
OCHO
EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES
UNA VEZ QUE SE HABÍA ESTABLECIDO UNA PAZ FUNCIONAL CON la tribu de Balder, las cosas debían ir bien para Phasma y los scyres. O por lo menos lo mejor que podrían ir en un mundo primitivo donde todos los días había una batalla tan sólo para comer mientras se evitaba caer entre las rocas y ser devorado por tiburones gigantes. Hasta que llegó el día en que Brendol Hux cayó del cielo. Siv dijo que él nunca les contó lo que estaba haciendo en el área. Conducir exploraciones, buscar niños para robarlos, ¿quién lo sabe? Lo único que puede afirmarse es que el viejo sistema de defensa orbital de Parnassos lo detectó, le dio a su nave y lo hizo caer como plomada hacia la imperdonable topografía del ahora primitivo planeta.
Phasma y sus guerreros empezaron a hacer preparativos en el momento en que vieron la explosión en lo alto. Mientras los restos de la nave cruzaban el cielo en franjas, Phasma lo siguió con sus quadnocs, tomando nota cuidadosa de en dónde caía. En el peor de los casos, era posible saquear naves como esta; en el mejor de ellos, siempre había una esperanza de que pudieran rescatarla y usarla para salir del planeta. Nadie con vida había visto que esas naves hicieran otra cosa que caer y estrellarse, pero eran evidencia de la galaxia de mayor tamaño más allá de Parnassos, de un futuro que les habían negado. Era doloroso vivir en un planeta tan traicionero, con tantos recordatorios de la facilidad y la tecnología que alguna vez se habían tomado como algo seguro. Por lo menos habría metal, dispositivos tecnológicos, ropa, medicamentos, comida y tal vez blásters útiles dispersos alrededor de lo que quedara de la nave. Esas eran las más grandes riquezas en el mundo de Phasma.
Pero tenían que apresurarse. Otros grupos de otros territorios también estarían viendo y preparándose para el viaje. Las estrellas fugaces, como les llamaban, eran raras, y esta nave era la cosa más brillante que los scyres hubieran visto jamás; tan brillante que tuvieron que protegerse los ojos mientras caía como flecha hacia el planeta. Parte de la nave se desprendió y cayó flotando por separado; se dirigió al área donde el territorio de los scyres limitaba con el de Balder, lo que hizo que fuera más importante apresurarse.
Cuando Phasma y sus guerreros levantaban sus mochilas para partir, Keldo llamó para detener a su hermana.
—Me parece que le pertenece a los claws —dijo, sentado en la silla que Torben había tallado para él en un pináculo de piedra—. Nuestra paz es más importante que cualquier bien que haya en esa nave. Te prohíbo que ataques a la gente de Balder y rompas la tregua que tan arduamente hemos pactado.
Phasma no detuvo sus preparativos.
—Pero esta nave es más grande que las demás y parece estar intacta. Todavía podría funcionar. Podría cargar las riquezas y la tecnología que necesitamos para salvar a todo nuestro clan. No voy a dejar pasar la oportunidad de ofrecer una mejor vida para nosotros porque no quieres meterte en una pelea de gritos con ese tirano.
—Hermana, ¿no lo ves? Si todos trabajamos juntos en lugar de pelear, tendremos una mejor oportunidad de sobrevivir. Nuestras bandas están en el proceso de unirse. Pronto compartiremos el botín de esa nave.
—Hermano, creo que tú eres el que está ciego. Balder nunca compartiría una nave con nosotros. Puede estar de acuerdo con tu paz ahora, cuando es débil y está herido. Pero, si recupera su fuerza, nada le evitará destruirnos. Exigirá venganza, aunque sólo hayamos defendido lo nuestro. Tú sueñas con la paz, pero él sueña con el poder. Debemos atacar ahora, mientras no puede contraatacar. Parte de la nave está cerca del territorio de Balder, pero la mayor parte ha caído en las tierras baldías, y si nos apresuramos será de nosotros. Esas tierras deshabitadas no pertenecen a nadie.
