IX. LOS NARCISISTAS: LOS QUE TE CAZAN CON SU ENCANTO

PARA LOS NARCISISTAS, SÓLO LO IMPOSIBLE es digno de ser perseguido. Por supuesto, ellos son lo imposible. Sus necesidades son mayores que cualquier otra cosa en el mundo. De hecho, son lo único. Por un lado, necesitan amor y admiración de manera imperiosa, y harán lo imposible para lograrlo. Por otra, despreciarán a quien los ame, y considerarán que es muy inferior a ellos. Aspirarán a alguien mejor, alguien que les permita vivir la fantasía de un amor ideal y llevar a cabo su propia fantasía amorosa, que siempre se está renovando y por lo tanto, no puede lograrse.

Son idealizadores compulsivos, y les gusta despertar el mismo sentimiento; la adoración sin compromiso. En ese estadio no resulta posible la crítica, que aborrecen, ni el contacto real, que evitan. Sus relaciones amorosas se mantienen en una eterna adolescencia, y el resto de los afectos no existe. Al narcisista hay que amarle, o recibir su amor. No hay un punto medio. El verso de Bécquer «Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo» fue escrito para ellos.

Al narcisista le cuesta creer que haya algo más allá de sí mismo. Consume sus energías en su propia persona, y en la manera de sentirse feliz. En ocasiones, se cree tan perfecto que roza la rigidez: un buen narcisista oscila entre el perfeccionismo y la indulgencia consigo mismo. Criticará a quien tenga al lado, porque no estará a su altura, y echará de menos a quien pueda ayudarle a dar lo mejor de sí.

El narcisista es incapaz de amar, aunque lo desea de manera intensa. Incapaz de cualquier sacrificio o cesión, exigirá una entrega total. Cualquier relación girará en torno a él, y, como una araña, mantendrá a varios adoradores en distintos estadios de agotamiento para alimentarse de su adoración.

Quien no haya dejado el narcisismo en la adolescencia lleva muy mal camino. Sólo en esa etapa puede disculparse la intensidad de las emociones, la irreflexión y el enamoramiento de ídolos inalcanzables, sean reales o no. Con particular cuidado hay que filtrar los modelos de comportamiento dirigidos a esas edades. Capaces de lo mejor y de lo peor, amantes de las causas perdidas o imposibles, los adolescentes se identificarán con esas causas, y las llevarán al límite.

¿Por qué hacen daño los narcisistas? Porque nada fuera de su esfera inmediata importa, y no dudarán en usar a otra persona, explotarla o herirla para sentirse mejor. Un superior narcisista (aunque los narcisistas son todos superiores) usará a un empleado hasta arrancarle lo mejor. Si es un progenitor, verá a su hijo como un estorbo o una amenaza.

Los padres narcisistas consideran que el niño no es sino una extensión de ellos, pero una extensión inferior. Mientras esté en posición de enseñarle o guiarle, le dedicará atención. Más adelante, si el hijo logra ser autosuficiente, y más aún si triunfa en su trabajo, intentará rebajarlo y minusvalorar sus éxitos. Resulta imposible contar con ellos: ni favores, ni consejos. El padre narcisista reprobará y reñirá, para luego dejar que el hijo se las arregle solo.

Son, como las madrastras de Blancanieves, eternos contadores de sus propios méritos. Bien sea para echar en cara sus sacrificios, o para revisar un pasado en el que son héroes o heroínas, les encanta que les escuchen y que les veneren. Por ello, tienden a llevarse mejor con los nietos que con los hijos; los primeros carecen del filtro y de las experiencias de los segundos, y los abuelos narcisistas encuentran adoradores fieles a los que intentan mantener.

El narcisista no sabe enfrentarse a los problemas de otros, y eso resulta particularmente problemático cuando son padres. No toleran la enfermedad, y nada relacionado con las emociones ajenas les perturba. Incapaces de consolar o de empatizar, despreciarán la importancia del problema, lo reducirán o lo ignorarán. Supone un error confiarles temas importantes: no saben ni quieren ayudar.

Por otro lado, se encuentran siempre a la búsqueda de reconocimiento: creen que sus hijos son lo que son gracias a ellos, y que todos sus méritos se deben a sus sacrificios, que no son nunca lo suficientemente agradecidos. Se sienten abandonados si no reciben atención constante, humillados si reciben la más mínima crítica y limitados si los otros les exigen un compromiso.

Y todo comenzó con Narciso…