Capítulo 11

 

¡Oh, my God, no puede ser!

 

 

Me desperté nerviosa, era el gran día. Metí la cabeza debajo de la almohada, cerré fuerte los ojos e intenté no pensar, pero me resultaba imposible, estaba histérica, y tenía claro que sería peor conforme se acercara el momento. La puerta se abrió y algo se lanzó sobre mí, hundiéndome en el colchón mientras los gritos inundaban la habitación. No pude evitar reírme. Tiré la almohada para no ahogarme y le pedí que se levantara.

Nos miramos y no dijimos nada, sólo nos levantamos y nos dirigimos al salón, mientras mi mente no dejaba de memorizar lo que debía decir.

—No lo pienses más, sé tú misma. Nada más.

—Lo sé, pero... y si me quedo en blanco y no sé qué decir...

—No pasará; además, Dulce te ayudaría en ese caso, lo sabes. Así que, relax, nena.

Me senté en el sofá con mi ordenador portátil y abrí el correo electrónico. En la bandeja de entrada, categorizada como «social», había tal número de mensajes que me asusté, nunca había tenido tantos. Los miré uno por uno y los contesté; había tantas dudas, preguntas y felicitaciones que me pareció increíble.

Después de cuarenta minutos, conseguí vaciar los mensajes sociales y pasé al buzón principal. Tenía un email de Dulce; lo abrí y contenía unos enlaces, los que llevaban directos a la compra de los libros tanto en formato digital como en papel. No pude evitar emocionarme, era una sensación indescriptible, ahora sí que comenzarían a comprarlo y opinar.

Sin darme cuenta, ya era la una del mediodía. Había escrito un par de mensajes a Markel, pero extrañamente no había contestado a ninguno de ellos; no era lo habitual, pero supuse que no los había visto.

—Va, vamos a hacer la comida. ¿Qué te parece una paella?

—Me encanta.

Entramos en la cocina y abrí la nevera para coger la verdura; la troceé y la pasé por el triturador, mientras Esther cortaba el calamar en aros para hacer el sofrito.

Hablamos de todo menos de libros o de la presentación que tenía ese día, y se lo agradecí; necesitaba desconectar de ello. Mientras el arroz seguía su curso, preparamos un pequeño plato de embutido para picar. Cuando la comida estuvo lista, nos deleitamos con el arroz hasta que Esther recordó que era la hora de comenzar a prepararme.

Asentí y me fui a la ducha. Me adentré bajo el agua y cerré los ojos intentando controlar mis nervios; sólo necesitaba respirar y estar tranquila, y el agua conseguiría relajarme.

—¡Cuando salgas, ni se te ocurra ponerte espuma!

—¿Qué?—contesté al haber oído algo pero no haberlo entendido, ya que tenía agua en los oídos.

—Que no te pongas espuma en el pelo, que hoy te voy a peinar y dejar divina.

Sonreí y comencé a enjabonarme el pelo. Estuve más de lo normal, pero no quería salir del baño, me aferraría a él todo lo que pudiera. Unos golpes me anunciaron que se encargaría de destrozar mi plan, así que cerré el agua y cogí la toalla para secarme.

Cogí el albornoz que Esther me había dejado encima del baño y me lo puse. Salí y me encontré un salón de belleza en el comedor. Una carcajada sonora salió de mi garganta, y me senté en la silla que había colocado estratégicamente delante del sofá.

Con el secador en mano, me apuntó y preguntó si estaba lista. Negué con la cabeza, pero con su dedo índice justo en sus labios me indicó que me callara. Comenzó a secarme el cabello; después onduló mis rizos con la plancha, consiguiendo que las raíces estuvieran lisas y el resto ondulado, aunque aún no me veía. Cuando el pelo estuvo listo, pasó a maquillarme; la avisé de que quería un tono suave, no quería llamar la atención, y ella, tras un «ajá», continuó casi sin hacerme caso.

—Dime que te gusta.

Me levanté, fui hacia el espejo de la entrada y me quedé anonadada: estaba muy guapa y natural, que era lo que más me gustaba. Nos fuimos a la habitación y, tras conseguir convencerla de que no quería ponerme vestido, sino un simple pantalón pitillo de color negro y una camiseta caída de un hombro color turquesa, estuve lista. Salió corriendo del cuarto y me obligó a ponerme un collar y una pulsera negra que consiguieron dar un toque de sofisticación a ese look informal por el que me había decantado.

