
CUATRO
EN PARNASSOS, DOCE AÑOS ANTES
LA HISTORIA EMPIEZA CON UNA ADOLESCENTE LLAMADA SIV. Era parte de una banda de unas cincuenta personas con cierto parentesco que vivían en un territorio de Parnassos al que llamaban el Scyre. Aunque los habitantes del Scyre sabían que la vida había sido abundante y la tecnología próspera en su planeta, también sabían que este sufrió algún gran cataclismo que los había dejado con un medio cada vez más inhabitable. El Scyre estaba rodeado por un mar que invadía todo con rapidez, por un lado, y una tierra deshabitada y desconocida, de pináculos de piedra dentada, por el otro. Para Siv y su gente, el único terreno estaba conformado por rocas, y la comida y el agua siempre eran escasos. Comían vegetales marinos secos y carne, criaturas saladas de estanques formados por la marea, cosas muertas arrastradas contra las rocas o, en ocasiones, las aves chillonas que ocultaban inteligentemente sus polluelos y huevos. Cada tanto, algún resto de la civilización era arrastrado contra los acantilados negros y agujerados: un viejo datapad o un poco de malla de reciclado que atesoraban. Pero habían perdido el lenguaje escrito, por eso, todo lo que hacían era guardar lo que podían y esperar que algún día encontraran la paz y la comodidad que sus ancestros habían conocido.
Siv dijo que su mayor bendición era una antigua cueva: la Nautilus, que alguna vez había sido seca y segura, pero que ahora era inundada por el mar la mayor parte del tiempo. Una vez cada pocos días, la marea se alejaba y los scyres podían encontrar protección en la caverna, descansando, realizando rituales y cuidando su acumulada colección de tecnología rota, armas y restos humanos cuidadosamente dispuestos en túneles ocultos. La Nautilus era la razón por la que los scyres defendían tan fieramente su territorio, a pesar de que el mar cruel y las bandas vecinas invadían su hogar. En un mundo peligroso, la Nautilus los hacía sentir seguros. Hasta que una noche sucedió algo terrible.
Empezó con un grito; Siv se despertó agitada, lista para pelear. Ella era joven entonces, tenía alrededor de dieciséis años y ya la consideraban una guerrera mortífera. Se levantó de un salto con una espada en la mano, mientras sus ojos se ajustaban a la oscuridad y recorría la cueva con la vista en busca de amenazas. Toda su banda estaba durmiendo pacíficamente sobre tapetes de paja alrededor de una fogata en el centro de la cueva, justo debajo de un agujero en el techo que daba al exterior del acantilado. Siv era una persona joven y sana; por ello, el lugar donde dormía estaba lejos de la luz y del calor del fuego, pero localizó fácilmente la fuente del grito.
Su líder, Egil, estaba tirado lo más cerca posible del fuego, jadeando para respirar. Un hombre más joven, Porr, estaba de pie sobre el guerrero encanecido. La espada de Porr chorreaba sangre y sus amigos bien armados permanecían junto a él, sonriendo de manera amenazante.
—Egil está muerto —gritó Porr, levantando su espada, una cosa burda hecha con una sierra oxidada—. Era demasiado viejo para gobernar y cada día se volvía más lento. Ahora yo los guiaré. Siv, trae los detraxores y extrae su esencia para que aun muerto proteja a nuestra gente.
Siv bajó la vista a la bolsa que siempre llevaba consigo antes de mirar alrededor para ver la reacción del resto de la banda por el cambio del poder. De inmediato comprendió la situación, vio que sus amigos se estaban poniendo en posición y supo que debía ganar tiempo.
—Egil no está muerto. Sólo usaré los detraxores cuando no quede esperanza. Tú lo sabes.
—Estará muerto dentro de poco. Ven aquí y prepáralos. O, mejor aún, enséñame a usarlos. Como nuevo líder, me encargaré del ritual.
Ante eso, Siv levantó su segunda arma y se agachó. No era una mujer grande, pero la conocían por ser una peleadora buena y rápida con sus dos guadañas hechas de implementos agrícolas viejos y afilados. La plata bien conservada brilló bajo la leve luz de la hoguera, ella mostró sus dientes.
