Capítulo 32

 

Por fin todo vuelve a la normalidad

 

 

—Aksel, ¿estás enfermo?

—¿Por qué iba a estarlo? Tu novio me cae bien, motivo suficiente como para hacer las paces.

—No es mi novio, y ya no será nada más.

—¿Te ha hecho algo?

—No, simplemente lo nuestro es un imposible. Tarde o temprano tenía que pasar y prefiero que haya sido ahora. Pero no digas nada, no quiero preocuparles con mis tonterías. Bastante están pasando ya con Fredrik. —Caminé hasta la cocina y me siguió. Allí abrí un armario para sacar el pan de molde—. ¿Tostadas?

—Por favor.

Tanta amabilidad resultaba extraña. No sabía qué había ocurrido durante esos días, pero, desde que me bajé del taxi, no era el mismo de siempre. Días atrás hubiese estado insultándome o simplemente ignorándome, como si la rabia lo invadiera cada vez que estaba a mi lado. O se había dado un golpe muy fuerte en la cabeza, o algo había cambiado sin que yo lo supiera... pero, bueno, prefería no pensarlo, ya lo averiguaría. Disfrutaría mientras durase la paz.

Puse el pan en la tostadora y me senté a comer lo poco que aún me quedaba en el plato. Él se levantó y se sirvió un café, para después sentarse a mi lado y comenzar a desayunar juntos. Para mí era muy raro, hacía muchos años que no lo hacíamos. Apostaba a que, si Grete nos viera, no lo creería. Yo misma seguía fascinada por su amabilidad.

—¿Vas a ir al hospital?

—Claro, en cuanto me cambie.

—Pues ve haciéndolo, seguramente le darán el alta hoy; será mejor que estemos allí.

Asentí asombrada por el momento que estaba viviendo y me dirigí a mi cuarto. Antes de llegar, me giré para comprobar que el que estaba en mi cocina era Aksel, mi hermano, el mismo que llevaba años haciéndome la vida imposible y metiéndose conmigo, y así era, no se trataba de un sueño.

Entré en la habitación y cogí un tejano y mis Converse del armario, junto con una chaqueta de lana bien gordita. Me cambié de ropa, y luego entré en el baño para lavarme la cara y maquillarme tímidamente mientras decidía qué hacer con mi pelo. Tras probar varias opciones, me decidí por una coleta sin flequillo, para resalta el color de mis ojos y mi tez rosada. Siempre me había gustado así y la verdad era que necesitaba sentirme bien conmigo misma.

Tras terminar y coger mis cosas, vi que Aksel había recogido lo poco que habíamos ensuciado en la cocina y estaba saliendo para dirigirse hacia su coche. En ese momento sí que me mosqueé... ¿qué diablos le ocurría a ese hombre?

—Aksel, ¿qué quieres a cambio?

—¿Qué?

Puso cara de sorpresa y no era lo yo que esperaba; creía que esbozaría una sonrisa ladina al saber que lo había descubierto, y que idearía un plan B para salir airoso... pero no parecía que fuese así y comencé a no saber qué esperar.

—¿A qué se debe tanta amabilidad?

—Dunia, me guste o no, eres mi hermana. Y ver a Fredrik así... me ha hecho reflexionar. No podemos estar en guerra toda la vida.

—Necesitas un médico. —Se me escapó una carcajada incrédula.

—Calla, hermanita, o harás que vuelva a ser el de siempre. —Las yemas de sus dedos se clavaron en mi cabeza y, como me hacía de pequeña, comenzó a despeinarme.

—¡Me acabo de arreglar, no lo hagas!

Empezó a reírse y se subió al vehículo mientras yo me miraba en el reflejo de la ventanilla e intentaba recomponer mi coleta lo mejor que podía. Me monté con él y continué riendo. Él negó con la cabeza y arrancó su viejo coche para dirigirnos al hospital. Durante el trayecto, pensaba aprovechar para mirar las actualizaciones del móvil.

