abrí el correo electrónico y busqué ese famoso email.
De: Dulce (Universo)
Para: Dunia, Markel, Javier, +19 personas más.
Asunto: Cena Editorial
Compañeros, me complace anunciar que, un año más, celebraremos una cena para reunirnos de nuevo. El día elegido es el 10 de mayo.
Como ya os comunicamos el año anterior, los gastos de transporte corren a cargo del autor.
El menú que hemos elegido este año cuesta 35 euros; hay varios platos a elegir.
Necesito vuestra confirmación para la reserva del restaurante.
Dulce
Editora Editorial Universo
La curiosidad se apoderó de mí y automáticamente abrí una página nueva en el navegador y busqué la compañía de vuelos más barata. Luego elegí origen y destino y las fechas del vuelo... puse que regresaría dos días más tarde. Ya que viajaba a Madrid, qué menos que pasar un par de días con él.
Le di a buscar y esperé unos segundos, atenta a que aparecieran los resultados. Lo que no me esperaba eran los precios... más de ciento cincuenta euros sólo la ida. Me iba a salir demasiado cara la cena. Hice cálculos mentales y recordé lo que me quedaba en la cuenta, así que debía declinar la invitación. Mi excedencia había terminado con gran parte de mis ahorros y más con los viajes que había hecho por España... comer, beber y las compras capricho habían conseguido que los ceros hubiesen menguado de forma escandalosa.
Volví a la pantalla del correo electrónico y pulsé en «Responder a todos».
De: Dunia
Para: Dulce (Universo), Markel, Javier, + 19 personas más
Asunto: Cena Editorial
Hola a todos. Me temo que me va a ser imposible. Lo siento mucho. Espero que lo paséis de fábula.
Un beso a todos,
Dunia Bergman.
Lamentándolo, pulsé en «Enviar» y relinché molesta por no poder ir. Me hubiese encantado, y sabía que Markel me replicaría, pero no podía seguir gastando como si mi cuenta corriente no tuviera fin, cuando no era así. Era muy consciente de que lo tenía. Preferí no pensar más y ponerme con la historia de María, pues estaba segura de que me evadiría un buen rato del mundo real.
Miré por última vez el correo de Dulce y me obligué a desconectar la conexión a Internet del portátil. Era la única forma de no caer en la tentación de leer las ventanas emergentes que aparecían sin control. Luego cogí el teléfono y lo puse en silencio para que nadie me interrumpiera. Tenía delante de mí las últimas frases escritas de esa novela, y no tardé más de dos segundos en continuar con la historia.
Al escribirla en primera persona, sentía que era María y que odiaba a Claudio del mismo modo que lo amaba. Sentía empatía con ella, porque llegué a verme identificada. Mis dedos tecleaban sin dudarlo un instante y continué relatando su vida.
Estaba concentrada, no quería parar... pero necesitaba ir al baño. Pulsé en «Guardar» para no perder lo que había escrito hasta ese momento, y posando las puntas de los pies sobre la madera, corrí hasta llegar al servicio. Cuando me senté, suspiré al ser consciente de que casi no llego. Pero mi mente estaba en otro mundo, en el mundo de María y... ¡uau! La vi, como si de una película se tratara, a ella llorando, sintiéndose sucia, yendo a... Yo sería incapaz de ir a un lugar de esas características.
Sin duda, cuando el relato saliera a la luz, iba a ser una bomba, y muy grande... dos pintores, dueños de una de las escuelas de arte más prestigiosas del planeta, explicando al mundo cómo se conocieron, que ocurrió con ellos, sin ningún tipo de censura, pues se enorgullecían de ello.
Me volví a sentar delante del ordenador, sonreí al leer el último párrafo y continué escribiendo como si no tuviera nada más que hacer. Pasaban los segundos, los minutos, las horas, y la inspiración permanecía a mi lado; no quería que parase y, obviamente, me dejé llevar por ella.
