LA MADRASTRA DE CENICIENTA

Tú, Cenicienta, te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.

NO RESULTA SIEMPRE FÁCIL SER UNA MADRE, y menos aún una madre soltera. En tiempos desesperados, con una perpetua escasez de hombres (el punto álgido en la Europa contemporánea llegó tras la Primera Guerra Mundial, que había causado una mortandad de hombres jóvenes sin precedentes; sólo en Inglaterra, faltaban un millón de varones en edad de casarse, lo que dio lugar a una legión de solteras y al arquetipo de la solterona británica con la falda de cuadros y las gruesas gafas), no se podía ser demasiado escrupulosa.

Aun hoy, en algunas sociedades en las que la mujer encuentra vedado el camino profesional, o cuando aspiran a casarse con un hombre acomodado o famoso, las madres actúan como madrastras y madrinas: los consejos para pescar marido han variado bien poco a lo largo de los siglos, y son las madres las depositarias de los mismos, hasta que se los leguen a los coachers.

Dos teorías se me presentan a la hora de hablar de la madrastra de Cenicienta, la más popular, junto con la de Blancanieves, de todas las madrastras.

Una de ellas partiría de una interpretación moderna del cuento, y por así decirlo, individualista. Ni Cenicienta se identifica con su nueva familia, ni la madrastra y las dos hermanastras tienen nada que ver con ella: sus valores son distintos y lo único que busca la madrastra es mejorar su estatus, y emplear a la niña como criada. Si no se hubiera escapado al baile y una de las hermanastras hubiera cazado al príncipe o a un ricohombre, la situación de Cenicienta no hubiera variado sustancialmente: seguiría trabajando para sus hermanas, humillada y relegada a la cocina.

Por lo tanto, la motivación de Cenicienta no es en ningún caso el amor (en ningún fragmento del cuento se nos habla de si conocía al príncipe previamente, si se había enamorado de él a distancia o si le gustaba, tan siquiera), sino escapar de una casa en la que no se le trata con consideración; y lo hace por la puerta grande.

Lo lógico sería que tras su boda no mantuviera contacto alguno con su anterior familia; es la historia de un triunfo individual, en el que no le debe nada a las mujeres que la rodean, salvo al hada madrina. La idea parte de ella, y su éxito se debe también únicamente a ella.

La segunda interpretación sería más fiel al espíritu de las épocas pasadas en las que se narraba este antiquísimo cuento: un tiempo histórico en el que el individuo contaba poco o nada, y cualquier movimiento estaba supervisado y dirigido por la familia.

Desde esa perspectiva parece coherente pensar que la madrastra no era tan ajena a Cenicienta. Madrastra es la cabeza de familia de un grupo de cuatro mujeres, de las que tres son casaderas: no hay otra salida para ellas. Cenicienta, hija única y posiblemente más acomodada y mimada que ellas, debe aprender las tareas del hogar, y la madrastra se encarga de ello. Por supuesto, visto desde la perspectiva de Cenicienta, como cualquier adolescente, eso es una insufrible tiranía, de la que sus hermanas se libran. A nadie le gusta ordenar su cuarto, o esperar su turno de fregar. Es posible que la madrastra ya se hubiera encargado de adiestrar a sus otras dos hijas en ello.

Sheldon Cashdan, en su libro La bruja debe morir, adelanta la teoría del triángulo maternal. Según él, la madre, la madrastra y la madrina no serían sino aspectos del mismo personaje. Se apoya para ello en la alternancia (en los cuentos de hadas estos tres arquetipos nunca coinciden: sólo cuando la madrastra se ha ido aparece la madrina para ayudar a la chica) y en la imposibilidad de los niños, sobre todo cuando son pequeños, para aceptar la complejidad del carácter humano, y que su madre puede ser buena incluso cuando les amonesta.

