Capítulo 39
Nunca firmaré, que quede claro
Olor a sexo y a... a Markel, mi habitación olía a él; podría acostumbrarme a despertar todas las mañanas con ese aroma, más bien lo deseaba sin duda alguna. Me moví lentamente para no despertarlo y lo observé detenidamente. Tenía los ojos cerrados, pero las sombras de las ojeras denotaban que no había descansado nada, más bien nos habíamos pasado toda la noche disfrutando de un sexo que me encantó desde el día que lo probé en Valencia. Sus labios estaban hinchados, sonrosados, y no pude evitar la tentación: los besé. Respiró más profundamente a la vez que curvaba la comisura de sus labios en señal de una sonrisa, una tierna que me derretía.
—Te quiero —le susurré con una voz apenas audible, y sus manos rodearon mi cintura.
—Yo te amo, no te separes nunca más de mí o moriré.
—No pienso hacerlo.
—Así me gusta.
—Me voy a duchar; tengo que arreglarme y este oso peludo que tengo por pelo necesita un ratito de doma.
—Me encanta cuando está revuelto entre mis dedos, cuando roza mi...
—No creo que ir con pelos de... recién...
—Follada, dilo sin miedo.
—De eso, no creo que sea muy profesional.
—¿Estás nerviosa?
—Un poco. —Dudé si decirle la verdad o simplemente disimularlo.
—Todo va a salir estupendamente, confía en ti.
—Lo hago.
—Pues a la ducha. —Me besó mientras me abrazaba y exhalaba con fuerza para fundirse en mí como si sólo fuéramos uno. Así permanecimos unos instantes, sin movernos, sin decir nada, pero diciéndolo todo.
Casi había acabado de ducharme cuando la puerta se abrió y apareció totalmente desnudo, dejando que viese su cuerpo al detalle sin importarle lo más mínimo... y yo lo miré sin esconderme, me gustaba hacerlo. Sus hombros eran tan hercúleos que parecía que, en vez de dedicarse a escribir novelas, llevase toda la vida transportando troncos como Aksel. Pero no, él era igual de fornido pero mucho más delicado. Y eso me encantaba, era lo que lo diferenciaba de los hombres de mi entorno.
—Buenos días, preciosa.
—Buenos días.
Cerré el agua y el negó chasqueando la lengua: me señalaba el grifo para que lo abriese de nuevo y, tras una sonrisa tonta, le hice caso. El agua volvió a recorrer mi cuerpo, y observó cómo las gotas caían sobre mis pechos y rebotan empapando el cristal de la mampara. Se puso a mi lado y sus brazos me abrazaron hasta que mis pechos quedaron atrapados contra su torso y sus manos acariciaron mi espalda.
Nos miramos y sonreímos torpemente a la vez que nuestros labios se acercaron y nos besamos despacio, con suavidad. Comencé a excitarme; apenas me había rozado la espalda, pero la intensidad con la que lo hizo fue indescriptible. Mis piernas flaquearon y, si no hubiese estado sujeta por él, seguramente hubiese caído rendida al suelo. Estaba tan a gusto a su lado... no quería moverme en todo el día, pero sabía que no era posible.
Ambos teníamos claro que no podíamos demorarnos, así que nuestros besos se intensificaron, fueron más pasionales. Sus manos masajearon mi clítoris y cerré las piernas en respuesta, pero volvió a chasquear y dejé de ejercer fuerza para que su rodilla pudiese colarse entre ambas y separarlas. Me apartó de él para poder darle la espalda y me empujó suavemente para que me inclinara y mis nalgas quedaran a su merced; luego las presionó mientras colaba un dedo en mi sexo. Retrocedí para profundizar... cuando sentí que introducía un segundo; los movía en círculos, estaba preparándome para que ocurriera lo que estaba a punto de suceder. Agarró mi cuello y lo besó; cerré los ojos para sentirlo mejor y me dejé llevar por el vaivén de nuestros cuerpos.
