Capítulo 12
No ha sido un sueño, ¿no?
Nos incorporamos al resto y caminamos hasta donde Javier nos quería llevar. Se notaba a primera vista que era peculiar, pero era un chico muy simpático y, por lo poco que había podido comprobar, se llevaba de maravilla con Markel.
Darío era un caso aparte; desde lejos se notaba que era alguien importante y la distancia invisible que siempre mantenía con el resto lo denotaba; por mucho que hablara con ellos e intentara comportarse como uno más, apenas lo conseguía. Incluso con Markel, que era Jean... aún no me podía creer que fueran la misma persona... nunca se me pasó por la cabeza.
Assa estaba más suelta. Como todos sabían que era noruega, optaron por hablarle en inglés. Por suerte, todos conocíamos el idioma y ella se sintió más integrada. Esther, cómo no, estaba como pez en el agua, bromeando y tan dicharachera como siempre; parecía que los conocía a todos de toda la vida.
Miraba a Markel y no podía dejar de pensar en lo mismo: en el pasado había hecho colas para obtener un autógrafo suyo, una dedicatoria, y ahora estaba yéndome a tomar una copa con él, ni en mis mejores sueños... Justo cuando nos detuvimos delante de un bar aparentemente sombrío y vacío, nos indicó que ya habíamos llegado. Javier le dijo al empleado de seguridad que había en la puerta que íbamos los seis juntos y, como si nos conocieran, nos abrieron el paso.
Nada más entrar, me quedé sorprendida: estaba a rebosar. Había muchas mesas bajas con poca iluminación, y gente charlando mientras tomaba unas copas. Seguimos a Javier, que nos guio hacia la mesa más escondida que tenía un cartel de reservada, y nos sentamos en los cómodos sofás. Assa se sentó a mi lado y Markel, al otro, mientras Esther seguía hablando con Darío justo delante de mí.
El camarero nos trajo una botella de champán que sirvió uno a uno. Cuando todos tuvimos la copa entre las manos, brindamos por el inicio de una carrera conjunta muy fructífera, chocamos las copas, y Markel pronunció en voz baja, sólo para mí, «felicidades, Hechicera». No pude evitarlo, mi mente se trasladó a mi casa en Noruega.
Todos estábamos contentos, celebrando el éxito de aquella tarde, pero yo sabía que eso sólo era el principio, pronto deberíamos viajar. Aún no me lo podía creer, pero era mi momento y pensaba disfrutarlo al máximo. Di un gran trago a la copa de champán bajo la atenta mirada de él... pero no iba a seguirle el juego, y menos sabiendo quién era. Todos continuamos charlando; el tema no podía ser otro: con dos blogueras y tres escritores a la mesa, se debatía si era positivo para un escritor las reseñas de los blogs.
Darío era muy claro; pensaba que la opinión de colaboradores de blogs que no tenían un conocimiento de la materia nunca podría ser buena para un escritor, pero yo contrarresté su punto de vista, formulándole una pregunta y dejándolos a todos mudos.
—¿La opinión del lector no es irrefutable? Un bloguero es un lector y gracias a ellos conseguís muchos seguidores.
—Yo no lo veo así —insistió sin querer darme la razón.
No quise adentrarme en el tema; sabía que estaba confundido y no iba a cambiar de idea. Javier, en todo momento, intervino para amenizar las conversaciones; sus bromas conseguían que todos riéramos. Lo que más me sorprendió fue el ambiente del lugar; la música adquirió protagonismo y muchas parejas se animaron a bailar. Las observaba atentamente, veía sus miradas, e incluso mi mente ya estaba imaginando una historia nueva con una de aquellas parejas.
—Esa mirada me lo dice todo. Una idea nueva, ¿cierto?
Asentí sin retirar la mirada de ellos. Una joven movía su cabellera morena seduciendo al hombre que tenía delante; el contoneo de su cintura conseguía que el vestido negro que apenas tapaba su trasero pudiera mostrar lo justo para que aquel tipo estuviera tentado a arrancárselo y hacerla suya delante del resto de personas.
