VI. FAMILIA Y VECINOS: EL PELIGRO CERCANO
MIS FAMILIAS DISFUNCIONALES PREFERIDAS de la literatura son las de Hamlet y la de Agamenón y Clitemnestra. Algunos críticos las relacionan, y defienden que Shakespeare sólo readaptó la tragedia griega. No les priva ni a unos ni a otro del menor mérito.
Tomemos a Agamenón, ese chulo de barrio metido a rey: no albergaba la menor intención de casarse con Clitemnestra. Él aspiraba a Helena, la bella. Clitemnestra no pasaba de monilla. Se cruzó por medio Ulises, que logró que antes de que todos los reyes que babeaban por Helena se mataran, se hiciera un pacto de protección al afortunado, y que luego el padre de Helena eligiera a quien mejor le pareciera.
El afortunado resultó ser Menelao, el hermano de Agamenón. Un rey bueno. (Sirva esto para desmentir que a las mujeres les gustan los canallas… o por lo menos, que a los padres de las mujeres les gusten los canallas). Como consecuencia lógica, Agamenón se casó con la gemela de Helena, Clitemnestra, y se dedicó a darle hijos. Ulises se casó con una prima feúcha que hilaba muy bien.
Pero hete aquí que Helena se fuga con un jovencito guapo y que jura encontrarla la mujer más bella del mundo, y por mor de lo jurado, Agamenón, Ulises y todo lo florido de la zona aquea se ven en guerra contra Troya. Equipamiento, barcas, barcos, flota. Y ni una brizna de viento. Se le consulta al oráculo. Una virgen, la dulce Ifigenia, hija de Agamenón y de Clitemnestra, ha de ser sacrificada al dragón del viento. Se llevan a la niña de su casa con una mentira: van a casarla con Aquiles, el héroe que causaba desmayos entre las adolescentes. Luego, sobre un altar, le abren la garganta.
Clitemnestra, y con razón, jamás podrá perdonar esa traición. Añadamos diez años de paciente espera en Micenas, (¿qué hacer en Micenas un jueves por la noche?) mientras el marido retoza con concubinas y le roba esclavas a lo más granado del ejército. Un cuñado comprensivo, Egisto, que comienza a ponerle ojitos tiernos, a escucharla y a convencerla de que ella vale mucho, y su trono, más. Resultado: el marido regresa victorioso tras diez años de ausencia, y Clitemnestra siente repugnancia física.
Con ese razonamiento simple de las almas psicopáticas, y con la aprobación de Egisto, lo mata. Tampoco va a dejar la cosa para después.
No puede decirse sin mentir que el pueblo llorara en exceso a Agamenón. Quien sí le lloró fue su hija Electra. A diferencia de la otra hija, Crisóstemis, que entendió a su madre, Electra era demasiado niña para recordar el sacrificio de Ifigenia. Ha idealizado al padre en la distancia, y reprobado la actitud de la madre, a la que negaría el sexo que disfruta con Egisto, si pudiera. Ifigenia, con la indignación bullendo en su interior, hace lo que puede: convierte a su hermanito Orestes para la causa.
Durante mil hexámetros muy bonitos de Draconcio, y durante toda la Orestíada de Esquilo somos testigos del devenir de Orestes. Mata a su madre, y al amante de su madre. Se siente devorado por la culpa, desgarrado. Las Erinias le persiguen. Finalmente, perdonado por los dioses, encuentra la paz de espíritu, aferrándose a los atenuantes como si no hubiera un mañana. Para añadir al happy end una nota de incesto, finaliza casado con Hermíone, hija de Helena, su doble prima (ya que sus padres eran hermanos, y sus madres mellizas), y tras tanto drama muere por la picadura de una serpiente que creemos que no sostenía ninguna relación con la familia.
A los griegos les íbamos a hablar de dependencias familiares, relaciones cruzadas y demás. Lo inventaron ellos.
Pero comparen y afinen con el ingenio inglés, pasado por el tamiz danés.
Hamlet.
Treintañero, soltero, guapo, heredero de la corona de Dinamarca, hijo único, inteligente… Un mirlo blanco. Sólo se le conoce un ligue, y es la niña adecuada, una tal Ofelia, hija de político.
Comencemos a rascar.