Me miré al espejo, pero ni siquiera vi mi reflejo... porque estaba pensando en que estaba deseando volver a ver a María. La verdad era que habíamos tenido una conexión increíble desde el primer día; suponía que, en parte, envidiaba la relación que mantenía con Claudio: tormentosa por momentos, pero tan pasional y romántica en otros que me sentí reflejada en ella. La distancia que me separaba de Markel, las dudas porque él era más conocido y podría engañarme... pero ahora sabía que todo eso había desaparecido. Estaba conmigo porque me quería y eso era lo mismo que sentía yo, así que, a partir de entonces, todo serían alegrías.
Él ya estaba vestido; un pantalón chino gris oscuro, conjuntado con un cinturón negro de cuero y una camisa blanco nuclear, de las que dan miedo tocar para que no se manchen. Su mirada estaba clavada en mí a través de sus gafas negras de pasta. Sólo pensaba en que era guapísimo, y en cómo podía haberse fijado en mí.
—Voy haciendo el desayuno. Llegaremos tarde.
—Ya termino.
Moví el secador más enérgicamente intentando con ello que mis rizos se secaran lo antes posible. Ya no podía esperar más, estaba muy nerviosa por salir, así que apagué el secador, lo guardé en su sitio y estudié qué hacer con mi melena. Por suerte el difusor y la espuma habían conseguido un milagro: controlarla. Pocos días lo lograba tan fácilmente, así que lo mejor era recogerme el flequillo hacia atrás y listo. Apliqué un poco de máscara a mi rostro, me pinté una fina línea contorneando mis ojos y salí hacia la cocina, donde olía a tostadas y café.
El delicioso aroma de cada mañana, pero ésta era diferente, me lo habían preparado, y el sabor seguro que sería especial.
—Estás preciosa.
Di un bocado a la tostada y cerré los ojos para evitar que mis gemidos salieran de mi garganta, provocando que se riera a carcajadas. Pero no teníamos tiempo, los dos lo sabíamos y por ello desayunamos lo más rápido que pudimos y cogimos las cosas para salir hacia la galería.
Cuando abrí la puerta, comprobé que no hacía tanto frío como los días anteriores, así que, en vez de ponerme el abrigo de plumas, preferí coger uno de paño que arreglaba mucho más que el otro.
—¡Qué frío hace!
—Pues eso no es nada. Aquí, en pleno invierno, te hielas.
—Lo voy a pasar mal.
—Te acostumbrarás. —Le guiñé un ojo en señal de comprensión.
Nos montamos en el coche y, como hacía bastante sol, me quité las gafas de pasta y las cambié por unas de sol de la marca Caramelo que me había regalado Assa; eran demasiado cool para lo que yo estaba acostumbraba, pero, la verdad, cuando las vi me gustaron mucho.
El camino resultó ameno; intenté explicarle qué era lo que veíamos en todo momento, hasta que, sin darnos cuenta, aparqué justo delante del edificio donde ondeaban unas banderas con el nombre de la escuela de arte de María y Claudio.
—¿Has visto su exposición?
—La de Madrid, sí, pero me han dicho que aquí hay piezas inéditas.
—Son increíbles, ya verás.
Cuando entramos, a la primera que vi fue a Yué, la socia de María. Me reconoció al instante, me dio un efusivo abrazo y se quedó sorprendida por la presencia de Markel; más bien lo miró de arriba abajo sin perder detalle alguno, y eso me hizo mucha gracia. No sería ni la primera ni la última que lo haría.
—Pasad, os esperan.
Nos guio hasta la parte de atrás, donde tenían el almacén, y me quedé parada al ver a Javier sentado al lado de Assa y hablando con Claudio, tan sonriente que me molestó. Markel, que era muy hábil y me lo debió de notar en la cara, me agarró de la cintura y me obligó a continuar como si no ocurriera nada. Lo miré y vi su súplica silenciosa; él sabía que estaba muy enfadada con Javier, no le perdonaba lo que me había hecho, pero debía ser una profesional y que él estuviera allí no debía influirme. María nos vio llegar y se levantó para saludarnos; nos dimos dos besos y me dijo lo contenta que estaba con el resultado. Saludó a Markel, a quien obviamente, sin que dijese nada, había reconocido al instante, y luego les di dos besos a Claudio y a Assa; me sorprendió que esta última estuviera entre nosotros como una más y no trabajando dentro de la galería. Cuando llegué a Javier, mis dos besos se convirtieron en un gesto de cortesía y de educación, que no de un saludo. Su mirada se clavó en la mía y nos entendimos a la perfección.
