cap.png

SEIS

EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES

EN LA ÉPOCA EN QUE TUVO LUGAR ESTA HISTORIA, DE ACUERDO con Siv, había una niña entre los scyres que representaba algo importante para ellos. Los habitantes de Parnassos valoraban a los niños por encima de todo lo demás, porque sabían que sin niños su banda se extinguiría por completo en unas cuantas generaciones. Sin embargo, en los últimos diez años los bebés se habían vuelto raros y los embarazos con mucha frecuencia terminaban en tragedia. Ya fuera por algo en el aire, la lluvia ácida o la falta de nutrientes vitales, casi todos los niños se perdían antes de que los vientres de sus madres empezaran siquiera a hincharse. Pero una mujer llamada Ylva había dado a luz a una bebé sana, y el clan estaba decidido a mantener a salvo a la madre y a la niña.

Cuando cumplió los cinco años, la hija de Ylva era lo bastante grande para cazar ranas y erizos de mar y para contribuir con el clan, así que le dieron el nombre de Frey. Era algo raro que un niño viviera lo suficiente para recibir un nombre. Frey trajo esperanza al clan de los scyres y todos la querían y la consentían. Gracias a su pequeño tamaño y a sus dedos ágiles, se aventuraba en cuevas que el resto del clan no podía explorar para robar huevos de aves en las estrechas repisas de roca en que anidaban. Fue la primera niña en alcanzar los cinco años de edad; la única, hasta entonces, de su generación, y todos la amaban y la adoraban.

Keldo y Phasma habían sostenido el mando con firmeza durante casi dos años, y el grupo estaba floreciendo. Aunque aún mantenía cerca a sus guerreros, Phasma consideraba que era su responsabilidad mantener a todo el grupo del Scyre, incluidos quienes no tenían talento o eran demasiado viejos o enfermizos para defender activamente al grupo, en buena condición física y capacitado en el uso de armas. Hasta la pequeña Frey le rogó a Phasma que le enseñara a pelear, y Phasma le hizo un hacha a su tamaño con piedra y madera de naufragios. Juntas, jugaban alegremente en el piso de la cueva Nautilus, cuando estaba seca.

Un día, Siv y Phasma estaban entrenando en los acantilados, cerca de la orilla de su territorio, saltando de un pináculo de roca al siguiente mientras desviaban golpes y cortaban con sus espadas. Se necesitaba agilidad y fuerza para maniobrar sobre rocas afiladas, mientras el océano se agitaba muy abajo. De pronto, Phasma levantó una mano para detener la pelea y usó su viejo par de quadnocs para explorar el horizonte.

—Balder —dijo ella.

—¿Nos atacan los claws? —preguntó Siv, contenta de tener sus guadañas a mano.

Los claws eran una banda de guerreros locales liderados por un dug particularmente malvado de nombre Balder. Todos los scyres eran humanos, pero tenían historias que habían pasado desde sus ancestros que sugerían que alguna vez hubo dugs, además de chadra-fans y rodianos, entre sus filas. Hasta donde sabían, Balder era el último de su especie. Los claws tenían más gente y más peleadores en particular, pero lo que Balder no tenía era la capacidad mental de los hermanos que lideraban a los scyres.

—No es un ataque. Sólo es Balder. Pero nos está vigilando. Lleva haciéndolo desde hace tiempo.

Las manos de Siv apretaron las empuñaduras de sus armas.

—¿Crees que quiera la tierra? ¿La Nautilus?

Phasma movió sus quadnocs en la otra dirección, hacia el grueso de los acantilados de piedra donde su banda vivía su vida comunal. La gente estaba relajada y trabajando. Keldo repartía sentado sobre una piel suave, mientras Torben le enseñaba a Frey cómo lanzar golpes al aire con su hacha.

—Creo que quiere a Frey.

—¿Por qué?

—Porque ella es lo más precioso que tenemos.

Siv lo pensó y preguntó.

—Entonces ¿por qué ahora?

—Porque ahora ella es útil. Los claws no tuvieron que gastar tiempo y recursos para mantenerla viva cuando era bebé, pero ahora estarían felices de usarla.

La idea hizo que la sangre de Siv hirviera.

