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DIECIOCHO

EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES

SIV DESPERTÓ DE ESPALDAS, MIRANDO EL TECHO DE COLOR blanco. Cuando se incorporó estaba mareada, y sus compañeros se encontraban igualmente medio dormidos alrededor de ella. Pequeños droides negros se desplazaban deprisa entre ellos, secando el piso, pero Siv aún estaba húmeda. TB-3 permanecía de pie sobre ellos, agitado.

—Los previne —dijo—. Ahora son empleados y no pueden eludir sus obligaciones contractuales, alabados sean los creadores.

—¿Por qué sigues diciendo eso: alabados sean los creadores? —preguntó Siv, todavía confundida.

TB-3 dio unos golpecitos con orgullo a un gafete en su pecho blanco y brillante. Lo habían pulido desde que los trajo a la estación, y toda evidencia de la arena gris había desaparecido.

—La Corporación Minera Con Star aterrizó aquí hace ciento ochenta y seis años. Nuestros creadores nos construyeron y activaron en Parnassos; ellos nos diseñaron para realizar a la perfección nuestras labores. Una vez que las instalaciones quedaron bajo una administración adecuada y llegó el personal humano, los creadores se fueron. El tiempo pasó y experimentamos una interferencia temporal de la señal. Ya no podemos comunicarnos con los creadores ni con las otras estaciones. Nuestro contingente humano… bueno, hemos estado esperando desde entonces. A los creadores. Estamos muy complacidos de que ustedes hayan llegado.

—Pero nosotros no…

Phasma la interrumpió.

—Nos sentimos felices de estar aquí.

—Muy bien. Supongo que ahora querrán bañarse y ponerse sus uniformes. La pobre D477 estaba tan perturbada por su insubordinación. Necesitarán comer antes de su turno y la puntualidad es importante.

Siv miró a Phasma y Phasma sólo agitó la cabeza.

—Nos sentiremos felices de cumplir con eso.

TB-3 los condujo a una sala que lanzaba agua como aerosol y les solicitó que se desvistieran y se bañaran. Siv estaba renuente a confiar sus armas al droide y los troopers también estaban reacios acerca de sus armaduras, pero TB-3 les mostró casilleros para que guardaran sus pertenencias. Cuando Phasma no discutió y colocó su hacha y su lanza en la caja de metal, Siv no tuvo otra opción que seguirla. Era extraño estar sin sus guadañas. Se sentía estupefacta por la sensación de bañarse, desnuda, con el jabón de la Con Star. Una máquina de aire cálido los secó y una nueva versión de D477 les entregó sus ropas extrañas y ligeras con un gafete de la Con Star en el pecho, igual al que TB-3 portaba con orgullo.

Les dieron instrucciones para que siguieran la línea amarilla hasta la cafetería, donde les sirvieron comida idéntica en charolas de plástico idénticas. Siguiendo a Phasma, Siv ingirió los alimentos. Todos tenían la misma textura, pero los sabores y colores eran ampliamente distintos. Las bebidas, servidas de una bolsa, tenían un sabor a minerales. Una vez que se acabó la comida, ella se paró con sus amigos (ahora compañeros de trabajo) para vaciar su charola y seguir la línea azul al turboascensor, que los bajó al interior de la mina.

Cuando Siv me contó esta historia, aún estaba asombrada por las enormes diferencias entre la estación y el Scyre. Todo estaba limpio, ordenado y fresco, con paredes lisas, esquinas perfectas y luces frías que a veces parpadeaban, pero nunca se apagaban. Ella tuvo que aprender palabras que nunca había escuchado, comprender cómo realizar el trabajo repetitivo que le exigían. Después de unas horas, fue como si sus manos estuvieran hechas para sostener la manija y empujar el carrito. Llevaba su casco de trabajo y goggles, e hizo todo lo que le pidieron; un equipo de droides auxiliares la instruía y supervisaba.

Ante cada nueva tarea, todos miraban a Phasma. En lugar de una máscara, garras y armas, Phasma vestía su uniforme limpio y planchado. Aunque no sonreía, miraba todo lo que sucedía, sus ojos de color azul brillante se clavaban en cada consola de control y tablero por el que pasaban. Entre todos intercambiaban miradas de secreto; estaban esperando a que pasara el tiempo y lo sabían.

