V. LOS PSICÓPATAS: LOS QUE PUEDEN MATARTE
LA PRIMERA PERSONA QUE ME OFRECIÓ una perspectiva nueva sobre los psicópatas fue el psiquiatra infantojuvenil Mariano Velilla, con quien he tenido el placer de departir durante interminables sobremesas en los Cursos de Verano de Teruel. Junto con el doctor Pedro Ruiz Lázaro, el doctor Velilla organiza cada año un curso relacionado con la salud mental, en el que he tenido la fortuna de ser profesora durante los últimos años.
Los doctores me resumieron de una manera clara y sencilla las características de los psicópatas:
A. Distinguen el bien del mal, pero eligen el mal sin dudar si eso les favorece.
B. Carecen de empatía emocional.
C. Cosifican y perciben a las personas como simples herramientas para conseguir sus objetivos.
D. No aprenden de sus errores.
E. No reaccionan a terapias. No son recuperables.
Es decir:
A) Distinguen el bien del mal, pero eligen el mal sin dudar si eso les favorece.
A diferencia de otros enfermos mentales, los psicópatas viven en la realidad. Son impulsivos y les cuesta moverse entre las relaciones personales, porque carecen de referentes emocionales, pero son perfectamente capaces de desenvolverse por sí mismos en el medio en el que viven.
B) Carecen de empatía emocional.
Robert Hare, una primera autoridad en psicología criminal y autor del test de detección Psycopathy CheckList Revised (PCL-R) o escala Hare, afirma que no conectan con el mundo emocional, sólo con sus propias necesidades. Saben lo que hacen, incluso lo planean, aunque un estallido de impulsividad puede hacer que todo salte por los aires. Hare los compara con los daltónicos: sólo pueden imaginar los colores, las emociones en este caso, pero no pueden sentirlas. A nivel neurológico no muestran ninguna reacción frente a palabras o imágenes que en personas normales mueven al horror o la compasión. Sin embargo, la empatía intelectual es grande: saben cómo conectar con las ideas y cómo meterse en el cerebro ajeno para deducir cómo piensa el otro, mientras que son incapaces de comprender cómo se siente.
C) Cosifican y perciben a las personas como simples herramientas para conseguir sus objetivos.
Niegan la dignidad o los derechos del otro, desde los niveles más básicos (los consideran inferiores o estúpidos) hasta el paso de arrebatarles la vida. Al no considerar a los otros más que como cosas, no les afecta el daño que pueden causarles.
D) No aprenden de sus errores.
Este punto se agrava debido a su egocentrismo y su complejo de superioridad.
E) No reaccionan a terapias. No son recuperables.
Se niegan a reconocer otra autoridad o norma moral que no sea la de sus propias necesidades, que además varían de momento en momento. Esto ofrece un problema añadido, porque pese a las dificultades de diagnóstico, se considera que la prevalencia de psicópatas es de en torno a un uno o dos y medio por ciento de la población, con mayor número de varones que de mujeres. Es decir, constantemente nacen nuevos psicópatas, pero no logramos recuperar a los ya existentes.
Hare descarta la rehabilitación del psicópata; es posible, incluso, que sea contraproducente, afirma, porque una de las habilidades del psicópata es la capacidad de engaño. Como mucho, quizá se les pueda convencer, con penas y castigos, de que les conviene cumplir con la ley.
Como a tanta otra gente, aquello me fascinó. Rompía con la excusa, más fácil de asimilar, de que eran enfermos. O de que estaban locos. Los psicópatas prestaban otro significado a la palabra maldad. Y no había esperanza, salvo la detección y la protección. Criada en la creencia firme de que la educación podía salvar a cualquiera de la desgracia, mis principios se tambaleaban.
Particularmente interesante me parecía la capacidad del psicópata para adaptarse a una vida normal, o incluso encontrarse sumergido en ella, integrado, pasando inadvertido. Gran parte de lo que sabemos de los psicópatas se encuentra mediatizado por las novelas negras, las películas o las series de televisión, que no ocultan su querencia por ellos; bien sea dándoles voz o desde la perspectiva de la víctima o, con mayor frecuencia, como aquéllos que han de cazarles, sean policías, psiquiatras, médiums, perfiladores, científicos o aficionados, nos presentan constantemente los actos de los psicópatas, sin ahondar demasiado en cómo piensan o cómo anticiparse a ellos.