—No podemos dejar que pase.

Phasma miró de nuevo en dirección del territorio de los claws.

—No, no podemos.

A partir de entonces, Phasma apostó dos guardias a la orilla de su territorio. Cada turno reportó que los espías de Balder seguían vigilando.

Así que Phasma vigilaba a los claws, que a su vez vigilaban a su gente. Entonces urdió un plan. Lo notable esta vez fue que, a diferencia de otras veces en que ella siempre trabajaba en combinación con su hermano, Keldo, como si fueran dos brazos de un mismo cuerpo, ahora sólo se lo explicó a sus guerreros. No informó a Keldo que pronto serían víctimas de una incursión. Tampoco le contó que ella exploraría, a su vez, el territorio de los claws para espiar a Balder. Pero Siv lo sabía.

Por fin sucedió en una noche sin luna. Phasma y su gente estaban durmiendo en sus hamacas de red, amarradas entre los pináculos rocosos más elevados, cuando sonaron los ululantes gritos de los claws, rebotando en la piedra. Phasma estaba preparada. Se balanceó en su hamaca, completamente despierta. Blandió su lanza y saltó de roca en roca hacia la hamaca más segura, donde Ylva siempre dormía con Frey atada a su pecho. De la misma manera, sus guerreros saltaron de sus hamacas, armados y despiertos, listos para pelear. El resto de los scyres no tenía idea de que el ataque estaba por suceder, pero se replegaron y prepararon sus armas. La primera de las vigilantes nocturnas del Scyre gritó y cayó, cortada por el propio Balder; su cuerpo salpicó sobre el océano y rápidamente fue arrastrado hacia abajo, al agua oscura, por dientes blancos y brillantes de por lo menos un metro de largo.

Phasma miró cómo sucedía, demasiado lejos para salvar a la guardia, y gritó con rabia. Los scyres no habían perdido a un miembro en muchas lunas, y esa era una manera sucia de morir.

—¡La madre está aquí! —gritó Balder, colgando de una saliente y señalando adonde Ylva estaba encogida en una hendidura de la roca, con los brazos rodeando el bulto atado a su pecho.

—¡Pero yo estoy aquí! —se burló Phasma.

La gente del Scyre formó un círculo y protegió a Ylva, Phasma se interpuso entre su propia gente y Balder.

—No me asustas, niñita —gruñó Balder.

Aunque era mucho más pequeño que Phasma, el dug tenía de su lado la agilidad natural y la agresión de su especie, además de un estilo único de pelea: caminaba de manos y usaba sus ágiles piernas para manipular sus armas. Phasma nunca había peleado con él, pero no iba a darle ventaja alguna.

Mientras se desplazaban en círculo, Phasma saltó hacia él. En una mano sostenía su lanza, que tenía en la punta su hoja más delgada, y en la otra mano tenía un hacha de metal oxidado. De los muchos restos de las viejas minas que su gente había saqueado, nada era tan útil como las viejas hojas de sierra y la maquinaria con la fuerza suficiente para cortar la propia roca. Ella hizo sangrar primero a Balder y se rio; al parecer, la pelea despertaba en ella una feroz alegría. Hasta entonces, las redadas habían sido pruebas, más que otra cosa, pero esta batalla era real.

Fue difícil llevar la cuenta de quién moría y quién vivía mientras los scyres peleaban para defender sus vidas. Aunque mantuvieron un círculo apretado alrededor de Ylva, algunos miembros de los claws lograron saltar al interior del anillo protector, o abrirse paso peleando. Torben era quien permanecía más cerca de Ylva, la última línea de defensa con sus poderosos mazos erizados con clavos. A pesar de que ella tenía su paquete atado a su pecho, Ylva peleó con tanta ferocidad como cualquiera, derribando a dos peleadores claws con las hojas oxidadas de sierra que Phasma le había enseñado a empuñar. Hasta Keldo derribó a un claw porque sólo podía pelear en su lugar atado con cuerdas a su pináculo de piedra y obligado a pelear en un pie.

