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VEINTIUNO

EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES

LOS VEHÍCULOS EMERGIERON DEL COMPLEJO POR LA TARDE, LO que les dio varias horas de luz para avanzar. No era que la necesitaran mucho para navegar. La arena era tan gris e interminable como siempre, aunque había algunas dunas más pequeñas, como si se fuera un cuerpo gigante cubierto por una sábana, que se curva por aquí y por allá. Mientras el sol se ponía, una sombra oscura surgió a lo largo del horizonte, demasiado lejos para que alguien adivinara lo que pudiera ser. Otro complejo, otra bestia muerta, una de esas ciudades destruidas que Brendol mencionó que había visto mientras su nave caía… nadie podía saberlo.

Brendol detuvo el vehículo en la cima de una de las pequeñas dunas. Cuando el casco de Phasma se dio vuelta para mirarlo, él se encogió de hombros.

—No es seguro para mis tropas montar las speeders de noche. Nos detendremos aquí y descansaremos hasta el amanecer. Cualquier cosa que sea, allá adelante… tengo el presentimiento de que es mejor enfrentarla a la luz del día.

—¿Y si decide venir por nosotros primero?

Brendol le lanzó una mirada plana, pensativa.

—Tú eres una guerrera. Harás lo que sea necesario.

Phasma no replicó, pero su silencio siempre era muy significativo. Siv sabía muy bien que Phasma hubiera seguido adelante hasta que el vehículo muriera y luego caminaría el resto del viaje. Era extraño ver a su orgullosa líder doblada ante la voluntad de otro, sobre todo alguien a quien obviamente perderían en caso de que los dos entraran en cualquier tipo de combate. Siv razonó que debía de ser algo parecido al acuerdo que Phasma tenía con su hermano, Keldo: siempre y cuando sirviera para sus fines, Phasma reconocía y cedía ante una mente más astuta, o por lo menos una que cumplía un objetivo que la de ella no podía.

Llevaban provisiones de los casilleros de la Estación Terpsichore: tiendas bien empacadas y cobijas metálicas que mantenían el calor y protegían al durmiente de la arena y, tal vez, de los escarabajos. Mientras organizaban sus colchones en un círculo formado por los speeders y el vehículo voluminoso, Siv acomodó su cobija cerca de Torben. Siempre la había hecho sentirse más segura estar cerca de su cuerpo grande y reconfortante.

—¿Qué pasa si hay más droides? —preguntó Gosta—. ¿O si los de antes vuelven a despertar?

—No seas ridícula —dijo Brendol, aunque ella no le había preguntado a él en particular—. Los droides no se pueden reactivar a sí mismos, así como una persona muerta no puede levantarse y empezar a caminar. La Estación Terpsichore quedó perdida, para todo efecto práctico.

—Pero podría haber otras estaciones —dijo Siv, y Gosta le lanzó una sonrisa agradecida.

Phasma se quedó mirando a sus guerreros, mientras mantenía su casco cerca de ella en el suelo.

—Podríamos pasar toda la noche hablando de las cosas que tememos que pasen, pero prefiero comer y dormir. Si algo se acerca, lo combatiremos, pero no tiene caso invitar a los problemas. La vida aquí no es más peligrosa de lo que era en el Scyre. Simplemente es un tipo diferente de peligro.

—Cuesta acostumbrarse —admitió Torben—. Toda la arena. La nada interminable. Arena que se mueve, sopla y causa comezón. Por lo menos en las rocas sabes dónde estás parado. Las rocas son cosas sólidas y agradables.

Nadie podía discutir eso. A pesar de ser un hombre con más músculo que cerebro, a veces decía cosas muy sensatas.

Siv sacó comida y agua de su mochila y se acomodó entre Torben y Gosta, mientras los troopers se hacían compañía en la otra tienda grande. Las estructuras estaban abiertas a los lados, pero proporcionaban un poco de abrigo ante el constante ulular del viento. El plástico metálico se agitaba con cada golpe de viento, pero las estacas estaban plantadas a profundidad, gracias a una habilidad adicional demostrada por los troopers. Phasma y Brendol fueron al vehículo, en silencio y en secreto. Siv se preguntó si se estaban reconfortando uno al otro. Phasma no se había apareado entre los scyres, al menos hasta donde Siv lo sabía, y había pocas oportunidades de privacidad entre las rocas. Pensando en mejores tiempos, se recargó contra el hombro de Torben mientras ella masticaba su carne seca.

