
VEINTISÉIS
EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES
UN GRUPO DE GUERREROS ENMASCARADOS CORRÍA HACIA ELLOS, jalando algo que se parecía a los trineos de los skimmers que alguna vez los habían atacado. Siv no pudo distinguir a nadie más en la multitud, pero conocía a la figura que jalaban en el trineo como a nadie más.
—Es Keldo.
Phasma había levantado sus quadnocs y tenía una vista aún mejor.
—Keldo, todos los scyres y todos los claws. Esto es una locura.
—Se parece más a una venganza —murmuró Brendol.
El grupo se acercaba rápidamente, bajando por la duna, hacia sus vehículos, donde Gosta estaba saliendo de su VAT y mirando atrás, hacia la fuente del ruido. También debió verlos, porque se dio vuelta y corrió lo más rápido que pudo hacia la cerca, obstaculizada por su tobillo torcido. Siv dio unos pasos hacia delante para ayudar a la chica, pero Phasma la atrapó por la muñeca y el duro guante del uniforme de trooper se encajó en la carne de Siv.
—No puedes salvarla —dijo Phasma—. Debemos seguir adelante.
—¡No pueden permitirles que tomen los vehículos! ¡Disparen! —gritó Brendol detrás de ellos.
Los troopers se llevaron los rifles blásters a los hombros. Tiraron los vehículos y a los atacantes que se acercaban con fuego láser al rojo vivo. El primer VAT ascendió en una bola de fuego que atrapó al segundo. El tercero perdió una rueda y cayó tristemente a un lado.
—¡Phasma, ayúdenme! —gritó Gosta, con los brazos estirados hacia la guerrera que idolatraba.
Pero Phasma sólo negó con la cabeza; su casco de stormtrooper era una máscara blanca y plana. Siv trató de apartarse, pero el apretón de Phasma fue más fuerte.
—Ella es una de nosotros —rogó Siv.
—Es demasiado débil para seguir adelante.
—¡Entonces la cargaremos!
Los guerreros de Keldo casi habían alcanzado a Gosta. Los troopers apuntaron sus blásters a la multitud. El humo llenó el aire, se formó un fondo nebuloso de nubes que explotaban y de láseres del color rojo de la sangre. Siv jaló y jaló, pero Phasma no la soltó. Ella no pudo mirar mientras el fuego láser daba contra la pandilla de personas que había conocido toda su vida, mientras los cuerpos gritaban, lloraban y caían, así que bajó su cabeza contra la armadura en el hombro de Phasma, un gesto extrañamente personal que Phasma permitió.
Cuando Phasma la apartó, Siv se dio vuelta. Detrás de lo que quedaba de la turba, Gosta yacía en el suelo entre una docena de otros cuerpos. La chica no se movía y tenía los ojos abiertos al cielo. La pequeña Gosta, la más dulce e idealista de los guerreros scyres, estaba muerta.
—¡No!
Phasma siguió apretando la muñeca de Siv, como si adivinara correctamente que Siv se vería impulsada a correr hacia la joven. No sólo porque podría haber alguna esperanza de salvarla, sino porque al morir sola, sin la ayuda de su gente, dejaría sin descanso el espíritu de Gosta y a Siv sin cumplir con su responsabilidad. A Siv le hormigueaban los dedos por alcanzar los detraxores en su mochila, por sentir la calma que se apoderaba de ella cuando completaba su rito sagrado; le dolían los brazos por sostener cerca a la chica y decirle que había sido una compañera buena y valiente, una guerrera valiosa del Scyre. Pero Phasma jaló a Siv hacia la apertura en la cerca. Pronto se les unió Torben, jalando también a Siv a regañadientes, murmurando disculpas y amabilidades que no hicieron nada por aligerar el golpe de su pérdida.
Todos esos cuerpos, o por lo menos muchos de ellos, habían recibido el don de los detraxores. Habían portado orgullosamente tiras verdes del bálsamo de oráculo y ahora nunca contribuirían con sus propias aportaciones. Cuando decidió ponerse del lado de Phasma y dejar al Scyre por esta búsqueda, Siv sabía que estaba abandonando a su gente, negándoles el bálsamo protector que necesitaban para sobrevivir y permanecer sanos. Ella planeaba regresar antes de que empezaran a sufrir, para ayudarlos a construir una nueva vida en las estrellas con mejores medicinas que cualquier cosa que ella pudiera proporcionar. Ahora su gente estaba muriendo. La culpa era un peso enorme sobre sus hombros y se sentía como una sed que nunca podría mitigarse.