María tenía anotado en una libreta el programa de la inauguración oficial; primero se realizaría un recorrido completo, para ver cada una de las obras, que yo ya había visto con mi madre, y después pasaríamos a una sala donde nadie había podido entrar aún; allí habría un gran cáterin y una mesa sobre una tarima en la que se presentaría la novela, para después dar paso al cuadro.
—Dunia, espero que no te importe, pero le pedí a Dulce que hiciera una posible portada con la imagen del cuadro y lo que significa, y creo que ha quedado preciosa, sólo tienes que dar tu visto bueno. —Miré a Markel desconcertada, ya que, al ser su historia, lo que menos me esperaba era que contaran conmigo para saber mi opinión.
Cuando me entregó el sobre y la vi, mis ojos se abrieron de par en par. Era la fotografía del cuadro que ellos dos habían pintado con su cuerpo: un fondo oscuro y dos siluetas en posición; obviamente haciendo el amor sobre el lienzo. Aquella portada era tal y como me había imaginado la escena mientras la escribía. Sin duda me encantaba.
—Si no te gusta, no pasa nada.
—Es perfecta.
—¡Ves, Claudio!
—Es demasiado sugerente; van a imaginarnos a nosotros tal cual, básicamente porque no das pie a fantasear mucho.
—Pues que se mueran de envidia —lo interrumpió Yué, que apareció con una bandeja llena de copas.
—Me gusta tu percepción. —María rio.
—Pues, si os gusta a las dos, habemus portada. Dulce ya puede mandarlo a imprenta lo antes posible —apremió Javier rápidamente—. Dulce me comentó que ella presentaría a Dunia, pero... ¿vosotros tenéis alguna idea concreta para la presentación del libro o no?
—Bueno, explicaré cómo se me ocurrió la idea de plasmarlo en un libro y por qué elegí a Dunia. Y supongo que ella... hablará de su percepción de la historia sin entrar en detalles, ¿no? —Me miró en busca de mi aprobación.
—Sí, los detalles los deberán descubrir por ellos mismos.
—Jean, sería interesante que intervinieras, como el padrino de Dunia —intervino Javier.
—No, ella es la protagonista y debe ser la única. No quiero que mi presencia afecte en nada.
—A mí no me importaría —le dije con cierta ilusión de que fuera él quien me diera a conocer, ¿quién mejor para hablar de mí?
—Eso podría duplicar las ventas —añadió Javier con el símbolo del dólar impreso en sus retinas. Pero Markel lo miró y éste se retractó—. Pensándolo mejor, Dunia necesita despegar sola.
—Pues no se hable más. Está todo organizado y yo me tengo que ir a terminar una cosa. Si no os importa, nos vemos en otro momento. —Claudio se acercó a su mujer y, tras besarla tiernamente los labios sin que nosotros pudiéramos evitar mirarlos, se despidió y se marchó.
Intentamos disimular y dirigir la vista hacia otro lado, pero María, como siempre había hecho conmigo, no pudo evitar una broma a la que yo ya me había acostumbrado y Javier casi se atraganta.
—No os preocupéis, nos gusta que nos miren. —Agarró su copa y dio un nuevo trago.
María era un ejemplo para todos, sin duda alguna. Era una de las mujeres más fuertes que había conocido gracias al mundo literario. Escribir su historia había sido una experiencia única. Conocer de primera mano los entresijos de su relación, cómo comenzaron y todo lo que ella hizo por olvidarse de Claudio, en vano, me demostraba que, cuando dos personas se amaban, no había nada que pudiera separarlas. El destino siempre las uniría de un modo u otro.
