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VEINTIOCHO

EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES

LO QUE SIGUIÓ FUE EXTRAÑO. A MEDIDA QUE DESAPARECIÓ LA locura de la batalla, la enfermedad se asentó. De niña, Siv había sido presa de la fiebre una vez. Pasaba del calor al frío una y otra vez mientras sus huesos parecían quemarla y su cabeza palpitaba al ritmo del océano. Esta enfermedad era parecida a esa, además de la piel roja que se pelaba, los brotes en la piel y la sensación de que su cuerpo se hinchaba, su piel se estiraba más allá de su capacidad. Frey también la tenía. Siv cubrió su cara con bálsamo y le dio un odre de agua para que la chupara, esperando que el líquido y los nutrientes adicionales ayudaran a la niña a combatirla.

De regreso al sitio en que se estrelló la nave, Phasma subió fácilmente en rapel a la cabina de mando. Aunque le tomó algún tiempo, subió a Brendol a la nariz de la nave. Juntos golpearon hasta romper el vidrio restante, apartaron a los pilotos muertos y se pusieron a trabajar en cualquier tipo de magia tecnológica que Brendol usó para enviar su llamada de auxilio al espacio.

—¿Qué sucedió? —seguía preguntando Frey.

Siv misma no estaba segura. Un simple desacuerdo había terminado en un viaje demencial y un genocidio aún más increíble. ¿Cómo podría decirle a la niña que todo lo que ella había conocido estaba muerto porque Phasma y Keldo habían fallado como líderes? No podía. Sobre todo mientras estuviera a una distancia en que la escucharían las únicas dos personas que podrían salvarle la vida.

Todo lo que hizo fue lo que su propia madre había hecho: enseñar a la niña cómo superar aquello. Le explicó el uso de los detraxores, le mostró a Frey cómo cambiar los odres y la hizo repetir su plegaria con cada cuerpo nuevo, a pesar de que los escarabajos ya habían reclamado la mayor parte de sus líquidos. Frey no mostró un interés particular, pero la niña de seguro estaba en shock y su enfermedad debía de estar empeorando a cada minuto. Los movimientos de Siv se estaban volviendo lentos, y su visión, borrosa. Levantaba la vista al cielo, esperando ver cómo aparecía una nave y preguntándose cómo sería. ¿Brillaría con todo el poder del sol? ¿O bloquearía a este por ser tan grande como una de las estaciones de la Con Star?

Cuando finalmente apareció, no se parecía a nada de lo que había esperado.

La nave de Brendol parecía la estrella fugaz que habían visto, brillante, plateada y destellante. Pero la nave de la Primera Orden que vino a rescatarlos era negra y afilada. Cortaba el cielo como uno de los tiburones a los que había temido en las olas salvajes y frías del Scyre. Se quedó colgando en el cielo por largos momentos de ensueño antes de que se desprendiera de ella una nave más pequeña, de un solo bloque, que aceleró directamente hacia ellos y aterrizó en un área abierta de arena gris. Una escotilla se abrió con un silbido de vapor y dos filas de stormtroopers bajaron marchando al paso, con sus armaduras perfectamente ajustadas y dolorosamente brillantes.

—¿Qué es eso? —preguntó Frey.

—Nuestra salvación —dijo Siv, sonriendo.

Phasma y Brendol bajaron en rapel de su nave y caminaron hacia los troopers. Brendol iba al frente y Phasma tomó su posición detrás de él, con su rifle bláster sostenido en ambas manos para imitar a los otros troopers. Entre las dos filas de soldados blancos marchaba un hombre joven casi de la misma edad que Siv y Phasma, una versión más joven y delgada de Brendol. El uniforme negro del hombre era limpio e impecable, tenía el cabello rojo cuidadosamente peinado.

—La Primera Orden se siente complacida de que hayas sobrevivido, padre —dijo con el acento recortado de Brendol.

—Le debo mi buena fortuna a Phasma. Phasma, te presento a mi hijo, Armitage.

Phasma inclinó la cabeza, pero no dijo una palabra. Armitage la miró de arriba abajo, apenas ocultando su escepticismo.