—Sin embargo, debes atravesar el territorio de Balder para llegar allí. No sabemos qué peligros esperan más allá de nuestras fronteras.
—Pero sí sabemos qué peligros nos esperan aquí. Es hora de tomar un riesgo. Necesitamos esa nave.
Keldo aceptó a regañadientes lo que proponía su hermana.
—No puedo negar que la estrella caída podría ser nuestra mejor esperanza de supervivencia. Toma a tus guerreros y ve donde ha aterrizado la nave. Si está en territorio de los scyres, toma lo que puedas. Si está en el de Balder, déjala. Si está en los baldíos, confiaré en que negocies con nuestro aliado y encuentren un punto intermedio. La paz debe mantenerse a toda costa.
Phasma asintió, con una sonrisa en el rostro.
—Haré lo mejor que pueda para conservar la paz —dijo.
Siv observó entonces que los ojos de Phasma hervían de rabia y que su voz era áspera e implacable. Pero ¿qué podía hacer Keldo? Los guerreros más poderosos estaban del lado de Phasma. Además, gracias a su pierna, el propio Keldo no podía siquiera ir detrás de ella para reprenderla. No tenía otra opción que aceptar su palabra. Aunque los scyres habían votado con Keldo por la paz, tenían la misma idea cuando se trataba de la posibilidad de un mejor futuro. Esa nave era su mayor esperanza. Phasma se llevó a sus cuatro guerreros más confiables y eligió a ocho más, dejando al resto de los scyres para que defendieran a Keldo, Ylva, Frey y a su adorada Nautilus.
El viaje no fue fácil, porque ningún viaje en Parnassos lo es. A menos que te encuentres en un pequeño y ágil starhopper, seas rápido y lo bastante inteligente para evitar esos cañones orbitales y casi todo lo demás que quiera devorarte en ese planeta.
El territorio scyre estaba formado principalmente por pináculos de roca negra, acantilados dentados, salientes, cuevas y ocasionales pozos que se formaban cuando había marea baja en el océano. Dentro de su acostumbrada área habitable, mantenían una serie de tirolesas, puentes de cuerda, amarras, redes y hamacas; incluso el menos ágil de los scyres podía ir de un lugar a otro sin demasiado problema. Pero, más allá de su nido, a lo largo de su frontera con los claws, el terreno se volvía cada vez más peligroso. Los puentes no eran robustos, y uno nunca sabía cuándo un pico de sostén podría oxidarse o un pináculo de piedra podría desmoronarse. Los guerreros de Phasma tuvieron suerte de que la nave se hubiera estrellado durante una época de marea baja, porque pudieron atravesar el terreno con mucha mayor facilidad que si la marea fuera alta, sin mencionar que durante esta, el mar, o los monstruos que lo habitaban, podrían tragarse a la nave.
Aunque había pasado toda su vida cerca del territorio de los claws, Phasma conocía muy poco de lo que se encontraba más allá de los límites del hogar de Balder. Lo que había visto durante las incursiones o en sus exploraciones sugería que su tierra era muy superior a la de los scyres, con mesetas planas, rocosas, tierra real y ocasionales hierbas verdes. Muchas veces, discutió con Keldo sobre los beneficios de apoderarse del territorio de los claws, incursionar más allá y plantar banderas scyres para reclamar parte de la tierra en la meseta y por fin darle a su pueblo lo que ella percibía como un espacio muy necesario para respirar libremente. Pero Keldo siempre se negó a considerar la opción de apoderarse de la tierra, y la mayoría de los scyres votó con él. No todos los scyres eran tan hábiles y tenaces como los guerreros de Phasma, y aunque sus veinte combatientes regulares podrían defender al grupo como un todo, los más viejos, débiles y lesionados del clan se sentían lo bastante felices con aferrarse al Nautilus y la ruda pero predecible vida que proporcionaba. Les asustaba tomar lo que necesitaban, cosa que enfurecía infinitamente a Phasma.
