I. VAMPIROS: LOS QUE SE ALIMENTAN DE TI.
¿Quién no se ha encontrado con un vampiro?
LA MAYOR PARTE DE LA GENTE ni siquiera imagina que los vampiros existan fuera de los textos de Polidori o de Stoker. Sin embargo, lo descubre muy a su pesar cuando atraviesa cada una de las fases que caracterizan la relación con los vampiros, y lo hace siguiendo a rajatabla la respuesta inconsciente y clásica a su manipulación.
Los vampiros suelen figurar ser mucho más de lo que son. En apariencia juegan con su inteligencia, belleza, elegancia, con su presencia o con su esencia. Acechan a la víctima en los lugares más inesperados, y hacen su entrada triunfal. Se muestran amables, enamorados a primera vista. Quieren atrapar cada mirada, cada palabra de la víctima, que se siente halagada por un interés así.
Le invitan a entrar.
Más pronto que tarde, las víctimas no sabrán qué es lo que les ocurre, pero el sufrimiento emocional al que estarán sometidas les desbordará: el desconocido amable o la linda vampira se habrá introducido en su vida, incluso en su casa, y habrá iniciado una lucha sin tregua por controlar cada aspecto de su vida. Las amistades, la familia, el trabajo, las creencias, la apariencia física, la opinión, la moralidad, cada una de las parcelas de intimidad serán objeto de un escrutinio minucioso y de una crítica implacable.
Las broncas violentas se alternarán con períodos de luna de miel. Es experto en volver las cartas a su favor. Extremadamente manipulador, inteligente y astuto, rompe cada pacto o cada límite a su conveniencia. Bajo la excusa del amor, se comportará de manera impulsiva y descontrolada. Aducirá problemas (enfermedades, divorcios, despidos, depresión…) para conseguir beneficios y justificar sus altibajos emocionales.
La víctima se sentirá constantemente avergonzada de él y de sí misma. El vampiro no dudará en emplear cualquier medio para salirse con la suya. Al ser un consumado hipócrita, la percepción de los que le rodeen será la de una persona atenta y atractiva. Está devorando a la víctima, que ni siquiera sabe cuándo ha comenzado todo.
Resulta muy complicado identificar el maltrato psicológico, y para nuestra sociedad ha sido mucho más difícil comprender que el maltrato psicológico podía resultar tan eficaz como el físico. Las últimas generaciones han aprendido a detectar y a censurar los golpes como algo intolerable, más aún dentro de una pareja, pero todavía falta mucho para considerar reprobables la manipulación y las conductas inadecuadas.
Vampiros emocionales, de Albert J. Bernstein, describe bien esa categoría de depredadores. El primer paso es identificarlos. Aun así, se tarda en librarse de un vampiro: extrae tantas cosas convenientes para él que se resistirá con uñas y dientes a desprenderse de su esclavo. Pero si éste es capaz de reconocer sus tretas, y de defenderse, cuando logre recuperar parte de su fuerza, podrá expulsarlo. Muy rápidamente descubrirá que ya no tiene acceso a lo que le había interesado de la víctima y desaparecerá. Aún revoloteará alrededor, por si puede extraer algo. Si le queda claro que de esa víctima ya no obtendrá más sangre, se desvanece.
¿Por qué no piden ayuda los esclavos de los vampiros, o por qué no lo suelen hacer a personas de su entorno? Esa situación es muy común en todas las víctimas. Una combinación de vergüenza y de miedo a la decepción de los seres cercanos, el aislamiento al que son sometidas y, sobre todo, la incredulidad ante ese comportamiento y la esperanza del cambio hacen que se tarde mucho en recurrir a la petición de ayuda. Ante un desconocido, la historia puede ser contada sin miedo al juicio del otro y, sobre todo, de una manera más objetiva. Además, al salir, al menos psicológicamente, del entorno conocido, toman cierta distancia y conciencia de su propia situación.
En algunos casos, puede que la víctima confíe a algunos amigos que su comportamiento no le parecía normal, y cuente varias situaciones. Si le apoyan, la salida está más cerca. Sin embargo, si el consejo que recibe es que todas las parejas discuten, que quizá fuera recomendable dulcificar su carácter, o que todo el mundo es diferente, esa consulta puede causarle un enorme daño.
Esas opiniones bienintencionadas le harán percibirse como una víctima exagerada y quejosa, intolerante y poco paciente. Callará e intentará mejorar. Y, por supuesto, no volverá a referirles nada de su problema o situación.
El vampiro o la vampiresa pueden adoptar cualquier aspecto: cualquier edad, cualquier clase social. Se alimentan de la energía ajena, de los favores y privilegios que pueden obtener a través de la manipulación, y del atractivo que ejercen: ése es su trabajo, la supervivencia a costa de otros. No en vano eligen como víctimas a personas brillantes y enérgicas, de las que puedan nutrirse, o a quienes la empatía compulsiva les hace compadecerse del sufrimiento ajeno.
Las promesas iniciales de los vampiros son descomunales —te daré la vida eterna— y son expertos en crear una primera impresión deslumbrante. Al fin y al cabo, eso les asegurará la subsistencia. Todas las subclases de vampiro comparten una serie de características (la inmadurez, los cambios de carácter, la falta de escrúpulos, la falta de respeto por las normas sociales, el egoísmo, la negación de culpa) pero hay matices entre ellos. En ocasiones se hace difícil distinguir el comportamiento de Drácula del del psicópata que trataremos en el capítulo V. En realidad, muchas de las personalidades dañinas comparten características, o las adoptan a su conveniencia, según los casos.