
DIECISÉIS
EN PARNASSOS, DIEZ AÑOS ANTES
MIENTRAS SIV Y GOSTA RECLAMABAN LA MAYOR CANTIDAD posible de nutrientes de los caídos, Phasma dirigió al resto de la partida para cosechar la carne de los lagartos y agregar a sus propios trajes las capas ligeras de ropa que los atacantes habían vestido.
—Si nos parecemos más a ellos, tal vez no nos atacarán tan rápido la próxima vez —explicó, deslizando sus brazos entre las finas túnicas grises, del color de la arena.
Su siguiente objetivo fueron los troopers, quienes cubrieron sus armaduras con tela para no destacar contra el áspero paisaje. Brendol Hux era una figura extraña, con sus ropas negras y finas ocultas bajo largas túnicas y atadas con una faja alrededor de su estómago abultado, una característica que ninguno de los guerreros scyres había visto alguna vez en otro ser humano. En el Scyre, las costillas eran evidentes y los estómagos convexos.
Mientras dejaban los cuerpos en la pura piel, encontraron una caja de madera labrada que colgaba del cuello de cada uno de sus atacantes. Phasma abrió una y todos se quedaron sorprendidos al ver otro escarabajo como el que había picado a Carr.
—¿Qué es eso? —preguntó Gosta.
—Un arma —supuso Phasma, cerrando la caja de golpe—. El escarabajo pica a alguien y cualquier cosa que inyecte en el cuerpo destruye silenciosamente la carne y los órganos. Una manera fácil y elegante de matar a enemigos poco suspicaces.
—Inteligente —reflexionó Brendol.
—Peligroso.
Phasma arrojó la caja cerrada a la duna, donde rebotó hacia la oscuridad. Como Torben no tenía nada con qué contribuir a la cosecha, pisoteaba escarabajos, mientras vigilaba que no hubiera más asaltantes. Cada vez que una gota de sangre de un muerto caía a la arena, uno o más de los escarabajos salían para apiñarse sobre ella. Torben los pulverizaba con su mazo o los aplastaba con sus grandes botas, dejando cascarones dorados y brillantes cubiertos de un líquido pegajoso y negro que atraía a un número mayor de escarabajos. Mientras el tiempo pasaba y los detraxores hacían su brutal trabajo, los escarabajos parecían llegar arrastrándose desde muy lejos, formando largas franjas de oro a través de la arena. Los troopers se unieron a Torben para aplastarlos. Mientras cortaban tiras de carne disecada del último de los lagartos, había tantos escarabajos que aplastarlos no era suficiente.
Brendol se sacudió uno de su ropa con un golpe.
—Es hora de irnos —anunció con severidad.
Siv se dio cuenta de que Phasma asintió sin protestar.
No hubo dudas sobre la opción de seguir las huellas de los trineos, que el viento había ocultado rápidamente. No tenían tiempo para descubrir de dónde venían sus atacantes. Esta era una misión de rescate con el único propósito de llevar a Brendol Hux a su nave, no una incursión o ni siquiera una partida de exploración. Los guerreros, tan inquisitivos acerca de esta nueva parte del mundo, no podían darse el lujo de la curiosidad y tendrían que esperar que el ataque hubiera sido pura coincidencia. Phasma exploró el desierto con sus quadnocs, siguiendo las huellas de trineo sobre una duna, hacia la derecha. Siv la conocía demasiado bien y sabía que estaba marcando el lugar en su mente, agregándolo a su mapa mental impecable de la topografía del planeta.
Cargando la mochila de Carr y las bolsas de los asaltantes en dos de los trineos, el grupo partió del otro lado de la duna y siguió adelante, hacia la nave caída. La voluta de humo blanco había desaparecido mucho tiempo antes, pero Phasma y Brendol estaban de acuerdo en que avanzaban en la dirección en que se había estrellado la nave. Torben jalaba ambos trineos mientras Siv y Gosta llevaban al hombro los paquetes que contenían los detraxores limpios y preparados, además de sus odres. Con todo y que nadie recibía con beneplácito un ataque, su rápida defensa y sus habilidades de combate les habían conseguido el agua y los nutrientes que tanto necesitaban para su viaje. En general, lo consideraron un buen augurio. Aunque mantenían cautela, todos se sintieron confiados de que, si aparecían más skimmers, estarían preparados para enfrentar el desafío.