«Soy arrogante, vengativo, ambicioso, con más faltas a mi alcance de las que puedan nombrar mis palabras o pueda dar forma mi imaginación, o tenga yo tiempo para ejecutar. […] Somos todos unos canallas. No te fíes de la gente como yo. Ea, vete a un convento».
Oh, un «madrastro» de Blancanieves, un Louis en pleno despliegue de efectos. A continuación se lleva la mano a la frente y suspira. Está más concentrado en el resultado de su representación que en el dolor que le causa a Ofelia. Pero, como siempre e invariablemente ocurre con los vampiros, ya la ha avisado. Que Ofelia le haga caso o no ya no es su problema.
Hamlet es huérfano en la actualidad. Su padre ha muerto, y su madre se ha casado en muy poco tiempo con su propio cuñado, el tío de Hamlet. Hamlet lo lleva regular, tirando a mal. Siente que le han arrebatado a su padre, su madre y el trono. Se da a lo siniestro, ropa negra y gesto adusto. La madre (como la madre de cualquier siniestro) se preocupa.
Hamlet sufre alucinaciones: su padre muerto se le aparece y le confiesa que sus sospechas son ciertas, que su tío le envenenó y que su obligación es vengarle. Hamlet lo haría, pero tiene treinta años, se ha pasado la vida estudiando y no sabe: a) si se está volviendo loco; b) por dónde empezar.
Por abreviar. Una serie de decisiones desafortunadas hacen que el padre de su novia, dos amigos, su novia, la madre de Hamlet, el padrastro, el hermano de su novia y él mismo acaben muertos. Pero, ojo, Hamlet no es un psicópata. O no exactamente. Es cierto que mata a Polonio (porque lo confunde con otro). Es cierto que manda a Rosencrantz y Guildenstern a la muerte (pero ellos antes consintieron en conspirar). Y no es menos verdad que mata a Laertes (no se líen… es su cuñado). Pero lo hace en un duelo en defensa propia. No, Hamlet no es un psicópata.
¿O sí?
Complicado no serlo en sociedades psicopáticas. La familia de emperadores romanos Claudia. La corte de Enrique VIII. Elsinor.
Hamlet quiere actuar como se espera de él que lo haga, es decir, en aras de la venganza personal, pero no es capaz de ello. Su época lo tacharía de cobarde, cuando lo que su conciencia le dicta es que espere, que aguarde y que reúna pruebas. Pero en la sociedad danesa todos tienen algo que ocultar, huele a podrido. Son los movimientos de los otros quienes llevan a matar a Hamlet, como a Orestes. Por ellos mismos, es improbable que lo hubieran hecho.
Los problemas de las familias disfuncionales son muchos. Descartadas ausencias o adicciones, que ocupan los primeros puestos, tenemos el desinterés de los padres, o el excesivo interés.
El origen del exceso de control es muy antiguo, y nace del poder del pater familias. El padre romano poseía potestad y autoridad, y en este poder no se distinguían mujer, de hijos, de esclavos.
El pater, es decir, el varón principal de la familia, poseía poder absoluto: elegía qué niños tenían derecho a vivir y cuáles no. Decidía sobre el matrimonio de los hijos, e incluso sobre su libertad. Y podía vender a sus hijos a discreción.
Los derechos tienden a mantenerse. Incluso padres poco dignos de ese nombre seguían gozando de privilegios. Algunos, legales. Otros, familiares (por lo general, al padre se le servía la comida en primer lugar, y las mejores porciones, las más ricas en proteínas y grasa, se le debía respeto y obediencia, su palabra era ley).
Para cuando los padres llegan a los cuentos de hadas, las hambrunas, las guerras y el miedo les han despojado de gran parte de su poder, y sólo retienen del pater una autopreservación cobarde.
¿Cómo si no se entiende que los padres de Hansel y Gretel, o el padre de Bella, renuncien tan pronto a sus amados hijos? Sobre todo, cuando sus hijos están más que dispuestos a dar la vida por ellos. ¿Qué tipo de padre, sea el de Bella, Agamenón o Jefté, elige el sacrificio de sus hijitas a una Bestia o al dios que se lo exige?
Los padres ausentes de Blancanieves o Cenicienta no se comportan mejor. Muertos, débiles o inhabilitados dejan a sus hijas en manos de madrastras que intentarán destrozarlas. No, los padres no son mejores que los demás en los cuentos.