EL GIGANTE EGOÍSTA

Mi jardín es mi jardín —dijo el gigante—. Ya es hora de que lo entendáis, y no voy a permitir que nadie más que yo juegue en él.

LAS RAZONES POR LAS QUE LOS vecinos pueden ofrecer u originar problemas son infinitas.

—por el ruido.

—por los niños.

—por el ruido de los niños.

—por olores.

—por impago.

—por hedor.

—por manías personales.

—porque las lindes median.

—porque…

Desde las humedades al uso del ascensor, de las obras ilegales a los pequeños conflictos; los problemas de tierras o derechos de paso o terrenos comunitarios de una sociedad rural han dejado paso a las dificultades vecinales en horizontal y en vertical. El pueblo pequeño es ahora un edificio de pisos, con el presidente como alcalde y el administrador como notario.

Sangrías sueltas en las que se escapa la energía, las reuniones de vecinos conflictivos pueden robarle la alegría a cualquiera: intereses muy distintos compiten ahí. Ansias de poder, envidias, el resentimiento de quien no se soporta pero está obligado a cruzarse a diario en el portal. Ni siquiera es necesario que uno o varios de los vecinos sean personas dañinas: la parte más negativa de los roces del grupo surgen en estos encuentros.

Tres mudanzas equivalen a un incendio, pero una reforma general del edificio que nos toque en el puesto de presidente equivale a un intento de asesinato.

Los gigantes egoístas temen todo lo que esté fuera de sus muros; a veces lo desprecian. Otras se sienten agredidos. El detalle más insignificante les saca de sí. Necesitan demostrar que son alguien, que gozan de influencia y de poder. El presidente vitalicio y voluntario de la comunidad obedece al perfil de alguien perfeccionista, responsable hasta el exceso, que necesita reforzar su autoridad y que se siente muy recompensado por sentirse alguien. Oscila entre la vocación de servicio y el deseo de ser obedecido. Le regocijan las pequeñas cosas, porque no puede solventar las grandes. «Esos apliques de la escalera se pusieron allí porque yo mando».

El presidente por turno, sin la menor afición a ser vitalicio, y desde luego, no voluntario, suele percibirse como una marioneta de deseos ajenos y reza por que su tiempo de presidencia pase pronto.

Pero, en fin, no se debe perder nunca la fe. Cualquier niño conmovedor puede transformar el mundo: a veces, lo único que transmite el gigante egoísta es que busca maneras de que alguien lo devuelva a la realidad, que alguien le haga sentirse importante y útil. Eso sí, lo del jardín no suele ser negociable.