
DOS
EN EL ABSOLUTION
EL MALTRATADO STARHOPPER SE DESLIZA EN EL EMBARCADERO del Absolution y se acomoda suavemente en la cubierta del hangar. Es una cosa pequeña, apenas lo suficientemente grande para contener a un piloto, una droide y un hiperdrive, se ve tan pequeño en el vientre de la nave de guerra que, en comparación, parece el juguete de un niño, o tal vez un insecto. Vi se siente así también, como una pequeña, áspera e insignificante hormiga trifl rodeada por depredadores mucho más grandes y peligrosos. Se queda fría, preguntándose si esta cubierta impersonal, negra y blanca es la última cosa que verá, si se convertirá simplemente en otro piloto faltante devorado por la misteriosa Primera Orden.
Sólo en caso de que pueda desafiar las probabilidades y encontrar una manera de salir de aquí, ella cuenta y almacena en su memoria todo lo que ve: cientos de cazas TIE, transportes de tropas, speeders y hasta unos cuantos caminantes. A la General Organa le encantará saber el tipo de poder de fuego que enfrentarán en esta nueva batalla. Ellos sólo le dicen lo que necesita saber para completar sus misiones, pero considerando la información secreta por la que ya le están pagando a Vi, la Resistencia necesita toda la ayuda que se pueda obtener. Por el momento, las posibilidades de la Resistencia son casi nulas, igual que las de Vi.
A medida que los stormtroopers rodean su starhopper, apuntando con sus blásters, su líder atrae la atención de Vi. Ella ha visto troopers antes, por supuesto, pero nunca uno como este. Su armadura de color rojo brillante es un giro extraño entre los stormtroopers regulares, pero la violencia sanguínea del color le da un aire de amenaza sangrienta que el pulcro blanco simplemente no posee. Una capa que hace juego con la armadura cae sobre un hombro, y una droide negra y esférica flota al lado del trooper. Aunque este tipo no tuviera un aspecto diferente del de sus tropas, y aunque no supiera quién era, ella de inmediato reconocería su importancia. Hay una atención allí, un nivel de concentración que los soldados de menor nivel no poseen. Ella lo mira mientras uno de sus hombres abre la escotilla de su nave y le apunta con su bláster al pecho. Todo este tiempo, ella trata de imitar el aspecto de un contrabandista común atrapado por tropas hostiles: asustada pero desafiante. Tendrá que hacerle al tonto si quiere permanecer viva el tiempo suficiente para escapar.
—Afuera —gruñe el trooper rojo.
Ella espera un momento, con los dedos doblados sobre el descansabrazos, antes de salir y pararse sobre la cubierta del destructor estelar.
—Las manos sobre la cabeza.
Ella obedece pero…, a cambio, tiene que ponerlo a prueba.
—¿Qué se supone que eres? —pregunta Vi—. ¿El gran botón rojo? ¿El freno de emergencia?
Él ignora sus burlas mientras desliza unas esposas en las muñecas de ella.
—¿Por qué estás en este sector?
—Por la misma razón que ustedes. Para disfrutar de la paz y la quietud. Por lo menos, yo. Mira, soy una agente viajera independiente con documentos legales. No tengo problemas con nadie. Entonces ¿por qué los blásters? —Gigi emite pitidos de alarma y Vi se da vuelta para encontrarse con que dos troopers revisan su cabina—. ¿Y por qué esos tipos están maltratando a mi droide? —Uno de los troopers tira del estambre y empieza a desenredar el suéter con sus guantes torpes, como si buscara armas—. ¡Oye, Soldado Amigable! Trabajé mucho en eso. No puedes ponerte a manosear así las pertenencias de alguien. A todo esto, ¿quiénes son ustedes?
—Silencio —dice el líder.
—Te hice una pregunta. ¿Quiénes son ustedes?
Se acerca un paso y su bláster se estrella en el estómago de Vi.
—Yo soy quien está al mando. Lo que significa que yo soy quien hace las preguntas.
