
VEINTICUATRO
EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES
EN LAS BARRACAS DE LA PRISIÓN, EL TIEMPO PARECÍA arrastrarse hasta la eternidad. No sorprendía que la gente de Arratu anhelara entretenimiento. El sabor del lobo de piel crudo se aferraba a sus labios y Siv deseaba que pasara cualquier cosa. Vrod apareció en la puerta varias veces, sacando unas personas y metiendo otras nuevas. Todos los nuevos prisioneros parecían ser de Arratu, porque llevaban ropas brillantes y estaban más ansiosos que aterrados, como si albergaran la esperanza de complacer a la multitud y ganarse el favor del Arratu. Phasma se la pasó dormida todo el tiempo, de espaldas a la sala mientras se enroscaba de su lado hacia la pared, lo que era inusual. Phasma solía estar alerta y en actitud protectora, y se despertaba de golpe ante cualquier posible amenaza; cualquier cosa que le hubiera dado Brendol debía de ser, por supuesto, una medicina muy fuerte.
Finalmente, Vrod apareció en la puerta y señaló la espalda de Phasma.
—Despierten a su peleadora, si puede ver a través de esos ojos morados. Es hora de entretener al Arratu.
Siv estaba dormitando y fue a despertar a Phasma, pero Brendol ya estaba allí. Él tenía el casco de ella en sus manos. Phasma se lo arrebató y se lo puso antes de levantarse. No dijo ni una palabra mientras dirigía a su gente a la puerta. Torben, por lo menos, había vuelto a ser el mismo de antes, completamente recuperado. La cojera de Gosta había desaparecido, aunque no estaba en plena forma para combatir, y hubiera sido inútil en el terreno disparejo del Scyre. Siguieron a Phasma, Brendol y los otros dos troopers, y Siv sintió algo extraño: miedo. Yendo a la batalla, por lo general se sentía más viva y le agradaba el desafío, pero ahora, cuando pensaba en regresar a ese estadio sin armas, se sintió fría y entumecida.
La puerta se deslizó para abrirse. La multitud empezó a golpear sus asientos con los pies, silbando y pidiendo sangre. Esas ovaciones perversas le habían asombrado la primera vez, pero ahora sólo eran ruido. El Arratu esperaba en su trono, flanqueado por su compañía de túnicas púrpura, cubierto por pájaros coloridos y frotándose las manos con alegría. Se puso de pie y la multitud se quedó en silencio, tan callada que Siv podía escuchar cómo la arena crujía bajo sus pies.
—¿Qué tendremos hoy? —gritó el Arratu a través de su máquina atronadora.
Siv se estremeció mientras los cánticos subían de intensidad.
—¡Wranderous, Wranderous, Wranderous!
Era como vivir el mismo momento una vez más mientras el hombre grande se abría paso entre la multitud, aplaudiendo y lanzando su puño hacia arriba. Saltó sobre la arena y se inclinó ante el Arratu, quien elevó las manos para pedir silencio.
—¿Qué tipo de juguetes debemos darles esta vez?
El ruido de la multitud creció hasta convertirse en una loca algarabía. El Arratu soltó una risita.
—¿Alguien dijo espadas?
La puerta por la que había salido Wranderous el día anterior se abrió y alguien lanzó tres espadas a la arena. Eran tan diferentes entre sí que Siv supuso que se las habían quitado a prisioneros anteriores. Una era pesada y estaba hecha de pedazos de droides y sierras; otra era fina y delgada; la tercera se parecía más al cristal retorcido que habían arrancado de la arena golpeada por el bláster. Las armas apenas habían aterrizado cuando Phasma y Siv corrieron hacia ellas, las dos guerreras scyres más rápidas, determinadas a apoderarse de las armas que necesitaban tan desesperadamente.
Wranderous estaba más cerca, recogió las dos espadas más pesadas y se dio vuelta para enfrentarlas, sonriendo, con una espada en cada enorme mano. Con silenciosa comprensión nacida de años de pelear lado a lado, Phasma y Siv se separaron, se acercaron desde un ángulo diferente y compitieron para apoderarse de la tercera espada, que permanecía en el suelo detrás de Wranderous. Por supuesto, eso era exactamente lo que Wranderous trataba de evitar, y lanzó primero un golpe en dirección de Phasma, pensando que ella era el blanco más peligroso.