Los pies de Siv se movieron por la arena como si fuera movediza. Se aventuró a lanzar una última mirada a Churkk, quien yacía muerto, derribado en el suelo y soltando un líquido que no era sangre. Los escarabajos que lo habían adornado ignoraron su humedad, dejando su cara y su cuerpo para darse un festín, en cambio, con la destrucción debida al fuego de los blásters. Debajo de los escarabajos, el alienígena insectoide había vestido las túnicas de color rojo sangre del Arratu, con sus pies segmentados desnudos y sus manos con tres dedos abiertas al cielo. Siv miró a Brendol, con su bláster aún en la mano, pero no había manera de saber si la muerte del extraño guardián había sido un daño colateral o una ejecución a propósito.
Torben y Phasma realmente arrastraban ahora a Siv, cada uno apretando la parte superior de sus brazos. Sus detraxores pesaban demasiado en su espalda, al ver que tantos nutrientes se perdían. Cuando los brillantes escarabajos dorados brotaron como si hirvieran para cubrir el cuerpo de Gosta, Siv se dio vuelta por fin, sacudiendo sus brazos para soltarse, y volvió a usar sus piernas. Lo último que vio fue a la multitud de scyres y claws, los que no habían sido alcanzados por el fuego de los blásters ni reclamados por los escarabajos, corriendo por la arena, con gritos de guerra que hacían erupción desde sus máscaras, mientras arrastraban el trineo de Keldo detrás de ellos. Había compartido su cama, pero nunca había visto su máscara. Desde esta distancia no podía saber qué la pudo inspirar. Ásperas franjas negras, blancas y rojas estaban rodeadas por una melena de plumas negras. La vista era suficiente para hacerla correr.
Trotaron en paralelo a la cerca alta, pasando un letrero borrado por el viento tras otro, hasta que llegaron a una apertura en la alambrada. Uno de los troopers la detuvo mientras todos pasaban arrastrándose, pero Torben era demasiado grande para caber en ella. A Siv le preocupaba que los alambres sueltos lo cortaran y atrajeran a los escarabajos, pero Phasma lo hizo a un lado en silencio y cavó un surco profundo en la arena para hacer más espacio. Una vez que todos atravesaron, Brendol unió las dos piezas de la cerca y colocó alguna especie de esposas alrededor del alambre, para mantenerlas juntas.
—No durará mucho —dijo, haciendo eco de los pensamientos de Siv—, pero los detendrá un poco.
Una vez dentro de la cerca, nada parecía diferente del otro lado. La arena seguía siendo gris, el sol aún era agotador y el aire no se sentía más peligroso que antes de cruzar la frontera, como Churkk la había llamado. Pero Siv se estremeció de todos modos, segura hasta los huesos de que algo estaba desesperadamente mal aquí. Las palabras que el gand y Brendol Hux habían intercambiado (arma, radioactiva, nuclear) se repetían en su mente mientras sondeaba el entorno en busca de alguna nueva sensación que le informara qué debía temer. Phasma los guio en la dirección de la nave de Brendol. Siv nunca había dudado de la orientación infalible de su líder, y no lo hizo ahora. Ella tomó su lugar, después de Phasma y antes de Torben, corriendo con facilidad y sintiendo profundamente los lugares vacíos en la formación que debieron tomar la ansiosa Gosta y el alegre Carr. Habían sido cinco guerreros los que dejaron su tierra y, aunque las tierras muertas no estuvieran a la altura de su amenaza, ya siempre serían sólo tres. Cuatro, tal vez, si la medicina de Brendol era tan buena como les prometió y el niño lograba sobrevivir a cualquier veneno que hubiera destruido este lugar.