Aun así, el conocimiento que Phasma tenía del mundo consistía en el mar por un lado y la meseta de Balder por el otro. Lo que podría haber en los baldíos, más allá del territorio de los claws, era por completo una conjetura. Keldo razonaba que sólo podría ser más roca y mar, pero Phasma ansiaba saber si habría lugares diferentes, cosas distintas por las que valiera la pena luchar en el otro lado. Alguna vez Phasma razonó, mientras hablaba en privado con sus guerreros, que si los claws fueran aliados verdaderos, la gente de Balder debería permitir que los scyres atravesaran la tierra, o hasta compartirla, en lugar de mantener sus límites territoriales tan cuidadosamente delineados y tendidos.
Partieron de inmediato. Trece scyres que cargaban con las provisiones que podrían representar la diferencia entre la vida y la muerte en una tierra difícil. Odres y comida seca que podría transportarse bien, tiras de carne seca y vegetales marinos salados y secados al sol. Hamacas de red, cobijas y abundantes armas. Picos y equipo de rapel. Viajaron con largas cuerdas de hilo trenzado anudadas entre cada persona, que representaban la única red de seguridad en caso de que alguien resbalara y cayera hacia las olas que se agolpaban abajo. Considerando el peligro de cortes y abrasiones, llevaban gruesos guantes y botas de piel, con garras en las puntas para ayudarlos a cavar en la piedra. Siempre llevaban sus máscaras, además, para protegerse el rostro de los elementos y para infundir temor en los corazones de cualquier persona o cosa que los viera acercarse. Siv había repartido su bálsamo de oráculo de antemano, para asegurarse de que los guerreros mantuvieran sus fuerzas. Debajo de sus máscaras, cada persona llevaba gruesas franjas del bálsamo color verde oscuro sobre sus mejillas.
El viaje les llevó tiempo. Gosta era la primera de la fila, gracias a su agilidad y ligereza. Ponía a prueba los puntos de apoyo, plantaba los picos que sostenían las cuerdas y se adelantaba para asegurarse de que el camino podría soportar al resto del grupo. Phasma la seguía y la ayudaba a trazar la ruta; Siv, Carr y el resto las seguían. El poderoso Torben venía al final, porque era el más pesado y la mejor defensa contra cualquier cosa que pudiera sorprender al grupo por la retaguardia. Para todos, representaba la primera misión de exploración fuera de su territorio en años, y Phasma se aseguró de que su gente estuviera segura mientras se aventuraban más allá.
Cuando llegaron a la línea de banderas que delimitaban las fronteras entre los territorios de los scyres y de Balder, Phasma marcó un alto y sacó sus quadnocs. La frontera parecía interminable aquí y estaba caracterizada por su aspereza y su inutilidad como lugar habitable. Agujas largas de roca rota se levantaban como picos, y mucho más allá de ellos no se extendía el océano al que los scyres estaban tan acostumbrados, sino más piedra aserrada y llena de huesos, basura y hongos de colores brillantes.
Al explorar el área, Phasma descubrió a uno de los centinelas de los claws que hacía guardia en un pináculo más ancho de piedra. Apartando sus quadnocs, miró a sus guerreros, de uno en uno.
—Gosta, derríbalo —dijo, señalando a la figura en el horizonte.
Gosta asintió, desenganchó su arnés de las cuerdas del grupo y se alejó, saltando atléticamente de un pináculo a otro.
Uno de los scyres que no pertenecía al círculo interno de Phasma parecía espantado.
—Pero Keldo dijo que debemos mantener la alianza a toda costa.
Phasma saltó para compartir el pináculo sobre el que estaba parado, mirándolo a los ojos a través de su máscara feroz.
—Keldo no está aquí, y él no sabe cómo funcionan las cosas fuera de nuestro territorio. Balder no nos permitirá cruzar la frontera, sobre todo si él también quiere la nave caída. Ese guardia se interpone entre nosotros y la cosa que podría salvarnos.
