Capítulo 37
Se acabó, mueve el culo ¡ya!
La puerta de mi casa se abrió y entraron Grete y Aksel como si nada. Accedieron a la habitación donde seguía adormilada, ella retiró la colcha y Aksel me cogió en brazos, me colocó como un saco de patatas sobre su hombro y entró en el baño.
—Me quieres dejar en el suelo.
Oí reírse a mi madre a carcajadas; desde mi cama nos podía ver mientras estaba quitando las sábanas y abría las ventanas para que la habitación se ventilase.
—Sí, claro, te voy a dejar delante de la ducha y te quiero bien limpita en... —Miró el reloj de pulsera, aún conmigo en su hombro... como si no pesara nada, como si fuera uno de los troncos del aserradero que estuviera llevando a cortar —. Te quiero bajo el agua como mínimo quince minutos. Tiempo suficiente para desinfectarte.
—Y, tanto física como mentalmente, se acabó, mueve el culo ¡ya! —me gritó Grete desde la puerta del baño en dirección a la cocina, donde iba a llevar las sábanas a lavar.
Mis pies, al fin, pisaron el suelo y puse los brazos en jarra, mientras Aksel me miraba divertido. Pero a mí no me lo parecía. Se dio la vuelta negando con la cabeza y caminó hacia fuera mientras yo le gritaba que iba a ducharme ese mismo día, que ya lo tenía en mente. Una carcajada retumbó mientras sus pasos se alejaron y oí a Grete abrir y cerrar armarios en busca de unas sábanas limpias.
Cerré la puerta y se me escapó la risa; intenté que no me oyeran, pues era vergonzoso que hubiesen tenido que venir para sacarme de la cama. Me quité la ropa y pisé la fría cerámica a la vez que el agua recorrió mi cuerpo, con lo que sentí un alivio que jamás pensé que sentiría. Apoyé las manos en las baldosas y mi mente recordó las duchas con Markel, cuando besaba mi espalda y yo me agarraba para poder mantenerme de pie. Pero ya no estaba conmigo, estaba sola en mi ducha, intentando olvidar el olor a dejadez, porque eso era exactamente lo que había hecho con mi cuerpo, con mi vida y, cómo no, con mi alma. Los había dejado por completo y ahora mi familia se estaba encargado de ayudarme a salir de esa situación. Elevé mi rostro y dejé que el agua refrescase mis ideas.
Apreté los ojos con fuerza y respiré. Di varios golpes a la pared, descargando la energía que necesitaba apartar de mí. Ya estaba lista para comenzar de cero. No sabía qué quería, ni me lo iba a plantear, lo único que pensaba hacer era vivir sin miedo a nada, sin pensar en nada más que en ser feliz. Vertí gel de baño en la palma de mi mano y empecé a lavarme la piel detenidamente, sin dejarme ningún rincón del cuerpo. Necesitaba que el olor desapareciera y volver a sentirme limpia.
Froté mis cabellos lentamente; mientras masajeaba mi cuero cabelludo, me relajé como nunca. Cuando mis dedos ya estuvieron arrugados, creí conveniente salir, así que cerré el agua y me enrollé en una toalla para secarme el cuerpo. Poco a poco desenredé mi pelo y lo empapé en espuma para que, cuando esté estuviera seco, no quedase descontrolado. Tras vestirme, salí en dirección a la cocina. No me pasó desapercibido que Grete había limpiado la casa; además, olía a café y tostadas. El apetito volvió a mí rápidamente y, cuando entré, los dos me miraron de arriba abajo, sonrientes.
—Ahora sí que eres mi hermana.
—Cállate, Aksel...
—Por fin mi hermanita ha vuelto. La que pelea, contesta y es capaz de darme una colleja.
—No comencéis a discutir.
—No lo hacemos, estamos en paz —le guiñé un ojo a Aksel. Por fin habían desaparecido nuestras diferencias.
Me ofreció una taza de café y me senté al lado de Aksel, que estaba comiendo una tostada. Se acercó a mi pelo y olió sonriente. Grete se sentó delante de nosotros y los tres desayunamos como si no ocurriera nada, como si esos días atrás no hubieran existido.
—Tu padre no sabe nada, así que ya puedes comportarte con normalidad.
—No le has dicho que...
—No, Dunia, tu padre, si te ve en ese estado, se muere.
—Gracias.
—No tienes que dármelas, pero haz algo por tu vida ya.
—Sí, mamá, te lo prometo.