Bajaron por una larga duna y la tierra se aplanó un poco, como lo había hecho aquí y allá a través del viaje. A juzgar por los discos que había visto en la Estación Terpsichore, Siv pensó que esto significaba que mucho tiempo antes estas áreas habían sido naturalmente más bajas; valles y cráteres verdaderos que habían contenido alguna vez agua y plantas. Al principio no hubo signos de esa topografía, pero a medida que seguían avanzando, extrañas formas y sombras fueron apareciendo en el gris monocromático. Empezaron a pasar postes altos, cada uno recargado de lado como un dedo roto, estirado desde el suelo. Más adelante, un peculiar esqueleto de metal se elevaba orgullosamente de la arena, formando un lazo y girando como la espina dorsal de las gigantescas anguilas que solían estrellarse contra las rocas en casa.
—¿Eran animales? —preguntó ella.
Brendol se había quedado atrás, retrasándolos con su falta de condición física. Se rio incontrolablemente y resopló mientras hablaba.
—Pasatiempos —dijo él—. Una vez guiaron vehículos que la gente manejaba por diversión. Una forma arcaica de entretenimiento en planetas sin suficiente tecnología para estimular a la población desde el interior de sus propias casas. Este planeta tenía mucha tierra y poco sentido.
A medida que avanzaban, forzados a pasar de un trote a una caminata rápida por la lentitud de Brendol, Phasma fue a la retaguardia. No podía caminar más que unos momentos sin darse vuelta para explorar el horizonte detrás de ellos. Keldo y su gente aún no aparecían, pero los estaban siguiendo. En un lugar tan vacío y desierto como ese, con los escarabajos y quién sabe qué otros horrores ocultos debajo de la arena, no había dónde ocultarse.
Cayó el atardecer y se apuraron a llegar a una serie de estructuras blancas encaladas que sobresalían de la arena como dientes destrozados. Aunque sus paredes parecían sólidas, no había techos en los edificios. La arena llenaba los interiores, apilada a gran altura en los rincones.
—Casas —dijo Brendol antes de que lo preguntara Siv—. Es mejor que busquemos refugio en una de ellas esta noche. No podemos ir mucho más adelante sin descansar. Si el otro grupo ha seguido a pie todo este tiempo, no estarán mejor.
Siv sabía muy bien que cuando Brendol decía nosotros en realidad se refería a él solo. Los guerreros scyres eran más que capaces de caminar otras muchas horas, y los troopers estaban en excelente condición física. Pero Brendol no estaba hecho para Parnassos. Cuando él se quitó los goggles y las tiras de tela para limpiarse el sudor de la frente, su cara enrojecida estaba blancuzca alrededor de las orillas; había huecos de color púrpura profundo debajo de sus ojos y sus músculos temblaban. Su mano aún conservaba la sutura a un lado. Tropezaba, además, cada pocos pasos, aunque nada impedía su marcha. Debió de haber reconocido la seriedad de su situación, porque permitió que Siv pasara gruesas líneas de bálsamo por sus mejillas.
—Allí —Phasma señaló la última estructura en el grupo, que estaba un poco más alta y tenía parte de lo que alguna vez fue un techo.
—PT-2445 hará la primera guardia —dijo Brendol—. Cambiaremos cada dos horas. Después de la tercera guardia, seguiremos adelante.
Lanzando miradas nerviosas a la arena detrás de ellos, pasaron por la puerta vacía y se dispersaron por el edificio, que estaba dividido en varios cuartos, todos llenos de arena. Aunque era evidente que los cuartos alguna vez habían tenido la altura suficiente aun para alguien de la estatura de Phasma, la arena había llenado la estructura de modo que sus paredes apenas tenían una altura suficiente para proporcionar un respaldo decente para Torben; tal vez sólo contaban con un metro de espacio hasta que las vigas de soporte de metal rasgado empezaran a sobresalir del blanco, que era uniforme. Siv fue a un rincón, se sentó con fuerza y buscó entre sus bolsas el tacto tranquilizador de sus detraxores. Era su deber asegurarse de que todos tuvieran una última aplicación de bálsamo de oráculo antes de que el sueño les ganara. El ritual de la tarea la tranquilizó.
Torben se sentó junto a Siv. Ella trazó líneas gentiles de bálsamo en sus mejillas y su frente. Estaban cerca de la nave de Brendol y ella anhelaba protegerlo de cualquier peligro oculto que acechara en las tierras muertas.
—Gracias —murmuró él.
—Cuerpo al cuerpo, polvo al polvo —replicó ella.