—La Primera Orden te da las gracias, Phasma —dijo el joven, evidentemente tratando de impresionar a su padre.

—Ella se nos unirá en el Finalizer. Igual que esta niña. Ven ahora. —Brendol se dio vuelta y estiró su mano, pero Siv apretó a Frey para acercarla a ella, al darse cuenta de que nadie había hablado aún de la propia contribución de Siv, ni de su destino.

—Suéltala —dijo Phasma, y las manos de Siv se abrieron en los hombros de Frey—. Ven, Frey.

Frey miró a Siv, con los ojos brillantes por la fiebre y llenos de temor.

—Es sólo Phasma —dijo Siv débilmente—. Ve con ella.

Phasma sostuvo su bláster en una mano y le ofreció su guante a Frey, quien le lanzó a Siv una última mirada, atribulada, antes de correr para tomar la mano extendida. Siv se quedó de pie, mareada, y dio unos pasos vacilantes hacia los demás, cuidándose de rodear los cadáveres.

—¿Qué hay de esa? —dijo Armitage, mirando a Siv con disgusto.

—Ya está muy enferma —dijo Brendol—. Además, es demasiado débil para nuestras necesidades.

El corazón de Siv se hundió.

—¿Phasma? —imploró ella.

El casco de Phasma se dio vuelta hacia ella, sin una pista de lo que podría sentir.

—Cuando te ordené que mataras a Wranderous, ¿qué hiciste?

Siv parpadeó contra el sol, mientras su mundo se volvía borroso.

—Hice lo que pensé que era correcto. Le mostré misericordia.

—Desafiaste una orden directa, y eso no será tolerado.

Brendol sonrió y asintió.

—Lo harás bien en la Primera Orden, Phasma.

Armitage inclinó la cabeza.

—¿Podemos proceder, entonces? El Líder Supremo tiene mucho que conversar contigo, padre.

Todo este tiempo los troopers se habían mantenido quietos como una piedra. A una señal de Brendol, se dieron vuelta, cubrieron de nuevo la rampa y subieron a su propia nave. Brendol y Armitage caminaron uno al lado de otro entre sus perfectas columnas. Después de una breve pausa, Phasma los siguió, sosteniendo la mano de Frey.

—¿Phasma? —preguntó Siv de nuevo, suplicando esta vez, porque su mundo se destruía mientras la última persona viva de su banda se daba vuelta para alejarse.

Phasma se detuvo y miró por encima de su hombro.

—Hay otra estación justo sobre la siguiente duna. Casi toda escapó de la destrucción. Brendol dice que podría estar llena de suministros médicos. —Ella siguió caminando. Lo último que dijo fue—: Él tiene razón, eres demasiado débil.

Sin otra palabra, sin una disculpa, Phasma y Frey subieron por la rampa hacia la nave. Una vez que todos estuvieron a bordo, la rampa volvió a subir, dispersando arena gris. La nave despegó en una ráfaga de vapor y ruido, enviando la arena a arremolinarse en grandes nubes que hicieron que Siv se ahogara e hiciera bizcos. Cuando recuperó la vista, la única evidencia de que la Primera Orden había visitado Parnassos eran las huellas en la arena, una nave varada y abandonada y los cuerpos de todas las personas a las que Siv había amado.

Mientras la nave más grande devoraba a la pequeña y desaparecía, las piernas de Siv cedieron, y ella cayó a la arena. Al principio se sentía suave, cálida y con una tranquila aceptación. Pero luego empezó a quemar y dar comezón. Siv tenía fiebre, sus labios se habían ampollado y sus ojos estaban llenos de arena, aunque no podía saber si era arena real o parte de su enfermedad. Pero, fuera un sueño o no, Phasma le había dado un asomo de esperanza, y aunque también le había roto el corazón, Siv habría de aprovecharla.