Tenía muchos WhatsApps de grupos que ni tan siquiera pensaba leer: resultaba imposible ponerse al día con la barbaridad de mensajes que escribían; a veces eran temas importantes, pero la mayoría de ellos no eran más que tonterías. De pronto vi mensajes que eran de Markel. Comencé a leer el primero y el estómago se me encogió, no era tan fría como intentaba aparentar.

 

Markel: Dunia, no sé cómo hablar contigo. Sé lo que has visto y lo siento, pero yo no quería.

 

Miré por la ventanilla y suspiré, con un nudo en la garganta. ¿Cómo era posible que me dijese que no quería, si había visto con mis propios ojos el beso, sus labios sobre los de ella, sin que sus manos intentaran apartarla? No era tan tonta, no me podía mentir tan descaradamente.

 

Markel: No me queda otro remedio que explicarme a través de sus palabras, tú eres quien lo ha decidido. Gracias por darme la oportunidad.

 

Sabía muy bien a qué se refería y tenía claro que aprovecharía la puerta que había abierto con mi capítulo de la novela. Pero, por un lado, temía saber la verdad, quizá no me gustase o volviera a engañarme, a jugar conmigo. Así que debía estar preparada para lo peor... y conseguir que sufriera mucho, al igual que lo había hecho yo todos esos días.

Apenas quedaban unos minutos para llegar al hospital. Estaba deseando saber que Fredrik se encontraba perfectamente para poder irnos a casa. Nos acercábamos al aparcamiento y, tras buscar un lugar libre en el que dejar el coche, por fin lo encontramos, estacionamos y caminamos hacia la entrada.

Justo cuando llegábamos a la puerta, vimos que Grete estaba allí, fumando un cigarrillo; sus ojeras habían menguado. Eso significa que esa noche había podido dormir un poco mejor.

—¿Cómo está?

—Sorprendentemente bien, lo médicos no entienden nada.

—Lo importante es que está recuperado —le dije mientras la abrazaba.

—Id vosotros, yo termino de fumar y entro.

Aksel me esperó y entramos en el edificio en dirección al ascensor. La habitación estaba en la segunda planta, pero había muchas personas esperando y le pregunté si no era mejor subir por las escaleras; tras barajarlo unos segundos, asintió, y así lo hicimos. En un momento salimos al pasillo, donde vimos a varias enfermeras hablando mientras nos dirigíamos directos a la habitación de Fredrik. Abrimos la puerta y lo vimos tumbado en la cama, con su cubo de Rubik en las manos; mi padre estaba a su lado y él, sin mirar a nadie, no dejaba de mover las piezas, girándolas y colocándolas, y, como siempre, poco a poco fue poniendo los colores en su sitio, como si fuera algo tan sencillo.

Aksel me miró y sonrió a la vez que se acercó y le soltó un «¿qué tal, campeón?». Yo me aproximé y acaricié su frente mientras lo avisaba de que le iba a darle un beso allí y, sin apenas moverse pero sin apartarse, lo besé y me sentí feliz al verlo como siempre.

—Chicos, yo me tengo que ir al trabajo, aprovecho que habéis llegado.

—No te preocupes, yo me quedaré todo el día si hace falta —le apremié para que se marchase tranquilo.

—En una hora te quiero trabajando.

—Sí, jefe —se burló Aksel, y mi padre le asestó una colleja.

Se acercó para darme un beso en la mejilla y le chocó la mano a Aksel, para finalmente salir de la habitación e irse al aserradero. Imaginé que, con el contratiempo de Fredrik, todo se habría retrasado. En cuanto le diesen el alta, iría a ayudarlos en lo poco que pudiera.

En ese momento entró Grete y me agarró del brazo mientras se acomodaba en la butaca. Sabía que estaba agotada y debía descansar, pero ella no podía evitar estar con su hijo hasta el último minuto.