Su madre le había explicado que era parte de un ritual mucho más antiguo, pero las palabras ceremoniales siempre la habían hecho sentirse unida al planeta y a su propio linaje, con todo y que su madre era la única pariente que recordaba. Cuando ofreció la lata de bálsamo a Brendol y sus troopers, recibió breves agradecimientos de Pete y Huff, ambos sin sus cascos, pero Brendol sólo asintió, lo que hubiera sido una grosería por la que hubiera valido la pena pelear en su hogar, en el Scyre. Mientras se acercaba a Phasma, Siv se dio cuenta de que ella nunca volvería a marcar las líneas en las mejillas de Gosta, preocupada por la joven y recordándole que bebiera agua suficiente.
Phasma era la única que estaba sentada fuera del edificio, de espaldas a lo que debió de ser la pared externa. Aún llevaba puesto su casco, y la curiosidad de Siv por el impacto de la golpiza de Wranderous seguía intacta.
Cuando le tendió la lata a Phasma, ella se quitó los guantes, vertió su porción e hizo una pausa momentánea, como si hubiera olvidado qué decir. Cuando las palabras salieron, eran recortadas y atonales, la imitación misma de Brendol, si él hubiera sido lo suficientemente cortés para decirlas.
—Gracias.
Siv inclinó ligeramente la cabeza.
—Cuerpo al cuerpo, polvo al polvo.
Sin embargo, Siv permaneció de pie, esperando que Phasma dijera algo, se quitara el casco o hiciera algo que proporcionara comodidad o comprensión. En el Scyre, Keldo había sido la voz y el corazón de su liderazgo, el que siempre sabía qué decir, sin importar si se necesitaba ofrecer bondad, apoyo, compañía o regaño. En ese entonces, el silencio de Phasma había parecido la mitad de un todo, como si su parte del lazo de hermanos fuera el reino de lo físico, de la protección, la defensa y el valor. Ahora, sin la ternura y la empatía de Keldo para conectar con ella, Phasma parecía fría e inhumana. El casco sólo servía para resaltar su parecido con un droide como los de la Estación Terpsichore, que nunca habían cambiado su expresión, aunque hicieran cosas horribles.
Sin embargo, Phasma seguía concentrada en la arena: era evidente que percibía algo.
—Puedes tomar más —dijo Siv, casi sin pensarlo, mientras sopesaba la lata en su mano. Era la porción de Gosta para el día, y años de cuidadosa vigilancia de las necesidades de su gente habían capacitado a Siv para repartir exactamente lo que se necesitaba y retener lo suficiente para todo. Ahora sólo servía para recordarle que Gosta había sido poco más que una niña, con todo y que ella había buscado ser una más de los guerreros y comportarse bien en batalla.
—Guárdalo. Tal vez nos servirá para seguir adelante mañana. —La voz de Phasma era plana y recortada, y Siv pudo darse cuenta de que, aun con el casco, Phasma no la estaba mirando.
—La enfermedad que mencionó Churkk. ¿La sientes?
El casco de Phasma se movió de un lado a otro una vez.
—No.
—Me pregunto si llegaremos a reconocerla. Si vendrá como la fiebre, con calor y comezón, o si se colará en la noche como lo hizo una vez la vieja tos de perro. O tal vez el gand sólo estaba loco.
—Tal vez.
Siv esperó varios minutos, deseando que Phasma dijera algo más, cualquier cosa, para que se sintiera segura de que su líder no había, en realidad, empezado a encaminarse en dirección de la locura. Cuanto más tiempo Phasma permaneció sentada allí, explorando el horizonte, reteniendo su porción de bálsamo sin retirar su casco para aplicarla, sin hacer ni decir nada, con su mano en el bláster, más se lamentaba por la chica con la que Siv había crecido y a la que había aprendido a confiar con su vida. Entonces Siv probó un último truco.
—¿Crees que lo lograremos?
Ante eso, por fin el casco se volvió hacia ella y se inclinó hacia arriba. Ella sintió que la afilada mirada de Phasma la recorría y se preguntó qué había visto su líder en su teniente.
—Tal vez.
Siv se dio vuelta para irse, pero no pudo hacerlo sin oírlo de ella. Aunque fuera como sacar criaturas marinas de sus conchas, debía extraer algo de la mente de Phasma ahora que estaban por entrar en un lugar que realmente la aterraba.