Siv miró sobre su hombro los cuerpos en la duna: la arena ya se estaba desplazando para cubrir lo que quedaba de su piel y sus huesos. Lagartos y seres humanos por igual pronto serían montones y luego sólo arena suave. Ella estaba contenta de no poder ver en el valle los restos de su amigo. Sin embargo, no dejaba de preguntarse cuántas cosas muertas reposaban bajo las brillantes dunas grises.
Pobre Carr. En todos sus veinte años de vida, Siv nunca había visto a un miembro de los scyres morir de una manera tan extraña y desconcertante. Aun quienes se perdían en el mar alimentaban a las criaturas marinas, y su muerte se consideraba valiente y natural. Pero, aquí, en estas arenas extrañas e interminables, los huesos de Carr no encontrarían su hogar en las ocultas cuevas de la Nautilus. Sus restos serían cubiertos lentamente bajo la arena y olvidados para siempre, rodeados por enemigos y vacío. Era un lugar solitario. Alrededor de las fogatas, se extrañaría su buen humor y su risa cálida.
Sin embargo, la vida entre los scyres era difícil y corta, y Siv había visto morir a muchos amigos. Se consideraba una debilidad guardar luto por mucho tiempo, así que volteó la cara hacia el sol ardiente y siguió a Phasma a su destino.
—
Durante el resto de esa tarde, no vieron más que arena y dunas. Subían penosamente cada duna, jalando sus trineos, cargando sus mochilas y sorbiendo con cuidado las cantidades más pequeñas de líquido. En la cresta de la duna, no podían evitarlo, se detenían, exploraban el área que quedaba al frente en busca de algo, cualquier cosa, que no fuera arena. Una y otra vez quedaron decepcionados. Todo lo que veían eran dunas grises e interminables que se elevaban en olas interminables contra un cielo también interminable de azul derretido. Detrás de ellos, nubes grises se agolpaban en la lejanía, oscureciendo el horizonte y el lugar de donde venían. El Scyre parecía condenado a morar bajo una cortina opresiva y la amenaza del trueno. En cambio, aquí, a sólo unos días de distancia, ni una sola nube manchaba el cielo; no había nada que ofreciera sombra o la esperanza de agua. El aire formaba olas sobre la arena, el calor húmedo rebotaba para quemar los ojos de Siv. La propia tierra los llevaba hacia delante, impulsándolos hacia la promesa de la nave de Brendol, la paz imaginada y la frialdad del espacio.
Esa noche, Phasma se detuvo en la cima de una duna y estiró su mano. Era la señal universal para que se acercaran con cuidado. Siv se dio vuelta para buscar la mirada de Torben, él pasó las cuerdas de ambos trineos a su mano izquierda y levantó su mazo.
Más adelante, Phasma sacó sus quadnocs, miró a través de ellos brevemente y se los pasó a Brendol, quien también se quedó viendo por un tiempo.
—¿Qué piensas de eso? —preguntó él.
Phasma negó con la cabeza.
—Este no es nuestro territorio. No sabemos nada de este lugar. ¿No has visto algo como eso en tus viajes?
El regaño en el tono de ella debió de escapársele a él. Negó con la cabeza y frunció su corto ceño.
—Ni siquiera podría decir qué es. Animal o mineral, lo descubriremos. Está directamente en nuestro camino.
Phasma miró a su gente.
—Saquen sus armas. Estén preparados.
—¿De qué se trata? —preguntó Gosta, llegando a la cresta de la duna, al lado de Phasma.
—No lo sabemos —fue todo lo que dijo Phasma.
Phasma y Brendol avanzaron al frente, con los troopers y Gosta detrás de ellos. Siv y Torben venían al final, con las armas desenvainadas. Cuando llegaron a la cima de la duna, Siv sentía la comezón de la curiosidad. ¿Qué podría tener inseguros a Phasma y Brendol? Lo que vio más allá no le dio una respuesta.
La arena se extendía en un plano por mucho tiempo, sin dunas, por lo que representaría varias horas de caminata. En medio de esa infinita planicie había un gran montículo negro. Desde esta distancia, y con el aire ondulante, caliente y lleno de azotadora arena gris, era realmente imposible adivinar lo que podría ser, qué tamaño tenía o si estaba vivo.