Esa noche, como una bendición, no pasó nada terrible. Era una cosa bastante rara en cualquier lugar de Parnassos.

A la mañana siguiente, ya hacía un calor agobiante cuando despertaron al amanecer. La forma oscura en el horizonte no se había movido ni cambiado. Todos la miraron mientras sorbían agua y masticaban su desayuno. Avanzaron mucho, gracias a los vehículos. Siv se había ido acostumbrando a mecerse con el movimiento de la máquina. La monotonía de la arena era una cosa extraña. Mientras se acercaban más y más a la mancha oscura, se fue haciendo cada vez más grande, tan grande que fue evidente que no se trataba de una bestia ni un edificio, sino de la cosa que Brendol llamaba ciudad.

—En casi todos los planetas habitables, los seres se reúnen en grupos grandes para vivir juntos, construir domicilios y compartir recursos —explicó él—. Algunos planetas no son más que edificios y ciudades. Otros tienen enclaves, capitales, pueblos, aldeas.

—¿Qué es esta? —preguntó Phasma, mirando a través de sus quadnocs.

Brendol detuvo el vehículo, sacó una mano y movió sus dedos. Phasma puso los quadnocs en su palma. Él frunció el ceño mientras miraba adelante y atrás, de izquierda a derecha.

—Una ciudad, pero primitiva. Lo que me preocupa es esa cosa de en medio, que permanece por encima de todo lo demás.

—¿Qué tiene de malo eso? —preguntó Gosta.

Brendol bajó los quadnocs para mirar a la joven con desdén.

—Cuando todo está en un mismo plano, excepto un edificio, eso suele significar una de dos cosas, y ninguna es buena. La primera posibilidad es una iglesia que representa una religión que busca alcanzar a algún dios tonto en el cielo; la segunda es un rey o déspota desesperado por mantener sus posesiones. De cualquier manera, se trata de alguien con recursos que cree que es superior a las personas que gobierna. No hay mayor enemigo para la justicia que un reyecito en una pequeña colina.

Sin decir palabra, Phasma estiró la mano para tomar los quadnocs y miró de nuevo mientras mascaba su carne seca.

—Entonces, ¿tu Primera Orden no busca gobernar? Porque pareces opuesto al gobierno.

Brendol gruñó.

—Hay una diferencia. La Primera Orden desea traer igualdad para todos y destruir la política mezquina y la burocracia podrida que plaga la galaxia. Yo hablo de un gobierno bien informado de miles de personas, que trabajan a nombre de miles de millones de personas desinformadas. Sin embargo, en un lugar como este, una sola persona, o tal vez un puñado de déspotas enriquecidos, toman las decisiones. Su primer interés es llenar sus propios bolsillos y mantener sus estilos de vida dorados.

Siv lo miró en silencio. Algo le decía que Brendol estaba ocultando alguna verdad o mintiendo directamente, pero ella no iba a desafiarlo. Sus palabras eran demasiado bonitas, los motivos que definía demasiado puros. Aunque Siv no podía leer el rostro de Phasma a través de su casco, podía saber que su líder tampoco estaba convencida.

—¿Qué hace la Primera Orden con esos pequeños reyes? —preguntó Phasma.

Brendol miró sobre la arena, como si pudiera ver directo al corazón de la ciudad.

—Los destruimos —respondió.

Phasma bajó sus quadnocs. Por la manera en que ella vio a cada miembro de su grupo, luego a su equipo y de nuevo a la ciudad que yacía más allá, Siv se dio cuenta de que estaba haciendo planes. A sus guerreros les resultaba familiar esta mirada, porque solía señalar una nueva estrategia.

—Necesitamos rodearla —dijo, al final—. Mantenernos lejos. Ya tenemos todas las provisiones necesarias. Quienquiera que viva allí sólo nos apartará de nuestros objetivos.

—¿Puedo ver? —Siv estiró la mano para pedir los quadnocs.