Por su aspecto, el hombre quería añadir algo, pero sus botas lanzaron guijarros abajo, porque la torre de piedra apenas tenía el tamaño suficiente para contenerlos a los dos. De alguna manera, Phasma pareció inclinarse hacia delante sin haberse movido, y el hombre retrocedió, perdió el equilibrio y empezó a caer. En el último momento, Phasma lo tomó del brazo en el aire, lo atrapó y sus cuerpos quedaron balanceándose de tal manera que evitó que ambos cayeran por la orilla.
—¿Estás conmigo o contra mí? —susurró ella.
—Estoy con el Scyre —respondió él rápidamente.
—Cuando Keldo no está aquí, yo soy el Scyre.
El apretón de ella se aligeró un poco, apenas lo suficiente para que él se tambaleara.
—Contigo, Phasma. Estoy contigo.
Ella lo soltó, lo enderezó y saltó al siguiente pináculo de roca, como si no hubiera estado a punto de matar a uno de sus propios hombres.
—Entonces todos encuentren un lugar firme y preparen sus armas. Si Gosta hace bien su trabajo, no las necesitaremos. Todavía.
Los doce scyres se pusieron en cuclillas y sacaron mazos, cuchillos, hachas y lanzas. Era una situación nueva, un grupo de ellos en un lugar poco familiar y agrediendo por primera vez. Ya no estaban en terreno seguro. Phasma levantó sus quadnocs. Cuando lanzó una carcajada corta y brutal, todos se pusieron tensos.
—El centinela ha caído. Gosta está indicando que el camino ha quedado despejado. Deprisa.
Nadie habló de nuevo contra ella mientras se movían en silencio y con rapidez hacia la frontera. Cuando alcanzaron a Gosta, la chica señaló abajo, al cuerpo de un hombre encajado muy abajo en un ángulo extraño, mientras la sangre pintaba las rocas. Phasma asintió y recogió sus quadnocs, explorando adelante en busca de los siguientes centinelas, pero estaban demasiado lejos o escondidos.
—Tú —señaló a una de las scyres—. Quédate aquí en el lugar del centinela.
—¿Por qué? —preguntó la mujer, y necesitó valor para hacerlo.
—Para que cuando el siguiente centinela mire o regrese, encuentre a alguien donde espera que haya alguien. Si te topas con alguien que no sea un scyre, lo matas.
La expresión de la mujer indicaba que quería discutirlo, pero el cuerpo de abajo la convenció de no hacerlo. Simplemente asintió y se hincó para atar su cuerda al pico del centinela muerto. La dejaron y siguieron adelante, detrás del avance lento de Gosta entre las formaciones rocosas mientras encontraba la mejor ruta.
Ahora bien, lo notable de esa parte de Parnassos era que resultaba muy difícil esconderse allí. Cuando la única manera de moverse era estar de pie en la parte superior de una roca muy alta, sin árboles o arbustos, era imposible mantenerse oculto por mucho tiempo. Lo positivo de este problema era que el enemigo estaba de igual manera limitado. Por ello Phasma y los scyres se dieron cuenta de que se acercaban a una circunstancia inusual. Muy lejos, en la meseta de Balder, todos los claws estaban reunidos y, por fortuna, todos tenían la vista lejos de las fronteras y el acercamiento de sus supuestos aliados. El propio Balder estaba gritando.
—¡Deprisa! ¡Tráiganlos! ¡Tráiganlos ante mí ahora mismo! —era lo que repetía.