Cogí mi bolso y mi teléfono móvil y miré si Markel me había contestado, pero no, todavía no me había dicho nada; pensé que quizá estuviera igual de nervioso que yo. Esther ya estaba esperándome en la puerta y salimos rápidamente para coger el coche y adentrarnos en el caótico tráfico de la ciudad.

Esta vez íbamos con tiempo suficiente como para llegar antes de la hora, y así fue. Cuando aparcamos en el parking, tenía la garganta seca. En cuanto pudiera, daría un sorbo de agua; si no, me resultaría imposible decir palabra alguna.

Mientras subíamos en el ascensor, me miraba y le repetía a Esther si estaba segura de que iba bien y daría buena impresión. Ella me observaba con las manos en sus caderas, con mirada inquisidora, y entendía lo que me quería decir, estaba bien.

Cuando se abrió el ascensor, aún quedaban veinte minutos. Estaba deseando conocer a Markel, y miraba a mi alrededor en busca de algo que me indicara que era él.

Mis pasos se paralizaron de pronto cuando oí una voz conocida; miré hacia todos los rincones hasta que divisé lo que nunca pude imaginar que ocurriría: mi familia estaba allí... ¡no podía creerlo, estaban todos! Cuando caminé hacia ellos, vi a Assa, nos fundimos en besos y abrazos cuando observé a Dulce en un segundo plano. Le expliqué quiénes eran y, tras saludarse, nos hizo pasar a la sala.

—¿Que hacéis aquí?, ¿y el aserradero?

—Thor se encarga, ha sido idea suya —contestó mi padre sonriente; estaba feliz de estar a mi lado. Thor los había animado a que vinieran... eso sí que no me lo esperaba, después de lo que me dijo al despedirse de mí. Al parecer, también había estado reflexionando.

Grete y Assa me abrazaron mientras mi padre hablaba con Esther. Me acerqué a Aksel y lo abracé, sorprendiéndolo. Cómo no, me dijo que no me emocionara, que lo habían obligado a ir, que el odiaba estar en aquel lugar. Nunca reconocería la verdad, pero que estuviera ya era más que suficiente.

—Amiga, más te vale que te hagas famosa —dijo Assa en noruego dejando a Esther alucinada al no entenderla. La miré, traduje las palabras y comenzamos a reír todos. Dulce nos dijo que nos pusiéramos frente al photocall para poder hacernos una foto todos juntos, y así lo hicimos: entre risas, dejamos que capturaran la alegría que todos sentíamos.

Me separé de mi familia, que se situó en primera fila para darme su apoyo, y percibí que se abrían las puertas y... lo vi. No podía creer que volviera a coincidir con el pedante y desesperante hombre del avión... pero ¿que hacía allí? Cogí del brazo a Esther, que conocía la anécdota del baño, y le conté que era él, el del avión; emitió una carcajada que acalló al instante.

¿Qué tenía que hacer aquel tipo en esa presentación? Vi que caminó directo a Dulce y ésta lo saludó como si lo conociera de toda la vida. Esther y yo nos miramos y en ese segundo salió de su boca...

—Markel.

—No, no puede ser él. ¿Por qué volaría desde Noruega?, es español.

—¿Entonces? Veinte euros a que es Markel; al final el gordito es un bombón. Si no lo quieres, me lo quedo yo.

—Calla —dije entre dientes mientras se acercaban a mí.

«Dios, trágame. Por qué me pasan a mí estas cosas. ¿Quién diantres es este hombre? Que no sea Markel; no, por favor», pensé. Sería demasiado... por el ridículo que pasé delante de él. Pero ya no había camino de huida, estaban apenas a dos metros de mí y su mirada lo decía: me había reconocido... seguramente como a la palurda que no sabía abrir una puerta de un baño en un avión.

—Dunia, te presento a Javier, el agente de Markel.

Por un instante el aire se congeló en mis pulmones y comencé a ahogarme, pero una bocanada entró al instante al saber que era su agente y no él; el bochorno era menor de esa forma.

—Encantada.

—Tú eres...

—¿Os conocéis? —interrumpió Dulce sorprendida.

—Eres la chica del avión; siento haber sido tan desagradable.

