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VEINTISIETE

EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES

—ALLÍ ESTÁ —DIJO BRENDOL, CON TONO ALEGRE POR PRIMERA vez en la memoria de Siv.

—Parece intacta —añadió Phasma, mirando a través de sus quadnocs—. Si alguien más hubiera llegado antes, la hubiera desvalijado hasta dejar nada.

Por lo que Siv podía ver de la nave, era del tamaño de un edificio y estaba cubierta por el metal más brillante que jamás hubiera visto, tan brillante que podía rivalizar con los escarabajos que habían recubierto a Churkk. Pero la nave era plateada en lugar de dorada, y el sol se reflejaba en ella con tanta fuerza que tuvo que cubrirse los ojos con las manos. La esperanza inflamó su corazón y apenas pudo contener el entusiasmo. Con todo y que ella misma había llegado a creer en el futuro prometido por Brendol, nunca había confiado por completo en el hombre, o en su historia del poder y la generosidad de la Primera Orden.

La nave caída estaba justo enfrente de una estructura que reconoció demasiado bien: otra estación de la Corporación Minera Con Star. Había sido destruida por completo, al igual que todos los edificios dependientes que la rodeaban. Pedazos retorcidos de metal y postes rotos sobresalían de la arena. Dos grandes cilindros del tamaño de la propia estación se elevaban detrás de ella, de un gris muerto contra el cielo azul plano.

—Eso es lo que sucedió —dijo Brendol, casi para sí mismo. Luego, en voz más alta—. Fue un accidente nuclear. Alguien debió de buscar ahorros en materiales de construcción, o cometió otro error estúpido. La galaxia debe estar más allá de este tipo de tragedias. Bajo la Primera Orden, una compañía no podría simplemente devastar un planeta y abandonarlo. Quién sabe cuántas vidas más se perdieron aquí. —Él movió la cabeza de un lado a otro, escupió en la arena y por primera vez Siv no lo culpó. Si desperdiciar una pequeña cantidad de humedad era blasfemia, entonces matar a millones de personas lo era todavía más.

—Y entonces la enfermedad… —empezó Siv.

Brendol la miró. Su anterior alegría se había ido.

—Sí. La sentiremos pronto. Envenenamiento por radiación. El enrojecimiento, las erupciones. Luego la debilidad. Será peor. Cuanto antes lleguemos a mi nave y llamemos a la Primera Orden más rápido nos sacarán de esta roca muerta y nos inyectarán el antídoto.

—¿Qué es eso?

Él agitó la mano despectivamente.

—Quelación, antioxidantes, drogas. No es mi campo. Por eso tenemos droides médicos. Lo importante es que cuanto más tiempo pasemos aquí hablando de ello menos posibilidades tendremos de sobrevivir el tiempo suficiente para que nos curen.

Phasma se echó a correr y hasta Brendol la siguió deprisa. Bajaron al otro lado de la duna, al cráter de abajo, resbalándose y deslizándose en la arena, cayéndose y levantándose para correr de nuevo. Un dolor palpitante empezó debajo de los ojos de Siv y sólo por un momento vio doble y casi se desmayó. Pero entonces Torben la tomó por el brazo y ella se levantó y corrió de nuevo. Hasta los guerreros scyres estaban sin aliento cuando llegaron a la nave, lo suficientemente cerca para ver los ángulos de la nave lisa y las placas de metal resquebrajado esparcidas alrededor y dañadas por el impacto.

Brendol respiraba con tanta dificultad que no podía hablar. Agitó su brazo en dirección de sus troopers. Ellos intentaron trepar en el metal, pero sus botas se resbalaron en el cromo. Siv no conocía esa palabra, cromo, pero yo sí. Estoy segura de que recuerdas esa nave, porque un tiempo te tocó navegar en ella. Alguna vez fue el yate favorito de Palpatine en Naboo. No sé cómo Brendol pudo poner sus manos en él, pero le encantaba. Luego desapareció de los registros. Tal vez recuerdes cuando dejaste de verlo. Tal vez Brendol te dijo que lo había vendido o que lo habían retirado. No le hubiera gustado admitir que la estrelló y la abandonó.