Miré a Assa y observé cómo miraba a Javier con un brillo en los ojos que la delataba, estaba más que enamorada de él. No sabía dónde se estaba metiendo exactamente, era la peor persona que me había encontrado en la vida, pero no podía inmiscuirme, eso ya me quedó claro la última vez que hablamos. Así que, por mucho que no estuviera conforme, tenía que respetarla; cuando terminara con él, me tendría a su lado como siempre para ayudarla y consolarla.
María nos ofreció enseñarnos a todos la exposición y, agradecidos, la acompañamos. Fuimos caminando mientras observábamos cada uno de los cuadros expuestos. Markel se quedó mirando uno que era de Yué; sin duda era muy sensual, se intuía el cuerpo de una mujer, sus curvas, su vergüenza... por ello se tapaba los ojos con el brazo.
—¿Te gusta?
—Mucho, hay algo en este cuadro que me llama la atención.
—Es una mujer que por primera vez se siente observada, pudorosa ante su amante, pero él no ve lo que ella cree; él está seguro de que es la mujer más preciosa que pueda existir. —Oímos la voz de Yué a nuestra espalda, relatando lo que quería transmitir con su obra.
—Felicidades, es fantástico.
—Tiene muchos posibles compradores, pero ninguno que admire a su amante tanto como para tener el honor de poseerlo.
—¿No lo vais a vender? —pregunté asombrada por el sentimiento que demostraban por sus creaciones. Siempre había supuesto que los cuadros se venderían al primero que quisiera pagar lo que el artista pidiera, pero ellos eran distintos, me lo estaban demostrando con los pequeños detalles que iba conociendo.
—A la persona correcta.
Pasamos al siguiente y Markel quedó fascinado. Sin duda los tres eran unos artistas increíbles y por ello dirigían la galería y la escuela de arte. Volví a observar la mirada a Assa, quien estaba comentando algo con Javier, y noté cómo él se tocaba las manos. Estaba nervioso.
El paseo terminó entrando en una de las salas a las que yo no había accedido la vez anterior. Varias mesas redondas permanecían desnudas bordeando las paredes y no había sillas, como en las típicas presentaciones a las que había asistido; era muy diferente a lo que estaba acostumbrada y por ello me sentí aún más insegura. No sabía si sería capaz de ponerme delante de todos a hablar de lo que había escrito; me imaginaba al fondo justo al lado de María; ella tan segura de lo que decía, de lo que quería, y yo muda, intentando pasar desapercibida.
—Miedo escénico —me susurró al oído.
—¿Y si no puedo?
—Podrás, de eso no tengo dudas. —Miró a su alrededor—. ¿Cuántas personas ha previsto Dulce que vendrán, aproximadamente?
—Espero que unas doscientas. Si no, la inauguración no resultaría un éxito. —Tragué saliva en ese mismo instante y sentí que me iba a morir. Y estaba segura de que la pregunta de Markel había sido malintencionada. ¿Qué conseguía poniéndome tan nerviosa?, no lo entendía. Si era una prueba de fuego para conocer mi reacción, sin duda había ganado.
Me agarró de la mano y me guio hasta llegar a la mesa central, donde estaríamos María y yo hablando, pero mi mente ya imaginaba a doscientas personas, o cuatrocientos ojos, así que mis piernas ya flaqueaban y él lo sabía. Caminó hasta ponerse delante de mí con los brazos en jarra, muy serio. No entendía qué pretendía.
—Chicos, ¿os apetece un ensayo general?
—Ni hablar.
—Es muy buena idea, yo empiezo —intervino María muy alegre sin ser consciente de que yo estaba nerviosa, y apenas éramos cinco personas. Si ya estaba así, no quería ni pensar cómo iba a reaccionar cuando estuviera delante de las doscientas. Las manos me sudaban más de lo que habría imaginado y Markel se concentró en ponerme nerviosa, en desconcentrarme. Tenía intención de matarlo hasta que entendí que lo estaba provocando para que olvidara mi inseguridad, me estaba ayudando sin que yo fuese consciente de ello. Y, sin pensarlo, en el momento en el que María me presentó, les di las gracias por acudir, a ella por darme la oportunidad de compartir su gran momento y, para mi sorpresa, me reí bromeando con ella, sin pensar en nada.