Llamaron a la puerta con fuerza, una vez, dos, tres... Me levanté rápidamente para saber quién diantres estaba llamando de forma tan insistente. Pero, antes de llegar, la voz de Annia llamándome me alarmó. Me gritaba que la abriese y, por su tono, pude deducir que estaba enfadada.
—Dunia, ¿qué le has hecho a mi hermano? —logré entender instantes antes de retirar la cadena de seguridad y accionar el pomo para que la puerta se abriera.
Dio un pequeño empujón y entró como si de un ciervo se tratara, sin mirarme; vociferaba que su hermano tenía la cara destrozada, que debía de odiarlo mucho para que mi amigo, según ella, le hubiera dado una paliza. Luego continuó diciendo que yo no sabía nada de Thor, nada de todo lo que había ocurrido. Permanecí en la puerta, esperando a que se dignara a mirarme y enmudeciese, para dejar de oír las palabras que estaba gritando sin medida alguna, sin saber la verdad.
—¿Quieres escucharme... o vas a continuar con el monólogo tú solita?
Caminé hasta el salón y la vi mirando por la ventana. Su cara me confundió; estaba enfadada, pero yo sabía muy bien que más bien estaba asustada, preocupada por algo que yo desconocía. No tenía ni la más remota idea de qué le había pasado a Thor, por qué se fue, por qué había vuelto. Pero ella debía ser consciente de la realidad, no sólo de lo que la lastimaba directamente.
—Annia, mírame a la cara.
—Dunia... —Su rostro se desencajó en el instante en que me vio la cara; obviamente estaba mucho peor que la de Thor. Yo lo sabía, pues lo había visto horas antes—. ¿Ha sido mi hermano? —Asentí, no podía negarle que había sido él quien me había golpeado; sin intención alguna, pero había sido él. Ella se llevó las manos a la cara y empezó a llorar, y a negar con la cabeza.
—Annia, no me golpeó intencionadamente. Intenté separarlo de Markel porque quería agredirlo, y recibí un golpe perdido. Tu hermano no asume que esté con otra persona.
—Siento todo lo que te he dicho.
—No te preocupes, puedo llegar a entenderte. Pero siempre hay dos versiones y Markel no es el malo, todo lo contrario. Siéntate, ¿quieres tomar algo?
—Un poco de agua, por favor.
Caminé hasta la cocina mientras ella permanecía confundida, sentada en el sofá. No la culpaba por venir a recriminarme; si hubiese sido mi hermano, seguramente yo hubiese reaccionado del mismo modo. Pero tenía que aclararle qué había ocurrido y necesitaba que entendiera que yo no podía ayudar a Thor. Él solo tenía que asumir que habíamos terminado.
Cogí dos vasos del mueble y vertí el contenido de la botella en ellos; luego regresé al salón. Le ofrecí uno y me senté a su lado. Esperé a que bebiera y le pregunté si quería saber qué era lo que había sucedido realmente; ella me rogó que lo hiciera.
Di un gran sorbo al vaso de agua y le expliqué que había escrito una novela erótica y, desde que en el pueblo se enteraron, habían comenzado a cuchichear sobre ello; hasta Aksel se había discutido con varios por hablar más de la cuenta. Ella se sorprendió, al parecer Thor no le había contado nada. Me sinceré y le dije que lo que hablaban no se correspondía con la realidad, que lo que yo escribía no lo llevaba a la práctica, ni mucho menos.
Me entendió, pues sabía cómo era yo, y se rio al saber que las personas del lugar incluso lo habían puesto en duda.
Estaba interesada en saber quién era Markel y no tuve ningún problema en explicarle que era un escritor español muy conocido y que la novela la había escrito con él, por ello lo conocí. No dudé en confesarle que, cuando viajé a España, mantuve una relación con él. No estaba obligada a decirle toda la verdad, pero quería que fuera consciente de que, para mí, Markel era muy especial y que sentía por él algo muy importante. No sabía exactamente el qué, pero tenía ilusión por volver a verlo, por pasar tiempo con él y llegar a conocerlo más.