No era una tarea fácil entrar en una nave dañada de ese tamaño sin el equipo adecuado y los troopers estaban haciendo un mal trabajo.

—Déjennoslo —dijo Phasma y señaló con la barbilla a Siv y Torben.

Complacidos de tener un trabajo real, sacaron su equipo de scyres de sus bolsas: botas y guantes de garras, cuerdas de rapel y ganchos fabricados con desperdicios y equipos oxidados de minería. En el Scyre, esas cosas eran necesarias todos los días, pero los aparejos para escalar habían sido inútiles desde que bajaron en rapel de la montaña y aterrizaron en la arena interminable. Por un momento, habiendo ascendido por su cuerda para pararse en lo alto sobre el ala plateada de la nave, Siv se sintió inundada por la alegría pura y el sentido de logro, y olvidó todo lo que le había sucedido a su familia en las últimas semanas. Sin embargo, cuando miró por el transparacero de la cabina de mando, su felicidad se esfumó. Dos seres humanos muertos estaban sentados en el interior, amarrados a sus sillas con cascos negros. Los escarabajos se peleaban por saborear la sangre seca que decoloraba sus ropas negras.

Cuando Phasma se dio vuelta para lanzar abajo una cuerda de rapel para que los troopers ayudaran a Brendol a subir a la cabina, se quedó congelada. Siv siguió su mirada y sintió que su corazón vacilaba. Era Keldo. Y todos los scyres y los claws, ya sobre la duna y corriendo hacia delante, con las armas listas.

—Súbanme —gritó Brendol—. ¡Deprisa!

Cualquier cosa dicha después se perdió en el vuelo de los rayos de bláster de los troopers y la cacofonía enloquecida de los gritos de guerra.

Por lo menos cincuenta personas se dirigían directamente a la nave caída. Siv y Torben se agacharon a medida que más fuego de bláster rebotaba en la nave alrededor de ellos. La gente de Keldo debió de encontrar los blásters de Gosta y los que se habían quedado en el VAT.

Siv nunca había estado del lado que recibía el fuego de los blásters y era desorientador. El metal brillante rechazaba los rayos, pero eso sólo significaba que había dos maneras de recibir un disparo, del fuego inicial y de los rebotes al azar. Phasma se esforzó por subir sola a Brendol a la nave, pero entonces la cuerda se agitó en sus dedos con guantes, cortada por una ráfaga afortunada. Brendol cayó más de un metro y aterrizó de mala manera, gritando y golpeándose en la espalda mientras sus troopers se hincaban frente a él, regresando el fuego a los atacantes que se acercaban.

—Debemos llegar al suelo y defender a Brendol —dijo Phasma.

—¡Él no es uno de nosotros! —gritó Torben, comunicando nítidamente lo que Siv se había esforzado tanto tiempo en decir.

—Pero es el único que puede traer a la Primera Orden para que nos ayude. Si no lo salvamos y lo subimos aquí para que haga la llamada, moriremos en este lugar.

Siv reconoció que era cierto y lo odió, pero sabía que su única oportunidad radicaba en seguir las órdenes de Phasma. Cuando esta saltó de regreso fuera de la nave para bajar a rapel al suelo, Siv la siguió. Torben fue justo detrás de ellas. Aterrizaron en una nube de arena y a Siv le ardieron las manos por la fricción de la cuerda, aun a través de sus guantes.

—Protejan a Brendol a toda costa —dijo Phasma, dirigiéndose a ellos y a los troopers, quienes ya lo estaban haciendo.