Siv sabía que él haría eso y se deslizó por la arena sobre la cadera. Pasó patinando junto a él y apretó sus dedos alrededor de la empuñadura de la tercera espada, mientras Wranderous cortaba el aire donde Phasma había estado de pie. Él era más grande, pero más lento, aun con Phasma entorpecida por su armadura. Ella rodó y retrocedió lo justo para quedar fuera de su alcance. El siguiente movimiento del brazo de él pareció trazar un arco lento sobre la cabeza de ella, quien se alejó fácilmente. Mientras él recuperaba su equilibrio, Siv se concentró en la mano izquierda de Wranderous, que sostenía la espada que aún no usaba, con su mano no dominante. Un rápido tajo de la hoja y esa espada cayó al suelo con un chorro de sangre, junto con uno de sus dedos.
Wranderous giró hacia Siv mientras ella se alejaba fuera de su alcance y le entregaba su espada a Phasma. Fue hermoso ver cómo la postura de Phasma cambió en el momento en que tuvo un arma en la mano. Ella echó sus hombros hacia atrás y adoptó su postura de batalla antes de lanzarse hacia delante para cortar el brazo de Wranderous. Él dio un paso atrás, evitando por muy poco la espada de Phasma. Siv se agachó y recogió la espada que Wranderous dejó caer. Cuando él se dio vuelta para cortar a Siv, Phasma se abalanzó hacia él y rebanó la parte trasera de sus rodillas.
—¡Torben! —gritó Phasma.
Ella señaló con su espada, y el hombre grande se acercó corriendo, plantándose donde ella le indicó, directamente enfrente del Arratu, cuya cara estaba iluminada por la sed de sangre y la excitación.
Entonces Wranderous se dio vuelta hacia Siv, con la cara llena de dolor y miedo mientras daba un tajo hacia abajo a la derecha, donde ella había estado de pie. Falló por muy poco. En cuanto él se apartó de Phasma, ella clavó dos veces su espada en su espalda, dos golpes rápidos, uno a la derecha y otro a la izquierda, como si picara carne. El objetivo: sus riñones. Cuando Wranderous se dio vuelta para tratar con Phasma, Siv rebanó sus tobillos, haciéndolo caer de rodillas, con la espada todavía en la mano derecha, mientras escurría sangre de su mano izquierda.
La cara del hombre grande se puso roja por la ira, pero estaba perdiendo mucha sangre, y también su equilibrio. Phasma cortó su mano derecha, con lo cual él soltó su espada y quedó desarmado. Siv se movió al lado de ella, lista para hacer lo que Phasma ordenara. Aunque la actitud en el Scyre era que la muerte debía ser rápida y directa, cuando era necesaria, ahora estaban conscientes de que debían buscar algo de teatralidad y que si Wranderous tenía que morir, podría ser también de la manera que les brindara más beneficios. Siv lo pateó y Phasma puso un pie sobre su espina dorsal.
Todos levantaron la vista hacia el Arratu. Su cara estaba iluminada por la emoción, como si ni siquiera le importara la pérdida de un peleador tan fino. Tomando sus tres pañuelos coloridos en la mano, los sostuvo arriba. La multitud gritó y vitoreó junto con su pandilla de aves. Al final, eligió el pañuelo verde y lo lanzó abajo.
—¡Wranderous queda libre! —dijo.
Siv pensó que eso le haría poco bien al hombre. Si aquí realmente no tenían medicinas, como Vrod les había dicho, Wranderous estaría muerto en horas. Pero a la multitud no parecía importarle. Todos se pusieron de pie en las gradas, ovacionando y agitando sus banderas. La puerta se abrió y una mano hizo señas desde dentro.
Pero Wranderous no podía levantarse y Phasma no corrió hacia la puerta. Ella cambió la espada a su mano izquierda y quitó el pie de Wranderous, rodeándolo hasta quedar de frente a donde la cara de él yacía sobre la arena. Sus dedos se cerraron para formar puños y jaló su cabeza por el pelo. Retrocedió y golpeó a Wranderous en la cara, aplastando su ancha nariz con un crujido. La sangre escurrió por su barbilla y él hizo un ruido entre grito y llanto, gateando en la arena en busca de su espada perdida. Phasma dio un paso adelante y la pateó para alejarla. Wranderous estiró la mano hacia ella y sus garras grandes y torpes se cerraron en el aire delgado mientras ella retrocedía bailando. La multitud explotó, mitad excitada y mitad furiosa.