La tierra de los claws, tan codiciada por Phasma, era mucho más grande de lo que recordaba, o tal vez el Scyre se había reducido tanto que el territorio de Balder simplemente parecía enorme en comparación. La meseta permanecía en lo alto, con polvo rojo y áreas verdes por aquí y por allá. Era lo bastante grande para que todos los claws permanecieran de pie y unos cuantos más se encontraran recostados o sentados, sobre todo los muy viejos, que permanecían reunidos cerca del fuego. No había niños a la vista, lo que explicaba la desesperación con que habían tratado de capturar a Frey. La meseta terminaba en un acantilado áspero por un lado, al otro había una roca aserrada lo suficientemente grande para llamarla montaña, para nuestros propósitos, pero era roca sólida y no el tipo de cosas que un cuerpo podría simplemente cruzar o recorrer a pie. Algunos planetas tenían montañas que se recorrían con placer, con senderos serpenteantes tallados en su superficie, con belleza resplandeciente y bestias salvajes, pero las montañas de Parnassos se parecían más a las garras de algún animal grande e implacable, con sed de sangre.
Sin decir una palabra, Phasma urgió a su gente a seguir adelante, haciendo movimientos para que lo hicieran en silencio y con rapidez. Cuando llegaron a la orilla de la meseta, detrás de la multitud de claws que estaban tan hipnotizados que ni siquiera habían notado a los intrusos, Phasma y su gente vieron el milagro que se estaba presentando.
Estaban subiendo a cinco figuras a la meseta, desde la tierra de abajo. Mientras avanzaban poco a poco hacia el grupo completamente absorto, los scyres quedaron fascinados de ver que al otro lado de la meseta de Balder no se veían las aguas revueltas del océano oscuro y agitado, sino suelo. Y no suelo formado por roca, o no sólo por roca. Era arena. Arena hasta donde alcanzaba la vista, curveada en dunas onduladas, un campo gris tan sólo roto por rocas negras caídas. Usando sus quadnocs, Phasma siguió las huellas y marcas de arrastre hasta donde esperaba una máquina de metal, sumergida a medias en la arena y junto a una enorme y arrugada pieza de tela. Era parte de la nave que se había desprendido y que había caído flotando suavemente. Los scyres nunca habían visto tanta tela en una pieza en toda su vida, y quedaba claro por qué varios miembros de los claws estaban allí abajo, cortando diligentemente las largas cuerdas que unían la tela a la máquina, para que pudieran reclamarla como propia. La nave caída no estaba a la vista, sino demasiado lejos, más allá de la arena y las ocasionales rocas en esta. Phasma siguió la delgada línea de humo blanco que se elevaba al cielo, marcando el camino a las verdaderas riquezas.
Se escuchó una aclamación cuando arrastraron la primera figura extranjera para dejarla de pie sobre la meseta, con el brazo aferrado al pie vendado de Balder. Era un hombre. Para Parnassos, sus ropas eran escasas, tan sólo la tela finamente urdida y suave de un uniforme negro, además de botas altas y brillantes, cubiertas por la arena. Era la persona más vieja que los scyres hubieran visto jamás, con piel pálida y pelo rojo, encanecido en las orillas. Aunque sus extremidades eran delgadas, tenía el vientre abultado y ojeras. Sonrió con suavidad ante los gritos de admiración y los silbidos de los claws, pero era claro que él no celebraba.
Balder lo empujó con cuidado a un lado y se estiró para tomar a la siguiente figura: un guerrero que llevaba una armadura blanca con franjas de arena gris sobre un delgado traje negro. Los claws contuvieron el aliento, y los scyres también: esa armadura le daría a cualquier persona en Parnassos una enorme ventaja sobre los elementos, y el sólido casco parecía una mejora sobre sus ligeras máscaras de piel. Le siguieron dos soldados más de armadura blanca, y al final llegó un droide. Tenía una forma vagamente humana y estaba hecho de un metal negro y opaco. Se necesitó muchísimo tiempo para subirlo hasta allí, con toda probabilidad debido a su peso y su incapacidad para trepar. La gente de Parnassos había visto las partes que componían a cientos de droides y hasta utilizaba metal de droide en sus armas, pero ningún ser vivo había visto a un droide permanecer de pie por su propia voluntad y levantar una mano indignada, como hizo este droide negro cuando Balder trató de tocarlo.