Ella se arrastró de un cuerpo a otro, recolectando todo lo que pudo encontrar. Agua, comida, armas, capas. Se puso el casco de Pete y miró alrededor, con asombro, un mundo completamente nuevo. Aparentemente le ayudaba a bloquear la enfermedad, o por lo menos la cegadora aspereza del sol. Se hincó para decir un último adiós a Torben. Mientras permanecía desplomada allí, con las rodillas enterradas en la arena, casi se dio por vencida. Pero entonces ese persistente revoloteo en su estómago la hizo ponerse de pie, tambaleante, y avanzar con dificultad entre la arena, arrastrando las bolsas recogidas sobre la siguiente duna y hacia la estructura al otro lado de los cilindros gigantes a los que Brendol había llamado «reactor nuclear». Las paredes blancas del edificio mostraban marcas de una explosión, pero por lo demás estaban enteras. La puerta se deslizó para abrirse tan fácilmente como en las otras estaciones de la Corporación Minera Con Star; a pesar de todas sus fallas, la Con Star podía construir puertas perfectas.

La arena cayó en cascada a los lados del vestíbulo y Siv tropezó con ella. Sabía lo suficiente para presionar el botón y cerrar la puerta detrás de ella. Momentos después el edificio se estremeció, lanzándola al piso. Cuando el mundo volvió a quedar quieto, se impulsó a sí misma para ponerse de pie, confundida pero decidida a seguir adelante.

Ahora estaba familiarizada con los pisos blancos y lisos, con la sala de orientación, con la cafetería llena de comida, pero sentía demasiadas náuseas como para comer. Dejó caer sus bolsas y puso una mano sobre la pared, siguiendo la línea violeta hacia la bahía médica, un truco que vagamente recordaba de la recuperación de Brendol en la Estación Terpsichore. Una vez allí, se dio cuenta de que no podía leer ninguna de las palabras, símbolos o cualquier otra cosa. Pero comprendía las imágenes. Un dibujo muy útil de una persona colocando su brazo en una máquina le sugirió que sería útil poner su brazo en esa máquina. Como si no hubiera estado abandonada por más de un siglo, la máquina cobró vida y lanzó repetidos sonidos quejumbrosos mientras una luz roja parpadeaba. Pronto varios droides brotaron de todas las puertas de la sala y la primera reacción de Siv fue de pánico. Si estos droides estaban tan locos como el último lote, estaba perdida.

El primer droide que llegó le dijo con tranquilidad que tenía enfermedad por radiación y que necesitaría varias rondas de tratamiento. La llevó a una cama y la urgió para que se recostara. Ella se sintió agradecida de que no dijera nada sobre alabar a los creadores. Lo último que vio fue una alegre cara plateada que le prometía que la Corporación Minera Con Star valoraba su salud, y entonces sintió que una aguja pinchaba su piel.

Cayó dormida y entró y salió del sueño por una cantidad indeterminada de tiempo. En ocasiones sus ojos pegajosos parpadeaban para abrirse y ver un techo liso y blanco; otras veces veía un droide inclinado sobre ella con varios instrumentos que la hubieran aterrado de no haber estado, como más adelante lo sabría, fuertemente sedada y atada. Siv no recordaba todo lo que le sucedió en la semana siguiente, pero los droides le prestaron unos cuidados excelentes. Líquidos, nutrientes y las mismas medicinas que Brendol había prometido gotearon directamente en su cuerpo durmiente, y por un tiempo logró olvidar los horrores de sus últimos días con Phasma y Brendol.

Cuando finalmente despertó, los droides estaban ansiosos por proporcionarle cualquier cosa que necesitara, y no hubo mención de empleo o remuneración. Ella pudo asearse y recuperar poco a poco sus fuerzas y su apetito. Un día la llevaron a una sala especial y le mostraron una imagen de su hijo moviéndose en una gran pantalla negra. Los pequeños dedos de rana del bebé que parecían saludar a Siv la hicieron romper en largas lágrimas de tristeza mezcladas con una alegría recién encontrada.

La bebé estaba saludable, dijeron los droides. No habría daño por la radiación. Nacería cinco meses después.

Siv la llamó Torbi.

Cuando las visité hace una semana, Torbi era una niña fuerte y Siv había encontrado la paz, viviendo en la Estación Calliope. Le dije que enviaría a alguien por ellas.

Espero poder cumplir mi promesa.