—¿No es esto lo que realmente quieren? —gritó Phasma a la multitud, con la espada levantada—. ¿Muerte por mil cortes, cien perforaciones?
La multitud se estaba convirtiendo en una turba, chillando, gritando y golpeando con los pies. Era tan ruidosa que cualquier cosa que el Arratu estuviera gritando en la máquina de amplificación quedó ahogada. Phasma había atraído su atención por completo.
—¿Quieren ver un espectáculo verdadero?
Ellos le rogaron que se los diera, y hasta el Arratu dejó de gritar para mirar.
Phasma recorrió el estadio con la mirada, observando donde esperaba toda su gente. Gosta con Brendol, detrás de los dos stormtroopers. Siv a su lado, con la espada en la mano. Phasma sacudió su barbilla en dirección de Torben, donde él esperaba sus órdenes.
—Torben, híncate —gritó ella. Luego, en voz muy baja—. Siv, mata a Wranderous. Pero hazlo de una manera entretenida. Y un poco lenta.
Siv asintió y miró a Wranderous, considerando por primera vez cómo matar a alguien lentamente y para la diversión enferma de alguien más. Ahora que el hombre grande había sido derrotado, ella no sintió amor por la pelea. Él estaba sobre sus manos y rodillas, con múltiples heridas de las que brotaba sangre que se mezclaba con la arena. Tenía la cabeza gacha y la nariz arruinada. Saltó sobre la espalda de él y se paró allí como si fuera una roca. La multitud enloqueció. Elevando su espada, le gritó, sintiendo que la energía de la multitud se trenzaba con la suya. Aun así, no llegó la inspiración y su corazón no podía consentir el asesinato gratuito. La inercia se desvaneció y su espada quedó sin usarse en su mano. Por fortuna, la atención de la multitud cambió y las cabezas giraron para seguir a Phasma. Siv saltó fuera de la espalda rota del hombre y se puso fuera de su alcance para ver el espectáculo real.
Phasma estaba corriendo hacia Torben a toda velocidad. El hombre grande se había hincado, de espaldas a Phasma, por órdenes de ella. Siv se dio cuenta de lo que estaba sucediendo un segundo antes de que ocurriera. Phasma corrió hacia Torben, saltó sobre su espalda y lo usó como trampolín para catapultarse directamente hacia el palco del Arratu, deslizó su espada en un arco perfecto y separó la cabeza y los hombros del hombre con un tajo limpio.
Sucedió tan rápido que el Arratu aún sonreía cuando su cabeza voló por los aires para aterrizar sobre la arena. Sus pájaros se lanzaron al aire, chillando, mientras el cuerpo de él caía, y los ancianos de túnica violeta saltaban fuera del palco hacia las tribunas, mezclándose con la multitud. Los cuatro guardias del Arratu apenas alcanzaron a sacar las espadas de sus fundas antes de que Phasma los despachara a todos.
Lo que sucedió a continuación fue tan extraño que Siv pensó que debía estar soñando. Toda la arena estalló en aclamaciones. No estaban gritando ni cayendo en pánico. No estaban reuniéndose para destruir a la atacante de su líder. Estaban silbando, chillando, gritando, golpeando las gradas con los pies. ¡Les encantó!
Phasma se paró allí, junto al trono del Arratu, y Siv tuvo que suponer que su líder estaba confundida por la respuesta de la multitud, aunque su casco ocultaba sus emociones. Brendol y sus stormtroopers marcharon por la arena para quedarse mirando hacia arriba, junto a Siv y lo que quedaba de Wranderous. El una vez gran guerrero de Arratu había caído al suelo, con la respiración entrecortada. Siv no sentía que matarlo representara una victoria, así que lo dejó tirado y se precipitó para ayudar a Gosta y unirse a Torben. Miraron mientras los stormtroopers de Brendol lo ayudaban a trepar a las tribunas junto a Phasma. No era un hombre atlético, y no fue una empresa fácil.
Brendol recogió el proyector de voz del Arratu y levantó el brazo de Phasma.
—¡Saluden a su nueva Arratu! ¡Phasma!
La multitud enloqueció, su cántico convergió en la palabra Arratu gritada con un fervor casi religioso, junto con el nombre de Phasma.
¡Phasma!
¡Phasma!
¡Phasma!
Torben se inclinó hacia Siv.
—Si creen que Phasma es su Arratu, ¿nos dejarán ir de este lugar maldito? —preguntó.