Siv ya tenía las manos ampolladas cuando una luz verde y parpadeante anunció el final de su turno. Dejó su martillo neumático y empujó su carrito hacia el turboascensor, donde se quedó de pie en silencio entre Phasma y Torben. Siguieron la línea verde a las barracas, donde se pusieron sus ropas de dormir y se deslizaron en las literas que les asignaron. Era el lugar más cómodo en que Siv hubiera estado, con espacio suficiente para estirarse por completo y darse vuelta en la dirección que deseara sin sentir el chirrido de advertencia de una red o el desplazamiento granuloso de la arena. Pero no tenía sueño. Ninguno de ellos lo sentía. Sólo estaban esperando a que la puerta se cerrara, dejándolos solos en la oscuridad y el silencio.

—Esto es una locura —dijo uno de los troopers. Era al que Brendol le había gritado, PT algo. Después de ese arrebato, los troopers habían mantenido su distancia de los scyres, pero ahora que no estaba Brendol, tal vez sintió que era seguro hablar. Sin su casco y su armadura, parecía mucho más pequeño, como cualquier otro hombre, no un extraño de más allá de las estrellas.

—Debemos seguirles el juego hasta que logremos acercarnos a Brendol —dijo Phasma, en voz baja.

El trooper asintió.

—Sí, él comprenderá más acerca de los droides y su programación. Sabemos cómo derribarlos individualmente, pero no podemos combatir a cuarenta y siete droides sin nuestras armas, sin mencionar a quien dirija la sala de control.

—Y es posible que aún haya gente.

—Cierto.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Siv, sintiéndose valiente—. No el número con el que Brendol se dirigió a ti, sino tu nombre real. No parece correcto que conozcas nuestros nombres y nosotros no conozcamos el tuyo.

Él lanzó una sonrisa torcida.

—No tenemos nombres. La Primera Orden sólo nos da números. Yo soy PT-2445 y ella es LE-2003. —Él movió la cabeza en dirección de la mujer—. Él es HF-0518. —La movió en dirección del hombre.

—Es difícil pronunciar tu nombre —dijo Gosta—. ¿Puedo llamarte Petey?

Por un momento, PT-2445 pareció amable y divertido.

—Se oye más como el nombre de un niño, pero supongo que pueden pensar en mí como Pete cuando el general no esté cerca.

—Eso me convertiría en Elli —dijo la mujer trooper—. Y tú eres… Huff.

El tercer trooper, ahora Huff, frunció el ceño.

—Ese ni siquiera es un nombre.

—Ah, pero antes no teníamos nombres, ¿o sí? —dijo Pete, y los troopers compartieron una risita privada.

—Basta con lo de sus nombres. Quiero irme. Estas ropas son inútiles —dijo Torben. Su uniforme era demasiado pequeño para él y apenas podía estirar sus brazos—. No podemos pelear con ellas puestas. No pueden detener una espada. No sorprende que hayan tenido problemas para mantener a su gente aquí.

Siv se rio, agradecida por un momento de bondad en ese extraño lugar. Pero Phasma no compartía su jocosidad.

—Entonces todos estamos de acuerdo —dijo abruptamente—. Hacemos lo que los droides pidan hasta que Brendol esté con nosotros, y entonces…

—¿Y entonces? —preguntó Gosta.

—Entonces damos vuelta a las cosas.

El tiempo pasó de manera brumosa durante varios días, o por lo menos durante lo que Siv supuso que eran días. No podían ver el cielo y no tenían concepto del tiempo. Dormir, luego comer, luego trabajar, luego comer, luego trabajar, luego dormir. Era monótono ser empleado de la Corporación Minera Con Star. Los droides con los que se encontraba cuando caminaba por los pasillos o a quienes entregaba su carrito lleno de minerales eran alegres y serviciales, pero ella nunca vio a otra persona y no confiaba por completo en los droides ni se sentía segura cerca de ellos. Extrañaba la vida en el exterior, aunque fuera difícil. Por lo menos era honesta.

Dos ciclos de sueño después, Brendol Hux se apareció en el desayuno. Su piel era más pálida de lo habitual. Tenía bolsas moradas debajo de los ojos y su uniforme, aunque limpio y planchado, parecía un poco más suelto. En cuanto los vio, se acercó deprisa mientras TB-3 se desplazaba ansiosamente tras él.