Phasma se los entregó, junto con un leve asentimiento que sugirió que lo mejor era que cualquier pregunta que deseara hacer fuera inteligente. Siv solía ayudar a Phasma con sus planes y sólo participaba en las pláticas cuando estaba segura de que sus ideas eran buenas. Esta vez ella miró y lo que revelaron los quadnocs fue alarmante.

—¿Qué es todo eso verde? —preguntó.

Había verde por todos lados, y no el verde polvoso del liquen, sino un verde vivo y tóxico. A simple vista, la ciudad parecía una mancha negra oscilante, pero los quadnocs mostraron un exterior de muros verdes, edificios verdes en el interior, más verdes de lo que Siv había visto en toda su vida, lo que hasta entonces había incluido sólo las líneas verdes de la Estación Terpsichore, los ojos de unas cuantas personas y algunos artefactos antiguos y gemas ocultas en la Nautilus. Las cosas más verdes en el Scyre eran los musgos grisáceos y los vegetales marinos a punto de volverse negros.

—Verde significa plantas. —Brendol bebió su agua, más de lo que podría beber un scyre, y se limpió el exceso de la boca como si no fuera importante—. Lo llaman oasis. Un lugar verde en medio del desierto. Por lo general hay un manantial subterráneo, o tal vez el depósito de agua en que termina un río. En ocasiones, quienes vagan demasiado tiempo por el desierto imaginan esos lugares y tropiezan a cada paso hasta la muerte persiguiendo un sueño resplandeciente que en realidad no está allí.

—Pero está allí.

—Sí, lo está.

—Deben de ser muy ricos —dijo Gosta—. Con toda esa agua.

Phasma se mofó de eso.

—¿A quién le importan sus riquezas? Todo lo que necesitamos está en la nave de Brendol. Nuestra prioridad es llegar allí antes de que lo haga alguien más. ¿Qué queremos con una ciudad verde? Aún está en Parnassos. El planeta sigue muriéndose. Nada que valga la pena ha perdurado aquí. Dentro de diez años, hasta ese manantial se secará, las plantas se marchitarán y morirán, y las personas junto con ellos. Esa ciudad no es más que un cadáver que aún no sabe que está muerto.

Torben se llevó una mano a su máscara para cubrirse los ojos del sol.

—¿A la izquierda o a la derecha, entonces?

—A la izquierda —dijo Brendol.

—A la derecha —dijo Phasma al mismo tiempo.

El aire caliente se volvió más tenso. Nadie dijo una palabra. Los troopers se mantuvieron cerca en sus motos speeders, moviéndose con suavidad, de adelante hacia atrás.

—¿Por qué crees que a la izquierda? —preguntó Phasma.

—Por nuestro ángulo en relación con la ciudad. Parece la ruta más corta.

—Yo digo a la derecha porque no tendremos que corregir tanto para llegar a tu nave.

Los troopers debieron de percibir la perturbación, porque se acercaron en sus speeders, con las manos en sus blásters. Torben exhaló y ajustó las armas en su cadera. Gosta había saltado del vehículo para quedarse de pie. Sus dedos bailaron sobre su nuevo bláster, con la vista fija en Phasma.

—Dividirnos es una mala idea —se aventuró a decir Siv.

Phasma no movió un músculo. Aun con su máscara, era evidente que estaba mirando la ciudad, mientras su mente aguda consideraba cada movimiento.

—A la izquierda, entonces —dijo Phasma.

Los scyres se relajaron, pero Siv estaba asombrada. Ella y Torben se miraron a los ojos y ella se encogió de hombros. Nunca habían visto a su líder ceder tan fácilmente. Ni siquiera ante Keldo. Sin embargo, sabían que no debían cuestionarla. Una vez que ella había hecho su proclama en esa voz, seguías con ella o te quedabas atrás. Y quedarse atrás aquí significaba una muerte segura.

—Partamos entonces —dijo Brendol y sonaba satisfecho.

Nadie más había dejado el vehículo, pero Gosta se mostraba renuente a regresar a él. La chica parecía fascinada y encantada por las motos speeders, o tal vez por los troopers que las montaban.

Phasma observó que Gosta se acercaba a la speeder y la llamó.

—¡Gosta! A tu lugar.