—No lo sé —dijo Siv—. Pero espero que Brendol Hux tenga un plan.
—
Torben ayudó a todos a unirse a Phasma y Brendol en el palco del Arratu. Los stormtroopers subieron al final al gran guerrero scyre. La multitud siguió vitoreando y cantando, pero nadie parecía saber qué hacer. Unos pocos de los squeeps coloridos trataron de aterrizar en los hombros de Phasma y ella los apartó. Finalmente, Vrod de la Mano Blanca apareció junto al trono. Como si fuera todo lo que Brendol estaba esperando, inclinó muy poco la cabeza.
—Ah, Vrod —dijo—. Bien. Por favor lleva a la nueva Arratu a su torre.
Vrod sonrió y le devolvió la reverencia.
—Un giro interesante, por cierto, pero así no es como funciona. El Arratu es elegido por…
—No, ya no. —Phasma se colocó entre ambos, con la espada manchada de sangre todavía en su mano—. Yo he derrotado a su campeón y a su Arratu, y reclamo el trono. A menos que desees desafiarme para reclamar este puesto, es mío.
—La gente nunca lo apoyará.
Phasma rio entre dientes.
—Ah, ¿no? —Dando un paso al frente, levantó ambos brazos y empezó a gritar: «¡Arratu! ¡Phasma! ¡Arratu! ¡Phasma!» en el amplificador.
La gente más cercana al palco estiró su mano hacia ella, con sus rostros vivos por la alegría y la excitación mientras elevaban el cántico junto con ella.
—¿Es ella su Arratu? —gritó Brendol a través de la máquina.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —surgió el grito.
Brendol se dio vuelta hacia Vrod, con las manos extendidas, sonriendo.
—Suena como si la gente hubiera hablado.
Vrod dejó que el canto se prolongara. Siv pudo ver que hacía cálculos en silencio. Al final, exhaló e hizo un gesto hacia una puerta detrás del trono.
—Bien. Lo averiguaremos mañana. La multitud está demasiado excitada para que se haga algo en este momento. No tienen idea de lo que significa ser el Arratu.
—Sabemos que significa que iremos a dormir fuera del piso y con los estómagos llenos —dijo Torben—. Por ahora, eso es suficiente.
—Como digan.
Vrod los guio afuera por un pasillo diferente, hacia un turboascensor como el que los había llevado a las minas de la Estación Terpsichore. Este subió y, cuando se detuvo, las puertas se abrieron a un vestíbulo pintado con un rojo llamativo y del que colgaban varias capas de telas coloridas. Imágenes y objetos extraños decoraban cada pared y superficie, pinturas y estatuas de personas y bestias a las que Vrod llamó despectivamente «arte». Muchos de ellos estaban vestidos con las mismas ropas rojas que el Arratu había vestido y aparecían como dioses, con halos, relámpagos y adoradores alrededor de ellos.
—El Arratu es más que un líder —explicó Vrod—. Es una idea. El corazón de la ciudad, la voz, el tenor, el chivo expiatorio.
—Esa parte no suena bien —dijo Siv.
Vrod inclinó su cabeza hacia ella.
—Acaban de ver lo que pasa. Cuando el Arratu nos falla o lo consideramos indigno, las cosas tienden a arreglarse por sí solas.
—¿Cómo murió el anterior Arratu?
Vrod mantuvo abierta una puerta, indicándoles que pasaran a la sala que estaba más allá.
—La multitud lo descuartizó miembro por miembro.
El aposento en que entraron estaba diseñado para la realeza y tenía todas las comodidades imaginables. La cama era lo bastante grande para que cupiera todo su grupo, las mesas estaban llenas de frutas y botellas con líquidos coloridos, y suaves alfombras cubrían el piso. Varias personas vestidas con trajes de color púrpura que combinaban con el decorado estaban hincadas a las orillas del aposento, con las cabezas y los ojos abajo. A través de la pared del fondo, estaba escrito algo que parecía de muy buen gusto, pero por supuesto Siv no sabía leer. Más tarde, Brendol le contó lo que decía: ESTACIÓN ARRATU: DIVISIÓN DE TELAS DE CON STAR.
—Pueden retirarse —dijo Vrod a los sirvientes, y ellos salieron deprisa sin levantar la vista.
