
CATORCE
EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES
DESPUÉS DE DEJAR EL SCYRE, PHASMA NUNCA MIRÓ ATRÁS. Sus guerreros siempre la habían considerado su verdadera líder y dejaron de ocultar sus verdaderas lealtades. Nadie habló de Keldo, del resto de los scyres ni de los claws; nadie habló de arrepentimiento. Se fueron en silencio mientras recorrían los pináculos de roca que hacían que la tierra del Scyre fuera tan traicionera. Mientras Gosta exploraba al frente, Torben ayudó de nuevo a Brendol, y Phasma, Carr y Siv ayudaron a los troopers. A pesar de los ruidos inevitables hechos al anclar sus garras y saltar de una roca a la otra, nadie de la tribu se movió mientras se iban, ni siquiera los centinelas.
Cuando llegaron a la frontera, el último centinela scyre estaba dormido en su hamaca. Más adelante, en secreto y sin que los oyera Phasma, sus guerreros conversaron sobre esta peculiaridad. Se mencionó entonces que quizá su líder había echado algo en su brebaje nocturno para ayudar a la partida del grupo. Phasma había servido a su gente personalmente, algo que habían considerado un honor. A sus guerreros y a la gente de la Primera Orden les había servido primero, por supuesto. Después de dejar atrás al centinela roncando, no pudieron sino pensar que tal vez el gesto de buena voluntad de Phasma había sido menos un honor y más un seguro, aunque no tenían una palabra para eso en el Scyre. Aun así, ellos sabían que algo tramaba, y era escalofriante ver este nuevo lado de Phasma.
Siv estaba atravesando por su propia crisis en ese momento. Como detentora de los detraxores, a ella la habían criado para comprender que su labor era mantener viva y saludable a su gente, al retirar la esencia de los miembros muertos y elaborar el bálsamo de oráculo para quienes quedaban atrás. Irse con Phasma y llevarse ambos detraxores significaba abandonar, traicionar y posiblemente condenar a la mayoría de la banda. Ella lo sentía muchísimo. Pero había tomado su decisión y siguió adelante sin quejas. Esperaba que Phasma fuera la clave para un futuro más brillante para todo el Scyre. Un día traerían las riquezas de la Primera Orden a su gente, y ya no volverían a necesitar el bálsamo.
En lugar de atravesar directamente la frontera y adentrarse en el territorio de Balder donde los centinelas claws podrían dar la alarma, Phasma dobló al este. Sus guerreros la siguieron sin cuestionar, pero la consideraron una movida arriesgada. Los scyres conocían poco de esta región; sólo que las rocas eran más altas cerca del mar y que allí había muy poco que recolectar. Si la tierra hubiera sido madura o acogedora, Balder se hubiera esforzado para extender su territorio, pero parecía haber un paño mortuorio sobre el área, como si hubiera una razón para que nadie deseara ir allí. La frontera no estaba marcada allí, porque los scyres y los claws, cada uno por su lado, llegaron a la conclusión de que no valía la pena luchar por esa tierra.
Justo antes del amanecer, Phasma reunió a su grupo cerca de un afloramiento con suficiente espacio para que todos se sentaran o acomodaran relativamente cerca. Se veía muy poco bajo la luz de las estrellas y no tenían fuego; sólo los resplandecientes pedazos de metal en el uniforme negro de Brendol y el brillo de la armadura de los stormtroopers destacaban en la oscuridad.
—No podemos atravesar directamente la tierra de los claws —dijo Phasma, atendiendo de inmediato la pregunta en la mente de todos—. No sabemos qué tan sedienta de sangre esté su gente. Si son inteligentes, enviarán un contingente por las arenas hacia la nave de Brendol, mientras dejan una fuerza defensiva para mantener su territorio y cosechar los cuerpos.
—¿Cosechar los cuerpos? —preguntó Brendol, entre enojado y curioso.
—Siv, explícale.
Siv estiró la mano para tomar su mochila y sacó un detraxor.