—Me preguntaba si sería posible montar la speeder con Elli —dijo Gosta, tratando de sonar valiente y atrevida—. Sería bueno que otro de nosotros supiera montarla. En caso de que perdiéramos a alguien.

Phasma, una vez más, miró a Brendol.

—No me molesta la idea —dijo él—. Aunque la chica no puede estarse inventando apodos tontos, como si mis troopers fueran mascotas. Pero tiene razón: debemos planear lo que haremos si perdemos gente. Es un viaje largo aún. LE-2003 puede enseñarle a la chica. Tomemos un descanso antes de seguir adelante.

Mientras Siv distribuía sorbos de agua y tiras de carne, miró subrepticiamente a la más joven de las guerreras scyres interactuar con Elli. Siv no había observado gran cosa de los troopers: excepto por las raras ocasiones en que se quitaban los cascos, y por su breve estancia en la mina de la Con Star, parecían idénticos, aparte de las muy ligeras diferencias de complexión o altura. Ellos se mantenían principalmente reservados, y Brendol les fruncía el ceño cuando mostraban gran parte de su personalidad o eran demasiado casuales en sus modales. Aun así, Elli no parecía terrible, y estaba señalando parte del speeder mientras Gosta, sonriendo como una tonta, se acomodaba en el asiento. La madre de Siv le había contado historias de su propia niñez, y un hecho notable era que los niños alguna vez gozaban de libertad para jugar y de tiempo para no hacer nada. En el Scyre, todos trabajaban desde el momento en que podían, aunque el único trabajo fuera agitar un palo ante las aves para mantenerlas lejos de la carne o los vegetales marinos mientras se secaban, un trabajo que Frey había hecho en cuanto aprendió a caminar y la amarraban a un arnés de red que colgaba de las rocas. Siv se dio cuenta de que nunca había visto sonreír así a Gosta, con una expresión abierta e indefensa y con brillo en sus ojos.

Siv llevó una mano a su estómago y elevó una plegaria para que llegaran vivos e intactos a la nave de Brendol. No le había contado a nadie su propio secreto: que la mayoría de los niños terminaban entre sangre antes de gestarse, pero tenía más razón que la mayoría para desear el milagro de que los transportaran fuera de la tumba en que Parnassos se estaba convirtiendo rápidamente.

Mientras terminaban su comida, los scyres hicieron una pausa para ver cómo Gosta hacía su primer viaje corto en el speeder, desplazándose velozmente sobre las dunas y riendo con alegría. Fue un momento adorable, y Siv aún lo atesora. Sobre todo, después de lo que sucedió enseguida.

—No tenemos todo el día —gruñó Brendol.

Apartaron la vista del espectáculo y treparon al vehículo para seguir su viaje alrededor de la ciudad verde. Por turnos, se sentaron en la torreta en el asiento del acompañante, que tenía montada el arma más pesada que hubiera visto Siv, a la que Brendol llamó «perturbadoramente destructora». Hasta ahora no la habían usado, pero él la había probado brevemente y la manera en que escupió fuego contra la arena fue impresionante. Cuando salieron para ver el daño, necesitaron casi cinco minutos de marcha hasta las marcas de quemadura, donde había desenterrado relámpagos retorcidos de cristal gris y turbio. Brendol explicó que el láser era tan caliente que había fundido la arena. Phasma había tomado más turnos que nadie en la torreta, a pesar del calor provocado por el domo protector encima de ella.

Ella viajaba allí ahora, con el casco puesto y su mano alrededor de la empuñadora de la enorme arma. Cuando Siv miró a su líder, se sintió tranquila de que cumplirían su objetivo. La esperanza era una nueva sensación para ella, y sin Gosta en el asiento de atrás, se dio oportunidad de enlazar sus dedos entre los de Torben e inclinar su cabeza contra el reconfortante calor de su hombro. Sentirse segura era también inusual y quería disfrutarlo todo el tiempo que pudiera.