—¿Qué diablos llevan puesto? —gruñó, mirando a cada uno de ellos con detenimiento.

—Nuestro uniforme, señor —dijo uno de los troopers, desviando la vista hacia el droide que flotaba alrededor—. Nos hemos contratado con la Corporación Minera Con Star para pagar sus deudas por el tratamiento médico.

La piel de Brendol tomó un tono peculiar de rojo. Empezó a farfullar, pero Phasma agitó una mano.

—Sólo son sesenta días para cada uno —dijo ella, con una sonrisa afectada—. Estoy segura de que valdrá la pena haber pasado ese tiempo aquí. Pero debemos mantener la calma. Hicimos enojar a uno de los droides hace poco y nos castigó con dureza.

—Se espera que los empleados de Con Star muestren buen comportamiento, alabados sean los creadores —concordó TB-3.

—Debe ir por una charola para unirse a nosotros —dijo Phasma—. Nuestros turnos de trabajo son largos y le dará hambre.

—¿Turno de trabajo? Casi me muero. Apenas sobreviví en la bahía médica bajo esos carniceros. ¡No puedo trabajar! —Brendol hizo una rabieta.

—General… —empezó uno de los troopers.

Phasma lo interrumpió.

—Si hay algo que hemos aprendido aquí es que la insubordinación se castiga. Así que le ayudaremos con gusto a aclimatarse. Estoy segura de que nuestro tiempo pasará con rapidez bajo la vigilancia de nuestros anfitriones.

La sonrisa que dirigió a TB-3 era tan fría que habría congelado el agua, pero el droide no lo percibió.

—Usted es una empleada modelo, Phasma —dijo este.

Brendol torció la boca mientras pensaba en la situación, pero al final tomó su charola como todos los demás. Una vez que se acomodó, TB-3 se fue. Sabían muy bien ahora que debían seguir la línea azul hacia el turboascensor para iniciar su turno de trabajo cuando sonara la campana.

Cuando Brendol se acercó a la mesa con su desayuno, Phasma se deslizó un poco para hacerle lugar. Él se sentó, contemplando la charola como si estuviera llena de baba.

—Esto es una locura —dijo.

—Lo sabemos —respondió Phasma, inclinándose para susurrar de cerca—. Pero no podíamos escapar sin usted. Podemos matar a los droides uno por uno, pero sus troopers no saben cómo apagar el sistema. Son demasiados, y siempre están vigilando. Y escuchando. —Ella inclinó su cabeza hacia el droide de la cafetería, congelado en su lugar junto a las charolas.

—Necesitamos encontrar la sala de control —Brendol probó la comida y casi la escupió—. Y rápido.

—Esta noche. Prestan menos atención por la noche. He realizado varias incursiones y no he encontrado droides.

Siv estaba sorprendida de saber que Phasma se había aventurado fuera del cuarto por la noche sin ella, sin ninguno de los guerreros scyres. Le lanzó a Torben una mirada inquisitiva, y él se encogió de hombros. La pobre Gosta parecía igual de sorprendida que ella. Siempre habían conocido los planes de Phasma de antemano.

—Bien —dijo Brendol y siguió comiendo con el brazo que casi lo había matado… un brazo que todavía estaba completo.

—¿Cómo está su herida? —preguntó Siv, porque ella nunca había visto a nadie recuperarse de la fiebre antes.

Brendol subió su manga para mostrarle. El tajo del lobo de piel era una nítida línea rosada, y su brazo tenía un color normal. Todos los signos de infección habían desaparecido. No había enrojecimiento, vetas ni pus asqueroso. Siv movió la cabeza para mostrar su aprobación, pero por dentro estaba llena hasta el tope de una sensación de esperanza. Aquí los medicamentos realmente eran milagrosos. Si la Primera Orden de Brendol tenía disponibles esas curas, era imperioso que llegaran a su nave y salieran del planeta, sin importar el costo.

Sus dos turnos de trabajo parecieron durar una eternidad. Por la noche regresaron finalmente a las barracas. Phasma y Brendol sostuvieron un diálogo en susurros y pronto estuvieron listos para moverse.