—Pues id acabando, que nos vamos a casa; tenemos alce, estarán preparándolo ya.
Asentí sonriente y me sentí aliviada porque no le hubiesen dicho nada a mi padre, era un peso que me habían quitado de encima. Así que mastiqué rápidamente para terminar cuanto antes y poder marcharnos en seguida. Necesitaba ver a mi padre, a Fredrik. Era en lo único que pensaba en ese momento.
Cuando salimos de casa, estuve tentada de coger el teléfono, encenderlo y volver al mundo en todos los sentidos, pero decidí pasar un día entero sólo con mi familia y, cuando regresara, ya tendría tiempo suficiente para ponerme al día.
Aksel ya estaba al volante y yo me senté detrás. Giró la llave, accionando el motor, y vi cómo me alejaba de mi casa: me sentía feliz como hacía muchos días que no ocurría. Había vuelto a la vida y poco a poco iría poniendo cada pieza en su lugar. Íbamos circulando por la carretera cuando descubrí el coche de los padres de Thor; miré en dirección a Aksel, que también se había percatado de su presencia, y éste no pudo evitar curvar la comisura de sus labios en una sonrisa ladina.
Por fin todo estaba solucionándose... bueno, aún tenía muchos temas pendientes, pero, poco a poco, los iría retomando hasta dar por zanjado cada uno de ellos. De momento iba a disfrutar de un encuentro familiar como hacía días que no hacía.
Cuando llegamos, mi padre salió con un trapo metido en la cinturilla del pantalón y vino a darme un beso en la mejilla, y, no contento con esa pequeña muestra de cariño, me abrazó como si tuviera una niña pequeña entre los brazos y me meció de lado a lado.
Cuando por fin me liberó y conseguí volver a respirar, Aksel comenzó a burlarse de nosotros y nos imitó abrazando a Grete del mismo modo que mi padre había hecho momentos antes conmigo. Los cuatro comenzamos a reír a carcajadas y entramos en el salón, donde estaba Fredrik jugando a la videoconsola. Me senté a su lado y le dije que le iba a dar un beso sonoro, que iba a abrazarlo y que le haría cosquillas. Le pregunté si me dejaba hacerlo y, tras asentir tímidamente, fui realizando cada una de las cosas que le había avisado que haría.
Reaccionó sin asustarse, pues sabía lo que iba a pasar, hasta que su mano se posó sobre mi cabeza para que dejara de hacerle cosquillas. Tal como me pidió, paré, le dejé su espacio y éste volvió a jugar con su maquinita mientras yo me iba a la cocina para ayudar a Grete a poner la mesa. Cogí un mantel del cajón y lo extendí con ambas manos, realizando varias pasadas para eliminar las pocas arrugas que tenía de estar doblado en el cajón. Saqué de otro los cubiertos y los fui colocando en su sitio, hasta que pasó Aksel por detrás de mí para abrir la nevera y colocar en la mesa la bebida. Entre los dos dispusimos todo lo necesario. Mi padre entró silbando y, en cuanto nos vio, se quedó paralizado. A punto estuvo de dejar caer la cazuela con el alce del impacto que le provocó vernos hablando como si nada, ayudándonos, y los dos rompimos en una carcajada que retumbó por toda la cocina.
—Chicos, por favor, Fredrik no puede asustarse, no riais tan alto.
—Perdón —contestamos al unísono y volvimos a reír, esta vez silenciosamente. Nos sentamos a la mesa y mi padre empezó a servir los platos sin atreverse a preguntar, por miedo a saber cuál era el motivo de nuestro cambio de actitud. Yo pensé que ambos preferimos que no lo hiciera, ya que explicarlo todo no era grato para ninguno de los que estábamos en la mesa. Y menos para él.
—Chicos, sé que nada de trabajo en la mesa, pero Thor nos ha dejado tirados. Necesitamos más manos, y más si la planta de reciclado comienza a coger forma.
—Necesitamos manos, pero debemos contar con Thor —aseveró Aksel.
—Sí, Thor necesita el trabajo y es uno de los que mejor lo conoce —corroboré lo que Aksel acababa de decirle a mi padre.
—Pero Thor no está.
—Creo que ha vuelto, y para siempre —respondió Aksel orgulloso de su amigo.
—¿Alguno sabe qué le ha pasado a ese muchacho? Desde que se fue, no ha sido el mismo y lo conozco desde muy pequeño, no estaba tan ausente como ahora.