Pero Phasma fue la guerrera que hizo más daño. Con su máscara y sus clavos para escalar, era fuerte, alta, rápida y dominaba cada arma que portaba. A pesar de que Balder tenía la ventaja física, Phasma peleó como si anhelara la muerte a manos del enemigo, como si añorara caer ante la b’hedda de Balder, una afamada arma de los dugs que él había elaborado con sus propias manos y con grandes esfuerzos a partir de un viejo sable que había extraído de una mina. Pero el b’hedda era un arma para la distancia y Phasma se acercó rápidamente a Balder, luchando dentro de su propio círculo de defensa y obligándolo a apartarse de Ylva y a usar herramientas más personales para superarla. Era como un baile, me contó Siv: una adolescente vestida como un monstruo, con las armas girando en sus manos mientras peleaba con un dug adulto.

Phasma desvió cada golpe y contraatacó hasta que la sangre de Balder empezó a gotear de su piel gris como la piedra. Una de las razones por las que él gobernaba era porque no caía enfermo por sus heridas tan fácilmente como lo hacían los seres humanos con tanta frecuencia, pero pronto terminó jadeando y actuando con lentitud. Su cuchillo cayó de su pie cortado como si el apéndice estuviera entumecido, pero siguió peleando. Cuando Phasma le cortó una de las aletas de una oreja de la que colgaban adornos ceremoniales, Balder finalmente rugió de rabia, se dio vuelta y se alejó, ordenando la retirada. Los claws lo siguieron de buena gana, porque habían perdido a una docena de miembros y sostenido severos daños sin obtener a la niña que buscaban.

Phasma se quedó parada sobre su pináculo de piedra junto a una scyre, levantó su hacha en el aire y lanzó su grito de guerra. Su gente se reunió alrededor, incluida Ylva, quien estaba exhausta, porque había sido el centro del ataque.

—¿Cómo está la niña? —gritó Keldo.

Cuando Ylva desamarró su carga, no había señales de Frey. Su bulto estaba lleno de mantas rasgadas. Los scyres contuvieron la respiración, impactados de que, a pesar de la derrota, la gente de Balder lograra robar a la niña que estuvieron dispuestos a proteger, incluso hasta morir.

Entonces Phasma desamarró su voluminoso abrigo para mostrar que ella misma había cargado a Frey; la niña estaba atada a su pecho, intacta.

—Corriste un gran riesgo, hermana —dijo Keldo, con aspecto sombrío.

—Y funcionó. Ya no veremos a Balder por un buen rato. Si volvemos a verlo.

Eso llamó la atención de todos. Mientras Phasma desamarraba a Frey y transfería a la niña de regreso con su madre, Keldo la presionó.

—¿Por qué? Después de esta noche, pensaría que es dos veces más probable que ataque, ahora que le hemos denegado su botín.

—¿Viste cómo Balder ya no podía pelear? ¿Cómo sus armas caían de sus pies y veía los dedos de sus pies con horror? Probé otro truco, y resultó bien.

—¿Y no me dijiste?

—No estaba segura de que funcionaría. Siempre suponemos que las heridas se infectan por el agua, pero me di cuenta de que es por el liquen de las rocas. Con sólo tocarlas las puntas de los dedos se entumecen. Así que aplasté el liquen para hacer una pasta y la unté sobre mis espadas. Por eso Balder se debilitó. Ni siquiera la sangre de los dugs puede contener el veneno.

Ella levantó su hacha, era evidente que había una sustancia de color verde claro en el metal, mezclada con sangre y pedazos de carne gris.

—¿Por qué no compartiste esto con la tribu —preguntó Keldo, apenas conteniendo la ira—, cuando todos pudimos obtener ventajas con este conocimiento?

—Tenía que probarlo primero. Tenía que estar segura. Y te lo estoy diciendo ahora.

—Hermana, estoy avergonzado de ti.

Phasma enganchó sus armas en su cinturón y se abrió paso hasta el pináculo de roca en que él estaba sentado, con su pierna buena y su media pierna colgando sobre el océano revuelto, muy abajo.

—¿Estás avergonzado de que haya derrotado a nuestro enemigo y de que haya salvado a una madre y una niña y protegido el territorio de los scyres? ¿O estás avergonzado de que no te haya incluido en mis planes por decisión propia?

Keldo pensó cuidadosamente las palabras de ella, como lo hacen los buenos líderes. Sabía que perder su temperamento lo haría quedar mal.