Brendol giró a la izquierda para mantener una considerable distancia de la ciudad. Phasma ya no hizo comentario alguno, sólo giró su arma para quedar de frente a la muralla verde que se acercaba. A Siv no le gustaba el aspecto de las plantas, que los quadnocs mostraron que eran largas enredaderas retorcidas con amplias hojas verdes y recubiertas con florecitas de color rosa. Dos de las motos speeders se apresuraron a ir por delante, manteniéndose a la izquierda y la derecha del VAT, pero con mucho espacio entre ellas. El otro speeder permanecía atrás, protegiendo la retaguardia. Siv se quedó mirando el pelo de Gosta, que volaba detrás de ella. Los brazos de la chica rodeaban a Elli por en medio mientras surcaban la arena gris. De pronto, algo llamó su atención un poco delante de las speeders. No sabía lo que era, no podía identificar lo que la hizo gritar.

—¡Alto! Esa cosa…

Brendol había empezado a gruñir: «¿Qué?», cuando la speeder de Elli se inclinó, con la nariz por delante, y desapareció en la arena, lanzando a la trooper y a Gosta por los aires.

—PT-2445, ¡detente! —gritó Brendol al intercomunicador de su muñeca mientras frenaba el VAT, levantando un baño de arena cuando se deslizó hasta detenerse.

El speeder restante patinó de un lado a otro y dio un giro antes de detenerse. Las botas de Pete aterrizaron sobre el terreno en una nube gris. De inmediato saltó fuera de la speeder y corrió adonde Elli estaba tendida en la arena. Antes de que pudiera estirar la mano hacia ella, desapareció por completo.

—PT-2445, ¡repórtate!

—Hay una zanja, señor. Llena de picos. Caí entre ellos. Por fortuna no me rompí nada. La speeder de LE-2003 cayó aquí, junto con… maldita sea. Docenas de vehículos. Y cuerpos. Huesos viejos en los picos.

—HF-0518, ya lo oíste. Avanza con precaución. Saca a PT-2445 de esa zanja.

Phasma se bajó de la torreta.

—Siv, toma el arma. Voy por Gosta.

Siv asintió y se trepó a la torreta; una ola de calor cayó de la burbuja de plástico sobre ella, pero la ignoró mientras se acomodaba en el asiento y exploraba el área donde Elli y Gosta habían caído. Gosta se estaba incorporando, sin su máscara, frotándose un lugar sangrante en su pelo, con aspecto confundido.

—Voy con Phasma —dijo Torben.

Phasma saltó del VAT, con un bláster en una mano y su hacha en la otra. Torben la siguió, con su mazo y su hacha listos, como si hubiera olvidado por completo el bláster en una funda de su cinturón. Siv notó que Brendol estaba sentado detrás del volante, y aunque gritaba órdenes a su intercomunicador de muñeca, ni siquiera puso una mano en la puerta.

Mientras ella empuñaba el arma con sus manos temblorosas y trataba de enfocar a su gente a través de la neblina de calor y arena, algo destelló en la cubierta clara y brillante de plástico. Para cuando se dio vuelta por completo en la torreta, era demasiado tarde.

—Brendol, ¡nos están atacando por detrás!

Ella no pudo ver lo que estaba pasando con Phasma, pero Torben se lo contó después. Phasma corrió hacia la zanja, saltó sobre ella apenas pasando por encima y llegó con esfuerzos hasta el otro lado de la arena resbalosa. Cuando Torben trató de seguirla, no completó el salto; era grande y pesado, y Phasma era más ligera y rápida. Él trastabilló en la arena, deslizándose entre los picos y aterrizando entre los huesos y los cascarones metálicos y oxidados de vehículos antiguos. Cuando vio a Pete estirando la mano fuera del pozo hacia el guante extendido de Huff, Torben corrió y empujó a Pete hacia arriba, para que saliera trepando. Sin embargo, cuando Torben estiró su propia mano para que le ayudaran a salir de la trinchera, los stormtroopers ya se habían ido. Se quedó solo en el pozo, que era demasiado profundo para salir sin ayuda.

—¡Phasma! —gritó Torben—. Estoy atrapado aquí abajo. ¿Gosta está a salvo?

—Una herida menor en la cabeza —le respondió Phasma—. Sobrevivirá. ¿Hay algo allá abajo que puedas usar para salir de allí?

Torben se puso la mano sobre los ojos para cubrirlos y miró alrededor.

—Su speeder. Todavía está… flotando un poco.