—El uso de los detraxores es un ritual sagrado que me pasó mi madre, como yo se lo pasaré algún día a mi hija —le dijo a Porr—. No puedes usar simplemente las máquinas en un cuerpo y seguir adelante. Debes cuidarlos, aceitarlos y ofrecer las plegarias apropiadas mientras retiras la esencia y elaboras el bálsamo de oráculo. Sin los detraxores, sin el bálsamo para proteger nuestra piel y sanar nuestras heridas, toda nuestra banda morirá. Un buen líder comprende esas cosas.
Porr se burló y dio un paso hacia ella. Siempre había sido un abusivo, y Siv moriría antes de darle los detraxores a él. Por fortuna, ella no tuvo que elegir. El plan que había visto empezaba a rendir frutos; un joven llamado Keldo levantó la voz entre la multitud.
—Porr, así no es como hacemos las cosas. Matar al líder está prohibido, a menos que ambas partes estén de acuerdo en combatir.
Todos se dieron vuelta para ver a quien hablaba. La mayoría de la banda se puso de pie, pero Keldo permaneció en el suelo. De niño, había perdido la parte inferior de una de sus piernas, y aunque era lo bastante fuerte para sobrevivir en el Scyre, ahora lo conocían por sus consejos sabios y sus ideas inteligentes.
Porr se rio burlonamente.
—Oh, ¿tú vas a detenerme?
En el silencio que siguió, una fuerte voz llenó la Nautilus. Pero no era la de Keldo.
—Yo te detendré.
Una figura alta, con todos los ornamentos de batalla, se paró frente al usurpador asesino.
Era la hermana de Keldo, Phasma.
De más de dos metros de altura, Phasma atrajo la atención de todos. Llevaba su máscara de guerra, un objeto aterrador de color rojo oxidado hecho con piel endurecida de foca, pintado con rayas negras y rodeado por plumas y piel obtenidas en saqueos. Los agujeros para los ojos estaban cubiertos por una fina malla salvada de un naufragio, lo que hacía que Phasma pareciera más un monstruo de pesadilla que un ser humano. Garras para trepar sobresalían de sus guantes y botas para ayudarla a navegar entre las rocas y los pináculos del exterior o combatir contra cualquier banda rival. Y ahora encaraba a Porr fuertemente cubierta por pieles, máscara y botas con clavos, mientras que él sólo llevaba su ropa de dormir. Él había planeado la incursión para el momento en que Phasma estuviera fuera, en su guardia, pero había hecho un mal cálculo fatal. Junto a ella, Porr parecía pequeño y débil.
—No te metas en esto, Phasma. Tu hermano no vale nada para el grupo y lo sabes. Ahora que yo soy el líder, tú serás mi segunda al mando, pero antes debes someterte ante mí.
Phasma sacudió la cabeza.
—Nunca me mandarás a mí.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, un círculo de guerreros se adelantó para unirse a ella. Aun en sus ropas de dormir, tenían una ventaja letal. Estos jóvenes peleadores eran leales a Phasma y estaban listos para hacer justicia en cuanto ella lo ordenara.
Siv estaba entre ellos; ella empujó primero la bolsa de los detraxores hacia Keldo, con una sonrisa de agradecimiento, sabiendo que él mantendría seguro el equipo vital. Mientras ella tomaba su posición, la luz de la hoguera destelló en su piel oscura, y ella se sentía feliz de haber atado sus largas rastas con una pieza de cuero para que pudiera pelear con mayor agilidad.
Quien estaba más cerca de Siv era Torben, un hombre grande con melena y barba espesas de color castaño, piel tostada y ojos verde claro. Era bondadoso y sonreía aun con su mazo con clavos y la enorme hacha en su mano; era el hombre más alto y ancho entre los scyres y siempre estaba listo para una pelea. El mejor amigo de Torben, Carr, estaba junto a él: un hombre larguirucho e ingenioso con piel dorada, pelo desteñido por el sol y pecas. Carr tenía la mejor puntería cuando lanzaba sablazos y siempre tenía preparada una broma, pero por ahora estaba serio y mantenía dos cuchillos por la punta; con los ojos exploraba el lugar en busca de alguien que pudiera hacer frente a Phasma. Al otro lado de Siv estaba Gosta, una chica ágil y rápida que podía salir disparada para sacar las entrañas a un enemigo y huir bailando fuera de rango antes de que la víctima empezara a caer. Rechoncha pero toda músculos, con piel medio morena y pelo negro rizado, era sólo unos años más joven que Phasma y la miraba como si fuera una diosa renacida.