—Su mirada pícara, junto a ese labio inferior juguetón mordido por sus blancos y perfectamente delineados dientes, conseguían que el hombre necesitara devorarlos, tanto que estaba a punto de obligarla a dirigirse al baño. —Lo miré sonrojada y no pude contestarle—. No me confundo, pensabas eso, lo decían tus ojos, y más escribiendo este tipo de novelas.
—No estés tan seguro de lo que pienso, te puedes confundir.
—Dudo que me haya equivocado.
«Le gritaría, le insultaría por arrogante y... y... tiene razón. ¿Cómo sabe lo que pienso? Es la primera vez que alguien consigue leerme la mente y no me gusta, me siento atacada.»
—Voy al baño —oí que decía Esther en voz alta consiguiendo que le hicieran espacio para poder salir.
—Te acompaño.
Necesitaba un respiro, no sabía cómo salir de aquella conversación y en mis planes no entraba reconocerlo... ni mucho menos, eso sería lo último. Caminé con Esther y me quedé perpleja al ver a la pareja anterior salir de uno de los aseos. Ella tenía los labios ligeramente inflamados de haber sido besada con pasión por aquel hombre, su mirada ardía y él, tras besarle el cuello, la esperó en la puerta del servicio.
Esther me miró riendo por haber presenciado aquella situación, incluso llegó a gesticular un «tomaaa» consiguiendo que riera. La chica nos miró y se sonrojó al sentirse observaba, pero nosotras seguimos hablando como si no hubiera pasado nada, hasta que salió.
—Nena, qué calor. Si tuviera un mozo como el suyo, no saldría del baño en toda la noche.
—Esther, cómo puedes decir eso...
—Perdona, no vayas de estrecha, que tú eres la que lo escribes.
No pudimos evitar reírnos escandalosamente hasta que quedó libre uno de los baños y entré.
Al salir, me miré al espejo y mis ojos brillaban, aún tenía el pelo ondulado, pero el rizo había ganado forma y estaba muy sexi. Esperé a que Esther saliera para volver con el resto.
Al salir, vi a Assa bailando con Markel. Me quedé observándolos, no se les daba nada mal a ninguno de los dos, y Esther comenzó a gritarme que quería bailar y salió corriendo en busca de la mano de Javier, que entre risas la acompañó sin dudarlo un instante. Yo preferí acercarme a la mesa donde estaba Darío bebiendo una copa que había pedido y me senté a su lado.
El camarero se acercó y me preguntó si quería beber algo más y le pedí un vodka con naranja.
—Vas fuerte con la bebida.
—Dicen que el alcohol es el mayor amigo para combatir al frío —bromeé.
—Aquí no hace frío.
—Pero estoy acostumbrada a vivir en él.
Negó con la cabeza y en ese instante el camarero se acercó para entregarme mi copa. Darío estaba muy interesado sobre cómo había comenzado a escribir; me negaba a mentirle, así que le expliqué que tenía un blog de novela romántica, en el que informaba de novedades, escribía reseñas y publicaba algún relato corto. Le expliqué que, cuando me ofrecieron participar en la novela, acepté sin saber muy bien cuál era el fin, y que lo supe al terminarla y ahora no me arrepentía.
Él me felicitó y me habló del carácter de Chloe, hecho que me demostró que la había leído tal y como había comentado en la presentación; en primera instancia pensé que lo habría soltado para quedar bien y animar a los lectores de la sala, pero no, sabía muchos detalles que sólo podía conocer si la había leído realmente. Me sentía cómoda defendiendo mi punto de vista y porque había elegido el tema del bondage; él me miraba interesado en lo que le explicaba, hasta que me di cuenta de que quería decir algo y me callé para que pudiera hacerlo.
—Vas a llegar lejos, tu forma de hablar de tu novela lo demuestra.
—Ojalá; para mí esto es una aventura, un sueño imposible.
—Tan posible como que vamos a bailar ahora mismo tú y yo —dijo Markel, que se había acercado sin que me diera cuenta y me agarró de la mano para empujarme hacia él.
—Ve, disfruta, hoy debes celebrarlo —contestó Darío divertido por la escena.
No tuve más remedio que seguirlo hasta donde se encontraba Javier bailando entre Assa y Esther. Ver la cara de esta última mientras restregaba sus voluptuosas curvas contra el trasero de Javier era cómico. Éste sacó el teléfono de su bolsillo y, tras gritarnos que nos acercáramos, nos hicimos nuestro primer selfie.