La forma era negra, con chispas de sol reflejado por aquí y por allá. Eso sugería que era metálico o que algo se estaba desplazando. Estaba cubierto por bultos y parecía grande (más grande que una persona, más grande que la Nautilus). La arena de alrededor era del mismo gris que se había vuelto su mundo entero, y no había nada que marcara una diferencia en la topografía: sin vegetación ni rocas o metal. Sólo la mancha pesada, cambiante, oscura en medio de la nada.
Ahora bien, hay que tomar en cuenta que Siv y los otros guerreros scyres nunca habían visto nada vivo sobre la tierra que fuera más grande que un ser humano. Habían visto bocas en el océano, pero no los cuerpos gigantes a los que debían estar unidas. Habían visto partes y fragmentos de bestias enormes arrojadas y golpeadas contra las rocas, pero en realidad ninguno de ellos podía nombrar o describir a los monstruos cuyas pieles se habían vuelto sus propias capas y botas. En su mundo no había mamíferos más grandes que las pocas cabras pequeñas que quedaban, y aun los lagartos que habían jalado los trineos habían sido una revelación para ellos. Nunca habían visto un edificio o una máquina que no se hubiera relegado a partes y hojas. Así que ¿cómo podrían saber qué era lo que estaban mirando? En cuanto a Brendol, tal vez él tenía alguna idea, pero nadie podía saber siquiera lo que estaba pensando, y ciertamente no ofrecía pistas.
—Vamos a rodearlo. Mantengan listas sus armas —dijo Phasma.
No era necesario que lo dijera. Sus guerreros estaban bien entrenados. Ella se había asegurado de eso.
—¿Te sientes bien? —preguntó Torben. Siv se le quedó viendo.
—Por supuesto. No dudes de mí.
Bajaron arrastrándose por la duna, hacia el enorme valle plano. Todos estaban ansiosos, con las armas en la mano, buscando señales de vida, más lagartos y atacantes, o que la cosa enorme y voluminosa hiciera algo más que quedarse allí, arrojando una igualmente grande y voluminosa sombra a la arena. Sin embargo, no actuaba como un animal: no se agitaba, resoplaba ni parpadeaba con ojos grandes y amarillos a los invasores. Había algo incómodamente extraño en eso, en la manera en que parecía ignorarlos o ni siquiera notar que estaban allí. Se acercaron con calma, luego empezaron a rodearlo, y Siv palideció y puso los ojos en blanco cuando me lo contó.
No se necesitan muchas palabras para narrarlo, pero el viaje real tomó varias horas. Horas acercándose a la cosa, horas rodeándola, horas dejándola atrás. Todo el tiempo no hizo más que estremecerse, sin que pudieran discernir la razón.
Recuerdo esta parte de la historia porque, a pesar de toda la violencia que describió en el tiempo que pasamos juntas, Siv parecía más obsesionada cuando relataba esa parte.
Después de que rodearon la cosa, Brendol se detuvo. Todos los demás se detuvieron y se quedaron viéndolo; nadie se sentía seguro. Estaban a cielo abierto, cerca de algo desconcertante que no podían explicar. Cada nervio de sus cuerpos bien afinados les indicaba que se alejaran de ese infierno. Pero Brendol se detuvo, porque así era él, ¿o no? Brendol era curioso, y necesitaba respuestas.
—Dame tu bláster —dijo al trooper más cercano.
Una vez que tuvo el bláster, apuntó y disparó al pesado montón negro.
Explotó. La piel negra que vieron desplazarse y temblar era una enorme parvada de pájaros, murciélagos o una mezcla de ambos. Eran negros, pequeños, rápidos y ágiles. Se alejaron en una nube que se movió como un solo ente, lanzando chillidos mortales. Los destellos debajo de la cosa negra resultaron ser más escarabajos dorados. Cuando estos también se apartaron, se reveló la verdadera forma de la cosa llena de bultos. Era un monstruo, una cosa muerta que era devorada por los carroñeros. Parecido a los lagartos que habían visto antes, pero de mayor tamaño y con grandes crestas y espinas a sus costados. No quedaba mucho de él, sólo mantos de la piel colgando de huesos rígidos y un agujero café agitándose a un lado.