Ahora que las cinco figuras permanecían en la meseta, Balder se dio vuelta hacia su gente y le hizo un ademán para que se callara. Los scyres se agacharon para evitar que los detectaran entre la multitud. El dug parecía más viejo y cansado. Los colgajos de su piel y sus orejas se curvaban y sucios vendajes cubrían sus brazos y piernas. El lugar donde Phasma había cortado el colgajo de su oreja se veía aserrado y horrible. Además, la herida se había puesto negra en las orillas. Phasma le dio un codazo a Siv, señalando los resultados de su trabajo manual. Ambas se sacudieron con una risa callada.
—Mi gente, sentémonos para escuchar a los recién llegados —dijo Balder.
Los scyres se sentaron a la orilla de la multitud, agradecidos de estar perdidos entre tantos extraños que miraban ávidamente el espectáculo. Había quizá quince scyres, pero había por lo menos el doble de claws, y estaban tan concentrados en los viajeros que no se pusieron a pensar quién podría estar acechando entre ellos. El sol era agotador ese día. Muchos claws tenían puestas sus máscaras, lo que ayudó a los guerreros scyres a mezclarse entre ellos.
Balder indicó al líder del nuevo grupo que hablara, y el hombre de negro se pasó la mano por el pelo rojo, molesto, antes de unir sus manos detrás de su espalda, con las piernas abiertas, como si estuviera más que acostumbrado a hablar a grandes grupos y todo aquello le pareciera aburrido. El droide permanecía a su lado, escuchando con atención, mientras los tres soldados lo flanqueaban, con ligeros retorcimientos de sus cascos mientras seguían los movimientos del grupo, sugiriendo que estaban más que listos para enfrentar problemas. Los soldados sostenían en las manos blásters brillantes, de color blanco y negro, y llevaban otros más pequeños en sus caderas. Phasma y los scyres se dieron codazos entre sí, ansiosos por encontrar una manera de reclamar parte del nuevo botín.
El droide le habló al hombre de negro, y todos contuvieron el aliento ante la voz mecanizada. Era difícil escuchar en la meseta, rodeados por susurros y súbitas ráfagas de viento, pero el idioma parecía a la vez familiar y diferente. El hombre de negro le contestó al droide, y este volvió a hablar, ahora a mucho mayor volumen, proyectando su voz con alguna especie de extraña maquinaria.
—Me llamo Brendol Hux y me temo que mi nave espacial fue derribada por un sistema de defensa automatizado sobre su mundo. Mi idioma es un poco diferente del suyo, así que este droide traducirá a su dialecto más primitivo.
La multitud contuvo el aliento y susurró. Escuchar su idioma a través de la máquina, aunque extraño, era sorprendente.
Balder se puso de pie y sacudió la cabeza de tal manera que los anillos de sus orejas tintinearon.
—Me llamo Balder y soy el líder del pueblo claw. Gobernamos esta tierra, y tu nave ha caído en nuestro territorio.
El hombre de negro, Brendol, lanzó una sonrisa apretada y habló de nuevo con el droide como intermediario.
—Estoy contento por su ayuda, Balder y el poderoso pueblo claw. Mi cápsula de emergencia ha aterrizado muy lejos de mi nave. He perdido a varios de mis propios hombres en esta horrible tragedia. Pero, si deseas ayudarme, te ofrezco a cambio el tipo de tecnología y las provisiones que tu mundo ha perdido. Si llegamos a mi nave caída, te daré armas, comida, medicinas y agua. Podré llamar a una nave más grande que te traerá aún mayores riquezas.
—¿Por qué estás aquí, Brendol Hux? —preguntó Balder, acariciando su barbilla con el pie.
Phasma hubiera preguntado lo mismo. Nada era gratuito, y las riquezas que Brendol Hux ofrecía no tendrían un bajo costo.
