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El aliento de la noche dejó de ser el silencio y las luces de ambulancias, coches patrullas y hasta un camión de bomberos lo llenaron todo. La irracional partitura de los más madrugadores; el vaho de las respiraciones dibujando formas fantasmales; las prisas de los sanitarios de la DYA[6], cubriendo con mantas térmicas a unos niños temblorosos y asustados a pesar de saberse a salvo; la infatigable paciencia de los agentes municipales y ertzainas, preguntando por doquier en su afán de saber qué demonios había pasado; las rudas pisadas de los bomberos trastabillándose entre los escombros, buscando un halo de vida, tal vez un hueco por donde escuchar la voz de ese herido que podría ser rescatado.
Y, arrodilladas, dos mujeres que se abrazaban, una todavía una adolescente y recogiendo ese abrazo maternal que creyó perdido para siempre.
—Perdóname, cariño, perdóname. —La ansiedad de Noelia se hacía más que patente en sus palabras, temblorosas y repetitivas.
Como contrapeso, la entereza de su hija era la roca en la que podía apoyarse.
—No tienes de qué culparte —afirmó esta con ojos brillantes—. Tú eres mi amatxu y te quiero. Y si todo esto ha servido para algo, es para dejar claro que debemos estar unidas.
—Pero te he puesto en peligro por una historia del pasado… —replicó Noe.
Sonriente, como quien acepta que por un momento los papeles están cambiados, Vanesa acariciaba la nuca de su madre, la consolaba.
—No es verdad, amatxu —negó con ternura antes de proseguir en tono confidencial, casi en un susurro—: Ellos me han protegido… Nos han protegido…
Por encima del hombro de su madre, miraba al fondo, donde Zaira, resguardada bajo una manta que solo dejaba al descubierto su cara de ángel, estaba escuchando al médico que parecía interesarse por su estado.
Noelia movió la cabeza, incapaz de reprimir ese llanto que se había vuelto constante y que resbalaba hasta empapar el hombro izquierdo de su hija. Su única hija. La única a la que de verdad había considerado como tal.
—Empezaremos de nuevo, amatxu, y quiero que estés a mi lado para siempre —afirmó la muchacha.
—Eso no depende solo de mí, hija mía; no depende solo de mí —replicó Noelia en voz queda con el rostro repentinamente apesadumbrado. La esperanza tras el encuentro con Yago había dado paso al bajón de adrenalina, la tensión acumulada, el cansancio… De golpe, sentía un velo de cautela cubriendo sus hombros.
—Claro que depende de ti, amatxu… —saltó Vanesa, esperanzada—. No te arrugues ahora. Sabes que te necesito. Lucha por nosotras.
Se hizo una larga pausa entre ellas, y Vanesa acompañó sus siguientes palabras con una sonrisa de aliento.
—Vuelve con aita, por favor. Daos una nueva oportunidad. Él te quiere, lo sé, más de lo que deja ver. —La joven dejaba fluir por primera vez sus emociones. Ahora lo sabía, igual que sabía que su padre también la quería a ella; claro que sí.
Durante un par de minutos cesaron las palabras y madre e hija permanecieron absortas al ruido que las envolvía, y al ir y venir de los presentes, que danzaban de aquí para allí cumpliendo con sus obligaciones.
—Ellos querían que te diera algo… —Fue Vanesa quien rompió el silencio y deshizo el abrazo para hurgar en la mochila que descansaba en el asfalto—. Me dijeron que te pertenecía. Que era tu sueño no realizado. El final de un deseo; que es lo que debes recordar.
Apretando los labios, Noelia hizo un gesto de rechazo.
—¡No! —exclamó—. De verdad, cariño, gracias, pero no quiero nada de nadie tan violento y capaz de semejantes actos… —Colocó luego la mano sobre la cara de su hija en una caricia—. ¿No te lo he dicho, amor? Lo voy a contar todo para que los detengan y sean juzgados. Esos criminales no se merecen menos —concluyó, acompañándose de un elocuente gesto de repugnancia.
Entonces Vanesa dejó en el suelo los papeles y la agarró de los hombros.
—Te entiendo. Haz lo que creas conveniente, aunque te advierto que yo me voy a negar a hablar de ellos a la Ertzaintza. —Noelia iba a protestar, pero su hija continuó hablando para impedírselo—. Ellos me han escuchado, me han protegido, me han hecho ver que existen los justos. Sí, es así, aunque sientas que estas palabras sean horrorosas. Mira a todos estos niños que nos rodean. Piensa en sus familiares, en la alegría que sentirán al estar, de nuevo, junto a sus hijos desaparecidos… Claro que los métodos quizá no sean los más apropiados, y no sé en qué has estado envuelta hasta llegar aquí, pero entre tanto daño, ellos han sido para muchos un soplo de aire fresco. Estos niños volverán con los suyos y con el tiempo rescatarán esa sonrisa que les fue arrebatada… —Ella misma esbozó una sonrisa cómplice—. ¿No suelen decir que los niños olvidan antes que los adultos?