—No necesitamos tanto el agua —decidió Phasma.
—No con tantos escarabajos —estuvo de acuerdo Brendol.
—Esperen, ¿qué es eso? —preguntó Gosta.
Las entrañas de la bestia muerta se ondularon, y dos luces rojas y brillantes aparecieron en el agujero de su piel. Surgió un gruñido y una bestia se escabulló fuera de la carcasa, una cosa de aspecto húmedo, como un lobo-jabalí sin pelo, con su piel del mismo color gris de la arena. Acechaba sobre largas patas que se doblaban hacia atrás y estaba cubierto de verrugas y granos, todo salpicado con manchas de sangre roja oxidada de su festín. Sus ojos rojos estaban clavados en el grupo. Se encogió brevemente antes de precipitarse directamente hacia ellos. Aparecieron dos más de estas criaturas y lo siguieron, formando una V al atacar.
Fiel a las costumbres, Phasma sacó su espada y su daga y corrió hacia la primera bestia, lanzando su grito de guerra. Gosta le pisaba los talones y Siv y Torben las siguieron. A Siv le dolían los músculos de la pierna por el esfuerzo de subir y bajar por la arena, pero se soltaron ante la carrera en plano. Giró ligeramente a la derecha mientras Gosta lo hacía a la izquierda, cada una de ellas balanceándose hacia una de las criaturas sucias y relucientes. Hubo un choque de carne y metal, pero Siv se concentró con todo su ser en el lobo-cosa. Su trabajo era matarlo antes de que hiriera a alguien más. Los scyres sabían que cualquier herida podría volverse tóxica, pero la tradición decía que las mordidas y los rasguños de los animales tenían más probabilidades de matar.
A diferencia del lagarto, el lobo de piel, como después lo llamaron, no cayó al primer tajo. Su piel era gruesa y rugosa. El vuelo de la espada hizo un corte que pareció cerrarse de nuevo, sin siquiera hundirse en la carne de la cosa. Fue tras el brazo de ella, quien se echó hacia atrás y tiró un tajo a sus tobillos delgados, con la esperanza de hacer un corte a través de piel delgada, hasta el tendón o el hueso. Su guadaña golpeó y resbaló, causando apenas algún daño. La criatura atrapó el dobladillo de su túnica y la agitó, haciendo caer a Siv de espaldas. Ella lo empujó hacia arriba con su hoja curva, pero no perforó el cuello arrugado del lobo. Tuvo que soltar sus guadañas para apartar la masa de la bestia, que buscaba la cara de ella.
¡Piu!
Un rayo rojo y ardiente pasó junto a su muñeca y golpeó a la bestia, que aulló y retrocedió, lanzando un zarpazo hacia lo que quedaba de su nariz.
¡Piu!
Otro rayo le dio en las costillas. La criatura cojeó una vez y cayó de costado, con un agujero humeante en su pecho húmedo y gris.
—¿Necesitas ayuda? —La mujer trooper extendió un guante hacia Siv, quien lo agarró con todo gusto y se puso de pie.
Los otros troopers estaban ocupándose de los dos lobos de piel restantes, que habían absorbido cuantiosos cortes, pero que se negaban a aflojar el paso o responder a sus heridas. Sin embargo, los blásters fueron brutalmente eficaces. Las criaturas no duraron mucho bajo el asalto de los rayos láser. Dos disparos a cada uno y quedaron muertos.
—¿Alguien sufrió algún daño? —preguntó Phasma.
Brendol levantó su brazo, mostrando un rasguño en la ropa que penetraba hasta su piel. No sangraba; era más como una quemadura, sólo una línea roja contra la pálida piel de su brazo.
Phasma exhaló contrariada.
—Debimos ponerle las pieles de Carr. Siv, échale linimento. General Hux, infórmeme si empeora o llega la fiebre. Con suerte no será así.
—¿Y si llega? —preguntó Brendol, con rostro preocupado mientras inspeccionaba la herida.
Phasma le lanzó una mirada severa y decidida.
—Entonces perderá su brazo y el codo.
Brendol la miró como si ella fuera tonta.
