II. HOMBRES LOBO Y OGROS: LOS QUE QUIEREN COMERTE.
EN LO MÁS PROFUNDO DEL PROFUNDO BOSQUE se ocultan monstruos de una crueldad y una falta de escrúpulos imposibles de imaginar para la gente de bien. A diferencia de los vampiros, que aguardan entre las sombras, estos seres malvados no planean sus ataques. Mucho más impulsivos, mucho más brutales, carecen de la paciencia que un manipulador nato precisa, y se preocupan mucho menos por las apariencias y por sus justificaciones. Al fin y al cabo, se escudan en su naturaleza animal para hacer lo que se les antoja: afirman que no pueden contravenir el instinto, lo que llevan en la sangre.
Los lobos, los ogros y demás monstruos se caracterizan por surgir de la nada, y por sus ataques sin provocación previa. Si los vampiros escogen a la víctima con cuidado, y leen entre líneas las señales de seducción, los monstruos caen sobre ella, con la única intención de destruirla y de sentirse mejor así. Por ello es preciso evitar la ocasión y, sobre todo, protegerse del ataque. ¿Por qué un lobo elige atacar a Caperucita Roja, y no a Caperucita Verde? Sencillamente, porque quien pasaba por allí era una y no otra. Después, una vez saciado su apetito, o su venganza, una vez destruido su objetivo, guardan un instante de reposo y comienzan de nuevo a buscar a otra víctima.
Son además insaciables. No cejan en su ataque hasta que han destrozado por completo a la víctima. No les importa la diferencia de fuerza, ni las circunstancias. Desean comer, y quieren hacerlo de manera inmediata. Como los animales, sólo viven en el presente. Ya vendrán luego las consecuencias y ya lidiarán con ellas.
Algunos de estos monstruos son, en realidad, zombis: personas que no tienen nada que perder y que no se resignan a desaparecer sin causar al menos un último daño a otros. Deambulan de un lado para otro, buscando en los otros la energía que hace tiempo que perdieron y alguien a quien arrebatársela. Los zombis carecen de cerebro, pero poseen mucha fuerza, mucho tiempo libre y un único objetivo: destruir a las víctimas para vivir ellas un poco más. El mundo de internet bulle de zombis, que, protegidos por el anonimato, provocan peleas, insultan y se nutren de la fama, las visitas o el nombre de otros. Se les conoce como trolls.
A los trolls, como a los zombis en cualquier otro ámbito, sólo cabe dejarles morir de hambre. Cualquier atención de la persona elegida como comida o de su entorno provocará que crezcan: no son escrupulosos. Les vale tanto la atención positiva como la negativa. Privarles de la menor respuesta o reacción los lleva a hibernar o a desaparecer.
Otros monstruos hace mucho que renunciaron a toda forma humana para sacar provecho de su agresividad, su afán por la crueldad o los agravios imaginarios que creen haber sufrido. No se llega a ser un lobo, o un dragón, sin haber elegido despojarse de la compasión, de la empatía y de la generosidad.
Los monstruos son tan obviamente destructivos, tan burdos en sus ataques, que inspiran poca simpatía y gran repulsa. Son, por lo menos, sencillos de identificar. Además, a diferencia de los vampiros, no basta con alejarse: un cazador o héroe ha de acabar con ellos, porque de otra manera rastrearán sin pausa en busca de la víctima que se escapó.
Después quedan para los humanos las explicaciones y las preguntas sobre las razones y la naturaleza de estos monstruos: ¿qué falló? ¿Fue la educación, la sociedad? En realidad, no hay una única respuesta. Una cosa es cierta: fuera lo que fuera lo que les impulsó a hacer daño, si no se les detiene continuarán buscando víctimas y acabando con ellas. Son casi humanos, totalmente bestias.