Me puse un poco más nerviosa cuando tocó abordar el tema de la pelea. Sabía que, en parte, la había provocado yo, por no negar las cosas y dejar que creyera las habladurías. Pero no pensaba dar explicaciones de lo que hacía o dejaba de hacer en mi relación con Markel... y mucho menos a ella. Así que, omitiendo el juego que utilizaba con Markel, incluir a Darek y Chloe en nuestra relación, terminé de contarle lo sucedido y ella entendió un poco mejor lo que había pasado.
—Yo te he contado lo que sucedió. Ahora, ¿me puedes explicar qué le pasa a tu hermano?
—¿No te ha contado nada...? —Dudó unos segundos si hablarme de ello o no, hecho que me preocupó más—. Es mejor que me vaya. Te pido perdón por mi reacción.
Se levantó corriendo y se fue sin decir nada más. No sabía qué narices le había ocurrido a Thor ni por qué ella actuaba así, y me quedé preocupada.
Lo conocía desde hacía muchos años y nunca había sido tan reservado; su mirada era diferente, fría, tanto que llegaba a asustarme. No sabía qué demonios le había hecho esa chica, o él a ella. Sólo la vi aquel día en el que se presentó en mi casa para decirme que se marchaba, que no era lo que necesitaba y que había encontrado a otra mujer que sí lo hacía feliz. Cuando salí a la puerta cubierta en lágrimas sin entender nada, ella estaba esperándolo en su moto, con una sonrisa tan malvada que ambos me hicieron sentir mal, así que me obligué a borrar esa imagen, a ella, de mi retina. Pero ahora tenía mucha curiosidad por saber qué había pasado realmente, y pensaba descubrir qué ocultaban Thor y Annia.
Fui hacia mi habitación y cogí el teléfono móvil confundida, aún pensando en ellos. Decidí que volver a mis redes sociales me distraería bastante, así que activé la conexión y me empezaron a llegar notificaciones de Facebook, Twitter, Instagram, WhatsApp, burbujas de Facebook y no sé de cuántas aplicación más; sin duda tenía cuenta en todas.
Comencé por las de Twitter; como no era mi preferido, entré en cada tuit, lo marqué como favorito y lo retuiteé. Luego, una a una, fui viendo y respondiendo las notificaciones de las otras aplicaciones, hasta que conseguí que la pantalla principal de mi móvil quedase libre de iconos, excepto los de WhatsApp. Tenía ocho conversaciones diferentes; primero miré, por encima, los grupos de lectura; no había nada importante que me hubiese perdido. Después fui abriendo el resto, hasta que llegué a un mensaje de Grete. Estaba preocupada por mí y me preguntaba si quería que viniese a ayudarme. Obviamente le contesté que no lo necesitaba y que estaba escribiendo. Automáticamente apareció una palabra en mayúsculas, «REPOSO», le contesté con un «Ok» y cinco emoticonos de besos... Luego fui hacia la siguiente conversación, en la que me quedé anonadada.
Markel: ¿Cómo que no vas a venir a la cena? Si es por dinero, te lo pago yo.
Markel: Dunia... ¿?¿?
Markel: ¿Estás bien?
Markel: Odio vivir tan lejos, deberías estar a mi lado. Aún no estás recuperada y yo... no sé si te encuentras bien o no...
La cantidad de mensajes y el tono que empleaba me dejaron intuir que estaba preocupado; no pude evitar sonreír al sentirme querida. Sentía lo mismo que él, pues me encantaría poder estar más cerca y verlo todos los días. Pero no era posible.
Dunia: Perdona, he estado escribiendo y después he recibido una visita. Estoy bien, por eso no te preocupes. La cena... no insistas más, no puedo. El motivo no es sólo económico.
Envié el mensaje que acababa de escribir y el estómago se me cerró, aprisionándome; en el fondo no quería que me contestase, porque sabía lo que me iba a decir y no quería que lo hiciera... porque no sería capaz de decirle que no.