—Pero ¿no empeoraría la herida? ¿No atraería aún más infección?
—No. —Siv se hincó ante él con la antigua lata de metal que contenía el linimento de oráculo que su madre le había enseñado a elaborar. La fórmula del linimento era diferente de la del bálsamo. Servía específicamente para abrasiones y heridas e incluía hierbas tranquilizantes que aún crecían cerca de los acantilados del Scyre. Cuando ella extendió su mano, Brendol hizo una pausa momentánea antes de ofrecerle su brazo.
—La infección viene del animal o el liquen, no del aire. Una hoja limpia hace un corte limpio, el fuego cauteriza la herida y el linimento evita mayor contagio.
—¿Tienes entrenamiento médico? —le preguntó Brendol, mostrándose interesado por primera vez en alguien diferente de Phasma.
Phasma dio un paso adelante.
—Este conocimiento mantiene viva a nuestra gente. Los niños lo aprenden en cuanto pueden hablar. Los niños que no dicen a los adultos que se cortaron mueren en una noche. Cuéntale, Gosta.
En voz monótona, Gosta cantó:
Si tienes una herida, no seas tonto,
es mejor que le digas a mamá pronto,
si tienes la piel blanca con orilla roja,
esta noche tu dedo caerá como hoja.
No le digas a mamá y entonces ya verás,
la herida se pudrirá y pronto morirás.
Brendol sacudió su cabeza, como si quisiera apartar las palabras de su mente.
—Qué macabro.
—No conocemos esa palabra. Pero haces que suene como algo malo. Como si tuviéramos una opción de ser diferentes. Esta es nuestra vida. Por esto es por lo que mi gente es fuerte. —Phasma puso una mano en el hombro de Gosta y la chica pareció brillar por el orgullo—. Hasta nuestros niños pueden pelear por el clan. Crecimos sabiendo exactamente lo difícil que será la vida en Parnassos y lo que se espera de nosotros. No lloramos por el débil.
—¿Estás diciendo que el hombre que perdimos hoy, un hombre que elegiste y entrenaste, era débil?
Brendol lo dijo como si fuera una especie de prueba. Phasma se acercó a él, sólo un poco.
—Carr era fuerte y yo lo entrené bien. No tuvo suerte y ahora se ha ido. Quienes sobrevivimos debemos seguir con nuestra vida.
Brendol sonrió como si esas palabras lo complacieran, pero Siv no podía imaginar por qué.
—Si tan sólo tuviera un intercomunicador —murmuró él—. Esas frases quedarían muy bien en nuestro programa.
—¿Tu programa?
Siv había terminado de aplicar el linimento y bajó la manga de Brendol. Él inclinó su cabeza hacia ella con un agradecimiento mudo, se puso de pie y empezó a caminar, con las manos en su espalda. Después de mover la cabeza en dirección de sus guerreros, Phasma avanzó para caminar a su lado. Todos los demás se apresuraron a seguirlos. Siv estaba contenta de que no se esperara que usara el detraxor en los perros sucios. A pesar de que eran resistentes y fuertes, parecían enfermos y malos. En secreto, le preocupaba que su esencia contuviera cualquier patógeno que hubiera causado los horribles granos y verrugas que se formaban en su piel. Mientras Torben levantaba las cuerdas de sus trineos, él y Siv se acercaron deprisa para escuchar lo que Phasma y Brendol comentaban.
—Tengo una misión especial en la Primera Orden —dijo Brendol—. Mi rango es de general, muy parecido al tuyo entre tu gente. Soy un líder. Mi mayor responsabilidad consiste en diseñar el programa que entrenará a los jóvenes guerreros, les enseñará a pelear mientras les ayuda a comprender por qué peleamos. Como te imaginarás, esto no sólo incluye los aspectos físicos de la instrucción, que dejo a oficiales más jóvenes y adecuados, sino también la educación. Tenemos dichos como la rima acerca de las heridas, canciones, historias y parábolas que usamos para enseñar nuestros valores y creencias en nuestros peleadores desde las edades más tempranas. El resultado final es el que ves ante ti. —Brendol hizo un ademán para abarcar a sus tres troopers—. Los mejores guerreros de la galaxia, entrenados para seguir mis órdenes con precisión usando diferentes armas y equipos, mientras recorremos una amplia selección de ambientes. Deben saber cómo pensar sensatamente y actuar con rapidez sin importar lo hostil que resulte la situación. Parece una tarea para la que tú, Phasma, estás muy bien calificada.