Si seguimos esta teoría, en realidad la madrastra sería la vertiente severa, inflexible de la madre cuando contraría los deseos de Cenicienta. Mientras que la madrina no sería sino esa misma madre cuando cede y le ayuda a conseguir lo que busca. Así, la madrastra, una vez que Cenicienta estuviera preparada y supiera lo que debe de hacer, sería libre de ir al baile, incluso con vestidos más lujosos que los de sus hermanas. Siendo la más joven y hermosa de las hermanas, la madre asumiría que las posibilidades de cazar marido aumentaban.

El resto del cuento (las misteriosas apariciones y desapariciones de la chica, que dejan al novio desesperado, la treta de que sea él quien la busque, el no pero sí, el que el príncipe se involucre con las otras hermanas) no es sino una antigua versión de cualquiera de los consejos para cazar marido que se siguen ofreciendo en revistas femeninas.

En esta visión del cuento, Cenicienta perdona a sus hermanastras y madrastra y se las lleva a vivir con ellas a palacio, bien como hermanas o como criadas. El resultado es idéntico: las cuatro mujeres vivirán del príncipe, y la misión de la madrastra como jefa de familia ha finalizado.

La madrastra posee también un matiz más siniestro si nos acercamos a ella a través de otra interpretación, la de Rapunzel. Esta bruja que arrebató con malas artes a Rapunzel, que se encaprichó de ella incluso antes de nacer, mantiene a la niña bajo un gobierno rígido: no puede relacionarse con nadie, no puede hablar con nadie, tan sólo puede aguardar en una torre a que la madrastra decida qué hacer con ella.

Muchas niñas continúan atrapadas en torres invisibles, por padres y madres a quienes su religión o sociedad han convencido de que es lo mejor para ellas. Privadas de educación y de voluntad, siguen siendo esclavas de su condición femenina y de los usos sociales, exactamente igual que las hijas de Bernarda Alba lo estaban por el luto y el qué dirán.

La madrastra de Rapunzel puede adoptar tintes aún más dramáticos si además de guiarse por las normas del momento padece algún tipo de trastorno. Es el caso de la niña Hildegart.

Hildegart existía en la mente de su madre, Aurora Rodríguez, ya antes de nacer. Esta mujer ansiaba tener una niña perfecta, que encabezara una nueva sociedad con un nuevo peso para la mujer. Por ello, en 1914 se quedó embarazada en un encuentro casual con el hombre que consideró adecuado, y desde entonces se dedicó en cuerpo y alma a que su hija estudiara: a los dieciocho años Hildegart hablaba seis idiomas, y se había licenciado en Filosofía y Letras y en Derecho. Además, estaba estudiando Medicina.

La obra que dejó Hildegart resulta ingente: se codeaba con parte de los intelectuales de la época, era conferenciante y una activa militante en el campo de la sexualidad y el feminismo. Aunque en la actualidad se la consideraría una sexóloga avanzada, lo era sólo en la teoría: su madre no la abandonaba ni a sol ni a sombra, y no permitía que pasara un minuto a solas con un hombre.

La opresiva falta de libertad se le hizo insoportable, y comenzó a discutir con Aurora cada vez con mayor frecuencia. Hildegart deseaba independizarse, viajar y vivir por su cuenta. Su madre no pudo tolerarlo: la asesinó mientras dormía, de cuatro tiros a bocajarro cuando la joven sólo contaba con dieciocho años.

Madres similares encontramos en la novela de Laura Esquivel Como agua para chocolate, donde la hija menor está condenada a cuidar de su madre en la vejez.

Las madrastras de Rapunzel no desean lo mejor para sus hijos: sólo pretenden que vivan para ellas y como ellas dicten. Por encima de todas las cosas, ha de estar su satisfacción personal, y no vacilan en emplear chantaje, amenazas o violencia. Se presentan como sacrificadas sufridoras, como mujeres que han dado todo por sus hijos. Y exigen que se les devuelva, punto por punto, cada uno de esos desvelos.