—Brendol Hux dice que podemos lograrlo. Dice que su nave estará allí y que su gente vendrá. Dice que nos llevará a las estrellas y nos dará medicinas. Que pueden arreglar cualquier cosa que esté dañada aquí. ¿Crees que sea verdad?
El casco de Phasma produjo un ligero chasquido mientras su mirada dejó a Siv y regresó al horizonte gris. El sol que se ponía arrojaba sombras largas y negras a partir de los huesos de metal de las civilizaciones muertas desde hacía mucho tiempo.
—Sólo podemos actuar como si fuera verdad —dijo Phasma—. Sólo podemos seguir adelante.
Siv asintió y se alejó, pensándolo. Phasma tenía razón. En esta situación no había nada más que hacer. Sólo podían empujar hacia delante, creyendo que Brendol Hux sería el salvador.
Si él estaba mintiendo, de todos modos pronto estarían muertos.
—
Siv despertó cubierta por el enorme brazo de Torben y una capa de arena. Todo resquicio de su cuerpo le daba comezón, torturada por la cosa gris y ligera. Ella se la quitó de encima y se puso de pie, tratando de equilibrarse. La arena le picaba los ojos y la apartó de las pestañas mientras volteaba en la dirección de la que los perseguían. No vio a Keldo y su banda, pero no cabía duda de que no tenían tiempo que perder. Phasma ya estaba despierta, conversando con Brendol. La frente de Siv se arrugó y se puso de nuevo su propia máscara. Le molestaba tener que esforzarse tanto para merecer unas cuantas palabras insignificantes de su líder, mientras que Phasma parecía más que feliz de conversar con Brendol en secreto. En su opinión, Phasma debía ser leal primero a su gente y después a sus aliados. Al parecer, Phasma ya no lo veía de la misma manera.
—Levántate, gran bruto. —Siv frotó el hombro de Torben, sonriendo, mientras él se despertaba crispado y fruncía el ceño ante la arena que lo cubría como si fuera una gran montaña.
—Estoy enterrado —dijo con sorpresa—. Otra hora y me hubieran perdido.
—Difícilmente. Eres el montón más grande a la vista.
Se sentía bien al atender a Torben, darle pedazos de comida y su ración matutina de agua, además de untarle bálsamo adicional. Ahora que ya no estaba Gosta, se moría por cuidar a alguien, establecer algún tipo de conexión nutricia. En cuanto a Torben, él toleró los cuidados de ella y la atrajo para abrazarla. Ella se sintió tan bien por ser abrazada que los ojos le ardieron por las lágrimas mientras se quitaba la máscara y enterraba su cara en el pecho de él. Un momento robado de consuelo que se sintió de lo más precioso en una situación tan precaria.
Si el gand dijo la verdad, se dirigían hacia el lugar más mortífero de Parnassos, y eso ya era mucho decir. Todos los demás enemigos que Siv había enfrentado eran algo con lo que podían pelear de frente: grupos opositores, bestias marinas, aun un monstruo como Wranderous. Pero cualquier clase de muerte acechante que los esperara era alguna especie de enfermedad con síntomas desconocidos que tal vez ya estaba apoderándose de su cuerpo, en algún lugar de su interior. Cuando el niño se movió dentro de ella, apenas una efervescencia burbujeante, llevó una mano a su estómago y le ofreció su agradecimiento. Por lo menos lo que consideraba más preciado seguía sin tocarse. Hasta ahora.
Partieron antes de que el sol abriera una brecha en el cielo. Brendol gruñó que deberían caminar de noche, cuando el aire era frío y claro, en lugar de guardar sus fuerzas para el calor del día. Siv esperaba que Phasma compartiera sus propias ideas sobre el asunto, pero ella permaneció en silencio. En el Scyre, Phasma hubiera lanzado una dura reprimenda contra cualquier guerrero de su compañía que se quejara o cuestionara su juicio. Además, habría castigado a quien retrasara a todo el grupo por su falta de vigor y energía. Pero Phasma adecuaba el paso de todos al de Brendol sin decir una palabra, reacomodando sutilmente su ruta cada vez que empezaban a desviarse. Siv estaba demasiado bien entrenada ahora para cuestionar esta extraña y silenciosa batalla de voluntades. Su única tarea era llegar viva a la nave de Brendol, preservando a su hijo y a Torben lo mejor que pudiera. Aunque abrigara sus dudas, Phasma era su líder y Siv estaba obligada a seguir sus órdenes, a pesar de que se sentía en conflicto por la interferencia de Brendol.