El droide tradujo las palabras de Balder para Brendol. Este asintió como si se tratara de una pregunta inteligente y Balder fuera un gran líder. Phasma le dio a Siv un empujón en el costado.
—Este Brendol Hux es un hombre inteligente —dijo.
—Yo también lo sería con tres guerreros armados hasta los dientes a mi lado. Con esos blásters podrían matar a todos en esta meseta en menos de un minuto, si lo desearan.
—Entonces debemos hacer que deseen otra cosa.
Brendol habló al droide y este tradujo.
—Vengo de una poderosa banda llamada Primera Orden, que trae la paz a la galaxia. Tengo la tarea de explorar las estrellas en busca de los más grandes guerreros que pudieran unirse a nuestra causa. Nuestra gente está bien cuidada y entrenada. Pregunten a mis soldados, aquí. Troopers, ¿no es así?
Los tres soldados de blanco asintieron.
—¡Sí, señor! —gritaron.
—Cada uno de estos guerreros fue seleccionado de un planeta distante y entrenado para combatir por la Primera Orden. Si tu gente nos ayuda a regresar a nuestra nave, llevaré a nuestra flota a quien desee unirse a mí. Esos soldados vivirán en la gloria y la riqueza, nunca volverán a sufrir carencias. Ahora, ¿quién me ayudará?
Los claws se pusieron de pie para vitorear, pero una nueva figura apareció al lado de Brendol Hux, un guerrero que llevaba una fiera máscara roja.
—Me llamo Phasma y soy la más grande guerrera de Parnassos. —Phasma se quitó su máscara, se puso frente a Brendol y esperó a que el robot tradujera—. Le ayudaré a encontrar su nave.
En un instante, Balder tenía los dedos de sus pies apretando la chamarra de Phasma, y los guerreros scyres y claws estaban de pie, maniobrando para ganar una mejor posición alrededor de ella.
—Estamos en paz, pequeña scyre —siseó Balder—. A pesar de ello has invadido nuestro territorio.
—¿Nos has dicho de tu nueva riqueza, Balder? ¿Ya enviaste mensajeros al Scyre, urgiéndonos para que nos unamos a ti en esta búsqueda? ¿Incluirías a tus aliados en tu viaje a la estrella fugaz?
Torben, Siv, Carr y Gosta tenían sus armas empuñadas. Los peleadores entre los claws de Balder estaban igualmente listos. Brendol Hux paseaba la vista de Phasma a Balder, pero no como si estuviera preocupado. No, era como si tuviera curiosidad.
—Lo hubiera hecho, pequeña scyre —gruñó Balder—, pero tú has logrado que esa bondad desaparezca con tu falta de juicio. Has roto el tratado al venir aquí, y tus tierras volverán a conocer nuestra furia.
—¿Así que no permitirás que los guerreros scyres acompañen a los claws en este viaje a la estrella fugaz, donde los beneficios serían para todos? —preguntó Phasma, con voz inalterada y una sonrisa engañosamente suave.
—Yo no recompenso a quienes rompen sus promesas —siseó Balder.
—¿Qué pasa si me disculpo ante ti a nombre de los scyres y prometo sostener el tratado?
Balder lo pensó, con sus labios contraídos en un gruñido.
—Entréganos en prenda a la niña de los scyres como disculpa por meterte en nuestro territorio. Si lo haces, sostendré el tratado.
La sonrisa de Phasma se volvió delgada y quebradiza.
—Entonces estoy de acuerdo. Trabajemos juntos para mantener la paz para todos —dijo Phasma, aunque Torben puso una mano en el hombro de ella como advertencia.
Ella se quitó su guante de escalar y extendió su mano. Balder estiró su pie para estrecharla, como se cerraban esos tratos en Parnassos. Pero cuando se inclinaron para completar el gesto de buena voluntad, Phasma lo jaló hacia ella y deslizó una pequeña daga de piedra en su pecho. Balder se estremeció contra ella y cayó. En cuanto su cuerpo golpeó el piso, Torben lo levantó y lo lanzó fuera de la meseta, hacia la arena distante. Phasma y sus guerreros apenas tuvieron tiempo de dispersarse y empuñar sus propias armas antes de que los guerreros claws atacaran.