Comenzó a sonar una canción muy lenta y Markel me cogió de la cintura para bailar; no la conocía, así que, mientras sus manos me agarraban y yo sujetaba su nuca, escuché la letra atentamente. Por más que pensara, no conocía a la cantante, pero me gustaba; su voz llegaba a mi corazón... nunca mejor dicho, no pude evitar mirar hacia arriba para encontrarme su mirada fija en mí. Sólo pude sonreírle.
—¿Quién es esta cantante? —dije al cabo de un rato.
—Es una chiquilla de no más de diez años que ganó un concurso, se llama María y la verdad es que canta como los ángeles.
—Me gusta mucho.
Seguimos bailando hasta que la canción terminó y dio paso a una más movida, así que me separé y me dirigí a la mesa a coger mi copa. Estaba sedienta. Luego invité a Darío a acompañarnos, pero no quiso, prefirió marcharse; nos dijo que su mujer lo esperaba. Tras darle dos besos y agradecerle que nos hubiera acompañado en la presentación, se despidió del resto y se marchó.
Terminé mi copa y la dejé sobre la mesa, pero Markel se acercó y me puso en las manos una nueva. Lo miré sorprendida, y me dijo que era lo mismo que estaba bebiendo. Le agradecí el gesto y di un buen trago, para continuar divirtiéndome; el alcohol había conseguido desinhibirme y que no controlara mis acciones, simplemente estaba contenta bailando con mis amigas y con los que a partir de aquel día serían mis nuevos compañeros.
La emoción del día comenzó a aparecer: me dolían las piernas y estaba agotada. No sabía ni qué hora era; cuando saqué el teléfono de mi bolsillo y vi que eran las cinco de la mañana, me quedé boquiabierta, no me había enterado de que había pasado tanto tiempo. Miré hacia el resto y vi a Assa bailando, coqueteando con los hombres que la rodearan, en su salsa, nada que ver con los chicos que frecuentaban la cantina en Noruega. Esther reía a consecuencia de la ingesta de alcohol y Javier se encontraba del mismo modo, pero al que no logré divisar fue a Markel, no lo había visto más desde que me ofreció la copa.
Me quedé observando el frío cristal que tenía entre mis manos y di un último trago. Dejé la copa sobre la barra y en ese momento un chico me agarró por la cintura y me retuvo. El olor que emanaba de su garganta apestaba a güisqui. Intenté que me soltara, pero la fuerza que ejercía sobre mi cintura era grande; por mucho que intentaba forcejear para liberarme, no conseguía deshacerme de él.
—Te confundes, ésta es mía. —Oí una voz bien alta mientras unas manos me cogían por la cintura, provocando que el desconocido retrocediera.
—Perdona, amigo, pensé que estaba sola, si es tu novia... lo siento, llévatela... toda tuya...
—Lárgate, anda —Le dio un apretón en el hombro y, posando su mano en mi cadera, casi rozando mi trasero, me llevó con el resto como si nada.
Yo lo seguí, me había salvado de aquel tipo, así que no dije nada, sólo caminé hasta el resto y Markel les dijo que deberíamos marcharnos. Todos lo miraron en plan «no puede ser», pero yo pensaba como él, estaba agotada y la sensación de pesadez era mayor que las ganas de seguir bailando.
Tras intentar convencerlos de todas las formas posibles y no conseguirlo, se rindieron y salimos a la calle. Teníamos el coche aparcado frente al restaurante, pero, si no me equivocaba y lo recordaba bien, estaba a unas cuantas manzanas de donde nos hallábamos.
—¿Hay que andar mucho?—preguntó Assa en Noruego y resoplando, dejándolos a todos mudos al no entenderla.
—Que si hay que andar mucho —expliqué en español, consiguiendo que rieran y asintieran.
Assa volvió a resoplar, esta vez más fuerte y, con un ligero movimiento de hombros, demostró su resignación y comenzó a andar como si nada. La seguimos mientras Esther me agarraba del brazo y entre gritos no dejaba de bromear y reírse sola. Markel me miró, pero enarqué las cejas, no podía hacer nada con ella.