—Entonces móntala para salir.

—No está flotando tanto.

—Levántala hacia mí, entonces.

Phasma apareció en el lado opuesto de la zanja y Torben levantó obedientemente la speeder como le pidió hasta que su nariz puntiaguda quedó al alcance de Phasma.

—Necesitamos hacer un puente con ella —explicó ella.

Juntos maniobraron con la speeder medio inutilizada para que abarcara la zanja, con la nariz a un lado y la parte trasera al otro.

—Cárgala desde abajo mientras la atravieso —dijo Phasma, porque la zanja se extendía tanto en ambas direcciones que ella simplemente no podía rodearla. La trampa estaba hecha para atrapar todo lo que se acercara, pero aprenderían más sobre eso posteriormente.

Torben sabía lo que debía hacer. Él era el músculo. Desde que nació lo habían entrenado para aprovechar al máximo su fuerza con el fin de ayudar a su gente. Así que se movió a la parte central de la speeder y la mantuvo firme, cargándola desde abajo.

—¿Listo? —preguntó Phasma.

—¿Qué? ¿Quieres esperar un poco?

Mientras él elevaba el speeder, Phasma apareció en la orilla con una Gosta ahora inconsciente, doblada entre sus brazos; la cabeza de la chica sangraba abundantemente. Torben se tensó para sostener la speeder con firmeza mientras Phasma la atravesaba con lo que Siv llamó agilidad sobrehumana, cargando a la chica más joven. Una vez que Phasma atravesó, se detuvo.

—Ahora usa el speeder para trepar a este lado. Tengo que llevarla a un lugar seguro. —Ella miró hacia el VAT y se quedó inmóvil—. Nos están atacando. Apresúrate. —Y entonces se fue.

Torben hizo lo que le ordenó. Colocó la mitad del speeder contra el lado del pozo como una escalera y trepó para salir. Cuando aterrizó en la superficie, escuchó la batalla en curso y se puso de pie, corriendo de regreso adonde Siv estaba peleando.

En cuanto a Siv, ella finalmente sintió el poder destructivo del arma del VAT. La fuerza de ataque incluía varios VAT como el de ellos, cada uno etiquetado con el mismo logotipo de la Corporación Minera Con Star. Pero los vehículos estaban adornados con clavos y cadenas, convertidos de simples máquinas de exploración en monstruos de combate, de manera parecida a como los guerreros scyres se transformaban a sí mismos en bestias con garras y plumas.

Siv logró golpear al primer VAT en la línea de acercamiento y este voló por los aires, dando varias volteretas antes de aterrizar con una explosión espectacular. Antes de que pudiera aplaudir, sintió que toda la VAT a su alrededor se sacudía por el golpe de un enemigo. Sus manos resbalaron del arma y su cabeza golpeó contra la burbuja de plástico, aturdiéndola.

—Sostente.

Ese fue Brendol. Él puso en marcha al VAT, dio una vuelta brusca a la izquierda y salió disparado. La torreta de Siv giró y ella se esforzó para mantenerse concentrada y decidir a dónde debía apuntar el arma. Pronto se dio cuenta de que Brendol no iba a ayudar a los demás; estaba haciendo una rápida huida en el desierto, acelerando para alejarse de la ciudad y la zanja. No se comunicó con su gente, no intentó pelear ni hizo el esfuerzo de salvar a alguien. Sólo huía.

Los otros vehículos lo alcanzaron. Aunque Siv apuntó su arma y jaló el gatillo, no tuvo el mismo éxito que con el primer disparo. La torreta la sacudió por todos lados y ella empezó a sentir ganas de vomitar. Perdió conciencia de la ubicación de Torben y Phasma. Uno de los vehículos atacantes pasó por encima de un speeder, rompiéndolo como el juguete de un niño.

—¡Tenemos que regresar! —gritó ella—. ¡Nos necesitan! ¡Los perderemos a todos!

—Incorrecto. Tenemos que alejarnos. A mi nave. No podemos ayudarlos ahora.