—No se preocupe —repuse, aunque no me hizo ni caso y miró su reloj, siendo el mismo maleducado que conocí durante el vuelo, pero esta vez no me importaba—. Ya es la hora, ¿no?

—Sí, y este hombre debería estar aquí ya; hay lectoras haciendo cola y, como no lo vean, se va a armar demasiado revuelo —expuso Dulce.

—¿Te parece que vayan entrando los escritores invitados?

—Sí, será lo mejor... y llama a Markel, por favor —insistió Dulce.

Cuando marcó el número en su teléfono y se lo puso en la oreja, de pronto se abrió la puerta a la vez que se oyó el sonido del tono de una llamada y todos nos giramos en esa dirección. Me quedé alucinada al ver a dos escritores famosos, cada uno de un género diferente; era fan de ambos. No podía creer que hubieran acudido a la presentación de una novela de dos escritores noveles.

Se chocaron la mano con Javier y, con una sonrisa de oreja a oreja, los guio hasta nosotros. No podía creer que me viera en esa tesitura: no era sólo publicar un libro, sino que estaba acompañada de escritores de renombre que nos apoyaban y conseguirían que muchas personas se interesaran por nuestra obra. Me temblaban tanto las piernas que Dulce me cogió la mano y me dijo «tranquila» apenas sin mover los labios.

—Chicas, ya estamos todos. Darío, Jean, ésta es Dunia Bergman.

—Encantada de conocerlos en persona.

—El honor es nuestro.

Miré hacia mi familia y no pude evitar buscar la mirada de Esther; ella sabía quiénes eran esos dos escritores, y habían venido a darnos su apoyo; no podía creerlo. Ella aplaudía en silencio mientras se mordía el labio, incitándome a pensar en lo guapos que eran los dos. Grete le daba golpes en el brazo para que me dejara tranquila, y Assa permanecía boquiabierta, ya que no sabía quiénes eran ni entendía nada de lo que se hablaba en la sala.

—Chicos, debéis sentaros ya, sois los protagonistas...

—Falta Markel —comenté.

—No. —Comenzaron a reírse los cuatro de mí; una vez más conseguía quedar en ridículo. ¿Por qué no mantenía la boca cerrada? Aunque los miraba a todos incrédula, pues no entendía por qué les divertía tanto, Markel no había llegado.

—Yo soy Markel. Mi nombre verdadero es Markel Gerns, pero el seudónimo por el que todo el mundo me conoce es Jean G.

«¿Qué? ¿No puede ser? Llevo unos meses hablando con Jean pensando que era un desconocido, gordito con gafas, y es Jean G. He leído todos sus libros de novela policiaca... He charlado con él de mi vida, de todo más que con nadie, y encima está... madre del amor hermoso, es un bombón. Su pelo largo moreno, un poco revuelto, y esa cara angelical de no haber roto nunca un plato, alto, musculado, siempre me ha parecido sexi...» Ahora sí que me iba a dar algo, no podía ser.

Él tiempo se paralizó. Todos me miraban esperando a que dijera algo, pero no tenía palabras. Caminé hasta mi silla con la mirada fija en Esther; no podía decirle nada, pero pronto entendería mi reacción. Había escrito un libro con Jean G. Ahora la frase de mi amiga cobraba sentido una y mil veces: ¡Oh, my Goood!

Allí estaba yo, sentada al lado de Jean o Markel, como quisiera que lo llamaran, y a nuestra derecha, a su lado, Dulce, más sonriente que nunca. Javier esperaba de pie al lado de Darío, que no dejaban de hablar. Esther me miró atónita y asentí con la mirada cuando abrió la boca casi desencajándosele la mandíbula, y contoneó sus caderas sobre la silla consiguiendo que riera y reaccionara de mi estado de shock. Me guiñó un ojo y me dijo con los labios que yo podía.

Grete me miró feliz al haber reconocido a Jean, y me levantó el pulgar transmitiéndome alegría y su energía positiva; en cambio, Aksel, Assa y Fredrik estaban mudos y me miraban serios, y mi padre... ver sus ojos colorados y brillantes iba a hacerme llorar. Lo regañé con la mirada y se los frotó sonriendo.

Las puerta se abrió y comenzaron a entrar las lectoras, seguidas de un «ooohhh», pues todas lo conocían y, sin duda, el factor sorpresa había resultado sensacional.

