cap.png

UNO

EN LAS REGIONES DESCONOCIDAS

HAY ALGO RECONFORTANTE EN EL HIPERESPACIO. HUIR DE LOS problemas o correr hacia ellos es siempre lo mismo. Sólido, hermoso, tranquilizador, aun para los espías que llevan información altamente confidencial, por la que mucha gente mataría.

Mientras las estrellas se van quedando atrás, Vi Moradi se acomoda en su silla de piloto, suspira y levanta una bolsa del piso. Lleva semanas trabajando en este desorden irregular de manera intermitente, usando estambre grueso y suave para tejer un suéter destinado a su hermano mayor, Baako, un dignatario recientemente estacionado en Pantora, como si no hubiera otros lugares. Ella no es muy buena para tejer, pero la relaja, y Baako siempre le dijo que debía dedicar menos tiempo a vagar por allí y más a crear algo que valiera la pena. Por supuesto, ella tuvo que usar sus contactos «con los que vagaba» para obtener este muy codiciado, aunque no «bastante», ilegal estambre de hipoglace. Ojalá el tono azul cálido y brillante oculte todas las puntadas fallidas. Como tiene que ocultarle a su hermano que trabaja con la Resistencia, Baako aún la considera su hermanita traviesa y amante de las artes, aunque carente de concentración.

Él sabe muy poco.

El intercomunicador de ella parpadea. Ve quién está llamando y sonríe ante la misteriosa cualidad que tiene Baako para adivinar exactamente en qué momento ella no podrá hablar. No sólo porque está metida hasta los codos en un suéter lleno de bultos, sino también porque se encuentra en medio de un asunto en el que debe vagar oficialmente, que él no aprobaría y del que no puede saber. A pesar de que a ella le vendría bien una plática amigable para llevar un poco de calor a su corazón, después de los escalofríos sufridos en el desempeño de esta misión, la general está esperando que ella se reporte pronto.

—Lo siento, hermano —dice ella, pulsando el botón para desviar su llamada al buzón de mensajes—. Podrás contarme todo acerca del nuevo trabajo y sermonearme por mi falta de concentración una vez que haya cumplido mi misión y te haya dado este suéter en persona. Pero es mejor que me veas en algún lugar civilizado y cómodo, porque ya estoy cansada de los ambientes imposibles.

El intercomunicador se queda quieto y ella siente una pequeña punzada de culpa por ignorarlo. Casi ninguna nave puede manejar siquiera las comunicaciones a este rango, pero la Resistencia cuenta con algunos juguetes maravillosos. Vi se pone sus botas, se echa hacia atrás en su asiento y se concentra en las pesadas agujas de madera que tienen más aspecto de armas primitivas que de herramientas elegantes.

—Tan sólo se trata de aprovechar la inercia, Gigi —le dice a su droide astromecánico, U5-GG—. Mejor un horrible suéter lleno de amor que… no lo sé. ¿Qué otros regalos da la gente a su único pariente vivo? ¿Un bonito cronómetro? Tengo que llegar hasta el final, aunque quede imperfecto. —Ella gira su silla y levanta lo que ha terminado hasta el momento—. ¿Qué te parece?

Gigi lanza pitidos y bops en lo que suena como una mezcla de decepción y disculpa.

—Más vale que seas amable, o haré uno para ti. Una cubierta para droide que no combine en absoluto con tu pintura.

La droide lanza un alegre silbido y se da vuelta como si estuviera desesperadamente interesada en los remolinos del hiperespacio que pasan a toda velocidad alrededor de ellos. Cuando la Resistencia le asignó a la droide, Gigi tenía los colores de fábrica (blanco y azul), pero Vi la pintó con sus nuevos y amigables amarillo y cobre, para que coincidiera con el pelo pintado de amarillo y la piel café bruñida de ella.

Vi se da vuelta y teje con ahínco. Ahora lleva el pelo corto. La última vez que su imagen apareció en una lista de personas buscadas, el pelo largo y oscuro era demasiado llamativo, así que se lo cortó de inmediato y lo tiró al espacio. Delgada y fornida, pero pequeña, le costó trabajo encontrar partes de uniformes de la Resistencia que fueran de su talla. El traje de partes distintas que lleva ahora ha sido alterado y sus tirones, rasgaduras y parches dan fe de su desgaste. Hasta las suelas de sus botas están hechas trizas. Su misión actual ha requerido mucho esfuerzo físico en un lugar terriblemente desagradable, y ella está esperando con ansia pasar unos días de descanso en D’Qar.

El hiperespacio la arrulla y Vi se permite una corta siesta enredada en estambre grueso y suave antes de que Gigi lance un pitido y zumbe para hacerle saber que ya casi alcanzan su destino. Ella se endereza en su asiento y se estira todo lo que se lo permite la cabina de mando, deseando que la Resistencia le hubiera proporcionado una nave más espaciosa, pero sabiendo que, en el caso de las naves, como pasa con ella misma, ser pequeña y poco llamativa a menudo significa evitar la detección. La nave surge del hiperespacio para flotar suavemente en medio de la nada, tal como estaba marcado en el plan.

Respirando a fondo, aparta su tejido y teclea un largo código en su intercomunicador. La respuesta es inmediata y, como siempre, misteriosa. Nunca dicen más hasta que ella ha confirmado su identidad.

—Entendido.

—Sterling, reportándose con la General Organa.

—Bienvenida de vuelta, Sterling —responde una voz familiar, cálida pero profesional—. ¿Qué tienes para nosotros?

—Ah, general. Siempre son primero los negocios, ¿verdad?