—Amiga, tú has visto lo que has logrado, menos mal que te engañé.
—Esther, calla...
—No, tú has visto quién es, es Jeannn... Hemos ido a muchas de sus presentaciones, tienes todos sus libros...
—Cállate ya.
—No, déjala que hable —contestó Markel sin pensarlo. Estaba divirtiéndose al enterarse de que yo era una de sus seguidoras—. Así que eres una de mis lectoras, pues debes saber que siempre las he tratado muy bien; sin ellas no sería nada.
—Aligeremos, es tarde.
Seguimos caminando mientras su sonrisa no desaparecía de su cara. De pronto percibí un olor... hum... ese olor me recordaba algo.
Mi mente se trasladó a mi infancia. Iba de la mano de mi padre y un grito me alertó y me asustó; me giré y vi a mi madre chillándome porque había tropezado y, si mi padre no me hubiera cogido, me hubiera caído al suelo. Mi triste mirada se clavó en la de ella, pero no le importó en absoluto. El desprecio que me regalaba enfureció a mi padre, tanto que discutieron por mi culpa en plena calle y mi padre, tras dejarla atrás hablando sola, me puso sobre sus hombros y, corriendo como si estuviera galopando sobre un caballo, me llevó hasta desaparecer de la vista de mi madre. Más adelante, miró hacia arriba y, tras alzar mis piernas y sentir que iba a caer hacia atrás, me propuso un plan si dejaba de llorar. No era otro que comer unas porras con chocolate.
—Dunia, ¿estás bien?
—Sí... qué bien huele a porras, hace años que no como una.
—¿Cuánto hace? —me preguntó Markel atónito.
—Ni lo recuerdo...
—Pues eso tiene fácil solución. —Me cogió de la mano y me obligó a dirigirme hacia el bar que había a nuestra derecha, y el olor invadió mi interior.
Nos sentamos en una de las mesas, la más alejada, y esperamos a que se acercara el camarero. Nos miró libreta en mano y todos me observaron a mí, esperando a que yo decidiera qué queríamos comer y, ni corta ni perezosa, entre risas, le dije que churros y porras para todos, que eligiera la cantidad.
Las risas retumbaron y las pocas personas que permanecían a nuestro alrededor nos miraron como si nos faltara un tornillo, pero no era así. Tenía tantas ganas de comerlos que pedí los dos tipos. Esperé entusiasta a que llegaran y no se hicieron esperar. Fui la primera en coger uno de los churros cubiertos de azúcar, con tanta ansia que al morderlo llegué a quemarme.
—Serás burra —dijo Esther y comenzó a reírse.
—Quema, quema —contesté dejando la boca abierta para que saliera el calor mientras me la tapaba con una mano para que nadie pudiera verme.
—Ya sabía yo que a ti te gustaban los churros, pero creo que te van más las porras.
—¡Esther! —Casi me atraganto al recriminarle lo que acababa de decir, pero el resto se divertía.
Le entregué uno de los churros a Assa y con el pulgar le indiqué que estaban muy ricos, que los probara, y así fue. Tras hacerlo, abrió los ojos mientras emitía un «hum». No cabía duda, le habían encantado. El sabor era delicioso, y no pude resistirme a coger una porra, luego un churro... e incluso me comí alguno de más, pero nadie me lo impidió, pues todos me invitaban a comerme los suyos.
—Oh, Dios, estoy llena, pero... ¡qué buenos están!
—Chico, los puedes preparar para llevar, y añade de chocolate —pidió Markel mientras el camarero recogía la bandeja.
Agarré la taza de chocolate y bebí, saboreando su espesor. Estaba delicioso, no quería que se terminara. No podía dejar de beber de ella.
—No decías que era tarde —recriminé a Markel al haberme obligado a entrar, cuando él había decidido marcharse por la hora.
—No tengo nada que hacer, pero tú parecías cansada.
—Observador.
—Tú también lo eres. Los escritores lo somos: observamos, analizamos y retenemos, hasta encontrar el instante adecuado para poder utilizar lo que, días, meses, años atrás, hemos ido registrando.
—Tienes razón, esta vez no puedo negar la evidencia.
—Como sigamos mucho rato aquí, voy a dormirme —dijo Esther apoyándose en sus manos.