Nos comentó que el médico había pasado la noche anterior y les había explicado que las últimas pruebas habían resultado normales; su corazón estaba funcionando a la perfección y sólo querían tenerlo en observación unas horas más para estar seguros de que realmente no se presentarían complicaciones.

Me senté a los pies de la cama y miré a Fredrik. Sonreí al ver la ternura y el brillo de sus ojos. A continuación saqué el teléfono para comprobar si tenía algún mensaje por leer. Los Facebook los miré por encima, pues no eran muy importantes, y así continué con cada una de las redes sociales. Luego abrí mi blog, y vi una entrada en la que se hablaba sobre el infierno de las mujeres cada vez que iban a comprarse un pantalón nuevo. Sin duda era una publicación de Esther; la leí en diagonal y no pude evitar reírme. El toque de humor que ésta empleaba era increíble.

Pero yo misma sabía que estaba evitando mirar el correo; estaba casi segura de que un email estaría allí esperando a ser leído. Dirigí la mirada hacia Grete, que estaba ojeando una revista, y Aksel, que se dedicaba a molestar a Fredrik con el cubo de Rubik. Volví a prestar atención al teléfono y, con un nudo en el estómago, abrí la aplicación de correo electrónico y efectivamente vi que tenía un email suyo.

Pulsé sobre su nombre y leí el cuerpo del texto.

 

Sé que esta novela no tiene nada que ver con la que escribimos.. y dudo de que a Dulce le interese, pero es la única oportunidad que tengo de que sepas mi verdad.

 

No sabía si quería leer el capítulo; era un escritor fantástico y tenía claro que sus palabras iban a ser directas. Pocos hombres tenían el don de entender a una mujer... de decir la palabra adecuada en el momento justo, para que ésta se rindiera ante él. Yo lo hice, me dejé hipnotizar por ellas, le entregué mi cuerpo, mi corazón. Si quería ser objetiva, tenía que recordar aquella imagen, ese beso que me destrozó más de lo que había imaginado que haría.

Me senté en una de las butacas y le dije a Grete que necesitaba leer un capítulo de la novela; ella me contestó que no me preocupara. Sin más, abrí el archivo adjunto y me sumergí en nuestra historia a través de sus palabras. Lo primero que me sorprendió fue el título, «Seis meses antes».

 

Darek estaba trabajando cuando apareció Alan en su casa con cara de aburrimiento. Éste se sentó en el sillón y le comentó que necesitaba más emoción, ir a más, no quedarse entre las cuatro paredes a las que se habían aferrado durante mucho tiempo. Le explicó lo lejos que podrían llegar si elegían un cebo perfecto, uno que los hiciese vibrar, que los hiciera sentir poderosos. Incrédulo por las palabras de Alan, lo miró atentamente sin saber qué era lo que realmente quería su amigo.

Este, descontento con la actitud de Darek, le comentó que ellos podían superarse, podían elegir a una mujer que los ayudase en su propósito. Una que buscase lo mismo, pero sin que ella misma lo supiese. Sólo les serviría para ello, después no la necesitarían, ya que tendrían a las que quisieran. En los círculos en los que se movían, ya no serían dos más, sino que serían populares... y conseguirían cualquier cosa que se propusieran.

—¿Me estás diciendo que utilicemos a una mujer para que el resto nos conozca? —Alan asintió pletórico—. Es humillante, ¿tú has pensado en cómo puede llegar sentirse esa pobre chica?

—La recompensaremos: ella también obtendrá popularidad y, amigo, va a obtener más placer del que nunca haya experimentado. Los dos la haremos sentir especial. Tendrá nuestro deseo; pocas personas conseguirán que tenga unos orgasmos como los que le facilitaremos. Después no nos necesitará.

Darek, nada conforme con lo que estaba oyendo, le rogó a su amigo que olvidase esa idea y que trabajase un poco más para no tener tanto tiempo libre.

Pero Alan no estaba dispuesto a rendirse, sabía que lo conseguirían, sólo tenía que encontrar a una chica que le llamara la atención y él cedería a sus proposiciones. Conocía muy bien a Darek, sobre todo sus debilidades... él sabía cuál era la principal; una que nadie conocía... y con ella podría alcanzar su propósito.