Mis ruegos no sirvieron de nada. La palabra «Skype» apareció al instante y supe lo que eso significa. Inicié la sesión y me acomodé en mi cama para escucharlo.
Apareció el tono de llamada y se abrió su imagen. Estaba en la hamaca del jardín, sentado, con un vaso en las manos; por el color de éste, intuí que era un zumo.
—Hola. —Miraba fijamente la pantalla. Me estaba viendo y analizando, pero la seriedad de su rostro me llamó la atención, pocas veces lo había visto tan circunspecto.
—Te necesito aquí, conmigo. Ven a la cena y quédate unos días, por favor.
—Markel...
—No me digas que no puedes. Estás de excedencia, tienes tiempo y, si es por dinero, te compro los billetes ahora mismo.
—Tengo que solucionar muchas cosas.
—No busques excusas. No te entiendo, yo iría con los ojos cerrados sólo por verte.
La imagen desapareció; la llamada se había cortado... o la había cortado. Volví a llamar, pero no contestó; probé de nuevo, y nada. Me llevé las manos a mis rizos y me los estiré con fuerza, pero eso no calmó la necesidad que sentía en estos instantes de salir corriendo hacia Madrid.
Tenía razón, debería ir corriendo para verlo. Pero algo me decía que tenía que dejar mis impulsos y pensar fríamente. Me tumbé en la cama y miré al techo. No podía creer que todo el mundo se enfadase conmigo. Necesitaba hablar con Esther; esperaba que ella me aconsejase y me entendiese. Cogí mi teléfono a la vez que me puse boca abajo para poder teclear de la forma más cómoda posible.
Escribí un «SOS» y, al instante, me llamó. Le había quedado claro que me ocurría algo y necesitaba hablar y, como siempre, estaba allí para escucharme. Empecé a explicarle todo lo que me había pasado, cómo había finalizado la llamada, dejándome con la palabra en la boca. Esther era mi amiga y, como tal, me hizo reflexionar sobre las razones exactas por las que no quería ir a la cena. La principal era el dinero, y obviamente no entraba en mis planes que él me lo pagase, pero estaba deseando ir.
—No me puedo creer que no tengas dinero.
—Sí tengo, pero debo controlar los gastos.
—¿No puedes hacer una excepción?
—No.
—Tú misma, pero aquí hay miles de lagartas que pagarían por pasar una noche con él.
—Gracias por tu ayuda.
Me despedí de ella y me quedé pensativa; no sabía si me arrepentiría de mi decisión. Pero el vuelo era más caro de lo normal; a ese paso, tendría que volver al trabajo antes de lo que esperaba.
Mi estómago rugió y sentí un vacío en la boca de éste. No quería pensar más en la cena, en el viaje ni en él... bueno, en él sí quería pensar. Maldito Thor, me había arruinado el fin de semana; no tendríamos que haber ido a la cantina, debí suponer lo que sucedería.
Llevaba dos días sin verlo y me moría por estar a su lado. Saber que estaba enfadado conmigo no dejaba de martirizarme. Me levanté de un salto de la cama y me fui a la cocina, necesitaba comer antes de morir de inanición.
Encendí el reproductor de música y subí el volumen para poder oírla desde la cocina; dicen que la música amansa a las fieras, así que esperaba que también amansase mis dudas y por fin no me sintiera mal conmigo misma por no ir a Madrid.
Abrí el mueble de la cocina y cogí una rodaja de pan de molde. La unté con paté y la tapé con otra de las rodajas de la bolsa, para luego irme al salón. Escuchaba la música y me movía al son de ésta, pero mi mente no se quedaba en blanco, no dejaba de pensar en él. ¿Cómo podía necesitar tanto verlo, llamarlo, decirle que no se enfadase, que yo deseaba ir?
