
CUARENTA Y CUATRO
EN PARNASSOS, NUEVE AÑOS ANTES
EL TIE FIGHTER NEGRO ATERRIZÓ SOBRE LA SUAVE ARENA GRIS. Había pasado casi un año desde que Phasma vio por última vez el planeta que fue su hogar, y Parnassos no había cambiado mucho. Parecía tan inhóspito y arruinado como ella lo recordaba.
No vio de inmediato la cosa por la que vino, pero una vez más ella no esperaba que sólo estuviera esperándola allí, en la superficie. Por fortuna, había traído máquinas para encontrarla. Una rápida exploración reveló la forma oculta, y pronto estaba apartando la arena con sus manos. A pesar de toda su cuidadosa planeación, ella no había pensado suficiente en esta parte y no llevó una pala o siquiera un droide para hacer el trabajo sucio. Aunque sabía cómo funcionaban las cosas en Parnassos, cómo los elementos conspiraban para barrer con todo lo que era importante o bueno, había olvidado que un año en el desierto habría dejado cualquier cosa enterrada en la arena. Debía de haber docenas de cuerpos aquí, los huesos a unos cuantos metros o aun menos debajo de sus botas blancas. Pero no era por eso por lo que había venido. Los muertos no eran su preocupación.
Pronto sus guantes rasparon algo duro y ella empezó a descubrir la forma de su recompensa. Cuando el primer rayo de sol se reflejó en el metal, tuvo que apartar la vista. Un año debajo de la arena no había hecho nada por atenuar el brillo espectacular que había tocado por primera vez un año antes, después de arrastrar a Brendol Hux a través del desierto interminable, luchando para dar cada paso. Le tomó horas descubrir el botín oculto y tuvo que ser cuidadosa con los escarabajos, que brotaban de la arena cada tanto, hambrientos y atraídos por cualquier tipo de movimiento que pudiera indicar líquido. Ella aplastó a cada uno de los que vio, porque conocía demasiado bien su poder. Sin embargo, uno de ellos llamó su atención, sin una razón particular. Ella recordó haber visto cómo la enfermedad se había apoderado de Carr, cómo se desvaneció en sí mismo hasta que quedó totalmente transparente, más allá de toda ayuda.
Mientras el escarabajo se arrastraba sobre su guante, cazando con sus patas y su larga trompa la más pequeña grieta por invadir, y con su caparazón dorado brillando como fuego bajo el sol, ella sonrió debajo de su casco. Desprendió una caja de municiones de su cinturón, la abrió y la vació, tirando el cartucho de energía en la arena. El escarabajo entró allí y ella cerró la tapa con un clic, agitándola para estar segura de que era sólida. La pequeña bestia podría ser útil, algún día.
Regresando a su tarea real, siguió desenterrando la nave de Brendol, la que él llamaba yate del emperador de Naboo. Un nombre tonto para un juguete roto. No pudo sino recordar la primera vez que la vio: una estrella fugaz que se quemaba a través del cielo y se derrumbaba en tierras incógnitas, más allá de cualquier lugar al que alguien conocido hubiera viajado. Phasma había dejado un rastro de cuerpos detrás de ella para llegar allí. Y dejaría un rastro de cuerpos detrás en el camino de regreso, si eso era lo que se necesitaba para borrar todo signo de la niña que había nacido allí, en un planeta olvidado y destrozado de nombre Parnassos.
Le tomó horas desmantelar la nave. Aun con sus diversas herramientas, fue un trabajo exhaustivo, todo hecho bajo el sol abrasador en su armadura completa. Tuvo que tomar varios descansos para sentarse en su TIE, beber agua, estar atenta a los escarabajos, limpiarse el sudor de la frente. Era gracioso cómo, aun en Parnassos, no se sentía cómoda sin su casco. Después de unirse a los scyres, había adoptado su máscara feroz y la pintura de bálsamo como su nuevo rostro, como una mejor manera de enfrentar el mundo y aterrorizarlo, tal vez dándole una ligera ventaja en cualquier batalla. Su casco realizaba el mismo servicio. Ella se había puesto por primera vez la armadura del stormtrooper caído en medio de este mismo desierto y nunca había mirado atrás. Nadie en la Primera Orden conocía el aspecto de su verdadero rostro, excepto Brendol. Ella remediaría eso. Pronto.
