LA GOLONDRINA DE EL PRÍNCIPE FELIZ

Allá lejos, allá lejos, en una callejuela, hay una casa muy pobre.

LOS AMIGOS QUE ARRASTRAN a la destrucción no lo hacen siempre a través de la traición y la violencia. Puede que el poder que ejerzan sobre nosotros sea tan grande que en nuestro afán por ayudarles nos encontremos inmersos en una estafa, una secta o en la ruina. Por una idea equivocada de bondad o de altruismo, el amigo logra algo de nosotros; es posible que lo haga de buena fe, incluso que piense que nos hace un favor. Pero no deja de resultar un chantaje emocional que puede abarcar algo tan leve como colocarnos lotería del colegio de su niño como la pérdida de todo nuestro dinero por avalarle.

El cuento de Wilde El Príncipe Feliz ilustra esta relación: narra cómo una golondrina, a las puertas del invierno, se resguardó de camino a Egipto en una hermosa estatua de un príncipe, cubierta de oro y joyas. Cuando notó que la estatua lloraba, le preguntó qué le ocurría. La estatua del Príncipe Feliz sufría porque desde su altura veía a una pobre costurera con un hijito enfermo. Le suplicó a la golondrina que arrancara una de sus piedras preciosas y que se la llevara, ya que él no podía. La golondrina, a regañadientes, accedió a quedarse una noche más y a complacer así al príncipe. Pero al día siguiente él le pidió que auxiliara a otro desgraciado, y a otro al siguiente, hasta que todas las piedras y todas las placas de oro desaparecieron. La golondrina muere de frío, y la estatua, desprovista de todo su esplendor, es refundida.

Hay más detalles en la historia: la golondrina llegaba ya tarde a la migración porque se había enamorado de un junco, pese a que todos le dijeran que no había futuro en ese amor. Se encontraba ansiosa por la compañía y el afecto. Era una idealizadora compulsiva, alguien desesperado por encontrar una causa. Cuando el príncipe le pide que le arranque los zafiros de los ojos, ella decide quedarse con él, aunque suponga su muerte. Pero el príncipe, a su vez, si bien llevado por la intención de ayudar, no repara en que lo que le pide a la golondrina la pone en riesgo. Persigue su fin (el auxilio a los pobres) con tanto ahínco que causa su final y el de la única amiga que le ha ayudado. En realidad, la del príncipe es una personalidad autodestructiva, aunque adopte la figura de un benefactor.

Príncipes felices se encuentran entre las ONG, en protectoras de animales y en comités de caridad. También los atraen las causas religiosas, y todas aquellas formas de colaboración o voluntariado. Frente a quienes buscan ayudar a otros, los Príncipes Felices necesitan sentirse útiles, bondadosos, con una pequeña parcela de poder. Necesitan olvidarse de sus problemas solventando otros ajenos. Si abandonaran esa causa (algo que suelen hacer por disputas, o por necesidad de protagonismo, o porque cuestionan las bases del grupo) inmediatamente fundan uno similar. Son capaces de poner en peligro toda una colonia de gatos con tal de salvar a uno, de arriesgar su vida en un lugar hostil o devastado por una foto con sus protegidos tras una catástrofe.

No entienden que la solidaridad y la ayuda bien entendida conllevan la toma de decisiones duras y en las que el sentimentalismo no tiene cabida. Suponen estructuración, análisis y buena gestión. Los Príncipes y las Princesas Felices están enamorados de sí mismos y de su bondad, les encandila la imagen que se han confeccionado y tratan de proyectarla sobre los demás.

Un caso distinto es el del amigo que te arrastra con su problema, o que te induce a prácticas que pueden destrozarte: drogas, situaciones de riesgo, sectas. En este caso, la capacidad autodestructiva es mucho más directa y puede descubrirse antes. Pero también el peligro, en caso de no detectarlo a tiempo, es mayor.

El mejor ejemplo es el cuento de La rana y el escorpión. Aunque el escorpión necesita a la rana para atravesar el río, y así se lo pide, le clava el aguijón cuando se encuentran dentro. Sabe que morirán los dos, pero como le dice a la rana, «está en mi naturaleza». Estas personas buscan rodearse de quienes se sienten bien si perciben que son útiles; pero no se les puede auxiliar desde una perspectiva amistosa. Necesitan ayuda profesional, que por lo general se niegan a recibir, porque buscan más compasión que un remedio real.

La única manera de tratar con Príncipes Felices pasa por la asertividad y la negación cortés pero directa. Si se cede una vez, ambos, príncipe y golondrina, inician una espiral de deberes, lealtades tomadas por ciertas, malestar y resentimiento. El príncipe le podía haber pedido el mismo favor a una paloma, más resistente al frío y residente todo el año en la ciudad. No hubiera pasado nada si la golondrina hubiera dicho que no.