Phasma sacó un rectángulo de metal de la arena y volteó la placa rota de la nave como escudo para enfrentar a los atacantes. Torben siguió su ejemplo. Siv se les unió gustosamente detrás de la barricada improvisada mientras los troopers hacían lo mismo, protegiendo a Brendol entre ellos detrás de su panel. Con cada golpe de bláster, el metal resonaba y se sacudía. Siv usó ambos brazos para empujar arena detrás de él y ayudar a Torben a sostenerlo. Cada vez que sentía que los disparos cesaban, Siv se asomaba por la orilla y respondía. La súbita oleada de triunfo que sentía cada vez que uno de los rayos de su bláster daba en el blanco era inmediatamente absorbida por la tristeza cuando su cerebro registraba a quien había derribado. Esas personas habían estado allí toda su vida, ayudándole a caminar por primera vez por la Nautilus, enseñándole a hacer botas fuertes y empujándola para que perdiera el miedo mientras aprendía a saltar entre pináculos de roca. Ahora estaba dándoles fin con sólo jalar un gatillo, ni siquiera en una pelea valiente y digna. La mayoría sólo estaba armada con hachas y cuchillos, las armas rudimentarias del Scyre. Aun así, todos seguían corriendo hacia ella, gritando como si tuvieran una oportunidad. Uno por uno, los seleccionó y los miró caer.

A pesar de que cada vez eran menos, y del continuo fuego de los blásters que los desgarraban, Keldo y su gente continuaron su ataque. Alguien había añadido una pieza de metal al frente del trineo de Keldo, quien estaba agachado detrás de él, evitando el fuego, tal como lo hacia el lado de Siv. Eso la hacía sentir frustrada y contenta a la vez. Ella no quería herirlo, pero tampoco quería morir. Los scyres y los claws se acercaban con rapidez. Siv sospechaba que pronto estarían a una distancia suficiente para llamar al otro por su nombre y ver la luz que dejaban los ojos de sus amigos mientras morían lejos de su territorio, cubiertos por un enjambre de escarabajos y por una capa de arena gris.

El primer guerrero se estrelló en el escudo de metal de Phasma, un claw que abanicaba una enorme hacha, apuntando al cuerpo de Phasma detrás de la placa de metal. Phasma puso un pie contra el metal y lo pateó, despachándolo con un rayo de bláster al pecho. De no ser por la imponente estatura y el destello de la ropa de Arratu entre las articulaciones de su armadura, fácilmente la hubieran confundido con uno de los troopers sin rostro y sin nombre de Brendol.

Siv no tuvo mucho tiempo para ponderar la transformación de su líder. La ola de guerreros llegó hasta ellos y estuvo muy ocupada cortándolos con su guadaña y disparando con su bláster como para entregarse a la filosofía. El bláster no era tan fuerte o confiable como los que Phasma y los troopers empuñaban, pero Siv estaba agradecida por la capacidad de pelear a distancia y terminar a un enemigo sin sacar un cuchillo de la carne pegajosa. Ella derribó a dos claws con el bláster, pero luego produjo un chasquido y no logró disparar al tercer cuerpo en fila. Lanzando su propio grito de guerra, invadida completamente por la sed de sangre de la pelea, Siv se levantó detrás del escudo y se lanzó con una de sus guadañas, un arma que nunca fallaba. La clavó en el cuello de una mujer, separándolo a medias de su hombro.

Los ojos sorprendidos de la mujer se encontraron con los de Siv, quien se dio cuenta de que era Ylva, la madre de Frey. Sacó la hoja, horrorizada, y buscó alrededor a la niña atesorada, pero todo lo que vio fue aún más guerreros tras su sangre. Ylva cayó al suelo y empezó a gritar mientras los escarabajos dorados surgían de la arena, cubriéndola y dándose un festín con su sangre. No había nada que hacer; esas heridas no sanarían. El único regalo de Siv fue la misericordia. Cortó la garganta de Ylva y pasó al siguiente atacante. No había tiempo para usar los detraxores ni decir la plegaria por ella; no había tiempo siquiera para limpiar la sangre de su guadaña.

