EL PADRE DE PIEL DE ASNO

Sería una falta muy grave casarte con tu padre.

¿QUÉ CULPA TIENE PIEL DE ASNO de parecerse a su madre? ¿Y de que su padre tenga una fijación con el incesto?

Ella hace lo que puede: dilata el momento y pide deseos imposibles: pero los adultos trabajan en su contra. Se alían con el poder del rey y no se atreven a decirle lo obvio: que tras las dinastías egipcias, el incesto es un tabú social y privado.

El padre de Piel de Asno cree amarla. Cree incluso concederle caprichos cuando ella pide vestidos, o el sacrificio del asno que proporciona la prosperidad al país. Los narcisistas siempre ordenan la realidad para que obedezca a su capricho.

Por fin, Piel de Asno hace lo que debiera haber hecho desde un principio: escapa.

Otras hijas carecieron de esa suerte.

En abril de 2008 Viena se estremecía de nuevo ante el descubrimiento de que un anciano de setenta y tres años, respetable electricista, Josef Fritzl, había secuestrado durante veinticuatro años en un sótano a su hija Elisabeth. Comenzaba el mito del Monstruo de Amstetten.

Los abusos a su hija, raptada a los dieciocho años, habían comenzado a los once. A partir del rapto, durante el cual las violaciones y abusos sexuales eran constantes, Elisabeth fue dada por desaparecida en una secta. El padre la obligó a escribir una carta inculpatoria. Más datos extraños: en 1992 alguien dejó un bebé, a lo que decía la nota, hija de Elisabeth, en la puerta de los abuelos. Otra niña apareció en 1993, y un varón en 1996. Cada cierto tiempo, un mensaje resonaba en el teléfono: Elisabeth le comunicaba a su madre que estaba bien y que no la buscara.

Esos tres niños, criados como hijos propios por la pareja mayor, no fueron los únicos. En el mismo sótano donde sobrevivía Elisabeth, otros tres niñitos crecían a la sombra de un cuarto que murió y que fue incinerado con las basuras. Las razones por las que Josef escogía que uno viviera en el horror o en la luz eran aleatorias, o quizá no tanto. Dejaba abajo a los más silenciosos. Los condenaba al silencio (le tenían pánico), a presenciar los abusos a su madrehermana, a la malnutrición y a la falta de cuidados médicos. A su vez, en la superficie, el monstruo era un dictador, un hombre de costumbres fijas y cóleras desorbitadas. El rey de los dos mundos.

Si fue capturado se debió a la enfermedad que contrajo la niña mayor, Kerstin. Había perdido muchos dientes, y los médicos detectaron señales de abusos y de un posible incesto. Cuando detuvieron al monstruo, el mundo pudo comprobar el mecanismo con el que mantenía oculto el sótano. Blindado y acorazado, no le hubiera importado que su secreto muriera con él.

Las carencias físicas y afectivas de los niños eran enormes. Su estado de salud no se parecía a nada visto. Su padre-abuelo se las había arreglado para pasar desapercibido: bien vestido, padre de familia numerosa, nada en él había llamado la atención. Y, sin embargo, había pasado por la prisión por violar a una mujer, y se habían archivado varios intentos más.

Nunca se ha considerado a sí mismo un monstruo. Es más, ante la policía adujo que si él lo hubiera deseado, la tragedia hubiera sido mayor: «Pude haberlos matado a todos y no habría pasado nada y nadie lo hubiera sabido nunca».

El incesto no siempre se lleva a cabo entre padre-hija. La Biblia recoge el caso de un abuso sexual entre hermanos, algo en absoluto poco frecuente entre las familias poligámicas, e incluso legitimado por el ejemplo de los dioses, muchos de ellos hermanos, como Júpiter y Hera, o Zeus y Démeter.

Amnón, el hijo primogénito del rey David, fue ese caso. Criado en una familia que veneraba al padre por encima de cualquier autoridad, y guiado por éste en el ejemplo de la promiscuidad y la impulsividad sexual, se fijó en una de sus hermanas, medio hermana, en realidad, la guapa Tamar. Atormentado por su deseo, su propio primo le dio alas. Como futuro heredero, podría hacer lo que quisiera.

El hermano se finge enfermo, y le pide a su hermana que cocine para él en su cuarto, porque se le antoja un plato que ella domina. Con esa excusa la atrae hacia él, y la viola. Tamar suplica que se hagan bien las cosas, que le pida permiso de matrimonio a su padre, que algo podrá hacerse. Sin prestar la menor atención, Amnón logra lo que desea.

Es entonces, en un giro psicológico que demuestra que la Biblia fue escrita por humanos muy observadores, cuando Amnón no soporta ver a su hermana. A golpes y gritos, y pese a que ella suplica que no lo haga, la arroja de su casa. Ella, desesperada, pide ayuda a su hermano Absalón. Paciencia, le pide él. Paciencia, hermana.

El rey David, mientras tanto, se disgusta, pero no interviene. Pero ese no tomar partido ya es una toma de partido. No se trata de una pelea en la que dos niños discutan por un juguete y se les pida que pacten entre ellos.

En esta caso, David no defiende a su hija de una agresión, y permite que el hijo agresor quede sin castigo, reforzado y apoyado. Tamar queda bajo la protección de Absalón, y el ambiente se enrarece. Cuando el tiempo pasa, Absalón convoca a todos sus hermanos para una merienda. Cuando el corazón se le alegra con el vino, varios mercenarios, guiados por Absalón, lo asesinan.

De nuevo, nada ocurre. David, cuando ha llorado la muerte de su primogénito, perdona a Absalón, su hijo predilecto. Un padre débil, hermanos guiados por el odio, una hermana violada… ¿Era éste el más alto rey de su época?