Phasma resopló, impasible ante sus elogios.
—Dices que forman a los mejores guerreros de la galaxia, pero me gustaría algún día probar a tus guerreros contra los míos. Una vida como la nuestra agrega determinación, una firmeza de carácter que no puede enseñarse con canciones inteligentes.
Brendol asintió, con aspecto divertido.
—Espero con ansias escuchar más de tus estrategias y cómo podrían aplicarse en un ambiente, digamos, más controlado. Tal vez algún día nos sentemos juntos y miremos a tus guerreros probar a los míos, pero bajo condiciones ideales. Creo que quedarías muy impresionada con nuestras barracas de entrenamiento en el Finalizer.
Detrás de su máscara, la cara de Phasma era inescrutable.
—Eso sería más instructivo —dijo ella, con su acento frío y su cadencia que coincidían perfectamente con las de Brendol. Hizo que un escalofrío recorriera la columna vertebral de Siv.
Avanzaron por el plano hasta que el sol empezó a ponerse y el aire se volvió más pesado y frío. El mundo era igual en cualquier dirección: arena interminable sin lugar para ocultarse. Estarían expuestos sin importar dónde acamparan por la noche.
—Descansaremos aquí —dijo Phasma, deteniéndose en un lugar que no era diferente de cualquier otro—. Los guerreros harán una guardia por turnos y nos levantaremos al amanecer. Yo me encargaré de la primera guardia.
Sus guerreros asintieron como respuesta. Después de mirar a Brendol, también lo hicieron los troopers. Brendol quedó fuera de las labores de guardia. Siv no estaba segura si fue porque parecía tener pocas habilidades de lucha o porque Phasma lo consideraba superior en rango y por encima de esas tareas. En el Scyre, Keldo nunca había hecho guardia por esta misma combinación de factores. Pero no le correspondía a Siv pensar en la jerarquía. Su trabajo era sanar heridas y distribuir el agua y el bálsamo. Por lo general, Gosta se habría dedicado a recolectar pedazos de leña todo el día y, mientras se establecían, hubiera encendido una hoguera. En cambio, aquí, en la arena, no había nada que recolectar, nada que quemar.
Aunque el Scyre era un lugar solitario y amenazador, Siv nunca se había sentido tan miserable y expuesta en el mundo. Los fuertes vientos atrapaban sus túnicas, se prendían de cada orilla de su ropa y levantaban tanta arena alrededor que la única manera de comer era deslizar pedazos de carne y vegetales marinos secos debajo de su máscara. Era una noche desdichada y todos parecían tener el sueño ligero. Se revolvían, se daban vuelta en la arena y se despertaban, sobresaltados, medio cubiertos de gris, para quitarse la arena de encima y tratar de encontrar una posición más cómoda. No la había. Los scyres estaban acostumbrados a dormir en sus hamacas de red, solos o con una compañía confiable; sin embargo, a medida que la temperatura iba cayendo, se acercaron unos a otros, buscando, medio dormidos, algún tipo de calor. A Siv le dio gusto cuando Torben la despertó para su guardia, porque el sueño le había traído poca tranquilidad.
Ella pasó su guardia en la mayor de las alertas, explorando la profunda oscuridad en busca de cualquier nueva sensación. Había poca luz, remolinos de arena oscurecían las estrellas, y nada podía penetrar la negrura. Los únicos sonidos eran la elevada agitación del viento y el suave desplazamiento de la arena. Todo olía a minerales y cuerpos, porque los scyres habían sudado a través de sus capas de tela durante todo el día y ahora estaban empapados por el sabor agrio de la carne sin lavar, pegajosa por la arena. Aun a través de su máscara, la arena salpicaba los labios de Siv. Cuando ella terminó lo suficientemente frustrada para relamerlos, esta se metió desagradablemente entre sus dientes. El Scyre empezaba a parecer un lugar amigable, en comparación. Sin importar lo que Phasma pensara que obtendrían de Brendol Hux y su nave, Siv sólo esperaba que valiera la pena este sufrimiento y la pérdida de Carr.