Delante de mí había un montón de libros, uno encima del otro; el último estaba puesto verticalmente para que todo el mundo pudiera ver la portada.

—No te he podido contestar porque estaba volando.

—Ya veo que no soy la única que omito cosas.

—No podía decirte nada; si no, no habría salido una novela tan espectacular.

—Ya veo, ya.

Su mano se posó sobre la mía y me guiñó un ojo mientras miraba a las lectoras y sonreía a cada una que se iba sentando.

—Va a salir bien, no estés nerviosa.

—Si me hubierais avisado, puede que lo estuviera menos.

—Soy tu compañero, nada más, estamos al mismo nivel.

—Si tú lo dices...

Giró la cabeza y fijó sus ojos en los míos, pero yo no quería mirarlo, era demasiado. Sin embargo, su pierna me dio un golpe, así que, antes de que nadie notara nada, lo miré. Estaba apenas a cincuenta centímetros, y era guapísimo, y también cercano... era el Markel que yo había conocido a través del chat, no Jean el inalcanzable escritor que conocía por sus novelas.

Dulce no esperó más; los asientos estaban completos y sorprendentemente había gente que se había quedado de pie, pero estaban tan sonrientes todos ellos con nuestra novela entre sus manos que no podía sentirme más feliz.

—Buenas tardes. Quería agradeceros a todos y cada uno vuestra asistencia. Como podéis comprobar, ha sido un lleno total y os lo debemos a vosotros. Sé que esta publicación ha sido muy misteriosa. Ya sabéis que son dos escritores; a uno de ellos todos lo conocemos, es Jean G. Por primera vez ha accedido a escribir novela romántica, y lo que más nos sorprendió fue su interés por escribir conjuntamente con una de nuestras escritoras del género, Dunia Bergman. Esta escritora novel nos ha demostrado que hay que creer en nuevas generaciones, pues vienen pisando fuerte. Estamos emocionados por mostraros el resultado, sabemos que os va a sorprender. Ahora doy paso a Darío, el padrino de ambos; él os presentará a cada uno de ellos como merecen.

Todo el mundo aplaudió y yo me quedé alucinada de que Darío fuera nuestro padrino, mi padrino, pero así era. Javier le acercó el micrófono para que comenzara su discurso. No llevaba ningún papel, iba a improvisar, y eso consiguió que me relajara, estaba ansiando escuchar sus palabras.

—Hola a todos. Primero me gustaría hablaros de esta chica, muy guapa por cierto. —Provocó risas entre el público—. Esta joven escritora es española, nació en Madrid, aunque se ha criado principalmente en una bella ciudad de Noruega. ¿Qué decir de ella? Yo he leído la novela y sé lo que ha escrito. Os puedo asegurar que es una joya por descubrir; me encanta su frescura, la emoción que transmite a través de sus palabras es sorprendente. Yo he quedado prendado, y desde este momento soy uno de sus seguidores.

Darío estaba diciendo eso de mí, no podía creerlo, era más de lo que nunca podría haber imaginado. Markel apretó mi muslo bajo la mesa; su gesto de complicidad consiguió que lo mirara y le sonriera.

—¿Y qué voy a decir de mi compañero Jean? Por primera vez me ha hecho caso y muestra su verdadero nombre, Markel... Es el autor de los libros del género policiaco que más me gustan, pero este bribón... —volvió a conseguir que todos rieran—... además, es un autor de romántica increíble. Ni él se lo hubiera imaginado, pero yo os aseguro que la erótica es lo suyo. Y un consejo, compañero de teclas: no dejes de escribir nunca estos dos géneros, porque serán tu sello.

Le llegó de nuevo el turno a Dulce. Explicó de qué trataba la novela, dónde se desarrollaba... y las lectoras que sostenían su ejemplar entre las manos no pudieron evitar ojearlo, leer las primeras frases.

Dulce nos cedió la palabra y Markel, caballeroso, me indicó que hablara yo primera. Me acerqué al micro nerviosa, pero no lo pensé: agradecí a las personas que estaban delante de mí que hubieran venido, y a Dulce que hubiese confiado en mí. Finalmente, cómo no, agradecí a Markel los meses de trabajo conjunto, reconociendo que habían sido los mejores de mi vida.

Markel empezó a hablar y él no agradeció nada a nadie, simplemente explicó que escribir ese género a mi lado había resultado muy fácil, que yo le había puesto el listón muy alto capítulo tras capítulo y él sólo se había dejado llevar, que «era débil» incluso se permitió el lujo decir.