—Muy bonito el ensayo, pero debemos hablar —dijo Javier.
—Yué me necesita, debo irme. Podéis quedaros en esta sala el tiempo que necesitéis —respondió María.
Assa entró para ofrecernos unos botellines de agua; se lo agradecimos y, tras guiñarle un ojo a Javier, salió por la puerta por la que había entrado.
—Javier, no creo que sea el momento.
—Pues no podemos esperar más. Dunia, éste es un contrato de representación al que Dulce ya le ha dado su visto bueno; como habrás leído en el email que te envié hace dos noches —¡cómo había sido tan estúpida de no mirar el correo, de pensar que el mundo se paralizaría del mismo modo que lo estaba haciendo yo! No sabía qué decir, ni tan siquiera entendía qué era lo que quería que hiciera—, sólo tienes que firmar en cada una de las páginas y yo velaré por tus intereses.
—Que tú ¿qué...? —Solté una carcajada de pronto. Markel se llevó la mano a la frente y se la frotó, sabedor de lo que iba a suceder.
—Dunia, seré tu representante, tendré que velar por tu interés.
—Ni loca quiero que tú veles por nada mío. Sería lo último que querría.
—Sé que puedo ser muy frío, que hemos comenzado con mal pie, pero, si te represento, no haré nada que te pueda dañar.
—No quiero saber nada de ti, y punto. —Caminé segura de mí misma y Javier miró a Markel sin saber qué decir, ni qué hacer. Markel le dio una palmada en la espalda y, encogido de hombros, le soltó un «te lo dije».
El sonido de mis botas retumbaba a cada paso que daba y estaba comenzando a sudar. ¿En serio me estaba diciendo eso? ¿Pero cómo iba a dejar que me representara un neandertal sin escrúpulos que había sido capaz de utilizarme? En ese tema no iba a ceder, sería lo último que hiciera, no pensaba pasar por alto todo lo que me había hecho. Vi a María y a Claudio, que me miraban preocupados, y me dirigí hacia ellos.
—¿Estás bien?
—Sí, pero me voy a ir ya.
—Nos vemos en la inauguración; si quieres venir antes, estaremos por aquí. O me llamas.
—Vale... gracias.
Aún estaba aturdida y, por mucho que quisiera disimular que estaba perfectamente, no lo estaba. Mi incredulidad era mayúscula por el morro que tenía Javier... era indecente, inmoral y abusivo. Encima de todo lo que me había hecho, quería representarme y, claro, cobrar su porcentaje de todo el dinero que pudiera ganar. Mi cabeza seguía dando vueltas mientras yo caminaba por inercia hasta la calle. Tenía calor; mucha, a decir verdad. Estaba empezando a sudar cuando un brazo me agarró por detrás.
—¿Pensabas irte sin mí?
—Tú sabías esto.
—Dunia, necesitas un representante...
—Pero no pienso aceptar a Javier; tú mismo sabes qué nos ha hecho. Es más, no sé cómo aún sigues trabajado con él. Deberías haberlo despedido.
—Porque llevo muchos años con él y soy lo que soy por él.
—Y casi no nos volvemos a ver por su culpa.
—Y te conocí porque él te buscó.
—¿Lo estás defendiendo? Esto era lo último que esperaba oír hoy.
—Dunia, espera. —Se plantó delante de mí y me agarró la barbilla para que lo mirara con atención, para que dejara de mirar a todos lados—. Te quiero, por eso he venido, al igual que he pedido que me envíen mi ropa, unos pocos libros y alguna cosa que necesito. Pero Javier es muy bueno en su trabajo, un gilipollas a veces, sí, no te lo voy a negar, pero un gilipollas que consigue muchos beneficios.
—¿Me lo estás diciendo en serio? O sea, todo es dinero... ¿Nuestra relación también compensa económicamente?
—No saques mis palabras de contexto, porque sabes que no es verdad.