—Gobernamos juntos, Phasma. Siempre lo hacemos.

Phasma no se arredró ni pestañeó.

—Todavía lo hacemos. Pero la pelea es mi especialidad, hermano, y hoy peleamos. ¡Y ganamos! —Ella lanzó un grito de guerra; los scyres la secundaron, levantando sus armas al cielo nocturno tan lleno de estrellas lejanas—. Ahora que Balder está inválido y su gente se recupera, debemos regresarles el favor. Incursionar en sus asentamientos. Tomar su territorio. Ellos tienen una meseta del tamaño suficiente para que duerma toda su banda. Encienden una hoguera por la noche para cocinar sus alimentos y calentar sus cuerpos. ¡Todas las noches! Los scyres merecen sentir el calor de esa hoguera, ¡y mirar a nuestra Frey caminar sobre tierra suave!

Sin embargo, ante eso, la gente no gritó para demostrar su acuerdo. Se quedó callada y miró a Keldo.

El rostro de Keldo estaba sombrío.

—Eso no puedo permitirlo, hermana. Una cosa es matar para defender nuestro hogar y nuestra cueva sagrada; otra, invadir un territorio vecino, sin importar que sea una tiranía. Somos buenos y fuertes, pero no asesinos. Yo dormiría mejor con la consciencia tranquila que calentándome sobre los huesos de personas inocentes. Debemos usar este periodo de fragilidad para forjar una paz con la gente de Balder. De seguro ellos, como nosotros, comprenden que si pasamos más tiempo sobreviviendo y procreando niños y menos tiempo peleando, toda nuestra gente se fortalecerá. Si seguimos peleándonos por nada, nos extinguiremos. Una, tal vez dos generaciones más y no quedará nadie para pelear, no quedará nada por lo cual pelear.

Los scyres asintieron ante estas palabras sabias; sin embargo, Phasma dejó escapar un zumbido de desaprobación, mientras el vapor salía de su máscara, que aún mantenía puesta.

—Tú le tienes demasiado aprecio a la paz —dijo ella, simplemente.

—Soy un líder, y un líder hace lo que considera mejor para su gente.

Phasma movió la cabeza de un lado a otro y se apartó.

—Yo soy una peleadora. Hago lo que debo hacer para sobrevivir. Y proponer la paz a Balder no nos salvará.

Después de que Phasma se alejó para sentarse sola en un promontorio lejano, donde había caído la guardia nocturna, los scyres votaron. Se decidió dejar que Keldo tratara de hacer las paces con Balder, aunque los guerreros de Phasma votaron en contra. Los hombres de más confianza de Keldo lo ayudaron a hacer el viaje al territorio de los claws al día siguiente; él no solicitó la presencia ni la ayuda de su hermana. Phasma y sus guerreros se quedaron mirando, en silencio, mientras la procesión pasaba junto a ellos. Una votación era una votación, después de todo.

Como el dug estaba inconsciente y aún sanando de las heridas que le había infligido Phasma, la gente de Balder no tuvo otra opción más que aceptar las condiciones de Keldo. Se negoció una frágil paz entre scyres y claws, sin Phasma y sin Balder. No habría más redadas. Trabajarían juntos por un futuro compartido, intercambiarían bienes y estimularían nuevas amistades que podrían producir niños sanos. Todos aplaudieron y scyres elegidos por Keldo pisaron suelo real por primera vez en muchos años, disfrutando la breve seguridad de la tierra de los claws.

Phasma y sus guerreros se habían quedado atrás, vigilantes en sus pináculos rocosos, resguardando a la Nautilus y los miembros más indefensos del clan, como siempre lo hacían. Pero escucharon los vítores mientras regresaba la procesión de Keldo. Phasma tenía puesta su máscara, pero tenía los puños apretados. Ella dio la espalda a la celebración y miró hacia el océano.

Por sus muy diferentes papeles en esta nueva paz, Phasma y Keldo fueron reconocidos y festejados como héroes.

Pero para Phasma no representaba paz. Era una traición. Tal vez le había ocultado sus planes a Keldo, pero él se opuso directamente a ella y luego la desdeñó.

Ella no lo olvidaría.