Cuando pasó su hora, fue a despertar a uno de los troopers, porque todos los scyres habían tomado su turno en la guardia del campamento. Sus ojos se habían ajustado a la escasa luz que había allí. Recorrió con la vista el grupo disperso de cuerpos durmientes y eligió a uno de los más cercanos a ella. Estiró la mano para tocar suavemente el hombro con armadura del soldado dormido.
—Es hora —dijo, en voz muy baja. Un guante aterrizó en su mano y la dobló de tal modo que su muñeca casi saltó.
Ella sabía muy bien que no debía gritar.
—Estoy de tu lado —susurró Siv.
El trooper se incorporó bruscamente. Su boca pasó de un gruñido a un fruncimiento mientras él le soltaba la mano.
—Lo siento. El entrenamiento, ¿sabes? —La voz del hombre era grave y áspera. Nada cercano a la voz recortada y propia de Brendol.
—Está bien —dijo ella—. Todos estamos nerviosos.
—La tomaré a partir de aquí, entonces.
—Sé fuerte. —Cuando él bajó las cejas en señal de confusión, ella explicó—: Eso es lo que decimos cuando cambiamos de guardia.
—¿Hacen esto todas las noches?
—Por supuesto. Tanto en el campamento de casa como cuando nos sentamos como centinelas.
Él movió la cabeza de un lado a otro.
—Las barracas del Finalizer parecen más y más acogedoras a medida que paso tiempo aquí.
Ella asintió y se acercó a Torben, apoyando su cabeza en la arenosa manga de su túnica. Torben estaba de costado y ella se fue acercando hasta que su espalda tocó su brazo; él estiró la mano y la atrajo más hacia la cálida curva de su cuerpo. Ambos suspiraron con alivio. A pesar de todos los horrores de las arenas, este abrazo era una experiencia completamente nueva, tan diferente de los cuerpos tambaleándose en una hamaca que se balanceaba precariamente sobre el mar. Recuerdos de Keldo y Carr destellaron en la mente de Siv, aunque no era la manera en que los scyres lloraban a quienes se habían perdido o ido. Guardar duelo por el pasado arriesgaba la vida de todos en el presente. Pero fue una suerte que ella se hubiera tomado ese momento para hacer una pausa y apartar su dolor, porque en la quietud estuvo segura de haber escuchado un sonido que no debía estar allí.
Siv se quedó congelada, conteniendo la respiración y explorando la noche con todos sus sentidos. Antes de que pudiera preguntar al trooper de guardia si también lo había oído, quedó cegada por la luz más brillante que hubiera visto jamás.
—¡Nos atacan! —gritó Siv, yendo por sus guadañas mientras luchaba por salir de debajo del enorme brazo de Torben.
—¡General! ¡Troopers! —gritó el vigilante.
Todos se despertaron al mismo tiempo, poniéndose de pie de un salto, con las armas preparadas. Sin embargo, los troopers no dispararon, y los guerreros scyres no lograban distinguir qué era lo que debían atacar. Mientras permanecían allí, esperando, preparados, la pelea nunca surgió. El campamento estaba bañado por la luz áspera. Mientras sus ojos se ajustaban, Siv vio que no estaban enfrentando más skimmers o lobos de piel. Ni siquiera seres humanos.
Sus guadañas cayeron a los lados cuando se dio cuenta de que estaba mirando a un rígido droide blanco. No se parecía al que había llevado Brendol Hux desde su nave. Este era largo, delgado y rugoso, un poco más bajo que la propia Siv. Al parecer, no portaba armas, sólo una caja que emitía la luz cegadora.
—Nuestras plegarias han tenido respuesta —dijo el droide en una voz monótona que aun así expresó algo de entusiasmo—. ¡Alabados sean los creadores! Espero que vengan conmigo. Los hemos estado esperando desde hace mucho tiempo.
—General Hux, ¿qué hacemos? —preguntó Phasma.
Cuando miraron a Brendol, todavía yacía solo en la arena. Estaba inconsciente e inmóvil, rojo por la fiebre. Siv miró su brazo: la infección había avanzado demasiado. Ni siquiera la amputación ayudaría.
Brendol Hux se estaba muriendo.