 

No había escrito nada más, había dejado la historia a medias para que el lector se quedara con ganas de más, pero no sólo él, yo también quería seguir leyendo su versión. La relación de ambas historias era increíble: Alan buscaba fama en su mundo sexual, y Javier en el literario, pero el fin no justificaba los medios.

Ahora entendía las palabras que había oído en el restaurante, lo que Markel había intentado explicarme era que Javier lo había ideado todo, sin pensar en cómo me podría afectar a mí personalmente. Javier era un cretino, no cabía duda. Markel acababa de confesarme que él declinó la idea, pero que su agente no aceptó. Entonces empezaron a acecharme miles de preguntas... ¿en qué momento cambió de opinión?, ¿cuál era el punto débil de Markel? Necesitaba saber más, pero sólo podía hacerlo si continuaba con la historia.

También necesitaba enviárselo a Esther, que leyera esas palabras para poder tener su versión de lo que me estaba queriendo decir. Regresé a la pantalla principal del correo y pulsé sobre «Reenviar»; tenía claro que mi amiga estaba deseando saber más, pero dudaba de que ella imaginase que iba a encontrar allí una sinceridad tan aplastante.

De pronto, el doctor abrió la puerta y bloqueé el teléfono. Nos miramos expectantes para saber si le iban a dar el alta o no. Traía consigo una carpeta, en la que supuse que estaban anotadas las valoraciones de las enfermeras relativas a las últimas veinticuatro horas. Aksel se colocó justo a mi lado, mientras Grete agarraba la mano de Fredrik, nerviosa por saber cuál era la decisión del médico.

—No hay motivo por el que deba permanecer hospitalizado, pero me gustaría hablar con toda la familia.

—Mi marido está trabajando.

—Pues con vosotros. Hay algo que no me encaja. —Nos miramos los tres con rostros serios y salimos de la habitación tras él, hasta llegar a una salita en la que nos sentamos en una mesa redonda.

—Doctor, le ruego que sea franco, quiero saber exactamente qué le ocurre a mi hijo.

—Tranquilícese, ahora está perfectamente, a las pruebas me remito. Pero algo ha debido provocar esta crisis; si no, no es comprensible el estado en el que ha estado. Deben intentar descubrir cuál ha podido ser el detonante.

—Ocurrió justo después de levantarse, cuando oyó que su hermana se había ido a Madrid.

—Interesante... —Apuntó algo en un papel y mi estómago se cerró al ser consciente de que mi viaje podía haber sido la causa principal de su crisis—. ¿Alguien le explicó por qué se había marchado y que no era para siempre?

—No me dio tiempo, salió corriendo y tuvo el accidente.

—¿Recuerdan las palabras exactas que dijeron? —Grete y Aksel se miraron y éste palideció en ese instante, delatándose. Deduje que estaba hablando mal de mí por haberme ido; siempre lo había hecho, así que dudaba de que hubiese sido diferente.

—Aksel me echo en cara, en tono elevado, que su hermana era una consentida, y que se había ido sin importarle su familia. —El tono de Grete era bajo, titubeaba; sabía que decirlo delante de mí era provocar un nuevo enfrentamiento entre nosotros, pero yo estaba tan acostumbrada que, por mi parte, eso no iba a suceder; era lo último que me apetecía en esos momentos.

—Ése ha sido, sin duda, el detonante. Fredrik debió de interpretar que lo había abandonado y por ello entró en modo depresivo. Sé que son conscientes del problema de Fredrik, pero deben tener mucho cuidado a la hora de hablar. No pueden hacerse una idea de lo rápida que puede llegar a ser la mente de un niño autista. Que no se relacionen, e incluso que no hablen, no significa que no entiendan lo que ocurre a su alrededor, y hacen su propia interpretación de los hechos. Han de evitar cambios bruscos en su rutina.