—Ahora que eres la Arratu, para bien o para mal, hay algunas cosas que debes saber —dijo Vrod, aprovechándose de la delicada selección de frutas—. Como ya mencioné, la mitad de la ciudad está muriendo de hambre. Nuestras máquinas pueden convertir la arena en cualquier tipo de tela, pero no podemos hacer comida. Hay demasiada gente y no hay tierra, plantas o bestias suficientes. Además, no tenemos adónde ir.
Phasma lo ignoró y se alejó caminando para mirar por un amplio ventanal.
—Por eso no les importa la pérdida de vidas —dijo Brendol—. Qué interesante.
Vrod asintió.
—Tristemente, así es. Cualquier muerte significa mucha más comida para los que quedan. Me temo que nos hemos vuelto muy egoístas y mucho menos exigentes. Hay restricciones en los embarazos y debe aplicarse la eutanasia a quienes están demasiado enfermos o viejos para contribuir. Quizás empiecen a ver por qué el entretenimiento es tan crucial. Es lo único que aparta la mente de la gente de sus estómagos vacíos y sus amigos moribundos.
—¿Siempre ha sido así? —preguntó Brendol—. ¿Nunca ha habido un gobierno adecuado?
Vrod señaló las palabras pintadas en la pared.
—Cuando la Con Star vino, este era un valle fértil rodeado de cosechas y árboles. Lleno de plantas y animales. Luego… bueno, ustedes saben lo que sucedió por todos lados. El clima cambió. La arena lo inundó todo. Sólo los muros y nuestro último manantial evitaron que el desierto nos cubriera a todos. Sin embargo, el manantial ha empezado a correr más lento, y es evidente que nuestra prosperidad nunca regresará. Hemos caído cada vez más en la desesperación. Lo que sucede en el estadio… esas son las agonías de nuestra gente.
—Muy poético —dijo Brendol, con desprecio—, pero ¿qué significa para nosotros?
—Bueno, como se han metido en el problema de deshacerse de un Arratu perfectamente bueno y reemplazarlo con una forastera que no conoce nuestro modo de vida, depende de ustedes idear cómo evitar que la gente se amotine en las calles. El problema de ser el líder visible de un régimen fallido es que tienden a ir primero por su cabeza.
—¿Hay un concejo de gobierno? ¿Oficiales electos? ¿Líderes religiosos?
—Sólo está el Arratu, sus guardias, su corte y los centinelas, guiados por mí. Cada vez que hemos tratado de tener otro tipo de gobierno, todos se han apuñalado entre sí por la espalda. Es más fácil de esta manera. Un tonto a cargo de un montón de tontos.
—¿Qué hacen tus centinelas, además de atacar a viajeros en el desierto?
Ante eso, Vrod echó hacia atrás su cabeza y se rio.
—Eso es una parte de todo. Si tienes hambre, es más fácil comer extraños que gente que conoces. La carne es carne cuando todos están muriendo de hambre. También existe la esperanza de encontrar algún botín en sus mochilas que nos ayude a salir de esta mala situación. Semillas, tecnología. Tanta gente carga con artefactos que uno de ellos podría finalmente ayudarnos. Cada estación de la Con Star tenía una especialidad, ¿ven? Eso significa que en algún lugar allá afuera hay una instalación como la nuestra que puede hacer comida. Hemos enviado exploradores, pero nadie jamás ha regresado. Ahora ya no vamos más lejos del pozo en que quedaron atrapados ustedes. El combustible también está escaseando. —Golpeó un conjunto de telas de color amarillo brillante—. Pero tenemos una gran cantidad de telas bonitas e inútiles. Seremos los cadáveres mejor vestidos del planeta, un día que llegará pronto.
—Eres optimista —dijo Torben, llenándose la boca con fruta.
—¿Cómo podemos ayudar? —preguntó Siv, mirando a Phasma, quien seguía ignorando la conversación y, en cambio, recorría el cuarto, mirando por cada ventana con un par de quadnocs que había encontrado en algún lugar entre las cosas apiladas del Arratu.
—No necesitamos ayudar —Brendol se sirvió una bebida, la olisqueó y dio un sorbo—. No es asunto nuestro. No podemos arreglar lo que está roto aquí.
—Pero la gente está muriendo.
—Entonces sus líderes cometieron graves errores, una y otra vez. Este lugar podría ser un paraíso.