—Mejor vayamos ya, aún tenemos que ir hasta Getafe —contesté dándole la razón.
Nos levantamos y, tras discutir con todos, conseguí salirme con la mía e invitarlos. Markel cogió la bolsa que el camarero le ofreció y, tras despedirnos, salimos a la calle. Aún era de madrugada y las únicas personas que transitaban a nuestro alrededor eran jóvenes en la misma situación, rezagados que aún no se habían metido en la cama. Seguimos caminando mientras observaba cada una de las puertas, tiendas y bares que nos cruzábamos; todo me resultaba familiar, era increíble. Hacía tanto tiempo que no paseaba por aquellas calles que estaba ensimismada y apenas sin hacer caso a mis compañeros.
A lo lejos divisé el coche y agradecí saber que ya habíamos llegado. No llevaba zapatos de tacón, pero caminar plana también era molesto tras las horas que habían pasado.
—Es mejor que cojáis un taxi y mañana recojáis el coche. Esther, has bebido un poco.
—No te preocupes, voy bien, Markel.
—Ése no es el problema, y lo sabes.
—Llegaremos en diez minutos, no pasará nada —lo tranquilicé mientras nos sentábamos las tres y nos dejábamos caer literalmente en los asientos.
No volvió a insistir. No teníamos tanta confianza como para que nos quitara las llaves del coche y no nos dejara continuar, así que Esther arrancó el motor. Markel se acercó y me preguntó a qué hora debía pasar a buscarme; yo me quedé sorprendida, porque no sabía a qué se refería. Serio, me dijo que le había prometido a mi padre que comeríamos juntos, y eso pensaba hacer. Esther, que lo estaba escuchando todo la muy cotilla, entre risas le dio su dirección, y yo la miré con ganas de querer matarla, pero debía disimular. Sólo me dio tiempo a escuchar que, a la una del mediodía, estaría en la puerta, y se alejó.
Permanecí sentada en el asiento observando cómo él y Javier se alejaban; no sabía si a causa del alcohol, pero la imagen de su espalda me acaloró. Bajé la mirada hasta su trasero, que apenas se dibujaba tras aquella tela, y no pude apartar mis ojos de allí. Sin duda lo tenía todo: guapo, sexi y escritor... pero, por desgracia, inalcanzable, era Jean G. Aún no podía creerlo; sacudí la cabeza intentando apartar aquellos pensamientos y miré a Esther, que estaba cambiándose los zapatos para comenzar a conducir.
Me di la vuelta y vi a Assa sentada detrás, con los ojos cerrados. Me había sorprendido, nunca hubiese imaginado que vendría expresamente por mí, pero por primera vez así era, y no era para un fin propio.
—Debemos llevarla al hotel, está rendida.
—Sí, será lo mejor.
Arrancó y nos adentramos en las calles del centro. Mis padres habían reservado un hotel demasiado céntrico, pero, al ser tan tarde, apenas tardamos en llegar: en poco más de diez minutos estábamos frente a la entrada de mármol blanca vagamente iluminada y despertamos a Assa para que pudiera salir y descansar en la cama, en condiciones.
Salí y le di un abrazo y un beso en la mejilla, sorprendiéndola. No pudo evitar reírse y decirme que no iba a fallarme en un día tan importante para mí. Le agradecí sus palabras y le dije que al día siguiente nos veíamos. Volví a meterme en el coche y le rogué a Esther que me llevara a casa, necesitaba dormir.
Seguimos nuestro trayecto, esta vez dirección a su casa, y el cúmulo de sensaciones que había vivido desde que me había levantado comenzó a invadir mi cuerpo, y de qué forma: estaba agotada, sin fuerzas, tanto que no me di ni cuenta de en qué momento cerré los ojos, hasta que oí una voz despertándome. Abrí los ojos y me quedé impactada al ver que ya estábamos en el parking; sin duda había dormido todo el camino. Abrí la puerta del vehículo y me levanté adormilada, pero consciente para andar hasta llegar al ascensor.
Mi cuerpo se dejó caer sobre el colchón boca abajo, mientras me desabrochaba el pantalón y, a modo de reptil, conseguía desprenderme de ellos. Miré a mi lado y vi que tenía una camiseta blanca; no lo dudé, me desnudé y me la puse. Respiré hondo y, sin querer pensar en nada, volví a caer en un profundo sueño.