En lugar de seguir las líneas rojas, amarillas, verdes o azules, se precipitaron a las duchas, donde cambiaron sus ropas nocturnas de la Con Star por sus ropas y armas regulares. Se untaron, además, el bálsamo de oráculo como preparación para su fuga. Brendol fue el único que no necesitó cambiarse, y pasó su tiempo identificando cámaras que podrían vigilarlos.

—Están grabando —murmuró él—. Sin embargo, nadie ha venido a detenernos.

—Algo que descubrí hace días, mientras te encontrabas en la bahía médica. En lugar de preocuparnos por eso, hay que aprovecharlo —interrumpió Phasma, bajando su máscara.

Siv se sintió mejor en el momento en que estuvo de regreso dentro de sus pieles. Le lanzó una sonrisa a Torben, agradecida de ver que él volvía a parecerse a sí mismo y feliz de sentir el peso de sus guadañas en la cadera. Ella notó que Phasma estudiaba a los troopers mientras se ponían sus armaduras y revisaban sus armas. Conocía a Phasma desde niñas; sin embargo, estaba viendo un nuevo lado de su líder. Phasma siempre se había dedicado al poder, pero ahora estaba hambrienta de algo más que la estabilidad del Scyre. Codiciaba la armadura, los blásters y la tecnología. Siv empezó a preguntarse si Phasma estaría deseándolo demasiado.

De regreso en el pasillo, siguieron a Brendol mientras leía la placa junto a cada puerta. Siv tenía empuñadas sus guadañas, listas para enfrentar a cualquiera de los droides que pudiera desafiarlos. Lo extraño fue que no apareció uno solo, ni siquiera los pequeños droides ratones que siempre se precipitaban cuando el más pequeño pedazo de polvo estropeaba el piso reluciente.

Finalmente, Brendol encontró lo que estaba buscando.

—Sala de control —dijo, mientras daba un golpecito en la placa—. Aquí es. Mis soldados irán primero, porque los blásters causarán más daño al metal y sólo hemos visto droides hasta ahora. En caso de que haya cualquier ser como centinela en el interior, siéntanse con la libertad de someterlo.

Phasma asintió y Brendol oprimió algo en la pared. La puerta se deslizó para abrirse. Los troopers entraron en abanico, con los blásters arriba. Pero no dispararon. Pasaron varios segundos antes de que un trooper gritara: «Todo despejado, señor». Brendol condujo al resto de ellos al interior. Sin que se lo pidieran, Torben permaneció afuera, como guardia. En el Scyre, uno nunca entraba en un espacio cerrado sin que un amigo se quedara a vigilar. Era muy fácil terminar atrapado.

El interior de la sala se parecía al de todas las demás: blanco e inmaculado. No había nadie amenazador en el interior. Los troopers tenían sus blásters arriba, y Siv se dio cuenta de que con sus armaduras puestas no había manera de distinguirlos. Ya no había Pete, Elli y Huff. Tan sólo eran soldados sin rostro.

Brendol se dirigió directamente a un grupo de máquinas que emitían pitidos, parpadeaban y hacían destellar símbolos extraños. La sala estaba llena de pantallas que mostraban varias imágenes de la estación, incluidas todas las salas que Siv había visto y muchas más. Una sala, para su horror, estaba llena con cuerpos humanos apilados al azar. Al menos no eran frescos, por lo que podía ver. En otra sala, se sorprendió de ver a todos los droides de pie en filas ordenadas. Se mantenían perfectamente quietos mientras TB-3 permanecía frente a ellos. Sin embargo, su atención regresó a Brendol.

Los dedos de él volaban sobre un teclado. Phasma permaneció cerca, mirando cada movimiento.

—Vamos —refunfuñó Brendol ante el tablero, golpeando botones y torciendo diales.

Debió hacer algo importante, porque todas las luces se apagaron, se quedaron en completa oscuridad. El constante zumbido de las máquinas en el fondo quedó en silencio. El aire, que era de un frío constante y regular, se quedó quieto, estancado, y llevó el inconfundible olor de la muerte.

—Sólo denle un momento —dijo Brendol, y tenía razón. Un brillo rojo llenó suavemente la sala.

—¿Qué pasa? —preguntó Phasma.