—Miren —dijo Vrod—. Los problemas que nos plagan hoy fueron creados por nuestros padres y abuelos, y la mayoría de ellos ya no está. Si tienen cualquier experiencia en estos asuntos y realmente desean actuar como Arratu, tienen mi bendición. No pueden hacerlo mucho peor. Pero la verdad es que están atrapados aquí con nosotros, y todos vamos a morir, así que también podrían hacer lo que han hecho todos los demás arratus. Venir al estadio y estimular una noche animada para que la gente deje de matarse entre sí. O peor: que se dé cuenta de que si se unen podrían tomar por asalto esta torre y matarnos.
—No.
Todos se dieron vuelta hacia Phasma.
—No nos quedaremos aquí —continuó.
—Lo harán. Tú eres la Arratu. La gente te ha elegido y no puedes evitarlo. Tú podrás controlar el estadio, pero yo controlo las puertas.
—Puedo cambiar eso —Phasma se acercó y Vrod dio un cauteloso paso atrás.
La espada de Phasma surcó el aire tan rápido que apenas fue un destello plateado. Siv había olvidado que su líder seguía armada. Cuando Phasma volvió a quedar de pie, su espada estaba humedecida con sangre y un parche rojo resplandeció contra las túnicas de Vrod.
—Pero… —empezó a decir él.
—Eso es lo que pienso de tu Arratu —dijo Phasma—. Esta no es una manera de gobernar.
Vrod cayó, con los ojos buscando el techo. Siv se acuclilló junto a él y tomó su mano.
—¿Dónde están nuestras cosas? ¿Las que nos quitaron? —preguntó ella.
Vrod señaló hacia un rincón. Gosta fue deprisa hacia él y abrió la puerta. En el interior había una pila de bolsas. Siv reconoció la suya. Sin decir palabra, Gosta las llevó hacia ella y Siv sacó un detraxor.
—Sabía… que esa tecnología… podría ser útil —Vrod dijo con palabras entrecortadas.
Siv sostuvo su mano con fuerza, sabiendo que le quedaba poco tiempo.
—¿Medicina? —preguntó él.
—Shh. —Su mano se estaba poniendo fría, sus labios azules. La alfombra debajo de él estaba empapada y roja.
—¡Cúrame!
—Algunas situaciones no tienen solución —susurró Siv mientras él lanzaba su último aliento.
Elevando la plegaria, ella se dedicó a recuperar lo que pudo del hombre caído. Un gran sentido de bienestar la recorrió ahora que se había reunido con sus detraxores y era capaz de ayudar a su gente.
Como si leyera la mente de Siv, Phasma dio un paso adelante.
—Reúnan sus cosas. Coman y tomen lo que necesiten. Junten toda el agua y la comida que puedan llevar. Debemos irnos de aquí y seguir nuestro camino. Este lugar ha estado envenenado y no tiene salvación. La nave del General Hux se ve desde la ventana y aún nos queda un largo camino para llegar allí.
Hasta Brendol asintió para mostrar su acuerdo. Tal vez era el velo que tomó prestado del Arratu, pero Phasma parecía tener un nuevo poder, como si se hubiera vuelto algo más en la ciudad moribunda. Como si, al tomar la cabeza del Arratu, también hubiera tomado su autoridad.
—Vámonos. Ahora. —Phasma chasqueó los dedos.
Tanto los scyres como los stormtroopers se apresuraron a prepararse. En cuanto a Brendol, él simplemente siguió disfrutando la comida y bebida del Arratu, además de tomar los quadnocs para mirar por la ventana.
Sus viejas ropas habían desaparecido. Tal vez las habían tirado en algún lugar cerca de las barracas. Mientras Siv terminaba de cosechar la esencia de Vrod con su detraxor, Torben encontró sus armas y Gosta se puso su máscara, lanzando un suspiro de alivio. Los stormtroopers volvieron a sujetar sus blásters con correas. Brendol se alejó de la ventana y manoseó su propio saco con su habitual secrecía. Metódicamente, Phasma agregó su bláster, su hacha y su lanza a su vestimenta, aunque conservó el casco blanco y dejó su viejo casco y su máscara roja en su mochila. Dividieron la comida en la mesa y la envolvieron en cuanto pedazo de tela encontraron. Había más que suficiente de eso, después de todo.
Brendol buscó por el cuarto hasta que encontró una pantalla como las de la Estación Terpsichore oculta detrás de cortinas. Después de varios intentos, logró entrar en el sistema y estudiar el diseño de la enorme fábrica. Señaló el hangar donde estarían esperando los VAT y luego debatió con Phasma la mejor manera de llegar allí. Aún no habían visto a otra persona, además de Vrod y los sirvientes que había enviado fuera.