La sábana con la que estaba tapada se movió, más bien alguien la apartó, y me levanté corriendo de la cama. Para mi sorpresa, estaba completamente desnuda. ¿Qué había hecho con mi ropa? No recordaba nada, pero no podía creer lo que tenía delante.
—¿Qué haces tú aquí?, ¿cómo has entrado? —grité enfurecida saltando de la cama.
—Muy fácil: sólo hay que moverla dentro de la cerradura hasta sentir el contacto y estirar. —Me enseñó una pequeña varilla de acero.
Me quedé petrificada mientras con mis manos intentaba tapar mis pechos y mi sexo. Su mirada enfurecida teñida de lujuria recorría mi cuerpo de arriba abajo, pero yo no entendía nada. ¿Por qué había venido? Ya me dejó claro que, si me iba, no querría verme más. Dio dos grandes zancadas para ponerse frente a mí; su aliento topaba contra mi mejilla. No quería mirarlo, estaba confusa, pero no pude resistirlo mucho tiempo y alcé la cabeza; sus ojos enrojecidos y empapados en lágrimas me encogieron el corazón, eso sí que no me lo podía creer, jamás había visto llorar a Thor, y menos por mí.
Nuestras miradas se quedaron congeladas unos segundos, sin decir nada, hasta que sus labios se lanzaron sobre los míos y los devoraron con necesidad. No quería complacerle, debía resistirme, pero mi cuerpo se negaba, mis labios se abrieron permitiendo el acceso de su lengua, que invadía la mía y la poseía de tal forma que nubló mi sentido.
Sus manos se posaron sobre mis nalgas, alzándolas a su cintura, y mis piernas se enrollaron mientras mis manos se enredaron en sus mechones rubios rebeldes que caían por encima de sus orejas. Dio unos cuantos pasos hasta llegar a la cama y nos dejamos caer sobre ella. Sus dedos acariciaron mi mejilla, lentamente pero con ansia. Sus labios besaron los míos, para continuar por mi cuello y seguir una línea descendente imaginaria, recorriendo mis pechos, las costillas y mi sexo. Éste esperaba su llegada, estaba excitado, empapado, palpitando; anhelaba sentir sus labios, su lengua. Mi cabeza había perdido el rumbo y ya no había vuelta atrás, él había ganado... pero, justo cuando su aliento acariciaba mi clítoris, se paró y fijó su mirada en la mía.
—No me niegues que quieres que lo haga. —Pasó su lengua rápidamente por uno de mis labios—. Me quieres... —Volvió a lamer, el labio opuesto, mientras me era imposible retener un jadeo gutural—. Necesitas estar a mi lado. —Absorbió mi clítoris y lo mordió, consiguiendo a cambio un grito de placer.
Mis manos se agarraron al colchón y mis caderas se alzaron en busca de un contacto mayor; él seguía observándome, estaba esperando a que yo le contestara, pero no quería; no, había decidido apartarlo y ahora no podía reconocer lo que él quería oír. Sería engañarme a mí misma.
—No puedo —balbuceé.
—No necesitas seguir, tú necesitas estar a mi lado.
—Es mi sueño y lo estoy consiguiendo, quiero quedarme y vivirlo.
—Te confundes de camino.
Se levantó y, tras retirar los restos de mi pasión de sus labios, me miró con desprecio y dio un portazo.
Abrí los ojos y miré la puerta. Estaba confusa, sola en la habitación. Miré el reloj y eran las siete de la mañana; no había dormido nada, pero o bien acababa de vivir un sueño o bien Thor estaba en casa de Esther. Me levanté y recorrí el piso en busca de una prueba, pero nada, el silencio invadía cada una de las estancias, y lo más importante: yo estaba en camiseta y con mis braguitas, así que negué con la cabeza y me dirigí hacia la cocina a beber un vaso de agua.
Regresé a la habitación y me volví a tumbar, aún tenía que dormir más y nadie iba a conseguir desvelarme, ni siquiera Thor. Dicho y hecho, cerrar los ojos y volver a quedarme dormida hasta el punto de no recordar nada... hasta que un grito de Esther me alertó.