—Doctor, siempre lo hemos hecho, pero esta vez no hemos podido evitarlo.

—Soy consciente del trato de cariño y el apoyo que muestran para con él. Y sus mejoras eran evidentes hasta hace pocos días. Llegué a pensar que alcanzaría una seguridad suficiente como para poder comenzar a llevar una vida normal, pero esta crisis... le ha hecho retroceder un año.

—Pero, doctor, usted cree...

—Grete, su hijo ha tenido una evolución muy satisfactoria... y la retomará, pero su ayuda es fundamental, la de todos. Si no, no lograremos ese objetivo.

Aksel, que había permanecido en silencio en todo momento, de pronto se levantó y se fue, sin decir palabra alguna. Miré a Grete e intenté saber qué estaba pasando, pero ésta me hizo un gesto para que no le diera importancia.

Tras terminar de hablar con el doctor y recoger las cosas de Fredrik, lo ayudamos a caminar hasta llegar al coche, donde Aksel nos esperaba con la puerta abierta; que tuviera una pierna dañada no iba a ayudar, pero teníamos que encontrar el modo de que se sintiera seguro.

Aksel, que tendría que haber ido directo al aserradero, se estaba demorando. Mi padre había llamado varias veces, pero ninguno habíamos podido contestarle. Tras insistir, conseguí que Grete cediera y me dejara ir a su casa a ayudarlos; era lo mínimo que podía hacer; en parte, lo ocurrido había sido culpa mía.

Me abroché el cinturón cuando el coche ya estuvo en marcha y nos dirigimos directos a casa de mis padres. El camino no era muy largo, por lo que en pocos minutos llegamos y todos pudimos descansar.

Estaba sentada en el sofá justo al lado de Fredrik, que estaba jugando a una maquinita mientras su madre dormía; me había costado bastante que se acostara en la cama, pero necesitaba descansar un poco. Yo me iría pronto, así que tenía que dormir.

Mi móvil vibró y vi que se trataba de mensajes de Esther, del chat de Facebook; aparecían uno tras otro, sin darme tiempo a contestarlos. Había leído el capítulo, no cabía duda.

 

Esther: Nena, ¿tú has leído lo que acaba de confesar?

Esther: Este hombre no puede ser de este planeta.

Esther: Sí, un capullo. Pero él no quería...

Esther: Bonita, escribe el santo capítulo antes de que me dé un infarto.

Esther: Pero ¿cómo vas a continuar, si tú no sabes nada de lo que ha ocurrido...?

Esther: Ay, Diosss, me muero. Contesta de una vez.

 

Tenía toda la razón: se suponía que él estaba escribiendo lo que había pasado en nuestra vida real, pero yo desconocía esa parte y no era lógico que la plasmara sin conocimiento previo. Ahora sí que la había liado. Me levanté de un brinco hacia la cocina y me serví un vaso de zumo que Grete tenía en la nevera. Le di un trago y saboreé la deliciosa bebida de fresa y cereza que mi madre elaboraba artesanalmente. Me senté en la mesa y seguí pensando, pero sin hallar una solución, nada me parecía adecuado para lo que necesitaba.

—Acabo de verte en el presente y en el pasado, cariño.

—¿Perdón? Puedes volver a repetir lo que acabas de decir.

—Que te he visto bebiendo el zumo y he recordado la misma imagen, pero de cuando eras pequeña. Pasado y presente. ¿Te ocurre algo?

—Dios, eso es lo que necesito, me acabas de dar la solución a una cosa que me rondaba por la cabeza. ¿Estás descansada...?, ¿puedo irme a casa?

—Bueno, la lluvia de ideas en proceso, ¿no?

Asentí y salí al comedor para coger mis cosas mientras tecleaba a toda prisa sin mirar nada más que la pantalla de mi teléfono.

 

Dunia: Lo tengo, voy a casa a escribirlo; prepárate, bonita.