Dejaron los edificios, que habían quedado vacíos desde hacía mucho tiempo, y nuevas formas se elevaron contra el cielo de la mañana. Estas no eran casitas como las que llenaban la última área. Eran estaciones enormes, como Terpsichore o Arratu, aunque devastadas. A la primera le faltaba parte de su techo de metal. Algunas sombras negras manchaban sus paredes blancas. Cuanto más avanzaban más dañados estaban los edificios que aparecían. Sus techos habían desaparecido, sus paredes se encontraban quemadas, cuarteadas, y les faltaban grandes pedazos. Siv se sintió mareada mientras miraba alrededor y trataba de imaginar qué pudo hacer tanto daño a un área tan grande. Aun al poderoso océano le tomó años resquebrajar los acantilados de piedra del Scyre. Después de que se detuvieron para ocuparse de sus necesidades personales detrás de una estructura particularmente estropeada, Siv observó varias sombras negras con la forma de personas pintadas en la pared.
—¿Qué es eso? ¿Más arte? —le preguntó a Brendol, quien esperaba cerca, a la sombra de una pared, sin sus goggles y sus vendas, mientras se tallaba los ojos.
Él se dio vuelta para seguir la mirada de ella.
—Residuos de una explosión nuclear —dijo él, con el ceño fruncido y haciendo un puchero—. Debemos de estar cerca del epicentro.
—¿Residuos?
—Oh, mira. La gente estaba parada enfrente de la pared cuando estalló la bomba. Todo explotó y el poder de la explosión los desintegró en su lugar. El poder de la bomba proyectó sus restos contra la pared. ¿Lo ves?
—No. No sé lo que es una explosión.
Todos excepto Torben se habían reunido alrededor para escuchar. Brendol puso sus manos sobre su cadera y se quedó viéndolos. En algún momento, después de huir de Arratu, se había puesto de nuevo su traje negro y el sol empezaba a comerse el color, mientras los cuidadosos plisados, pliegues y borlas estaban arrugados y cubiertos con arena gris. Las botas, que habían sido negras y brillantes, estaban opacas y cuarteadas. Su barba había crecido hasta llenar su cuello con parches rojos y blancos. Su cara estaba cubierta por un rojo enfermizo, con unos puntos que crecían como los que Siv había sufrido en sus años de adolescencia.
—Mira, es muy complicado —dijo Brendol—. Pero ¿sabes lo que es un relámpago?
Siv asintió.
—Por supuesto.
—Imagina una gran explosión de relámpagos. Tan grande y con tanto poder que destruye todo hasta donde la vista puede abarcar. Toda persona, animal, planta y edificio. Sólo las superficies muy fuertes, hechas con los minerales más resistentes, pudieron sobrevivir. La materia orgánica es desintegrada, destruida por completo, sin dejar nada atrás. Todo el cielo se vuelve negro por el humo, bloqueando el sol y convirtiendo la lluvia en veneno. Nada sobrevive, literalmente hablando.
—No puedo imaginar eso —dijo Siv, pero su voz era hueca.
No podía imaginarlo, pero sí podía comprenderlo. La descripción de Brendol explicaba demasiado acerca de Parnassos, por qué no quedaba nada. Siempre le habían dicho que el planeta había sido la causa de la destrucción de su gente, pero esto tenía más sentido. Por supuesto que fue la gente. La gente había destruido este lugar. La gente había abandonado a los pocos sobrevivientes para que enfrentaran una vida violenta, llena de dolor y esfuerzo. Torben se les había unido y escuchó la última parte, con la cara enrojecida por la ira, como si su único deseo fuera sacar a la persona responsable de cualquier agujero en que se estuviera ocultando, arrastrarlo y azotarlo hasta la muerte. Pasó su brazo alrededor de Siv, como si deseara protegerla a ella y su niño de todas las penas que Parnassos les había infligido.
—¿Quién hizo esto? —preguntó Phasma.