—Como lo sabes, nuestro planeta está enfermo. El sol es demasiado rudo, la lluvia nos quema la piel y no podemos obtener todos los nutrientes que necesitamos de nuestra comida, lo que lleva a enfermedad, huesos frágiles y dientes caídos. Cuando alguien muere, usamos los detraxores para extraer todos los minerales y líquidos que podamos. Con esos nutrientes elaboro aceite al que llamamos bálsamo de oráculo. Cada miembro de la banda recibe una dotación. Al untarla sobre la piel nos aseguramos de mantener lo mejor posible la salud, protegidos de los elementos. Los claws también lo usan.
—Es poco elegante pero necesario —dijo Phasma, con voz áspera y sin dar espacio a la desaprobación.
—Ya veo —dijo Brendol, siempre diplomático—. ¿Cómo llegaron a poseer esta máquina?
—Se ha pasado de una generación a otra desde que las ciudades murieron. Alguna vez las usaron en animales, para alimento. Mi madre me enseñó a cuidarlas. —Siv acarició amorosamente la piel gastada—. Y he hecho algunas mejoras. El bálsamo de oráculo de mi madre olía a pescado rancio, pero el mío por lo menos huele a…
—Pescado más fresco —interrumpió Carr, Siv le dio un codazo y le lanzó una sonrisa.
—Es bárbaro —indicó Brendol.
Siv pareció ofenderse.
—No. Es sagrado. Es como se mantiene a tu gente fuerte, aunque los abandones. Cuerpo al cuerpo, polvo al polvo.
—La muerte es inevitable, pero significa que el resto de la tribu será más fuerte —dijo Phasma. Recorrió con la vista a todos en el círculo, mirando a los ojos de cada uno mientras el sol salía y echando un largo vistazo a cada stormtrooper, sus rostros, como siempre, ocultos detrás de sus cascos—. Aprendan a respetar ambos extremos de la máquina, si desean sobrevivir el tiempo que pasen en Parnassos.
—¿Tienen esos problemas entre su gente? —preguntó Gosta. La chica estaba asombrada con Brendol y sus troopers, igual que lo estaba con Phasma y sus guerreros.
La sonrisa de Brendol fue más amable cuando habló a la chica.
—No, niña. No los tenemos. Somos beneficiarios de los más grandes avances en tecnología y medicina. Simplemente agregamos los nutrientes vitales a nuestra comida para permanecer fuertes.
—¿De dónde los obtienen?
—Se los compramos a comerciantes.
—¿De dónde los obtienen los comerciantes?
Brendol ya no sonreía ahora.
—Esas preguntas tontas desperdician tiempo valioso. Lo maravilloso de la civilización es que compras lo que necesitas, apoyando con eso a comerciantes y artesanos. No es mi problema de dónde obtienen sus bienes. Pero te aseguro que no vienen de seres humanos. Esas cosas suelen ser mal vistas en las partes más civilizadas de la galaxia.
Gosta parecía aplastada, pero Phasma habló a continuación.
—Deseo con ansias beneficiarme de esa civilización, pero hasta entonces usaremos cada recurso a nuestra disposición para salir de este planeta. No hay que avergonzarse de usar cada ventaja para permanecer vivos.
Brendol parecía sorprendido cuando uno de los stormtroopers habló a continuación, con una voz extraña y de alguna manera amplificada por su casco.
—Tenemos algo similar en Otomok, pero para las bestias. Es similar a un detraxor de humedad.
Los guerreros de Phasma no pasaron por alto la cara de burla de Brendol mientras se daba vuelta para mirar al trooper y fijar la vista de manera evidente en su número.
—Tal vez te olvidaste, PT-2445, de que he visitado varias veces Otomok, además de planetas con condiciones aún más difíciles. Cuando estoy en esos planetas, aún mantengo mi rango.
—Sí, General Hux. Lo siento, señor.
Brendol asintió, pero ahora un escalofrío recorrió al grupo. En Parnassos, donde todos luchaban para sobrevivir, esas formalidades se reservaban para raros casos de rituales o liderazgo, como el pronunciamiento de Keldo desde su trono en la Nautilus. En los demás momentos, a todos se les consideraba iguales. Al parecer, así no eran las cosas en la Primera Orden. El stormtrooper no volvió a hablar.