 

Cuando salí por la puerta, me di cuenta de que no había traído el coche y hacía bastante frio. Cogí el teléfono y llamé a Aksel, pero no respondió. Ya me extrañaba a mí que estuviera tan amable conmigo... Desde que se había ido al aserradero, no había sabido nada más de él, y tenía claro que no se había tomado nada bien saber que sus palabras eran lo que le había hecho daño a Fredrik; era su hermano y lo quería con locura, aunque no fuera una persona que lo demostrase.

Pero no tenía tiempo que perder, pues debía llegar antes de que esa fantástica historia se me olvidase. Caminé sin pensar en nada más que en lo que tenía que escribir; vi la historia como si de una película se tratase. Seguramente, si me cruzara con alguien, pensaría que me faltaba un tornillo, ya que estaba sonriendo e incluso no podía asegurar que no hubiese hablado sola en voz alta, para el asombro de cualquiera.

Por fin vi la luz, tras una pequeña cuesta en la que se hallaba mi casa. Aceleré mis pasos al máximo hasta llegar a la puerta, sintiendo la tensión de mis gemelos, que llevaban días sin hacer una caminata a toda prisa.

Mientras giraba la llave, flexioné las piernas hasta que mis talones toparon con mi trasero. Repetí la acción un par de veces, hasta que los músculos se relajaron y dejaron de molestarme. La puerta se abrió y dejé el abrigo en el perchero a la vez que, con un pie, empujaba la puerta para cerrarla.

No pensaba en nada más que en sentarme en mi escritorio, era lo único que hacía. Pulsé el botón de arranque del ordenador y, mientras éste se encendía, activé el reproductor de música. Dejé que sonara el disco que estaba puesto y llegaron a mis oídos las notas y las letras de un cantante que me gustaba mucho y cuya voz me erizaba el vello de los brazos.

Por fin estaba frente al archivo que Markel me había enviado y, tras comenzar en una página en blanco, sabía que tenía que continuar el capítulo que yo comencé; sin duda yo escribiría el presente y él, que siguiese con el pasado. Así el lector conocería poco a poco la historia al ciento por ciento. No estaba segura de qué saldría de todo eso, pero al menos lograría saber la verdad.

—Vamos, Dunia, tú puedes —me dije a mí misma en voz alta, justo antes de colocar mis dedos sobre las teclas y empezar a escribir.

 

Chloe daba fuertes golpes al volante mientras se sentía dolida, enfadada... Si lo tuviera delante, seguro que lo golpearía hasta quedarse saciada por completo.

«¿Cómo puede ser tan cínico y decirme que viene a buscarme, si se estaba besando a otra? Lo he visto con mis propios ojos. No creo que le hayan puesto una pistola en la cabeza como para verse obligado a hacerlo. Es un idiota, un cretino. Sólo quiero volver a su casa para ahorcarlo con todas mis fuerzas.»

Miró a su alrededor y comprobó que no había nadie, ni ningún rastro de civilización; lo único que podía hacer era irse a casa de su amiga. Si iba a su casa, estaba segura de que él aparecería, y no quería verlo, era lo último que le apetecía en ese momento.

Así que reanudó la marcha y, sin dudarlo un segundo, tomo un rumbo fijo. Pasaría la noche con ella, al menos podría desahogarme y pensar objetivamente en lo que había ocurrido y en lo que quería hacer realmente con su vida.

La mañana siguiente se despertó como si hubiera estado toda la noche boxeando, pero más bien lo que había estado haciendo era soñar. «¿Cómo puedo pensar en sexo, en que me besa, en sus manos... en su cuerpo desnudo regalándome placer?» Se detestaba por no odiarlo más. Le dolía hasta el último músculo del cuerpo, pero no podía faltar al trabajo. Eso sí, se había obligado a ponerse más mona de lo normal, para que los hombres la miraran y supieran que existía... y esperaba y deseaba que él la viera y fuese consciente de lo que había perdido.