—Apagué la fuente principal de energía y desactivé a los droides. Le daré unos momentos antes de reiniciar. Sin embargo, los droides permanecerán desactivados.

—¿Qué significa eso?

—Significa que las luces y los ventiladores permanecerán encendidos mientras que los droides dementes seguirán apagados. Al parecer no hay otros seres humanos alrededor. Si los hubiera, estarían corriendo en este momento para detenernos.

Las luces volvieron a encenderse y las pantallas parpadearon de nuevo; nada más sucedió. Siv miraba la puerta, esperando a que Torben gritara o que alguna nueva amenaza apareciera, pero nada de eso sucedió. Brendol siguió accionando los dispositivos hasta que encontró lo que buscaba.

—Estos registros muestran que el único supervisor que queda es el doctor Kereg Ryon, pero es todo lo que puedo encontrar. ¿Alguien lo ve en una pantalla en algún lugar?

—Creo que lo encontré —murmuró Gosta.

Ella se paró frente a una de las pantallas. Allí, los restos de un hombre estaban sentados ante un escritorio grande, con un bláster en la mesa frente a él. Brendol miró rápidamente y asintió.

—Eso es lo que dice su placa. Así que ahora sabemos lo que pasó. Lo único peor que personas sin supervisión y sin un líder ni un propósito es un montón de droides en la misma situación. No creo que haya nadie aquí que pueda desafiarnos.

—Pero ¿qué están haciendo? —preguntó Siv, señalando a la pantalla que mostraba a los droides alineados en filas perfectas.

Brendol se acercó para ver mejor.

—Es como si estuvieran rindiendo culto a algo. Vean cómo sus cabezas están inclinadas y sus manos dobladas. Es un comportamiento extraño.

—Sus creadores —dijo Siv en voz baja y señaló a la pared detrás de TB-3, donde estaba pintado un enorme logotipo de la Corporación Minera Con Star—. Sólo quieren que sus creadores regresen.

Brendol sacudió la cabeza.

—Es porque los droides necesitan mantenimiento de rutina. Su programación se volvió extraña, y empezaron a actuar…

—¿Como seres humanos?

Él le lanzó una mirada brusca.

—Como locos.

—Pero fueron amables con nosotros. Lo curaron. Sólo estaban haciendo su trabajo. Y parecían tan felices de vernos. ¿No puede encenderlos de nuevo después de que nos vayamos?

—No —dijo Phasma, acercándose para pararse junto a Siv—. No podemos tomar ningún riesgo que ponga en peligro la misión.

—Podrían desactivar los vehículos, bloquear las puertas o tener acceso a armas —concordó Brendol—. Es mejor así. Los droides nunca fueron rudos con la gente. Sólo tienen el propósito de cumplir los objetivos de sus amos.

Siv no pudo sino echar una mirada a los troopers para ver su reacción ante las palabras de su superior, pero sus armaduras ocultaban sus expresiones. Cuando miró a Gosta, la chica más joven sólo agitó la cabeza; era evidente que veía las cosas con la misma profundidad que ella. Como Torben seguía afuera, Siv era la única persona que sentía pena por los droides. Con el golpeteo de unas cuantas teclas, Brendol había destruido su civilización, además de borrar sus personalidades y objetivos. Aunque no eran personas con sentimientos, seguía pareciendo cruel.

—Cuando esté entre su gente, ¿aprenderé a operar estas máquinas? —preguntó Phasma, señalando el teclado que Brendol había usado.

—Si lo deseas.

—Lo espero con ansias, General Hux —dijo Phasma.

Aunque Siv no podía ver la cara de Phasma debajo de su máscara, sabía que su líder estaba sonriendo.

Con los droides desactivados, no les tomó mucho tiempo encontrar el hangar. Brendol entró y fue de un objeto a otro, observándolos. Las formas voluminosas tenían poco sentido para Siv, pero Brendol sabía lo que buscaba. Por fin se paró enfrente de una fila de máquinas metálicas y puntiagudas.

