DRÁCULA
Entre libremente y deje parte de la felicidad que trae consigo.
TODO COMENZÓ CON ÉL, con el misterioso conde transilvano que sedujo a los lectores de toda Europa en el siglo XIX. La obra de Bram Stoker se basaba en algunos vampiros literarios precedentes, pero definió para siempre el modelo clásico de vampiro. Drácula (algunos creen que Stoker se inspiró en su jefe y objeto de pasión, el actor sir Henry Irving, un tirano que le sometió a todo tipo de humillaciones) será para siempre un hombre elegante y atildado. Murnau, en su Nosferatu, para diferenciarse, dado que le fueron negados los derechos de adaptación de la novela original, le dará otro aspecto, repulsivo e igual de fascinante. Lo que es cierto es que el vampiro se empeña en diseñar un personaje que atrae la atención, e impide ver su vacío interior.
De hecho, una de las señales más fiables para detectar a un vampiro es prestar atención a las emociones que despierta, que casi nunca son de indiferencia. O el enamoramiento y la fascinación inmediata, o una repulsa que luego se transforma lentamente en hechizo emocional. El vampiro estará pendiente de las reacciones ajenas, en las que lee como en un libro abierto, y elegirá a la víctima entre las personas que ofrezcan la respuesta que desea.
Otra de las señales es que esa persona fascinante e intensa comienza a sonsacar a la víctima sus secretos más íntimos y vergonzosos. Sin saber cómo, llega un momento en el que el vampiro posee tanta información sobre la víctima que ésta se encuentra en sus manos. Casi como si le leyera el pensamiento, el vampiro posee las claves privadas de su vida, sus reacciones y sus puntos débiles.
No nos olvidemos tampoco de que el vampiro suele alertar de quién o qué es: bien en forma de lamento, de premonición, de historia pasada o de deseo de futuro, suele anunciar sus intenciones. Frases como «No soy una persona recomendable; no te enamores de mí; parece que atraiga la mala suerte a todo el que me rodea; tengo una personalidad adictiva; la gente se queda enganchada conmigo; no sé por qué, he perdido siempre a todos mis amigos, soy un solitario» forman parte del repertorio clásico de alertas de un vampiro.
Hay que mantenerse alerta y observarles con precaución, porque son artistas de la palabra y de la elocuencia: y por lo tanto, resulta recomendable no fijarse en lo que dicen, sino en lo que hacen.
El vampiro es un seductor profesional: por lo tanto, posee la capacidad de convencernos de que somos como desearíamos ser. En sus ojos vemos la promesa del amor, la diversión o el éxito, y nos convence de que es posible conseguirlo. Por lo general, la víctima lo conseguirá… para el vampiro. Se lo dará casi sin darse cuenta, y además, convencida de que es su decisión.
Como Drácula, los vampiros emocionales necesitan que la víctima les invite a entrar en su habitación. Pueden emplear la seducción, la paciencia o la pena. Pero habrá un momento en el que lograrán esa invitación a una vida ajena. Como Drácula, se mueven en las sombras. Son criaturas de la noche, que no soportan una explicación clara o un enfrentamiento directo. Actúan siempre empleando los mismos métodos de manipulación, y por lo general, con varias víctimas en secuencia, o a la vez. No saben ni pueden mirarse al espejo ni reconocer sus errores. Y cuando se les expone a la luz, o se les asesta el definitivo estacazo en el corazón, desaparecen, reducidos a polvo.
Resulta absurdo esperar que Drácula se atenga a las normas establecidas. Las empleará a su favor cuando le convengan, pero se las saltará cuando se le antoje. Carece de sentido de la justicia, que queda reemplazado por el capricho. Se siente a gusto enfrentándose a sus novias, o a sus seguidores, y premiándoles o privándoles de atención cuando deseen. Como su comportamiento resulta imprevisible (lo que ayer le agradó hoy le irrita) mantiene a sus víctimas en un estado de perpetua inquietud, y en ocasiones, como a Renfield, de humillación y dominación.
En una sociedad ordenada, la víctima potencial se siente atada de pies y manos: incapaz de comportarse como lo hace el vampiro, presencia cómo éste escapa sin culpa o con apenas castigo, mientras que quien sigue el orden establecido o la legalidad ha de demostrar lo indemostrable, o entablar un proceso judicial que le resta la poca energía que le queda. Como tampoco le interesan los sentimientos ajenos, los hiere o arrolla sin piedad. Lo que se interponga en su camino debe desaparecer. El vampiro siempre presenta alguna excusa que le hace saltarse las normas o caer en la ilegalidad.
Y esas mismas excusas le sirven para librarse de la responsabilidad, si las cosas se tuercen. El vampiro es siempre, según su discurso, una víctima de las circunstancias, su educación, su enfermedad, los otros o la sociedad. No pide perdón, u ofrece disculpas. No ve por qué.
Eso hace que cuando persigan un objetivo, sea el que sea (dinero, sexo, poder o cualquier posesión), los vampiros resulten imparables: en primer lugar, porque su impulsividad les hace difícil esperar, y en segundo, porque no dudarán en emplear sus emociones para chantajear o impresionar a la víctima. Por lo tanto, la cólera desatada, la pena extrema, el desprecio altivo y gélido son elementos con los que habrá de lidiar una víctima desconcertada, débil y asustada. Drácula retoma su papel de amo y aterroriza al servidor que le falla.
Drácula, como casi todos los malos de los cuentos, no alberga la menor voluntad de cambiar. Las cosas marchan estupendamente para él, a su manera. El intento de humanizarlo es casi siempre una energía perdida. Le resultará a él más sencillo convertir a la víctima, a su vez, en un vampiro. Después de la manipulación de la que es objeto, hay un momento en que su seguidor ni siquiera sabe quién es: se sorprende saltándose a su vez las normas, y sintiendo vergüenza por el extremo al que ha llegado.
Es el momento de comprobar cuáles son las verdades y las mentiras que el vampiro ha contado sobre él mismo: por lo general, su pasado y su presente se diluyen en una bruma confusa en la que nada es concreto. No sabemos de qué vive o cuánto gana, desconocemos a ciencia cierta su historial amoroso: la víctima únicamente tiene acceso a lo que le ha contado, que en muchos casos, es falso. El misterio del conde resulta ser una de sus corazas más útiles, pero ni siquiera el más hábil de los vampiros puede librarse del escrutinio de un Van Helsing.
Ya que los vampiros prueban una y otra vez las mismas tácticas, es posible que un reguero de víctimas les preceda. Las advertencias de amigos o de antiguas parejas que antes pasaban desapercibidas, o que fueron desechadas por creerlas producto del despecho o de la envidia cobran ahora sentido. El vampiro lo negará todo. Hará creer a la víctima que está loca, o que tiene un problema. Con un poco de suerte, intuirá que está a punto de ser descubierto, y huirá. Si no, el único remedio es desenmascararlo y mostrarlo tal y como es ante todos, y demostrarle que no se le tiene miedo, que ya no ejerce poder sobre su víctima. En un tiempo sorprendentemente corto habrá desaparecido.