Vicente Garrido, en su libro El psicópata: un camaleón en la sociedad actual, ahondaba ya en el año 2000 sobre el depredador silencioso. El criminólogo y psicólogo valenciano distinguía dos tipos de psicópata:
— El psicópata marginal.
— El psicópata integrado.
El primero de ellos es el criminal al que asociamos con el arquetipo de psicópata. Vive y se desarrolla en un entorno marginal, suele reincidir, y aunque peligroso, resulta sencillo de identificar.
El psicópata integrado, en cambio, se encuentra emboscado: es a él al que Garrido aplica el término camaleón, y al que a su vez subdivide en dos grupos:
— El psicópata delincuente, que lleva una vida y un trabajo aparentemente normal pero que vulnera la ley de manera constante: asesinos o violadores que trabajan de ocho a seis en un banco, proxenetas padres de familia, timadores piramidales, líderes religiosos…
— El psicópata legal, que no delinque pero que se aplica todas las mañanas en pensar cómo puede hacerle la vida imposible a sus semejantes y allegados.
Estas dos últimas categorías se adaptan a las condiciones de su entorno de manera casi mimética. Fingen cariño, afecto, vínculos que no sienten, pero de los que pueden extraer provecho. Cuando son descubiertos, la sorpresa es inmediata: ¿él, un timador? ¿Un violador, un asesino?
Existe un debate abierto acerca de si los psicópatas nacen o se hacen. Las últimas opiniones, entre ellas las del mencionado Robert Hare, se inclinan a creer que existe una base genética, una irregularidad que afecta a los lóbulos cerebrales, y que se vincula a la capacidad de engaño, mentira, o crueldad, pero que el peso del medio en el que se educan es determinante. Un psicópata criado en un medio marginal, en el que se da por buena la violencia o con carencia de vínculos familiares, favorecerá que delinca o que sea más agresivo.
Ya en el año 1994 Hare concluía en sus estudios que los psicópatas emplean los dos hemisferios del cerebro para la función del lenguaje, mientras que las personas normales sólo emplean el izquierdo. Y sus reacciones a estímulos emocionales no se concentran en el hemisferio derecho interior, como es el caso normal.
Sea como sea, el niño se ha formado como psicópata en torno a los tres años, y de manera definitiva a los cinco. Este dato resulta difícil de asimilar, más aún cuando no hay recuperación ni tratamiento, pero es algo que conviene que repitamos y entendamos. El niño psicópata se caracterizará por su tendencia a no esforzarse y buscar privilegios, por manipular a los padres y abuelos más sensibles a sus caprichos, y por ser muy impulsivo.
Pero vayan otros datos para tranquilidad de muchos: la falta de miedo o ansiedad. La carencia de reacciones emocionales ante el dolor o la pena ajena. El gusto por la tortura a los animales. En efecto, muchos psicópatas se preparan progresivamente para la tortura humana con los animales, cada vez de mayor tamaño. Sacarle los ojos a un pájaro, martirizar a un gatito, cortarle una pata a un perro les permite anticipar el placer que sentirán cuando hagan lo mismo con un ser humano.
Una sociedad como la contemporánea, que no educa a los niños para que mejoren su capacidad de frustración o la inhibición de la violencia, sino que, por el contrario, estimula la competitividad, el egoísmo, el consumismo y la gratificación inmediata es un semillero de psicópatas. Las escuelas, la familia y la sociedad deben iniciar una reflexión profunda acerca de los valores transmitidos, y de los ideales que se les presentan como dignos de imitación. Si no por otra cosa, por el bien común.
El psicópata es una máquina diseñada para sobrevivir a toda costa, incluida la de destrozar la sociedad, si se interpone en su camino. Mientras que en sociedades poco organizadas, o en época de guerra, tiene grandes posibilidades de salir adelante e incluso de convertirse en un modelo, supone un peligro para la igualdad, la democracia y cualquier tipo de orden. Se les encuentra en todas las áreas laborales, se adapta a clases altas y a las depauperadas, y pueden llevar a cabo acciones que incluso consideraríamos envidiables, porque la moral y el miedo a las consecuencias se encuentran ausentes. Puede adoptar el rol del rebelde o del romántico que busca su libertad a toda costa, o el del reaccionario que defiende a ultranza valores tradicionales. Puede ser cualquiera. Existía en el pasado y aparece en todas las culturas y países.
