
VEINTIDÓS
EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES
VIAJANDO EN EL VAT DEL ENEMIGO, SIV EMPEZÓ A SENTIR náuseas de inmediato. En lugar de manejar de manera relativamente recta, como Brendol, el conductor iba de un lado a otro, se clavaba en las pequeñas dunas y sobresalía de ellas como si abrigara el deseo de morirse. El estómago de ella se agitaba, y se dio cuenta de que esto era lo más lejos que había estado alguna vez de otro integrante de los scyres. La banda era una familia, y estaba atrapada aquí con Brendol Hux, quien se había encorvado en su asiento lo más lejos posible de ella, malhumorado y con mirada torva.
Al principio, Siv sintió como si tuviera fiebre, porque su piel alternaba del calor al frío, pero luego se dio cuenta de que el cielo se estaba oscureciendo. Cuando una tormenta caía en el Scyre, todos encontraban deprisa un lugar estable para capotearla, asegurándose de que sus cuerdas estuvieran enganchadas a picos estables, porque las lluvias resbalosas como el aceite y los vientos que los azotaban podían derribar fácilmente a una persona de un pináculo de roca. En los mejores días, se amontonaban en la Nautilus, en los rincones alejados del agujero en el techo que chorreaba lluvia tóxica, aunque pusieran una capa tejida sobre él. En los peores días, la Nautilus estaba llena de agua violenta y se mantenían agachados bajo la lluvia miserable, punzante, pulverizada, sin una cubierta y sin posibilidad de evitar los relámpagos que caían al azar ni los vientos crueles y cortantes. Siv y Torben tenían una roca que les gustaba, una especie de pináculo más ancho que casi podía contenerlos a ambos cómodamente mientras se acurrucaban bajo una piel protectora.
Pero esta tormenta era extraña. El aire no se sentía pesado, húmedo y grueso. Se sentía caliente, asfixiante y brillante. Cuando el líder, que ahora manejaba el viejo VAT de Brendol, gritó algo entre el viento, el conductor de Siv aceleró aún más, haciendo que ella se llevara una mano a la boca, bajo la máscara, para mantener dentro el vómito y fuera la arena. No pasó mucho tiempo antes de que se acercaran de frente a la ciudad, y a Siv le costó trabajo abarcarla en toda su grandeza. Era más grande que los territorios de los scyres y los claws juntos, más grande que la Estación Terpsichore. El muro tenía que ser de la altura de diez personas y estaba sólidamente cubierto por esas plantas de aspecto peligroso. Justo cuando Siv estaba segura de que iban a estamparse contra él, una puerta se deslizó para abrirse lo suficiente y permitir la entrada de los VAT. Aunque el muro tenía apariencia sólida desde el exterior, parecía como si las enredaderas ocultaran sus propios secretos.
Una vez dentro, la ciudad resultó más que abrumadora para una mujer que sólo había conocido a un ciento de personas por su nombre en toda su vida. Estaba tan poblada, con gente que iba con rapidez de un lado a otro, que uno de sus captores, vestido con ropas brillantes, tuvo que salir del VAT de Siv y apartar a la gente de su camino con una vara larga y colorida cubierta con campanas.
—¡Despejen las calles! ¡Son órdenes del Arratu!
Las personas eran de todas las edades, algunas tan viejas que Siv se sintió fascinada por sus cuerpos encorvados, sus arrugas y el pelo canoso. En el Scyre, pocas personas vivían más de 35 años. Pero, igual que allá, este lugar tenía pocos bebés o niños pequeños; la mayoría de la población parecía estar en los últimos años de la adolescencia o los primeros de la adultez, las edades más fuertes y robustas.
Lo siguiente que observó fue que parecía haber dos tipos de personas: delgadas y vestidas con harapos, o grandes y adornadas con varias capas de telas vibrantes y joyas doradas. Nunca había visto cuerpos con tanta carne adicional, y no escapó de su atención que las personas más grandes y ricas parecían mucho más felices que sus vecinos delgados. Todos corrían para guarecerse, mirando preocupados al cielo que oscurecía.
Cuando Siv miró a Brendol, con una pregunta en sus ojos, él agitó la cabeza con desaprobación.
—Te lo dije. La gente que vive arriba tiene demasiado y la que araña el polvo se está muriendo de hambre. Indulgencia excesiva y sufrimiento, sin nada en medio, sin que nadie se preocupe por el bienestar de la ciudad. Este mundo necesita a la Primera Orden.
—¿Qué puede hacerse por ellos? —preguntó Siv.
Brendol elevó una ceja roja, poco poblada.
—Debe gobernarlos alguien con mano más firme.
No entró en más detalles, y una de sus captores lo picó con una vara.
—No hables así donde las ratas pueden escucharte —murmuró ella—. No durarás mucho haciendo amenazas como esa.
Brendol miró a la mujer, cuyo rostro era de un hermoso color café arenoso que Siv no había visto nunca. Había bajado la tela que cubría su nariz y su boca. Sus ojos ligeramente grises estaban delineados de un negro profundo.