Pero primero tenía que completar su tarea. Lo que estaba haciendo aquí tenía las características de un ritual. Se sentía correcto. Transformar restos valiosos en protección era, después de todo, el talento propio de los parnassianos.
No resultó fácil. Pero, una vez más, ¿qué lo había sido en su vida? Mientras arrastraba las placas de cromo a su nave, una por una, y las metía en ella, recordó que habían usado placas de metal como trineos y luego como escudos. Y pensar que todos esos años que ella había vivido en la Nautilus y luego en el Scyre, no había tenido idea de lo que existía fuera de su pequeño territorio. Se había sentido como una revelación que un grupo completo pudiera dormir en un parche de tierra, como los claws de Balder. Después de que encontró los registros y estudió la colonización de Parnassos, supo que, como Brendol le había dicho, hubo en realidad tierras ricas fuera de su alcance todo ese tiempo. Unas cuantas horas en una nave y la vida habría sido completamente diferente, sin violencia. Ella iba a ir de visita a uno de esos lugares llenos de abundancia, por cierto.
Sólo tomó la cantidad que necesitaba de las placas cromadas del yate, dejando el resto para el desierto, donde pronto quedaría enterrado. De regreso en su TIE, despegó y se precipitó al cielo azul y sobre el océano. De niña, esta inmensa y aburrida promesa de muerte fría y monstruos le había parecido tan profunda y oscura. Desde aquí arriba, parecía amigable, azul y balsámica. Un poco después, la nave aterrizó en una amplia tira de tierra verde. Alguna vez plantada con cosechas para alimentar a los millones de trabajadores de la Corporación Minera Con Star, era ahora un alboroto de granos que florecían libremente. A una corta caminata de distancia estaba exactamente lo que necesitaba, lo que la Con Star había sido lo bastante bondadosa para construir casi doscientos años antes: una fábrica. No cualquier fábrica, sino una dedicada a elaborar equipo de minería a partir de los metales y los minerales locales. La Estación Cleo.
En el año que llevaba en la Primera Orden, Phasma había pasado la mayor cantidad posible de tiempo aprendiendo. Se había acostumbrado a dormir cuatro horas o menos en un ciclo diario, así que mientras el resto de los stormtroopers y oficiales estaban durmiendo, ella se ponía al día en tecnología, táctica, historia galáctica. Y hasta en un poco de hackeo. Ingresó el código correcto en el teclado del datapad y las puertas de la fábrica abandonada se deslizaron para abrirse como si las hubieran engrasado el día anterior. La Con Star no había sabido cómo transformar el paisaje de un planeta, pero sabía lo que estaban haciendo cuando vino a construir y programar sus fábricas para que duraran.
El interior del edificio estaba inmaculado. Como si los mineros simplemente hubieran salido caminando y todo hubiera seguido funcionando sin ellos. Que era casi lo que había pasado. Después de que Phasma encontró un carrito y empujó las pesadas placas de metal por el pasillo liso, pasó junto a ventanales anchos y brillantes que daban a los pisos inferiores y a las salas de juntas de la fábrica. En una sala encontró cientos de droides desactivados, de pie, quietos y cubiertos de polvo. En otra encontró varias docenas de personas acurrucadas en el piso, como si simplemente se hubieran echado a dormir y permanecieran allí. Junto a cada una de ellas había un vaso aún recubierto en los bordes con veneno. Era divertido cómo la gente que nunca había tenido que luchar para seguir viva estaba tan deseosa y ansiosa de ceder su propia vida antes que enfrentar unos cuantos desafíos. Phasma había crecido comiendo erizos de mar crudos y bebiendo agua de conchas de caracol, mientras estas personas habían mirado a su alrededor campos que parecían un botín de granos y habían sido incapaces de manejar el hecho de que sus señores los hubieran abandonado.
Phasma estaba más feliz con la Primera Orden de lo que había estado con los scyres, pero nunca desearía beber veneno por ningún amo.
—Tontos —murmuró, mientras seguía arrastrando el carrito por el pasillo.
Había elegido esta fábrica en particular, entre docenas de otras de la Con Star, porque tenía maquinaria específica que era capaz de replicar un tipo de proceso muy particular. Como había descargado el mapa de las instalaciones en su datapad, sabía exactamente cuál sala albergaba el equipo que necesitaba. Ni siquiera tuvo que encender el generador; todo zumbaba a la perfección cuando encendió el sintetizador.
