LA BESTIA DE LA BELLA Y LA BESTIA

Os perdono la vida a condición de que vuestra hija venga voluntariamente para morir en vuestro lugar.

EL MALTRATADOR O LA MALTRATADORA de niños, mujeres, ancianos o enfermos no maltrata porque sea más fuerte, o porque se sienta superior. Maltrata porque tiene el poder. Oculto y tolerado durante muchos siglos, integrado en la sociedad, e incluso recomendado por la religión y la familia, el maltrato se consideraba como parte de la educación («la letra con sangre entra») y de las muestras de cariño: se llevaba así al límite la búsqueda de atención negativa.

Si bien se compadecían y se tachaban de anormales las palizas que rompían huesos o inmovilizaban, la idea de que a la mujer había que domarla se encontraba arraigada a todos los niveles: cualquier cosa era mejor que la etiqueta de calzonazos. Cualquiera, mejor que la de cornudo.

De la misma manera, una madre que no supiera mantener el control sobre los niños quedaba desautorizada. Sólo en tiempos muy recientes se ha comenzado a dar valor real a la infancia y a los derechos del niño. Un niño perezoso recibía un pescozón. Los azotes con varas en la escuela cuando no recordaban la lección se consideraban atributos de un buen maestro.

Cierto es que la mayor parte de los adultos que han sido sometidos a azotes, zapatillazos, bofetadas, noches sin cena, encierros o coscorrones no sólo han crecido con buena salud mental, sino que recuerdan con cariño las trastadas que les valieron esos castigos: lo que no justifica en absoluto que se den. No hay una sola razón para abofetear a un niño que no tenga que ver con la ira y la frustración del adulto. La privación de alimento a un pequeño, cuando no es por prescripción médica, es una forma perversa de castigo.

La Bestia se enfrenta a una muchachita, casi una niña. ¿Es una historia de amor? No nos confundamos. Esa chica ha acabado allí, lejos de sus hermanos y hermanas, porque la Bestia ha amenazado con matar a su padre si no ocupa alguien su puesto. Bella, la más sensible y amorosa de las hermanas, accede a reemplazarlo. Se siente culpable, porque el único regalo que le pidió a su padre, una rosa, metió a su progenitor en el jardín de la Bestia y en un lío.

La Bestia, que fue ya castigado a parecer como tal por un hada debido a su egoísmo y su maldad, acoge de mala manera a la chica. Poco a poco, nos dicen, el amor triunfa. La benéfica influencia de Bella devuelve a la Bestia a su condición humana.

¿Es razonable el supeditar el comportamiento de un hombre a la conducta de una chica? ¿Pueden ser estos hombres, que se afanan por domar a las muchachas, domados a su vez? ¿Dejarían a sus hijas, a sus hermanas, a merced de un hombre así?

La respuesta, en muchos casos, sería afirmativa. La tradición de hombres redimidos o salvados por sus mujeres es tan antigua, tan profunda, que la panacea para las tonterías de un varón, no importa su edad, es que busque pronto una novia que le encarrile. Se da por hecho que los hombres carecen de moderación, de control sobre sus deseos. Desde el tradicional dicho «el hombre es fuego, la mujer estopa, viene el diablo y sopla» (en el que, por cierto, se da por hecho que es la mujer la que acaba devorada) a la película El rey y yo, la educación de los varones adultos así como su socialización ha finalizado en las manos de sus mujeres.

¿Cómo puede ser que Bella, alegre, buena, dulce, que ama los libros y la naturaleza, acceda a reformar al adusto Bestia? Por la misma razón por la que Jane Eyre se enamora de su adusto señor, y le ama más aún cuando queda ciego y manco. Por la fascinación femenina por los canallas.

A los canallas se les atribuye valor, diversión, riesgo. Todo lo que vimos ya en el capítulo dedicado a los vampiros. Nada se compara a la excitación que genera ese límite entre el bien y el mal. A las niñas buenas se les encomienda el cuidado de los chicos malos: el mayor triunfo de esa mujer será llevar al maleante por el buen camino. Pero el precio que ha de pagar es altísimo, lo consiga o no. El canalla goza de esa fama por algo.

Sea porque la niña buena considera su obligación el sacrificarse por el otro, sea una carencia de autoestima preocupante, que sólo se revaloriza cuando la presa más complicada le presta atención, el riesgo que corre esa mujer con un chico malo es aterrador. Bestia la ha atraído con la amenaza de matar a su padre. Ella puede ser violada o asesinada en cualquier momento en el que incumpla los caprichos del amo. Sólo la fuerza de voluntad y la ñoñería sentimental pueden convertir esto en un amor romántico.

La Bestia es la Bestia. Incluso en el momento en el que le concede la libertad a Bella, se pone enfermo para reclamar su atención. No hay príncipe detrás de la Bestia: sólo reclusión, sufrimiento y dolor, y quizá la masoquista satisfacción de cumplir con lo que se espera de la buena Bella.