 

Puse el punto y final al capítulo, y me sentí liberada. Quería que fuera consciente de cómo me sentí cuando vi su foto en la prensa digital. Sin duda alguna, me había traicionado, y eso no era fácil de perdonar.

Leí el capítulo para comprobar que estaba bien escrito y, tras cambiar alguna palabra y poner las comas en su sitio, abrí la aplicación de correo y, antes de enviárselo a él, decidí que Esther lo leyera. Sabía que estaba ansiosa por conocer cómo había continuado la narración. Me parecía que la base de la historia era sólida, hasta me gustaba cómo lo había enfocado, con la diferencia de tiempos verbales.

Pulsé en «Enviar» y abrí el chat de Facebook para avisar a Esther de que ya podía leerlo.

 

Dunia: Todo tuyo, quiero saber tu opinión antes de enviárselo.

Esther: Ok, voy a leerlo. Dame dos minutos y te digo qué me parece.

Dunia: Perfecto, te espero.

 

Mientras ella se disponía a leer el capítulo, yo me dirigí a la cocina... «Ostras, qué idiota soy», solté en voz alta cuando me di cuenta de que no había hecho la compra y no tenía nada en la nevera. Suspiré a la vez que mis manos cayeron sobre mi regazo, y sólo se me ocurrió llamar para pedir algo... a no ser que quisiera morir de inanición, que no era el caso. Busqué en la agenda que tenía al lado del teléfono y, tras meditar si italiano u oriental, me decanté por una pizza bien grande, vegetal. Con lo que me sobrara de ésta, podría comer al día siguiente sin tener que preocuparme de ese asunto.

Marqué el número y, tras esperar acompañada de una música espantosa que me horrorizaba en vez de amenizarme, contestó una joven que muy amablemente anotó mi pedido y me indicó que en cuarenta minutos llegaría a mi casa. Sin duda, me moriría de hambre mientras tanto.

Oí un zumbido y supe que era Esther. Corrí hasta mi escritorio y, tras leer un «OK» en un emoticono de perrito bastante feo y friki, para qué engañarnos, abrí la aplicación de correo y, después de borrar el historial para que no pudiera saber que, antes que él, lo había leído Esther, se lo reenvié a Markel, sin escribir ni una mísera palabra en el cuerpo del mensaje, satisfecha.

Abrí la ventana del chat de Esther y le escribí.

 

Dunia: Hecho, espero que se dé cuenta del daño que me ha hecho.

Esther: Si no lo hace es que es duro de mollera y, la verdad, no tiene pinta.

Dunia: Es imbécil.

Esther: Dunia... no merece la pena, pasa.

Dunia: Lo sé.

 

Cuando iba a añadir que no se preocupara por mí, que estaba bien, no pude evitar sentirme furiosa. Había aparecido una ventana de Markel. No contesté, no miré, no quería leer nada que pudiera hacerme cambiar de opinión.

Me levanté de la silla del escritorio para dirigirme al baño, pero antes cerré la puerta para que el zumbido del chat no pudiera llegar hasta mis oídos. De camino al aseo, subí el volumen de la música y luego bailé al ritmo de la música, intentando olvidarme de que me estaba escribiendo en esos momentos. La verdad era que estaba tentada de preguntarle por qué fue a la fiesta con ella, si realmente mantenían una relación, qué diantres quería de mí y si se acostó con su ex... y hasta si sintió lo mismo que sentía conmigo cuando la hacía suya. Pero no quería volver a pensar en ellos en esa situación, volver a imaginarlo en sus manos me partía el alma.

Continué moviendo el cuerpo al ritmo de la música. La canción que comenzaba era mucho más roquera y me solté la melena para agitarla al ritmo de la guitarra, simulando que la estaba tocando yo, hasta que me mis ojos vieron mi reflejo; una loca perdida con el pelo desmadejado... no pude evitar reírme de mí misma. Si Esther pudiera verme, se estaría partiendo de la risa hasta llorar y, si lo hiciera mi madre, diría que escribir me estaba afectando más de lo que creía. Pero... si supiera todo lo que me había ocurrido en tan sólo un fin de semana...