Ella atrapaba atisbos, entre ataques, de sus compañeros peleadores, su anterior familia. Torben luchaba con su propio hermano, nacido mucho más pequeño y menos inclinado a la brutalidad. Era evidente que Torben no quería ser el responsable de la muerte de su hermano mayor. Luchaban a mano limpia, porque sus armas habían caído hacía mucho a la arena. Aunque Torben podía terminar la pelea de diez maneras diferentes, quebrando el cuello o la espina dorsal de su hermano o hundiendo su nariz en su cerebro, sólo le gruñía al hombre, sosteniéndolo en algo que hubiera sido un abrazo, de no estar murmurando ferozmente uno al otro sobre lealtad, rodeados por muertos y moribundos.

Entre asaltos, Siv vio que su lado tenía dificultades y que quedaban ya pocos de ellos. Uno de los troopers había muerto, y Brendol estaba laboriosamente encorvado detrás del escudo, poniéndose la armadura del hombre. El otro trooper tenía un bláster en cada mano y disparaba metódicamente a todos los que se atravesaban en su camino. En la duna yacía un rastro de cuerpos, llenos de agujeros de bláster y echando humo ligeramente. Algunos todavía se arrastraban y gemían. Así no eran las batallas en el Scyre; tampoco era la manera en que la banda de Balder se había enfrentado a los guerreros de Phasma. Había un elemento de valor y respeto en sus escaramuzas: bandas probándose una a la otra, afinando sus habilidades contra su oposición como una espada contra una piedra. Pero ¿esto? Era una masacre e hizo vomitar a Siv. No había honor en esta pelea.

En cuanto a Phasma, ella había abandonado su escudo y entrado en su elemento: la guerra. Pasaba de un atacante a otro, evadiendo cada lance de espada y golpe de hacha. Había una elegancia elemental en cada uno de sus movimientos, en la fría precisión con la que despachaba a cada guerrero que se acercaba a ella con malas intenciones. Al mirarla, Siv reconoció que el camino que iba forjando se dirigía directamente hacia Keldo. Incapaz de pelear, debido a su pierna faltante, él esperaba detrás de su escudo, con su máscara ocultando su verdadero rostro y dos blásters descartados en la arena, al lado de su trineo. Unos dedos pequeños alrededor de su escudo sugerían que la niña, Frey, estaba escondida detrás, con él.

Ese fue el momento en que Siv se dio cuenta de que hasta Phasma se había equivocado; Keldo tampoco estaba en lo correcto. Un buen líder habría aceptado la pérdida de sus más grandes guerreros y trabajado para apuntalar su territorio. Habría armado a la siguiente línea de defensa, habría asegurado comida y abrigo para quienes quedaban y se habría concentrado en mantener su relación con la banda más cercana, que también se había debilitado recientemente. En cambio, Keldo abandonó el hogar de muchas generaciones, el territorio por el que habían luchado tanto y entregado demasiado, y llevó a toda su gente allí, a través de los baldíos, a morir en un viaje de revancha sin esperanza.

Un suave grito atrajo la atención de Siv, quien miró la caída de Torben. El hombre grande aterrizó de rodillas y luego se derrumbó suavemente de costado sobre la arena, mientras la sangre brotaba de un tajo en su costado y su máscara se deslizaba de su rostro. Su hermano permanecía sobre él, mirando la hoja en su mano con horror mudo. Hasta donde Siv sabía, era su primer asesinato. Siv quiso correr hacia Torben para reconfortarlo, para sostenerlo, para dedicarle las plegarias apropiadas, pero sabía muy bien cuando una herida era fatal. Nada que pudiera hacer lo salvaría. Sus ojos ya estaban abiertos al cielo azul, vacíos, y los escarabajos se arremolinaban en un río dorado para chupar la herida abierta.