—Estas son las motos speeders —dijo—. Y estas grandes, en forma de bloques con torretas, son vehículos de asalto terrestres, o VAT. Las speeders están hechas para volar sobre el suelo y los VAT están diseñados para avanzar por la arena u otras condiciones rugosas. Sugiero que mis troopers tomen los speeders, porque ya están entrenados. Así pueden explorar adelante y atrás de nosotros. El resto puede montarse en un VAT, que también tiene espacio para llevar nuestras mochilas.

—¿Qué los propulsa? —preguntó Phasma.

Brendol le lanzó una especie de sonrisa condescendiente.

—Eso es muy complicado, pero el VAT es el único del que necesitamos preocuparnos. Si el tanque está lleno, debe llevarnos hasta donde necesitamos llegar. Llevaremos otro barril de combustible con nosotros, por si acaso. ¿Ves aquí? Tiene una ranura hecha para eso. Sólo necesitamos llegar a mi nave, después de todo. Una vez que estemos allí, la Primera Orden se encargará de todo lo demás.

Siempre curiosa, Siv no pudo evitarlo y se dedicó a explorar el enorme salón mientras Brendol y sus troopers preparaban los vehículos. Encontró otro conjunto de casilleros como los de las regaderas. No estaban cerrados con seguro y algunos tenían ropas dobladas o botas pulidas; otros contenían armas.

—Podemos tomar lo que queramos, ¿o no? —preguntó Siv, maravillada.

—Estas ropas viejas son inútiles —dijo Phasma, tirando una pila de tela al suelo y recogiendo una bota corta, suave, que no hubiera durado un día entre las rocas del Scyre—. Cualquier cosa que esta gente haya hecho para sobrevivir evidentemente no funcionó. Sabemos que podemos contar con nuestras botas. Las hicimos nosotros mismos de cuero, las cosimos a mano con tendones. ¡Quién sabe cuánto tiempo durará esta cosa, o si se rasgará al primer contacto con un cuchillo o una garra!

—Pero si vamos a unirnos a la gente de Brendol, ¿no todo será como esto? —Siv levantó una blusa tan suave y fina que le hizo pensar que una ligera brisa se la llevaría volando.

Phasma negó con la cabeza.

—Yo nací para esa armadura. Hemos visto lo fuerte que es. La gente de Balder ni siquiera le hizo mella durante la pelea. Cosas como esta… —Tomó la blusa de las manos de Siv y la rompió por la mitad—, nunca serán para mí.

—Qué extraño —Siv caminó junto a la fila de casilleros, pasando sus dedos callosos sobre el metal—. Nuestros ancestros usaban esas cosas. Vivían aquí. Trabajaban aquí. Quién sabe si vinieron a Parnassos a propósito o si fueron traídos contra su voluntad. Trataron de hacer su vida aquí. Y luego todo sólo… se vino abajo.

Phasma sacó un bláster de una bolsa y sonrió.

—No fueron lo suficientemente fuertes. Nosotros lo somos. Este planeta se está muriendo. Pero tendremos una nueva vida en las estrellas. —Le entregó otro bláster, más pequeño, a Siv.

Siv tomó el arma, percibiendo la extraña suavidad de la empuñadura, lo ligera y simple que parecía. Esta arma podía hacer más daño que ambas cuchillas de Siv, y desde mayor distancia. De no haber sido por los blásters de los troopers, los lobos de piel habrían superado a todo su grupo.

Siv sonrió.

—Sólo necesitamos una manera de atar los blásters. Y podemos buscar unos más para Gosta y Torben.

Phasma abrió todos los casilleros. Echó fuera su contenido, como si buscara algo en particular. Siv los revisó, recogiendo blásters y otros artículos que parecían útiles. Al final, Phasma levantó su premio: un casco. No se parecía a los cascos suaves y redondeados de los stormtroopers. Gastado y pintado con colores brillantes, tenía una línea negra entre los ojos, otra línea negra de la nariz a la barbilla y una pequeña antena que salía de la parte de arriba. Phasma se quitó su máscara y se puso el casco, luego estiró la mano para tomar los guantes de trabajo pesado que coincidían con él y una placa para el pecho. Siv me dijo que fue como mirar el ensamblaje de un droide, pieza por pieza. Phasma empezó a verse cada vez menos como un animal y más como un trooper. Debajo de ese casco ella podía ser quien fuera o nadie. Ni siquiera parecía un ser humano.

—Nada nos detendrá ahora —dijo Phasma.