Ya de nuevo en el estudio, nada más abrir la puerta vi unas cuantas frases escritas desde el lugar donde me encontraba. Sentí un nudo en el estómago y poco a poco me senté para enfrentarme a él. No me podía decir nada que me lastimase más de lo que ya había hecho, así que yo sola me animé, repitiéndome a mí misma «puedo con esto y con más», y leí en la pantalla lo que había escrito.

 

Markel: Dunia por favor, debemos hablar.

Markel: Necesito explicarme, y no me das la jodida oportunidad.

Markel: Acabo de leer tu capítulo, sé que te he hecho daño y lo siento.

Markel: ¡Joder, tiene una puñetera explicación! ¡¿Me quieres contestar?!

Markel: Ya veo que no...

 

Mi mano derecha se posó sobre el ratón y se dirigió directa al aspa roja; sólo tenía que pulsar y esa pantalla desaparecería... pero mi dedo jugaba como si tuviera vida propia, subía y bajaba sin llegar a presionar. «Tiene que sufrir y la única forma que conozco es la ignorancia, es mi única arma ahora mismo.» Tras ese pensamiento, pulsé sobre la maldita aspa y la ventana del chat se cerró. Pero, para mí desconcierto, no me sentí bien; tampoco mal, no me iba a engañar, pero no como debería sentirme, victoriosa por ganar la partida.

Miré el reloj y vi que aún faltaban cinco minutos para la hora prevista de entrega de la pizza y mi estómago rugió; la verdad era que me dolía la boca de éste del hambre que tenía. Bloqueé el ordenador para seguir revisando las notificaciones más tarde. En ese momento, en lo único que podía pensar era en comer.

Entré en la cocina, cogí el último tetrabrik de zumo que tenía en la despensa y lo dejé sobre el mármol para continuar preparando el resto de cosas que necesitaba. Abrí un cajón de la cocina para hacerme con un cuchillo y un tenedor, por si no habían cortado las porciones, y rebusqué entre los muebles hasta lograr coger el rollo de papel de cocina.

Entre mis manos y mis brazos, logré llevarlo todo de una vez a la mesa del salón, pero allí me di cuenta de que no había cogido un vaso para el zumo. Cuando caminé de nuevo hacia la cocina, oí el sonido de un mensaje entrante en mi móvil, era un WhatsApp, así que varié el rumbo hasta mi habitación y desbloqueé el teléfono para ver que se trataba de mensajes de Esther.

 

Esther: Me has dejado hablando sola... serás mala persona...

Esther: Pero ¿dónde te has metido?

 

Me reí al recordar que estaba comunicándome con ella por el chat de Facebook antes de que Markel emergiera y me escribiera, y no pude hacer más que volver al ordenador, abrir el chat donde habían quedado grabados los mensajes de Markel y hacer una captura de pantalla para que viese que me había escrito y se me había olvidado el mundo.

 

Esther: En serio... tía, o es muy buen actor o no entiendo nada.

Dunia: Yo menos, pero no quiero hablar con él. Al menos de momento.

 

Le contesté a través del teléfono a la vez que me dirigía a la cocina para buscar el vaso que me había olvidado, cuando oí el rugir de un motor, de una motocicleta concretamente. «Por fin viene mi cena», dije en voz alta a la vez que di un pequeño brinco. Cogí el vaso y, tras dejarlo sobre la mesa, oí que el motor arrancaba de nuevo y, después de un gran acelerón, el vehículo se marchaba.

«Esto sí que no es posible, ¿mi cena se va?», pensé mientras corría hasta la puerta para comprobar que no fueran imaginaciones mías y alguien estuviera a punto de llamar con la deliciosa pizza dentro de una caja de cartón reposando entre sus brazos. Giré el pomo de la puerta y sonreí al ver que no me quedaba sin cenar, sino que la habían recogido por mí.

—¿Lo has pagado tú?

A través de sus palabras
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