En cuanto a Phasma, ya estaba mirando más allá del grupo, hacia la línea rígida del horizonte. Siv sabía que su líder había tomado nota cuidadosa del lugar donde aterrizó la nave de Brendol y del que surgió el humo. Aunque no conocían la disposición del terreno entre aquí y allá, todos esperaban problemas.
—No importa en qué dirección vayamos, nos dirigimos a tierra que nunca hemos visto. Coman y beban, aplíquense su bálsamo y luego preparen sus cuerdas. El camino es largo para bajar al otro lado de estas montañas.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Gosta.
Phasma se quedó viéndola por largo tiempo.
—Sabemos que hay tierra plana más allá de esas rocas porque la vimos al otro lado del territorio de Balder. Lo razonable es que esa tierra se extienda hasta las rocas. ¿Alguien está en desacuerdo?
Nadie se atrevió a estarlo, ni siquiera Brendol.
—Creo que serán varios días de viaje hasta la nave caída, aun sin impedimentos importantes. Podemos encontrar animales y gente, o sólo enfrentar condiciones difíciles y diferentes de las de nuestra propia tierra. General Hux, ¿puede decirnos qué vio del terreno entre el momento en que derribaron su nave y su viaje a la meseta de Balder?
Brendol lo pensó con calma.
—Usamos las cápsulas de escape poco después de que nos dieron. En cada cápsula caben seis personas, y nosotros éramos once, así que teníamos dos cápsulas. Dos pilotos en la cabina de mando ya estaban muertos, de modo que en nuestra cápsula sólo íbamos nosotros cuatro y el droide. No hemos visto la otra cápsula, ni hemos podido comunicarnos con los demás mediante nuestro sistema de intercomunicación. No sabemos si los otros cinco troopers sobrevivieron. Fuimos incapaces de ver qué pasó con la nave, pero cuando salimos de la cápsula, el humo estaba muy lejos. Por los menos el humo sugiere que no cayó al océano, lo que la volvería irrecuperable. La tierra que vimos era arena, tan sólo arena interminable. Caminamos hacia la meseta porque vimos humo, lo que significa gente. No esperábamos que nos recibiera un dug asesino y que se nos considerara… despojos. —La expresión de su rostro sugería que le habría encantado ser él quien clavara el puñal a Balder.
—Nunca he caminado en la arena —observó Torben—. ¿Cómo se siente?
La gente de Phasma la miró, pero ella movió la cabeza en dirección de Brendol.
—Se desplaza bajo tus pies. Gruesa y áspera. Irritante. Se mete por todos lados. Se desliza dentro de tus ropas y tus botas.
—¿No pasaron junto a animales o gente en su camino a la tierra de Balder? —presionó Phasma.
Brendol negó con la cabeza.
—Nada ni nadie. Temíamos estar en un planeta completamente deshabitado, aunque sí vimos varios complejos industriales y ciudades deshabitadas desde el cielo.
—¿Qué tan lejos?
—En mi nave, sólo horas. A pie, varios días, con toda probabilidad. Es difícil hacer un estimado exacto de navegación mientras te precipitas a tu propia muerte. —Suspiró y se puso un poco melancólico—. Es una pena que hayamos aterrizado aquí, donde el terreno no perdona. Al otro lado del océano hay un continente más grande, exuberante y verde. Como dijiste a tu hermano, si logramos llegar a mi nave, tal vez tu gente se pueda mudar allí para darles una mejor oportunidad de reclamar lo que alguna vez fue. Tal vez haya sobrevivientes allí, una civilización.
—Tal vez —dijo Phasma—. Pero estamos seguros de que hay una mejor vida entre tus estrellas.
—¿Puedo hablar contigo en privado? —preguntó Brendol.
Los guerreros de Phasma siempre habían comprendido que vivían bajo dos gobernantes. Phasma actuaba como el músculo y Keldo como el cerebro y el espíritu. Resultó muy fácil aceptar que Brendol sería ahora uno de sus líderes. En ese momento, además, tenía sentido para ellos que Brendol deseara hablar con Phasma a solas. El par desapareció alrededor de un montón de piedras más grandes, que encubrió sus susurros.