—Thor ha pasado demasiado, mamá; el otro día hablé con él y entendí muchas cosas, él...
—Dunia, no.
—Ha vuelto, todo va a cambiar. No quiero más secretos a nuestro alrededor. —Me miró sopesando mis palabras y asintió, dándome permiso para hablar.
—Mamá, Thor es padre de un nene, por eso se fue. Dejó embarazada a una chica y sus padres decidieron mudarse y evitar las habladurías de este lugar. La chica murió y creo que él ha conseguido que regresen y poder continuar con sus vidas.
—Eso creo, porque, si no, sus padres no estarían aquí —me interrumpió Aksel, esperanzado porque tuviéramos razón.
—Dios mío, vaya trance ha pasado ese chico. Lo debes de readmitir en la empresa mañana mismo, no puede estar sin trabajar —le inquirió a mi padre, y éste asintió al instante.
Sabía que otro de los temas pendientes estaba cerrado, todo comenzaba a ponerse en su sitio. Poco a poco volveríamos a la normalidad.
Fredrik estaba ordenando los fideos que Grete sólo le había servido a él, ya que el alce no le apasionaba. Estaba muy atento intentando que todos estuvieran en una dirección en el plato.
—Fredrik, ¿cuántos hay?
—Seiscientos cincuenta y tres.
—¿Cómo va a haber esos fideos en un plato? —lo cortó Aksel incrédulo.
Fredrik se llevó uno a la boca y, mirando directamente a Aksel como no acostumbraba a hacer nunca, le vaciló diciéndole que en ese instante había seiscientos cincuenta y dos. Todos comenzamos a reír mientras Aksel se llevaba las manos a la cara.
—Al final parece que vamos a tener a un chulito en casa.
—¿Qué, pensabas que ibas a ser el único? —bromeó Grete feliz por la reacción de Fredrik y el buen ambiente que estaba reinando durante la comida.
Comí degustando la suave carne que mi padre había elaborado; era uno de los manjares más ricos que había probado en mi vida. Grete se levantó para sacar de la nevera una tartaleta de moras que había hecho ella misma. Nada más verla, le pedí un trozo grande.
—Sí, claro, toda para ella.
—Aksel, ella hoy tiene que comer bien.
—Hija, ¿has estado mala?, ¿por eso no has venido a casa?
Miré a Grete con cara de «por favor, sálvame de ésta», pero no tuvo tiempo de decir nada porque Aksel se adelantó.
—¡Qué va! Nos fuimos de fiesta, y no veas con tu hija, es un auténtica esponja.
—¡No quiero que bebáis sin control, eh!
—No lo hacemos, papá, este hombre exagera, sólo fueron dos Mack.
—No estoy bromeando, mira que os rebajo el sueldo a ambos.
—Eh, eh, eso sí que no. —Las risas volvieron a resonar en la cocina al escuchar la queja de Aksel.
—¡Hazlo, hazlo! —animé a mi padre.
—Sí, claro, como ahora tú no cobras...
Más risas se oyeron hasta que me llevé el primer bocado de tartaleta a la boca y no pude más que gemir cuando sentí su sabor. No dije nada más, no miré a nadie. Sólo quería saborearla, que no se terminara nunca... no podía creer que mi madre pudiera tener esas manos para la cocina. Más bien para todo, porque todo lo que hacía lo hacía fantásticamente.
Ayudé a recoger la mesa y a poner el lavavajillas mientras Aksel había salido a buscar no sé qué y Fredrik estaba descansando en su cama. Cuando mi madre y yo entramos en el salón, mi padre estaba roncando de una forma alarmante; las dos nos miramos y comenzamos a reír. Justo delante estaba el ordenador y pensé en Esther.
—Grete, ¿puedo enviarle un mensaje a Esther? Llevo una semana sin hablar con ella.
—Pues prepárate, cuando lo hagas...
—Lo sé. —Sonreí y caminé hasta el PC para arrancarlo. Normalmente me quejaba de que el mío era una tortuga, pero sin duda el de mis padres era doblemente lento.
Cuando abrí el chat de Esther, no estaba conectada; al menos eso era lo que indicaba su estado. Así que le escribí un mensaje para cuando pudiera leerlo.
Dunia: No sé por dónde empezar... Sé que ahora debes odiarme, que llevo días sin haberte dicho nada... pero ni a ti, ni a nadie.