Durante la ronda de preguntas, no dejamos de mirarnos y sonreírnos. Estábamos cómodos y ambos contestábamos buscando el apoyo del otro. Todos querían saber sobre la novela. Al decir que era erótica, especulaban, pero, por lo poco que oí, nada era lo que realmente encontrarían.

—Dunia, ¿ha sido muy difícil escribir junto a tu compañero? —Sabía que tarde o temprano llegaría la pregunta de Esther, pues ella había vivido mis enfados.

—Si soy sincera —miré a Markel, que sonrió, de forma que me permitía decir lo que sentía—, os puedo asegurar que en algún momento he deseado tenerlo delante y decirle alguna que otra cosa, pero después ha sido un compañero muy bueno.

—Tengo que decir que ella daba unos giros que me sacaban de mis casillas; cuando quería relatar una escena, había cambiado el rumbo y ya no podía. —Todos rieron y él me miró guiñándome un ojo—. Pero sin duda tenía razón, su camino era la más adecuado.

—¿Os conocíais antes de escribir? —preguntó Assa en un perfecto español dejándome paralizada, pero la risa de Grete me aclaró que ella se lo había enseñado.

—No. Es más, yo no sabía que Markel, el joven escritor que hablaba conmigo a través de Internet, era Jean; de haberlo sabido, no sé si habría aceptado escribir con él.

—Exagerada, soy el mismo, pero... ver su cara al enterarse de quién era yo realmente me ha divertido.

—Así de simpático es, realmente —interrumpí bromeando y consiguiendo una presentación relajada.

Dulce anunció que, quien quisiera que le firmáramos la novela, debía hacer cola, y, tras un grave sonido de sillas moviéndose y de voces hablando alto, noté la mano de mi compañero en mis hombros.

—Has estado genial, Hechicera.

—Me va a dar algo.

—Quién lo diría, ha parecido que no era la primera vez.

—Pues no he sentido lo mismo.

Su cercanía me puso nerviosa, acalorada, necesitaba que aumentaran el frío de la sala, así que miré a Dulce y me abaniqué con una mano para que hiciera algo; asintió y fue hacia un mando; tras pulsarlo, se encendió el aire acondicionado y empecé a notar que nos llegaba ligeramente un aire fresco.

Preguntaba el nombre de cada uno de los que se acercaban y dedicaba sólo en media página; después se lo pasaba a mi compañero y le decía el nombre para que él también lo pudiera dedicar. Todos querían hacerse fotos con los dos y no dejábamos de escribir, sonreír, levantarnos de la silla para la foto y volver a repetir la operación; no sé ni cuántas veces, porque sin duda había muchísimas personas en la cola.

Cuando se acercó mi familia, les firmé el libro, los abracé y nos hicimos fotos juntos. Quería que se quedaran más, pero Fredrik estaba comenzando a alterarse y prefirieron irse al hotel. Quedamos en que, al día siguiente, comeríamos juntos para celebrar mi éxito.

—Joven, mañana te esperamos, la celebración es conjunta.

—Allí estaré, no lo dude. —Miré a Markel, quien volvió a guiñarme un ojo, y sonreí. Mi padre lo había invitado a almorzar con nosotros sin preguntarme qué me parecía.

Seguimos con la sesión de fotos y firmas hasta que solamente quedamos nosotros, Javier, Darío, Esther y mi amiga Assa, que no quería irse. Cogí la botella de agua que había sobre la mesa y di un trago, estaba sedienta; luego caminé hasta Esther y Assa, que me abrazaron mientras las tres dábamos unos grititos, entusiasmadas por lo que acabábamos de vivir.

—Chicas, nos vamos de cena —gritó Markel—. Hay que celebrarlo. —Las miré y las dos asintieron alegres. Aún no sabía cómo Assa se estaba enterando de algo, pero ella disimulaba y hacía ver que lo captaba todo, y yo, cuando podía, le traducía en voz baja.

Salimos del centro comercial y nos dirigimos al parking. Habíamos quedado con ellos en el restaurante, así que contábamos con unos minutos para poder hablar. Lo primero de todo era poner al día a Assa, pues la pobre no sabía hablar español, aunque después de ese día seguro que intentaría aprender.