Ahora bien, cuando la gente crece en pequeñas bandas en tierras difíciles, se acostumbra a no tener privacidad nunca y a dar a quienes buscan retiro el más pequeño espacio posible. Los guerreros dieron la espalda a Phasma y Brendol y empezaron a hablar entre ellos, murmurando sobre sus esperanzas de un nuevo hogar, ya sea en un continente cercano hecho de terreno sólido o en las estrellas, portando una armadura blanca. Los tres troopers se pararon fuera de este círculo. Parecían muy fuera de lugar.
—¿Te gusta? —preguntó Gosta a uno de los stormtroopers, señalando al cielo estrellado—. ¿Allá arriba?
El hombre se quedó viéndola y parecía como si estuviera a punto de responder, pero PT-2445 los interrumpió.
—No debemos hablar sin el permiso del general —dijo—. No estamos de descanso.
Con su casco puesto, era imposible adivinar lo que sentía el silenciado trooper. Sin embargo, debió de estar de acuerdo con su compañero, porque no respondió; en cambio, se dio vuelta, con la mano en su bláster. Los guerreros de Phasma intercambiaron miradas. ¿Un buen líder evitaría que sus soldados dijeran lo que pensaran? ¿Estos guerreros cedieron su propia voluntad, su propia personalidad, con tanta facilidad? Era una nueva manera de hacer las cosas y no sentaba bien con la gente libre del Scyre.
El sol estaba saliendo cuando Phasma y Brendol regresaron de su conversación privada. Phasma debió de usar parte de su tiempo para preparar al otro líder para el siguiente paso de su viaje, porque Brendol ahora llevaba guantes de scyre con garras de escalar y un par de clavos atados fuertemente alrededor de sus brillantes botas negras. Era un hombre torpe, como ya lo sabes, con vientre prominente y cara de desprecio, y tropezaba mientras caminaba y se iba acostumbrado a las nuevas herramientas.
Phasma estiró la mano para tomar una de sus mochilas y les lanzó tres pares más de guantes y clavos para botas, todos robados de la Nautilus. Sus guerreros ayudaron rápidamente a los troopers a atárselos. Ya casi estaban listos para irse cuando Phasma miró a Siv, quien extendió el bote con bálsamo de oráculo. Era una masa densa, de color verde negruzco. Phasma hundió dos dedos y trazó líneas oscuras debajo de sus ojos. Siv extendió el frasco a cada uno de los scyres, quienes hicieron lo mismo. Cuando se lo pasó a Brendol, él negó con la cabeza, irritado.
—Podemos sobrevivir unos cuantos días antes de recurrir a estos recursos desagradables —dijo.
—Como gustes —dijo Phasma, poniéndose su máscara—. Vámonos.
Una vez más, sus guerreros intercambiaron miradas. Estaban acostumbrados a conocer los planes secretos de Phasma, aunque Keldo no los supiera. Pero esta vez ella no reveló nada. Ellos también se pusieron sus máscaras. Si iban a morir en la montaña, morirían fieramente.
La propia montaña representó un nuevo tipo de desafío. Los scyres tuvieron que usar todas sus herramientas y sus trucos para recorrer los peligrosos bordes de la torre de roca dentada. Había cientos de metros hasta el suelo arenoso, y tuvieron que rodear la escarpada cara del acantilado utilizando sólo los clavos de sus botas y sus garras de mano, mientras permanecían atados entre sí, además del imposiblemente desmañado Brendol y los torpes troopers. Con cada deslizamiento de un pie o el rompimiento de un pedazo de roca, todo el grupo se aferraba a la montaña, abrazándose a sí mismos para absorber el peso de un cuerpo caído. Phasma y Torben mantuvieron a Brendol entre ellos, mostrándole dónde plantar sus clavos y manteniéndolo cerca para que no pudiera arrastrarlos en su caída. Cada paso los llevaba a rodear y bajar la montaña en etapas minúsculas. El viento pasaba silbando y curiosas aves marinas surcaban el aire, mirando y deseando ver los signos del inminente festín de un ser humano aplastado abajo.