He pasado una semana encerrada en mi casa, en la que he pasado por distintas etapas: depresión, negación, resignación... No terminaría de nombrarlas, pero lo importante no es eso.
He vuelto, ahora con ganas de retomar mi vida.
Perdóname por no escribirte. Te quiero mucho.
Dunia
Dudé en enviarlo, pero al final sí lo hice. Era lo mínimo que se merecía. Vi que tenía más de cien mensajes suyos, preguntándome desesperada qué me ocurría; había querido saber de mí, pero yo no se lo había permitido. Esperaba que me perdonase, aunque era consciente de la reprimenda que me iba a caer en cuanto coincidiera con ella.
Miré el chat de Markel y comprobé que allí también se acumulaban cientos de mensajes sin leer. Sabía que se habían preocupado por mí y no era para menos, había desaparecido una semana de la faz de la tierra como si nada, de una forma tan egoísta que yo misma me recriminé por haberlo hecho.
Pero no era capaz de contestar a cada una de las súplicas que había dejado por escrito. Creía que pedir perdón no era suficiente y menos en un mísero mensaje, debería pensar en algo más adecuado.
—Grete, ahora, ¿qué hago?
—Volver a vivir, cariño.
—No sé ni por dónde empezar, la verdad.
—Pues yendo a tu casa, llamando por Skype a Markel y solucionándolo todo. De paso llama a Assa, que a la pobre la tienes abandonada. Y explícale a tu padre lo que tú y yo sabemos.
—Demasiadas cosas en un día.
—Sí; poco a poco, Dunia.
—Creo que me voy a ir ya. ¿Me acercas?
—Espera a que venga Aksel.
—Me voy caminando.
—Dunia, espera, está a punto de llegar —insistió.
Me senté en el sillón y miré la televisión sin ver nada en concreto. Pensaba en todo lo que me había dicho Grete que tenía que solucionar. Miré a mi padre, que estaba roncando como un oso. Estaba segura de que no le iba a gustar nada saber que había estado con mi madre, Beatriz. Bueno, la había visto, porque, hablar, no hablé apenas nada con ella.
—Necesito tu ayuda para elegir unos colgantes para las vecinas.
—¿Ahora?
—¿Tienes algo mejor que hacer? —Me encogí de hombros y caminamos hasta su habitación.
Cuando entré, lo primero que me chocó fue el cambio que había dado aquella habitación: las paredes estaban cubiertas de clavos que sujetaban diferentes tipos de cadenitas, que servirían para collares, y de estanterías con cajas de plástico transparentes llenas de hilos, colgantes, camafeos... Comencé a mirar y le señalé un par de cadenas y unos colgantes que eran muy adecuados para las vecinas.
—Estos les gustarán.
—Sí, yo creo que sí.
—Mira esto. —Sacó de un cajón un camafeo que estaba secándose y me lo puso sobre la palma de la mano. Cuando lo observé, abrí los ojos de par en par al ver la portada de mi libro impresa, era preciosa. Me encantaba como quedaba.
—Qué bonita es.
—Cuando vayas a firmar libros, póntela.
—Siempre la voy a llevar puesta.
—No hace falta, cariño.
—Es que es fantástica. —Estaba a punto de llorar; ver mi libro en un collar era emocionante.
—Sabía que te gustaría.
Estuvimos un buen rato en la habitación eligiendo diferentes piezas entre risas cuando entró Fredrik, sorprendiéndonos.
—Yo, Rubik.
—Ya tienes uno, cariño.
—No.
Nos miramos atónitas y yo entendí lo que le estaba pidiendo: quería un colgante igual que el mío, pero obviamente a su gusto.
—¿Sabes qué está ahora de moda, mamá? —Le guiñé un ojo—. Quiero que me hagas una cadenita que vaya desde el bolsillo hasta el broche de la cinturilla y le puedes poner un Rubik que cuelgue, así siempre lo llevaré encima.
—Yo.
—Pues te haré uno, no lo dudes.
Salí de la habitación y los dejé mirando los abalorios para elegir con cuál hacer el gancho que quería Fredrik. Cuando caminaba hacia el salón, Aksel entró y se me quedó mirando sonriente.
—¿Me llevas a casa?
—¿Ya?
—Por favor, quiero mirar unas cosas.
—Venga, va.