—Cuando la galaxia está en juego, tengo que pasar por alto las formalidades de mi juventud. Escuchemos tu informe. —Vi puede escuchar la risita satisfecha de Leia y le agrada mucho. No es de extrañar que se lleven bien.

—Finalmente encontramos la pieza faltante del rompecabezas, aunque tuve que cazar un poco. Un lugar rudo.

—Todo es rudo en las Regiones Desconocidas. ¿Así que tienes lo que necesitamos?

Vi se encoge de hombros.

—Saber cómo los monstruos se vuelven monstruos no siempre ayuda a destruirlos.

—En ocasiones, sí. Cada arma de nuestro arsenal tiene un uso, Sterling. Ahora bien, sé que te mereces un poco de tiempo libre, pero tengo un juego de coordenadas más, y tú ya estás en el rincón correcto de la galaxia para que caigas por allí. ¿Cuento contigo?

Vi baja la vista, hacia el estambre azul que escurre de su bolsa. Ella odia posponer los encuentros con Baako. Se ven tan poco en estos días.

—Por supuesto, general. Para eso estoy aquí.

—Transmitiendo coordenadas.

En su pantalla, Vi traza la mejor ruta a la siguiente parada indicada por la general. Leia no mentía: ya estaba muy cerca, y no muchos pilotos tienen la experiencia o las agallas para explorar este sombrío rincón de la nada. Ella confirma la ruta y deja que Gigi trace el salto.

—No está mal. Llegaré allí dentro de poco.

—Bien. Sólo un rápido barrido del área. Hemos escuchado rumores de que hay naves de la Primera Orden allí, y es vital que sepamos si son ciertos. Si ves cualquier cosa, prepárate para saltar. Hemos perdido a varios pilotos.

—Apuesto a que no eran tan rápidos como yo.

Leia suspira, delatando todos los años que tiene encima.

—No se trata necesariamente de velocidad, pero si regresan, puedes correr contra ellos en Five Sabres. Te compraré una nave. Por ahora, sólo un rápido barrido y luego a casa. Necesito esos informes.

—A la orden, general —saluda Vi, deseando que tuvieran comunicación visual—. Estoy por entrar en el hiperespacio. Cuídese, General Organa.

—Tú también, Sterling.

La línea se corta. El starhopper se adentra rápidamente en el hiperespacio. Es un viaje corto, que no resulta relajante en absoluto, y ella no se molesta en recoger de nuevo su tejido. Ahora está nerviosa, porque ha pasado mucho tiempo sin dormir. Y de pronto son arrojados de nuevo desde el hiperespacio. Las largas líneas de estrellas son puntos agitados contra un mar de negrura. Los ojos de Vi se ajustan, y entonces ella murmura una maldición. No debería haber nada aquí, sólo oscuridad pacífica y luces titilantes. Por desgracia, más bien hay algo enorme: un destructor estelar de clase Resurgente. Leia tenía razón: la Primera Orden está aquí, a lo grande. Antes de que pueda pensar las palabras, sus dedos ya están escribiendo nuevas coordenadas.

—Vamos, Gigi —murmura—. Tenemos que salir de aquí. Odio cuando la general tiene razón.

A pesar de toda su velocidad, no se sorprende cuando el starhopper se agita y empieza a moverse. No hacia delante, como debería, sino de lado, hacia la nave enemiga. Cualquier nueva tecnología que hayan fabricado mientras se ocultan aquí es poderosa, rápida e implacable. Vi intenta todos los trucos de su repertorio, pero el starhopper no logra liberarse del rayo tractor. Su poder de fuego es mínimo, y ella sabe que podrían reducirla a añicos con una victoria aplastante. Mientras Gigi chirría y barbotea frenéticamente, Vi repasa sus opciones.

—Lo sé, lo sé —bloquea su datapad, lo encripta y luego lo lanza a la oscuridad del espacio, junto con su chamarra parchada de la Resistencia. Las posibilidades de que regrese a reclamar cualquiera de los artículos es infinitesimal, pero cada pizca de esperanza puede sumarse para mejorar el resultado. Estira la mano hacia un cuchitril de almacenamiento, saca una chamarra de piel negra que le quitó a un kanjiklubber muerto y desliza sus brazos dentro. Huele a aceite, arena y hogar, y le sirvió bastante en su última misión. Su nave se acerca cada vez más al crucero; ella saca un espejo pequeño y se quita los lentes de contacto de color café oscuro para revelar su tono ámbar natural. Con su pelo, ojos, ropas y documentos falsos en el bolsillo del frente, es posible que no la reconozcan.

Cuando Gigi lanza un pitido de alarma, Vi se acomoda y le da un golpecito en sus sienes.

—No te preocupes, Gigi. Lo tengo todo donde cuenta. Y no me quebrarán.

Gigi hace un sonido que sugiere que las probabilidades están en contra de ese desenlace.

—Está bien, amiguita. Si fallo, nunca lo sabrás.

Girando en su silla, ella teclea un código en la ranura de la astromecánica y borra la memoria de la droide.

Su tranquilidad inicial y su postura descuidada han desaparecido. No es la primera vez que la capturan y tiene que concentrarse en el juego con todos sus sentidos. Se recarga de nuevo en su silla, con las piernas apartadas, los brazos en los descansos del asiento. Todos sus músculos están tensos y un pie da golpecitos junto a la bolsa de hilo olvidado. Sus ojos destellan peligrosamente, sus labios forman una línea delgada.

De una manera u otra, Vi Moradi va a sobrevivir.