—Cualquier persona que encontremos en los pasillos debe ser despachada en silencio —dijo Brendol.
—¿Hasta los inocentes? —preguntó Gosta.
Brendol volteó a ver el techo.
—Ahora debes considerarte a ti misma un soldado. Estás en una guerra y nadie es inocente. Son ellos contra nosotros, y han probado que alegremente capturarán, golpearán y matarán a quien quieran. Escuchaste a Vrod. La pérdida de vidas es algo que ocurre todos los días aquí. Sólo tenemos una oportunidad de salir. Después de eso, nos vigilarán y probablemente nos apresarán. Si alguien se interpone en tu camino, destrúyelo.
—Son una fuerza de ataque —añadió Phasma—. Tú sabes cómo tratamos a las fuerzas de ataque.
Gosta asintió, pero sus labios se torcieron. La chica tenía conflictos y Siv compartía sus dudas. A pesar de que Vrod y sus centinelas habían sido crueles, la mayoría de la población le daba pena. Cuando miró a Torben, observó un pequeño fruncimiento de cejas, que sugería que no se sentía feliz. Pero también vio la firmeza de su mandíbula, que prometía que de todos modos haría lo que debía hacer.
Phasma no tuvo que preguntar si su gente estaba lista. Todo lo que tuvo que hacer fue acercarse a la puerta e inclinar la cabeza. Siv aún no sabía cómo podía seguir funcionando Phasma después de que Wranderous la había dejado casi muerta el día anterior, pero no iba a preguntar. Cualquier medicina o magia que Brendol había conservado para ese momento desesperado había cumplido su propósito. El casco se había vuelto la nueva máscara de Phasma, y siempre y cuando ella lo portara, Siv no despertaría su ira tratando de descubrir los sentimientos de la otra mujer. Simplemente se puso de pie, reunió las bolsas que contenían sus cosas y los detraxores y tomó su lugar habitual entre Torben y Gosta, con su espada y su bláster en las manos, lista para pelear.
La puerta se deslizó suavemente. Fuera del cuarto, los sirvientes esperaban en fila, con las espaldas contra la pared y las cabezas agachadas. Siv no estaba segura de si Brendol se refería a ellos cuando habló de «gente en su camino», pero lo comprendió en el momento en que los troopers empezaron a disparar (bueno, a ejecutar) a los sirvientes con sus blásters. Su corazón se hundió.
—¡Deprisa!
Al grito de Brendol, miraron a Phasma y la siguieron, justo como lo hacían en casa, en el Scyre. Phasma trotó con facilidad adelante, con bláster y espada en la mano, liderando al grupo por los retorcidos pasadizos que ella memorizó del mapa de Brendol. Al principio no encontraron a nadie. Pero luego Siv escuchó un suave «¡Oigan!» y vio que el cuerpo de una mujer se deslizaba de la lanza de Phasma y se desmoronaba en el suelo.
De modo que así sería ahora. Sin preguntas. A nadie le darían una oportunidad de hacer sonar la alarma.
Cuando escuchó pisadas en el pasillo detrás de ellos, Siv giró y cortó al intruso con un movimiento suave. Había aprendido hacía mucho tiempo que la única manera de sobrevivir era hacer lo que Phasma le decía. Tal vez la desobedeció en la arena con Wranderous, quien ya se estaba muriendo, pero ahora no se atrevería a decepcionarla. Tenían que escapar y encontrar la nave de Brendol. Ella debía mantener seguro a su bebé, a costa de lo que fuera.
Encontraron la puerta del hangar. Brendol tecleó el código y la puerta se deslizó hacia arriba. Todos los centinelas de Vrod voltearon a ver, desde sus asientos, alrededor de una mesa. Estaban jugando con pedazos coloridos de tela.
—¿Dónde está Vrod? —preguntó alguien, y ese alguien recibió el rayo de un bláster en el pecho.
Siv dio un paso adelante y mantuvo su posición entre Torben y Phasma, esperando a ver qué pasos daría su líder. Sin una palabra, Phasma empezó a disparar antes de que la gente de Vrod dejara siquiera su juego. El aire se llenó con el sonido del fuego de los blásters, rayos de luz roja que levantaban nubes de humo. Pronto, Siv pudo percibir el olor a carne quemada. No quedó nadie respirando alrededor de esa mesa. Las armas intactas de los centinelas del Arratu permanecían tiradas en el suelo a su alrededor, pedazos de máquinas y mazos como los de los scyres caídos junto a blásters antiguos en el piso blanco y liso.