Ahora bien, cualquiera que fuera lo bastante astuto y fuerte para llegar a la edad adulta en el Scyre sabía que un escalador inteligente nunca miraba abajo; sin embargo, todos admitirían más tarde que de todos modos lo habían hecho. No era frecuente que tuvieran la oportunidad de ver algo totalmente nuevo por primera vez. En el lado de la montaña del que venían, el oscuro y familiar océano mordía interminablemente la roca; en su lado distante, la montaña empezaba como una cara recta y luego se iba inclinado poco a poco hacia otro mar oscuro: la interminable arena gris. Cuando el sol de la mañana golpeó el valle, abajo, resplandeció con rojos y anaranjados brillantes, una hermosa vista que prometía la rara opción de caminar sin miedo de tropezar hacia la propia muerte. Siv confesó que esta vista era tan inesperada y llamativa que por poco se cae de la montaña. De haberlo hecho, sospecho que no estaríamos hablando aquí ahora. Cuando todos están distraídos y una persona desfallece, tiende a presentarse una gran tragedia, ¿o no?
Paso a paso bordearon la montaña, cada vez más cerca del suelo arenoso. El sol alcanzaba su cenit y el aire empezaba a calentarse. Los scyres empezaron a torcer y sacudir sus cabezas, sudando debajo de sus máscaras; nunca habían sentido ese tipo de calor. Aunque el sol era áspero en casa, siempre estaban frescos, gracias al frío del océano, los vientos cortantes y la sombra de las rocas más altas. Ahora el sudor empezaba a resbalar hasta sus ojos y por sus espaldas. Quitarse las máscaras no era una opción: el viento barría arena a cada poro, mientras el sol los castigaba con un rigor mayor de lo habitual. El pobre Brendol era el único sin protección en la cara. No podía hacerse nada por él hasta que estuvieran sobre el suelo y alcanzaran sus mochilas. Cada dedo de sus pies y manos estaba metido en una hendidura de la roca. Pronto él se encontró recorriendo la montaña con los ojos apretados, mientras tentaba a ciegas con los guantes y las puntas de las botas en busca de hendiduras, con las mejillas rojas y los labios ampollados.
Los troopers eran sorprendentemente tenaces, con todo y que sus armaduras los hacían parecer voluminosos. Siv observó que cualquier tipo de entrenamiento que hubieran recibido lo habían asimilado bien. Los tres troopers tenían buena condición física, eran fuertes y capaces de dominar rápidamente el arte de escalar. Nadie se quejó, ni siquiera Brendol, quien evidentemente tenía problemas. Aun los guerreros de Phasma sufrieron, porque su terreno habitual incluía saltar y lanzarse en rapel de un pico a otro, sin aferrarse a la cara de una roca por horas. Sus brazos empezaron a doler y arder, los dedos curvados de sus pies empezaron a adormecerse en sus botas. Cada vez que alguien encontraba un borde, se paraban allí por turnos para descansar un momento, balanceando sus brazos y doblando sus rodillas, apurándolos para sentirlos de regreso a sus huesos. De no ser por esos pequeños momentos de clemencia, alguien hubiera dado un mal paso. Por algún milagro, nadie lo dio.
Las botas de Phasma fueron las primeras en pisar arena, poco después del mediodía. Ella lanzó un grito de triunfo que atrajo todas las miradas. Por primera vez en la historia viva, un scyre ponía un pie sobre el planeta real. No en lo alto de una roca, ni en una cueva, sino en terreno sólido del que no se podía caer a ningún lado. Luego Brendol saltó, y Phasma tuvo que atraparlo y ayudarlo a quedar de pie. Cuando Torben saltó, la tierra se levantó a su alrededor como humo gris y él lanzó su risa explosiva, haciendo sonreír a Siv.
Uno por uno, los guerreros y troopers aterrizaron en la arena. Los scyres no pudieron sino echar atrás sus máscaras para mirar abajo y maravillarse con el tacto de la tierra real debajo de sus pies. Desamarraron sus cuerdas y se hincaron o se sentaron sobre la arena, fascinados por la sensación. Toda su vida, hasta ese momento, habían sabido que estaban muy arriba del suelo, y que caer de esas grandes alturas significaba la muerte. Aquí no había adónde caer. Siv nunca se había sentido tan segura, a pesar de encontrarse en un territorio completamente nuevo. Más tarde descubriría que la arena era mitad mineral y mitad ceniza volcánica, lo que explicaba su volátil suavidad y su tendencia a levantarse e irritar ojos y mucosas.