Bailé más rápido, subí el volumen y me dejé llevar por la música, pero en balde, no lograba dejar de pensar en él, en sus manos, en sus besos. «¿Cómo puedo tener tantas ganas de estar a su lado y seguir negándome a ir, o no... Ya no sé lo que quiero, bueno, si lo sé... quiero ir y voy a ir.»
Caminé a toda prisa en busca de mi ordenador y me lo llevé al salón. Me senté en la alfombra y, frente a la luz que emanaba del fuego, empecé a buscar vuelos y me enfurecí cuando comprobé que los precios habían subido aún más en cuestión de minutos. Los planetas no estaban alineados a mi favor, porque no era normal que, cuando por fin me decidía a ir, una vez más, el dinero fuera lo que me hiciera replantearme mi viaje.
Estaba frustrada, enfadada, todo me estaba saliendo mal y no quería saber nada más. Me fui a dormir para olvidarme de todo lo que había sucedido. Al día siguiente ya vería si conseguía comprar el billete o no.
Apagué el ordenador, me dirigí a mi habitación y me adentré entre las sábanas y mantas a desgana, cerré los ojos y suspiré fuerte.
El teléfono no dejaba de sonar, lo odiaba; le ordené que se callara, pero no lo hizo. Me tapé con la almohada y di dos golpes encima de ésta con las palmas de las manos, e inmediatamente grité con fuerza, mientras unas lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera controlarlas. Me había hecho mucho daño en la nariz, no recordaba que aún la tenía mal.
Mi móvil continuaba sonando, así que lo agarré y pulsé la tecla de contestar, para ver qué quería mi padre.
—Hija, ¿cómo estás?
—Me he despertado enfadada. ¿Pasa algo?
—Necesito que vengas al aserradero...
—Papá —lo interrumpí y no le dejé terminar la frase.
—Por favor.
—Voy. —Terminé la llamada suspirando y resignándome a ir sin saber para qué.
Me destapé y miré al techo. Tenía que arreglarme, así que no lo demoré más. Fui hacia el baño y, al ver mi rostro, comprobé que éste era peor que mi ánimo: el morado era cada vez más lila tirando a verdoso, ¡pero qué horrible se veía! No quería salir a la calle así, pero no tenía más remedio.
Me lavé la cara y me maquillé para disimularlo al máximo; por suerte la hinchazón había menguado considerablemente. Me vestí con un tejano negro y una chaqueta de lana bien mullida y salí sin comer nada, para llegar lo antes posible.
Cuando puse un pie en la tierra del exterior, el aire me heló; me encogí y me dirigí al coche casi corriendo. Aparqué en la puerta y no vi a mi padre, sólo divisé a Aksel, quien, al verme, sonrió; sabía que lo hacía por mi cara, pero no tenía ganas de pelearme con él, no estaba de buen humor y no me apetecía perder el tiempo. Seguí mi camino hasta la oficina, y vi desde la entrada a mi padre y a Grete dentro.
—Hola.
—Hola, cariño, pasa. —Me senté en la silla que había al lado de Grete y, tras mirarme con cara de «estás espantosa», cosa de la que ya era consciente, esperé a que mi padre me informase de lo que quería.
Me preguntó cómo me encontraba y yo les dije la verdad, que me dolía un poco, pero que estaba perfectamente. Mi padre estaba nervioso; movía las manos rápidamente sin saber qué hacer con ellas, y eso demostraba que lo que me quería explicar le preocupa.
—¡Papá, ¿me quieres decir qué pasa?!
—Sí. —Volvió a quedarse en silencio, miró a Grete y ésta asintió para animarlo a que comenzase a hablar—. Me han ofrecido ampliar la nave. La idea consiste en abrir una empresa de reciclado de madera, independiente del aserradero, pero que forme parte del grupo.
—Eso es fantástico.
—Sí, pero quiero que la dirija Aksel, se lo merece. Ha trabajado muy duro y creo que necesita una compensación. La empresa será mía, pero quiero que la máxima responsabilidad sea suya.
—¿Y qué problema hay? —No entendía qué temor sentía.