Entré en la habitación de Grete para despedirme de ellos y les di besos y abrazos antes de regresar al salón para despedirme de mi padre. Lo miré dubitativa, pero no podía marcharme sin decirle adiós, aunque estaba tan dormido que me sabía mal despertarlo. Justo cuando me acercaba para darle un beso, abrió los ojos y me agarró, lanzándome sobre su cuerpo e inmovilizándome durante unos minutos.
—¿Dónde te crees que vas?
—A mi casa, papá.
—Bueno, vale, pero necesito que vengas al aserradero mañana. Comenzamos con la dirección de la planta de reciclaje, así que tendremos dudas.
—Hermanita, se siente...
—Cómo disfrutas molestándome...
—Eso no creo que cambie nunca.
—Y no quiero que lo haga, la verdad.
Le di un beso a mi padre en la mejilla y me despedí de él. Salí fuera de casa y miré en dirección al coche, donde Aksel estaba esperándome apoyado en la puerta del copiloto. Me abrió la puerta y me senté; luego rodeó su coche con total tranquilidad, mientras miraba, una a una, las ruedas.
—¿Ocurre algo?
—Últimamente se desinflan demasiado. Las tengo que cambiar en breve, pero valen una pasta.
—Yo te puedo dejar algo.
—Ah, no, me han subido el sueldo. —Lo miré con cara de «mira qué morro tienes» y él comenzó a reírse de mí a carcajadas. No arrancaba el coche, sólo miraba hacia delante, y yo le pedí que lo hiciera de una vez. Asintió pero lo hizo lentamente, como si no quisiera que me fuera, y ese hecho me sorprendió mucho.
—Prométeme que no vas a caer de nuevo.
—Te lo prometo, no soy una drogadicta.
Conforme puso en marcha el motor y comenzamos a acercarnos a mi casa, me preguntaba una cosa. «¿Mi hermano habrá visto al niño de Thor?» ¿Cómo sería? El pequeño no tenía culpa de nada y estaba segura de que me encantaría conocerlo.
Por mucho que él no quisiera explicármelo, yo no me hubiera opuesto a que se hiciera cargo de él, hubiera respetado la decisión que hubiera tomado. E incluso lo hubiera ayudado en todo... pero no se lo iba a recriminar. En ese momento pasamos por delante de la puerta de la casa de los padres de Thor y miré a Aksel.
—¿Cómo es el niño de Thor?
—¿No te molesta?
—No. La verdad es que Thor no es el hombre con el que pasaría el resto de mi vida, pero me importa que sea feliz.
—Es una réplica de él.
—¿En serio?
—Te sorprendería verlo, son dos gotas de agua.
Sonreímos los dos mientras nos aproximábamos a mi casa; estaba deseando llegar, descalzarme y darme un baño relajante mientras sopesaba qué hacer con mi vida.
—Por cierto, he ido a tu casa a dejarte leña; te encendí la chimenea.
—Gracias, Aksel, pero no tenías por qué.
—Lo sé, pero soy así de bueno.
—Oh, Dios, ¿qué quieres a cambio?
—Nada, hermanita.
Aparcó frente a la puerta y desde allí ya se veía la luz centelleante de la chimenea; lo invité a entrar, pero negó con la cabeza, así que salí del coche. Justo cuando puse el primer pie sobre el suelo de tierra, Aksel hizo un movimiento extraño e hizo sonar el claxon del coche.
—Ha sido sin querer. Bueno... si hay algún oso, huirá.
—Deja las drogas duras, porque cada día estás peor. ¿Lo sabes, no?
—Algo intuyo.
Busqué en el bolso las llaves y, tras girarlas en la cerradura, me quedé boquiabierta, no podía creer lo que estaba viendo. Mi bolso cayó al suelo y me llevé las manos a la boca. El pasillo de mi casa estaba cubierto de velas; la luz no estaba encendida, pero éstas iluminaban a la perfección mi casa; una luz tenue, amarillenta, que centelleaba. Cuando fui a dejar mi abrigo, vi una nota.
Ponte cómoda, es tu casa.
Sonreí al ver la letra, la reconocí, no podía ser de otra persona... pero no lograba verlo. ¿Dónde estaba? Di dos pasos más y llegué al salón, donde encontré otra nota, ésta encima de la alfombra.
La última vez que estuve en esta alfombra, fuiste mía.
No podía creer lo que estaba leyendo; por un momento mi mente se trasladó a ese recuerdo, al preciso instante en que caímos sobre ella. Estaba tumbado sobre mi cuerpo y lo deseaba, me moría por besar sus labios, porque sus manos me acariciaran. Mis ojos se dirigieron hacia la chimenea, donde pude ver una tercera nota.