En cuanto a Carr, él se quitó un guante y pasó la arena entre sus dedos, riéndose. Su risa de detuvo de pronto.
—¡Ouch!
Phasma saltó a su lado.
—¿Qué pasa?
Carr levantó una mano para mostrar un bulto rojo en ella.
—Algo me picó, creo. ¡Allí está!
Señaló a una criatura pequeña y brillante que se enterraba rápidamente en la arena gris. Phasma cavó y la atrapó entre los dos dedos de sus guantes. Era un escarabajo con un caparazón dorado, cuernos y una trompa larga y puntiaguda. Mantenido bajo el sol, formaba un arcoíris enteramente iridiscente que iba del dorado al verde brillante. Por supuesto, puedo describírtelo porque he estado en Parnassos y estudié uno; sin embargo, ninguno de los hombres de Phasma había visto algo parecido antes.
—Es bonito —dijo Gosta.
Phasma lo levantó hacia la luz. Una sola gota de sangre cayó de la trompa del insecto y se desplomó sobre la arena, donde fue absorbida de inmediato. Alrededor de la sangre, más escarabajos parecieron explotar de pequeñas colinas de arena, barriendo furiosamente el área con sus propias trompas y chupando los granos cubiertos con sangre.
Phasma aplastó al escarabajo entre sus dedos y lanzó el húmedo cascarón dorado y negro a la confusión de escarabajos que peleaban por la gota de sangre. Los escarabajos cayeron sobre su compañero, devorando cada gota de líquido viscoso de su interior hasta que no quedó nada, sino fragmentos brillantes de exoesqueleto. En cuanto la humedad desapareció, los escarabajos volvieron a enterrarse bajo tierra, dejando la antes suave arena empedrada con montones peculiares, en forma de conos. Phasma se puso de pie.
—Los guantes se quedan puestos, y no se los quiten sin que yo lo indique. ¿Se siente infectado?
Carr miró la herida roja y palpitante y volvió a ponerse el guante con una mirada burlona.
—Se siente tonto. Y un poco embarazoso. Pensar que perdí una batalla con un bicho.
Phasma suspiró, pero nadie podría estar mucho tiempo enojado con Carr.
—Pórtate con seriedad, por una vez.
—Tengo comezón, pero no siento fiebre.
—Indícame si la sientes. General Hux, ¿está usted familiarizado con esta criatura?
Brendol se encogió de hombros.
—No con esta especie en particular. Cada desierto tiene insectos sedientos de humedad. Sin embargo, estoy de acuerdo: es mejor permanecer lejos y no darles lo que quieren.
Él seguía haciendo bizcos entre la arena que soplaba, y sus ojos se habían puesto rojos y abultados. Ahora que estaban en el suelo, Phasma sacó una tela larga de su mochila y lo ayudó a enredarla en su cara, dejando expuestos únicamente sus ojos azules. Gosta se adelantó para ofrecerle un par de viejos goggles gastados, que él aceptó de inmediato. Cuando Siv le tendió de nuevo el frasco de bálsamo de oráculo, él lo pensó con más cuidado, pero siguió sin aceptar el regalo.
Cuando Brendol quedó vestido para soportar las arenas, Phasma miró a sus troopers.
—Sería mejor que mancharan un poco más sus armaduras —dijo—. Las partes limpias destacan en este desierto gris.
Ya estaban un poco sucios por su recorrido, pero los troopers estuvieron de acuerdo. Uno de los soldados tomó un puñado de arena y la frotó sobre su armadura, donde dejó un brillo de color gris oscuro. Pronto los tres troopers estaban manchando sus armaduras con la ayuda de los scyres, que se cuidaron muy bien, todos ellos, de mantener sus guantes puestos y revisar cada puñado de arena en busca de más escarabajos que se alimentaban de sangre. Cuando la armadura y los cascos blancos quedaron manchados con un gris sucio de manera más uniforme, Phasma aprobó con un movimiento de cabeza y empezó a caminar. Los scyres ya habían enrollado sus cuerdas para escalar, se habían quitado los clavos de sus botas y siguieron a su líder hacia la desconocida inmensidad.