Brendol se rio entre dientes.
—¿No es obvio? La Corporación Minera Con Star. Si fueron responsables del bombardeo, si una corporación rival lo hizo o si su tecnología fallida desencadenó un desastre nuclear, evidentemente fueron ellos. Y en lugar de arreglar su desastre, abandonaron el planeta.
—¿Todavía hacen negocios en tu mundo? —preguntó Phasma.
—Sí, son una corporación grande y redituable en la galaxia.
—Debería hacerse algo.
Brendol asintió, con aspecto astuto.
—Tal vez eso pueda arreglarse. Poseen muchos activos valiosos, y la Primera Orden siempre necesita más activos.
Siv sentía que Phasma y Brendol habían llegado a un acuerdo no dicho, que tenían algún entendimiento previo de cómo sus caminos… bueno, no se cruzarían. Tal vez tampoco se entrelazarían, porque él no parecía agradarle a Phasma de manera especial. Tal vez la mejor descripción era que se alinearían. Brendol tenía algo en mente para Phasma, algún lugar especial entre su gente que le sería benéfico a él.
Brendol fue el primero en reanudar la caminata, alejándose de las sombras impresas como si hubiera terminado de mirar una roca muy aburrida. Los troopers lo siguieron, al igual que Phasma, quien se le adelantó rápidamente para tomar la vanguardia. Siv y Torben se quedaron un momento, y él la atrajo más a su lado. Las sombras negras parecían de dos tamaños distintos. Siv imaginó que veía adultos y niños allí, un grupo familiar completo reducido nada más que a una imagen nebulosa en la pared.
—Cuanto más rápido caminemos, más pronto llegaremos a la seguridad —le recordó Torben.
Ella se dio vuelta en sus brazos para verlo a la cara sin máscara. De inmediato llevó el dorso de su mano a su frente.
—¿Tienes fiebre? —preguntó ella.
Aunque su enojo se había disipado, su color seguía vivo. Unos cuantos puntitos sobresalían entre su desaliñada barba marrón y sus ojos eran de un verde brillante contra un blanco rosado. Sin embargo, su piel se sentía fría contra la de ella. Cuando le tomó el pulso con la punta de los dedos, su corazón latía con firmeza y fuerza.
—Me siento bien —dijo él, con las cejas caídas por la confusión—. ¿Y tú?
Ella llevó su mano a su propia mejilla. Su piel también se sentía fría, pero sus dedos bailaron sobre unos cuantos bultitos en sus sienes, donde su cabello estaba peinado hacia atrás.
—Churkk dijo que habría una enfermedad —dijo ella—. Me pregunto si es así como empieza.
Torben le puso con suavidad la máscara y la urgió para que caminaran mientras los demás desaparecían tras el siguiente edificio.
—Le preguntaremos a Brendol más adelante —dijo él, dándole un apretón—. No se puede hacer nada por ahora. Me siento tan fuerte como siempre.
Él se dio golpes en el pecho y le sonrió. Ella le regresó una sonrisa, a pesar de que la sintió falsa. Había aprendido mucho sobre cuerpos, atendiendo los detraxores y, antes de eso, cuidando a los ancianos e infectados en la Nautilus. Cuando varias personas mostraban signos similares de una nueva enfermedad, nunca era un buen augurio.
Pero Torben tenía razón. No se podía hacer otra cosa más que seguir caminando. Cualquier enfermedad que fuera, nunca había escuchado de ella y no tenía curas en su mochila ni en su memoria. Todo lo que podía hacer era asegurarse de que todos tomaran bálsamo y linimento adicionales. Eso seguiría proporcionando algún tipo de protección. Siv y Torben trotaron para alcanzar a los demás, trepando la ligera pendiente de una duna. Cada que subían desde un lugar bajo, ella se sentía más emocionada por ver lo que aparecería al otro lado de la cima. Aunque lo que había visto hasta ahora por lo general sólo representaba problemas, desde los lobos de piel hasta Arratu, la cerca y las tierras de la muerte más allá, aún sentía un soplo de optimismo. Esta vez, finalmente, sus esperanzas tuvieron respuesta.
Llegaron a la cima de la duna cuando el sol estaba en lo alto y abajo pudieron mirar dos cosas: devastación absoluta… y los restos de una nave.