Por lo tanto, resulta esencial que esta sociedad se proteja: no existe tratamiento, como se ha indicado, pero sí es posible identificar rápidamente al niño o al adulto y actuar en consecuencia.
Eso llevaría a una mejor coordinación entre la Sanidad y la Justicia, algo básico para que los psicópatas no pasen desapercibidos y ataquen de nuevo mientras su historial médico o jurídico se pudre sobre una mesa atestada. En muchas ocasiones el psicópata recibe una pensión de invalidez, pero no se ha evaluado (no olvidemos que son extremadamente manipuladores) su estado mental real. Un esquizofrénico puede medicarse. A un psicópata sólo se le puede controlar.
Conviene aquí, de nuevo, hilar fino con la salud mental y la percepción del loco peligroso: un enfermo mental en pleno brote psicótico puede agredir o matar porque ha perdido, en su delirio, la percepción de la realidad. Oirá voces, o su paranoia le dirá que hay que defenderse matando, porque alguien desea asesinarlo. Puede además reaccionar muy positivamente a un tratamiento psicofarmacológico, y gozar de una buena calidad de vida. Los casos de desgracias ocasionadas por un enfermo mental son muy escasos. La mayoría de ellos sufren, y con ellos sus familias, pero el grueso de las agresiones y delitos son cometidos por delincuentes, no por locos.
Un psicópata, en cambio, distingue la realidad, y emplea el dolor ajeno o el crimen para su propia satisfacción. Cierto que puede ser, además, un enfermo mental, pero no lo es por defecto, sino por añadidura.
Si seguimos hablando de maneras de aliviar esta lacra, incluiríamos la necesidad de una mayor salud mental en la sociedad (que pasaría por una mejor educación respecto al consumo de alcohol y drogas, y de hábitos extremos) que atenuaría también la presión que ese individuo necesita para saltar. La falta de respeto al otro, y con ello toda forma de maltrato, ha de ser perseguida y censurada; al psicópata le compensa dar una paliza a una mujer si sabe que escapará con una falta leve.
No es casual que muchos psicópatas violentos surjan en ambientes marginales: la pobreza, la percepción de ser ciudadanos de segunda o las condiciones sociales les sirven como estímulos y justificaciones. Cuanto más equilibrado, sereno y amoroso sea el entorno cercano y social, menor será la violencia con la que responderá el psicópata, y mayores serán las posibilidades de que no actúe violentamente.
Por lo tanto, sería conveniente replantearse tanto la exaltación de la violencia, que se lleva a cabo de manera habitual en la ficción (videojuegos, películas, novelas), como la idea del amor como un sentimiento tormentoso e incontrolable, que justifica cualquier reacción. Celos, ira, violencia… Valores negativos identificados con la pasión.
En los últimos años se ha observado un regreso a valores anticuados entre adolescentes, que se centran en la idea de la violencia/respeto a los jóvenes varones y la de fidelidad a un novio/reputación en las niñas. Era un paso atrás previsto, debido a la llegada masiva de inmigrantes que proceden de culturas mucho más tradicionales y machistas, y a la prevalencia de bolsas de población española que compartía aún esos valores, pero no por ello hay que renunciar a remediarlo.
Por último, el presente se plantea muy duro para nuestro país. La destrucción de puestos de trabajo, los desahucios, el empobrecimiento de millones de personas, la falta de respuestas de los dirigentes políticos y económicos, los casos de corrupción y el miedo constante al mañana al que estamos sometidos han causado ya enfrentamientos en las calles y la radicalización de muchas opiniones.
Cuidado con este magma: es el momento perfecto para que surjan psicópatas líderes, o para que un porcentaje mayor de psicópatas se sientan al límite y comiencen una carrera delictiva. Tienen mucho que ganar unos, y muy poco que perder otros.