Comencé a caminar calle abajo; necesitaba respirar y en la puerta de la galería no me apetecía hablar de ello. Él no lo dudó y caminó a mi paso; no le fue difícil seguirlo, ya que sus piernas eran mucho más largas que las mías. No decía nada, no me miraba. Solamente seguía mi ritmo. Pero yo estaba muy enfadada, con él, con Javier, con todos. Parecía que se estaban burlando de mí. Aceleré el paso y él hizo lo mismo; lo miré con cara de «quieres dejarme en paz», pero ni tan siquiera me miró, simplemente continuó andando hasta que me paré de pronto y apoyé las manos en mis caderas. Se giró para poder observarme y, tras unos segundos sin decir nada, ambos sonreímos a la vez.
—Eres un idiota, lo sabes, ¿no?
—Un idiota loco por estos rizos.
—Pues estoy enfadada.
—Y te comprendo, yo también lo estaría. Pero te juro que, si no fuese una buena idea, sería yo mismo el que te diría que no lo firmaras.
—Markel, mira todo lo que ha hecho por dinero, ha jugado con nosotros...
—Es su trabajo. Para él, el fin justifica los medios. Debe ser así; si no, no sería un buen representante. Pero tú serás la que tendrá la última decisión en todo. Si no estás de acuerdo en algo, sólo tienes que decirle ¡no! y no habrá más que hablar. Yo he sido imbécil por no haber dicho ese no, pero tú eres mucho más inteligente que yo.
—Nunca firmaré, que quede claro.
—Cabezota.
Sus manos rodearon mis caderas y me besó difuminando y desvaneciendo el enfado, al menos con él. Lo recibí y lo besé con pasión sin importarme que nos pudieran ver... o más bien quería que nos vieran, que nos hicieran una foto y todo el mundo supiera que yo era la única que estaba entre sus brazos, la única a quien besaba con ganas.
—¿Qué piensas?
—¿Cómo sabes que estoy pensando?
—Lo sé.
—Que no me importaría que todo el mundo supiera que estamos juntos; me gustaría, así cualquier fémina sabría a quién no debe acercarse.
—Eso tiene fácil solución. —Sacó de su bolsillo el teléfono y, tras volver a besarme, oí el sonido de la cámara del móvil varias veces, junto con la luz del flash. Hasta me pidió que sonriera, y lo hice más feliz que nunca—. Elige dos.
Miré una a una las fotos que iba pasando con el dedo y dos me llamaron la atención: en la primera nos besábamos y a los dos se nos escapaba una sonrisa; en la otra, una de las últimas, nos mirábamos felices ignorando la cámara.
Se las señalé y le devolví el móvil; no sé qué hizo, pero estuvo trasteando durante unos segundos muy concentrado y, cuando me dijo que ya estaba, mi teléfono comenzó a vibrar. Lo miré y sonrió.
—Tú lo querías, tus deseos son órdenes. Pero, ahora, prepárate. —Sonrió y me abrazó por la cintura mientras caminábamos por donde habíamos venido, en dirección a la galería de nuevo.
Abrí la aplicación de Twitter y vi que Markel me había etiquetado en una foto; había colgado un collage con tres fotos, las dos que elegí yo y una que añadió en la que se me veía durmiendo. No sabía de cuándo era esa foto, pero era preciosa. La frase que anunciaba la foto era muy simple, pero le demostraba a todo el mundo que estaba enamorado.
A tu lado no puedo ser más feliz. Te amo @DuniaBergman.
—¿Y esa foto? No la recuerdo.
—Fue el primer día que dormiste en mi casa, es mi foto preferida.
Nuestros teléfonos comenzaron a sonar y a vibrar. Ambos sonreímos y Javier salió del interior corriendo, con cara de preocupación.
—Joder, Markel, estas cosas se avisan. ¿Tú sabes lo que va a pasar, no?
—Para eso eres nuestro representante, para que lo soluciones.
—¡Eh, yo he dicho que nunca firmaría!
—Pues yo, que tú, no lo dudaría. Voy a redactar la nota de prensa, de momento a nombre de Jean. —Me miró vacilante—. Cuando sea tu representante, ya haré la tuya. Mientras tanto, todo el mundo hablará.