—Dunia... Dunia... como llegues tarde, tu padre te mata.
—¿¡Qué hora es!? —grité alertada al oír el nerviosismo en el tono de Esther.
—¡Las doceee, dúchate yaaa!
Y así lo hice. Me levanté de un respingo y corrí hasta el baño, me miré al espejo y comprobé que mi cara era espantosa, qué ojeras tenía; las ocultaría como fuera, pero ahora no podía perder el tiempo. Me miré la melena y los rizos rebeldes que se habían instalado en ella me encantaron; aún permanecía lisa por las puntas o, mejor dicho, menos rizadas las raíces. Tras hacerme un moño para no mojarlo, pisé la caliente cerámica para ducharme.
Cuando salí, apenas habían pasado un par de minutos; si no, no llegaría. Mientras me secaba el cuerpo recordé el sueño. No podía creer cómo mi subconsciente seguía traicionándome; llevaba días sin hacerlo, pero volvía a la carga.
—¿Qué te pasa? —preguntó Esther al entrar.
—He tenido un sueño... ni te lo cuento.
—¿Con Markel? Oh, my God, es Jeannn, ¿!te lo puedes creeerrr!?
—No, aún estoy alucinando.
—Pues cuando veas Facebook... —Rio malvadamente; puse los brazos en jarra y esperé a que continuara explicando lo que sucedía—. Ya no eres anónima, eres la suertuda compañera de Jean.
—¿Ya hablan de nosotros?
—Estábamos cenando y ya lo hacían.
—Luego lo miramos, que es tarde y tengo que terminar.
Comencé a vestirme sin pensar en lo que cogía: agarré el primer pantalón vaquero que tenía a mano y una camiseta básica, y me puse las deportivas, mis Converse a juego con la camiseta; no tenía tiempo de planear otro modelo, más ataviado. Fui hacia el baño y Esther, con la plancha de pelo en la mano, abrió y cerró las tenacillas, mostrándome la salvación... y así fue cómo, en poco más de diez minutos, logré estar peinada y ligeramente maquillada. Las ojeras habían desaparecido y estaba presentable para comer con mis padres.
Salí al salón y me encontré con que Esther estaba en el ordenador portátil. Me mostró varios muros de Facebook de clubs de lectura en los que hablaban de la sorpresa de la noche anterior; nadie se imaginaba que era Jean, pero... ¿cómo iban a hacerlo?, si yo no lo supuse en ningún momento y hasta hablé por chat durante semanas con él.
Lo que más me sorprendió fue la cantidad de fotos que había colgadas. Me habían etiquetado en todas, ni un detalle se les había pasado por alto: nosotros hablando, mirándolo, mirándonos, riendo, agarrándome de la cintura, cosa que ni recordaba. Estaba tan nerviosa que me perdí la mitad de la presentación, la emoción me superó.
Abrí mi correo electrónico y un email de Dulce me dejo boquiabierta: nos informaba a mí y a Markel de que la novela estaba en el puesto número uno de los más vendidos del género romántico. Miré a Esther y ella no tardó un segundo en pegar un chillido; no pude evitar reír, aunque no podía creer que fuera cierto.
—¿Seguro que no estoy soñando?
Un pellizco consiguió que gritara y me demostrara que era bien cierto.
—Amiga, la novela está en el número uno, tu compañero es Jeannn, mejor dicho, el bombón escritor de Jean, así que vive el momento, porque es único e irrepetible.
—Qué fuerte, no puedo creerlo.
No podía dejar de abrir páginas de blogs y grupos de Facebook, y mi bandeja de entrada mostraba tal cúmulo de mensajes por leer que me asustaron... ¿cómo iba a estar al día con tantas cosas por mirar y contestar? Me sentía como con una nube en la cabeza; la noche anterior estuve cenando con Darío y Jean, bailé con ellos, bebí con ellos... «espera, espera...»
—Dime que no hice ninguna tontería ayer.
—Cariño, te aseguro que tu querido inalcanzable Jean, si tú hubieras querido, hubiese caído rendido a tus pies... ¡vaya ojitos te ponía!
—No digas tonterías. Y tú, con Javier, anda que no te lo pasaste bien.