—No quería que te molestaras por no contar contigo o proponértelo a ti.
—Papá, pensabas que yo... Anda ya, no digas tonterías.
—Te lo dije anoche, parece mentira que no la conozcas.
—Ya, cariño, sois las mejores de este mundo.
Me dio un beso en la frente con cuidado y uno en la mejilla a Grete, y salió muy tranquilo, como si no hubiera ocurrido nada. Sonreí; sabía que para Aksel iba a ser muy importante que le diesen la oportunidad de dirigir la planta de reciclaje; era lo que estaba esperando desde hacía mucho tiempo.
—¿Qué te pasa, Dunia?
—Nada. —No retiró su mirada ladina de mí hasta que por fin le conté que quería irme a Madrid, pero que no tenía muchos ahorros y no podía permitirme pagarme el billete.
Le expliqué que había una cena de la editorial, pero que no corrían con los gastos del viaje y los vuelos que había encontrado eran demasiado caros. Sin darme cuenta, le expliqué que Markel se había enfadado conmigo por no haber dejado que me comprara los billetes y no pude evitar compartir con ella que necesitaba volver a verlo, que, sólo de pensar que estábamos tan lejos, me disgustaba.
—Cariño, tienes que ir a esa cena; mejor dicho, tienes que ir con Markel. Ve una temporada, conócelo bien y vive la vida.
—¿Cómo me voy a ir a vivir tan lejos de mi casa?
—Tu casa será al lado de tu amor, independientemente de la ciudad que escojáis. El amor sustituye cualquier vínculo familiar, aunque ahora te parezca irremplazable.
—No, eso no es así.
—Sí lo es, Dunia. Podrás visitarnos y no dejarás de querernos, pero debes pasar tu día a día con la persona que tú elijas. Si no vas, te arrepentirás de por vida.
Las palabras de Grete acabaron de hundirme; me moría por estar a su lado, por despertarme con él cada mañana, por escribir juntos, que me abrazase y me distrajese de mis responsabilidades...
—Pero ¿y si no es la persona adecuada?
—Pero ¿y si lo es y no te das la oportunidad de saberlo?
Tan sólo hacía unos meses que lo conocía, no sabía mucho de él... y en ese momento estaba considerando irme a vivir con él. Nos había imaginado viviendo juntos cuando tenía muy claro que nuestro amor tenía fecha de caducidad, que la distancia pondría fin a nuestra historia. Y en ese momento, Grete, en vez de pararme, me estaba animando a marcharme.
Se levantó y fue directa al ordenador. Yo me quedé en la silla, paralizada, sin saber qué decir o hacer. Sólo sabía que sus palabras me habían hecho replantearme muchas cosas, y una de ellas era darle la razón a Markel, intentar estar juntos y, si salía mal, pensar que por lo menos nos habríamos arriesgado y apostado por nuestra relación.
Me aterraba alejarme tantos kilómetros de mi casa, de mi familia, pero imaginarme en su casa todos los días junto a él conseguía que obviase los miedos y estuviera deseando llegar.
—Dunia, acércate, por favor. —Oí su voz, pero no lo que me decía. Seguía inmersa en mis pensamientos—. ¡Dunia!
—¡Qué! —Reaccioné al instante a su grito. Fui hacia ella y me senté a su lado.
Me preguntó qué día era la cena y yo le contesté sin pensarlo; de inmediato vi cómo la introducía en un buscador de vuelos y, tras unos segundos, estaba rellenando mis datos en un billete sólo de ida.
No podía creer que fuera a irme a Madrid. Mi mal humor desapareció al instante, sólo pensaba en que quedaban tres días para poder verlo de nuevo. Grete puso sobre la mesa el billete del vuelo impreso y la miré sin saber qué decir.
—Disfruta, cariño, y busca al amor de tu vida. Yo lo encontré cuando me crucé con tu padre y sé que, si es Markel, lo sabrás nada más verlo.
—Pero...
—No hay peros que valgan, tienes tres días para preparar la maleta.