—Pero ¿no había desaparecido ya el Imperio?
Él se ríe.
—No somos el Imperio. Y tú lo sabes.
—Señor —dice uno de los troopers desde la cabina del piloto—. Hemos obtenido los registros. Los planetas más recientes que ha visitado son Arkanis, Coruscant y Parnassos.
El bláster se estrella de nuevo contra el estómago de ella. Va a dejar un moretón. Uno de esos tres planetas debió de llamarle la atención, pero ¿cuál? No el densamente poblado Coruscant. Arkanis o Parnassos, entonces. Hay muchos secretos de la Primera Orden en ambos planetas, pero poco más. Ahora nunca la dejarán irse. Qué bueno que recogió esta chatarra dos saltos después de D’Qar, porque ese es un planeta del que estos monstruos no necesitan saber nada. Ahora van a abrigar sospechas, pero ella tiene que actuar con normalidad, lo que significa que será beligerante. El hecho de que sepa quién es él no significa que el trooper rojo sepa quién es ella.
—Lo que hacen es ilegal —le grita a los troopers que están desmantelando el starhopper—. Esa es mi nave.
—Ya no lo es. Busquen en la nave, separen al droide en partes y luego repórtense a sus estaciones —el líder instruye a sus tropas—. Yo me encargaré personalmente de este interrogatorio.
—Personalmente, ¿eh? —dice ella.
Él la rodea y empuja su bláster contra la columna vertebral de ella, lo que representa un cambio placentero en comparación con su estómago.
—Camina. Sé quién eres, espía de la Resistencia Vi Moradi, y me dará mucho gusto dispararte.
—No sé de quién hablas. Sólo soy una comerciante y a mi jefe no le gustará esto.
—No, a ella no le gustará.
El corazón se le va al suelo. Él lo sabe. Casi puede sentir cómo él mantiene su dedo en el gatillo. Quisiera jalarlo con gusto. Gotitas de sudor resbalan por el cuello de ella mientras lo mira sobre su hombro. Había esperado que esto fuera sólo una captura al azar, un acto habitual de la Primera Orden. Aparece una nave donde no debe estar, la reclaman y disponen de la persona inconveniente en el interior. Pero, si él sabe su nombre y quién es su jefe, ¿qué más sabe?
Él mira hacia la sala de control, parece hacerlo con un poco de nervios. Cuando él la empuja con el bláster, ella se mueve.
—Los jefes pueden ser un verdadero problema —dice él—. Ahora camina.
—
Vi estaba entrenada para recordar cada detalle de importancia, pero ni ella puede tomar nota de todos los giros y las vueltas laberínticas de las entrañas del enorme destructor estelar. Largos pasillos terminan y se intersecan, turboascensores que suben y bajan hacen que le resulte imposible recordar su ruta. Una cosa es ver fotografías de naves como esta, otra es comprender realmente la enormidad de los recursos de su enemigo. Mientras la guía a otro ascensor, el hombre de rojo se para enfrente del panel para que ella no vea a qué piso se dirigen.
—¿Tu departamento o el mío? —pregunta Vi, esperando provocarlo para que se haga a un lado.
Pero el hombre de rojo se queda en silencio, con el arma siempre apretada en algún lugar suave del cuerpo de ella y el droide esférico flotando a su lado. La chamarra de piel de ella tiene una placa de blindaje integrada, pero no serviría de mucho para detener un disparo fatal a esa distancia. Ella sabe que no va a dispararle, pero tiene que seguirle el juego. Cuando empieza a bajar lentamente las manos, él chasquea su lengua.
—Chut. Manos a la cabeza. Tú sabes cómo funciona esto, basura.
El bláster se clava en el riñón de ella, quien vuelve a subir las manos.