—Tiene razón, Rizos, es lo mejor para ti.
Era una cabezota orgullosa, lo sabía, pero no pensaba firmarlo. No era tan débil y, además, poner una foto no iba a conseguir que el mundo estallara. Total, ¿qué iban a decir?
Nos despedimos de Javier; yo con un simple bye que éste ignoró, como si no lo hubiera escuchado. Markel intentó reprimir una carcajada, sin éxito, y nos montamos en mi coche.
—¿Podemos ir a ver a Fredrik al centro? Sé que le gustará verte.
—Claro, podemos ir a comer con él.
Asentí antes de enviarle un mensaje a Grete para decirle que me llevaba a comer a Fredrik, que no se preocupara por recogerlo, yo me encargaba de todo. Me respondió al momento, y encaucé la marcha hacia el centro.
Cuando llegamos a la puerta, ya le había explicado cómo había terminado su ingreso en el hospital y que había vuelto atrás. Debía tener mucho cuidado con lo que decíamos y hacíamos para no asustarlo y provocarle una crisis.
En la entrada nos atendió el director, quien, muy amable como siempre, nos acompañó hasta llegar a la sala donde se encontraba con una nueva monitora. Según nos explicó, las referencias de ésta eran excelentes y, desde que había comenzado con Fredrik, el cambio había sido tan grande que casi había recuperado lo que la crisis lo había retrasado.
Markel y yo nos miramos sorprendimos y, cuando entramos en la sala, lo vimos hablando con esa chica muy atento; parecía que estaban manteniendo una conversación como dos adultos. Cuando ella nos vio, le pidió a Fredrik unos segundos para saludarnos. Él asintió y se puso a jugar con su cubo de Rubik, como hacía siempre.
—Tienes que ser Dunia.
—Sí —contesté sin saber cómo lo sabía; me había pillado por sorpresa.
—Él me lo ha dicho. —Nos miró a los dos y curvó la comisura de sus labios en una gran sonrisa mientras lo observaba—. Es un chico increíble, y va a llegar muy lejos.
—Yo sólo quiero que se pueda valer por sí mismo.
—Lo hará, sólo necesita ganar seguridad.
Markel se alejó de nosotras y se sentó al lado de Fredrik; las dos los analizamos. Primero Fredrik no se movió, pero, tras preguntarle algo a lo que Markel asintió con la cabeza, sonriente, éste empezó a hablar con él.
Increíblemente Fredrik charlaba; unas escuetas palabras, pero era más de lo que nunca creí que lograría. No pude más que emocionarme.
—Ven, vamos a por un vaso de agua.
—Es que ha cambiado tanto... ha pasado de no hablar con nadie, de estar en su burbuja, a esto, no puedo creerlo. Perdona, qué maleducada soy, ¿cómo te llamas?
—Tranquila mujer, es normal. Mi nombre es Yasnaia, pero puedes llamarme Yas.
—Encantada de conocerte, Yas. —Me ofreció el vaso y di un trago mientras veía desde la lejanía cómo Markel le estaba enseñando algo. Era un juego del móvil y le estaba explicando cómo funcionaba.
Cuando me tranquilicé, Yas me estuvo explicando varios trucos para que Fredrik se abriera más en casa; me despedí de ella y caminé hasta llegar a ellos.
—Fredrik, ¿a qué juegas?
—Coches, soy el primero.
—Eres un campeón.
—Sí, lo... pone.. aquí...
Le acaricié el pelo y miré a Markel emocionada; éste me respondió respirando hondo para que lo imitara y así lo hice: inspiré y exhalé sigilosamente mientras recobraba la compostura para poder hablar con mi hermano sin que se percatara de que había algo atípico en mi forma de actuaba con él, distinta a la de siempre.
Ése era el factor más importante, la naturalidad; con ella conseguiríamos que mi hermano pudiera hacer vida normal. Al menos dentro de lo posible; era evidente que no se podría ir de casa con veinte años, pero llegaría a ser independiente de mi madre. Ése era nuestro único fin.