Incrédula por momentos, Noelia observaba complacida la madurez de aquella mocosa a la que tanto quería, y que le hablaba ahora con palabras tan poderosas como acertadas. Sí, quizá tuviera razón.
—Han sido crueles, cariño. El sufrimiento ha sido excesivo.
—Tú eres fuerte. Y tienes principios. Serás capaz de ver qué es lo justo, de mirar hacia el futuro y dejar atrás el pasado…
Buscó después en la mochila, y dejó a la vista una preciosa araña de cristal.
—¿Y cómo tienes tú eso? —se interesó su madre, perpleja.
—Me la regalaron ellos a través de la única persona que me ha escuchado en los últimos tiempos. —No tenía ni idea de lo que significaba esa araña, pero el día de su cumpleaños ellos estaban ahí, a su lado, donde no estaban ni su aita ni su amatxu, que eran los que deberían haber estado—. Ellos me han hecho felices por unos días. Es más de lo que tenía un mes atrás.
Noelia encajó la reprimenda con la cabeza gacha y asintiendo en silencio. Le dolió ver el regalo que le habían hecho a su hija. Un objeto espeluznante que la retrotraía hasta el pasado más lejano, el mismo que había corrido a su encuentro en las últimas horas. Sí, para darle sentido a la venganza de un grupo ejecutor que por fin hizo justicia a su hermana, a ella y también a tantos niños indefensos que no tuvieron ocasión de elegir o de crecer siquiera.
—No puedo negarte que tienes razón y me duele reconocerlo, pero esa araña simboliza muchas cosas negativas, mucho daño infligido. Debes desembarazarte de ella, cariño. Hazlo, por favor te lo pido —suplicó finalmente, ahora con voz apagada.
—Si tú quieres, la ocultaré de tu vista, claro que sí… Pero no voy a desprenderme de ella porque para mí significa amistad, me habla de personas que me han sabido valorar en todo momento —concluyó Vanesa, ceñuda y con tono casi de reproche.
Con rostro apesadumbrado, Noelia giró la cabeza para encontrarse con la mirada furtiva de su ex, que permanecía apoyado en el capó de un coche patrulla. Estaba conversando con Nick de Marco, quien sujetaba dos vasos humeantes de plástico. Interrumpió su diálogo para brindarle una sonrisa cansada, eso sí, pero llena de sentimientos encontrados.
—La vida es un péndulo y hay quien se arriesga a pararlo, o muere o vive con un nuevo principio. —Las palabras de Noelia eran apenas audibles, casi un susurro—. Yo estoy dispuesta a considerar esta última opción. Sí, eso es. Un nuevo comienzo, cariño.
Vanesa volvió a tenderle entonces los dibujos, hechos con trazos infantiles.
—Los hemos dibujado Zaira y yo a partir de unas fotografías que ellos nos enseñaron, aunque ni nos hemos acercado —explicó con una alegre sonrisa—. Sé que dibujamos muy mal pero creo que entenderás su significado.
La madre recogió los dibujos y los observó con detenimiento. Acabó llorando y riendo a la vez. Se volvió a abrazar a su hija y la apretó contra sí con más fuerza. Vanesa era lo más importante. Alguien acababa de confirmárselo en aquellos trazos de papel que tenían un significado muy especial, al menos para ella. «Lo daré todo por ti, hija mía, todo», se dijo en su interior.
Lo que parecía un bosque, en uno de los dibujos; animales variados en otro; a su vez, en el siguiente, dos niñas ridículamente retratadas con piernas como palillos y agarradas de la mano le recordaban a Noelia que aquel pasado tuvo destellos ilusionantes a pesar de todas las desgracias que le siguieron. Una hermana y una esperanza común. En el parque de Belovezhskaya Pushcha. Ese momento mágico donde dos hermanas podían mantenerse unidas para siempre.
La ficción podía mantener la esperanza, tal como atestiguaban aquellos dibujos. Lo que había ocurrido también desbloqueaba parte de esa felicidad y Noelia decidió rescatar del ayer aquellos recuerdos y devolverles el peso que en realidad tenían dentro de su agitada existencia. A Simona le encantaba dibujar y ese era su legado para recordar a su hermana hasta el fin de sus días.
Había llegado el momento de olvidar el resto y subirse al péndulo del destino. Ahora los niños iban a estar protegidos por las mismas personas que en las últimas horas, en el fondo, la habían ayudado. El sufrimiento pasado se compensaba con nuevas oportunidades. Y ella las tenía al alcance de la mano.