—Mira, no soy una basura. No sé quién crees que soy, pero sólo soy una comerciante. Tal vez trafico un poco, aunque ¿quién no lo hace? ¿Y no sería eso jurisdicción de la Nueva República, en todo caso? ¿Retrocedí en el tiempo? ¿No debería estar en una celda, esperando a hablar con algún burócrata cadavérico que lleva un sombrero alegre?
La puerta del elevador se desliza para abrirse; él la empuja para que salga a un pasillo que francamente parece una mazmorra. No se ve a nadie cerca; Vi juraría que se debe a la combinación del conocimiento de este trooper del riguroso calendario de la nave y de la intromisión de la droide, porque en ocasiones esta se adelanta para guiar el camino. Pero, aquí abajo…, bueno, es evidente que nadie baja aquí. Excepto la gente que hace cosas que no debería estar haciendo.
La iluminación es débil y parpadeante, y algo está goteando, tal vez proveniente del sistema de ventilación. Están al fondo de las entrañas del destructor estelar, entonces, en un área que suele estar fuera de los límites o a la que le prestan poca atención. Y eso no es bueno para Vi. Hasta la Primera Orden tiene reglas y el trooper rojo las está rompiendo. Si este tipo la mata, ni siquiera tendrá que hacer el papeleo. Ella sólo será otra carga de basura deslizándose hacia el incinerador.
Estupendo. La Resistencia no sabe mucho acerca del enemigo al que está enfrentando, y la Nueva República no los considera una amenaza, lo que significa que a Vi no le han enseñado el protocolo que estas personas suelen seguir. Ella no sabe qué esperar. A pesar de que está entrenada para resistir el interrogatorio, desconoce cuáles nuevos juguetes podría tener este tipo. Un escalofrío recorre su espina dorsal. Podrían meterse en su cabeza.
—Te mandaron al penthouse, ¿eh, Freno de Emergencia? —dice ella, porque siempre habla mucho cuando está verdaderamente preocupada—. Instalaciones de primera. ¿Podemos tener servicio al cuarto?
El bláster no se separa de su espina dorsal. Su captor le da las instrucciones (da vuelta aquí, da vuelta allá), pero no responde a sus provocaciones. Por último, él teclea un largo código en un panel de control de la pared, y una puerta se desliza para abrirse con mucho menor suavidad de lo que Vi esperaría en lo que es obviamente una nave nueva. El interior del cuarto es más frío de lo que debería y huele a humedad, metal y, no tiene caso negarlo, sangre. La droide esférica se precipita primero al interior y apaga las cámaras, una por una. Vi se detiene un poco en el umbral, pero el trooper finalmente la toca, empujándola con una mano enguantada, de modo que ella cae de rodillas, con los dedos doblados alrededor de una reja oxidada del piso.
—Levántate.
—Realmente sabes cómo tratar a una chica.
Él estira la mano hacia el cuello de la chamarra de ella y la obliga a ponerse de pie, dándole vuelta. Ella se va tambaleando contra la pared, hasta que coloca su espalda contra el frío metal. El cuarto no es grande, tal vez de tres metros por cuatro, y evidentemente sólo tiene un uso: interrogación. Bueno, dos usos, si se cuenta la tortura. Tres, si se incluye la inevitable muerte prometida por el hecho de que ella no va a entregar ninguna información secreta sobre la Resistencia. El espacio está dominado por una silla de interrogación, y los únicos muebles adicionales son una mesa simple y dos raquíticas sillas de metal, un sitio para que los chicos malos se sienten con una taza de caf y recorran sus notas mientras su víctima se desangra, probablemente.
—Espero que las sábanas estén limpias.