Siv rugió con furia. Así no era la vida en el Scyre. Todos los cuerpos eran necesarios, cada persona tenía un trabajo en particular. De qué lugar tan diferente debía provenir Brendol, si deseaba abandonar a su gente y correr para salvar su vida. Qué conciencia debía poseer para saber que podía vivir con semejante decisión y seguir con su vida en lugar de ser aplastado por la culpa y el arrepentimiento.

Aun en su condición, aun sabiendo que los superaban en número ampliamente, Siv por poco se baja de la torreta y salta fuera del VAT para correr hacia Torben, Phasma y Gosta. Pero no tuvo oportunidad. El vehículo se detuvo de pronto entre una enorme explosión de arena.

—¿Qué pasó?

—¡Golpeamos algo!

Ante eso, Siv se apresuró a bajar, pero en cuanto se colocó en el asiento del pasajero, se encontró con una lanza gastada que le apuntaba firmemente a la cara. Brendol tenía las manos arriba, así que ella también las levantó. Los atacantes eran extraños, vestidos sólo con ropas coloridas, finamente tejidas, como las que los scyres mantenían almacenadas en la Nautilus como reliquias sagradas. Sin armaduras ni máscaras. Pero cada centímetro de piel estaba cubierto con ropa, hasta los pequeños guantes en sus manos. Sus cabezas estaban enrolladas con largas tiras de telas de colores vivos, y sólo tenían descubiertos los ojos.

—Salgan. No intenten nada —dijo quien Siv supuso que era el líder. Sus palabras tenían un acento extraño, pero se parecía más al que estaba acostumbrada que al de Brendol—. Ya tenemos a los demás, así que no traten de hacerse los héroes. Aún.

Eran palabras desconcertantes, pero Siv no tuvo tiempo para pensar en ellas. Alguien abrió su puerta y ella se bajó del VAT, aterrizando en una nube de arena. Pusieron en sus muñecas unas esposas gastadas de plástico y buscaron entre sus ropas para quitarle todas sus armas. Al otro lado del vehículo, Brendol recibía el mismo tratamiento, con el rostro rojo por una furia creciente. Dos grupos más de extraños con ropas brillantes se les unieron. Traían a Pete y Huff en cadenas, aparentemente desarmados, y arrastraban a una Elli inconsciente.

—¿Y los demás? —preguntó el líder a uno de sus hombres.

—Todavía peleando.

—¿Van ganando?

La mujer se rio entre dientes.

—Lo harán. Siempre lo hacen.

—¡Arratu! —gritó el líder, sacudiendo su lanza y aullando al cielo.

—¡Arratu! —respondieron los demás, elevando el grito maniaco.

Brendol miraba a lo lejos, disgustado.

—Qué locura —murmuró.

—¿Miraremos, entonces? —preguntó el líder a sus hombres.

La única respuesta fueron otras vivas. Dieron vuelta con dureza a Siv y a los demás para que quedaran frente a una amplia extensión de arena. Phasma y Torben estaban peleando espalda con espalda, mientras el cuerpo de Gosta yacía bocabajo sobre la arena, entre ellos. Phasma tenía su bláster en una mano y su hacha en la otra. A juzgar por los montones coloridos e inmóviles sobre la arena, ya había derribado a dos peleadores en su lado del campo. Torben hacía girar rápidamente su hacha y su mazo con clavos y tenía tres cuerpos tirados a su lado. Mientras Siv miraba, Phasma golpeó a uno de sus atacantes en el brazo con un rayo del bláster, luego giró y lo perforó en el pecho con su espada, pateándolo en el estómago mientras caía. El anillo de atacantes se echó hacia atrás, con incertidumbre.

Torben rugió. Siv sabía lo que pasaría a continuación y sonrió para sí misma. Con un arma mortal en cada mano, él corrió hacia el círculo de asaltantes y giró con una gracia que nadie esperaría en un hombre tan grande, cortó cuerpos a través de los intestinos hasta dejar un círculo de sangre. La arena burbujeó con un volcán de escarabajos.

—¡Torben! —gritó Siv—. ¡Retrocede!

Cuando Torben la miró, con rostro afligido… lo atraparon.

Los atacantes lanzaron una red sobre él para fijarlo al piso. Mientras él se levantaba tratando de quitársela de encima, alguien la sacudió y la estrechó alrededor de sus tobillos, lo que lo hizo tropezar.