El hermano de Torben la miró, con sus ojos implorando algo. Perdón, tal vez, o comprensión, o que pudiera de alguna manera despertar de esta pesadilla. No era un guerrero y nunca había obtenido su máscara, lo que significaba que todos veían sus lágrimas. Siv no podía darle lo que buscaba. Levantó el rifle bláster del stormtrooper muerto y disparó al hermano de Torben, al asesino de Torben, un solo rayo cuidadosamente colocado para garantizar su letalidad. Una leve sonrisa iluminó su cara antes de caer. Ella creyó ver que sus labios formaron la palabra «gracias».

Siv miró alrededor en busca de la siguiente pelea y se encontró con que ya no quedaba una sola. Torben se había ido y los dos troopers de Brendol estaban en el suelo, uno medio despojado de su armadura. Las únicas personas que aún estaban de pie eran Brendol Hux, agazapado detrás de su escudo, metido parcialmente en una armadura que no era de su talla, y Phasma, de pie en un círculo de cuerpos, con un remolino de sangre roja y escarabajos dorados. Y, más allá, Keldo en su trineo. Había cuerpos por todos lados. Considerando que casi todos eran viejos o nunca habían sido guerreros, se sentía menos como una victoria y más como una masacre de tontos.

Dejando caer el escudo, Siv le lanzó a Keldo una mirada dura, retomó su camino a través del campo de batalla y se hincó junto al cuerpo de Torben, al lado opuesto del río de escarabajos. Tomó su detraxor de su bolsa, colocó un nuevo odre y deslizó la púa en su lugar. Mientras la máquina zumbaba cobrando vida y hacía su trabajo, privando a los escarabajos de su objetivo, quitó con gentileza la máscara de la cabeza de Torben y la partió a la mitad con una rodilla. Su piel era más roja ahora que empezaba a pelarse, y sus labios estaban tan secos que los tenía resquebrajados. Sus ojos ciegos se dirigían al sol, planteando una pregunta que nunca tendría respuesta.

—Gracias por servirnos, Torben —dijo ella, mientras las lágrimas amenazaban con brotar—. Tu hoy protege el mañana de mi gente. Cuerpo al cuerpo. Polvo al polvo.

Su hermano yacía cerca. Ella puso a trabajar el otro detraxor, recitando la misma plegaria. Aunque la gente de Brendol lograra salvarlos a tiempo, antes de que la enfermedad realmente se asentara, y aunque estas medicinas poco sofisticadas no tuvieran uso en las naves entre las estrellas, esta era la tarea de Siv. Así era como ayudaba a su familia. Esto era lo que ella representaba. Así era como honraría a su gente.

Pero la batalla en realidad no había terminado. Phasma tenía sus propias responsabilidades. Ella y Keldo se miraron a través del campo de batalla. Él se había quitado su máscara feroz como si pudiera simplemente hacer a un lado la violencia. Aunque Phasma portaba un casco y la cara de su hermano estaba descubierta, quemada y roja, Siv sabía muy bien que ninguno parpadeaba. Al principio parecía una batalla de voluntades, pero estaba claro que Keldo no podía moverse. Tenía un trineo que nadie podía jalar y una sola pierna, aunque llevaba la prótesis hecha del droide y estaba sentado en lo alto con la pequeña Frey en su regazo.

Una niña huérfana, un campo de arena y cadáveres formaban una división imposible entre Keldo y su hermana. Cuando Phasma bajó su bláster y atravesó el campo sangriento hacia él, de ninguna manera se trató de un acto de subordinación. Era una declaración: «Yo camino porque tú no lo harás. Porque tú no puedes».

Keldo lo sabía. Su cara enrojeció aún más mientras ella daba zancadas poderosas y deliberadas hacia él. Ella todavía no se quitaba su casco, pero no tenía que hacerlo. Era la mujer más alta que Siv jamás hubiera visto, y aunque eso no dejara en claro la presencia de Phasma, sus habilidades de lucha sí. Pareció una eternidad: la orgullosa guerrera en una armadura quemada y sucia se acercaba al hombre indefenso, atrapado y solo en el desierto. Al final, Brendol se puso de pie y se enderezó, deshaciéndose en silencio de la armadura que le quedaba muy mal y sacudiendo su uniforme negro como para reconocer que algo importante estaba ocurriendo. Siguió los pasos de Phasma, con el bláster en la mano. Pero donde ella avanzaba como un coloso, él evitaba y saltaba sobre los cuerpos como si estuviera molesto por la carnicería muy real de la guerra que su presencia había forjado.