—¿Qué van a hacer con nosotros? —le preguntó Brendol.
Ella se encogió de hombros con elegancia.
—No depende de mí.
—Pero no somos invitados.
La mujer sonrió, mostrando hoyuelos.
—Oh, no. Antes tienen que ganarse ese derecho.
El conductor gruñó.
—Shh. No les des ideas.
Entonces sus captores quedaron en silencio, lo que resultó desconcertante, porque Siv estaba acostumbrada a los enemigos. Siempre atacaban con violencia, nunca perdían tiempo y recursos en adultos cautivos cuyos corazones no podrían voltearse, como los de un niño. Cualquier cosa que estas personas quisieran de ellos… bueno, Brendol tenía razón. Siv no querría dárselas.
Para alejar las preocupaciones de su mente, volvió a prestar atención a las maravillas de la ciudad. Como la Nautilus conservaba tantos artefactos y como había pasado tiempo en la Estación Terpsichore, Siv conocía un poco más del mundo de lo que alguna vez conoció. Las estructuras en la ciudad… esos eran edificios donde la gente vivía y trabajaba. Las estructuras, sin embargo… estaban tan cerca unas de otras, eran tan altas y estaban tan pobladas que apenas había espacio suficiente para que los VAT pasaran entre ellas. El pavimento sobre el que iban… eso era un camino. Adelante reconoció un edificio similar a las imágenes del disco de orientación de la Estación Terpsichore antes de que el planeta se volviera extraño. Pero esta ciudad tenía otras estructuras construidas alrededor y arriba de la vieja estación, de tal forma que la base del edificio más alto era el centro de la ciudad, el que había llevado a Brendol a pensar tanto en él.
—¿Quién vive allí? —preguntó él, con los brazos cruzados—. ¿Su dios o su rey?
Como respuesta, su captora le apuntó con un bláster y gruñó.
—No hables más del Arratu.
—Suena a que ambos —murmuró Brendol, a un volumen apenas audible.
La mujer le clavó la mirada, pero no disparó, aunque tenía el aspecto de desearlo mucho.
Otra cosa curiosa que observó Siv mientras pasaban lentamente entre las multitudes fue la proliferación de plantas y zonas verdes. Estaban arriba de cada techo, colgaban de cada ventana y cubrían cada pared en vasijas de colores. Las enredaderas serpenteaban por los caminos, sin hojas donde los transeúntes las habían arrancado, pero brotaban de nuevo mientras se adentraban en los lados de los edificios y trepaban para acercarse al sol. Había criaturas en las plantas que Siv no distinguía, cosas voladoras que no eran parecidas a las aves marinas ni a los bichos en el Scyre. Pequeñas y delicadas como gemas, zumbaban por aquí y por allá, se sumergían entre las plantas y se golpeaban entre sí con un sonido agradable antes de seguir adelante.
—¿Qué son? —preguntó mientras pasaban cerca de una planta cubierta con retoños, cada una de ellas rodeada por las criaturas brillantes como joyas.
—Squeeps —dijo la mujer con una breve sonrisa antes de endurecer su expresión y regresar al silencio.
—¿Por qué la gente que se está muriendo de hambre no se los come? —preguntó Brendol.
La mujer apuntó de nuevo su bláster a Brendol y movió la cabeza de un lado a otro.
—¿No sabes decir más que blasfemias?
Las cejas de Brendol se elevaron, pero alejó la vista inteligentemente y no perseveró en esa conversación.
El cielo estaba casi negro ahora y el viento hacía volar la arena a los ojos de Siv debajo de su máscara. El aire se sentía eléctrico e incontrolable y las calles estaban vacías. Por último, los VAT llegaron al edificio similar a la estación de la Corporación Minera Con Star, aunque no se parecía en nada a las imágenes que Siv había visto en la pantalla de la Estación Terpsichore. Esta estructura estaba pintada con pigmentos brillantes y cubierta de enredaderas. Las puertas deslizantes estaban abiertas, mostraban un enorme pasillo blanco que hizo que la piel de Siv se erizara. Naturalmente, condujeron directo a él. Una vez en el interior, el conductor estacionó el VAT en una fila larga con otros vehículos igualmente decorados para tener un aspecto peligroso. Siv reconoció un salón muy parecido a aquel en que encontraron las motos speeders. Un hangar. Cada uno de los VAT estaba fijado a la pared, y había un zumbido suave de maquinaria. A pesar de su mal humor, Brendol echó una mirada aguda a su alrededor mientras lo metían al salón. Siv deseó tener alguna idea de lo que estaba pensando. Seguramente estaba elaborando un plan. Entre los scyres, los planes no habían sido algo que se mantuviera en secreto entre los guerreros. Si una sola persona no sabía qué hacer en caso de emergencia, las cosas tendían a salir mal. Pero Brendol era astuto y extraño, y una vez más ella recordó que él tenía algo que no le sentaba bien a ella.
—Llegaron a duras penas —se jactó el líder, golpeando el botón que cerró la puerta del pasadizo. El aullido del viento de la tormenta se detuvo y la sala quedó sumida en un silencio antinatural.
