JACOB

Véndeme entonces tu derecho de primogenitura.

NO PODRÍA VENIR MÁS A CUENTO el que habláramos de encubridoras; Jacob, el que luego fue un gran patriarca, comenzó siendo el niño mimado de su madre Rebeca. Mientras que el padre privilegiaba claramente al hijo mayor, el velludo Esaú, la madre agudizaba el problema familiar intrigando con el pequeño. Para más inri, los niños eran mellizos. Sólo por casualidad nació Esaú antes que Jacob.

De estos fangos no pueden sino devenir lodos turbios. A Jacob no le vale la aprobación de la madre. Aprovechará la debilidad y el hambre de su hermano para, medio en broma, medio en serio, comprarle la primogenitura.

Para los curiosos, el guiso ofrecido en cuestión era una mujaddara, y dejo aquí la receta, por si algún aspirante a fratricida decide usar la cocina como manera de llegar a la primogenitura:

—Dos tazas de arroz cocido.

—Una taza de lentejas.

—Cebollas. Las que se quieran. (Si como yo se es alérgica o reacia, el puerro cumple la función).

—Dos cucharadas de comino.

—Sal, pimienta y especias al gusto.

—Aceite de oliva y una cucharada de azúcar moreno.

—Dos hojas de laurel y perejil fresco.

Se lavan y se hierven las lentejas con el laurel hasta que estén tiernas. Se escurren.

Mientras tanto, se caramelizan las cebollas a fuego lento con aceite y azúcar, hasta que tomen un color marrón. Ojito, porque se queman a la mínima. Y a Jane Eyre no le gustaba, como sabemos, el potaje quemado.

Se añaden las lentejas con la mezcla de la cebolla y el aceite. Removemos y añadimos el arroz. Decoramos con las cebollas caramelizadas y añadimos sal, pimienta, perejil, comino… Se lo servimos ya debidamente emplatado al hermano primogénito con abundante pan.

Por rico que esté el guiso, pocos venderían sus privilegios por él. Esaú, en cambio, sí. No es un impulsivo: es que tiene hambre. Cuando, tras haberle traicionado, su hermano regrese cargado de mujeres, hijos y rebaños, Esaú no dudará en abrazarlo.

Las rencillas entre hermanos, como hemos visto con Caín y Abel (aunque en este caso tenía más que ver con el favoritismo de un jefe o dios), han alimentado la literatura desde Osiris y Set. Parte de la competitividad resulta natural. Otra parte proviene de las estructuras familiares enfermas o de los modos injustos de legar la herencia. Un hermano dañino supone una espina clavada en la garganta: Jacob, el suave, el preferido de la madre, sabía lo que se hacía. Gozaba de encanto, y fue capaz de huir, avergonzado, y de comenzar una vida nueva en otro lugar. Con otro, ni la reacción de su padre ni la de su hermano ante la traición hubiera sido la misma.