—Me muero de ganas de clavarles un cuchillo a los compinches de Porr —murmuró Gosta.
Ella era la única chica de su edad, apenas acababa de convertirse en mujer, y Siv había notado que Porr y sus amigos la miraban de una manera que Egil hubiera desaprobado. A pesar de que Siv odiaba a Porr, sabía que una cosa era cierta: Egil era demasiado viejo y débil para gobernar. Aunque no merecía terminar así, desangrándose en el suelo de la Nautilus, manchando el piso gastado con más sangre. Pocas personas vivían más de treinta y cinco años en el Scyre, y Egil tenía más de cuarenta. Se estaba volviendo lento. Todos lo sabían.
Quienes estaban indefensos entre los scyres se retiraron para pegarse contra las paredes de la cueva. Eso era parte de la vida en el Scyre: si no podías pelear, rápidamente encontrabas una manera de contribuir al grupo recogiendo comida, agua o ropa, y te apartabas de las peleas o morías donde te quedabas. Porr y Phasma se movieron en círculo alrededor del otro, mientras sus guerreros los rodeaban, con las armas listas. Porr lanzó el primer golpe, atacando a Phasma con su larga espada, mientras sostenía una daga en la otra mano. Ella era más alta y estaba vestida para pelear, pero Porr era mayor, más musculoso y estaba más desesperado.
Phasma rechazó la cuchillada con su lanza, una cosa áspera hecha totalmente de metal con una cuchilla en la punta. Siv tenía un ojo en la pelea y otro en los secuaces de Porr, que no eran tan rudos ni estaban tan bien entrenados como su líder. Phasma adiestraba personalmente a sus guerreros, les servía de sparring todos los días y los desafiaba para que aprendieran el uso de cada arma y se mantuvieran siempre en actitud vigilante. No la seguían porque se los pidiera, sino porque ella tenía su propia fuerza de atracción, una grandeza y un valor que hablaban a sus corazones. Pero Porr exigía atención y adulación de sus seguidores, y por eso se echaron atrás, esperando una señal de Porr, en lugar de meterse en la pelea y voltear la marea a su favor.
Porr era rápido con sus espadas. Luego de una cuchillada desde la derecha, lanzaba un revés de la izquierda. Pero Phasma conocía sus movimientos, porque había entrenado con él por años bajo la vigilancia de Egil. Todos los ojos en la Nautilus miraban a Porr y Phasma cortando, tirando cuchilladas, desviando golpes y gruñendo. La vida era difícil en Parnassos. La mayoría de las peleas consistían en incursiones de bandas rivales. En esas ocasiones, hasta quienes no podían pelear tenían que empuñar las armas y defender la tierra. Era raro ver a dos guerreros luchar, sobre todo cuando no era algo de vida o muerte para la banda. Siv recordaba que parecía hermoso mirar la facilidad con que Phasma rechazaba los ataques de Porr. Pronto, Siv se dio cuenta de que, a pesar de que Phasma lo hubiera destruido fácilmente, la guerrera se estaba conteniendo. Y entonces vio por qué.
Porr gritó y cayó al suelo, pero no fue la espada de Phasma la que lo golpeó. Fue la de Keldo. Mientras todos miraban la cara de Porr, la máscara de Phasma y las armas destellantes en sus manos, Keldo se había arrastrado por el piso con su propio cuchillo y había rebanado los tendones de los tobillos de Porr, dejándolo cojo permanentemente.
Cuando Porr comprendió lo que había pasado, Keldo ya se había retirado fuera de su alcance y Phasma le apuntaba a la garganta.