Placa por placa, alimentó las hojas de cromo en la cámara de fundición hasta que se acabaron. Luego, pieza por pieza, retiró su armadura de stormtrooper, la colocó en la cámara de digitalización, esperó hasta que se codificó apropiadamente y la reemplazó con la pieza siguiente. Habían construido esta costosa maquinaria para no tener que enviar nuevas refacciones cada vez que algo se descompusiera; así podían simplemente elaborar una réplica exacta. Phasma estaba feliz de considerarla una pequeña pieza de compensación de la Con Star por haber hecho su vida anterior un infierno viviente.
El sintetizador chirriaba al ir de un lado a otro, a medida que cada pieza de la armadura tomaba forma en cromo glorioso. Tuvo que limar con todo cuidado las orillas afiladas, perforar agujeros y colocar tornillos aquí y allá, pero el trabajo de la impresora era impecable; superó su más exagerada imaginación. El casco fue la última pieza y también la que consumió la mayor parte del tiempo. Había seleccionado un diseño de casco prototípico que Brendol había rechazado pero que ella defendió; tuvo que retirar primero todos los intricados dispositivos electrónicos del interior, sin dañarlos, y luego volver a instalarlos en el nuevo casco. Era un trabajo meticuloso cuando se trabajaba con plastoide y aún más desafiante cuando se trataba con lo resbaladizo del cromo. Suspiró pesadamente y sacó su datapad, estudiando los esquemas descargados que le ayudaron a hacer que todo se acomodara a su cuerpo a la perfección. Y pensar que apenas uno año antes nunca había sostenido un datapad que funcionara; en cambio, ahora podía construir uno de la nada, si proporcionaba los materiales correctos.
Phasma apagó el sintetizador y dejó su vieja armadura blanca en el suelo. Pieza por pieza, se puso la armadura cromada por primera vez. Cada placa brillante se amoldó adorablemente a su cuerpo. Su capa de capitán se asentó a la perfección sobre sus hombros, se arremolinó alrededor del metal con un chasquido satisfactorio que no tenía el viejo plastoide blanco. Junto con las placas cromadas de la nave, también llevó una nueva arma de mano de cromo y un rifle bláster cromado coincidente, ambos ordenados en secreto y ya sincronizados con sus guantes. El bláster se deslizó en su funda con un clic decisivo y Phasma sonrió.
De pie frente a una ventana de placa de vidrio, Phasma se mostró, por una vez, satisfecha. De la misma manera en que había construido este traje brillante, el primero de su tipo en la Primera Orden y aún más distintivo y dominante que ese traje rojo del tonto servil de Cardinal, ella también había construido una Phasma completamente nueva. Hablaba con fluidez el básico actualizado de la Primera Orden, su acento era tan recortado y pulido como el de Brendol Hux. Peleaba mejor que cualquier otro stormtrooper, incluido Cardinal, y recibía sus órdenes directamente del general y de nadie más, una posición que había alcanzado en menos de un año.
En parte, al deshacerse de todo el que se interpuso en su camino, por supuesto. Pero eso fue algo que aprendió en este mismo planeta. Matar o ser asesinado.
Así que ella mató. Y aun así logró ascender.
Phasma talló un área opaca en el casco de cromo hasta que le sacó brillo y lo cargó debajo de su brazo. Caminó por un largo corredor, pasó por la tumba de los tontos muertos y salió por la puerta, mientras sus botas producían el único sonido en todo el mundo. Su nave esperaba en un campo pacífico, el tipo de lugar sobre el que sus padres y luego los scyres le habían contado historias de niña. Un sueño perdido generaciones atrás, de simplemente caminar sobre suelo sólido sin sentir que estaban a punto de morir de hambre. Colocó el casco de cromo sobre su cabeza y respiró a fondo a través del sistema de filtración, probando el aire de Parnassos por última vez y encontrándolo más dulce que nunca. Abordó su nave, despegó y salió disparada al cielo, de regreso al Finalizer y su nueva vida.
Juró entonces que nunca regresaría a este planeta, ni volvería a ser la niña que alguna vez había vivido aquí.
Sólo había un hombre vivo que había visto su cara, e iba camino a acabar con él. Se había vuelto la Capitán Phasma de la Primera Orden. Nada podría detenerla.