Él sacude la cabeza como si estuviera decepcionado, la toma por las solapas de la chamarra y la arrastra a la silla de interrogación. La llaman silla, pero en realidad es como una camilla puesta de lado, con pinzas de metal para restringir el movimiento de cabeza, pecho y muñecas mientras permanece en la orilla de metal. Como parte de su entrenamiento, a Vi le habían mostrado docenas de imágenes de esas máquinas: desde unas que databan de los días de los inquisidores del Imperio hasta unidades más sofisticadas que los Hutt y otros matones estaban fabricando, invirtiendo dinero en exceso para satisfacer su necesidad de información sin ensuciarse sus manos viscosas. Esta unidad, nota tristemente, tiene capacidades de soporte de vida y una sonda mental, lo que significa que su captor puede omitir la discusión e ir directamente a su cerebro. Vi ha sido entrenada para soportar puños y armas, pero nadie ha encontrado aún una manera de evadir ataques directos al sistema nervioso. Contempla el uso del diente envenenado que le implantaron en la parte posterior de su mandíbula; pasa su lengua sobre él mientras su captor cierra las esposas de metal alrededor de sus brazos y su torso.
No lo morderá todavía. Aún hay una manera de salir de aquí. Tiene que haberla. Con todo lo que sabe ahora, sobrevivir significará avances importantes para la Resistencia. Tendrán una mejor idea de a qué se están enfrentando, en cantidad, tecnología y mentalidad del enemigo. Pero eso significa que tiene que encontrar una manera de sobrevivir a este interrogatorio con su mente y su cuerpo intactos. Significa, también, que va a dejar de concentrarse en su propio dilema y empezar a prestar atención a su enemigo y lo que lo hace moverse.
Por fortuna, ella sabe de él mucho más de lo que él sabe de ella.
Después de atarla, él revisa el panel que monitorea los signos vitales de ella, y lo golpea con un dedo.
—Tu ritmo cardiaco es elevado —observa él.
—Claro, bueno, estoy atada en una silla de tortura, parada sobre la sangre seca de alguien más. Parece una respuesta natural.
—Tienes algo que esconder.
—¿Quién no?
El casco rojo de él se inclina un poco, sólo una fracción, concediéndole la razón. Mientras ella lo mira, él recorre las orillas del cuarto, revisando nuevamente las grabaciones de las cámaras que su droide apagó, además de lo que ella adivina que es el sistema de intercomunicación. El droide flota ominosamente junto al hombro de él, quien realiza el recorrido con lentitud, como si estuviera haciendo una advertencia.
Esto no es oficial. Esto no se está grabando. Nadie más está mirando. No habrá interrupciones, ni indultos. Así no es como la Primera Orden hace las cosas.
—Así que esto es personal —observa Vi.
—Veremos. Depende de ti. Podemos hacer esto de la manera fácil o de la difícil.
Vi se remueve, probando la fuerza de sus amarras.
—Dejarme ir sería muy fácil, en realidad. Además, puedes revisar mis ropas todo lo que quieras, pero no tengo nada útil. Deja que tus chicos desmantelen mi nave, desarmen mi droide, desmadejen mi suéter, hurguen en mi cerebro todo el día. Quien creas que soy, estás equivocado. Sólo soy una pasajera inofensiva.
Él se para frente a ella ahora, con las piernas extendidas y los brazos cruzados. Su bláster está unido a su cadera, roja y brillante. Sus dedos, enfundados en guantes rojos, tamborilean contra él, como otro recordatorio. Sólo están ellos dos y su droide. Cualquier cosa podría pasar.
—Tú eres Vi Moradi, nombre código Sterling, conocida espía de la Resistencia. Y tienes la información secreta que necesito.
—Y tú eres el Gran Botón Rojo. ¿Qué pasa si presiono tu pecho? ¿Una luz se enciende en algún lugar? ¿Algo explota?
—¿No lo niegas?
Ella se habría encogido de hombros si no estuviera esposada y sujetada con correas.
—Tú eres quien se encarga de la tortura, así que tú decides lo que es verdad y lo que no lo es.
—Estuviste en Parnassos.
Vi está demasiado bien entrenada como para sonreír.
—¿Lo estuve? ¿Y qué es tan importante acerca de Parnassos?
Su captor se le queda viendo.
—Nada. Esto es lo importante. Ahora dime lo que sabes de la Capitán Phasma.