—Has roto la más grande de nuestras leyes —dijo Keldo—. No levantamos un arma contra nuestra propia gente, y ahora recibirás un castigo. Servirás a los scyres con tus manos y tu mente, como yo, o contribuirás con tu esencia a la protección de la gente. ¿Qué escoges?
Porr estaba jadeando ahora, con los ojos muy abiertos y redondos mientras trataba de ponerse de pie sin lograrlo.
—¡Defiéndanme! —gritó a sus guerreros—. ¡No los dejen ganar!
Pero los compinches de Porr terminaron atrapados por las espadas de los guerreros de Phasma, y no hicieron nada por ayudar al que había sido su amigo.
—Oíste a Keldo —dijo Phasma—. Elige.
—No puedes acabar conmigo —balbuceó Porr, y los guerreros de Phasma se rieron; el áspero sonido rebotó en las paredes de la cueva.
—Oh, sí puede hacerlo, amigo —dijo Carr—. Ninguna de tus opciones te van a gustar.
—Ayudaré —dijo Porr—. Sólo…, por favor, no me mates. Trae al sanador. Puede arreglarse.
Keldo movió la cabeza de un lado al otro, denotando tristeza. Era el único en el suelo con Porr, pero su fuerza, confianza y dignidad irradiaban, mientras que Porr se estremecía, sangraba y sollozaba. Keldo era sólo un año mayor que Phasma, pero Siv había sabido desde mucho tiempo antes que sería un gran líder.
—Aceptamos tu rendición, pero sabes que esas heridas nunca sanan —dijo Keldo—. Phasma y yo gobernaremos ahora. Tú debes encontrar tu propia manera de contribuir. Cualquier otra persona que desee desafiarnos puede dar un paso al frente. Lo trataremos de la misma manera que a Porr: con justicia y de acuerdo con la ley.
Una vez neutralizada la amenaza de Porr, Phasma se dio vuelta para encarar a los habitantes del Scyre, que se arremolinaban contra las paredes de la cueva. Aun a través de su máscara, fue como si ella viera a cada persona a los ojos, mientras sostenía su lanza agresivamente hacia el frente.
—Entonces ahora somos el Scyre —dijo Keldo.
—¡Scyre, Scyre, Scyre! —cantó la gente, empezando con un susurro y subiendo de volumen hasta convertirse en un trueno.
La atención de Phasma se desplazó hacia sus guerreros y asintió en dirección a ellos, lo que significaba que estaba complacida con su desempeño.
—Siv, los detraxores —murmuró ella.
Siv buscó su bolsa en donde Keldo la había escondido y se acercó de prisa al cuerpo de Egil. Aun muerto, cada persona hacía una contribución.
—Gracias por servirnos, Egil —dijo ella—. Tu hoy protege el mañana de mi gente. Cuerpo al cuerpo, polvo al polvo.
Una vez dicha la plegaria, ella retiró la máquina de su bolsa. El bulbo, los tubos y el sifón con forma de aguja ya estaban equipados con una nueva piel curtida, lista para recolectar los nutrientes del cuerpo de Egil, sin los cuales los scyres se volverían enfermos y débiles. Siv usaba esta esencia para crear una sustancia aceitosa llamada bálsamo de oráculo, que tenía muchos usos. El más importante era que cuando se aplicaba a la piel, servía como protección de la lluvia, el sol y muchas enfermedades. Una formulación diferente creaba un linimento que ayudaba a sanar heridas. Para Siv, este proceso no era rudo, cruel ni extraño; era la cosa más cercana que tenía a una religión, y un día le llegaría su propio turno de contribuir. Egil se había ido ahora, el líder encanecido al que ella alguna vez había admirado se había apagado en algún momento durante la pelea.
Cuando el detraxor terminó de hacer su trabajo, ella se puso de pie con cuidado y llevó la piel llena adonde estaba parada Phasma, sosteniendo a su hermano por un brazo para que se mantuviera de pie. Siv le dio la piel curtida a Keldo con una ligera reverencia. Él la levantó.
—¡Por el Scyre! —gritó Keldo mientras levantaba la piel.
La gente vitoreó. El Scyre tenía nuevos líderes. Aunque eran jóvenes, también eran fuertes.
Pero todavía no entendían por completo a Phasma. Aún no.