Yo he hecho lo mismo hace unos instantes.
He mirado el fuego y te he recordado...
sintiéndome vacío, porque no estabas a mi lado.
Sonreí en cuanto terminé de leerla y me giré corriendo en su busca, pero nada, ni rastro de él. Me dirigí a la cocina con la esperanza de encontrarlo allí escondido, pero no estaba... allí sólo hallé un olor delicioso que salía del interior del horno. Me acerqué para averiguar qué era y vi una nueva nota.
La curiosidad mató al gato. ¿Lo sabías?
—¡Markel, sal de donde estés! —Me reí como una adolescente jugando con su novio por casa de sus padres.
Pero no contestó y ningún ruido me hizo sospechar dónde diantres se había escondido. Caminé hasta situarme frente a la mesa y ésta estaba vestida con sumo cuidado, tanto que los ojos se me bañaron en lágrimas. No quería llorar, pero no podía evitarlo, mientras cogía la nota que estaba justo en el centro de la mesa.
Te invito a una cena de reconciliación. ¿Te apuntas?
Descubrí una segunda nota, encima de uno de los platos, y ésta consiguió que riera a carcajadas al leerla.
Como me vuelvan a llamar para decirme que no comes, tendrás un gran problema conmigo, muñeca.
¡No podía ser cierto! Salí de la cocina en dirección al salón en su busca, pero nada, se estaba haciendo de rogar y yo me estaba desesperando. Sólo me quedaba un lugar donde mirar. Entré en mi habitación, que también estaba perfectamente iluminada con velas; las había por todas partes: encima del escritorio, de las mesitas de noche, alrededor de la cama... Miré la pantalla del ordenador y allí encontré otra nota.
Darek está decepcionado, cansado de esperarte. Lo dejaste a medias...
Reí a carcajadas al leerlo y me acerqué a la mesa, donde encontré una nota más; estaba deseando leerlas todas. Cada una de ellas era tan especial... Cogí la siguiente y la leí en voz alta para que me oyese.
Espero que hayas lavado las sábanas después de tu cautiverio, aunque, sabiendo que huelen a ti, no me importaría que no fuera así. Esta noche vas a ser mía, una y otra vez. Tengo que recuperar el tiempo perdido. Y ésta va a ser nuestra cama por mucho tiempo.
Leí de nuevo la nota, pero esta vez para mí, y no di crédito a la confesión que acaba de hacerme. «Mucho tiempo», eso significaba que había venido a recuperar nuestra relación, por primera vez no me pedía que me mudase con él, todo lo contrario. Mis lágrimas se desbordaron y mis manos temblaron a la vez que me giré en su busca, pero nada. Estaba divirtiéndose desde donde quisiera que estuviera observándome. No vi más notas, pero sí intuí luz en el baño. El camino de velas continuaba hasta él; volví a llamarlo, pero no me contestó. Empecé a pensar que lo había montado todo y luego se había marchado; seguro que en la última nota me ponía que me estaba esperando en el aeropuerto, y todas mis fantasías se desmoronarían en el último momento. Entré en el baño y miré el espejo, donde vi mi reflejo... para nada bonito: mis ojeras, mi pelo horrible... Otra nota.
Sé lo que estás pensando, y lo único que veo es a una mujer preciosa.
Me giré hacia la pared de detrás y me asombré; parecía que me estaba viendo o, más bien, había adivinado lo que pensaría al verme, mis pensamientos, pero no quería darle más vueltas, quería leer la siguiente, que estaba sobre el borde de la bañera, esperándome.
He dejado dos copas para brindar por nuestro futuro, juntos; uno en el que olvidaremos lo que ha ocurrido. A partir de ahora mismo, comenzamos de nuevo, sin mentiras, sin secretos. Es tu decisión. Si me quieres en tu vida, sólo tienes que invitarme a tu casa.
¿No pensarías que iba a entrar sin permiso? Tuyo siempre,
Markel.
Cogí las dos copas de vino, después de haberme mirado al espejo, lavado un poco la cara e incluso recogido el pelo, para no estar tan espantosa. Con las copas en la mano, caminé hasta la puerta, la abrí y lo vi apoyado en el quicio de ésta, sonriendo. Era una sonrisa que anhelaba ver desde hacía muchos días. Una que vi por primera vez el día que supe quién era realmente y que, desde entonces, no había conseguido olvidar.