Siv escuchó el sonido delator de un detraxor sin más trabajo por hacer y miró a Torben. Su enorme cuerpo, una vez su abrigo y confort, había sido reducido a un cascarón triste y hundido. Los escarabajos habían huido, sin más sustento que los mantuviera cerca. Al reconocer su llamado, ella cambió de odres y buscó al siguiente cuerpo, pero todos estaban cubiertos con escarabajos. Sólo pudo retroceder sobre sus talones y mirar a Phasma mientras cruzaba un abismo infranqueable con Brendol, una figura casi cómica, tras sus pasos.

—¿Phasma? —preguntó Keldo—. Quítate el casco y habla conmigo.

Phasma negó con la cabeza.

—¿Mientras tú te quedas sentado detrás de dos escudos? No. Los guerreros se ganan sus máscaras y yo he obtenido una superior.

Keldo frunció el ceño con disgusto.

—¿En qué te has convertido, Phasma? Esa no es tu voz. Esas no son tus palabras. Esa no es tu máscara. Has destruido todo aquello por lo que trabajamos.

El siguiente paso que dio Phasma llevaba consigo una nueva amenaza. Keldo lo sintió y se estremeció.

—Estás equivocado, Keldo. lo destruiste. Teníamos una oportunidad. Una oportunidad de dejar este cascarón moribundo de vida por algo mejor. En lugar de aspirar a la grandeza, condenaste a tu pueblo.

—Yo no maté a estas personas, Phasma. Tú lo hiciste.

—Tú los entregaste a su perdición.

Brendol se acercó un paso, con las manos detrás de su espalda y su postura erguida y formal.

—Phasma, debemos llamar a la Primera Orden. Estamos desperdiciando tiempo. La enfermedad pronto se apoderará de nosotros. —Sus palabras recortadas y brutales fueron llevadas por el aire quieto—. Tú sabes lo que tiene que pasar ahora.

Hincada en la arena, con cada respiración rasgando su garganta seca, con sus ojos quemándole y la piel pelándose, Siv miró la escena que se desencadenó como si fuera un sueño.

Keldo levantó sus manos, suplicando.

—Phasma, no hagas esto. No seas esto.

—Sé lo que soy, Keldo. Siempre lo he sabido. Esa es la diferencia entre nosotros. Tengo deseos de terminar lo que he empezado.

Phasma dio un paso hacia Keldo, sacó su bláster y le disparó en el pecho.

Los ojos de Keldo se abrieron mucho. Su cuerpo quedó inmóvil, y luego cayó a un lado del trineo. Un pequeño y desgarrador grito brotó de Frey, todavía escondida detrás del escudo. Phasma apuntó su bláster.

—¡No! —gritó Siv.

La cabeza de Phasma giró de golpe como si hubiera olvidado que Siv existía, sobre todo que hubiera sobrevivido a la batalla. Pero el bláster de Phasma no titubeó. Su casco se volvió para mirar a Brendol como preguntando.

—La Primera Orden siempre puede usar niños fuertes —dijo él—. Si ella puede sobrevivir a la enfermedad.

Phasma asintió una vez.

—Siv —gritó.

Eso fue todo lo que se necesitó para romper el hechizo. Siv olvidó los detraxores y dio grandes pasos entre la arena para arrancar a la niña del trineo y darle un fuerte abrazo. Era el último miembro de su familia.

—¿Siv? ¿Qué sucedió? —preguntó Frey—. ¿Dónde está mamá?

—Shh, mi amor —susurró Siv entre el pelo castaño y despeinado de la niña—. Vamos a viajar a las estrellas.