—Tengo tanta hambre... me comería una hamburguesa.
—Yo me comería...
—Un bratwurst.
—¿Eso te gusta? —preguntó Markel como si le horrorizara la idea, pero simplemente le estaba haciendo mantener una conversación. Esta vez sólo asintió—. Dunia, qué le vas a echar al bratwurst ese...
—Hum... ¿cómo se llamaba eso amarillo? Ay, Markel, no lo recuerdo.
—Mostaza.
—Eso, gracias. —Ambos sonreímos y nos dimos por satisfechos.
Le preguntamos si quería ir a comer con nosotros dos y no lo dudó un instante. Tras despedirnos de Yas, salimos en busca del coche para ir a la cantina y comernos lo que Fredrik había elegido para nosotros.
Hans se acercó con una bandeja y tres grandes bocadillos. Aplaudí y Markel agarró el bote de kétchup para verterlo en su salchicha. Yo sabía que no era una comida que le apasionara, pero ni lo pensó cuando Fredrik dijo que era lo que le apetecía comer, simplemente me preguntó dónde podíamos ir a por uno muy grande.
Y allí estaba, delante de mí, rellenando el bocadillo de kétchup y manchándose las manos como no le había visto hacer nunca. Mientras tanto, observaba a Fredrik; éste estaba cubriendo su salchicha de hilos de mostaza, todos del mismo tamaño y grosor; estaba estudiando perfectamente la posición de estos para que, cuando mordiera, el sabor fuese el que le gustaba.
Dio un primer bocado, la servilleta que envolvía parte del bocadillo se manchó de mostaza y refunfuñó; eso no se lo esperaba y los dos nos reímos disimuladamente, mientras con el dedo la recogía para volver a untarla dentro del pan.
Era un caso, un adolescente muy especial que siempre estaría mimado por todos. Sin duda nunca estaría solo.
Justo cuando terminó de comer, miró el reloj y le dijo a Markel que llegaba unos minutos tarde a su siesta y que, si no descansaba los... no sé cuántos minutos dijo, al día siguiente no rendiría lo suficiente y Yas se enfadaría, no podía enfadarla porque era muy guapa.
Nosotros no habíamos ni terminado nuestro bocadillo, pero Markel se puso de pie y me comentó que nos lo llevaríamos a casa, provocando la sonrisa de éste, que se había salido con la suya. Los miré incrédula y ambos salieron del bar como si nada, no sin que antes Markel dejara un billete, con una generosa propina que Hans agradeció.
Di un último bocado al bocadillo, que estaba riquísimo pero que no me dejaron terminar, y salí hacia el coche; allí me pidió las llaves y, tras ponerse los dos en los asientos delanteros, me senté en la parte posterior y Markel arrancó y comenzó a imitar los coches de los videojuegos.
—Ay, Dios, ¡quieres ir más despacio!
—¡Soy el campeón! —gritaba Fredrik riendo a carcajadas mientras simulaba el ruido del motor.
—Ya te lo he dicho antes, vamos a ganar.
De nuevo un giro cerrado y tuve que agarrarme a los cabezales de los asientos. En cuanto siguió recto, recuperé mi posición y miré a Markel a través del espejo retrovisor. Le hice un gesto para que me explicara qué ocurría y éste me guiñó un ojo.
—Fredrik, ¿tienes miedo...?
—No.
—¿Seguro?
—No.
Di un grito cuando vi que llegábamos al terreno de mi padre y, tras tirar del freno de mano, el coche giró hasta ponerse en sentido contrario y Fredrik chilló como un loco; me asusté y le grité a Markel, pero cuando agarré la cara de Fredrik para que se calmara, vi que estaba sonriendo, más bien riendo a carcajadas como nunca lo había visto.
—Más... No... te vayas... —Apenas logramos entenderlo.
—No pienso hacerlo —contestó mirándome fijamente. Aquellas palabras eran más que una promesa; a mí me podía mentir, pero sabía que a él no. Porque una mentira podría afectarle demasiado como para decirlo sin pensar en las consecuencias.