—Métanse en los VAT —los apresuró Brendol mientras tecleaba el código para abrir la enorme puerta del hangar—. Esos tres.
Los dos stormtroopers desenchufaron los vehículos y cada uno tomó el volante de un VAT cubierto con clavos, mientras Brendol se ponía al mando de su viejo vehículo sin adornos. Siv saltó al interior con uno de los stormtroopers, jalando a Gosta con ella. Torben estaba con el otro trooper, y Phasma se subió con Brendol. Arena gris entró bailando por la puerta abierta, arremolinándose por el suelo barrido, mientras las máquinas aceleraban y giraban para salir al desierto y la creciente oscuridad. Siv se sostuvo con fuerza, con un brazo alrededor de Gosta y otro en el asidero del vehículo. El trooper manejó como si una pandilla de furiosos ciudadanos fuera tras ellos, siguiendo a Brendol a una velocidad imposible. La puerta abierta parecía un bostezo negro detrás de ellos mientras aceleraban hacia el desierto.
Por la ruta tomada, era evidente que Brendol esperaba que cuanto más se alejaran de los muros de la ciudad menos probable sería que dieran contra más trampas como las que atraparon a sus motos speeders y reclamaron la vida de Elli. Siv no pudo contener el deseo de ver hacia atrás, a la ciudad, esa extraña mancha oscura en medio del desierto, iluminada ahora por linternas de colores. Sentía como si un pequeño fragmento de sí misma hubiera quedado detrás. No conoció bien a Elli, pero habían sido soldados en la misma guerra, respirado el mismo aire y peleado las mismas batallas. Sentía cierto remordimiento de que hubieran dejado el cuerpo de Elli en una sala llena de gente desesperada, en lugar de recibir los últimos ritos de los detraxores de Siv, que permitirían a la mujer seguir viviendo al proteger la salud de sus amigos. Brendol y los troopers ni siquiera habían reconocido la muerte de la mujer. Siv no había tenido muchos remordimientos hasta entonces, pero sospechaba que cuanto más se alejaran del Scyre más le llegarían. Puso una mano en su vientre y se dijo a sí misma que todo valdría la pena, con tal de dar a luz a un niño saludable en algún lugar entre las estrellas, donde ninguno de sus ancestros había estado durante generaciones.
Siv no podía relajarse, al menos no mientras los muros de Arratu fueran visibles. Ella sabía que había trampas posiblemente peores que el pozo que habían encontrado, y la tarde estaba dando paso a una siniestra oscuridad. También sabía que aun con Vrod y sus centinelas muertos, había mucha gente en Arratu violentamente desesperada por encontrar una manera de salir de su limbo actual. Miró atrás nerviosamente, recorriendo el horizonte gris en busca de más vehículos o de una fila de gente con antorchas, gritando, vitoreando y golpeando el piso con sus pies, hambrientos de algo que la vida les había negado. Qué extraño que esta parte de Parnassos sufriera por exceso de gente, mientras que el mayor problema que enfrentaba el Scyre fuera su falta de gente. No había mucha comida en casa, y se tenía que trabajar mucho para obtener cada gota de agua, pero por lo menos todos eran bienvenidos, útiles, significativos. Tenían un significado más allá de su propio peso en carne.
Finalmente, las dunas ocultaron los muros que se oscurecían y la torre elevada de Arratu. No habían saltado más trampas y Siv logró relajarse, sólo un poco, y concentrarse en el viaje que quedaba por delante. El sol se puso como una gota de fuego rojo en una alberca quieta, gris; un arcoíris agitado con un horrible final que dejó al mundo en una fría pesadilla. La noche cayó por completo y el desierto se volvió un lugar callado y monocromo. Los conductores redujeron su velocidad y encendieron sus luces brillantes; adelante, las frías arenas brillaban como joyas antes de desaparecer entre sombras color índigo. Gosta cayó dormida contra el hombro de Siv. Después de mirar las arenas desplazándose interminablemente por un rato más, Siv inclinó su cabeza y encontró su propia escapatoria en los sueños.
Se despertó con lo último que hubiera querido: una pelea.