—Es superbromista como yo, pero, hija, por mucho que quiera, este trasero no puedo esconderlo y mi talla cuarenta y dos, menos, así que me resigno a divertirme con amigos.
—Esther, llegará el día en que aparezca nuestro príncipe azul y nos quiera tal como somos, nunca nos pedirá algo que no queremos.
Automáticamente corroboraba mi idea: Thor no podía pedirme que dejara de hacer algo que yo deseaba hacer; si realmente me quisiera, no me pediría que no siguiera con mi novela. Era obvio que él y yo no estábamos destinados a estar juntos, por mucho que irrumpiera en mis sueños. No negaría que siempre me había excitado y su cuerpo me había vuelto loca, pero eso no lo era todo.
Vi sobre la mesa una bolsa y, como sabía lo que era, no pude resistirme: eran los churros que sobraron de la noche anterior; la cogí y, tras ofrecerle a Esther, que no quiso, cogí uno de chocolate que saboreé como si no los hubiera probado nunca.
Miré el reloj y vi que quedaba un cuarto de hora para la una. Había quedado a las dos con mis padres, así que tenía tiempo para relajarme. Le pedí a Esther que pusiera música y, cómo no, me puso una canción roquera, tan grave... la había cantado mil veces en casa.
Busqué una porra bien grande y la utilicé de micrófono, consiguiendo que Esther riera a carcajadas mientras yo imitaba a los cantantes, moviendo mis rizos rebeldes al son de la música; ésta entró en mi cuerpo de tal forma que todo me daba igual. Comencé a cantar alto y poniendo la voz grave, igual que los cantantes; continué como si tocara la guitarra, y le di a Esther con mi pelo en la cara al dar vueltas sobre mí misma. La risa empezó a crecer entre las dos y entonamos la canción al unísono. Cuando acabó el tema, caímos rendidas sobre el sofá, muertas de risa. Me miré la mano y di un gran mordisco a la porra que usaba como micrófono; la pobre estaba deformada por la fuerza que había ejercido.
Me levanté y me dirigí hacia el baño; tenía las manos pringosas y ensuciaría todo lo que tocara, así que no me quedaba otra que lavármelas. Me miré al espejo y me gustó verme con el cabello ondulado y no con los rizos de siempre, me sentía distinta. Oí el timbre y salí sorprendida, no sabía quién podía ser.
—¿Quién es?
—Y después dices que yo bebo y me sienta mal. Es Markel; corre, te espera para ir a comer.
—¡¿Qué?! —grité—. ¿Comer con él?, si he quedado con mis padres.
—Y tu padre lo invitó. No le hagas esperar, que seguro que ese bombón tiene mil chicas detrás, yo soy una de ellas.
Me puse nerviosa en ese mismo instante. Me miré de arriba abajo... recordé que me había puesto unas Converse, ¡qué oportuno mi look casual si había quedado con él...!, pero no tenía tiempo, me esperaba. Miré a Esther, que me empujó por la espalda hasta la habitación y me obligó a coger el bolso y el móvil.
—¿Tú no vienes?
—Tengo vida social aparte de ti, ¿lo recuerdas? —bromeó.
—Vente, por favor. —Puse cara de niña buena, pero no sirvió de nada: negó con la cabeza mientras se divertía a mi costa.
Respiré hondo y maldije el lío en el que me había metido mi padre, ¿por qué no se había quedado calladito en la presentación? No, tuvo que invitarlo como si nada. Caminé hasta la puerta y miré a Esther con cara de «vente, por favor», pero nada, no había forma de convencerla.
Salí del ascensor y, a paso lento, caminé hasta la puerta. Había un coche parado justo en el vado de delante, y lo vi. Estaba sentado mirando hacia delante mientras se movía al ritmo de la música; en ese aspecto era como yo. Su pelo al aire le daba un punto sexi; no podía evitarlo, Markel era demasiado atractivo y comenzaba a ponerme nerviosa. Mis piernas se clavaron al suelo, no querían andar... era lo mejor, huir e inventarme una excusa; aún estaba a tiempo, no me había visto. Barajé esa idea durante unos segundos, «¿me voy o no me voy?, ¿qué hago?».