—¡Lleva a Brendol Hux de regreso al Scyre! —gritó Phasma a Torben.
El hombre grande levantó a Brendol como si fuera una bolsa de arena y lo amarró a su espalda, con una facilidad que hizo pensar que el hombre no era más que un niño, como Frey.
Los soldados de Brendol apuntaron sus armas a Phasma.
—Sigan a su líder —gritó ella—. Los llevaremos a su nave. Balder los hubiera matado a todos y se hubiera apoderado de sus riquezas, pero mi gente irá con ustedes.
Mientras se entablaba una fiera batalla, los stormtroopers debieron hacer los cálculos: quedarse aquí y pelear contra un montón de primitivos extraños o seguir al hombre enorme que se alejaba saltando con su superior. Podían disparar a Torben, pero Brendol iba atado a su espalda y les gritaba que no lo hicieran; así que tenían pocas opciones. Con los blásters en las manos, siguieron a Torben, escogiendo su camino entre los pináculos de roca con pasos cuidadosos.
La batalla se desencadenó a su paso. Phasma estaba realmente en su elemento. Antes, todas las batallas habían sido defensivas, centradas en repeler enemigos de la tierra y salvar a la gente que no podía luchar por sí misma. Ahora, con tres de sus guerreros selectos a su lado y ocho scyres más elegidos por ella misma y entrenados individualmente por su habilidad con las armas y sus deseos de seguir sus órdenes, podía experimentar una verdadera batalla por primera vez. La meseta estaba atestada, con cuerpos que se aferraban a otros mientras los claws entraban en pánico y buscaban seguridad, pero huían o caían ante el hacha y la lanza de Phasma. Desplazándose entre la multitud, Phasma apuntaba a los luchadores, a las máscaras familiares y a las armas de las que ella se había defendido por años, durante las incursiones, y en quienes ahora podía finalmente liberar su rabia y la fiera alegría de la destrucción.
Phasma y su gente lucharon alrededor del perímetro de la gran meseta, lanzando hacia la arena a los heridos y muertos por la orilla, abriendo espacio para la pelea. Tal como Phasma lo había planeado, lucharon para rodear la meseta hasta que estuvieron cerca de la serie de pináculos de roca que los llevarían al otro lado de la frontera, de regreso al territorio scyre.
—¡Ahora! —gritó Phasma, y su gente se retiró entre las rocas mientras Carr los cubría, listo para atacar a cualquiera que los siguiera con sus cuchillos de mano cubiertos con el veneno de Phasma.
Pronto, los restantes guerreros scyres avanzaban de prisa, de regreso a casa. Sólo perdieron a dos personas, y ni siquiera valía la pena mencionarlo. Los claws habían sufrido mucho más daño. Sin Balder para liderarlos, y más preocupados en proteger su propiedad y a sus miembros más frágiles, habían sufrido mayores bajas y ahora varios sobrevivientes permanecían en la orilla, mirando hacia abajo para descubrir quién había muerto y había sido lanzado a las arenas, muy abajo.
—Has roto la tregua. ¡Esto no ha terminado! —gritó uno de los lugartenientes de Balder.
—¡Entonces ven a buscarnos cuando quieras morir! —gritó Phasma por encima de su hombro, riendo.
Ella y su gente se apuraron para alcanzar a Torben y ayudar a los soldados de Brendol para que aprendieran a recorrer las peligrosas rocas de Parnassos. A los ojos de Phasma, la incursión resultó un éxito rotundo. Ella y sus guerreros no sólo habían terminado con el reinado de Balder y creado el caos entre los claws; también habían sumado a Brendol Hux y sus soldados a sus filas. Su truco había funcionado, y Keldo tendría que ver que su estrategia llevaría a un gran futuro para los scyres.