Le conté que, cuando escribí la novela, no sabía que Markel era Jean, que yo era una de sus fans y que estaba en una nube. Esther bailaba detrás nuestro, alzando los puños en señal de victoria, y no podíamos para de reír las tres. Era emocionante. Me observé las manos, en las que tenía uno de mis libros, lo miré, me paré y grité «es míooo, mi tesoro», consiguiendo una carcajada conjunta que retumbó en el parking.

Nos montamos en el vehículo y comenzamos a conducir hacia la dirección que nos habían dado, pero ninguna la conocía; Esther tampoco, así que nos costó llegar un poco más de lo normal. Recibí un mensaje en el móvil y sabía que era de ellos.

 

Markel: ¿Vais a venir?

Dunia: Cuando encontremos el lugar, lo haremos.

Markel: Ves como te ibas a perder, Hechicera.

Dunia: Corto y cambio; si no, seguro que no llegaremos.

 

Reí y por fin Esther dio un grito al ver el nombre del restaurante. Era uno muy normalito, nada que llamara la atención desde fuera, así que pensé que nos sentiríamos muy cómodas. Vi que Markel estaba en la puerta hablando con alguien. Esther aparcó en un sitio justo a su lado. Cuando salimos del coche, él ya había colgado y esperó a que nos acercáramos para entrar.

—Por cierto, no he podido decirte lo bella que eres en persona, no te imaginaba así.

—Ni yo, creía que tenías más formas. —Reí al ver su cara.

—Te dije que fui gordito, en el pasado; ahora no lo soy.

Negué con la cabeza y entramos. Dulce, Darío y Javier estaban sentados en una mesa, al fondo; caminamos hasta ellos y nos ofrecieron una copa de champán, teníamos mucho por lo que brindar.

—Chicos, este brindis es por vosotros, por estar en pocas horas en el número dos de los más vendidos.

—¿¡Qué!?—grité incrédula por las palabras de Dulce.

—Lo sabía —contestó Javier satisfecho por lo que habíamos logrado.

—A brindar, entonces —gritó Esther más animada que nunca.

Pedimos lo que a cada uno le apetecía comer y, mientras nos servían, todos me preguntaron acerca del viaje y Javier no dudó en contar nuestra anécdota, provocando que todos se rieran de mí, pero, al final, el desagradable resultó no serlo tanto, en petit comité era más cercano y simpático.

Intenté que Assa no estuviera incómoda, así que traduje todo lo que pude, pero Javier ya se había encargado de que lo entendiera... era todo un seductor y Assa, la chica perfecta, pues iba loca por conseguir la fama, así que imaginé que vio algo más en él.

Dulce y Esther hablaron de la importancia de los blogs, y esta última, de la responsabilidad que tenía, ya que ahora debería seguir encargándose del mío, pues yo apenas tendría tiempo. Sin embargo, estaba encantada, le gustaba tanto la literatura y el círculo de la novela que no dudé ni un segundo de que ella podría con todo.

Notaba cómo me observaba Markel, me estudiaba. No quería mirarlo, pero sabía que él no dejaba de hacerlo; yo sólo podía pensar en que era Jean... no lo hubiera imaginado jamás, era un magnífico escritor, muy valorado, y yo era la única que había escrito con él.

La cena fue muy amena, tanto que apenas nos dimos cuenta de la hora cuando Dulce nos informó de que ella se marchaba, estaba casada y tenía dos pequeñajos que al día siguiente la necesitaban. Así que, tras darle un abrazo, nos despedimos y entre risas nosotros seis decidimos continuar tomando una copa en un local que ellos propusieron.

Darío no dejaba de bromear con Markel y el ambiente era tan divertido que decidimos marcharnos juntos caminando hasta llegar al local.

Al salir, tropecé con el escalón; suerte que la mano de Markel me agarró y me atrajo hacia él, consiguiendo que no cayera.

—Esto es una escena digna de una novela.

—Qué pena que no sea así.

—Puede serlo, si tú quieres.

—Markel o Jean... ¿cómo prefieres que te llame...?

—Markel —me interrumpió rápidamente—. Soy la persona con la que te escribías.

Me separé de él preocupada por si alguien nos había visto y me incorporé rápidamente; miré a nuestro alrededor y no vi ninguna mirada indiscreta que llevara a opinar más de la cuenta.

A través de sus palabras
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