LA BRUJA DE LA CASITA DE CHOCOLATE
Entrad, entrad, y comed cuanto queráis.
HANSEL Y GRETEL SE HAN PERDIDO en el bosque: no ha sido culpa suya. Los dos niños han hecho lo imposible para que sus padres, desesperados por el hambre y la pobreza, no les abandonen. Pero los pájaros se han comido su rastro de migas de pan, y vagan sin rumbo.
Ante sus ojos, de pronto, se eleva la más exquisita casa de dulce. Sus paredes son de mazapán, sus tejas, de chocolate, las persianas de caramelo. Los niños, hambrientos, se abalanzan para mordisquear tanto como puedan. Una ancianita les invita a pasar, les acaricia el pelo y los arropa en la cama.
¿Cómo resistirse a quien ofrece lo que siempre se ha buscado, alimento, calor, cariño, protección? Hansel y Gretel descubrirán que la dulce viejecita no es sino una bruja que busca explotar a Gretel y comerse al pobre y delgadísimo Hansel. Los dos hermanos tendrán que unir sus fuerzas y su astucia para liberarse y que la bruja acabe en el horno.
Los objetivos de la bruja de La Casita de Chocolate son los ancianos y los niños: aquéllos que necesitan cuidados y carecen de recursos para protegerse. Le resulta sencillo embaucarles a ellos y a sus familias, y lucrarse luego con su cuidado o sus posesiones. Muchos de los ángeles de la muerte son brujas de chocolate, hombres o mujeres a los que se encomendaron a víctimas enfermas o incapacitadas y que emplearon su encanto para estafarlas o asesinarlas.
En agosto de 2011 una monitora estrangulaba en Valladolid a tres niños discapacitados que se encontraban bajo su responsabilidad. De cincuenta y cinco años, sin ningún antecedente sospechoso, esta mujer de iniciales G. L. B. asesinaba a los niños de tres, nueve y catorce años, y aducía hacerlo por piedad. No le gustaba la vida que les aguardaba, y ella se encontraba en las circunstancias óptimas para arreglar ese problema. El conocido padre Ángel, responsable del centro en el que trabajaba la asesina, dijo que era «un acto de locura».
Es una reacción corriente la de apelar a la locura. ¿Cómo si no entenderlo? Pero el fundador de Mensajeros de la Paz añadió también que nunca había pedido una baja por problemas psiquiátricos. Esa mujer asfixió con tres bolsas de plástico a tres niños con parálisis cerebral, que percibían parte de la realidad pero no podían hablar ni moverse, y que, para colmo, habían sido retirados a sus padres. Sabía que uno de ellos iba a ser adoptado. Se tomó su tiempo. No se trató de un ataque de locura.
Joan Vila, el enfermero del geriátrico de Olot, que confesó en octubre de 2010 el asesinato de algunos de los ancianos a su cargo, se excusaba también con el homicidio compasivo. Les quería muchísimo, según él, y no soportaba verlos sufrir, aunque eso significara arrojar sobre sus hombros un crimen. Este asesino fue diagnosticado como un ansioso depresivo con tendencias obsesivas, pero capaz de distinguir el bien del mal. Su carácter era errático, y en una ocasión una de las víctimas quiso denunciarle, porque la maltrató. Una docena de pacientes habían muerto por su saña, algunos de ellos en medio de punzantes sufrimientos. Les hizo beber lejía o les inyectó insulina o barbitúricos. Aún se desconoce la cifra exacta de sus víctimas y su móvil, que parece ser el propio sadismo, porque no hubo interés monetario ni abusos sexuales.
Los casos de maltrato a ancianos y a niños, juguetes en manos de una bruja dispuesta a devorarles y a extraerles lo poco que tienen, se remontan al inicio de los tiempos. Lazarillo pasa hambre, y debe atender a sus cuidadores, que son crueles o estúpidos y sólo le enseñan el camino de la degradación moral. Los niños de Dickens mendigan o suplican comida con dignidad a sus profesores y tutores, que los desprecian y maltratan.
Especialmente dura es la descripción que en Jane Eyre Charlotte Brontë realiza del orfanato en el que ella misma vivió su infancia, y que le costó la vida a sus dos hermanas mayores en Cowan Bridge. Aunque noveladas, la rabia y las circunstancias fueron reales, y el hambre, el maltrato y la desatención al tifus que sufrían se llevó a Maria y a Elizabeth en el mismo año.
Yo me sentía encantada ante la perspectiva de comer alguna cosa. Estaba desmayada, ya que el día anterior apenas había probado bocado.
En dos largas mesas humeaban recipientes llenos de algo que, con gran disgusto mío, estaba lejos de despedir un olor atractivo. Una general manifestación de descontento se produjo al llegar a nuestras narices aquel perfume. Las muchachas mayores, las de la primera clase, murmuraron:
—¡Es indignante! ¡Otra vez el potaje quemado!
—¡Silencio! —barbotó una voz.
[…]
Devoré las dos o tres primeras cucharadas sin preocuparme del sabor, pero casi enseguida me interrumpí sintiendo una profunda náusea. El potaje quemado sabe casi tan mal como las patatas podridas. Ni aun el hambre más aguda puede con ello. Las cucharas se movían lentamente, todas las muchachas probaban la comida y la dejaban después de inútiles esfuerzos para deglutirla. Terminó el almuerzo sin que ninguna hubiese almorzado y, después de rezar la oración de gracias correspondiente a la comida que no se había comido, evacuamos el comedor. Yo fui de las últimas en salir y vi que una de las profesoras probaba una cucharada de potaje, hacía un gesto de asco y miraba a las demás. Todas parecían disgustadas. Una de ellas, la gruesa, murmuró:
—¡Qué porquería! ¡Es vergonzoso!
Con escalofriante sangre fría narra Stieg Larsson la venganza de una Lisbeth Salander abusada e incapacitada por parte de su tutor. En este caso, la minoría de edad es únicamente jurídica, pero vulnerarla implica el mismo abuso de autoridad.
Aunque se siga produciendo, bajo ningún concepto la sociedad contemporánea acepta el maltrato infantil. El interés, los fondos, la investigación y la censura social son cada vez mayores, y se ha asumido que consiste en un problema del que todos somos responsables. Para colmo, un niño maltratado que no reciba asistencia eterniza el problema, ya que cuenta con grandes posibilidades de verse atrapado en la misma expresión de emociones y, por lo tanto, reproducir el maltrato.
Entre los derechos del niño se encuentra asegurar su integridad y su protección frente a la violencia, el maltrato físico, verbal o sexual; estos derechos se hallan muy por encima de su pertenencia a una familia o a un clan. Sin embargo, de esa familia dependerá el uso de la agresividad y su normalización, y qué se considera maltrato y qué una simple manera de educación.
La tolerancia hacia el cachete, la bofetada o el grito como modo de aviso o de educación del niño es alta. Muchos de estos castigos buscan el objetivo de humillar al niño u obligarle a reflexionar. Sin embargo, poco a poco se extiende la confianza en otro tipo de castigos que no infligen dolor o hambre al niño, sino la privación de una satisfacción o la necesidad de que reflexione.
Frente a las brujas de la Casita de Chocolate no queda sino la denuncia y la protección de los más débiles, que en ocasiones no pueden valerse por sí mismos o son incapaces de vencer la relación de dependencia y de descuido que el tutor ha establecido.