El líder, de pie entre Siv y Brendol, se rio a carcajadas.

—Hasta el poderoso se rinde ante la voluntad de Arratu —bramó.

Phasma era la única que seguía en pie, sin reducir la velocidad de su asalto. Había hecho volar a uno de los asaltantes con su bláster, luego golpeó a varios en algún sitio mortal mientras seguían impactados. Al mirar a su alrededor, Siv se dio cuenta de que estas personas en realidad no estaban luchando ni usando sus blásters. Todas portaban armas, además de contar con las enormes armas montadas en el VAT, pero parecían más interesadas en mirar el espectáculo que en protegerse entre sí.

Este, entonces, no era un ataque o una redada como las de Balder, ni un intento arriesgado de intercambiar vidas por recursos. Quienquiera que fuera esta gente quería cuerpos. Personas. Aun el gran Torben, quien había matado a tantos de ellos, no había sufrido daño ni había sido castigado. Sin embargo, no parecía importarles ver cómo moría su propia gente y, hasta ahora, habían perdido por lo menos a una docena, a pesar de que tenían cuando menos a cincuenta parados alrededor, mirando.

—¿Qué quieren de nosotros? —preguntó Siv al líder.

—Espera y verás, pequeña pulga de la arena —dijo él—. Por ahora, miremos el espectáculo.

La lucha de Phasma fue valiente, extraordinaria y sangrienta. Usaba el bláster como si hubiera nacido con uno en la mano, mostrando una puntería infalible, aun sin la capacidad de detenerse y apuntar con cuidado sus disparos. Era experta en mutilar a un enemigo y luego sincronizar perfectamente el tiro mortal. Uno de los hombres cayó en dos piezas, partido en dos a través del estómago. Para gran sorpresa de Siv, el líder detrás de ella sólo lanzó su risa estruendosa.

—Justinian siempre fue un poco alto, ¿o no? —gritó él.

Cuanto más miraba Siv, más se molestaba. Cualquier cosa que esa gente quisiera no era tan puro y verdadero como lo que los scyres querían. No estaban luchando para vivir, para comer, para defender una tierra vital. No estaban luchando para defender a sus ancianos y jóvenes de los atacantes. Al parecer, sólo luchaban por entretenimiento, una blasfemia vil en la mente de Siv.

—Ya me aburrí —dijo el líder—. Dile a Seylon que termine con esto.

La mujer a la que hablaba asintió y atravesó deprisa la arena en unos zapatos enormes y anchos que levantaron nubes grises. Cualquier cosa que haya dicho cuando llegó al grupo de personas que rodeaban a Phasma tuvo el efecto deseado. Un hombre grande se separó del grupo y levantó una larga lanza, que crepitó con lo que pareció un rayo. Mientras otros tres asaltantes provocaban a Phasma desde el otro lado, él la picó con su lanza. Crujidos de electricidad envolvieron su cuerpo y su casco. Phasma se quedó inmóvil y cayó de espaldas, descansando en el suelo, con su cuerpo rígido y humeando ligeramente.

—Empáquenlos y regresemos deprisa a casa antes de la siguiente tormenta. El Arratu quedará complacido.

El líder caminó tranquilamente hacia un VAT y tomó asiento mientras el resto del grupo empujaba, picaba y apresuraba a los prisioneros. Cuando Phasma dejó de echar chispas, Seylon lanzó otra red sobre ella, la arrastró lejos y la levantó en un VAT, lanzando su casco caído detrás de ella. Mantuvieron juntos a Brendol y a Siv, y los metieron en un VAT cubierto con púas y que olía a especias extrañas.

—¿Ves? —susurró Brendol a Siv mientras ella miraba a Torben, ahora fuera de su red y obligado a cargar a Gosta. La joven aún estaba inconsciente, y Torben la puso en el asiento trasero de otro VAT—. Te lo dije. Cualquier cosa que sea el Arratu, vivirá en el edificio más alto, y cualquier cosa que quiera nos costará más de lo que deseamos darle. Puedes apostarlo.

A Siv no le agradaba Brendol Hux y no confiaba en él, pero sospechaba que en esta ocasión tenía razón.

Ella no estaba esperando con ansias descubrir qué era el tal Arratu.