—Fuera —dijo su captora, con el bláster apuntado a Brendol, como si ni siquiera considerara que Siv fuera una amenaza.
Brendol bajó de un salto, seguido primero por su captora y luego por Siv. No importaba hacia dónde se moviera, los blásters le apuntaban a la cara. Después de tanto tiempo en arena caliente, cambiante, era extraño estar sobre un piso frío y duro, y ella vaciló por un momento, tratando de recuperar su equilibrio.
—Caminen —dijo la mujer, empujando a Siv por la espalda con el bláster. Esa, también, era una nueva experiencia. A pesar de haber crecido con una buena cantidad de viejos blásters rotos en la Nautilus, Siv no estaba acostumbrada a pensar en las máquinas pequeñas, redondeadas, de aspecto inofensivo como una amenaza real. Sin embargo, cuando la mujer la empujó de nuevo, ella se movió en la dirección indicada.
Brendol ya iba caminando, moviendo la cabeza de un lado a otro, de arriba abajo. Pronto se les unieron los otros. Siv sintió un profundo alivio por estar cerca, una vez más, de Torben, Gosta y Phasma. Los stormtroopers caminaron un paso detrás de Brendol, cargando a la pobre Elli entre ellos. Siv no podía saber si la mujer respiraba o no; colgaba entre sus compañeros troopers, tiesa e inconsciente. Gosta estaba despierta pero aún en los brazos de Torben, y Phasma, evidentemente, seguía mareada por los choques eléctricos y tenía problemas para caminar en línea recta. Cuando el brazo de Torben tocó el suyo, Siv sonrió ligeramente, pero sabía dónde la necesitaban, así que rebotó contra él con energía y se acercó deprisa para ayudar a Phasma.
Ahora bien, los scyres eran personas que disfrutaban el contacto físico y la comodidad que proporcionaba, tomando en cuenta que enfrentaban una vida fría, impredecible y cruel. Pero Phasma siempre se había mantenido aparte. Siv confiaba en Phasma con su vida y sabía que ella era la estratega más talentosa y la peleadora más feroz del planeta, pero eso no significaba que Siv sólo iba a acercarse y a pasar un brazo alrededor de la peleadora tambaleante. Aun entonces, había un aura alrededor de Phasma, como la advertencia no dicha de un animal para que mantuviera su distancia.
—¿Qué necesitas? —preguntó ella, caminando al lado de Phasma y estirando un brazo para mostrarle que estaba disponible para que ella se apoyara en él.
—Mi casco y mi visión —dijo bruscamente Phasma—. Veo todo borroso. Y mis dedos están… quemados. Adormecidos.
Pero no tomó el brazo de Siv, así que ella regresó el brazo a su costado y sólo caminó un poco más cerca de su líder de lo que normalmente lo haría, lista para atraparla si se caía.
—Sin hablar —dijo uno de los captores, agitando una de las varas eléctricas. Tenía aspecto iracundo, de modo que Siv dejó de hablar.
En cuanto dejaron el hangar y entraron en el pasillo, la estación se volvió extrañamente similar a la Estación Terpsichore, con las mismas paredes y pisos blancos y lisos, y con la iluminación azulosa. Sin embargo, Siv no vio droides y sí notó algunos cambios en el diseño. Ventanas anchas abiertas que daban a máquinas que trabajaban con dedicación y, aunque avanzaban con rapidez, Siv vio que muchas parecían elaborar o manipular las telas brillantes que todos vestían en la ciudad.
Se dio cuenta de que seguían una línea verde en la pared, de modo que no se sorprendió cuando la siguiente puerta que abrió un captor conducía a las barracas. La sala era muy similar a la de la Estación Terpsichore, pero tenía dos veces más camas y estaba ocupada al menos por treinta personas. La mayoría era delgada, al borde de la consunción. Siv pensó que ese no era un buen augurio.
—Manos adelante —dijo el líder.
Uno por uno, abrió las esposas y empujó a los prisioneros en la sala, mientras el hombre con la cara de desprecio y el bastón eléctrico bloqueaba la salida.
—¿Qué hay de Gosta y Elli? —preguntó Siv, en cuanto quedó libre. El líder se encogió de hombros, de modo que ella agregó—. ¿Las mujeres heridas?
Él volvió a encogerse de hombros.
—No es mi problema. Mejorarán o no, como lo desee el Arratu.
—Pero ¿qué hacemos? —preguntó Brendol cuando el líder se dio vuelta para irse.
—Hagan lo único que pueden hacer —dijo el hombre, con los ojos destellando—. Esperar a que los dioses brillen sobre ustedes y tener la esperanza de que no mueran.
Sus captores se fueron, riendo. Los scyres y los hombres de la Primera Orden se quedaron para enfrentar a un cuarto lleno de extraños; ninguno de ellos parecía amigable.
—Carne fresca —murmuró alguien.
A pesar de su herida y del hecho de que le habían quitado sus armas y su casco, la postura de Phasma cambió, adoptando sutilmente una posición de pelea.
—No es para ustedes —gruñó.
Y entonces se fueron contra ella.